Capítulo 14

Cualquier cosa que quieras hacer,

está bien para mí.

Porque me haces sentir como nuevo.

Y quiero pasar mi vida contigo

Let's Stay Together — Al Green

Shinsou observó el paisaje a través de la ventanilla mientras Kaminari conducía a una velocidad no muy moderada.

Se negaba a mirarlo a él. No parecía estar en todos sus cabales. El Kaminari que conocía no se ponía tan nervioso que tamborileaba sobre el volante, se pasaba los semáforos o no decía una sola palabra en absoluto.

A Shinsou le encantaba el silencio, pero el silencio junto a Kaminari era atronador —quizá porque su silencio decía mucho más que la retahíla de palabras que escupía todos los días.

El viaje no fue muy largo. Una hora, tal vez. O una infinidad. Por momentos, Shinsou sintió que el trayecto fue eterno; pero en cuanto el Audi por fin se estacionó en la entrada de una casita en medio de la nada, con una fachada tipo cabaña, se sintió como si hace menos de cinco minutos Kaminari le estaba tocando su timbre e invitándolo a escaparse con él.

¿En qué estuvo pensando Shinsou cuando aceptó?

—¿Qué es esto? —inquirió Shinsou con las cejas fruncidas tras bajarse del auto sin dejar de mirar a la cabaña—. ¿Es aquí a dónde traes a las víctimas a las que vas a robarles los órganos?

Kaminari se bajó también, dando un suave portazo. No respondió a Shinsou al instante ya que estaba muy ocupado estirando sus brazos y piernas entumecidas —incluso creyó ver un pedazo de su camiseta estirándose hacia arriba.

La imagen de la piel de su liso y suave estómago era blanca pero con un tono dorado —de esos que solo los bronceados naturales te dan.

—¡Oh! —Kaminari esbozó una sonrisa—. Es... una casa de campo.

—Vaya, qué... ilustrativo —dijo Shinsou—. Si no me lo decías, no hubiera imaginado jamás que estábamos en el campo.

Kaminari dio una vuelta completa sobre sus propios talones. No es como si la inmensa llanura de un vivo verde, la carretera casi desolada y las vacas al otro lado de la misma, hubiesen delatado la posición en la que estaban.

El rubio sonrió inocentemente a Shinsou, quien se la devolvió pero con un toque más cínico.

—Es... el campo de mi familia —suspiró Kaminari—. ¡La pasaremos en grande, te lo juro!

—El rico siempre humillando al pobre... —dijo Shinsou—. Me olvidaba que ustedes los millonarios tienen más propiedades que calzones en el clóset.

—¡Shinsou, claro que no! —dijo Kaminari horrorizado—. ¡No es por eso que te...!

—Kaminari, es una broma —Shinsou sonrió de costado, alzando una mano.

Kaminari no respondió nada —seguía algo conmocionado por la pequeña broma cruel de Shinsou. Se agachó entonces para recoger su mochila con escasas pertenencias, y se encaminó por el caminillo de piedras hacia la fachada de madera lustrada de la cabaña.

Shinsou se dio vuelta al no sentir pasos detrás de sí. Hizo una mueca interrogativa hacia Kaminari.

—¿No vas a enseñarme el lugar?

Kaminari se quedó pasmado con la boca abierta, parpadeando hasta que finalmente captó lo que estaban diciendo. Se dio un par de golpecitos en la mejilla para despabilarse, y después corrió hasta Shinsou sin borrar su inmensa sonrisa.

—Sí... —Kaminari dijo de forma tonta. Volvió a darse un golpe pero en la frente—. ¡! ¡Tengo mucho por enseñarte!

Cuando llegó a su lado, le ofreció el codo. Shinsou no supo exactamente cómo responder a dicho gesto.

Kaminari le esperó por un instante, pero la paciencia de ese chico no era infinita. Gruñó, entre divertido y frustrado, escabullendo su mano por el hueco del brazo derecho de Shinsou.

El gesto le tomó bastante por sorpresa. Kaminari se sostuvo de su brazo con un agarre de acero, sonriendo como si fuese una dama inglesa de la época victoriana.

Por supuesto, Kaminari no podía estar más lejos de ser una refinada dama inglesa del siglo XIX. No cuando llevaba una camiseta demasiado grande y unas gafas de sol en forma de corazón que llevaba en su coche.

Le pertenecían a su prima, le había dicho. No es como si Shinsou le creyera.

—¿Me concede el honor, Lord Shinsou? —preguntó con su mejor imitación de un acento británico; el cual era, por supuesto, muy malo.

Pero, de todas formas, le hizo sonreír.

—No creo que usted conozca algo así como el honor, Lord Kaminari —contestó Shinsou con su media sonrisa—. Sin embargo, estoy dispuesto a enseñárselo para que ya no pase vergüenzas.

Aquello le hizo recibir un golpecito en la nuca y algunos quejidos indignados. Molestar a Kaminari, bromear con él...

Todo aquello estaba comenzando a sentirse demasiado cotidiano para Shinsou.

Algo en su estómago le provocó un incómodo cosquilleo. Una parte de sí estaba diciéndole que no podía ser tan conveniente nada de lo que estaba ocurriendo —o lo que incluso ocurriría durante la estadía en la cabaña.

Para ninguno de los dos.

Después de dejar las mochilas en la entrada y las bolsas con botanas que Kaminari consiguió cuando fueron a cargar combustible, le enseñó a Shinsou el interior de la cabaña con mucha ilusión. No era tan grande como parecía —su segundo piso solo consistía en un ático que daba la ilusión de una planta alta desde afuera. Tenía un solo dormitorio así como un baño con tina y jacuzzi.

