Capítulo 10

Atención:

1- Advertencia por ataque de pánico bastante gráfico. Pueden saltárselo si así lo desean (es la escena del medio, casi completa), porque realmente no quiero que les haga daño a quienes se sientan muy sensibles respecto a este tema ;; no soy alguien fan de "spoilear" mi propio fic, pero creo que en este caso prima el bienestar del lector que la "sorpresa".

2- Traté de tomar el tema con todo el respeto posible. Me he informado bastante para escribirlo, y espero que pueda estar a la altura de las circunstancias, sin dañar a nadie y/o ayudando a que se sientan comprendidos ;u;

Hay un agujero en mi alma,

que me ha estado matando desde siempre.

Es un lugar en donde el jardín nunca crece.

Sí, tendría que haberlo sabido mejor;

porque tu amor es como una espina sin la rosa

Hole In My Soul — Aerosmith

El aromatizante a pino del auto de Kaminari solo consiguió hacerle recuperar sus nauseas. El interior estaba fresco, y lo estuvo mucho más cuando el otro prendió el aire acondicionado... pero Shinsou se sentía atrapado.

Tenía que llegar a casa.

No era capaz de pensar en otra cosa.

—Tranquilo —dijo Kaminari con una mano en su antebrazo—. Respira. Y ponte el cinturón de seguridad...

—Bien —contestó Shinsou. Una vez que lo hizo, sintió el pecho apretado—. Por favor, arranca de una vez.

—Tú sujeta el freno de mano —pidió Denki mientras se acomodaba al volante—. Y avísame de cualquier otro vehículo que venga...

Shinsou hizo lo que el chico le pedía. Observaba por el espejo retrovisor mientras le avisaba de cada otro carro estacionado y al que se acercaban demasiado en un intento de salir del aparcamiento en plena calle.

Kaminari arrancó. Shinsou, en vez de sentirse aliviado de ya estar en camino, se sintió todavía más ansioso.

El camino para salir del barrio privado se sintió horrorosamente largo. La calle de Sero estaba mucho más metida en el corazón del condominio. Había demasiadas calles curvas y bastante oscuras, pero al menos se encontraban vacías.

Kaminari tuvo que fingir una animada charla de tal vez un minuto con el guardia de la zona. No podía alertar de que estaba borracho como una cuba. Le retendrían el automóvil y a quien fuera cómplice de permitir que saliera en tal estado de ebriedad.

Shinsou comenzaba a arrepentirse de aceptar.

—Relájate —Kaminari dijo con una sonrisa temblorosa—. Ya casi llegamos. ¿En dónde me dijiste que vivías...?

Shinsou rodó los ojos. Le dio unas cuantas explicaciones, enseñándole en cada calle que debía girar ya que no estaba seguro de que Kaminari se supiera el nombre de todas.

Le vio cabecear sobre el volante. Shinsou le dio un golpe en la nuca. Kaminari le dio una mirada indignada.

—¡No me pegues! —exclamó Denki—. ¡Me desconcentras!

—Pues deja de dormirte al volante —espetó Shinsou—. Y presta atención, maldita sea.

Kaminari refunfuñó algo entre dientes. Estaba también molesto de repente —Shinsou debería haber sido más agradecido, pero era como si un demonio tomara posesión de su cuerpo y le obligara a comportarse de esa forma tan asquerosa.

—Estás acelerando demasiado —dijo al sentir la velocidad—. Frena un poco.

—Vamos bien —contestó Kaminari con seriedad—. Estoy dentro del límite.

—Es demasiado rápido para el estado en que estás... ¡detente, el semáforo!

Un semáforo en rojo les recibió de repente en plena avenida.

—¡Igual no viene nadie!

—¡Kaminari!

Un automóvil les apareció de repente en la calle perpendicular por la que venían. Les tocó la bocina tan fuerte que Kaminari dio un respingo asustado.

Shinsou empezó a desesperarse.

—¡Acelera! —Shinsou le gritó.

—¡Me dijiste que no acelere tanto!

—¡Ahora acelera o el que viene allá nos va a chocar, idiota!

Kaminari, apretando los dientes, pisó el acelerador cuando ya casi sintió las luces del otro carro que venía a demasiada velocidad como ellos. Shinsou se pegó contra el asiento por la fuerza que la repentina velocidad del carro les causó.

