ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ²⁴
Después de que Calem se fuera de la casa no lo he vuelto a ver. Hayes volvió a casa, al igual que Jordan. Las cosas se habían puesto tensas después de eso y todos decidieron volver, menos yo. Yo fui la única que se quedó allí, intentando tomar aire y aclarar mis cosas un poco.
Suspiro mientras intento abrir la puerta con las manos cargadas de bolsas. Entro y dejo las bolsas en el suelo para poder quitarme el abrigo y las botas de nieve.
Se lleva anunciando tormenta para este fin de semana, y no iba a quedarme encerrada sin nada de comida. Eso sí que no, antes gorda que nada.
Camino hacia la cocina y guardo las cosas. Cierro la nevera y meto las bolsas en el cajón. Cojo una botella de alcohol y empiezo a beber de esta hasta acabármela. Me siento en el sillón mareada dispuesta a descansar finalmente cuando las luces se apagan y queda todo en una profunda oscuridad.
Gruño frustrada y presiono el interruptor de la luz viendo que, sin éxito alguno, no se encienden. Sigo caminando tambaleándome hasta el sótano para ver el cuadro de luces y cuando compruebo que efectivamente no es un fallo de este vuelvo a la sala. Intento abrir la puerta del sótano y no encuentro el pomo. Frunzo el ceño y enciendo la linterna del móvil con dificultad ante mi vista nublada. Miro hacia la puerta y no hay pomo. Literalmente no hay pomo. Bajo la mirada y lo veo en el suelo. Lo intento colocar y sin resultados.
—Joder. No podía pasarme en otro momento, no. Tiene que ser cuando estoy en el maldito campo, sola y borracha.— siseo maldiciones en voz baja y llamo a Hayes, Jordan, mis padres, sus padres y ninguno contesta. —No me jodas.
Me siento delante de la puerta pensando en qué hacer y sin darme cuenta ya estoy llamando a Calem.
—¿Si?— mi corazón palpita irrevocadamente al escuchar su voz. Me muerdo el labio con nerviosismo y contesto.
—Calem, necesito tu ayuda. Estoy en la casa del campo sola y borracha, más o menos— me río— se fue la luz y estoy encerrada en el sótano, no tengo cómo salir. No pensé que iba a morir así pero mi patética vida tenía que acabar patéticamente, ¿te lo puedes creer?
Cuando no escucho respuesta miro el móvil y está sin batería.
Definitivamente a mi no me pueden salir las cosas peor.
Cierro los ojos apoyando la cabeza en la puerta y un escalofrío de frío me recorre. Coloco las manos al rededor de mi cuerpo intentando proporcionarme calor y pronto comienza el castañeo de dientes.
Miro por la ventana y veo que está nevando fuera, y que parte de nieve está entrando por la hendidura abierta de esta. Esa ventana nunca se ha podido cerrar, está oxidada y es imposible moverla.
Busco algo con lo que taparme y no encuentro nada. Y sé que si no hago algo rápido puedo tener una hipotermia.
Camino hacia la ventana e intento cerrarla, pero como ya dije antes es imposible. Lo único que consigo es romperla.
La ventana cae al suelo rompiéndose. Los cristales se clavan en mi pie y gimo con dolor. Miro mi pie pero son apenas pequeños rasguños.
Vuelvo a sentarme en la escalera. Si estudié biología sirvió de algo. Mi cuerpo está gastando energía en regular la temperatura de mi cuerpo, y no quiero perder más de la cuenta.
No sé en que momento cierro los ojos pero cuando los abro no puedo moverme. Mis manos están rígidas y mi piel muy pálida. Y vuelvo a decir que no soy experta, pero creo que esto no es bueno.
—Alexandra— escucho a lo lejos. Intento hablar pero no puedo. Se escuchan ruidos en la puerta detrás mío. —Joder, Alexandra. Contesta.— vuelvo a intentar hablar pero no puedo. —Mierda, voy a tirar la puerta, si estás ahí detrás y me escuchas aparta.
Muerdo mi lengua que es lo único que siento e intento deslizarme por la escalera. La puerta detrás de mi se rompe y cierro los ojos.
—Mierda, Alexandra.— las manos de alguien me sujetan y me levantan, y cuando alzo la mirada vislumbro a penas que es Calem. —Joder, estás congelada.
Siento como subimos las escaleras y me sitúa en mi cama. Se aleja de mi y lo siguiente que escucho es el agua de la bañera. Vuelve a cargarme y me pone en la taza del bater.
—Tengo que quitarte la ropa.
Calem.
—Tengo que quitarte la ropa— mi cuerpo tiembla con nerviosismo sin saber que hacer. Cuando tiré la puerta y vi a Alexandra así casi me da algo. Su piel está súper palida y fría, está temblando todo el rato y está bastante ida. —Te vas a poner bien, tranquila. No voy a dejar que nada te pase.
No sé porque, después de todo el daño que me ha hecho, quiero ayudarla a la vez que ahora que la tengo a unos pasos de mí, quiero huir. ¿Quién me entiende?
Alexandra logra acelerar mi respiración y mi corazón. Su sola presencia logra ser imponente y no puedo evitar sentir miedo. Como cobarde, intento evitar mis sentimientos hacia ella, pero es casi imposible. Alexandra logra derribar mis barreras con solo una mirada.
La bajo en la bañera con cuidado y la dejo recostada.
