1: "Los Hogart"


Luego de varias horas de preparación, la cena por fin estaba lista para recibir a los invitados.

En una amplia bandeja blanca de porcelana, la anfitriona de la casa había presentado dos pollos asados, con adornos de perejil y batatas, acompañado de tres fuentes redondas de vidrio que contenían diferentes acompañamientos, entre ellos puré de papas y ensalada de lechuga. La decoración era digna de una revista gastronómica country, con cubiertos de empuñadura de madera y servilletas de cuadrillé.

La familia Ryans no tenía la costumbre de hacer que las comidas fueran un espectáculo todos los días, sino que se habían mudado a un barrio donde las apariencias eran sumamente influyentes; y los Hogart —uno de los apellidos más reconocidos de la isla por su constante participación en eventos de gala y obras benéficas—, vendrían a cenar a su humilde hogar. Pero no era un acontecer casual, ¡oh no!, no eran amigos; jamás les habían visto asomar la cabeza por las ventanas de su lujosa mansión, ni siquiera para darles la bienvenida el día en que se mudaron a Jupiter Island. Cualquiera de ellos era una incógnita que los vecinos comentaban de vez en cuando. El motivo de aquella reunión era el noviazgo que llevaba Bianca Ryans, la hija menor de los Ryans, con el hijo de los Hogart, Matthew. Cuando ambos formalizaron su relación, los Hogart quisieron conocer de inmediato a la familia de la novia de su único hijo; sabían lo exigente que era el muchacho con las chicas y la noticia los había tomado por sorpresa.

El hijo mayor de los Ryans, Luke, bajaba por las escaleras acudiendo al llamado de su madre. Sus fuertes piernas eran moldeadas por un pantalón de mezclilla gastado, algo roto en los muslos; y llevaba una camiseta blanca de hilo, sin mangas, la cual resaltaba sobre su dorada piel. El cabello azabache denotaba rebeldía, cayendo desordenado sobre los rasgados ojos marrones. Luke era de esos jóvenes que sabían cómo hacer suspirar a las muchachas del instituto. Era el líder del equipo de básquetbol por su desempeño, así como también era bueno en las materias más problemáticas. Observó a la mujer que todavía ponía en orden la cocina y le dedicó una sonrisa; ella bufó molesta calzando las manos en su cintura.

—Luke..., tenemos visitas, no puedes aparecerte con ese aspecto de pandillero. A tu padre le dará un infarto.

Ella llevaba un vestido color crema, unos zapatos blancos de taco bajo y el cabello negro peinado en un moño ajustado.

—Estas hermosa, mamá... —contestó ignorando el regaño.

La besó en la mejilla y enseguida ayudó a llevar los aderezos.

Christina Ryans era humilde, no le gustaba ostentar. Trabajaba como modista en sus tiempos libres, cuando no era la complicada ama de casa que mantenía todo impecable para la llegada de su marido. Se dedicaba a sus hijos completamente y a la juguetona Kiara, una perra caniche que llevaba más de cinco años en la familia. Luke amaba a su madre más que a nadie; ella lo aceptaba tal cual era, siempre y cuando aplicara en el colegio. También a su padre, pero era un poco más difícil. Él era un empresario estricto, con un gusto exquisito por los modales de etiqueta y aunque festejaba su afición por el básquetbol y siempre estaba en cada campeonato, gritando en la primera fila; criticaba abiertamente su forma de ser. Odiaba el afán que tenía Luke por ir en contra de lo que en su mundo se llamaba "convencional". Y por esto, Franco Ryans no admitiría jamás que estaba orgulloso de él, hasta que pudiera llevarlo a una cena de lujo con un traje puesto, lo cual era imposible; o al menos que aprendiera a no comer con los codos sobre la mesa.

Bianca era por otro lado lo que Luke llamaba una zorra con clase. Su hermana aparentaba ser la típica niña tranquila, aquella que jamás ha roto un plato por miedo a quebrarse las uñas en los quehaceres del hogar. Pero él sabía que detrás de las apariencias de jovencita inocente, había una loba hambrienta de carne. No sólo era malcriada, presumida e interesada, sino que también era ligera de ropa, por decirlo de alguna manera. Se había acostado con casi todos los chicos lindos del cole y aún le decía a cada novio que tenía que era virgen, cosa que los tontos se creían sin cuestionar. Tontos y con dinero, eran de preferencia. Aunque ninguno estuvo a la altura para presentarlo formalmente; eso era algo que sólo Luke sabía, y que se llevaría a la tumba si no quería que ella le hiciera la vida imposible.