Eran otro par de borrachos, seguramente.

Casi les pasó rozando el maletero, sin dejar de tocarles la bocina. Shinsou había tenido la ventanilla baja hacía un momento para sentir el aire frío, y fue entonces capaz de escuchar las carcajadas de la media docena de adolescentes que venían por el otro carro.

Les estaban haciendo señas obscenas.

Él no podía devolverles ningún gesto. Estaba demasiado ocupado calmando su corazón, en sincronía con el Audi de Kaminari que comenzaba a perder velocidad.

Al cabo de media calle después, ya andaban a una velocidad mucho más normal. Kaminari exhaló un gran suspiro que mezcló con una incómoda risotada.

—Vaya, qué cerca... —dijo Denki con la boca temblorosa—. Mis padres iban a matarme si rallaba el coche...

—No me hables —Shinsou espetó sin verle—. No te quiero escuchar.

—Pf, lo que sea...

Los dos siguieron el camino en silencio. No estaban lejos de su casa.

Shinsou quería gritar a Kaminari en ese momento. Quería decirle que era un maldito inconsciente y un loco peligroso —que podría haber ocurrido algo mucho peor que una ralladura en su bonito y costoso carro.

Ni siquiera quería pensarlo.

Pero su cuerpo tampoco le permitía hablar. Sus antebrazos eran un desastre de rasguños. Shinsou no podía dejar de rascar y rascar sobre la blanca piel; no hasta que sintió el ardor de los rasguños y vio la carne tornarse roja.

Kaminari lo había notado. No dejaba de echarle miraditas. Pero tampoco es como si dijera algo.

—Es ese casa de allá —dijo Shinsou señalando una vivienda con paredes amarillas por fuera y un árbol casi muerto en la entrada—. Aparca dónde quieras, nadie tiene coche por aquí...

En realidad, Shinsou estuvo muy tentado de decirle que aparcara sobre el lado de Chisaki —solo para molestar a su vecino—; aunque mejor no se ponía a tentar a su suerte aquella noche. Esperaba que el alboroto no llamara su atención.

Kaminari carraspeó algo incómodo. Le dio una ojeada por el parabrisas hacia la calle en la que acababan de meterse.

—Shinsou... este barrio...

—Tú solo sigue.

No quería escuchar que lo dijera en voz alta. No en ese momento. No tenía tiempo de sentirse mal por vivir en un barrio lo suficientemente peligroso para un niño adinerado como Kaminari.

El Audi aparcó justo en la entrada de su casa. Solo la luz de la planta baja se veía encendida. No había ninguna ambulancia o equipo de paramédicos en la entrada.

Shinsou ni siquiera esperó a que Kaminari terminase de estacionar. Abrió la puerta y dio un salto hacia afuera, corriendo hasta la casa como si el diablo estuviera persiguiendo a su alma.

—¿Eri? —gritó Shinsou apenas abrió la puerta con un sórdido golpe—. ¡¿Eri?!

Un ruidito vino desde la cocina. La cabeza de cabello blanco y lacio de Eri apareció por el marco de la puerta.

—¿Toshi...?

Suspiró de alivio. Shinsou sintió que le flaqueaban las rodillas y caía contra el suelo, abriendo sus brazos para que Eri corriera hasta ellos.

Cuando sintió su cuerpecito cálido contra su pecho, Shinsou se dejó relajar solo un momento. Envolvió por completo a su hermana, apretando la cara contra su hombro de niñita, respirando el shampoo de coco que a ella tanto le gustaba usar.

Sintió las lágrimas de Eri contra la tela de su camisa —la camisa de Aizawa—, y Shinsou hizo su mayor esfuerzo para acunarla y acallar sus sollozos que cada vez eran más fuertes.

—Sh, tranquila —Hitoshi le acarició en el pelo—. He vuelto.

—Los de urgencias dijeron que había demora —Eri hipó más fuerte—. Papá respira, pero no se mueve...

—Todo estará bien, Eri —musitó Shinsou besándole en la cabeza—. Todo estará bien.

Kaminari entró dando tumbos por la puerta. Shinsou se puso de pie, todavía sujetando a su hermanita entre los brazos mientras ella a su vez abrazaba Sir Nighteye, el unicornio de felpa que Midoriya le regaló. El muchacho se veía bastante amarillo —y estaba seguro que vomitaría en cualquier momento.