De todas formas, el lugar era bastante acogedor. Los sofás, las sillas, la mesa, la pequeña cocina que se conectaba directamente con el comedor, la chimenea con algunos troncos ennegrecidos todavía...

Todo daba una pequeña sensación de calidez. Incluso si la casa estaba muy fría y tapada de finas motas de polvo, Shinsou no pudo evitar sentir que esa cabaña deshabitada se encontraba en muchísimo mejor estado que su propia casa.

Le invadió la vergüenza en ese momento. Seguramente por recordar que Kaminari estuvo en el interior de su mugriento y destartalado hogar.

—Y aquí es donde Kiri vomitó la última vez que vinimos... —Kaminari dejó escapar una risita mientras señalaba el almohadón de la derecha del sofá color vino—. Ese día habíamos cenado nachos con salsa de jalapeños...

—Procuraré no usar el sofá, gracias —Shinsou dijo.

—¡Oh, no te preocupes! —Agitó una mano como si fuera cosa de nada—. Bakugo después lo limpió. Odia los gérmenes.

—Wow —exclamó Shinsou—. ¿Quién diría que Bakugo odia algo?

Kaminari escrutó los ojos; se llevó ambas manos a la cintura, la boca entreabierta y una mueca que parecía querer descifrar a Shinsou. Aquello le hizo sentir intimidado.

—Hoy estás más cínico que de costumbre —notó Denki—. ¿Te ha picado alguna mosca extraña hoy?

Shinsou se rascó la nuca, evitando mirar a Kaminari. Puede que la mayor parte del tiempo su mirada se perdiera y se viera como un completo tonto —pero toda la inteligencia académica que a Kaminari le faltaba, la compensaba con inteligencia emocional.

Y eso le intimidaba.

—Ya eres mayor, pensé que podrías estar a la altura del sarcasmo —Shinsou levantó el mentón—. ¿O será que tu cerebro es más joven que el resto de tu cuerpo?

—¡Eh! —Kaminari chistó, alzando un dedo—. ¡No uses ese tono conmigo! ¡Ya tengo diecisiete! ¡Estamos en igualdad de condiciones!

La sonrisa socarrona de Shinsou se fue esfumando de a poco.

—Sí, sobre eso... —Hitoshi carraspeó—. Yo todavía tengo dieciséis.

Kaminari pareció hacer cortocircuito en ese mismo instante.

Ladeó la cabeza como si fuera un animalillo confundido o un androide averiado; sus ojos pestañearon varias veces y su boca formó un perfecto y muy pequeño círculo.

—¿Estás diciendo...? ¿Estás diciendo que...? —Kaminari sacudió la cabeza y carraspeó—. ¿Estás diciendo que soy mayor que tú...?

Shinsou frunció las cejas algo molesto. No le gustaba la mirada ilusionada que Kaminari le estaba dando.

—Kaminari, es solo por dos...

—¡Oh...! ¡Por...! ¡Dios...! —Kaminari exhaló una gran carcajada—. ¡Soy mayor que tú! ¡Porque ya tengo diecisiete, y tú no!

—Kaminari, ya basta —Shinsou ordenó—. Ni siquiera es tan relevan-...

Pero Kaminari no le escuchaba. Siguió interrumpiendo sus oraciones con anonadadas carcajadas, cubriéndose la boca y caminando de aquí para allá alrededor de la peluda alfombra de la sala de estar.

—¡Podría ser tu daddy! —agregó finalmente.

—¡Wow, wow, wow! ¡Para tu carro en este instante! —exclamó Shinsou indignado. No quería admitir que le empezaban a arder las orejas—. ¿Qué clase de mierda estás fumándote? Podrías decirle a Sero que te baje la dosis...

—¡Pero es que eres menor! —Kaminari exclamó con los brazos extendidos—. ¡Eres un bebé, y yo soy mayor!

—Así no puedo contigo...—Shinsou rodó los ojos mientras se frotaba todo el rostro—. ¿Y qué tiene de extraño?

Kaminari se puso firme otra vez, aunque su risilla lo estaba delatando.

—Bueno, es que, verás... —Kaminari empezó a gesticular con sus manos como si fuese Iida.

—¿Veré...?

—Es por... —Kaminari le miró de arriba abajo, haciendo énfasis en la parte de arriba. Pero como Shinsou parecía no captarlo todavía, terminó gruñendo—. ¡Es porque estás enorme!

Shinsou se quedó mirándole de forma estupefacta. ¿En serio aquel sujeto era uno de los mejores promedios en lengua y literatura?

—Sí sabes que Shoji es el menor de la clase y te triplica en altura, ¿no? —preguntó Shinsou—. Y Midoriya tiene cara de conejito de pascuas, pero es más grande que Iida y Todoroki...

—¡Ya, pero estoy sorprendido! ¡Es todo! —resopló Kaminari—. Es que a veces pareces tan mayor y maduro...

Shinsou decidió omitir aquello último. No le gustaba cuando la gente le recordaba lo adulto y mayor que a veces parecía. Muchos chicos deberían haber estado orgullosos de ello —pero no Shinsou.

Porque aquello no era más que una confirmación de todas las cosas que había perdido en su adolescencia. Las que seguía perdiendo. Y las que probablemente perdería hasta que Eri se hiciera lo suficientemente mayor.

Pero era curioso, ya que no es como si quisiera cambiar su vida. Él tenía a Eri, y así había aprendido a amar su existencia —pensó que, aunque a veces fuera molesto, él fue traído al mundo para vivir aquella vida y nada más. No había otra persona que pudiera igualarlo en su tarea.

