Capítulo 9.- Hermanos

2 de junio 1849. Londres.

Lo que menos se esperarían Diana y Adelaida, era ser encontradas y rescatadas por su padrastro, el conde William Cowan.

-Tenemos que decirle a la reina. David está en manos de ella, ella... -Diana revolviéndose intentaba zafarse de Adelaida que la jalaba de vuelta al sillón en el que se encontraban.

Apenas estaba amaneciendo y unas Diana y Adelaida, destruidas, cubiertas por una manta y con lágrimas secas en los ojos, miraban a su imponente padrastro. El conde no estaba contento, tenía una labor que cumplir, llegó a Londres rastreando a su cuñada, y no dejaría que se le perdiera tan fácil.

-¡Nadie le dirá nada a la reina! ¡Entendieron! -William, masajeándose el ceño, gritó asustando a ambas hermanas.

-No me quedaré de brazos cruzados, él...

Una fuerte cachetada silenció las protestas de Diana. Adelaida se llevó las manos a la boca para no gritar, y con presura ayudó a su hermana a levantarse. Ella con los ojos llenos de lágrimas y una mejilla que palpitaba, se reincorporó con temor.

-Cuida la forma como hablas del esclavo. No tolerare irregularidades en mi familia. Ahora enciérrense en sus habitaciones, no quiero escuchar un sollozo más, ni siquiera sus respiraciones ¡Vamos! ¡Corran!

Adelaida jaló a Diana, y la última aturdida por el golpe la siguió entre lágrimas de rabia. Se encerraron en la habitación de Adelaida y unos guardias se apostaron en la entrada, vigilándolas.

El llanto de ambas fue amargo. Acababan de pasar una noche de terror, para ser salvadas por un demonio. Adelaida abrazaba a Diana y acariciaba su cabello intentando darse ánimos la una a la otra.

-Odio a ese maldito viejo, lo odio. -Adelaida lloraba y maldecía, nadie más que ella podía odiar al esposo de su madre. -Pero, no puedes ponerte así Diana. No puedes actuar como una trastornada por un esclavo, qué tienes en la cabeza, casi nos matan por eso, ya basta, olvídate de él.

-No puedo y no lo haré. Debemos decirle a la reina lo que pasa, ella lo ayudará. Tenemos que escapar y...

-¡No! Ya a estas alturas tu esclavo debe estar muerto, entiéndelo, no iremos a ningún lado, no te ayudaré, calla y reprime tu absurdo dolor.

-No podemos dejarlo solo.

-A estado solo toda su vida, no te conoce, si es que a eso se le puede llamar conocer, sino desde hace un mes, es suficiente. Él esclavo habría estado mejor sin nosotras.

-Eso es seguro -bufó molesta-. Por tu culpa Lady Cowan supo de él, eres nefasta Adelaida.

-¡Qué! Casi morí por tu tonto enamoramiento, ahora me dices nefasta, tú, tú, eres una llorona tonta. Tu esclavo prefería a una sirvienta que a ti ¿Qué te dice eso Diana?

-¡Te odio!

Diana jaló los oscuros cabellos de Adelaida, y en un forcejeó ambas cayeron al suelo, comenzando una pelea de jalones, rasguños y mordidas, que ninguna ganaría.

***

Las amigas desayunaron temprano y cada una retornó a su hogar en cuanto pudieron.

Stephanie tuvo que ir al palacio a atender a los invitados, se topó con Arthur y aunque este se opuso, lo jaló con ella para visitar a David. Aimé quien vio a su hermanito seguir a su mamá de mala gana, decidió unirse a ellos, quería salir del palacio, respirar aire fresco y tal vez encontrarse personas en el camino. Tuvo que regañarse mentalmente cuando una persona en particular pasó por sus pensamientos.

***

James entró a la hermosa casa con la intención de llevarse al esclavo de una vez por todas. Era momento de acabar con ese problema que él no había pedido. Sin embargo, quedó tieso cuando al entrar a la antigua habitación del esclavo se encontró con Stephanie, sentada en una de las esquinas de la pequeña cama, llorando y arrugando una hoja de papel en sus manos.

Ella se dio cuenta de su presencia y alzó la vista sin limpiar sus lágrimas.

-Se fue -esbozó con dolor en un susurro-. Dijo que por este breve momento fui su madre. -Sonrió ante aquello con tristeza. -¿Cómo saber si está bien? Se fue buscando a su novia, pero ¿Y si algo malo le pasa? Él... ellos.

-Stephanie, él... ellos -corrigió, meditando en las últimas palabras de su esposa-, están bien. Venía hacia acá a decirte que los encontraron en el puerto hoy muy temprano, yo mismo los subí en un barco con destino a... -Pensó rápido. -A... América.

-¡América! Tú querías enviarlo a Alemania -Interrogó con duda.

-Pero tú no. Pensé en lo que dijiste de Lady Cowan. Después de todo pensé que nuestro hijo tendría su edad, aunque ese esclavo ¡No! Es nuestro hijo, así que decidí hacer lo mejor para él.

-¿Es verdad? ¿Lo que dices es verdad?

-Stephanie nunca te mentiría.

-Eso no es verdad, ya me has mentido en antiguas ocasiones.

-No estoy mintiendo ahora.

-¿Cómo era ella? Su novia.