Encontró a su padre recostado en la cama de su habitación cuando se acercó para decirle que la visita estaba a punto de llegar, estaba concentrado en el televisor que transmitía las finales de un campeonato de fútbol americano. Era de esperarse que lo observara de arriba abajo cuando le prestó atención.

—Diré que estás en una edad rebelde y hablaré de películas... —se levantó apagando el aparato—. Pero tu hermana va a matarte y no voy a impedirlo...

—Soltará alguna frase célebre para asesinarme —El muchacho rió y su padre no pudo hacer más que reírse también. Bianca siempre lo desacreditaba en público, llamándolo "hippie" o "pandillero", o simplemente mencionaba que no tenía modales, en cada oportunidad que se le presentaba—. Papá, Bianca vale un millón de dólares, desde lo que lleva en los pies hasta las porquerías que se pone en el cabello; ella seguro deslumbrará a nuestros invitados, yo sólo... —Se encogió de hombros estirando los brazos—. Simplemente no quiero opacar su brillo, ¿sí?

El tono sarcástico de Luke molestaba demasiado a Franco; pero tenía razón, su hija a pesar de todas las cosas que su padre no sabía, era elocuente y tenía unos excelentes modales, combinado con un buen gusto por la ropa cara.

—Ve a calzarte, por lo menos... —su padre alzó una ceja observando sus pies descalzos—, y piensa en lo que hablamos ayer en la tarde.

Luke asintió y se fue escaleras arriba en busca de sus zapatos blancos, deportivos. Su padre se refería a la charla que habían tenido sobre comenzar a acercarse a la empresa de la familia, asistir a algunos seminarios e involucrarse más; pero aún no se sentía preparado. Quería seguir disfrutando la vida de adolescente, libre de responsabilidades, por lo menos hasta acabar la secundaria.

El timbre sonó minutos después de las ocho y media. Sólo llevaban un año en Florida, ¿cómo no sentir los molestos nervios al estómago que Christina sufría en el preciso momento en que oyó la voz de Bianca gritar "¡yo atiendo!" desde su habitación? Hubiese preferido conocer al muchacho a solas, antes que invitar a toda la familia. Pero Bianca siempre había sido reservada y tal vez consideraba justo que presentar a su primer novio tenía que ser parejo para ambas familias. O al menos así lo interpretó Christina.

La muchacha, de larga cabellera azabache, bajó las escaleras a prisa. Traía puesto un vestido negro estilo vintage, con un detalle de ajuste a la altura de la cintura, y unas sandalias bajas que no la caracterizaban en lo absoluto. Bianca se veía sencilla, más como la Cenicienta que como la hermanastra malvada. Quien la conociera se tomaría la libertad de decir que traía puesto uno de sus tantos pijamas. Su madre la escudriñó con la mirada mientras se ubicaba cerca de la mesa junto a su padre, quien ensayaba una sonrisa amplia mientras repasaba mentalmente la presentación que había ideado. A ambos les resultó extraño que su hija no pareciera una estrella pop; pero Bianca tenía arranques de todo tipo, así que no hicieron ninguna pregunta cuando la vieron adescentarse frente a la puerta, respirando hondo antes de abrir.

Fue entonces que las tres personas se revelaron paradas en la entrada principal. El impacto visual fue bastante importante para Franco. Se igualaban a los personajes de Tim Burton, en lo excéntricos. Desde el alto hombre de cabello rubio que los observaba con sus imponentes ojos celestes, vistiendo un traje caro de la línea Armani; hasta la bellísima pelirroja que sonreía, rasgando sus sensuales esmeraldas; luciendo un ajustado vestido color chocolate. Sin mencionar al joven. Matthew era un poco más bajo que su padre. Su cabello dorado rebajado al rostro enmarcaba sus deliciosas facciones masculinas. Había heredado el brillante color cielo de los ojos del mayor de los Hogart y un físico de nadador que ocultaba debajo de una remera blanca, holgada; traía puesto un pantalón de mezclilla color roca, el cual definía sus piernas.

—Pasen, por favor —pidió Bianca con una gran sonrisa.

