4 - Encuentros Inesperados
Me desperté en la mañana, la luz del sol filtrándose a través de las cortinas indicaba un nuevo día, uno que coincidía con mi cumpleaños. Pero nadie parecía recordarlo, ni siquiera yo. Me levanté de la cama, bostecé y me estiré. Me puse las pantuflas, el albornoz, y bajé las escaleras. No había nadie en la sala, solo una nota sobre la mesa. La tomé y la leí. Era de mis padres.
"Querida Elara, feliz cumpleaños. Lamentamos no poder estar contigo en este día tan especial, pero estamos de viaje de negocios. Esperamos que lo pases bien y que nos llames cuando puedas. Te queremos mucho. Papá y mamá."
Suspiré y dejé la nota en su lugar. Era lo de siempre. Mis padres siempre estaban ocupados, viajando por el mundo, cerrando tratos, haciendo dinero. Nunca tenían tiempo para mí, ni para celebrar mi cumpleaños. Ya estaba acostumbrada, pero eso no quitaba que me doliera. Me sentía sola, muy sola.
Entré a la cocina, buscando algo de comer. Allí me esperaba una sorpresa. Una de las empleadas, Estela, me recibió con una sonrisa y un abrazo. Estela era como una segunda madre para mí, me conocía desde que era una bebé. Siempre estaba pendiente de mí, me cuidaba, me mimaba, me escuchaba. Era la única que se acordaba de mi cumpleaños.
— Feliz cumpleaños, mi niña. Te he preparado una torta de chocolate, tu favorita. Ven, siéntate conmigo y cómete un pedazo. — me dijo, llevándome a la mesa.
— Gracias, Estela. Eres un sol. - le dije, emocionada.
Me senté con ella y corté una rebanada de la torta. Estaba deliciosa, suave y dulce. Estela me miró con ternura y me preguntó por mis planes. Le conté que hoy era la convención de política y economía, y que iba a participar como parte de la empresa familiar. Ella me felicitó y me dijo que estaba muy orgullosa de mí. Me sentí feliz de compartir ese momento con ella, de tener alguien que se interesara por mí, que me quisiera. Me sentí menos sola.
— Pero no te demores, mi niña. Tienes que bañarte y cambiarte para ir a la convención. Yo ya he llamado a tu chofer, y te estará esperando abajo cuando estés lista. - me recordó Estela, mirando el reloj.
— Tienes razón. Gracias por todo. — le dije, levantándome de la mesa.
— De nada, mi niña. Que tengas un buen día. Y no te olvides de divertirte un poco, que la vida no es solo trabajo. — me aconsejó Estela, dándome otro abrazo.
— Lo tendré en cuenta, te quiero. — le dije, devolviéndole el abrazo.
Salí corriendo de la cocina, subí a mi habitación, entré al baño y me metí en la ducha. El agua caliente me relajó y me despertó. Me lavé el cabello, me enjaboné el cuerpo, me aclaré, me sequé, salí del baño y me miré al espejo. Me peiné el cabello, me maquillé, me perfumé. Luego fui al armario, donde elegí el atuendo para la convención. Me puse un atuendo elegante pero no pretencioso, conformado por un pantalón sastre negro, combinado con una blusa blanca impecable y un blazer gris oscuro. Me puse unos pendientes de perlas, mi reloj y mi pulserita de la suerte. Quería transmitir seriedad sin perder la comodidad. Me puse el abrigo y cogí el bolso. Dentro del bolso llevaba las tarjetas que había preparado con los temas que iba a tocar. Repasé las tarjetas y me las guardé. Estaba lista.
Bajé las escaleras y salí de la casa. Encontrándome con mi chofer, quien me esperaba impaciente, con la puerta del auto abierta. Me subí al auto y arrancó el motor, saliendo de la casa. Miré por la ventana, viendo la ciudad pasar. Me sentí nerviosa y emocionada por la convención, pero también vacía y triste por mi cumpleaños. Era un día más, un día cualquiera. Excepto que no lo era.
Llegamos a la convención. Era un lugar impresionante, con un edificio moderno y elegante, rodeado de jardines y fuentes. Había carteles, banderas con el logo de la convención, mucha gente entrando y saliendo. El chofer me abrió la puerta, me ayudó a bajar, me dio las gracias y me deseó suerte. Le devolví el gesto y caminé hacia la entrada. Entré al edificio, quedando maravillada. El interior albergaba un espacio amplio, bien iluminado, con pantallas enormes que proyectaban detalles del evento. Las luces brillantes, la atmósfera de anticipación llenaban el lugar, marcando el inicio de una jornada que, por un instante, me hacía sentir más viva de lo habitual. Había mucha gente, de todo tipo y de todo el mundo. Había políticos, empresarios, periodistas, académicos, etc. Había gente que conocía, gente que no. Gente que me saludaba, gente que me ignoraba. Había gente que me admiraba, gente que me envidiaba. Había gente que me quería, y gente que me odiaba. Había de todo.