Pero Kaminari hizo un esfuerzo por contenerse. Abrió los ojos con sorpresa —lo único en lo que era capaz de enfocarse era Eri.

—Hola —dijo Denki sin pensárselo mucho.

Hola —contestó Eri temerosa.

—Me alegra que quieran presentarse, pero debo ver a papá —Shinsou depositó a Eri en el suelo—. Eri, quédate con Kaminari. Asegúrate que no se haga daño...

—Oye, soy un tipo capacitado —rió Kaminari—. Puedo cuidar de tu herma-...

—Le estaba hablando a ella.

Shinsou se dirigió hasta la sala de estar, dejando a un boquiabierto Kaminari que comenzó a replicar cuando ya estaba lo suficientemente lejos de la entrada.

Shinsou sintió que le picaba la nariz por el mal olor. La habitación ya no solo apestaba a tierra y humedad —las viejas cortinas de girasoles que alguna vez Yamada eligió eran un hervidero de polvo—, sino que se sumaba el vómito, el whisky y también la orina.

La televisión seguía encendida, solo que a un volumen demasiado bajo. Sus pies trastabillaron con el aire; comenzaba a ponerse otra vez demasiado nervioso.

Lo hizo más que nunca cuando vio un bulto negro a los pies del raído sofá. Shinsou se arrastró hasta el cuerpo que descansaba boca abajo, maloliente, con el cabello grasoso y las uñas llenas de suciedad.

Se tragó la bilis que subió por su garganta. El suelo alrededor de Aizawa estaba cubierto de líquidos de dudosa procedencia. Su padre yacía con la mejilla contra el suelo, babeando por tener la boca todavía abierta.

—Joder...

Terminó cayendo de rodillas. Se esforzó por levantarse ya que el suelo era una sola cosa de mugre; se acercó lo suficiente hasta su padre para correrle el cabello grasiento con tan solo un dedo.

Aizawa estaba demacrado. Su padre no llegaba a los cuarenta años, pero sus ojeras y las arrugas le hacían parecer de casi sesenta. Tenía una cicatriz debajo del ojo que Yamada no llegó a conocer, mientras que su pelo azabache tenía unos finos hilos blanquecinos que no se molestaba en tapar.

Efectivamente, su piel estaba más pálida que de costumbre y tornándose algo azulada. No quería moverlo de su posición, ya que no tenía ninguna idea de cómo ayudar a un hombre en un posible coma etílico.

El corazón le golpeteó en el pecho cuando acercó dos dedos hasta la vena en su cuello para asegurarse de que al menos estaba vivo.

El alma le regresó al cuerpo cuando sintió el pulso de su padre bajo las yemas de sus dedos. Shinsou se dejó caer, sentado, a su lado.

Dos pares de pasos resonaron a la distancia. Kaminari y Eri estaban en la sala, con la pequeña prendida del pantalón del otro chico.

—¿Está...? —Kaminari carraspeó—. ¿Está todo bien...?

—Está vivo, si eso preguntas —Shinsou se rascó en la nuca—. Es más duro que una roca. A veces, no sé cómo le hace para sobrevivir así...

Se arrepintió al instante ya que recordó que Eri seguía con ellos. La niña se agazapó más sobre sí misma y contra su unicornio.

—Eri —La llamó Shinsou—. ¿Qué te han dicho los de emergencias?

—Me han dicho que vendrían apenas pudieran —respondió Eri tragando saliva.

—¿Qué más? —Shinsou se puso de pie—. ¿Te han preguntado algo?

—Me preguntaron si lo de papá era usual...

Shinsou sintió una opresión en el pecho. Como si se le cerrara el diafragma poco a poco, y respirar se volviera más difícil.

—¿Qué dijiste? —preguntó tratando de mantener la calma—. ¿Qué les dijiste, Eri...?

La niña se encogió del miedo. Kaminari le puso la mano en la cabeza como si quisiera brindarle seguridad. Incluso el mismo chico se veía asustado.

Shinsou sabía que quizá lucía aterrador en ese momento.

Pero apenas podía controlarlo.

Apenas.

Era.

Capaz.

De.

Respirar.

—¿Te preguntaron si vivías con alguien más? —siguió inquiriendo. Sus uñas se le clavaron en las palmas—. ¿Te preguntaron si alguien te cuida?