Los hombres se estrecharon las manos cordialmente antes de pasar a las presentaciones. A pesar de las apariencias, los Hogart eran amigables. Lara Hogart era maquilladora profesional, le gustaba el aire del campo y las cabalgatas por la playa sobre la puesta de sol, así que enseguida se enamoró de la decoración e hizo elogios al respecto. Su boca era más ligera que una gacela, por lo que pronto congeniaba con Christina para conversar de cualquier cosa que se les ocurriera, y para suerte de ambas, eran muy ocurrentes. Se sentaron una al lado de la otra sin dudar en compartir experiencias de vida, con las que pronto reían como niñas. Roger Hogart era el típico bromista que se aprecia en los salones de fiesta. Tenía un sentido del humor correcto con el que Franco se sintió a gusto enseguida, e incluso pudo seguirle una que otra anécdota antes de entrar de lleno en el típico tema del deporte.

Matthew se paraba muy serio cerca de Bianca. La chica trató varias veces de robarle algún tema de conversación pero era un hecho que el joven no se apasionaba por las reuniones familiares, mucho menos cuando se trataba de formalidades de pareja. Bianca había encontrado en Matthew lo que no había visto en ningún otro chico. No sólo era apuesto; era inteligente, centrado y tenía una cuenta bancaria que alcanzaba no menos de diez cifras. Claro que conquistarle no había sido nada fácil. La había rechazado unas diez veces antes de convencerle de que era una chica humilde y graciosa, cosas que no estaban en las características más apreciables de Bianca —si es que tenía alguna—, y eso era algo de lo que Matthew no tenía que enterarse hasta un poco después de la boda.

Todo iba sobre ruedas, hasta que llegó él. Luke venía bajando un poco adormilado sobre sus gastados zapatos. Se había tomado la libertad de echarse una siesta antes de la comida; tenía la facilidad de dormirse como un tronco aunque fuese sólo por diez minutos. Se paró al pié de la escalera y saludó a la familia alzando la mano, en señal de disculpa por el retraso. Fue entonces que la mirada de Matthew lo cruzó de lado a lado como una flecha, logrando que se quedara completamente en blanco, observándole. No tuvo delicadeza ni de prestar atención a los desorbitados ojos de su hermana, que lo apuñalaban incesantes por su descuidada apariencia. Sólo pensó deliberadamente que Matthew era demasiado atractivo como para estar con Bianca. No era algo que lo atormentara al practicar la introspectiva; era bisexual desde que tenía memoria, y aunque no solía fijarse en chicos, admitía haber besado a varios curiosos bajo las tintineantes luces de los boliches que visitaba.

Saludó a la señora con un beso en el dorso de la mano, pretendiendo ser un caballero a modo de burla para su hermana que todavía fingía una sonrisa. Estrechó la mano con el padre del muchacho, presentándose cordialmente, y por último se acercó a la pareja.

—Tu debes ser el novio de mi hermanita... —estiró la mano esperando la respuesta del otro y sin embargo tuvo que bajarla al momento en que vio que Matthew no sacaba las manos de los bolsillos—. Bueno, que amigable, Bianca, ¿qué hace cuando le vas a dar un beso?, ¿te escupe?

La joven rió exageradamente, como si hubiese sido una broma de lo más divertida y luego lo asesinó con la mirada, articulando un "déjalo ya".

—Tú debes ser Luke. —dijo Matthew y sonrió—. Lo siento pero no me gusta dar apretones de mano.

Luke alzó una ceja divertido; «así que el niño rico no da apretones de mano», pensó.

—Se enfriará la comida —avisó Christina para que se acercaran a la mesa.

Todos tomaron un lugar; los padres en la cabecera, uno en cada punta. Bianca sentada a la derecha de Matthew; Christina a su izquierda, sobre un lateral de la mesa y sobre el otro: Lara y Luke. Comenzaron a comer luego de servirse a gusto.

—¿A qué te dedicas, Ryans? —preguntó finalmente el cabecera de los Hogart.

—Soy empresario. Tengo una agencia de viajes... ¿De qué vive la familia Hogart? —Sonrió.

—Bueno, pues yo soy agente publicitario y mi mujer es escritora, así que ambos nos defendemos bien —le sonrió a la mencionada, que todavía parloteaba incansable con Christina sobre decorativos de interiores.

—¿Matthew está estudiando? —preguntó Christina.

—Claro que sí, y también practica tenis, tiene un excelente brazo, ya ha ganado varios trofeos... —comentó su madre con orgullo.

—¿Tenis?, pensé que solo las mujeres jugaban tenis... —agregó Luke, riendo bajo las miradas de reproche de su familia, provocando un incómodo silencio en el que creyó conveniente disculparse—. Lo siento, solo... Fue un mal chiste.

—¿A qué te dedicas, Luke?, porque supongo que la profesión de payaso no es de tiempo completo... —dijo Matthew y lo miró serio, recibiendo a cambio una sonrisa forzada.

