7: "Lo que quedó"

Lara Prunell era el apellido de soltera de la bella mujer que tomaba sol sobre una reposera de madera, con almohadones mullidos; a la orilla de la piscina que tenían en el extenso fondo, rodeado de jardines, de la mansión Hogart. Minutos atrás estaba leyendo un libro de misterio, hasta que oyó varios insultos provenientes de la cancha de tenis y levantó la vista con el entrecejo fruncido. Le molestaba el vocabulario que se había vuelto habitual en su hijo, Matthew, irritable desde hacía cuatro meses.

—Eso es todo —dijo con enojo y se levantó, luciendo un traje de baño de dos piezas que favorecía su cuerpo, aún esbelto a pesar de los años.

Entró a la casa con apuro, agitando el libro, y se paró detrás de su esposo con las manos sobre la cintura. Roger estaba trabajando con su laptop sobre el escritorio, en la tranquilidad de la sala de estar, decorada con un estilo bohemio; con accesorios marroquíes y diseños tribales, cajones de madera tapizada a modo de mesa y lámparas tejidas con mimbre. Dejó de teclear cuando vio a su esposa por el reflejo de la pantalla. Esa postura solo significaba que algo le estaba molestando, lo cual era inusitado.

—Roger, nuestro hijo no está bien, no está alineado, sus vibraciones no son positivas y está alterando las vibraciones de nuestro hogar —explicó Lara.

El hombre se dio la vuelta con las cejas en alto, ideando una respuesta convincente para tranquilizarla.

—Es un adolescente. Y... está en su peor etapa de adolescente, cariño. Es normal que no esté vibrando en armonía —Se levantó y caminó hacia la ventana, corriendo la cortina para ver hacia la cancha—. ¿Sigue sin pegarle a la pelota?

—No le pega a nada, ya partió dos raquetas y perdió dos partidos, ¿y sí acaba por suicidarse, Roger? —Se dejó caer en uno de los amplios sillones de madera y cuero color crema que estaba centrado en la sala—. ¿Qué estamos haciendo mal?

—El problema es ese, cariño; que no estamos haciendo nada —Se acercó a la puerta de vidrio que daba al patio y gritó el nombre de su hijo. Matthew arrojó su raqueta contra el tejido, se puso una toalla sobre los hombros y comenzó a caminar hacia la casa—. Hablemos con él.

—Pero tú sabes que es muy reservado, ¿y si lo molestamos con cosas de padres? ¿Y si nos odia? —preguntó ella preocupada.

Minutos después Matthew estaba ingresando a la sala de estar, con su botella de agua entre manos y los ojos irritados, como si hubiera estado llorando todo el día.

—Siéntate un momento, hijo; tu madre y yo queremos hablar un poquito contigo. No vamos a robarte mucho tiempo, ¿verdad, cariño? —propuso Roger y se sentó junto a su esposa, frente al muchacho, entrelazando los dedos de sus manos.

Ambos miraron a su pequeño gigante por unos instantes, en silencio. El muchacho no decía nada, solo los observaba esperando que dijeran algo.

—¿Qué? —preguntó finalmente. La angustia que cargaba era evidente—. Si no hay nada que decir, me voy a dar una ducha.

Amagó con levantarse pero Lara lo hizo primero y lo tomó de una mano, invitándolo a sentarse nuevamente, esta vez en medio de ellos.

—Puedes contarnos lo que sea. Lo que sea —reiteró asintiendo—. Tu padre y yo te amamos —Miró a Roger que también asintió con energía—. Haremos lo que esté a nuestro alcance para verte mejor.

Matthew paseó la mirada entre ambos adultos, en silencio. Tenía tiempo sin hablar de sus problemas con nadie, y no había considerado ni por un segundo hacerlo con ellos dos. Suspiró pesado. Pensó que quizá tener su apoyo u opinión, al menos sincerarse, le haría bien. ¿Qué podía perder?

—Me va mal en el colegio, ¿saben? Soy un burro en matemática, física y química. De hecho odio estudiar esas materias, lo odio mucho —dijo con seriedad. Su madre asentía escuchando con atención sin soltar su mano—. Y... además soy gay. Soy gay —Matthew asintió, como si se confesara a sí mismo—. Por eso me costaba tanto estar con mujeres —explicó—. Estoy enamorado de un chico; no me lo puedo sacar de la cabeza. Me siento muy mal conmigo mismo ahora porque eso hace que sea un desastre en lo único que me hace feliz —mientras hablaba, las lágrimas se fueron agolpando en sus ojos hasta que cayeron—. No soy perfecto. No soy como ustedes. Apesta.