—Eso que dices es una estupidez —Shinsou se cruzó de brazos—. Además, soy solo dos días menor que tú...

Kaminari frunció las cejas un instante. Bajó la mirada entonces a sus manos, con todos los dedos extendidos, y comenzó a bajarlos uno por uno mientras parecía contar entre dientes.

Shinsou esperó pacientemente hasta que lo escuchó ahogar un jadeo de sorpresa.

—¡Shinsou! —Kaminari chilló—. ¡Tu cumpleaños es el 2 de julio!

Hitoshi soltó todo el aire que estuvo conteniendo, casi escuchándose como un bufido y una risa. Aquel chico sí que sabía cómo evaporar toda la tensión que pudiera haber en el ambiente.

Casi. Pero no, Kaminari —dijo—. Es el 1 de julio.

—¡Pero...!

—Vuelve a contar, necio.

Kaminari se enfocó otra vez en sus dedos mientras contaba otra vez algo tan simple como dos jodidos días desde la fecha en la que se encontraban. Volvió a ahogar otro jadeo cuando terminó.

—¡Es el 1 de julio! —exclamó como si fuese una revelación. Se veía tan emocionado que no podía contener sus manos—. ¡Eso es...! ¡Es...!

—Sí —asintió Shinsou—. Es el domingo. No es como si fuera importante...

—¡¿Cómo que no es importante?! —Kaminari acusó—. ¡Dejarás de ser un bebé!

—Es solo una fecha, Kaminari —Shinsou encogió los hombros—. Igual, no me gusta festejar...

Una vez más, las cosas se pusieron horriblemente incómodas entre los dos. Shinsou se obligó a enfocarse en las fotografías colgadas de una de las paredes hechas de piedra —había varios cuadro con un Kaminari pequeño y rechoncho en diferente poses y caras estúpidas; así como también una preciosa niña rubia con coletas pero que no compartía ni una sola foto con él—, pero Kaminari zapateaba tan fuerte por los nervios que no pudo evitar girarse hacia el chico.

Lo encontró mordiéndose el interior de la mejilla de forma incómoda y fingidamente inocente.

—¿Qué? —inquirió Shinsou.

—De haber sabido te traía un regalo... —Kaminari dijo tras un instante—. Tú me regalaste Frankenstein, y yo no tengo ni una cucaracha de regalo...

—Preferiría no ver más cucarachas —dijo Shinsou con una mueca—. Además, me sacaste de mi casa por al menos un día. Supongo que es suficiente regalo para mí...

Kaminari seguía en silencio. Shinsou se arrepintió de haber manifestado acerca de su cumpleaños —nunca lo hacía por el mismo motivo que le aquejaba en ese momento.

No deseaba que la gente se sintiera en el compromiso de hacer algo por él.

Kaminari no merecía sentirse de esa forma en el día de su cumpleaños.

Pero el chico sonrió sin enseñar los dientes. Sus ojos brillaron como si acabase de tener una revelación.

—¡Lo tengo! —dijo tras dar un chasquido—. ¡Haremos un pastel para los dos!

—¿Tenemos ingredientes para un pastel...? —Shinsou hizo una mueca—. ¿O siquiera sabes encender una hornalla?

Kaminari no pareció picar en su trampa maliciosa. Se veía más decidido que nunca. Dio un salto sobre la pequeña mesita hecha de cristal llena de adornos en el centro de la sala —y Shinsou casi tuvo un infarto cuando aquel idiota resbaló con sus pies descalzos tras aterrizar en la alfombra... y casi cayendo sobre dicha mesita de cristal.

Consiguió sujetar su brazo a tiempo.

El calor de la piel bronceada de Kaminari bajo sus yemas fue abrasador. ¿Podía el otro sentirlo? ¿O solo eran locuras de Shinsou?

Shinsou frunció las cejas como una madre molesta para ocultar lo que verdaderamente estaba sintiendo, pero Kaminari no se dejó intimidar en absoluto.

—Lo haremos los dos —dijo Kaminari tras soltarse suavemente de Shinsou y acomodar su cabello meticulosamente despeinado—. ¡Conseguí algunas cosas para hacer mi propio pastel...!

El chico sacó pecho con orgullo. Como si fuera un superhéroe.

—¡Y será el mejor pastel de todos los tiempos!

Kaminari casi prendió fuego la pequeña cabaña.

Y no, Shinsou no estaba exagerando —se había olvidado de apagar una hornalla en la que se dispuso a preparar algo de caramelo para decorar el pastel y, estúpidamente, acabó arrojando un guante de cocina encima del fuego.

Shinsou estaba bastante ocupado batiendo algo de nata para montar; no es que fuera versado en la cocina, pero hizo algunos pasteles para Eri.

De repente empezó a sentir un olor peculiarmente a quemado.

Solo esperaba que cierto alguien no estuviera quemando sus propias cejas.

—¡Kaminari! —exclamó Shinsou casi arrojando el tazón con nata—. ¡Estás quemando algo!

—¿Huh? —preguntó estúpidamente.

Kaminari tenía la cara enterrada en la mezcla de chocolate, lamiéndose sus propios dedos y con la nariz embadurnada, cuando empezó a olfatear a pedido de Shinsou.

Abrió los ojos desmesuradamente.

—¡Mierda, algo se está quemando...! —chilló Kaminari.

—¡No me digas, Sherlock! —bufó Shinsou.

Los dos buscaron desesperadamente la fuente del fuego, pero el espiral de humo saliendo de la hornalla fue suficiente para descubrir la no tan pequeña hoguera que se arremolinaba ante el pobre guante de cocina.

