Epílogo.- No hay muerte en el mundo de los recuerdos
La muerte es la única realidad certera, lo único que sabemos nos espera impaciente en el futuro. En un mundo dónde pocas cosas pueden preverse o prometerse, Dios fijó la más grande de las promesas, todos sin importar raza, posición social o especie, moriremos.
¿Por qué si nuestro destino es morir amamos tanto vivir? ¿Por qué pese a todo el sufrimiento vivir es algo tan lindo?
La mayor de las torturas es saber que algún día los ojos dejarán de ver, la piel no sentirá más, los olores y sonidos se extinguirán, todo se sumirá en la oscuridad, y no habrán pensamientos, ni recuerdos, todo simplemente desaparecerá.
Cada ser humano sabe que morirá, pero a solo unos cuántos se les obliga a recordar ese hecho día tras día, hasta el punto que la muerte pierde su toque de terror y misterio, y se convierte solo en la inevitable verdad.
Jeremy se despidió de Aimé aquel día en el puerto, con la certeza de no volver a verla jamás. Intentó detallar con sus dedos cada facción de su rostro, grabar en su mente el mínimo detalle de su cálida voz, aspiró su olor y quiso guardar para siempre la sensación de acariciar su suave piel.
¿Podían los recuerdos mantenerlo vivo? ¿Puede eso ser suficiente?
Más que los recuerdos, fueron las promesas, lo que ayudó a que sobreviviera a aquel viaje. Agotado y con la sombra de la muerte arropándolo, desembarcó en aquel puerto a muchas millas de distancia de todo lo que a su corta vida, había conocido como hogar.
A duras penas sintió la intensidad de los rayos calentando su blanca piel. Tuvieron que cargarlo hasta el carruaje que fue a toda velocidad a su nuevo hogar.
Las personas hablaban diferente, su padre estaba allí todos los días enseñándole nuevas palabras, aunque él mismo sabía pocas. El mar se veía desde la ventana de su habitación, aunque él solo podía escuchar el tranquilo sonido de las olas.
Dijeron que el agua de mar lo ayudaría a mejorar, así que Steve lo llevaba a la playa todos los días por unos minutos. Al principio creyeron que se congelarían, sin embargo, les pareció extraño pero fascinante que estás aguas no eran como las de Inglaterra, eran cálidas, frescas, y tan cristalinas que podían verse a los peces nadar en los arrecifes. Para Jeremy era una sensación nueva, sentir de pronto a los peces blandos chocar contra sus piernas. Incluso en su primera visita encontró una estrella marina, enterrada en la arena, justo al lado dónde lo habían sentado.
Edward era el más contento con su nuevo hogar. Amaba pasar horas en la playa, y hacer castillos de arena, aunque siempre volvía a casa llorando queriéndose quedarse más tiempo disfrutando del agua salada.
Era difícil adaptarse a un nuevo hogar, memorizar cada rincón y desnivel, pero valía la pena porque sería el último hogar que conocería.
—Quiero escribirle una carta a Aimé —le pidió a Steve mientras él lo ayudaba a ponerse su ropa de dormir.
—Claro, lo haremos. Solo acuéstate, toma tu chocolate, buscaré papel.
La noche era fresca, así que Jeremy se arropó y llevó la taza de chocolate a su boca. Escuchó que Steve en el pasillo le gritó a Edward que dejara de fastidiar al gato, para luego sentir que Steve entró, se sentó a su lado y le acarició la mejilla.
—Yo soy más bebé que Edward —reclamó Jeremy—. A él lo regañas a cada rato, y sin duda no lo atiendes tanto como a mí.
—Edward se porta muy mal, está tomando malos pasos, debo regañarlo, es parte de ser padre —excusó Steve.
—Nunca me has regañado.
—Porque nunca me has dado razones para hacerlo.
—Tal vez sea el privilegio que da la muerte.
—Jeremy, no digas esas cosas.
—Ni Edward recibe tantos cuidados como yo. Él solo está viviendo lo que yo no pude, solo no lo regañes, deja que disfrute.
—Pero no puedo consentirlo en todo —repuso Steve.
Por un momento se mantuvieron en silencio. Jeremy bebió su chocolate y al terminar Steve le quitó la taza acariciando con cariño las manos de su hijo, era imposible para él no ser cariñoso con ese hijo que había sufrido tanto.
—Perdóname —exclamó Jeremy con voz baja.
—¿Por qué? —preguntó desconcertado.
—Por mi culpa tuviste que dejar tu vida, por mi culpa has tenido que renunciar a todo. Todos dejaron su hogar por mí y yo...
—Mi hogar está dónde estés tú, Edward, Estella y Claire, ustedes son mi hogar, son mi vida. Además aquí trabajo menos y puedo pasar más tiempo con ustedes, Edward ama este lugar, ¿acaso no estuvo besándote la mejilla por horas agradeciéndote el estar aquí?
Jeremy sonrió al recordar la gran efusividad de su hermanito menor.
—Jeremy, tengo tres hijos y Dios sabe que los amo, pero tú, tú, ¡Oh, Dios, como te amo! —Dejando la hoja a un lado se sentó al lado de Jeremy para abrazarlo y besar su frente. —Aunque no debería ser el caso, a parte de mi hijo eres mi mejor amigo. —Jeremy con lágrimas recorriéndole las mejillas, sonrió. —¿En serio lo eres? No hay nada que me preocupe que tú no sepas. Todos los días solo quiero llegar del trabajo a hablar contigo. Eres... eres más de lo que algún día imaginé de un hijo perfecto. Dios me dio el mayor de los regalos al traerte a mi vida. Amo mi vida porque tú eres parte de ella. —Steve no quería llorar, se prohibía hacerlo en presencia de Jeremy, pero allí estaban sus lágrimas cayendo sobre los cabellos oscuros de su pequeño.
—Pero te dejaré —sollozó—. Tienes que encontrar un nuevo amigo. —Siempre era doloroso admitirlo. No importaba cuántas veces se despidiera, ni que tan consciente estuviera de su destino, siempre era doloroso pensar en él.
—No, eso también es mentira. —Steve lo estrechó más a su cuerpo. —Tú nunca me dejarás, porque siempre te sentiré en mis brazos; siempre escucharé tu voz y las hermosas melodías que creabas con tus manos; siempre, no importa si tengo los ojos abiertos o cerrados, siempre veré tu rostro y el hermoso color de tus ojos; siempre estarás aquí conmigo, y cuando yo muera, estaré más feliz, porque te tendré más cerca, aún más cerca. Y tú no importa cómo ni dónde me escucharás, ¿cierto?