—Oh, mi amor —dijo su madre mirando a Roger que estaba conmovido. Ambos lo abrazaron—. Nosotros tampoco somos perfectos; fuimos unos pésimos padres si te hicimos sentir que debías ser perfecto.

—Nada de lo que has mencionado son defectos, hijo —agregó su padre—. Tienes la capacidad de superar cualquier obstáculo que se ponga en tu camino. Si tu crees que son defectos, que son trabas en el camino a tu felicidad, no estarás vibrando con ello y acabará por arruinarte. Tal como está sucediendo ahora.

Su madre levantó su mentón y lo miró a los ojos.

—Tu padre tiene razón, debes vibrar con ello; debes meterte en esa rueda que está girando y conseguir una armonía con todos estos conflictos personales. Todo lo que deseas está ahí para ti, vibrando en el Universo, a tu alcance, solo tienes que sincronizarte —dijo Lara y limpió las lágrimas de su hijo.

—Bien..., creo que lo entiendo —contestó Matthew—. Gracias, mamá..., papá... —Les dio un último abrazo—. Los amo, nos vemos más tarde.

Se levantó y se retiró, caminando con pesadumbre por las escaleras.

—¿Lo hicimos bien? —preguntó Lara a su esposo.

—No sabía que le iba mal en matemáticas... —contestó y su esposa le lanzó un manotazo al estómago.

Lo cierto era que Matthew jamás hablaba con sus padres porque no podía descargar sus frustraciones con ellos, ni sentirse peor consigo mismo. Nunca oyó un regaño de parte de ninguno, tampoco cuestionaban nada de lo que hacía; y por eso mismo él siempre había tratado de arreglar todo problema que tuviera por su cuenta. No quería "vibrar fuera de la onda". Quería ser el hijo perfecto, que no molestaba a sus padres por tonterías; que lo presentaban como tal a todos sus conocidos. Le gustaba que ellos no tuvieran nada que decir, que estuvieran orgullosos. Aunque sabía que lo estarían de cualquier forma y eso le molestaba; porque él sí tenía un ideal de sí mismo. Ahora no era nada, solo un saco de papas que caminaba de un lado a otro; porque después de aquella noche, Luke Ryans había bloqueado su número de teléfono.

...

—Ah, Matt, para...

La mano de Luke se apoyó en el pecho desnudo de Matthew, intentando apartarlo un poco, con la intención de frenarlo. A esa altura el calor entre ambos cuerpos era sofocante. Estaba intentando relajarse para que el dolor que sentía tras la penetración fuera disminuyendo, pero el deseo del tenista era invasivo. Sus ojos reflejaban lascivia. Lo miraba de forma insistente mientras sus manos le impedían efectuar otro movimiento. Se notaba su desesperación. Parecía que aquellas ganas habían sido acumuladas en años de abstinencia.

Lo siento, no quiero hacerte daño... —Se inclinó y lo besó en los labios, un beso suave, intentando distraerlo para hundirse un poco más. El cuerpo del morocho estaba ardiendo, lo succionaba y apretaba de tal forma que le resultaba doloroso—. Luke...

—Quítalo un poco, Matt, por favor... —a esa altura tenía ganas de llorar. Odiaba que estuviera doliendo porque él también quería hacerlo.

El rubio obedeció con pesadumbre. Luke se abrazó a su cuello y se incorporó, sentándose sobre las piernas del tenista, que intentaba tomar un sobre de lubricante que había dejado sobre el colchón.

—Perdón si estoy siendo bruto —comentó Matthew con timidez

—La verdad parece que no lo habías hecho en años... —reprochó—. Yo también quiero hacerlo contigo, pero hazlo más suave.

—Sí... —dijo Matthew y lubricó su miembro, para volver a introducirlo en Luke, que se quejó con un gemido ronco—. Sí... —repitió embriagado por la sensualidad del morocho e insistió un poco más.

A pesar de haber prometido ser amable, en el momento en que Luke dejó de quejarse y comenzó a disfrutar, procedió a tomarlo de una manera muy violenta. La cama crujía como si fuera a romperse cuando se acoplaba a aquel cuerpo atlético de piel dorada y olor amaderado, el cual aspiró hambriento enterrando la nariz en su cuello. Lo tomó hasta saciarse. Lo abrazó con ganas, de frente para poder verlo a los ojos mientras le arrancaba gemidos de placer. Cada embestida cargada de deseo, enterraba su espalda en el colchón y el rebote lograba que fuera más profundo, haciendo que acariciara el clímax. No podía parar, no quería; era la primera vez en su vida que disfrutaba tanto el sexo, lo cual le trajo un par de revelaciones.

...