Kaminari empezó a gritar histéricamente y correr en círculos mientras pedía por los bomberos. Shinsou sabía que no tenían mucho tiempo hasta que el fuego se expandiera y prendiera alguna de las paredes de madera de la acogedora cabaña.

No podía permitir que pasaran esas cosas.

No estaba seguro de que tuviera un extintor en la casa, y de todas formas, Kaminari estaba demasiado alterado como para responder. Como primera medida, Shinsou apagó el gas de la hornalla.

Luego buscó algún elemento metálico y alargado —nada que tuviera plástico, vidrio o madera—; por suerte, encontró un tenedor de carne y lo utilizó para sujetar el guante encendido en llamas y arrojarlo sobre el suelo, muy lejos de las paredes de madera.

Kaminari chilló al sentir el fuego pasando tan cerca de sí.

—¡Nos vamos a morir...!

—¡Oh, ya cállate! —dijo Shinsou fastidiado—. ¡Consigue un tazón con agua!

Shinsou quiso pisotear el fuego en un intento de apagarlo, pero no podía hacer mucho sin que las suelas de sus tenis comenzaran a derretirse por el poder de las llamas. Otro trapo tampoco serviría —a menos que quisiera provocar un mayor incendio.

Utilizó una de las asaderas de metal mientras daba golpecitos sobre las llamas que parecían apaciguarse. Shinsou comenzó a sentir su brazo entumecido hasta que milagrosamente Kaminari apareció a los trompicones con el tazón de agua, deteniéndose torpemente justo en frente del incendio.

Dejó de golpear con la asadera, suspirando tranquilo de que ya podrían solucionarlo.

Aunque estaba muy equivocado. Denki no solo no se gastó en arrojar el agua sobre el fuego, sino que llevó el borde del tazón a sus labios...

¡El muy maldito estaba bebiéndose el agua!

—¿Qué crees que haces...? —Shinsou preguntó anonadado.

—¡Es que tengo sed! —contestó Kaminari.

—¡Lánzala sobre el fuego, idiota!

Kaminari se alarmó por el tono de su voz; y no era para menos. A continuación, vertió todo el contenido del tazón encima del chamuscado e insalvable guante de cocina.

El agua salpicó hasta Shinsou, e incluso se dispersó hasta sus rodillas contra el suelo, pero eso no le importaba. Al menos, las llamas se extinguieron por completo y nada había sufrido daños mayores.

Excepto tal vez el cerebro de Kaminari.

—¡Ah, nos salvé! —Kaminari se rió mientras observaba el guante ennegrecido—. Espero que no hayas tenido mucho miedo, Shinsou.

Shinsou apretó los ojos un instante, pero decidió que al final no valía la pena. Se dejó caer contra el frío suelo, soltando un suspiro de agotamiento.

No le pagaban lo suficiente como para sufrir tanto estrés a los dieciséis años. No quería saber qué le quedaba para los diecisiete —probablemente perdería todo el cabello.

Tenía los ojos cerrados e inhalaba fuertemente para relajarse; al cabo de unos segundos, sintió una presencia recostándose demasiado cerca de él.

Shinsou abrió un solo ojo, pero no lo necesitaba para saber que Kaminari estaba sonriendo estúpidamente a su costado.

—Tú no me hables —Le dijo—. No quiero ver tu cara por las próximas dos horas. O por el resto de mi vida.

—De acuerdo —Kaminari encogió los hombros. Volvió a acomodarse, pero esta vez mirando al techo—. Me quedaré aquí, muy callado...

—Tienes suerte de que es tu cumpleaños, o ya tendría un pie marcado en tu trasero —suspiró Shinsou.

—Descuida —dijo Kaminari con una risita—. Jirou ya me marcó una nalga. Bakugo lo hizo con la otra...

—Kaminari, a veces me pregunto cómo es que un tipo como tú sigue vivo...

—¡Eso me ofende, Shin! —Denki dijo indignado. Hitoshi intentó ignorar el diminutivo—. ¡Soy un tipo muy capacitado, muy preparado, muy habilidoso, muy...!

Shinsou arrugó la nariz en ese mismo instante. Kaminari iba a reclamarle —seguramente— de que no hiciera aquellas caras, pero no era en absoluto por ello.

La cocina olía a quemado otra vez.

Solo que el aroma no era a tela quemada. Era como si...

Shinsou se levantó de un brinco que hizo asustar a Kaminari.

—¡Kaminari, se te está quemando el jodido pastel!

—¡Mierda! —exclamó el muchacho.

Shinsou se quedó cubriéndose el rostro mientras Kaminari corría a salvar el bizcocho que ya olía como a un quemadero de basura

No sabía qué otros desastres podían esperarle por el resto del fin de semana.

Aunque...

Shinsou mentiría si dijera que su corazón no daba un vuelco de solo pensar en su estadía en la cabaña. Ellos dos solos. Sin nadie más que interrumpiera.

Solo Denki y Hitoshi, en una cabaña en medio de la nada, celebrando sus diecisiete años.

Y ni siquiera los pasteles o guantes quemados parecían ser un obstáculo suficiente.

Kaminari estaba recostado en el sofá, junto a sus pies, cuando eructó fuertemente.

Vaya manera de asesinar el tiempo de calidad.

—Creo que si como una rebanada más de pastel, voy a vomitar...

—Solo a ti se te ocurriría comerte los restos de pastel quemado —Shinsou suspiró—. Debiste tirarlo a la basura cuando tuvimos tiempo.

—Pero, ¡¿y mis deseos?! —Kaminari se levantó de un salto, con un gesto horrorizado—. ¡Tengo muchas cosas que pedir para este año!