-No pude verla bien, estaba cubierta por una gran manta, que a duras penas mostraba su fina nariz. Así que no sé. Stephanie te digo la verdad, el esclavo está a salvo ¿Podemos continuar nuestras vidas?

Stephanie lo observó por un momento más, con dudas, pero él no titubeaba. Él no era un ser cruel para mentirle en algo tan delicado.

"No, él es James y él te ama, y tú lo amas. Él no miente".

Con una sonrisa llorosa Stephanie se levantó y abrazó a James, hundiendo su rostro lleno de lágrimas en su pecho.

-Gracias, gracias Mr. Idiota, yo sabía que me entenderías.

James sintió una presión en su pecho ante aquel acto, estaba engañando al amor de su vida una vez más, y nunca nada bueno salía de eso, pero era un esclavo, ella no tendría que enterarse nunca de él.

-Esclava te amo, te amo mucho, nunca lo olvides.

Tal vez en un futuro esa sería la única cuerda a la cual sujetarse cuando sus errores fueran tan grandes, que solo la excusa del amor pudiera salvarlo. Pero, tal vez, ni el más fuerte de los amores puede perdonar ciertos actos.

Por ahora aspiró el rico aroma a Jazmín de los dorados rizos de Stephanie, y se aferró al ser que era todo en su vida. Limpió sus lágrimas y salió de aquella casa con una triste sonrisa de su amada que era una mentira.

***

Stephanie no dejaba de sentirse triste, algo en su pecho quemaba y solo quería llorar, pero imaginar a David en un barco agarrado de la mano de su prematuro amor, le daba un impulso de energía para sentirse feliz. Tomó la carta y con mucho cuidado la guardó en aquel cofre de cosas especiales. Y ahí, junto a los bombones que alguna vez le regaló James en su cumpleaños, encima de los regalos de los sirvientes del palacio de Londres, al lado del primer guantecito tejido de Charles, y sobre aquella fotografía de su primogénito, posó la carta de desprolija caligrafía del joven esclavo que quizás nunca más vería.

18 de Junio 1849. Londres.

Las dos semanas que pasaron luego de la desaparición de David y Lady Cowan fueron de tortura para las hermanas Conrad, y para Elizabeth que aceptó irse cuanto antes a Escocia con tal de mantenerse lejos de Stephanie. Cada día junto a ella sentía que la traicionaba. No entendía por qué James le había mentida, tal vez él estaba de acuerdo con Lady Cowan, como fuera ella no podía decir nada, no podía desobedecer a su ahora esposo, ni desmentir al rey de la nación.

Diana se sumió en la tristeza, no comía, ya ni hablaba, intentó escapar un par de veces pero los vigilantes siempre la detenían, con los días perdió la esperanza, no le quedaba más que vivir con su sufrimiento, la amarga incertidumbre del, dónde estará.

Adelaida no la estaba pasando mejor. Su prometido Lucas Launsbury y Jacob, fueron obligados por el conde William a ayudarlo a dar con el paradero de Esther. Mientras Jacob iba de un lado a otro tras pistas, Lucas se quedó en casa cuidando a las damas, lo que significaba para Adelaida, días enteros de conversaciones sin sentido, de caricias que revolvían la bilis en su estómago, y unas crecientes ganas de querer morir. Envidió a Diana por poder echarse a morir.

El conde William tenía una caza de brujas privada para Esther. Dio con el lugar dónde en una primera noche estuvo con el esclavo. Lo supo por el exceso de sangre seca en el lugar, ropas rasgadas y cuerdas rotas, pero llegó demasiado tarde. Y parecía que siempre que daba con el lugar correcto llegaba con días de atraso. Su presa era inteligente, demasiado escurridiza, pero ya no le quedaban escondites, ni aliados.

"¿A dónde irás ahora bruja?" Susurró el conde presionando sus puños, frente a una vieja hacienda abandonada, la posible última guarida de Esther.

-Jacob, Jacob. -Con fuerza lo tomó del cuello ahorcándolo. -Si llego a enterarme que estás advirtiéndole a tu hermana, juro que no quedará de ti ni un mísero cabello con el cual reconocerte ¿Entendiste?

-He estado contigo día y noche. No me he despegado de tu lado ni un instante ¿Cómo crees que me he comunicado con ella?

-Si no la encontramos en los próximos días reclamaré tu cabeza. Ahora piensa en dónde puede estar metida, y piénsalo bien.

William lo soltó y Jacob cayó al suelo como un costal. Odiaba a ese hombre, odiaba estar en esa situación en la que era una especie de sirviente. Nunca sintió amor por su hermana mayor, solo miedo, pero tener que entregarla a ese despreciable hombre que se creía tan poderoso, era algo que nunca habría planeado, sin embargo, no le quedaba otra opción "¿Por qué tanto alboroto por un esclavo?". Si llegaban a encontrar al esclavo con vida, Jacob sabía que sería muy difícil para él no matarlo, y es que todas las humillaciones que se ganó por su culpa necesitaban ser vengadas. "Maldita Esther ¿dónde demonios puedes estar?".

***

Owen enmudeció al ver desde su ventana a esa mujer de cabellos rojizos entrando a una parte alejada de la hacienda. Tomó su sacó y corrió escaleras abajo hacia la biblioteca dónde Sebastian y otros hombres del clan conversaban.