—Vas a ponerte bien, bicho— le digo. Comienzo a quitarle la ropa ganando algunos quejidos de su parte. Logro quitarle la camisa y suspiro al dejarla expuesta, viendo por completo la perfección de su cuerpo.
Joder, Calem. No es el momento.
Paso la lengua por mis labios humedeciéndolos y suspiro antes de agacharme frente a ella. Paso mis manos por sus piernas y le quito los pantalones y la ropa interior. Deslizo fuera de su cuerpo su camisa y aprecio su cuerpo brevemente.
Es putamente perfecta.
Paso mis manos delicadamente por su cuerpo y vuelvo a levantarla para colocarla en el agua caliente de la bañera después. De su boca escapa un gemido y cierra los ojos.
Intento mantener la calma y empiezo a mojar su cuerpo. Intento distraerme cuando el agua empapa por completo su cuerpo. No existe algo llamado autocontrol cuando se trata de Alexandra. Me resulta fuera de lo normal el efecto que tiene el pequeño bicho en mi.
Una vez termino la saco de la bañera y coloco una toalla alrededor de su cuerpo torpemente. La alzo y la cargo hasta dejarla acostada en la cama.
—Calem...— me llama.
—¿Si, bicho?
—Tengo frío.
Y por un carajo que tiene frío. Estaba al borde de una hipotermia cuando la encontré. Me acerco al termostato y subo la calefacción de la habitación.
Seco el cuerpo de la morena delicadamente y le coloco un pijama caliente en su cuerpo. Suspiro. Alguien debería darme un premio por no haberla lanzado a la cama y haberme hundido en lo más profundo de su cuerpo, pero me encargo de recordarme lo frágil que se encuentra.
Vuelvo a dejarla en su cama y busco una manta bastante abrigada para taparla. Al ver que sigue medio ida bajo a la cocina y cocino una sopa para que entre en calor.
Vuelvo a subir con un plato de caldo y la siento suavemente.
—Venga, tienes que comer aunque sea un poco.— sus ojos se clavan en los míos y sé lo que quiere decir aunque no lo diga.
—No me voy a ir a ninguna parte. Te quiero, Lexa. Y ahora come antes de que te obligue.— ríe suavemente y abre la boca. Empiezo a alimentarla y una vez termina me levanto. Su mano agarra la mía deteniéndome.
—No te vayas— dice. Asiento y pongo el plato en la mesilla de noche. Abro las mantas y me acuesto a su lado. La abrazo y por un momento me olvido de todo y me relajo. Sé que puedo salir dañado, pero en estos momentos no me importa nada.
Ella se pega a mi lado, pasando su mano por mi abdomen y la dejo, porque se siente jodidamente bien sentirla contra mí después de haberla echado tanto de menos. Acaricio su cabello, decidiendo que decir. Ella seguramente recuerde una mierda de esto mañana, así que tengo la libertad de poder decirle lo que sea pues no lo va a recordar. Estoy hasta el culo de negar mis sentimientos por ella, y necesito desahogarme aunque no recuerde nada.
—¿Quieres escuchar una historia?— siento como mueve su cabeza en mi pecho indicando un si. —Había una vez un pequeño bicho travieso. El bicho se sentía mal porque era diferente a los demás, y todo el mundo se metía con ella por eso.
—¿Ella? ¿El bicho es ella?— río ante su interrupción y asiento. —¿No sería bichita entonces?— río más.
–Bueno. Pues a la bichita no le importaba lo que los demás decían de ella, pero si había una opinión que le importaba y era la del bicho más famoso. Ella quería gustarle así que le pidió ayuda a una mariposa.
—¿Una mariposa?— vuelvo a asentir— ¿y la bichita que era?
—Una oruga— no tardo en contestar— una pequeña oruga— cuando se queda callada decido continuar.— La mariposa accedió a ayudar a la oruga en convertirse en una mariposa. Pero lo que la oruga no sabía es que para la mariposa ella era aún más bella que todas las mariposas juntas. La oruga consiguió transformarse en una mariposa, la más bella de todas, y todas las mariposas del lugar la querían. La pequeña bichita se convirtió en mariposa y voló lejos, rompiéndole el corazón a la mariposa que le ayudó, que estaba enamorada de ella desde que la bichita era una pequeña oruga.
¿Qué estoy diciendo? ¿Por qué estoy contándole esto? Parezco retrasado y todo, hablando de cuentos de hadas disfrazados
Alexandra se pega más a mí y sé que tiene el ceño fruncido.
—No me gusta. Voy a pensar que al final la bichita volvió con la mariposa, se enamoraron y vivieron felices para siempre.
Me echo a reír, —Claro que si, bichita.
—No, Calem. La bichita es la del cuento, no yo, bobo—bosteza—tengo sueño.
—Duerme, renacuaja.
—¿Calem?
—¿Si?
—¿Tú ya encontraste a tu bichita? ¿Es por eso que nunca te has enamorado? — frunzo el ceño.
—¿Quién dijo que nunca me he enamorado?
—¿Lo has hecho?— suspiro y la miro — Ya te dije que si, Alexandra. Antes de marcharme. Dije que te amo.
Alexandra.
Respiro sobre su pecho.
—Te quiero— susurro. Sus ojos me miran cuidadosamente y deja un beso en mi frente.
—Te quiero— dice.
Y por un momento me permito ser feliz junto a mi mariposa.
—
Se los debía. Era hora de ver a nuestro bb feliz.
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