—¿Cómo cuáles...?

Kaminari se quedó pensativo un instante, con una mueca confundida —como si no hubiese estado deseando cosas antes de apagar las velas un momento atrás.

Shinsou le observaba de refilón. Había querido fingir que estaba demasiado ocupado en su teléfono móvil —el cual no tenía datos ni el wifi conectado, pero no se lo haría saber al otro—, ya que deseaba ocultar el hecho de que llevaban al menos una hora recostado en esa posición.

Al principio, el móvil de Kaminari no dejó de sonar. Entraron un sinfín de llamadas y mensajes. Shinsou pudo ver a través del hombro de Kaminari cómo desfilaban los nombres de sus amigos —o más bien, sus estúpidos apodos— en la pantalla.

Kirishima. Bakugo. Ashido. Sero. Jirou...

Kaminari, más temprano que tarde, decidió apagar su teléfono. Y Shinsou no había parado se sentirse algo inquieto desde entonces.

Quizá porque Denki actuaba como si aquello fuese lo más normal del mundo. Como si fuese cosa de todos los días el escaparte junto a un chico solitario que apenas conoces.

Y lo peor de todo era que, en el calor del momento, Shinsou fue quien aceptó ir hasta la casa de campo. Como si fuese cosa de todos los días el fugarte con un ruidoso muchacho que ni conocías solo por ser su cumpleaños.

¿Había sido simplemente por eso?

Shinsou no podía decirlo. Apenas tuvo tiempo de procesarlo todo —y ni siquiera podía pensar con claridad, ya que Kaminari se recostó encima de sus pies descalzos cuando se acomodaron en el suave sofá.

Su cuerpo estaba suave contra sus piernas. Y Denki permanecía allí, como si quisiera sumar cosas anormales a la velada pero que fingían ser cosa de nada.

Y era Hitoshi el que se quedaba callado y fingía usar su móvil, observando al rubio devorarse un plato lleno del bizcocho quemado que utilizarían para el pastel.

Minutos atrás, Kaminari prácticamente obligó a Shinsou para que le cantara el feliz cumpleaños. Y con muy poca actitud, lo hizo. Por alguna de esas razones que no podía comprender del todo.

El pastel era una desgracia de quemaduras, nata mal montada y unas velas usadas para la oscuridad que encontraron en la casa de campo. Pero para Shinsou fue imposible negarse cuando vio sus grande y brillantes ojos dorados suplicarle por seguirle el juego un momento.

—¿Cuáles son tus deseos, Kaminari? —Volvió a preguntar Shinsou. Aprovechó su confusión para sonreír—. Si me cuentas los tuyos, puede que te diga los míos el domingo...

Sabía que Kaminari era chismoso por naturaleza —no sería capaz de resistirse a tal oferta.

Y tuvo razón, ya que el muchacho abrió la boca varias veces. De la misma solo salía un inentendible balbuceo.

—¡Pues si te digo no se va a cumplir! —Se cruzó los brazos—. No vas a engañarme con ese truco. Seré estúpido, pero no soy idiota...

Shinsou levantó una ceja. Volvió a enfocarse en el móvil, suspirando como si fingiera rendirse.

—Supongo que tendré que responderte lo mismo cuando preguntes el domingo —Encogió los hombros.

Kaminari comenzó a verse un poco más dudoso, pero su voluntad todavía no flaqueaba.

—Igual no ibas a decirme... —Intentó convencerse—. ¡Sería más fácil hacer que Bakugo me abrace!

—Tal vez tengas razón —repitió Shinsou—. Pero supongo que no lo sabrás, por ahora...

Kaminari se veía bastante atrapado e indignado; al cabo de un momento, empezó a reírse mientras balanceaba su índice en dirección a Shinsou.

—Oh, Shinsou, eres un trampo-...

—¿No tienes sueño? —Shinsou fingió bostezar—. Ha sido un largo día...

—¡Pero apenas empieza mi cumpleaños! —chilló Denki—. ¡Todavía tengo que hacer la primera estupidez con diecisiete años!

—El guante y el pastel, que paz en descansen, quieren objetar ante esa declaración...

—¡Hey...!

Kaminari le dio un codazo en las piernas. Shinsou apretó los labios para no echarse a reír —permaneció lo suficientemente estoico, hasta que sintió los golpecitos de Kaminari como si le suplicara por atención.

—¡Ya detente! —exclamó Shinsou—. ¿No te vas a comportar como alguien de diecisiete? ¿O es que te está azotando la vejez?

Kaminari sonrió con fingida inocencia. Hizo como si se limpiara algo de su manga, con los hombros erguidos y una postura más adulta.

—Oh, es que me tengo que rebajar a tu nivel de niño de dieciséis...

Ya. Shinsou iba a golpearlo lo suficiente hasta que se le acomodaran todas las neuronas.

Pero cuando Shinsou estiró su brazo lo suficiente como para darle un zape en la frente, sintió los calientes —y pegajosos, por culpa de la nata del pastel— dedos de Kaminari cerrarse alrededor de su muñeca.

Podría haber sido suficiente si Kaminari solo se limitaba a detenerlo de golpearle. Shinsou no era una persona con ávidos de venganza... hubiese dejado que el asunto muriera allí.

Sin embargo, Kaminari trepó desde sus piernas hasta su torso. Lo empujó hasta que consiguiera recostarse otra vez sobre el sofá, pero cayendo junto con él aquella vez.

Shinsou se quedó tan pasmado y de piedra, que ni siquiera cuando el cuerpo de Kaminari se pegó prácticamente al suyo tras derribarlo fue capaz de reaccionar.