-¿Qué hace esa bruja acá? -preguntó con nada de tacto.

-¡Owen! Más respeto para Lady Cowan -regañó uno de sus profesores.

-Te dije que ella es una persona muy importante en Alemania. Financiará nuestra misión contra James Prestwick.

-¡Le contaron sobre nuestra misión! -Con preocupación se llevó las manos a los cabellos.

-Lady Cowan no es tonta. Sabe de la realeza en Bélgica y descubrió que no perteneces a ella. Vino con un gran cofre de monedas de oro. Mientras más dinero haya para la guerra mejor. Prometió no descubrirnos y en cambio la mantenemos aquí en secreto.

-Secreto ¿Qué hizo? ¿Por qué esconderse? -Owen más clamado tomó asiento.

-Haces muchas preguntas jovencito.

-Mi pellejo está en juego, al primero que matarán será a mí, así que ¿Pueden responder?

-Su cuñado, el Conde William, la busca para asesinarla. Su esposo el Lord Mattew Cowan, murió, ella es la heredera universal, y quieren asesinarla para quedarse con todo. Nosotros la ayudaremos a deshacerse de su cuñado y a cambio ella invertirá su fortuna en nuestra causa, que es una causa en común.

-Causa en común. Franceses haciendo tratos con alemanes. Cuando matemos a James Prestwick, quien se quedará con el reino, ellos o nosotros. Nunca me han gustado las alianzas.

-Eres solo un peón Owen. Los de arriba accedieron al acuerdo con Lady Cowan. La ayudaremos y es todo lo que debes saber.

-Y ¿Lady Cowan se quedará instalada en los calabozos? -preguntó debido a la dirección en la que vio que iba.

-No, se quedará en uno de los cuartos de arriba, al lado del tuyo Owen ¿Tienes miedo? -Todos rieron, él solo puso mala cara y se levantó.

-No te acerques a los calabozos -advirtió el más rudo del clan, al ver salir a Owen-. Trajo a un esclavo o algo, y no quiere que nadie lo vea.

-Cuídate en las noches Owen, Lady Cowan es conocida por su amor por los niños lindos. -Todos volvieron a burlarse.

-Gracias por lo de niño y lindo, Thom.

Owen no quería estar un segundo más en esa casa. Algo en esa fina señora despertaba una especie de alerta en su cabeza. Si de verdad la habitación de Lady Cowan estaría al lado de la suya, tampoco quería dormir ahí.

"No seas tonto Owen ¿Le tienes miedo?"

Tomó su sombrero, los guantes y salió en busca de un caballo. Se supone que su misión era enamorar a la princesa, entonces, debía perder el tiempo con ella.

Para sorpresa de Owen no tuvo que ir muy lejos. Solo para cambiar de aires, decidió ir a Londres por otro camino, y el destino lo bendijo con la princesa, el príncipe y una gran comitiva de soldados resguardándolos. Notó que uno de los caballos del carruaje estaba acostado quejándose, y los hermanos discutían por algo.

***

-Arthur pareces una niña -bufó Aimé molesta. Ella estaba de pie al lado de Arthur, mientras él estaba hincado tocando la cabeza de la hermosa yegua cuya pierna se fracturó.

-¡Aimé! Es Eleonora, cómo puedes estar tan indiferente. Ella pasará esto, solo una tabla, una venda.

-Debe morir -resaltó Aimé con los brazos cruzados-. Entiéndelo, es vieja, solo sufrirá más si la sometes a lo que dices, hay que matarla.

-¡No! -Arthur se terminó de acostar al lado de la adolorida yegua y posó su rostro encima de su pecho. -No vas a matarla, no aquí.

-¿Cómo piensas que nos llevaremos un caballo de semejante tamaño arrastrado al palacio? Arthur deja de ser un niño, levántate muéstrate como el hombre que eres, e inserta una bala en el cráneo de Eleonora.

-¡Qué! Jamás, no haré eso. Además soy un niño.

-Cuando te conviene, para estar de enamorado, ahí si no. Arthur levántate, eres un príncipe, no puedes armar estos espectáculos, Arthur.

Aimé comenzó a jalarlo, pero él le hacía caso omiso. Eleonora era la yegua en que su mamá lo llevaba cabalgando junto a ella, era dócil, él la quería al igual que quería a todos los animales del palacio, y a todos los conocía por su nombre.

Aimé dejó de luchar cuando los guardias se alertaron y empuñaron sus armas. Ella siguió la dirección de sus miradas para toparse con Owen.

-Bajen las armas, él es Lord Grant, es el... -Lo pensó un momento, no podía decir, es mi amigo, porque ellos no eran nada, titubeando observó a Arthur que seguía llorando por Eleonor. -Él es amigo de Arthur.

Arthur confuso alzó la mirada, pero aquel caballero no era su amigo, en más podía decir que hasta lo odiaba un poco por llamar la atención de Diana.

-Yo no...

Aimé dándole una patada en el costado a Arthur lo calló. Los guardias abrieron el paso y Owen llegó a ellos.

-Su majestad. -Owen hizo una reverencia. -Es una sorpresa encontrarla por estos caminos.

-Íbamos a casa de mis abuelos pero Eleonora se dañó.

-No es una cosa Aimé -protestó Arthur.

