3 - La Cita

No podía creer lo que acababa de leer en mi celular. Era un mensaje de Ettore, después de semanas de silencio. Me decía que me pasaría a buscar después del trabajo para ir a cenar, solos por primera vez. ¿Qué significaba eso? ¿Qué quería de mí? ¿Qué quería yo de él?

Sentí un nudo en el estómago y un cosquilleo en las manos. Miré el reloj y vi que faltaban solo diez minutos para salir. Me levanté de mi escritorio y corrí al baño, tratando de ignorar las miradas curiosas de mis compañeros. Me miré al espejo y me horroricé al ver mi aspecto. Estaba algo despeinada y agotada por el día laboral. Había sido mi primer día como parte de la empresa familiar, y había tenido que lidiar con reuniones, informes y la presión de mi padre, quien ya me había inscrito en la convención de política y economía.

Me arreglé el cabello, me retocé el maquillaje y me puse un poco de perfume. Respiré hondo y traté de relajarme. No tenía que ponerme nerviosa, me dije. Era solo una cena, nada más. Una cena con el hombre con el que estaba comprometida por conveniencia, el hombre que me había besado apasionadamente cuando me entrego el anillo de compromiso, el hombre con el que compartiría próximamente un hogar, el hombre que me había ignorado durante semanas. Pero nada más.

Salí del baño y caminé hacia la salida, tratando de mantener la calma. Era la primera vez que me veía con Ettore sin su familia. Sin su madre, que me miraba con desdén. Sin su hermana, que me trataba con indiferencia. Sin su padre, que me sonreía con falsedad. Solo él y yo. ¿Qué pasaría?

Llegué a la puerta y busqué con la mirada su auto. No lo vi. En su lugar, vi una limosina negra con un chofer que me esperaba. Me acerqué y él me abrió la puerta.

— Buenas tardes, señorita Elara. El señor Ettore me ha enviado a buscarla. Por favor, suba. — Me dijo con cortesía.

— Gracias. — Murmuré, sintiendo una punzada de decepción. ¿Así que él no había venido por mí? ¿No le importaba lo suficiente como para hacerlo? ¿O era solo una muestra más de su poder y su riqueza?

Me subí a la limosina y me acomodé en el asiento. El chofer cerró la puerta y arrancó el motor. Miré por la ventana y vi la ciudad pasar. Me sentí avergonzada por haber pensado que Ettore se molestaría en venir personalmente por mí, si bien sabía que lo nuestro era solo por conveniencia. Un acuerdo entre nuestras familias, para unir sus fortunas y sus influencias. Nada más.

Después de unos minutos, llegamos al restaurante. Era un lugar lindo y cálido, con luces tenues y música suave. El chofer me abrió la puerta y me ayudó a bajar. Miré alrededor y lo vi a él. A Ettore. Estaba sentado en una mesa apartada, impecable, con un traje gris que resaltaba su elegancia y contrastaba con su apariencia formal y su aura tan distante. Su cabello rubio estaba muy bien peinado, cuidando cada detalle, sin un mechón desacomodado. Sus ojos verdes me miraron con intensidad, y una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Era guapo, muy guapo. Y me hacía sentir cosas que no podía explicar.

Caminé hacia él, nerviosa. Él se levantó al verme y me saludó con un beso en la mejilla.

— Hola, Elara. Estás preciosa. — Me dijo, con su voz grave y seductora.

— Hola, Ettore. Gracias. Tú también estás... muy bien. — le respondí, sin saber muy bien qué decir, después de todo el siempre se veía igual, lindo, formal, distante.

Él me corrió la silla para que tomara asiento. Lo hice, y él se sentó frente a mí. Me sonrojé, pero también me incomodé al sentir tanto silencio. No sabía de qué hablar con él. No sabía qué quería de mí. No sabía qué quería yo de él. El silencio era incomodo, pasaron minutos en los que el champagne llegó. Él lo abrió con destreza y me sirvió una copa. Luego se sirvió una para él y la levantó finalmente para romper su silencio.

— Por nosotros. — dijo, mirándome a los ojos.

— Por nosotros. — Repetí, sin convicción.

Brindamos y bebimos un trago. Él me miró y me preguntó:

— ¿Cómo fue tu primer día de trabajo? Me enteré de que participarás en la convención de política y economía.

Me sentí sorprendida por tanta comunicación después de meses de silencio, por escucharle por tanto tiempo su voz, levanté la cabeza para responderle, chocándome furtivamente con sus ojos por unos segundos.

Era la primera vez que me hablaba con interés, sobre mí, fuera de la superficialidad. Lo miré, alegre, y tardé en responder. El hecho de que me estuviéramos manteniendo una conversación de más de tres palabras, el hecho de que estuviéramos solos me chocaba. Me costaba procesarlo.