Sintió lo blando y cálido de su cuerpo contra el suyo, incluso si los separaba la tela de la ropa. Podía sentir lo irregular de sus respiraciones —cómo su pecho se inflaba contra el suyo cada vez que respiraba fuertemente.

Shinsou parpadeó, confuso. Nunca lo había apreciado tan de cerca. No a sus ojos dorados con motas color caramelo, que daban ese efecto como si brillaran igual que el sol. Ni tampoco las minúsculas, casi invisibles pecas —nada como las de Midoriya— sobre el puente de su nariz y sus mejillas sonrosadas.

No era raro observar todas esas cosas, ¿cierto...?

—Kaminari —Shinsou carraspeó—. Creo que me estás aplastando...

—¡Esa es la idea! —exclamó con una sonrisa traviesa—. ¡Por grosero!

Shinsou sintió como si le faltara el aire. Esperaba que solo fuera por tener los más de sesenta kilos del muchacho encima de su cuerpo, y no por otras razones que podrían terminar la noche de forma catastrófica.

Nadie podría haber negado que la situación era incómoda para ambos en ese momento.

Kaminari también tenía sus grandes ojos observando únicamente a Shinsou —como si no existiera otra cosa en el inmenso salón de la casa de campo que le generase más oscuridad.

Observó sus dedos temblorosos precipitarse hasta él. Kaminari parecía temblar, pero aun así lucía decidido. Era como si las yemas de sus dedos estuvieran buscando tocar las cuadradas líneas en la mandíbula de Hitoshi y trazarlas como si de un dibujo se tratara.

La mera idea le hizo entrar en pánico.

Porque todo aquello no podía ser más que una absurda situación.

—Joder —masculló Shinsou antes de que lo hiciera—. Creo que ahora yo voy a vomitar...

—¡Ew, no! —dijo Denki con una mueca—. ¡Esta camisa es nueva!

Shinsou sintió que se liberaba la presión física en su pecho, pero el nudo extraño seguía allí. Kaminari se sacudió la camisa tras separarse de él, pero ambos sabían que no se podía borrar lo vivido segundos atrás.

Los dos carraspearon al mismo tiempo —lo cual, por supuesto, volvió la situación unas cien veces más incómoda.

—¡Bueno! —rió Kaminari, dando un único aplauso—. Creo que tenías razón... la edad me está pegando fuerte... tendré que dormir temprano como los abuelitos...

—Serás dramático —bufó Shinsou para restarle importancia a todo—. Como sea, anciano. Prometo acompañarte al dentista cuando se te caigan los dientes...

Kaminari se llevó una mano al pecho, conmovido. Lucía como el mismo idiota de siempre otra vez.

Shinsou, por su lado, apenas conseguía regular la respiración. Ni siquiera sabía cómo su exterior era capaz de ocultar el alboroto que se producía por todo su interior.

—Te regalaré un dulce por ser un niño bueno, Shinsou... —Kaminari le guiñó exageradamente—. Ya sabes, un dulce...

—¿No querías dormir, anciano? —Shinsou le interrumpió. Sabía muy bien que Kaminari podría volver todo igual de incómodo en menos de un segundo—. ¿O es que solo puedes dormir en la camilla del geriátrico...?

Denki se puso de pie de un salto.

—¿Por qué siempre tienes que ser tan cruel? —rió. Le hizo una seña con la cabeza—. ¡Vamos! ¡Te enseñaré dónde hay que dormir!

Kaminari se alejó trotando de la sala. Sus medias hacían fricción contra el suelo, por lo que Shinsou no se sorprendió cuando el chico sufrió una descarga eléctrica al posar su mano sobre una mesada metálica en el pasillo.

Sonrió mientras negaba con la cabeza.

¿Desde cuándo le daba risa todo lo que ese bastardo hiciera?

Le persiguió por la sala. Kaminari ya se había escabullido por un hueco en el pasillo, el cual Shinsou dedujo que debía tratarse de la habitación de huéspedes...

Pero algo se sintió raro para él. Quizá fuese el hecho de que, aunque el pasillo estuviera largo, cada habitación que atravesó, solo estaba llena de trastos o se trataba de algún baño.

Kaminari le esperaba en el hueco de la puerta, sonriendo ampliamente y con una mano sobre la cadera mientras que la otra señalaba hacia el interior.

Shinsou sintió que se le cerró el estómago al ver el dormitorio.

—¡Ta-da! —exclamó—. ¡Bienvenido a Kaminari Resort! ¡Le presento la suite doble, que está de oferta por ser muy pronto su cumpleaños! ¡Esperamos que disfrute la estadía!

—Kaminari... —Shinsou dijo con un hilillo de voz—. Esto...

—¿Eh? —Denki ladeó la cabeza—. Ya, sé que me paso con los chistes... puede que huela a polvo, pero no está tan mal... ¡te juro que es muy cómoda y no rebota mucho! Créeme que no quieres preguntar cómo es que sé eso...

Shinsou tragó saliva con dureza.

¿Oler a polvo? Como si eso hubiese sido impedimento para él...

El maldito polvo no era ningún problema.

Había algo muchísimo peor en ese instante.

—Kaminari —habló Shinsou tras cerrar los párpados y frotárselos—. Solo dime una cosa...

El rubio sonrió muy amplio. Batió las pestañas de forma juguetona, juntando las palmas de ambas manos muy cerca de su cara, dando así un gesto muy inocente.

Uno que Shinsou sabía que no tenía una sola pizca de inocencia.

—¿Sí, Shin-...?

—¿Acaso estás pretendiendo que durmamos en una sola cama? —Le interrumpió Shinsou con seriedad.