-¿La matarán? -preguntó Owen con frialdad. Arthur negó, Aimé asintió.

-Arthur no seas necio. Son cosas de la vida, lo que no sirve se bota.

-Tú no sirves para nada Aimé, déjame botarte.

Owen tuvo que morder sus labios y toser para suprimir su risa. Aquel principito le estaba cayendo bien. Así todo lloroso parecía recordarle a alguien.

-Creo que siendo un príncipe, su alteza puede darse el lujo de tener un animal como este de mascota. Qué más quisiera cualquier ser que descansar luego de una larga vida de trabajo, solo dormir, comer, trotar en el verde pasto, observar el atardecer, descansar, solo descansar, todos no los merecemos, lamentablemente pocos lo consiguen. Qué mejor que dar el último suspiro bajo un cielo naranja, y luego de una gran jornada de trabajo. Ella lo merece, se le nota en la mirada, merece volver a su prado favorito, degustar su deliciosa zanahoria...

-A ella le gustan las manzanas -dijo Arthur entre sollozos-. Y ama la leve colina detrás de la casa de mamá, cerca del río, dónde hay un árbol que sembró mi abuelo.

-Ella puede llegar allá, no se ha despedido, solo necesita descansar, ser consentida, trabajo duro para ello ¿Cierto?

-Cierto. -Arthur se limpió las lágrimas y sonriendo alzó la mirada hacia Owen, agradeciéndole.

Owen correspondió la sonrisa, acarició las lindas orejas de Eleonora, y se perdió en aquellos ojos oscuros que le hicieron recordar un episodio de su niñez, entonces supo a quién le recordaba Arthur.

"Tal vez a esa edad te parecías a este niño, aunque nunca lo sabré".

Despejó sus pensamientos para ver sobre su hombro a Aimé de pie muy rígida y con el ceño fruncido. Ante aquello sonrió y encogió los hombros.

-Nos llevaremos a Eleonora a casa así tenga que ir sobre tus piernas Aimé -dijo Arthur seguro poniéndose de pie.

-Arthur no olvides quien es mayor aquí.

-Yo soy hombre, tú mujer, así que calla.

Owen de verdad estaba haciendo su máximo esfuerzo para no carcajearse, el principito se había ganado su estima.

***

-Lord Grant es un sentimental -burló Aimé pasando por su lado.

Ya era de noche, y ellos se encontraban en la antigua casa de Stephanie, la más cerca al lugar del accidente. No era propio que Owen estuviera ahí, cuando los príncipes estaban solo rodeados de servidumbre, pero en vista de su ayuda en transportar a Eleonora, ahora estaba ahí, cenando con los jóvenes príncipes, y con la chaperona e institutriz de los jóvenes.

-Lord Grant es muy joven, pero denota madurez e inteligencia. Debió estudiar con los grandes. -La señorita Perk era la única con permiso para hablar, pero Owen disimulaba la molestia de aquel interrogatorio.

-Mi tío me ha sabido educar muy bien, no ha reparado en gastos cuando a profesores se refiere. Qué sería la vida del hombre si la debida educación, los principios y valores.

-Oh Lord Grant es ejemplar. Qué pena que solo sea un Lord.

Aimé volteó los ojos ante aquel comentario. Sabía lo que su institutriz quería decir.

-Yo me siento conforme con ser un lord, señorita Perk. No hay nada más que quiera ser, soy de las pocas personas que ama su vida.

-Que afortunado -esbozó Aimé con sarcasmo.

-Todos debemos dar las gracias por nuestras vidas, hay tantas personas que no tienen nuestros privilegios -argumentó la señorita Perk.

-Sí, como el esclavo que salvó mi mamá.

-¿Su alteza salvó un esclavo? -preguntó Owen interesado.

-No hablemos de esos temas. -La señorita Perk intentó cerrar el tema, pero Arthur continuó.

. -Sí, era joven, así como usted, y... incluso se parece mucho a él.

-¡Arthur! ¿Cómo se te ocurre comparar al caballero con un esclavo? Lo siento tanto Lord Grant. -Se disculpó la institutriz.

-No sería la primera vez que hacen esa comparación.

Owen sonrió, recordó haberle contado a Aimé la verdadera razón de su golpiza. Ella no lo había olvidado, lo que quería decir que estaba ganando terreno, si la princesa estaba escuchando tan atentamente cada una de sus palabras, entonces, iba por buen camino.

-¿Qué pasó con el esclavo?

Arthur iba a continuar con su relato pero Aimé lo interrumpió.

-Ahora es un ciudadano libre. Fin de la historia.

-Un final feliz, es tan raro encontrarse esa clase de finales en la vida. Brindemos por los finales felices. -Owen levantó su copa.

-¿Cree merecer un final feliz, Lord Grant? -preguntó Aimé antes de alzar su copa también.

-En este mismo instante, sí Alteza, en un futuro quien sabe.

Chocaron sus copas y la velada terminó. La señorita Perk era una gran piedra en el zapato, así que una lejana reverencia fue toda la despedida del lord con los jóvenes príncipes.

***

Owen volvió al camino con su caballo y la luz de la luna guiándolo. La hacienda dónde vivía no queda muy lejos de aquella casa, compartían incluso el mismo camino. Como un golpe a su rostro, vino a su mente las palabras de Arthur del esclavo que se parecía a él, y la mención de Aimé al día que Lady Cowan quiso apresarlo.