—Les dije que tú, Toshi... —Las lágrimas se agruparon en los ojos de Eri—. Les dije que tengo un hermano...

Claro. Por supuesto. Un hermano. Porque Hitoshi no era más que el hermano mayor de Eri —y ni siquiera tenían lazos biológicos que los unieran.

El hermano que todavía no cumplía la mayoría de edad. El hermano que la abandonó para irse de fiesta.

Todo este desastre es tu culpa, dijo una parte de su cabeza. Tú, tú y nadie más que tú.

Se balanceó hasta que logró sostenerse de la pared. Todo le estaba dando vueltas, y vueltas, y más vueltas.

—Toshi... —Eri intentó acercarse a él.

—Ve arriba, Eri —dijo Shinsou apretando los dientes—. Ahora mismo.

Su hermana no le hizo caso. Dio otros pasitos hacia él, con Kaminari —sin decir una sola palabra todavía— a sus espaldas poniéndose alerta.

Se van a llevar a Eri por tu culpa, continuó diciéndose.

Él no estaba cualificado para cuidar de una niña. ¿Cómo podría haberlo estado? Seguramente acababa de dejarla sola con un padre al borde de la muerte por culpa de beber demasiado whisky.

Casi sintió la manito de Eri intentando tomarle la suya. La alejó tan bruscamente que ella soltó un chillido por el susto.

—¡Que te vayas! —gritó Shinsou. Dio una gran bocanada de aire antes de cambiar su tono—. Eri, por favor ya vete arriba...

Su hermana se quedó de piedra. Sus grandes ojos llenos de lágrimas no podían dejar de mirarle. Cómo temblaba. Cómo luchaba por no hacerse bolita contra la pared y pedir que la tierra se lo tragara.

—Código morado, Eri —Shinsou apenas pudo decir—. Es código morado.

Su hermana ahogó un jadeo, entre sorprendida y todavía más aterrorizada. Apretó tan fuerte el unicornio que Shinsou pensó que podría sacarle todo el relleno.

Genial, pensó para sí. Serás también el culpable de que tu hermana rompa a Nighteye, su juguete favorito.

Eri se dio la vuelta y salió corriendo de la sala, casi atropellando a Kaminari en el camino. Escuchó sus pasos resonando sobre la escalera de madera hasta que se perdieron en el piso de arriba.

Shinsou apretó la frente contra la fría pared. A duras penas consiguió quitar las uñas de su piel para agarrarse el pecho —comenzaba a sentir puntadas tan fuertes que pensó que podría morirse ahí mismo. Una mano invisible le atravesaba la piel, los músculos y las costillas para remover todo lo que había adentro.

Le iba a estallar el corazón. Eso era. No podía ser posible que latiera tan rápido y doliese de esa forma.

Shinsou iba a morir. Y dejaría sola a su hermana. Y se la llevarían. E incluso si no se moría en ese instante por un infarto, estaba más que seguro que su negligencia haría que se la llevaran de su lado a un lugar mejor.

—Shinsou... —Kaminari dijo con un hilillo de voz; trastabilló sobre sus pies mientras se acercaba—. Hombre, ¿estás...?

No te acerques —Shinsou siseó—. No... no me toques, Kaminari...

Kaminari tampoco hizo caso de su pedido. Se fue acercando lentamente hasta él, incluso si Shinsou le suplicaba que dejara de acercarse.

Nunca le había pasado aquello en frente de tantas otras personas. Apenas recordaba las veces cuando aquel dolor fantasma y un terror inexplicable le atacaban por las noches —y la voz ni siquiera le salía cuando deseaba gritar por sus padres hasta que los pulmones quedaran en carne viva.

Quería llorar como si fuese un niño otra vez. El pequeño Hitoshi, hijo de la prostituta y el convicto asesino, que sollozaba debajo de la cama en el orfanato para que los otros niños no se rieran de él.

Pero las lágrimas no salían. Ni siquiera podía obligarse a llorar. Se llevó frustrado las manos hasta la cara, rasguñando en sus mejillas el camino que lágrimas deberían haber seguido.

—¡Eh! —Kaminari chilló—. ¡No hagas eso!

Denki se abalanzó sobre él para sujetarle por los brazos. Pero Kaminari no era tan fuerte y era mucho más pequeño en tamaño, sin mencionar que debía seguir ligeramente borracho.