Me dirigí a la recepción donde me registré. Me dieron una credencial con mi nombre y el de mi empresa, más un programa con las actividades de la convención. Miré el programa y vi que había varias conferencias, paneles, talleres, etc. Había temas muy interesantes, ponentes muy prestigiosos. Yo iba a participar en uno de los paneles, sobre la responsabilidad social. Estaba nerviosa, pero también confiada. Sabía que lo haría bien, que estaba preparada, que era mi oportunidad. Era lo que siempre había querido...
Caminé unos pasos lejos de recepción e inmediatamente fui muy bien recibida por una organizador. Y mientras ambos caminábamos, me di cuenta de que la atención entre la multitud parecía estar centrada en un hombre al que no conocía. Su presencia irradiaba confianza y autoridad, envuelto en un aura magnética.
Me quedé observándolo unos segundos. Era alto, de hombros anchos, con un rostro marcado por líneas de determinación. Sus ojos eran de un azul profundo, como el océano en una noche sin luna. Su cabello oscuro estaba levemente tirado hacía atrás, dando a su rostro un aire de autoridad. Pero no tenía gel e incluso algunos mechones caían en su rostro.
El chico a mi lado pronunció su nombre: Baltazar Romanov, propietario de ROMANOV ENTERPRISES, una figura clave en el escenario empresarial internacional. Por un instante, nuestros ojos se encontraron, una chispa de conexión en medio de una multitud que parecía orbitar a su alrededor, pero rápidamente desvié la mirada y seguí mi camino hacia mi parte de la convención. A pesar de mi desinterés inicial, algo en la presencia de Baltazar avivó una curiosidad latente.
Sin más opción, continué mi camino hacia mi lugar, dejando atrás el encuentro fugaz con el enigmático empresario. Después de todo, tenía trabajo que hacer.
La convención se desenvolvía en un bullicio de saludos y conversaciones diplomáticas. Me dirigía con paso seguro hacia el escenario donde presentaría mi tema. El presentador, con una sonrisa cómplice, me recibió y presentó a la audiencia con un gesto de complicidad.
— Señoras y señores, tenemos con nosotros a la Señorita, Elara Santoro representante de SANTORO ESTATE — hizo una pausa para volver a dirigirse a mi — ¡Bienvenida, Elara!—anunció el presentador, generando un murmullo de reconocimiento en la sala.
— Gracias por tenerme aquí —respondí con una sonrisa, ocupando mi lugar frente al presentador.
La conversación transcurría de manera predecible, hasta que finalmente se dirigió al tema que venía a presentar. — Elara, ¿podrías hablarnos un poco sobre tu tema de hoy, la 'Inversión Social'? — preguntó.
— Por supuesto — respondí — Hoy quiero hablarles sobre la importancia de la inversión social y que puede ser una estrategia que las empresas pueden adoptar para contribuir al bienestar de la sociedad. Creo firmemente que las empresas tienen una responsabilidad hacia la sociedad, más allá de simplemente generar ganancias —comencé con convicción, observando una audiencia atenta.
Sin embargo, en medio de mis argumentos, mi discurso fue interrumpido por una voz entre la multitud. Al principio, no logré identificarla, pero al girarme, me encontré con Baltazar Romanov y no estaba solo, detrás de él había una multitud de gente que lo seguía como si fuera un faro.
— Para una inversión aparentemente social, lo que necesita una empresa es una maximización de ganancias — dijo Baltazar, su sonrisa era desafiante — ¿no crees que es lo que realmente impulsa el crecimiento de una empresa?
Mi corazón dio un vuelco en el pecho al reconocerlo. La sorpresa y la curiosidad se mezclaron en mi mirada mientras me reacomodaba para enfrentarlo. No podía dejar que me intimidara.
— No estoy de acuerdo, pero respeto tu punto de vista Baltazar — respondí automáticamente — creo firmemente que una empresa tiene una responsabilidad más allá de la mera maximización de ganancias, como la inversión en educación para jóvenes que pueden elevar el nivel educativo y así crear oportunidades para jóvenes talentosos. Esto permite crear una fuerza laboral más calificada y comprometida. —Respondí, manteniendo mi postura con determinación. — La inversión social es esencial para el progreso no solo de las empresas, sino de la sociedad en su conjunto.