Detestaba esa mirada de superioridad que le dirigía, directamente a los ojos, sin titubear, sin apartarla ni un segundo. Notaba incluso algo de desprecio, como si todo su alrededor apestara a pescado podrido.

—Soy capitán del equipo de básquetbol de Júpiter High School. —Siguió comiendo sin importarle hablar con la boca llena.

—Vaya... —dijo simulando admiración—. Así que capitán, ¿eh? Creí que Júpiter High School tenía mayores expectativas con respecto al baloncesto... —continuó Matthew. Luke se mordía los labios tratando de no recriminarle ese desprecio constante que le demostraba—. Deberían incorporar una cancha de tenis, para incorporar algo de elegancia y dejar de reproducir primates.

—¿Lo de la elegancia tiene que ver con usar faldas y vinchas? —Curvó la boca en una sonrisa, tratando de ocultar su enfado.

El silencio incómodo reinó nuevamente.

—Desde que Luke lidera, el equipo de Júpiter ha subido muy alto en la tabla, incluso han ganado varios trofeos. —Christina sonrió amplio, tratando de suavizar la situación, antes de que Bianca se comiera las servilletas en un ataque de nervios.

—Es muy bueno, tengo que admitir; aunque está en una edad bastante difícil... —señaló Franco—. Está con todo eso de la ropa rota y el rock...

Su padre continuó hablando sobre él, dándole pie a Bianca, que encontraba el momento justo para comenzar a desacreditarlo.

Cruzó miradas con Matthew varias veces durante la cena, evidentemente estaba molesto. Podía imaginar el porqué de su silencio. Si realmente para Matthew el tenis era pasión, meterse con su deporte favorito había sido un golpe bajo. No estaba arrepentido, Luke no gustaba de retractarse, mucho menos cuando trataba con malcriados que se creían más que él. Lo que no entendía era que no le contestara a la ofensa; estaba al nivel necesario como para contraatacar. Pero Matthew tenía confianza en que el tenis era un deporte de clase, no podía reaccionar ante los insultos de un tonto con aspecto de vagabundo, él era mucho mejor que eso; fue lo que pensó al momento de tragarse todo lo que tenía para decirle a aquel mocoso, que se festejaba por su supuesta victoria. Luke le resultaba odioso. Apenas podía soportar estar frente a él sin mirarlo y asquearse por sus espantosos modales. Todo él le escandalizaba.

A Matthew no le gustaban los hombres, mucho menos cualquier ser humano desprolijo y sin modales. Así era él. Se había criado entre gente de clase alta, y a pesar de aborrecer a las personas creídas, no soportaría codearse con personas maleducadas. Trataba de entretenerse con otra cosa para no prestarle atención, pero simplemente no podía. Sus ojos siempre terminaban sobre cualquier cosa que estuviese haciendo. «Asqueroso, repugnante, bárbaro, salvaje», todo eso pensaba mientras lo miraba con una mueca de desagrado.

Llegó la hora del postre y Christina sirvió helado para todos. La palabrería era constante, como un murmullo capaz de provocar jaqueca. La cabeza de Luke estaba a punto de estallar en mil pedazos si no intervenía. Así también se sentía Matthew, listo para retirarse con una disculpa, sin dar demasiadas explicaciones. Hasta que el morocho buscó una excusa para aminorar el parloteo.

—Oye... Matthew, ¿juegas campeonatos o algo de eso? —interrumpió sus pensamientos, justo cuando lo miraba.

—Tengo un partido mañana, sería un placer para mí que acompañaran a mi familia en los... —inició con seriedad justo cuando vio una gota blanca de helado asomar a la comisura de los labios de Luke. Hizo una pausa sin prestar mucha atención a sus propios pensamientos—, bancos —concluyó; sin recordar bien qué venía diciendo.

—Por el amor de dios, Luke, ¡pareces un niño! —Su madre le acercó una servilleta—. Límpiate y trata de comer como una persona normal, santo cielo... —Sonrió a los invitados—. Mis disculpas, siempre es así.

—No es un problema, está bien; eres un chico muy apuesto, Luke —Lara le sonrió con dulzura.

—Gracias, señora Hogart —Luke le devolvió la sonrisa y luego miró a Matthew, que lo observaba con aquella intimidante seriedad.

—Será un placer para nosotros asistir, ¿verdad Christina? —preguntó Franco.

—¡Claro que sí!, ustedes son tan amables... —hizo un gesto de ternura y acabó por acariciarle el cabello a Bianca que sonreía como una tonta.

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