—Sí.
Jeremy lo abrazó más sabiendo que hasta el último momento de su vida no haría más que extrañar el no poder tener a su padre a su lado.
—¿Ahora qué te parece si escribimos la carta para la linda señorita Aimé? —preguntó Steve cambiando el tono de su voz a uno alegre y limpiando las lágrimas de ambos.
—Yo puedo decirle linda, tú no.
—Está bien, no te molestes —bromeó—. Empecemos.
***
Pasaron cuatro meses en los que no tuvo noticias de Aimé. Entendía que vivía muy lejos de Londres, así que tal vez apenas hubiera llegado su carta allá.
Amelie se encargó de darle nuevas medicinas que mantuvieron por esos meses sus ataques controlados. Ya conocía bien la playa y la casa, por lo que podía estar por ella sin ayuda.
Estella pronto se casaría y eso lo tenía alegre y triste al mismo tiempo. Su hermana por todos sus años de vida fue su gran apoyo, y la distancia se le hacía dolorosa, aunque ella aseguraba que no se iría lejos y nada cambiaría.
Ese día fue con su madre y Edward un momento a la playa. Él como siempre se sentó en la orilla sintiendo a los pececitos jugar entre sus piernas. Edward había aprendido a nadar y de verdad amaba el mar.
—¡Jeremy!
Alguien lo llamó, por siempre reconocería esa voz.
***
Fue un viaje demasiado largo, que duró más tiempo del previsto debido al mal clima, reparaciones en el barco, entre otras cosas. Aimé podía asegurar que odiaba el mar y ese clima pegajoso, no quería saber de él nunca más, aunque en un futuro cercano llegaría a ser gran parte de su vida.
Unos sirvientes la acompañaban. Los reyes jamás habrían enviado a su hija sola al otro lado del mundo. No quiso enviar una carta avisando de su llegada, quería que fuera una sorpresa para Jeremy, rogaba por encontrarlo bien, que estuviera a salvo, no se perdonaría si todo aquel viaje hubiera sido en vano.
Era un país completamente diferente, sin tantos lujos ni protocolo, y eso comenzaba a ser del agrado de Aimé.
Con emoción bajó del carruaje que los llevó a la hacienda de Jeremy. La única que se encontraba en la casona era Estella que se alegró mucho por su llegada, y la estrechó como a una hermana.
—¿Dónde está Jeremy? ¿Cómo está? —preguntó ansiosa por noticias, rogaba que fueran buenas noticias.
—Está bien. Hace un mes que no ha presentado recaídas. Él es fuerte —mencionó Estella sonriendo—. Está en la playa con mamá, ven, no sabes lo contento que se pondrá al verte. Te ha escrito una carta diaria, solo que el correo es muy lento.
—Temo que no podré leerlas, pero ya no hace falta, estoy aquí.
—¿Cómo es eso posible?
—Yo... luego les explico. Solo vamos a ver a Jeremy —insistió.
Estella le recomendó que se quitara las botas, e incluso aligeró su vestido. Ahora que estaba en un nuevo país debía cambiar su guardarropa.
Sabiendo que Jeremy estaba bien, lo único que quedaba en el corazón de Aimé eran las ansias por volver a verlo. Corrió riendo con Estella a través del patio, hasta que sus pies tocaron la suave arena de playa, y a no muchos metros de distancia estaba él. Se detuvo para observarlo un momento. Siempre pensó que Jeremy era un ángel caído del cielo, pero nunca ese pensamiento cobró tanto sentido, hasta que lo vio sentado en la orilla del mar. El intenso azul claro del agua resaltaba lo oscuro de los cabellos largos del joven, su piel blanca resplandecía con los rayos del sol, él estaba llenando un envase con arena para Edward, y hasta parecía que él veía. Todo parecía un sueño hecho realidad, uno en el que él no podía ser más celestial, y estaba como siempre debió ser, un joven alegre, sano y apuesto, uno en el que esos hermosos ojos podían ver, uno en el que no había un trágico final.
—¡Jeremy! —llamó a la distancia con un nudo formándose en su garganta.
Él reviró de inmediato, y la sensación de que podía verla se acrecentó. Eran los ojos más bellos del mundo, contrastando con la belleza del mar.
—¡Aimé! ¿Eres tú?
Jeremy se puso de pie e intento seguir la dirección de la voz. Solo allí Aimé salió de su mundo de sueños, sí estaba viviendo la realidad, y aunque su sueño era perfecto, él solo tener a Jeremy tan cerca de ella, era razón más que suficiente para ser feliz.
Corrió hacia él y lo abrazó, sí que lo abrazó.
—Soy yo —le susurró al oído.
—¿En serio estás aquí? —titubeó aferrándola más a su cuerpo.
—Sí. Y no me iré.
—Pero... No puedes desperdiciar tu vida conmigo, sabes que yo no...
—Calla, solo calla. Estar contigo es invaluable, Jeremy. Quiero estar contigo cada segundo, lo supe antes de que te marcharas, y lo confirmé estos meses que estuve lejos de ti. Tú eres mi razón de vivir. ¿Por qué vamos a estar solos si nos amamos? Seamos egoístas. Yo siempre he sido egoísta y, ¿sabes algo? Te lo recomiendo.
Jeremy sonrió, no iba a negar que durante todos esos meses no hubiera soñado con un momento así, pero era tan irreal, que llegó a pensar que continuaba durmiendo.
—Renuncié a mi título, mis padres, mi país, porque lo que me ata a este mundo está aquí frente a mí. Así que no me iré, y no puedes echarme porque estoy muy lejos de mi antigua casa. Tú Jeremy York te acostumbrará a estar conmigo hoy y los días que quedan por venir.
—Suena a una tortura —bromeó para no irse en llanto—. Te amo Aimé. Te amo con todo mi corazón, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
Y fue él, quien por primera vez la atrajo hacia él para sellar sus labios en un dulce y cálido beso. Sería el primero de muchos por venir.
***
Fue Aimé quien le entregó a Steve las cartas que James y Stephanie le habían escrito, pidiéndole que cuidara a su hija.