Aunque, ciertamente, estaba cada vez más alterado en el fondo.

Ni siquiera capaz de ver a la cama a de doble plaza que ocupaba casi todo el pequeño dormitorio. No podía.

Kaminari alzó un dedo, sonriendo tan orgulloso como si hubiera descubierto América.

—¡Ah, será una sola cama! Pero, ¿sabes qué? —canturreó Kaminari—. ¡No hay problema porque es una cama matrimonial!

A Shinsou solo se le pudo escapar un bufido que Kaminari ya no escuchó porque se adentró al cuarto para así lanzarse estruendosamente al colchón de la gran cama matrimonial.

Por supuesto. Como si aquella aclaración hubiese sido muchísimo mejor para sus nervios.

¡El no dormiría en la misma cama que Denki Kaminari! ¡Ni en un millón de siglos!

¡Y era su última palabra!

Shinsou le terminó pidiendo el lado de la derecha de la cama.

—No puedo creer que accedí a esto... —masculló mientras acomodaba los almohadones—. Me merezco una estatua en un parque, o algo...

Kaminari era ajeno a sus desvaríos quejumbrosos. Lo cual, en parte, era mejor. No tendría que ponerse a sospechar sobre por qué Shinsou había estado tan reacio a dormir a su lado...

No es como si el mismo Shinsou supiera el por qué.

—¡Oh, vamos! —dijo Kaminari—. ¡Eso hacen los bros! ¡Y tú eres mi colega, Shinsou! Te quiero como a un hermano...

—No digas babosadas —rodó los ojos—. Además, ¿Kirishima no era tu tan presunto bro...?

—Es cierto —Kaminari se frotó la barbilla—. Diablos, acabó de romper el código de nuestra amistad...

Mientras Kaminari se lamentaba, Shinsou aprovechó para arrastrarse adentro de las sábanas, acurrucándose lo más que puedo sobre el lado que le tocaba. El otro no tardó en imitarle —estuvieron removiéndose, acomodándose y regañándose el tiempo suficiente hasta que, al parecer, ambos encontraron el lugar indicado para cada uno.

Ambos estaban en el extremo más alejado, respectivamente.

Shinsou se sentía bastante tenso. Se aferraba a las viejas sábanas como si toda la vida se le fuera en ello. Sentía como el cobertor se levantaba ligeramente cada vez que Kaminari daba una fuerte bocanada de aire. E incluso si no estaban nada cerca, el hueco que los separaba parecía arder con la furia de cien estrellas.

—Lamento si huele a polvo —rió Kaminari para romper el hielo—. Mi familia no viene muy seguido aquí...

—Me lo estaba imaginando —contestó Shinsou—. Muchas personas darían lo que fuera por tener una casa de campo, pero aquellos que la tienen rara vez la usan...

Sintió al otro deslizarse entre las sábanas hasta que quedó de costado —su costado—, observándole mientras apoyaba el peso de su cuerpo sobre el codo.

—¿Debería sentirme ofendido? —preguntó Kaminari con una sonrisa divertida.

—No lo digo particularmente contra tu familia —carraspeó Shinsou. Se dio la vuelta para no verle—. Es... una ley general de la vida.

Shinsou contó hasta cinco en lo que Kaminari demoró para responder. El muchacho suspiró, y acto seguido sintió que el colchón rebotaba con suavidad luego de que el rubio se arrojase de espaldas.

—Las familias son raras —Kaminari dejó escapar todo el aire contenido en sus mejillas infladas—. ¿Sabías que ni siquiera he visto a mis padres hoy? No me han dejado ni un mensaje...

Shinsou sintió un nudo en la garganta al escuchar su voz chillona que se sosegaba con cada palabra que narraba. Hubiese querido saber qué decirle, pero no es como si él conociera una fórmula para curar el abandono.

—Supongo que elegiste a la persona correcta para desahogar las tragedias de tu vida: yo no veo a mi padre desde hace una semana.

—Joder...

Shinsou se dio la vuelta para observar a Kaminari. Si bien ambos intentaban restarle importancia a todo el asunto, sabían de sobra que todo aquello no era más que una simple fachada.

No era solo una charla casual acerca de los malos padres que tenían.

Porque Shinsou sabía, en el fondo, que él y Kaminari no solo estaban unidos por las circunstancias de la vida o incluso por las insistencias del rubio en hacerse mejor amigos para siempre.

Los dos eran chicos solitarios.

Incluso si Shinsou tenía a Eri, o si Kaminari tenía dos docenas de amigos cercanos...

Cada vez sentía más a fondo el hecho de que, tal vez, los dos gravitaban en torno al otro porque deseaban sentirse comprendidos.

Sacudió entonces la cabeza. ¿Por qué se ponía a pensar todas esas mierdas un viernes en la noche...?

—No es nada —agregó rápidamente tras recordar que Denki estaría esperando una respuesta—. Con los años, te acostumbras. Mi padre no es malo...

Shinsou —Kaminari espetó, estirando su brazo para darle un toquecito en el suyo—. No es que quiera ser uno de esos entrometidos... porque ciertamente no soy como los chismosos de Sero y Mina...

—No tienes que decir nada —Shinsou apretó los ojos—. Mejor no lo hagas, Kaminari.

—De acuerdo —asintió—. Pero si algún día quieres hablar de verdad... sabes que siempre encontrarás un pecho muy fornido en tu bro sobre el cual llorar...

Shinsou se volteó para quedar boca arriba. No quería que Kaminari le viera esbozar una tímida sonrisa.

—No hablaremos de esto en tu cumpleaños —suspiró Hitoshi.