Shinsou dio un manotazo que conectó con la cara de Kaminari. Escuchó su quejido, aunque no estaba seguro de qué tan fuerte debió haberlo golpeado ni exactamente en dónde.

Se deslizó con la espalda contra la pared. Cuando se quedó sentado, apretó las rodillas contra el pecho, que seguía doliéndole, y contra su rostro que no era capaz de llorar.

Tu padre podría haber muerto.

Aizawa seguía boca abajo, respirando apenas, al borde de un coma alcohólico.

Se van a llevar a tu hermana.

Eri debía odiarlo por haberle gritado. Seguramente ella estaría feliz de alejarse.

¿Por qué no estás llorando, Hitoshi?

Sí, ¿por qué no lloraba?

¿Acaso no te importa?

Sí que le importaba.

¡Ya llora de una maldita vez!

—Ya basta —susurró con impaciencia, sujetándose los costados de la cabeza—. Nada es verdad... nada es verdad... nada es verdad...

Kaminari se puso en cuclillas hasta quedar a su altura. Shinsou se negaba a mirarle.

Tenía demasiada vergüenza. Kaminari estaba observando en primera plana uno de sus momentos de máxima vulnerabilidad.

—Shinsou... —susurró—. Oye, colega... no estás solo... estoy aquí...

—Ya déjame —masculló Shinsou—. No tienes que quedarte. Vete de aquí.

Kaminari alejó la mano que había intentado acercar hacia él. Vio un hilillo de sangre que manaba del labio inferior, justo allí donde Shinsou lo golpeó.

Se le quedó mirando por un momento.

Shinsou entonces cerró los ojos. Las luces de la casa estaban mareándole; parecían moverse por sí mismas, como si fueran juegos estroboscópicos que solo buscaban cegarlo.

Sintió una mano sobre su sudada nuca. Kaminari se acercó a él poco a poco, acallándole los murmullos que daba para sí mismo. Primero le tocó en la mandíbula para detener el castañeo de sus dientes —los cuales ni siquiera notó que estaban haciéndolo.

—Ya, ya —Kaminari dijo cerca de su oído—. Esto pasará. El miedo se va. Nadie se va a ir... nadie te va a dejar, Shinsou...

—Pero Eri...

—Eri está arriba —Kaminari le cortó—. Ella está bien. Tu papá también lo va a estar. Pero ellos necesitan que tú lo hagas, también...

Shinsou negó varias veces. La voz ya no le salía. Kaminari lo obligó a acercarse para que se recargara contra su hombro.

Todavía olía a tequila. Y a colonia. Y un poco a sudor. Pero estaba suave y calentito contra su cuerpo —era una extraña sensación que Shinsou nunca había sentido. No sabía definir si le gustaba, o no.

Kaminari le palmeó en la mejilla antes de bajar su mano por su cuello hasta el centro del pecho. Shinsou sentía que todo su cuerpo estaba al borde de estallar. A Kaminari no parecía importarle que su corazón latiera a mil por hora debajo de su mano.

Su toque no parecía ser tan fuerte como para detener a la mano invisible que hacía doler su pecho, pero podía apreciarlo. Al menos, era la primera vez que alguien se tomaba el trabajo de preocuparse lo suficiente.

Y no solamente eso. Debía ser la primera vez que Shinsou dejaba que otra persona se acercara lo suficiente en un momento donde no era dueño de ninguno de sus sentidos y facultades.

—Lo que tienes que hacer es respirar, ¿okay?

—Lo estoy haciendo —farfulló Shinsou—. Vaya consejo de mierda...

Kaminari suspiró. Si quería responderle, entonces no lo hizo. Shinsou sintió las mejillas calientes.

Si era la humillación del momento o el malestar, no lo sabía. No quería saberlo. No necesitaba preocuparse por más cosas y sentirse todavía peor.

—A la cuenta de tres, ¿va? —propuso—. Cada vez que diga tres, vas a inhalar. Y cuando yo llegue a seis, exhalarás todo eso que respiraste... así hasta que esté compongas, ¿de acuerdo?

No va a funcionar, dijo la voz en su cabeza. Respirar no va a quitar todo el desastre que se armó.

—Uno...

Nada tenía solución.

—Dos...