Aunque si bien Jeremy había mejorado, Claire sabía que tener a Aimé lejos ayudaba a que no se recuperara más rápido, podía sentir la tristeza que se escondía en esas sonrisas fingidas. Jeremy nunca se separaba de la armónica, lo que era prueba más que suficiente de dónde se dirigían sus pensamientos. Así que cuando Claire vio a Aimé en la playa, cuando fue testigo de aquel abrazo y el beso, corrió a abrazar a Aimé con todo el cariño del mundo.
Steve por su parte no podía estar más contento, era él quien escribía cada carta, sabía más que nadie los sentimientos de su hijo, quería que Jeremy pudiera disfrutar de todo lo que el mundo ofrece, sobretodo quería que amara y fuera amado. Era muy joven, eso era cierto, pero él debía vivir todo lo que su corta vida le permitiera.
***
A tan solo tres semanas de la llegada de Aimé, una fuerte tormenta azotó el pueblo en el que vivían. Fueron noches angustiosas, donde la brisa parecía que se llevaría todo a su paso. Fue aquel clima repentinamente frío lo que devolvió los malestares en Jeremy.
Se esforzaron por tenerlo caliente, y Amelié no dejó de trabajar en nuevas medicinas. Su situación llegó a ser tan grave que por tres noches seguidas, todos durmieron en la habitación de Jeremy, rehusando a separarse por si algo ocurría.
Aimé se negaba a pensar en la posibilidad de que de un momento a otro Jeremy dejaría de respirar, quería creer verdaderamente que él era fuerte y la muerte no lo vencería, pero debía reconocer que la muerte estaba allí y en menos de lo imaginado él podría entrar en el sueño eterno.
Esa noche se quedó dormida sosteniendo la mano de Jeremy, el cansancio la venció y entró en un extraño sueño. Vio a un niño, escuchó unas risas pequeñas, la luz del día era tan intensa que le impedía ver bien, pero sabía que estaba feliz; el mar y pequeños pasos en la arena. Un potente rayo la despertó al mismo tiempo que Jeremy comenzó a toser. Se apresuró a acercarle la medicina, se sentó a su lado y lo acercó a ella en un abrazo. Alejó los cabellos húmedos de Jeremy de su frente y depositó un beso en ellos.
—Gracias por estar aquí —esbozó Jeremy acariciando la mano de Aimé. Era tan normal ahora estar cerca de ella, como si hubieran nacido para hacerse compañía.
—No tienes nada que agradecer. Y deja de despedirte, te he dicho que no lo hagas. Cosas grandiosas pasarán en el futuro.
—Tienes que dejar de mentirte —refutó.
—Solo confía en mí.
—Es más doloroso no afrontar la verdad —Jeremy se alejó un poco tosiendo. Ya Claire preparaba un poco más de medicina.
—Sé cuál es la verdad, pero antes de que esa verdad ocurra viviremos lindos momentos, lo sé. Yo seré la primera en despedirme de ti cuando la verdad llegue, pero todavía no.
Jeremy no supo cómo sobrevivió a esa noche, ni a las siguientes, no existía una explicación al por qué fue mejorando al mismo tiempo que la tormenta se fue. Aunque la recaída le ocasionó daños a sus pulmones, por lo que al principio se cansaba muy rápido cuando caminaba pequeños tramos.
***
La noche era cálida, y estaban ellos a la orilla de la playa, alumbrados por una pequeña antorcha. Los cabellos de ambos danzaban, y una hermosa melodía proveniente de la armónica en los labios de Jeremy, se propagaba por todo el lugar.
Aimé estaba embelesada viéndolo, dejándose llevar por la belleza melancólica de la melodía. De ser alguien sentimental, habría llorado, pero ella quería conservar sus lágrimas, se prohibía pensar en últimos momentos.
—Es realmente hermosa —comentó Aimé al terminar la canción—. ¿De quién es?
—La compuse yo. Tuve demasiado tiempo en el barco, y ahora tengo la energía suficiente para tocarla. La tocaré en piano.
—Sonará hermosa. ¿De qué trata?
—Es sobre un muerto.
—¡Un muerto!
—En realidad es sobre un bebé que murió al nacer, así que creció en el mundo de los muertos, todos dirían que estaba acostumbrado a ese lugar porque es lo único que conoce, pero desde allí pudo ver a sus padres, pudo ver el mundo de los vivos, y desde que pudo hablar le reclamó al rey de ese reino lo injusto que era el no tener ni un solo recuerdo del mundo de los vivos, porque todos los demás conservaban recuerdos, momentos, él simplemente hubo nacido muerto. Así que año tras año, día tras día, pidió tener al menos un solo recuerdo del mundo de los vivos, y año tras año, día tras día, nadie le hizo caso. Hasta que un día un nuevo rey llegó, y lo oyó, era el único ser que había crecido allí desde bebé, revisaron su caso dándose cuenta que aquel bebé nunca debió morir, compadeciéndose de él le otorgaron un día en el mundo de los vivos, y no solo eso, al terminar ese día tendría la opción de pedir el deseo que quisiera. Él estuvo claro en cuál sería ese deseo, incluso sus amigos se despidieron de él, sabían que no lo volverían a ver sino a través de las ventanas al mundo vivo.
‹‹Él sabía lo que haría ese día, lo había planeado durante toda su muerte, pero nunca esperó encontrarse con ella; una joven cuya madre él conocía, él vio desde el mundo de los muertos el dolor de la hija de quien se convertiría en una de sus mejores amigas. Sabía que no podía decirle que su madre la quería y cuidaba desde aquel lugar, pero quería hacer algo por ella. Pensó y pensó en qué podría hacer, mirando de reojo a la bella doncella. Ella notó que el joven la observaba, él era muy apuesto —Aimé sonrió—, así que ella... se ruborizó, y siendo una joven decidida se acercó a él. Preguntó cosas que él en su nerviosismo no pudo contestar, otras solo las balbuceó, y finalmente solo acertó a decir que era nuevo allí. Ella se ofreció a mostrarle todo el pueblo y sin darle tiempo a contestar lo jaló del brazo y lo arrastró por todas las zonas hermosas del pequeño lugar. Fueron al mar, comieron, disfrutaron de la fuerte brisa en sus rostros, bailó por primera vez, tomó su primer licor. Ella le contó sus sueños y miedos. El día fue largo y corto al mismo tiempo, cuando él se dio cuenta ya estaba sentado con ella en una roca viendo como el sol se ocultaba. Ella tomó su mano y él jamás pensó que podría sentirse así, tan mágico e irreal. Ella se acercó a él, y por primera vez luego de tantos años muerto, sintiendo que se quedó sin respiración. Ella acarició su mejilla y por fin sintió el latido de su corazón. Ella fijó su mirada en él, y se dio cuenta que siempre estuvo ciego. Ella juntó sus labios con los de él, y allí supo que estaba vivo. Ella sonrió y supo el gran valor de un sonido.