Luke Ryans abandonó su casa con una actitud fría después de aquella noche. Matthew trató de hablar con él por la mañana pero lo único que respondía eran derivados de "no quiero hablar del tema". No desayunó, tampoco se bañó. Tomó sus cosas y se fue, moviéndose con dificultad por el terrible dolor en la cadera y otras zonas sensibles. Desde ese momento habían transcurrido cuatro largos meses, tiempo que no sirvió de nada. No fue capaz de olvidarlo ni por un segundo, incluso tenía momentos de placer pensando en esa noche donde desató su sexualidad con aquel chico revoltoso, ese que él mismo había transformado en un cretino educado. Tenía miedo de volverse loco, de obsesionarse más de la cuenta. No estaba consiguiendo nada después de Luke; no podía concentrarse en el tenis, ni siquiera en sus estudios. Había logrado salvar los exámenes gracias a él, sin embargo, volvía a caer en picada en cuanto a sus notas por no rendir en clases.

En la casa de los Ryans las cosas no eran tan diferentes, pero hacían un esfuerzo mayor por serlo. Las exigencias que caían sobre Luke Ryans desde que había conseguido un papel importante entre las expectativas de su padre, en cuanto a su participación en la empresa familiar, lo mantenía frío y distante, a veces del básquetbol, a veces de sus amigos. Asistía a capacitaciones, reuniones empresariales, fiestas con los amigos cercanos de su padre; quien con intenciones marcadas lo iba alejando de sus "tonterías adolescentes", como había comenzado a llamarlas para tratar de convencerlo, en vano, que nada tenía más importancia. Luke no dejaba de extrañar todo lo que había sido cuatro meses atrás, sentía que había muerto el día que dijo a su padre que estaba preparado para adentrarse en su mundo. Pensó que sería diferente, que se haría tiempo para dedicar a su vida aún joven. En cambio no. La mayor parte de los días salían tras desayunar y terminaban una hora antes de su horario de ingreso al instituto, al cual comenzó a asistir de noche, también por capricho de su padre.

El único apoyo emocional, aunque pareciera broma después de todo lo que había sucedido entre ambos, era su hermana. Ella había cambiado su actitud, se veía más madura; hablaba de temas triviales inspirados en las redes sociales y pasaba el tiempo en su habitación interesándose por su día. Le contaba inquietudes mientras Luke la peinaba, o veían videos en youtube, comentando al respecto. Volvían a ser los de antes.

—¿Supiste algo más de Matthew? —preguntó Bianca esa noche.

Luke volvió del instituto cansado, así que su hermana le pidió permiso a su madre para llevar la cena a su habitación. Mientras comían ella le comentó sobre un chico que le había entregado una carta de amor. Enfatizó que fue escrita a mano y que había quedado muy sorprendida, porque nunca le había sucedido nada igual. Ya no era como antes, Bianca estaba desinteresada de cualquier relación amorosa. Ahora se preocupaba por sus notas, aunque principalmente por sus clases de baile; era una estupenda bailarina y sus profesoras siempre la motivaban a ir más allá de un simple pasatiempo, algo que tiempo atrás no consideraba. Luke apoyaba su entusiasmo con más fuerza que nunca.

Tras risas, bromas y algunos bocados de por medio, Bianca hizo la pregunta. Su hermano quedó mirando la comida que iba a llevarse a la boca y parpadeó. Los labios temblaron de nervios antes de contestar.

—No. No nos hablamos —contestó en un aliento y continuó comiendo, serio.

Era difícil no angustiarse. Era difícil fingir que estaba bien cuando su nombre había sido dicho en voz alta. Porque cuando se colaba en sus pensamientos, cuando recordaba lo que Matthew imprimió en él, trataba de hacerlo sonar más difuso, menos real. El problema era que el tenista era tan real como el hecho de que vivía a veinte cuadras de su casa.

—Hey... —Bianca puso la mano sobre la rodilla de su hermano—. ¿Estás bien?

—¿Puedes bajarlos tú hoy? —preguntó recogiendo los platos, y colocando los vasos arriba con los cubiertos adentro—. Estoy muerto de sueño, me voy a acostar ahora... Dile a mamá que me haré cargo mañana temprano —pidió.

Bianca asintió, seria. Se movió rápido porque no supo qué contestar. Luke se mostraba angustiado; ella era mala para servir de consuelo, sin embargo no era tonta, sabía lo que estaba pasando y lo que tenía que hacer. Entendió todo más rápido de lo que tomó su celular, lo revisó y le envió un mensaje a Luke; como si se lo debiera por tanto daño. Luego lo besó en la frente y salió de la habitación cargando con la loza. Luke la miró extrañado. Tomó su aparato entre manos, viendo la notificación, allí estaba el mensaje de whatsapp de Bianca, le había enviado la información de contacto de Matthew. 

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