Kaminari solo tenía ideas inútiles. No tenía que sorprenderle...

—¡Tres!

Sintió la mano de Kaminari apretándole en el pecho. Pero, pese a eso, no era la misma opresión que su ataque estaba provocándole y haciendo sentir como si nunca más fuese capaz de regular sus respiraciones.

Inspiró todo el aire que pudo. Infló el pecho hasta que decidió que ya no entraba más.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Eso es! —Kaminari alentó con una sonrisa—. Ahora, cuatro...

Todo seguía dándole vueltas. El estómago le daba tales retortijones que en cualquier momento acabaría escupiendo todos sus órganos para que dejaran de hacerle sentir como si su cuerpo fuera a colapsar.

—Cinco...

Shinsou sintió que los ojos le picaban. Todo se le puso borroso.

—¡Seis! —exclamó—. ¡Suéltalo!

Liberó la gran bocanada que inspiró segundos atrás. Kaminari rió con emoción, dándole palmaditas en el pecho, pero sin darle tregua para descansar.

Le obligó a respirar rítmicamente otra vez.

Y otra.

Y otra.

Y otra.

Shinsou ya había perdido la cuenta de cuántas veces llevaba inhalando y exhalando contra el hombro huesudo de Kaminari. No es como si fuera el lugar más cómodo para calmar un ataque de pánico —pero nunca había tenido otro lugar más que un rincón solitario en su cama.

Todo su cuerpo seguía tenso y doloroso. Siguió y siguió respirando, casi alcanzando el ritmo que Kaminari le dictaba...

Justo a tiempo para que unas luces azuladas brillaran por la ventana de la entrada, y el timbre sonara tan fuerte que amenazaba con explotarle los tímpanos.

Shinsou agradeció que los paramédicos se pusieran a trabajar al instante con su padre en vez de preguntarle cosas. No tenía fuerzas para responder a nada.

Estaba todavía sin moverse en el exacto mismo rincón contra la pared. Tenía la mirada perdida, pero por su campo de visión pasaron al menos tres paramédicos diferentes; trasladaban botiquines, sueros, una mascarilla portátil de oxígeno y una conservadora donde cargaban las inyecciones.

No escuchó mucho de lo que dijeron. Solo «coma alcohólico», «suero al 5%», «tiamina» y «piridoxina».

No tenía idea de lo que significaba.

Kaminari estaba al otro lado del cuarto. Se mantenía de pie contra la pared, brazos cruzados y zapato contra la pared, sonriendo como si él no tuviese una cantidad similar de alcohol en sangre en ese mismo instante.

Shinsou hubiese soltado un comentario socarrón en ese momento. Bueno, el otro Shinsou. El que no tenía crisis como la que tuvo y quedaba en un estado catatónico después de ellas.

—¿Quién es el dueño de casa? —preguntó uno de los paramédicos.

Kaminari estuvo a punto de responder por él, pero Shinsou se puso de pie.

—Soy yo —contestó con la voz ronca—. Soy su hijo.

Nunca había sentido verdadera vergüenza de su padre —no importaba el desastre que Aizawa Shouta fuera.

Pero, en ese momento, Shinsou sintió que se le ruborizaban las mejillas al decirlo en voz alta. Especialmente al ver el rostro severo del paramédico.

—Ha estado al borde de un coma alcohólico, chico —contestó con seriedad—. Casi tres gramos por litro...

—Santo Dios —Shinsou se apretó el puente de la nariz—. Lo siento, hoy tuvo un día duro en el trabajo... suele moderarse...

El paramédico levantó la mano para que dejase de hablar.

—No quiero saber. No es mi lugar ni posición —resopló—. Tampoco reportaré... la existencia de menores con posibles sustancias adentro de sus cuerpos.

Dio una mirada hacia Kaminari, que hacía lo que fuera por mantenerse en equilibrio.

—¡Eh! —masculló indignado—. ¡No estoy ebrio! ¡Hasta puedo hacer el cuatro...!

Shinsou lo fulminó con la mirada. El paramédico arqueó las cejas mientras Kaminari levantaba una pierna y alzaba los brazos en su intento de hacer el tan llamado cuatro.

Falló estrepitosamente.

—¡Ups! ¡Lo siento! —rió incómodo—. Vaya, esos bombones de licor estaban fuertes...