Tuvieron que despedirse, ella le dijo que al amanecer se encontraran en el mismo lugar, él asintió y con gran tristeza soltó su mano. El rey de los muertos se apareció ante él, ya era hora de su deseo final. Él creyó cuando al principio aceptó el tour de la joven, que nada perdía con desperdiciar ese día, porque al final del día tendría muchos más, pero ahora sabía que en realidad estuvo toda su muerte luchando por ese preciso día al lado de la joven que le hizo sentir todo lo que era vivir.
El rey presionó y él con una gran sonrisa emitió su deseo, él único que alguna vez se le dio. Deseó... deseó que ella por siempre fuera feliz...››
—Y como la felicidad de ella era él, él vivió y así mató dos pájaros de un tiro —concluyó Aimé esperanzadora. Sus ojos estaban cristalizados de imaginar un final que no fuera feliz.
—No. Él volvió al mundo de los muertos.
—¡¿Qué?! Pero... ¿por qué? Él era su felicidad —protestó llorando.
—¡No! Él solo era un momento. Su felicidad no estaba en su madre, ni en él, estaba mucho más allá, esperando por ella, aunque ella no lo sabía. Ella fue al día siguiente y no lo encontró, se sintió triste; fue otro día obteniendo el mismo resultado. Buscó con la mirada al joven en el pueblo esperando encontrar su rostro, pero eso no pasó, y aunque se sintió triste, con el tiempo eso pasó. Él siempre sería el recuerdo de un hermoso día.
—¿Y él? —preguntó con voz rota.
—Él estaba acostumbrado a estar muerto. Tenía su ventana para verla, tropezar, equivocarse, para al final ser feliz. Y, ¿cómo no desear la felicidad de quién te hizo vivir?
Aimé lloraba, aunque quería esconderlo Jeremy escuchó un sollozo, así que eliminó la distancia entre ellos y comenzó a limpiar las lágrimas de Aimé.
—No llores —susurró a centímetros de su rostro.
—Yo nunca lloro y mira lo que hiciste —reclamó sonriendo—. Qué bueno que es una melodía y yo le puedo dar la interpretación que yo quiera.
Jeremy sonrió le dio un beso corto y la acunó en sus brazos.
—Yo quiero ser tu día —susurró Aimé hundiendo el rostro en el pecho de Jeremy.
—Tú eres mí día, mi perfecto día.
Aimé se negaba a pensar en el futuro, pero allí estaba sabiendo lo horrible que sería enfrentarse a lo inevitable. Arrullada en el pecho de Jeremy se permitió llorar.
—Nuestro día será largo —dijo Aimé separándose un poco y limpiando las lágrimas—. No lo suficientemente largo, porque nunca será suficiente, pero será largo.
—Largo y corto —completó Jeremy.
—Sabes que eres un tramposo, yo te invité acá y tenía un discurso preparado, pero te dejé tocar la canción y tu cuento, y ahora sé que mis palabras no te superarán en nada. Jere, yo no nací muerta, pero me esforzaba por estarlo, quería ser miserable solo porque sí, y... evitaba sentir solo para no sufrir. Pero llegaste tú y mi corazón le ganó a la razón, por primera vez tuve un propósito, un algo por el que luchar sin importar el dolor. Porque cien años de dolor valen la pena por uno a tu lado. Tú eres mi único día, y tú eres mi único deseo. —La voz de Aimé se quebraba y nunca pensó que se pondría tan sentimental. —¿Jeremy Steve York aceptas casarte conmigo?
—¡Aimé!
Jeremy no sabía qué decir, jamás se esperó esa pregunta.
—Soy princesas y por tanto yo debo ser quien pida matrimonio. Nunca agradecí tanto esto, porque tú jamás lo habrías hecho por tu cuenta.
—Aimé tú sabes cómo acabará todo.
—Lo sé y qué. Todos estamos expuestos a la muerte. ¿No quieres pasar el resto de tu vida conmigo?
—Claro que quiero, te amo y por lo mismo no puedo atarte.
—Ya estamos atados, ¿no te das cuenta? No me iré, no me iré de aquí, no te dejaré, eres mi día y este día no termina. Se egoísta —susurró.
Jeremy la abrazó. Sí en sus sueños más locos él le pedía matrimonio a Aimé, se arrodillaba y le daba el anillo familiar, ese que cuando era niño su padre le enseñaba diciéndole que le pertenecería a su esposa. Pero no quería hacerle más daño, no era bueno estar a su lado.
—El bebé que nació muerto mereció su día y su deseo, ¿por qué tú no?
—No.
—¡¿No aceptas?! Sabía que no sería fácil —murmuró Aimé.
—No, no será así.
Jeremy jaló la mano de Aimé, se puso de pie y comenzó a volver a la casona. Se sabía el camino así que Aimé se dejó guiar por él ya que dejó la antorcha en la playa y era poco lo que podía ver.
—¡Papá! —gritó Jeremy una vez llegaron a la sala.
Aimé no entendía, Jeremy se dirigió al piano, y de inmediato un acelerado Steve bajó las escaleras con un candelabro en sus manos y una bata sobre su ropa de dormir.
—¿Qué? ¿Qué pasó? —preguntó asustado.
Claire, Estella y Víctor también llegaron agitados al salón.
—Acércate. —Pidió desde el piano.
Steve corrió a su lado.
—Por favor tráeme el anillo de la abuela, el de la familia —susurró al oído de su padre.
—¡¿Qué?! ¿El anillo? Hijo, ¿estás bien?
—Sí, y baja la voz, solo búscalo y tráelo, por favor, y que sea rápido.
Steve desapareció de nuevo, aunque su cerebro no terminaba de comprender nada. Claire corrió al lado de Jeremy para ver si estaba enfermo, Estella también, y de pronto todos lo rodeaban sin dejar de preguntar.