-Un esclavo que se parece a mí -murmuró acercándose más y más a la casona.

"Trajo un esclavo y no quiere que nadie lo vea" Recordó aquellas palabras.

-¿El esclavo estará ahí?

Dirigió su mirada al camino oscuro que llevaba a los dos calabozos de la hacienda. Tuvo el impulso de dirigir su caballo allá pero un ruido lo alertó, retomando su camino a la casa principal.

Escuchó ruido en el comedor así que no se asomó por allí. Subió a su habitación y tomó un baño que una de las sirvientas preparó. Salió con su bata de baño para toparse con Lady Cowan entrando a la habitación.

-Lo siento -Lady Cowan tapó su rostro con el abanico, fingiendo vergüenza. -Dijeron que esta era mi habitación, no quería importunarlo.

-Es la de al lado -gruñó.

-Es tan extraño -pronunció fijando más su vista en él- ¿Cómo pueden parecerse tanto?

-¿Quiénes?

-Mi esclavo y usted Lord Grant, aunque ya sé que no es Lord ¿Quién es usted? ¿De dónde viene?

-Eso no le incumbe Lady.

-¿Podría haber algún parentesco entre David y tú?

-Sigo sin entender. Lady Cowan estoy cansado, si le importa, podría salir de mi habitación.

Esther quiso notar algún cambio en Owen al pronunciar el nombre de su esclavo, tener a dos hermanos para ella sería la guindilla de su pastel, pero Owen no se inmutó. Aquel nombre parecía darle igual, así que se dio la vuelta saliendo de ahí.

Owen esperó un tiempo prudencial antes de correr a su ventana y observar los calabozos a lo lejos.

"¡David! No puede ser una casualidad, te llamas David, te pareces a mí, eres tú, debes ser tú, y estás allá. ¡Joseph! Gracias a Dios, Joseph no está, pero volverá y no puede verte, si te reconoce, él... Esa bruja sospecha algo, lo supe cuando dijo tu nombre, quería ver si me perturbaba, si hace lo mismo contigo ¿Podrás mentir? No, David nunca ha sido bueno mintiendo ¡Dios! ¿Qué haré? ¿Qué debo hacer?".

La noche fue un tormento para Owen, no dejó de mirar el lugar dónde su hermano se encontraba, tenía que sacarlo de ahí, pero cómo lo haría, a dónde lo llevaría, él no podía dejar su misión.

"¡La reina! Este debe ser el mismo esclavo que salvó la reina, es él. Pero... no. Él me delataría cuando me vea con Aimé, cuando entre al palacio, debo alejarlo de Londres".

19 de Junio 1849. Londres.

El amanecer agarró a Owen aún sin un plan definido. Se colocó sus botas, un abrigo y salió sin rumbo alguno. Quería encontrar alguna señal, algo que le dijera qué hacer. Entró a un bar poco prolijo, era extraño hacerlo a las seis y un poco más de la mañana, pero necesitaba un trago. Para su sorpresa varios borrachos continuaban en las mesas, unos durmiendo, otros bebiendo con la poco conciencia que les quedaba.

Eligió una mesa, y una botella suplantó el centro de mesa. Todo olía asqueroso. Suspirando llevó una copa a sus labios.

-Oye tú ¿No conoces a un esclavo rubio de ojos azules? ¿No has visto a una mujer de cabellos rojos como el fuego del infierno y mirada demoníaca?

Owen se atoró con su bebida ante ese hombre de rizos rojos, y sus preguntas. El hombre era joven, mayor que él tal vez, pero joven, estaba muy borracho, se veía que era de alta cuna, por lo delicada de su piel y lo costosa de su ropa, aunque en ese preciso momento era un desastre de rizos enredados, ropa rasgada y manchada con quien sabe que líquidos, ojeras y aliento putrefacto.

Jacob estaba desesperado, William arrancaría su cabeza y él no tenía idea dónde buscar. Pasó toda la noche tomando y ahora totalmente movido por el alcohol atacó al primer hombre que vio con preguntas.

-Si has visto al esclavo dime que está vivo, porque el demonio de mi cuñado lo quiere vivo ¿Por qué? He estado por dos semanas preguntándomelo. Porque su hermano le ordenó cuidarlo ¿Puedes creerlo? Mi cuñado tiene el deber de cuidar a un esclavo, y a mí que me parta un rayo. Moriré por culpa de un esclavo y de la lujuriosa de mi hermana que no podía dejar quieto al único esclavo con el que no se debió meter.

-¿Por qué lo cuidaría tu cuñado?

-Está en un papel. Su hermano le ordena cuidar del esclavo, protegerlo, darle una buena vida, algo con que le debe la vida. Y muy detalladamente dice mantenerlo lejos de Esther Cowan. Dime que los has visto rubio, dilo, lo necesito.

-¿Quién lo busca? Al esclavo. -Todo aquello parecía una broma, pero él no había hablado con nadie de David.

-El Conde William Conrad, ese imbécil, se cree mucho, me tiene amenazado.

-¿Dónde está él?

-Se fue a Escocia, a su casa. Me dejó, si en una semana no consigo al esclavo me matarán, me dejó con sus matones, lo harán.

-Entonces comienza a buscar.