— Fue un día agotador, pero estoy contenta de formar parte de la empresa familiar. Después de todo, era lo que siempre había querido... — le respondí, amablemente por su repentino interés, pero no eliminó mi incomodidad.

Hice una pausa, en la que me apagué un poco por unos segundos. Sabía que solo me habían hecho formar parte de la empresa familiar por el reciente compromiso y era algo que no podía ignorar. Él lo notó y me observó, intentando descifrar lo que quizás sentía. Pero yo le cambié el tema, hablándole de la convención.

— Fue algo que se le ocurrió a mi padre. No estoy muy al tanto de economía, pero sé que puede ser una buena oportunidad para la empresa. — le dije, con una sonrisa forzada.

Él asintió y me felicitó por mi iniciativa. Luego llegaron los mozos y nos trajeron la comida. Yo no había pedido nada, él se había encargado de hacerlo. Algo que en el fondo me volvió a molestar, pero que me quedé callada y agradecí.

La velada terminó, y fue muy poco lo que se intercambió entre nosotros, más allá del día laboral. Él me preguntó por mis planes, yo le conté sobre mis proyectos. Él me habló de sus viajes, yo le escuché con atención. Pero no hubo nada más. Nada personal, nada íntimo, nada real. E incluso fue la charla más extensa e intima que hemos tenido hasta el momento, lo que me hizo sentir particularmente triste. Hasta que llegó el postre. Era una torta de chocolate, con una vela encendida. Me quedé confundida, sin entender qué significaba

Cuando vi el postre, no supe qué pensar. Era una torta de chocolate, con una vela encendida. ¿Qué era eso? ¿Qué pretendía él con eso? Él me miró y me dijo:

— Feliz cumpleaños, Elara.

Me quedé paralizada. ¿Cómo sabía que era mi cumpleaños? ¿Por qué me lo decía ahora? ¿Acaso era una broma? Incluso yo había olvidado que pasada la medianoche era mi cumpleaños, entre tanto trabajo y estrés.

— ¿Cómo... cómo lo sabes? — le pregunté, incrédula.

— Lo sé todo de ti, Eli. - me respondió, con una sonrisa que no me gustó. — Después de todo, serás mi esposa en muy poco tiempo, y qué clase de esposo sería si no conociera a mi mujer... —dijo, tomándome de la mano.

Sentí un escalofrío al escucharlo. No me gustaba que me llamara así, ni que me tocara así. No me gustaba que dijera que sabía todo de mí, cuando en realidad no sabía nada. No sabía lo que yo pensaba, lo que yo sentía, lo que yo deseaba. No sabía lo que yo era, ni lo que él me hacía. Solo sabía lo que él quería, y lo que él planeaba.

Me solté de su mano y le devolví la sonrisa, con falsedad.

— Gracias, Ettore. Es muy amable de tu parte. — le dije, con ironía.

Él no pareció notar mi sarcasmo, o si lo hizo, no le importó. Siguió sonriendo y me invitó a soplar la vela. Lo hice, sin ganas, y le pedí un deseo. Un deseo que sabía que no se cumpliría. Un deseo que me dolía en el alma.

La velada terminó y al volver, pensé que íbamos a compartir la limosina, que él se encargaría de llevarme a mi casa. Pero me equivoqué, como siempre. Nuevamente me decepcioné al verlo despedirme y abrirme la puerta del vehículo. Él se quedó afuera, con su traje gris impecable y su sonrisa vacía.

— Ha sido un placer, Elara. Espero que hayas disfrutado de la cena. — me dijo, con cortesía.

— Gracias, Ettore. Ha sido muy amable de tu parte. — le respondí, con educación.

Me subí a la limosina y me encontré con un ramo de flores hermosas dentro. Eran rosas blancas, hermosas y tan vacías de color como yo. Había una tarjeta que decía: "Para mi prometida, feliz cumpleaños, con cariño. Ettore".

Sentí un nudo en la garganta y una lágrima en el ojo. Había sido un hermoso día, pero vacío. Como de costumbre, lo único que me había hecho sentir viva era el trabajo. Ettore era muy caballero, pero también era todo tan vacío y superficial. Yo sin lugar a duda estaba interesada en él, pero sabía que no había reciprocidad, sino más bien, formalidad.

Llegué a casa, una mansión imponente pero tan vacía como yo, aburrida, cansada, y cada vez más molesta por no poder tomar decisiones, ni siquiera de lo que comía. Entré a mi habitación y me tiré en la cama, abrazando las flores. Me quedé dormida, soñando con un mundo diferente. Un mundo en el que él me quisiera, y yo lo quisiera a él. Un mundo en el que fuéramos felices. Un mundo que no existía. Un mundo de mentiras.

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