Amelie también llegó para ver si había alguna emergencia, pero Aimé le indicó que no era nada.
Steve volvió de inmediato y dejó el anillo en las manos de Jeremy.
Él les pidió que se alejaran un poco y llamó a Aimé para que se parara a su lado. Ella presentía lo que pasaría y se sentía emocionada por ello.
Jeremy comenzó a tocar al mismo tiempo que por primera vez Aimé escuchó lo hermosa que era su voz cantando.
En un mundo de oscuridad ella me mostró la luz
En mi mundo de miedos, ella me enseñó a vencerlos.
Trastabillaba, me golpeaba y maldecía por mi destino.
Pensé que nada más había en el valle de los vencidos.
En un mundo sin dirección ella me orientó.
La oscuridad es muerte y yo me sumí en ella.
En mi inevitable oscuridad ella me enseñó a vivir.
En mi mundo de sombras encontré el color.
Porque aquí en la oscuridad la conocí a ella,
Y solo por ella aquí desearé estar por siempre,
En lo que fue mi tormento y mí llamado a la muerte,
Pero que ahora es mi más hermoso paraíso viviente.
Jeremy dejó de tocar y se arrodilló en dirección a Aimé, podía sentir por su respiración en dónde se encontraba.
—Te amor, realmente lo hago, así que, ¿Aimé Stefanía Prestwick aceptas casarte conmigo?
Solo hasta allí Steve cayó en cuenta el objetivo del anillo.
—Sí, sí, sí y mil veces sí.
Se arrodilló para estar a la altura de Jeremy y besarlo. Ella lo ayudó a que él le colocara el anillo y se levantó sonriente señalándole su dedo a Estella.
Claire estaba llorando y corrió a abrazar a Aimé, no iba a negar que deseara con todo su corazón que algo así ocurriera. Steve salió de su sorpresa y corrió a abrazar a Jeremy. Ordenó avisar a los sirvientes que trajeran vino para celebrar. Esa noche brindaron por el reciente compromiso.
***
—Tengo que admitir que ayer no lo pensé —reconoció Steve en su conversación con Aimé—, pero tus padres tienen que dar su aprobación, eres muy joven.
—Ya tengo dieciséis y cumpliré diecisiete, mi mamá se casó a esa edad. Además ellos ya sabían a lo que vine aquí.
—No creo que supieran que ibas a comprometerte. —Steve de verdad no sabía qué hacer. —Les enviaré una carta, un telegrama mejor, y esperaremos su aprobación. No hay prisa.
—Pero sí la hay —contestó Aimé—. He aprendido que cada día es valioso, que no podemos dar nada por sentado. Owen por ejemplo no debía morir ese día, pero pasó. No perdamos más el tiempo, de todas formas mis padres no podrán venir a mi boda, y usted es mi tutor aquí.
—No puedo abusar de la confianza de tus padres.
—Es otro país, otras leyes, si quiero casarme lo haré.
Aimé hacía lo que quería y esta no fue la excepción. La carta fue enviada, más ella no esperaría la respuesta.
***
Aimé no iba a negar que habría querido que James la llevara al altar, o que Stephanie le arreglara el velo y diera algunos consejos, o ver a Arthur allí apoyándola, pero estaba alegre con lo que tenía.
Fue Claire la que le arregló el velo, fueron ellas y Estella, que ya se había casado, las que le conversaron del matrimonio; y fue Steve quien tomó su mano para llevarla al altar.
La iglesia era pequeña pero muy linda. Todo el lugar estaba adornado de hermosas rosas blancas, y varias personas del pueblo estaban fuera de la iglesia para ver quién se casaba. Si estuviera en Londres, todas las calles habrían estado abarrotadas para ver su boda, sin embargo, ese pequeño grupo de personas la hizo sentir como en casa.
Jeremy no podía ver la gran belleza física de Aimé, no podía ver que parecía una diosa con aquel vestido, que sus ojos resplandecían con el blanco de su vestido, que era la mujer más hermosa que nadie haya visto. Pero cuando tomó su mano la corriente que paseó por su cuerpo era todo lo que necesitaba para saber que allí a su lado estaba la dueña de su corazón, la mujer perfecta, no hacía falta verla para saberlo.
Steve y Claire no pararon de llorar durante toda la ceremonia, estaban viviendo algo que muy pocas veces se permitieron soñar, porque no podían contar las veces que se despidieron de Jeremy, los tantos días vividos creyendo que alguno sería el último. Su niño ahora tenía quince años, pronto cumpliría dieciséis, y aunque muy joven, estaba allí iniciando su familia.
***
La recepción fue pequeña, solo una celebración entre ellos mismos, algunos vecinos y socios de Steven.
Las sirvientas ayudaron a Aimé a quitarse el vestido y ponerse su ropa de noche. Estaba muy nerviosa, porque después de todo era algo nuevo lo que haría, y odiaba hacer preguntas al respecto, le daba mucha vergüenza hablarlo, aunque ahora estaba un poco arrepentida de no haber sido más curiosa.
Llegó a la habitación y Jeremy ya estaba recostado en la cama. Sus cabellos oscuros y lacios estaban más largos, cayendo por sus hombros, él quería cortárselos pero Aimé se lo había prohibido, le gustaba como se veía así. Jeremy incluso había crecido más llevándole una cabeza a Aimé, y debido a un par de meses con buena salud, había recuperado peso. Aimé lo observó un instante antes de acercarse.
—Me estabas mirando —comentó Jeremy.
—¿Cómo? Juro que no hice ruido al entrar. —Ambos rieron y Aimé se subió a la cama. —Miraba lo lindo que es mi esposo —dijo para luego besarlo.
—Lo dices porque no puedo saber si es cierto o no.
—Lo eres y es la verdad. Podemos ir a preguntarle a todo el pueblo y estarán de acuerdo conmigo.
Jeremy la besó pasando su mano por la cintura de Aimé para atraerla más a él.
—¿No estás nerviosa? —preguntó en voz baja.
—Sí —sonrió—. Tu mamá y Estella querían hablarme del tema, pero yo les dije que sabía. Claro que no sé nada —rio.
—Yo... no sé si... lo haga bien —susurró.
—Sea bien o mal yo no podré saberlo porque no sé nada de cómo tiene que sentirse, tú tampoco, somos nuevos en esto.
Por un momento se quedaron callados.