Baltazar sonrió y respondió: — Yo prefiero invertir en capacitación laboral, lo que hace más eficientes y productivos al personal.
La chispa de desafío en sus ojos me retaba, pero no retrocedí.
Me enfrenté a él con intensidad:
— Pero ¿y si la inversión en educación puede elevar el nivel de habilidades y conocimientos, creando una fuerza laboral más calificada y comprometida a largo plazo? — Dije ya molesta.
Baltazar sonrió y negó con la cabeza. Su sonrisa no era burlona, sino más bien reflexiva.
— Entiendo tu punto de vista, Elara — dijo finalmente. — Pero nosotros necesitamos resultados e inmediatez y solo lo podemos obtener eficiencia y productividad de manera efectiva con una buena capacitación laboral, y lo que yo propongo proporciona ambos de manera casi inmediata.
Respire con profundidad en búsqueda de contención, el debate se detuvo por unos segundos. La convención sobre política y economía estaba en pleno apogeo y en un momento, en que el tiempo pareció detenerse, segundos en los cuales fueron apenas perceptibles para los demás, mis ojos se encontraron con los suyos, nos miramos con una mezcla de desafío, había una chispa entre nosotros innegable.
Habíamos interrumpido el flujo del debate, aunque por un instante. Aproveché el compás de silencio entre nosotros, lo rompí finalmente para cambiar de tema y poder acabar el debate con el hombre de traje tan imponente entre la multitud.
Y comencé a hablar de las iniciativas ambientales exitosas implementadas por Santoro Estate este último tiempo, gracias a la energía sustentable proporcionada por Bright Trust, la empresa de la familia de Ettore, los Belucci.
— Hemos mejorado y fortalecido nuestra imagen corporativa y la sostenibilidad de nuestras propiedades gracias a estas iniciativas — dije con orgullo.
Baltazar me escuchó atentamente, para luego interrumpirme nuevamente y recomendarnos las nuevas tecnologías y actualizaciones del ahora.
— Señorita Santoro, entiendo su punto de vista sobre la sostenibilidad, pero ¿no ha pensado en una mejora tecnológica en sus bienes raíces? — Preguntó, para proseguir explicando — la innovación tecnológica puede elevar la competitividad de su empresa en el mercado y no solo eso, si no que podría aumentar significativamente su rentabilidad y generar más oportunidades de negocios — argumentó. — Mejoraría y contribuiría al progreso económico.
Me molesto su interrupción, pero respondí de manera educada y con firmeza.
— Comprendo la importancia de la innovación, Señor Romanov, pero a veces la rentabilidad no debe ser la única prioridad. Proteger y ser amable con el medio ambiente puede asegurar una sostenibilidad a largo plazo que eso también es crucial.
En ese momento, sonrió, negó e hizo un comentario insinuando que entendía los números del último tiempo de Santoro Estate, lo cual me dejo molesta por la insinuación velada. No tenía tiempo para detenerme en sus palabras, ya que estábamos en medio de una convención y tenía un debate que ganar.
La tensión entre nosotros no podía ser más grande y el locutor que parecía también sentirla, nos interrumpió agregándole algo de humor a la situación, intentando cortar la tensión creada minutos atrás. Las risas de los presentes aligeraron el ambiente, aunque mi mente seguía procesando esa conexión momentánea que había surgido entre Baltazar y yo en medio del enfrentamiento verbal. Fue cuando ambos parecimos caer en cuenta, casi al mismo tiempo, de que habíamos sido el foco de atención de toda la sala. Mis mejillas se sonrojaron levemente por la situación.
Nuestros ojos se encontraron por última vez, él desde la multitud hizo un gesto en forma de saludo antes de retirarse y mientras Baltazar se desvanecía entre la multitud, llevándose consigo su aura de seguridad y dejándome no solo con el eco de sus palabras desafiantes, sino con un torbellino de emociones mezcladas. El enojo por la interrupción, la molestia por su desafío, pero también algo más, me sentí acalorada, una extraña excitación por la intensidad del debate.
No podía apartar la mirada de su figura alejándose, ni tampoco olvidarme de cómo sus palabras habían encendido una chispa en mi interior. Era la primera vez que alguien me hacía sentir así, que me ponía a prueba, y me hacía cuestionar mis propias ideas. Y mientras tanto, yo permanecí en el escenario, sintiendo cómo el silencio se apoderaba del lugar después de la agitación verbal, con el corazón latiendo con fuerzas y las mejillas sonrojadas.
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