Owen dejó su bebida, pasó sobre Jacob que se había sentado a su lado y salió de ahí sumamente confundido. Si quería una señal Dios había actuado más rápido que nunca. Un hombre que debía proteger a David, parecía una mentira, que un desconocido le contara todo eso a él, era aún más extraño.

Volvió a casa sin saber qué medidas tomar, no podía confiar a la ligera en las palabras de un borracho desconocido. Se escabulló por la puerta trasera, ya sabía que le darían una buena golpiza por perderse de sus deberes, las clases, y el sin fin de eventos sociales a los que debía asistir, se supone que tenía un mes para entrar de lleno en el corazón de la princesa.

Caminando de puntillas por los pasillos se topó con la puerta de la biblioteca abierta. Dentro Esther conversaba con Sebastian y los otros miembros del clan.

-Es de vital importancia que nadie mencione la existencia de mi esclavo. El Conde William lo busca, nos busca a ambos, como les dije quiere mi fortuna. Ustedes dirán cuando piensan acabar con él. No quiero estar mucho tiempo lejos de mi hogar.

-Lady Cowan no es tan sencillo. Vigilamos al conde ayer, y está bien protegido. Al caer la tarde emprendió su viaje, que según nuestras fuentes, tiene destino a Escocia.

-Sí, allá está su palacio -mencionó molesta-. Una muerte en el camino debida a unos bandidos es de lo más común. Háganlo y no les faltaran lujos nunca más.

Owen dejó de escuchar, no le parecía que necesitara saber más. Si Esther escondía a David de ese conde entonces tal vez el de cabellos rojizos dijo la verdad.

Owen intentó durante todo el día evadir a Esther, aunque ella luego del almuerzo se dirigió a los calabozos estando ahí toda la tarde, hasta caer la noche. Sebastian le había dicho a Owen que Joseph regresaría en dos días. Debía actuar pronto.

Esther miraba mucho a Owen durante la cena, ella sabía algo podía adivinarlo. Él se retiró y ella lo siguió. Él no caminó a su habitación, decidió salir al establo, fingiendo que le daba de comer a su caballo.

-¿Quién eres? -preguntó tras él.

-Creo que lo sabe. Usted apoyará nuestra causa, soy un rebelde.

-No titubeaste cuando dije su nombre, pero sabes que es tu hermano. Sabes que él es mi esclavo.

Owen no dijo nada.

-Tengo a tu hermano, y ellos no lo saben ¿Qué serías capaz de hacer por el pobre David?

-¿Qué quiere y a cambio de qué?

-Me gustas Owen, ustedes son tan iguales y diferentes al mismo tiempo. Tú serías un gran reto, muero por verte derramar lágrimas mientras te torturo, gritar cuando el dolor se hace insoportable, darme placer ante la amenaza de un castigo. Quiero domarte.

-No puede decirle a nadie que él es mi hermano, y debe dejarlo libre, esa es mi condición.

-¿Libre? Aún no me canso de él. Ahora mismo es un muñeco sin vida, pero me encanta. A ti quiero hacerte tantas cosas.

Ya estaba tan cerca que podía sentir su olor.

-A mí no puedes hacerme mucho, soy la pieza clave de la revolución -expresó orgulloso.

-A ti no, a tu hermano por el contrario puedo hacerle mucho. Recházame esta noche, desobedece y mañana tendrás junto a tu desayuno una de sus manos.

-¿Dañarás a tu juguete?

-No sabes cuánto, incluso él es reemplazable.

-¿Qué cosas le has hecho a David?

-No querrás saberlo, aunque a mí me gusta contarlo. Digamos que lo más impactante fue matar a su novia frente a él, y dejarlo con su cuerpo en descomposición unos días, el pobre aún no lo supera. No es fuerte como tú.

Esther no se detuvo allí, contó cada una de las torturas y humillaciones a las que sometió a David, con cada una las ganas de Owen de asesinarla eran mayores. No veía a David desde los ocho años, pero eso no quitaba que lo considerara su hermano.

-¿Por qué viniste sola?

-Quien dijo que lo estoy.

Varios de sus hombres armados aparecieron en la puerta del establo. Eran cinco, los otros cuatro de seguro custodiaban a David.

-Ya dije que no puedes hacerme nada. Un clan entero te odiará.

-Y tú tampoco puedes hacerme nada jovencito. Tu clan necesita mi dinero.

-Hay otras formas de conseguir tu dinero -aseveró Owen con sorna.

-Hay otros jóvenes lindos y refinados -imitó Esther. Ya quería tener a ese presuntuoso niño bajo su látigo.

-Eso seguro, pero que hayan sido entrenados desde niños para matar, solo hay uno, yo. Preguntaste quien soy. -Owen caminó para acercarse más a Esther, tanto que sentían sus alientos. -Esto es lo que soy, fui entrenado para matar, sin sentimientos, sin consecuencias, dicen que eres inteligente, pero no lo fuiste al meterte conmigo.

Owen empujó a Esther tras él al mismo tiempo que pateó el heno a sus pies elevando una escopeta a sus manos. Esquivó la primera bala, acertó su primer disparo dirigido a la cuerda que sostenía paquetes de heno en el techo del establo, las tablas y las pacas cayeron sobre los hombres, dándole tiempo para recargar.

-Primera regla Lady, el miembro de un clan nunca estará desarmado.