—¡Oye! —Kaminari masculló molesto—. ¡Técnicamente ya no es mi cumpleaños...!

—Ya mejor duérmete, es demasiado tarde para los abuelitos.

Kaminari abrió la boca, indignado. Shinsou ya no pudo ocultar una risotada grave que brotó desde su garganta y se esparció por cada rincón de su cuerpo, llenándole de una calidez que no había estado seguro de ser capaz de sentir.

Kaminari chasqueó la lengua mientras farfullaba y se acomodaba otra vez luego de apagar la lamparilla. Incluso si fingía estar molesto, no le salía lo suficiente.

Shinsou se sintió un poco intimidado de que todas sus sonrisas provocaran distintas reacciones en Kaminari. No se suponía que una sonrisa provocara tantas cosas en otro.

Porque cuando lo hacían, algo peligroso podía suceder.

Y le daba miedo.

—¿Shinsou? —Habló Kaminari luego de un instante.

La oscuridad era tan densa que apenas podían distinguir la silueta del otro. No podían verse, pero Shinsou creía poder entender lo que significaba cada alto y cada bajo en la voz de Kaminari.

Era curioso. Y era aterrador. Demasiadas cosas a la vez.

Sentía como si ellos dos se conociera de toda una vida, pero también como si no se conocieran en absoluto —los dos podían adelantarse fácilmente a lo que el otro diría o elegiría, pero no conocían algunos básicos y esenciales de la vida del otro.

Shinsou no tenía ni la más pálida idea de la vida de Kaminari. No sabía mucho acerca de sus padres médicos y que se la pasaban trabajando. No sabía de la niña de las fotos. No tenía idea sobre la ambigua relación con sus mejores amigos, ni tampoco qué clase de sentimientos le ataban a Jirou Kyoka.

Kaminari mucho menos podía saber más de Shinsou, excepto que tenía una hermana y un padre borracho. Que trabajaba vendiendo hamburguesas, y sus dos amigos más cercanos ni siquiera eran lo suficientemente cercanos.

Pero era como si no necesitaran saber esas cosas en absoluto.

Tal vez el tiempo lo revelaría.

Tal vez, pensó con un pedacito de calor en el centro del pecho, allí donde tuvo un nudo varios momentos atrás.

—¿Sí? —preguntó Shinsou tras mordisquearse nerviosamente uña.

—Este es el cumpleaños más bizarro y pacífico que he tenido —confesó anonadado—. Creo que es la primera vez en años que no me la paso borracho...

—Dicen que tarde o temprano maduramos todos, Kaminari...

Shinsou sintió un golpe en el pecho con una almohada. El susto le sacó un quejido, lo cual hizo desternillarse de la risa a Kaminari.

Le devolvió entonces el golpe, fingiendo que le alcanzaba otra vez su almohada. Sintió los manotazos que Kaminari daba a ciegas en medio de la oscuridad —y era tanto divertido como adorable.

Instintivamente, Shinsou se alejó un poco más al borde. Sentir que la distancia que los separaba era solo la de un brazo de distancia, provocó una ola de escalofriantes sensaciones en su cuerpo.

—Buenas noches, Kaminari —dijo Shinsou finalmente—. Ya duérmete de una vez.

—¡Dormir es para débiles!

—Entonces con más razón —agregó—. Y no me vayas a patear, o te mataré.

Kaminari siguió quejándose mientras se removía molestamente entre las sábanas. Shinsou tuvo que agarrarlas más fuerte, o acabaría sin cobijo en algún momento de la noche.

Al cabo de unos minutos —y después de un regaño de Shinsou—, Kaminari se quedó quieto en alguna posición seguramente incómoda.

Sin embargo, el chico suspiró ruidosamente como si no pudiera encontrarse más satisfecho. Como si estar en esa polvorosa cama junto a Shinsou fuese lo que más deseaba para su cumpleaños diecisiete.

—Buenas noches, Shin —bostezó Kaminari—. Gracias por aceptar pasar este día conmigo.

Esto apenas empieza ;;u;; todavía quedan muchas homosensualidades para vivir este fin de semana solitos ( ͡° ͜ʖ ͡°)

Kami es tontito, pero le gusta estar con Shinsou. Quiere hacerle feliz ToT aunque nunca sepa como, pero incluso con su sola presencia hace que el corazoncito de Shinsou haga doki doki djdbsjsjs son tan lindos ;;;;;; fangirleo con mi propio fic, ah

Se que tienen algunas dudas con respecto a la hermana de Kaminari... pronto sabremos más ;;o;; hay que ser pacientes, porque también veremos el pasado EraserMic! Las familias tienen más peso del que creen en este fic

Que más creen que pase este finde? Que le dará Kami de regalo a Shinsou? 7v7r Hagan sus apuestas! ——>

Estoy a menos de un Oneshot de terminar mi ShinKami Week :"D y el próximo sábado comenzaremos ya la semana y estoy MUUUUUUY emocionada con esto!!!

Estoy bastante motivada otra vez, y agradezco mucho los ánimos ♥️ ayer actualice DHYL, y mañana o sábado estarán listos los capítulos dobles de HPE. Y después las Weeks, que me emocionan mucho djdbsjsjdks

Muchísimas gracias por todos sus bellos comentarios, votos y lecturas! ♥️ cada día me sorprende más ver el inmenso amor que esto recibe Q u Q y aunque esté cerca de escribir las partes más cruciales del fic (que tocaría leerlas como por agosto), me agarra mucho la nostalgia. Disfruto muchísimo de todo esto ;;;

Nos vemos el próximo jueves!! Besitos ♥️

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