El paramédico rodó los ojos. Tomó una libreta de su bolsillo para empezar a anotar algunas cosas y así arrancar la hoja que tendió a Shinsou.

Las letras se habían borrosas y distorsionadas en su mente.

—Controlen que no se deshidrate. Necesita recuperar electrolitos, aunque con el suero debería alcanzarle... también deben controlar que no se broncoaspire con su propio vómito —dijo—. Y ahí hay algunos medicamentos que pueda necesitar.

—Eh... ¿cuánto me va a costar todo esto? —Shinsou balbuceó, todavía intentando enfocar la vista en la lista.

—No sé —El paramédico encogió los hombros—. Hablen con su doctor de cabecera.

Ni siquiera tenían doctor de cabecera.

Los paramédicos consiguieron una camilla móvil con la que trasladaron el cuerpo inerte de Aizawa —conectado a un suero— hasta su dormitorio en el piso de arriba.

Shinsou supuso que tendría que pasar la noche a su lado para que no se ahogara con su vómito. Vaya forma de vivir un fin de semana.

Los paramédicos dieron unas últimas recomendaciones antes de partir. Shinsou cerró la puerta con cuidado, recargándose durante un instante contra la madera para poder pensar con algo de claridad.

Su mente seguía demasiado enturbiada.

Dio un vistazo al rellano de la escalera. Los grandes ojos curiosos de Eri estaban espiándole. Escuchó sus pasitos salir corriendo en cuanto Shinsou se dio la vuelta.

Pero la verdad es que no estaba queriendo hacerla asustar. Solo quería enfrentar a Kaminari.

Que seguía en la sala intentando hacer el número cuatro. Se tambaleó cuando descubrió que Shinsou le estaba espiando. Tuvo que reírse para no verse como un tonto.

Era algo así como su mecanismo de defensa para enfrentar la vergüenza de que Kaminari lo viera en aquel estado. Que estuviera borracho podría servir para fingir que en realidad nada pasó.

—Te juro que puedo hacer el cuatro —dijo Denki—. ¡La octava tiene que ser la vencida!

—Seguro —Shinsou dijo—. Oye, Kaminari...

Se rascó en la barbilla, solo que mucho más suave y sin intención de lastimarse. Vio que sus uñas tenían algunos restos de sangre seca. No estaba seguro qué tanto daño había conseguido hacerse a sí mismo —no quería saberlo por esa noche.

—No tienes que decir nada —soltó Kaminari—. No pasa nada. Tranquilo, colega, yo soy una tumba.

—No es eso —Hitoshi frunció las cejas—. ¿Cómo es que supiste la forma en que debías actuar?

—Oh —soltó Kaminari con sorpresa—. Bueno, Jirou ha tenido algunos... ella sufre de... bueno, supongo que de nada sirve aclararlo...

Shinsou asintió. Tal vez era mejor que no lo dijera. Pero solo un tonto no lo hubiese notado, o al menos sospechado.

Denki suspiró.

—Ella me enseñó lo que hay que hacer cuando alguien contigo se siente de esa forma —contó—. Ella suele arrancarse los cabellos. Y no le gusta que la toquen mucho al principio, pero sí que quiere que la abracen hasta que su respiración se sincronice con la de ella.

—Eres muy versado en el tema, por lo que veo —Shinsou sonrió de costado con algo de sorna—. No imaginé que podrías ser... tan grata compañía.

Los ojos de Kaminari se iluminaron. Sacó pecho, como si fuese lo suficientemente musculoso o macho y no un chico enclenque que solo usaba camisetas de bandas de rock.

—Bueno, ¿qué te digo? ¡Soy todo un héroe!

—Seguro, Kaminari —asintió—. Deberías llamarte Súper Cuatro.

—¡Hey!

Shinsou rió levemente. Kaminari con los mofletes inflados y la boca apretada como pato era una imagen lo suficientemente divertida.

El muchacho se olvidó rápidamente del enojo. Empezó a juguetear con la punta de sus zapatillas de marca.

—Así que... ¿código morado? —inquirió Denki con curiosidad.

—Ah, eso —suspiró Shinsou—. Es una de las cosas que le enseñé a Eri. No significa exactamente mis... bueno, eso. Pero ella sabe que debe correr arriba y esconderse si hay un código morado.

En realidad, Shinsou lo había inventado con otro objetivo.