Diciendo esto acertó en el pecho de uno de los hombres que ya se elevaba. Otra bala venía hacia él, tomó el cuerpo de Esther como escudo dando una de las balas en su pierna. Gritó y se retorció de dolor.

Antes de que Esther lograra aclarar su vista, ya sus hombres habían caído.

-No puedes matarme, no puedes hacerlo -lloró Esther despavorida, alejándose arrastrando su pierna.

Owen se acercaba cada vez más recargando los cartuchos.

-¿Debería? Tal vez no ¿Puedo? Claro que sí.

Había tantas formas de acabar con ella, pero si algo había aprendido Owen en sus años de entrenamiento es que demorar el final nunca traerá nada bueno, las derrotas vienen de esas muertes vengativas que tanto se planean y pocas se llevan a cabo, lo simple, eso es lo efectivo. Sin embargo...

Disparó a la otra pierna de Esther haciéndola caer al suelo llorando del dolor. Esther creía estar en un mal sueño, sus ojos llenos de lágrimas le impedían ver, sus pulsaciones estaban sin control, gritó desesperada pidiendo ayuda, ese no podía ser su fin.

Owen sacó una gran espada de una de las esquinas. Jaló el cabello rojo de Esther obligándola a verlo.

-Nunca debiste meterte con mi hermano.

Esther no vio venir la enorme espada que se clavó entre su clavícula y salió por su espalda. Quiso pedir una última ayuda, pero la sangre se acumulaba en su tráquea. Boqueando y con los ojos rojos pidiendo auxilio sus pocos segundos de vida se consumieron.

***

Con el ruido los otros guardias de Esther estarían alertas, en cuanto a los miembros del clan, de ellos no se preocupaba, había dormido a todos los habitantes de la casa. Aprovechó la cena para darles una droga leve que los mantendría durmiendo el resto de la noche.

Fue rápido con los otros cuatro guardias, solo una pequeña herida en su brazo. Con las llaves de Esther abrió la puerta del calabozo, sin saber con qué se encontraría.

Para su extrañeza el lugar estaba limpio. No tenía ventanas, era muy frío, pero una leve vela alumbraba la pieza de tabla en la que un hombre rubio de largos cabellos estaba acostado. Su cabello cubría su rostro. Sus manos y pies estaban atados con grilletes, solo llevaba una muy fina bata blanca, que podía ver algo manchada de sangre.

Cuando los separaron tenían casi ocho años, o al menos eso recordaba. Siempre David fue un niño rubio, delicado y cariñoso, fue impresionante para él ver a un hombre de su tamaño acostado casi muerto en ese horrible lugar.

Se acercó y un poco indeciso alejó los cabellos dorados del rostro de David. Pese a los años, a los golpes, lo reconocería a distancia. Desde hace mucho David fue un recuerdo en el cual se negaba a pensar, alguien que pasó por su vida y que más nunca volvería, pero ahora que lo tenía frente a él la palabra hermano volvió a cobrar su significado.

-¡David! ¡David! Despierta. -Palmeaba sus mejillas, pero él parecía ido del mundo. Sus ojos estaban abiertos sin ver nada en específico. Era manejable como un muñeco de trapo. -David reacciona, debemos irnos, soy Owen ¿No me recuerdas? Soy Owen, tu hermano, Owen.

Algo en David reaccionó cuando su mirada se encontró con aquella azulada profunda. Su vista borrosa comenzó a ver a la persona frente a él que lo sostenía y zarandeaba.

-¡Owen! -susurró con una voz ronca dolorosa. Alzó su mano para acariciar su rostro, y el sonido de la cadena lo alertó de su realidad. -No estás aquí es un sueño.

-Sí estoy. Mírame no soy un niño. Te desataré y nos iremos, necesito que reacciones, Joseph no puede verte.

-¡Joseph! -poco a poco sus sentidos volvieron a él.

-Sí, vámonos, tenemos que...

David miró el lugar, observó a Owen a su lado y el temor se apoderó de él.

-Ella te agarró, ella te metió aquí. Debes huir Owen, huye, corre, ella es... Owen huye, vete, vete.

Histérico comenzó a empujar a Owen lejos de él.

-No. David está muerta, oye está muerta, yo la maté. -Sostuvo las manos de David y él poco a poco fue calmándose.

-¿En serio lo está?

-Sí. Vámonos.

David estaba muy débil, intentó ponerse de pie pero un fuerte dolor lo hizo volver a la cama. Owen asustado miró sus pies, para notar como sus plantas estaban quemadas.

Aquella mirada de su hermano lo decía todo, nada era un sueño, él estaba marcado de por vida, y ella, su amada ya no existía.

-Yo no quiero vivir, Owen. -Lloró hundiendo la cara en sus manos.

-Claro que sí. Mira estamos juntos luego de tantos años. Nos iremos y todo cambiará. Ven, súbete a mi espalda, como en los viejos tiempos.

Para David aquello era más como un sueño. No eran niños, pero en su mente continuaban siéndolo, sonrió con pesar y se subió a la espalda de Owen, salió a esa fría noche que lo hizo tiritar. Owen lo subió a un caballo y lo cubrió con una gran y pesada cobija de lana.

-Sujétate bien de mí David. Cabalgaremos unas horas, luego buscaremos una posada. Solo aguanta, sujétate a mí.

