Enséñame a decir adiós
Partes: Capitulo único.
Advertencia: Spoilers del final del anime, primera temporada. Mucho dolor y lágrimas.
B A D E N D I N G.
Nota del autor: A decir verdad me identifico mucho con Ray. Ambos tenemos muchos problemas relacionados con nuestra madre, unos más jodidos que otros. Quienes habrán leído "Disfuncional" sabrán que a veces los padres la cagan.
[Por una última vez, enséñame lo que necesito en este momento]
No sentía frío.
Ni calor.
O las lágrimas en sus mejillas.
No sentía nada.
Se quedó parado recibiendo los consuelos y los pesares del resto de su familia quienes se retiraban para encerrarse en su propio llanto. Pero él se quedó. Parado en medio del campo. Con un arma cargada en caso de peligro.
— Ray — la voz de Anna era temblorosa, inestable. La suya debía sonar peor por desgastarla tanto en un solo día. Simplemente decidió ignorarla a pesar de todo. No quería hablar con nadie, estaba seguro de que nadie quería oírlo hablar con esa voz tan quebrada. Tan rota y tal vez hasta cierto punto espeluznante.
Lo único que le venía a su cabeza era el brillante pelo anaranjado, perteneciente a una tierna niña de un orfanato. Cuidada por su madre y conviviendo con sus hermanos. Era muy lejano ¿cuántos años habían pasado ya? No lo sabía, era tan fresco pero a la vez era borroso. Aunque algo era claro, la paz engañosa construida sobre por un bloque de mentiras era claro y nunca olvidado. Como también la feroz mirada de su madre, Isabella, al acecho y al cuidado del ganado que pronto será consumido por las bestias que merodeaban alrededor de la fachada del orfanato.
— Ray — lo llamó de nuevo, alzando la voz.
— Cállate — murmuró el azabache sin intentar hablar claro.
— Deberías entrar — no lo había escuchado — Está lloviendo. Te vas a resfriar, si sigues aquí afuera.
Ray ahora estaba confundido. No estaba lloviendo, miro al cielo era claro sin ningún rastro de nubes que indicará ese pronóstico por parte de su hermana, ¿a qué se refería Ana?
Pero luego lo entendió, en un momento de reflexión. A él nunca le había gustado llorar, lo veía como un signo de debilidad. Era una pequeña mentira para justificar esas amargas gotas que recorrían largo de su rostro. Suspiró, admitió que ese gesto era dulce. Pero no era el momento.
No se molestó en dar respuesta. Sin embargo no creía que Ana quisiera decir palabra alguna por al menos un mes. Solo se forzaba por su seguridad.
— Regresa con los demás, estaré bien no estoy indefenso — habló después de un largo rato. Escucho los pasos de la rubia tomar camino por el sendero de vuelta a la base.
¿Cómo debían hablar? ¿Cómo miraría a los ojos a su familia después de lo acontecido? Sabía que no era su culpa, por amor a Dios lo sabía. Pero ese sentimiento era traicionero, consumidor y tóxico. Buscaba culpables basadas en las más mínimas razones que no eran justificados por hechos. O te asfixiaba en su eterno mar que te engullia sin piedad.
Nunca le enseñaron a lidiar con la culpa de la muerte de un ser querido. Isabella no le dio la lección de como superar a un amor perdido ( porqué ella tampoco supo como hacerlo)
Su odio hacia esas criaturas infernales infernales sólo aumentó a niveles catastróficos. No sabía si podría cumplir último deseo de Emma. De hacer un mundo crear un mundo donde los humanos y los demonios pudieran convivir en paz.
Él sabía la respuesta, era dolorosa, implicaba que saliera con todas sus fuerzas al exterior y resolverlo con palabras. No con un arma cargada, no con el arma que llevaba en su espalda. Tal vez encuentre la fuerza entre los suspiros llenos de sangre que venían de la delicada boca de Emma.
Se sentía otra vez como un niño pequeño, en busca del cobijo de su madre, a pesar de que sabía que era la mensajera de la muerte.
Y suplicó, suplicó a los cielos a su madre que seguro ya no estaba entre los vivos. Por que algo era seguro, que esa mujer de bellos ojos amatistas, fue devorada por aquellos seres que también se llevaron a su querida Emma.
Lloro para recibir una, por sólo una elección más, que enseñar a cómo decir adiós. Que enseñar a pasar las noches sin derramar ni una sola lágrima. Que le enseñara a cómo mirar a sus seres queridos. A cómo consolar el corazón roto de aquellas almas que sufrían por una pena. De cómo arreglar el alma de aquellas personas que dejó atrás la estela de la muerte.
Porque ese era el problema con esa parte del ciclo de la vida, el problema de la muerte no es la gente que se va sino la gente que dejaba atrás.
Isabella le enseñó todo lo que sabía me enseñó a cocinar, tejer, cocer, peinar, cosechar, limpiar, a cuidar y tal vez amar. Ella era cruel, porque nunca le enseñó cómo decir adiós. ¿Había una forma de decir adiós a una persona tan brillante como el Sol?
No podía olvidar sus brillantes ojos iluminados por la curiosidad de descubrir al mundo que se le fue negado desde el nacimiento ni la hermosa voz que lo llamaba de la manera más dulce que jamás podría oír de otra boca que no fuera la suya. Ni el sentimiento de ese amor tan puro que ahora lo hería.
Que alguien tuviera la piedad de decirle. De enseñarle. Porque tampoco tenía a Yuugo para darle esa importante lección que necesitaría a lo largo y ancho de su vida. Porque perdería a más personas, perdería más hermanos tarde o temprano. Ya sea por los demonios, por otro ser humano o por la crueldad de la naturaleza.
Esta era la tierra de nunca jamás donde los niños nunca crecen porque ellos morían antes de poder ser adultos.
Y juraba que cambiaría esa norma por todos. Ésta sería la tierra de una nueva esperanza, pero eso no sería hoy. No en este estado tan crudo en el que se encontraba.
Tendría que aprender por su cuenta como decir adiós. Alguien tenía que hacerlo para poder enseñar lo que Isabella nunca pudo hacer.
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