Lo hizo para que Eri saliera corriendo en caso de que los servicios sociales se aparecieran algún día por la casa. Podría mentir que estaba con una amiga. O en lo de tío Toshinori.

Le había grabado tan fuego lo importante de los códigos morados, que minutos atrás, Shinsou no fue capaz de pensar en algo más fuerte para alejarla.

No quería que su hermana lo viera de esa forma. Si el único sostén que tenía se derrumbaba, ¿cómo podría haber sobrevivido Eri?

—Bueno... debería irme —Kaminari carraspeó—. Necesito acostarme de una vez o creo que vomitaré sobre tu bonita alfombra...

—Ni hablar de que vas a conducir —espetó Shinsou—. Tú me esperas aquí mientras te pido un taxi. Tu bonito Audi puede esperar a que lo busques en la mañana...

Kaminari rezongó.

—¡Te juro que estoy bien!

—Pero eres un conductor horrible —Shinsou se cruzó de brazos—. Y estás ebrio.

—¡Soy mejor conductor que Kiri!

—Entonces temo por Kirishima. No tanto por Bakugo —dijo—. Si tú conduces de esa forma, no me imagino cómo le hace él.

Kaminari siguió farfullando. Shinsou no le hizo caso mientras pedía un taxi que lo buscara desde la puerta de su hogar. También le arrebató la llave del bolsillo en cuanto se distrajo.

La verdad es que Kaminari no se veía ya tan borracho. Seguramente el susto le habría hecho recuperar todos sus sentidos y funciones motoras de repente.

Quizá Kaminari no hubiese tenido problemas en regresar a su casa en el carro. Ya era bien de madrugada. Hasta los borrachos más borrachos no debían andar por la calle a esas horas.

Shinsou no quería admitir que era solo una excusa para, tal vez, ver a Kaminari la mañana siguiente.

O eso creyó hasta que Kaminari se presentó a la mañana siguiente... y envió a Eri para que devolviera su llave, con la excusa de que estaba dormido.

Tengo mucho miedo de subir este capítulo y que alguien pueda encontrarlo ofensivo ;;;

Desde que comencé esta historia, tuve muy en claro que Shinsou tendría ansiedad. Creo que lo he dejado entrever entre líneas, y me sentiría orgullosa de mi misma si es que lo han notado ;;; yo no tengo ansiedad generalizada, así que leí mucho y pregunté todavía más la forma correcta de hacerlo (yo tengo otro espectro de la ansiedad pero no viene al caso)

Algo en lo que muchos coincidieron es esto: no querían que fuese algo "superficial" lo que disparara la ansiedad de Shinsou, ni que tampoco se le vaya para siempre "con amor". En la primera creo que lo hice bien (? Pero la segunda podría malinterpretarse con la presencia de Kami...

Pero quiero que sepan que nada de lo ocurrido en este capítulo contribuye a que Shinsou deje de tener ansiedad; el todavía la tiene. Quizá no veamos ataques de pánico tan gráficos (porque sería triggering para algunos), pero los síntomas y sus consecuencias estarán. Es solo que es la primera vez que Shinsou se siente acompañado por alguien, y creo que es normal que eso le haga sentir renovado (al menos hasta la mañana siguiente que es normal que se sienta expuesto y no quiera verlo) ;;; ha pasado esto solo por muuucho tiempo

Su relación se hace cada vez más y más estrecha! Que creen que pase a partir de ahora? 7u7 creo, si mis cálculos no fallan, que estamos a un par de capítulos de llegar a la mitad de la historia! Dejen sus teorías por acá ——>

En fin, lo que quería recalcar es que intenté (e intento) escribir una historia que pueda sentirse real. En la que muchos puedan ponerse en lugar de los protagonistas, ya sea por uno o varios motivos. Este tipo de historia es nueva para mi, y se que cometo muchos fallos. Estoy abierta a críticas, o simplemente a escuchar sus testimonios si es que ustedes desean desahogarse ;u;

Muchas gracias por todos sus votos y comentarios!! Sepan que me hacen muy feliz ♥️ quiero creer que Wattpad ya está arreglado ;;; ayer andaba mal y no pude subir actualización, así que... mañana hay capítulo de DHYL!!

Nos vemos el jueves que viene! O mañana, si es que leen DHYL. Besitos ♥️

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