David lo hizo, en medio de su sueño se sujetó a su hermano, a ese hermano de siete años que siempre lo protegía. Era un sueño el sueño que tenían de niños, tomar un caballo e irse lejos muy lejos, ir a ese hogar, ese lugar cuya ubicación desconocían, pero que sabían que existía, en algún lugar estaba su hogar. Sintiendo la fría brisa azotar su rostro y piernas, David quiso creer que se acercaban a su hogar.

***

Cuando volvió a caer en sí estaban en una habitación pequeña y oscura, alumbrada por un par de candelabros. Él estaba sentado al borde de una cama de blancas sábanas y Owen salía de una pequeña puerta sonriéndole y diciéndole algo.

-David debes darte un baño, el agua está caliente, ya la probé.

Se acercó a David sonriendo hasta que se acuclilló frente a él, intentando que tal vez al verlo más de cerca saliera de su letargo y lo reconociera.

-Eres Owen y no eres un esclavo. -Estiró su mano para tocar los cabellos de su hermano, y notar que eran suaves.

-No, no lo soy.

-Yo sí.

-Ya no, ya no lo eres David. -Observó muy detenidamente aquellos ojos celestes, y ese niño nunca se iría. -¡Dios! Después de tantos años aún recibiría azotes y golpes por ti.

Owen pasó su brazo alrededor del cuello de David pegándolo a su pecho y despeinó efusivamente sus cabellos, causando risas en ambos.

-Te quiero Owen, siempre quise volver a verte.

-Debes bañarte, hueles demasiado a flores, me imagino que odias eso.

David entre lágrimas se quitó todos aquellos aceites que lo envolvían. Tenía un miedo repulsivo a esa clase de baños, siempre que lo aseaban es porque ella estaba cerca.

Una vez listo Owen lo cargó para dejarlo en la cama. David se enroscó abrazándose, vio de reojo la luna y recordó lo mucho que le gustaba a ambos verla cuando eran niños. Owen mirándolo tan asustado se acostó a su lado.

-Así como cuando éramos niños, si tienes miedo puedes abrazarme.

David solo se pegó un poco más y tomó su brazo, para sentir que no era de mentira.

-¿Por qué comenzaste a odiarme? -Aquella pregunta siempre le atormentaba.

-Por tonto -respondió Owen.

Era evidente que él no quería hablar de ello, y a estas instancias ya a David no le importaba.

-Mira, tenemos una cama -mencionó David, recordando sus viejos deseos y para aliviar el espacio de silencio que se hizo entre ambos.

-Comida, cobijas -agregó Owen acordándose.

-Nos falta un violín.

-En casa tengo uno. -De nuevo un silencio que para ninguno de los dos era incómodo reinó, solo escuchando sus respiraciones que anunciaban la profundidad de sus pensamientos. -Quien diría que al crecer nos pareceríamos tanto. Me tenían mareado con lo del esclavo que se parece a ti. Y él que decía que no somos hermanos.

-Sí que lo somos, siempre lo hemos sido.

Owen notó la leve mueca de David cuando se movió sobre la cama. Su espalda tenía moretones y quemaduras por doquier.

-Mañana te compraré una pomada para irte curando eso. Créeme que la Lady Cowan esa las pago todas. Habría que haberla matado de una forma más dolorosa pero no había tiempo. Ahora duerme David. Mañana continuaremos nuestro viaje.

David no asimilaba la muerte de Lady Cowan para él ella seguía viva, y tenía miedo. No quería dormir porque al despertar estaría atado y con ella impidiéndole morir.

-¡Owen! -Lo llamó, sacándolo de su ya creciente sueño.

-¿Ah?

-Mátame. Hazlo ahora, por favor mátame.

-No. David hay muchas razones para vivir.

-No tengo ninguna. Hanna está muerta, yo no tengo nada qué hacer aquí. Soy un esclavo y eso nunca cambiará, no hay libertad y ya no la quiero, para qué.

-Recuerdas, tú y yo tendríamos una vida, nuestra casa, comida, una cama, un perro, un violín ¡Recuerdas! Lo tendremos, lo tendrás David, a ella, a tu novia no le habría gustado que te rindieras ¿Cierto?

-No, ella era fuerte, nunca lloraba o se quejaba.

-Ella no está, pero aún me tienes a mí. Recuerda una casa, comida, una cama, un perro, un violín. Una casa, comida, una cama, un perro, un violín.

-Y una oveja -agregó acordándose de Hanna.

-Y una oveja -aceptó Owen-. Una casa, comida, una cama, un violín y una oveja.

Y así repitiendo lo que alguna vez fueron sus más grandes deseos, los hermanos se quedaron dormidos, uno en medio de sus borrosos pensamientos, y el otro sabiendo que sus promesas eran falsas.

"Tal vez tú sí puedas tener todo eso".

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Mi computadora está dañada así que es un rollo. Estas semanas estuve entre enferma ocupada, mil cosas pasaron, a mi hermana le robaron el carro, tuve que dejar a un lado mi carrera en letras todo ha sido deprimente. Justo hoy estoy enferma, con gripe más cosas pero quería escribir aquí les traje capi, espero que les ha gustado. David y Owen se encontraron, pero faltan muchas, muchas cosas por suceder. Un millón por leerme y esperarme.

xoxo


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