—Yo te amo y tú me amas —dijo Aimé y Jeremy asintió—, y nadie nos enseñó a hacerlo, y esto se llama hacer el amor, así que como nos amamos tanto seremos expertos en ello, solo lo sabremos.
Jeremy pasó la mano detrás del cuello de Aimé atrayéndola a él para besarla. Eran expertos en besarse y dejar la vida en ello. Aimé sonrió al alejarse solo un poco, pudo chocar su mirada con la de Jeremy, amaba cuando eso pasaba.
—A veces siento que me ves.
—Te veo —afirmó volviendo a besarla.
Algo pasó por la mente de Jeremy que se robó su sonrisa y Aimé pudo notarlo cuando el aflojó el agarre de su cintura.
—Amelie dice que tal vez yo... yo no pueda darte hijos —mencionó con tristeza.
—Eso ya lo averiguaremos. Mi nana decía que yo jamás amaría a alguien y aquí estoy. Nada es seguro en esta vida. Por ahora te tengo a ti y tú a mí, y eso es más que suficiente.
Comenzaron a besarse más y más. Aimé besó el cuello de Jeremy y él se permitió acariciar las piernas de Aimé a la vez que continuaba el beso, era extraño lo normal que se sentía explorar el cuerpo del otro, cuando antes era casi un pecado el rozar sus manos.
—Tú eres mío y yo soy tuya. Te amo.
—Te amo.
Era esa la magia del amor, el saber que sin importar qué, ellos se pertenecían. Que nunca más caminarían por el valle de la soledad porque se tenían el uno al otro, en la salud, la enfermedad, en la tristeza y la alegría.
***
—¡Estoy embarazada! —gritó Aimé de alegría cuando el doctor le dio la noticia.
Tan solo llevaba tres meses de casada y no podía creer su suerte. Amelie le dijo más de una vez que no se hiciera ilusiones, pero allí estaba recibiendo esa grata noticia.
Cuando comenzó a tener náuseas y mareos, pensó que solo estaba enferma, pero ahora sabía que era todo lo contrario.
—¡Seremos padres! —gritó encaramándose en el cuello de Jeremy que no podía creerlo.
—Un bebé —susurró abrazando a Aimé.
—Sí, nuestro bebé.
—¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo!
Jeremy la estrechó más tocando el vientre de su esposa, aunque aún era imposible detectar la presencia de un bebé.
Ese día Steve llegó tarde de asuntos en la capital. Cuando Jeremy le dio la noticia gritó de alegría, lloró y abrazó tan fuerte a Jeremy que hasta lo cargó.
—¡Mi nieto! ¡Mi primer nieto!
Todo era tan increíble, que sabían se trataba de un milagro.
***
Los cuidados con Aimé fueron excesivos. Steve hasta contrató a un doctor que estuviera todo el día y noche en la casona al pendiente del embarazo de su nuera. Amelie viendo que la salud de Jeremy estaba mejor, decidió ir a explorar otros países del continente en búsqueda de nuevas medicinas, se iría solo por un par de meses.
Todo parecía ir bien. Aimé ya iba por su sexto mes de embarazo y su vientre estaba muy grande. Ella y Jeremy amaban sentir cuando su bebé se movía. Jeremy podía pasar horas solo tocando el vientre de Aimé, así como también le gustaba tocarle música con la armónica, el violín o el piano.
La salud de Jeremy era muy inestable y sin que nadie lo previera una mañana amaneció con una fuerte fiebre que le impidió levantarse de la cama.
Amelie no estaba y él no hacía más que empeorar. Aimé intentaba ser fuerte pero se encontró así misma llorando en los rincones desconsolada. No había más impotencia que ver a tu ser amado morir y no poder hacer nada por él.
—No quiero morir antes de cargarlo —sollozó Jeremy en los brazos de Claire—. Mamá no quiero morir antes de sentirlo.
Antes siempre estuvo resignado a lo que el futuro le deparaba. Nunca quiso morir, pero al menos podía afrontarlo y fingir que todo estaba bien. Ahora simplemente no podía esconder lo que sentía, él no quería morir, no antes del nacimiento de su bebé.
—Dios es muy injusto, ya me quitó la posibilidad de verlo, ahora ni siquiera me dejará estar allí. No quiero morir, no ahora.
—Jeremy no morirás. Estarás allí para tu bebé, solo no te dejes vencer, tú puedes.
Pasó una semana en la que Jeremy luchó sin ninguna mejora, pero al menos abriendo los ojos cada día.
Aimé estaba acostada a su lado, tomó la mano de su esposo y la puso en su vientre.
—Se está moviendo —dijo Jeremy con voz ronca sonriendo.
—Sí, le encanta oír tu voz. Si es niña, ¿cómo la llamaremos?
—Aimé.
—¡No!
—¿Por qué no? Tú decidiste que si es niño se llame Jeremy.
—Porque amo ese nombre.
—Yo amo el tuyo —dijo tosiendo.
—No quiero que se llame Aimé. ¿Qué tal Rose?
—Rose, me gusta.
—Ya sabemos que si es niño se llamará Jeremy James Steve York Prestwick.
—Un nombre demasiado largo —comentó—. Sé que lo cuidarás bien, enséñale a tocar el piano.
—Tú mismo le enseñarás, así que no te despidas, no aún.
Jeremy iba a replicar pero un nuevo ataque de tos le sobrevino. Aimé se apresuró en pasarle agua, pero gritó al ver sangre en la boca de su esposo.
"No por favor no, aún no es el tiempo".
Antes de limpiarlo la puerta se abrió de súbito. Una Amelie sudada entró apurada.
—Amelie por favor, sálvalo —rogó Aimé.
—Jeremy necesito que no te asustes. Vamos a salir de esto.
Él asintió y tomó la mano de Aimé intentando decirle que todo estaría bien.
Por casi tres meses Jeremy estuvo recuperándose. La sangre por suerte solo se debió a lo irritada que estaba su garganta por toser tanto. Amelie decía que Jeremy carecía de anticuerpos, por lo que la más mínima de las enfermedades entraba a su cuerpo haciendo estragos. Su solución era mantenerlo en un lugar libre de contaminación. Comenzó a administrarle una dieta rígida, que lo mantuviera fuerte y asegurándose que los sirvientes limpiaran bien los alimentos.
Jeremy casi no salió de su habitación y Aimé siempre estaba con él, leyéndole cosas, o tejiendo ropa para su bebé mientras lo acompañaba.
***
El tan esperado día del parto llegó. Jeremy le rogaba a Dios que nada malo le pasara a Aimé y el bebé, sabía que un parto era peligroso, y hasta se sentía culpable por haber expuesto a Aimé al peligro. Si algo le pasaba él nunca se lo perdonaría.
No se suponía que él estuviera al lado de su esposa, pero lo dejaron estar allí tomando su mano.
Aimé se decía así misma que era fuerte, así que presionaba fuerte los dientes para no gritar por el dolor que sentía. Quería que su bebé naciera sano así que intentó mantener la calma. Veía a Jeremy a su lado y solo eso le bastaba para saber que todo saldría bien, él sí pudo estar en el nacimiento de su hijo, así que ella daría todo para que el bebé de ambos naciera sano.
Aimé era joven y sana, así que su parto no tuvo complicaciones y fue rápido.
Jeremy no podía ver lo que estaba pasando, pero al escuchar el llanto de su bebé se quedó inmóvil. De inmediato los ojos se llenaron de lágrimas, supo que jamás olvidaría ese llanto.
Aimé sonrió y presionó la mano de Jeremy entre la de ella. Él sonrió y se agachó para darle un corto beso.
—¡Es nuestro bebé! —exclamó queriendo poder tocarlo ya.
—Es un varoncito —dijo el doctor.
—¡Oh por Dios! —exclamó Aimé tomándolo entre sus brazos—. Eres hermoso bebé, eres tan hermoso.
Aimé no podía creer que un ser tan bello hubiera salido de ella. Aimé acercó el bebé a Jeremy y tomó su mano para pasarla por el rostro del bebé.
—Es tan pequeño —dijo Jeremy entre lágrimas—. ¿Cómo es? —preguntó, logrando que los ojos de Aimé y Claire botaran más lágrimas. Él merecía poder ver a su bebé.
—Tiene los cabellos oscuros como tú, tiene bastante cabello por cierto —Aimé dirigió la mano de Jeremy por la redonda cabecita del bebé. —Es muy blanco y arrugado —ambos rieron—, y se niega a abrir los ojos. Ven, cárgalo.
Aimé con cuidado depositó al bebé que se quejaba un poco, en los brazos de Jeremy, él tenía miedo de dejarlo caer, pero Aimé continuaba sosteniéndolo, diciendo que nada malo pasaría.
Fue la experiencia más hermosa del mundo tener a su hijo en los brazos, era una cosa pequeñita que respiraba y que era su todo. Con cuidado Jeremy fue pasando sus dedos por el rostro del bebé, detallando su pequeña nariz, su boca y una manita que se aferró a su dedo.
—Te amo tanto hijo —sonreía y lloraba al mismo tiempo—. ¿Sabes? Nunca pensé que tendría un hijo, pero la vida me dio el más grande regalo al traerte aquí conmigo. Discúlpame por no poder verte crecer, pero tu mamá se encargará de hacer saber cuánto te quiero, cuanto te quise.
Hay algo peculiar en cosechar momentos felices, y es que mientras más tesoros se tengan más es el peso de sus pérdidas.
***
Aimé estaba con Jeremy en aquella playa dónde se formaron tantos recuerdos. Él le había pedido que lo llevaran allí y lo dejaran a solas con su esposa.
Jeremy estaba acostado, cubierto por una gran cobija, y con su torso apoyado en el cuerpo de Aimé, quien estaba sentada abrazándolo.
Él sol ya se estaba ocultando y dos antorchas a su lado resplandecían.
—Aquí fue dónde te pedí que te casaras conmigo —dijo Aimé sonriendo.
—Aquí fue dónde te jalé para terminar pidiéndotelo yo, como se debe —habló aunque le costaba hacerlo—. Jeremy me tocó hoy una parte de Primavera, continúa con sus clases de piano, tiene talento. —El recordar la melodía de su pequeño de cuatro años le hizo llorar aunque no quería hacerlo.
—Continuará con ellas, de eso no tengas dudas —dijo entre lágrimas, presionando más a Jeremy contra ella.
—No dejes que me olvide —exclamó con dolor.
—Él nunca te olvidará, te adora, así como yo tampoco nunca te olvidaré.
—Fue muy difícil abrazarlo por última vez y no irme en llanto —admitió Jeremy quien ya se había despedido de todos—. Gracias por todo Aimé, porque tú fuiste mi todo, fuiste mi día, y ya se está acabando. Fue un día largo —dijo sonriendo.
—Y corto. Muy corto.
—Largo pero no lo suficiente, nunca sería suficiente —citó las palabras de Aimé de hace casi cinco años atrás.
—¡Oh, Dios! No sabes cuánto te amo. Eres el ángel que llegó a mi vida y que quise retener pero que ahora ya se va demasiado pronto. Y si dónde sea que vayas hay una ventana, verás que continuaré amándote día tras día, año tras año.
—Recuerda que mi último deseo es que seas feliz.
—Y ya me diste una enorme razón para serlo. Jemy es mi todo.
—A dónde sea que vaya sí podré verte, a ti y a Jeremy —comentó intentando limpiarse las lágrimas.
—Y verás que no soy tan linda como dicen. —Ambos rieron.
—Debes ser aún más hermosa.
Aimé se acercó a besar esos labios que amaba, y que ahora estaban algo agrietados. Jeremy había resistido todo lo que pudo pero ya era imposible.
—No voy a despedirme, no diré adiós —sollozó a centímetros del rostro de Jeremy—. No lo haré porque tú nunca te irás, siempre estarás aquí conmigo, aquí en nuestro hijo, cada noche en mis sueños y cada día en mis pensamientos. Solo abrázame una vez más.
—Como habría querido estar contigo más tiempo, que este día fuera eterno, pero este es el día que quería vivir. Por ti viví lo que ni siquiera llegué a soñar. Nos volveremos a encontrar, y allí te veré.
—Estaremos en el mundo que debió ser.
—Hola —dijo Jeremy sonriendo abrazándola con las pocas fuerzas que le quedaba.
—Hola —Aimé alzó la mirada encontrándola con la azulada de Jeremy, así como pocas veces ambas miradas se encontraban. Él la estaba mirando, en ese breve instante así se sintió.
No era un adiós, era un "Hola" a una nueva etapa de sus vidas. Él, un "hola" a la muerte. Ella, un "hola" a una vida sin el amor de su vida.
Los ojos de Jeremy se cerraron y sus manos dejaron de sostener a Aimé. Ella se apuró a sostenerlo entre sus brazos sabiendo que por fin la temida verdad había llegado.
—¡No! ¡No! ¡No!
Sollozó entre los oscuros cabellos de Jeremy.
—No te vayas.
Pidió aunque sabía que de nada valdría.
Llorando amargamente lo acunó en sus brazos, balanceándose, queriendo mantener por siempre el calor de su cuerpo, la fragancia de su cuerpo, el sabroso aroma de sus cabellos. Ni mil años iban a prepararla para decir adiós.
—Te amo niño hermoso.
Destrozada, llorando, dejó el último beso en los labios de su amor verdadero.
***
—¿A papá le gustará que nos vayamos de aquí? —preguntó un pequeño Jeremy de cuatro años que se encontraba visitando la tumba de su padre.
—Papá quería que conocieras la casa dónde el creció de niño.
—Cuando él podía ver —dijo recordando las historias de su padre.
—Sí, cuando él podía ver —afirmó Aimé con los ojos llorosos—. Pero volveremos a visitarlo, además papá siempre estará con nosotros dónde sea que vayamos.
—Sí porque él vive aquí —señaló su corazón.
—Es hora de despedirnos —apuró Aimé antes de caer en llanto frente a su pequeño. Ella tampoco quería irse del lugar dónde estaba el cuerpo de Jeremy.
—Sé que vives en mi corazón, y cada noche te hablo, pero igual te extraño. Te extraño mucho.
Todos le habían explicado a Jeremy que ya no volvería a ver a su padre, él era inteligente y entendía, y precisamente por eso le dolía tanto.
No pudo evitar hacer un puchero y llorar. Aimé lo abrazó de inmediato, aunque ella estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no derrumbarse. Su hijo era idéntico a su padre, así que cada vez que veía esos ojos azules grisáceos no podía evitar recordar los de Jeremy.
—Dijiste que había una casa en el árbol, iré allá y te contaré todo. Te amo.
Jeremy dejó un pequeño piano de madera sobre la tumba de su padre y se dio la vuelta abrazado a su mamá.
***
Todos se devolvieron a Inglaterra en un viaje largo y agotador. Steve y Claire amaban a Jeremy, era su adoración, pensaban nunca separarse del único recuerdo viviente que quedaba de su hijo. Ambos amaban a Aimé y día a día le decían lo agradecida que estaban con ella, aunque ella insistía en que no había nada que agradecer, ella amaba a Jeremy.
Fueron semanas muy fuertes. A veces Aimé soñaba tan vívidamente con Jeremy que sus días se volvían grises y muy tristes. Él fue su todo, así que sentía que le habían arrancado un miembro de su cuerpo.
Fue increíble para ella ser recibida en el puerto por ese hermanito menor que ahora desconocía, era más impresionante verlo en persona que en fotos.
Con grandes lágrimas desbordándose se abrazó a él.
—¡Oh, Aimé! Estás hermosa —le dijo Arthur estrechándola todo lo que podía.
—Él se murió. Él simplemente se murió —sollozó sin poder respirar.
—Aimé, sabes que ya no sufre y que se fue feliz. —Arthur no sabía qué decir. Si bien había crecido mucho, sentía que mentalmente continuaba siendo un niño.
—Conoce a mi hijo —dijo separándose, limpiando las lágrimas y buscando en los brazos de Steve a su pequeño—. Te presento a Jeremy.
—¡Oh! Eres... eres... hermoso.
Arthur literalmente se lo arrancó de las manos a Steve.
A Jeremy le habían hablado mucho del tío Arthur, así que no le asustó ser cargado por un desconocido.
—Es igual a Jeremy —comentó viendo atentamente al niño.
—Sí, soy igual a mi papá —dijo Jeremy orgulloso.
Stephanie y James no demoraron en llegar a recibir a su hija que no veían desde hace tanto.
Aimé se vio envuelta en los efusivos abrazos de ambos y volvió a llorar como una niña pequeña que se perdió y encontró a sus padres de nuevo. No supo hasta ese día lo mucho que los había echado de menos. Todos lloraban, todos reían y una nueva vida para ella y su hijo comenzaba.
***
Aimé no volvió a vivir en el palacio con sus padres, iba por pequeñas temporadas o de visita, pero su estancia permanente era en casa de los York. Incluso la mansión dónde Jeremy nació y se crio hasta los nueve años, ahora estaba a nombre de Aimé. Ella quería cumplir la voluntad de Jeremy de que el hijo de ambos creciera en la única casa que él recordaba con cariño, esa de la cual él sí conocía todo.
Jeremy amaba tocar el piano tanto como su padre, así que continuó con las clases de piano haciéndose diestro, hasta el punto de que en un futuro compuso sus propias sinfonías, una de ellas dedicada a su padre, a quién siempre tuvo presente.
Aimé sí fue feliz, y si Jeremy podía verla desde alguna ventana sabría que cumplió su promesa. Cada logro de su hijo era un rayo más de felicidad que se sumaba a su historial de vida. Con el tiempo el dolor fue apaciguándose, así como la joven del cuento de Jeremy, pero él fue más que solo un momento en su vida, fue ese capítulo que marcó toda la trama, que dio pie al futuro, él fue la raíz de su felicidad.
En los años siguientes Aimé esperaría el momento en el que pudiera continuar aquella conversación que comenzó con un, "hola".
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No se ustedes pero yo estuve muy sentimental mientras estuve escribiendo este epílogo. De verdad fue fuerte para mí. Aunque el capítulo de la muerte de Owen me dejó seca de tantas lágrimas que boté, les digo que este estuvo a la par. Creo que es horrible decirle adiós a alguien, ya sea porque pasó de pronto , como en el caso de Owen, como si era algo esperado como lo de Jeremy. No importa cómo, ni cuando, la muerte duele y es devastadora. Y creo que sí he escrito sobre ella aquí en Ennoia, es para recordarme a mí misma que el dolor más fuerte puede superarse, y que como dice el título de este epílogo: No hay muerte en el mundo de los recuerdos.
Los amo!!!! Espero que hayan disfrutado de este epílogo. Les daré las gracias a todos en el post que sigue, en conjunto con un muy pequeño fragmento de David y sus hijos. Besotes!!!
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