Capítulo 7.- Una extraña confusión y el Final del rayo de Luz

1 de Junio 1849. Londres.

El sonido discordante que perturbó los oídos de Arthur le reveló que otra cuerda del hermoso violín, se había roto, y la carcajada que le siguió a sus ojos cerrados y ceño fruncido, fue majestuosa.

Aimé más que molesta lanzó el arco de su violín hacia Arthur, atinándole en su cabeza.

—¡Auch! —se quejó Arthur—. No tengo la culpa que no te salga la Sonata del Diablo. Yo sí puedo.

Dejando su risa a un lado tomó su violín blanco y comenzó con aquella sonata que su profesor de música siempre le impidió, pero que claro, él no pudo dejar de aprender.

Aimé lo escuchó molesta y reviró para verlo mejor formándose una sonrisa en su boca. Si Arthur supiera el por qué ella quería tocar esa sonata. Ella misma se alarmó ante ese pensamiento, quería tocarla, para demostrar que no era menos que nadie, no porque quisiera ser esposa del caballero del camino.

—¡Ya basta! Sí, eres perfecto. El niño que toca como nadie. No pregunté si sabías tocar. No pedí que estuvieras aquí ¿Qué haces aquí? —preguntó molesta.

—¿Ya te pegó la luna Aimé? Yo estaba aquí, tú llegaste, tomaste el violín y comenzaste a tocar sin ver a nadie o responder mi saludo. Este es mi cuarto de la música.

—Es el cuarto de mamá.

—Sabes que ella me lo regaló y lo hicieron más grande para mí. La intrusa es otra, una dama de gordos dedos que no podrá tocar nada que sea delicado. Llevas desde el día después de tu presentación en sociedad queriendo tocar esta sonata ¿Por qué?

—Arthur, eres mi hermano, pero esto no te interesa.

—¡Soñaste con el diablo! ¿Es eso?

—Sí, es eso... ¿Sabes de alguna mujer que sepa tocar la Sonata del Diablo?

—Deben haber muchas, aunque no es una sonata muy aceptada por la sociedad, pero una vez en este mismo cuarto Adelaida la tocó conmigo.

—¡Adelaida Conrad!

—Sí. Fue cuando yo tenía diez años y ella...

—Es decir, ayer —mencionó solo para molestarlo.

—Hace dos años —resaltó—. Al parecer me estaba confundiendo, y ella me corrigió, así que tocó junto a mí y me dijo que tenía talento. Me da lástima la señorita Conrad, mamá dijo que se casaría con un hombre detestable.

—Yo huiría antes de ser obligada a casarme con alguien que no amo.

—¿Aimé tú crees que llegues a amar? Siempre eres tan... seca.

—No. El único amor de mi vida es mi hermano menor que poco a poco estoy empezando a amar menos. Y así me quiero quedar. Ahora principito acompáñame a tomar el té en casa de los Bromwich.

—¡Ah! ¿No sabes? No puedo acercarme a Elisa. Ahora mi papá y el señor Bromwich creen que estoy enamorado de Elisa, no sabes el discurso que me dio nuestro padre. —Aimé mordió sus labios para no reír. —Y mi mamá no podía creerlo, llegó a mi cuarto a decirme que no se había dado cuenta de lo mucho que había crecido, que comenzaría a tratarme como un joven caballero y no como su bebé, aunque siempre sería su bebé, todo fue tan vergonzoso.

—Tenías que desmentir lo que Elisa insinuó.

—Ella les diría lo de Diana y me habría ahorcado de la vergüenza.

—Arthur, mi pequeño hermano, si yo no puedo creer que andes pensando en señoritas, me imagino como lo tomó mamá. Quieres crecer demasiado pronto, disfruta ser niño.

—Como digas.

Arthur desvió la mirada de su hermana con soberbia, y volvió a tocar aquella melodía con su violín, irritando de nuevo a Aimé, quien lanzándole un cojín para interrumpir su perfecta interpretación, salió de la glorieta a prepararse para la hora del té, con o sin Arthur ella debía ir.

***

La espalda de David todavía no terminaba de sanar del todo, por todos los movimientos bruscos que había hecho, las heridas volvieron a abrirse, una y otra vez. Ahora ya las heridas habían cicatrizado, pero el reto del doctor era devolver la flexibilidad en la piel del joven, debido a su temprana edad, cicatrizaría muy bien, pero necesitaba de los aceites especiales para intentar disminuir las inevitables marcas, que siempre le recordarían lo ocurrido.

Ahí estaba David acostado sobre su cama, sin camisa, mientras el anciano doctor masajeaba su espalda, con aquellos aceites de olores exquisitos. David había adoptado cierto temor hacia los olores exóticos, le recordaban a sus baños perfumados para estar listo para su ama, y aquellos recuerdos quería borrarlos para siempre.

Al terminar, volvió a colocar su camisa de suave seda y caminó hacia la cocina, dónde estaba su ángel picando un pastel.

—¡David! —Sonrió al verlo. —El palacio está lleno de invitados que vinieron de países de toda Europa por la presentación en sociedad de Aimé, por eso no vine antes ¿Cómo has estado?

—Ya le he dicho que no debe preocuparse por mí, majestad. Estoy bien y creo que ya debería trabajar, tengo que hacer algo para pagar un poco todo lo que ha hecho por mí.

—No puedes trabajar aún, eres mi invitado.

—Con todo su respeto majestad, soy un esclavo, uno muy afortunado por haberme encontrado con usted, pero un esclavo al fin y al cabo, necesito trabajar, para eso nací.

—No naciste esclavo, nadie nace en esa condición.

—No había mucha diferencia, su majestad.

—¿Tuviste familia?

—Tuve un padre que murió, un hermano del que fui separado, un amigo del que me alejaron, y un amor al cual todavía espero recuperar.

—Eres tan joven y has pasado por tanto. David no quiero que sigas en esta clase de vida, te ayudaré, yo...

—Ya hecho mucho por mí su Alteza. No quiero ser malagradecido, pero de verdad quiero encontrar a Hanna, e irnos muy lejos de aquí. Un lugar dónde podamos vivir lo que se nos ha negado.

Stephanie tuvo ganas de llorar antes las últimas palabras, y con lágrimas en los ojos abrazó a David, haría todo lo posible para que fuera feliz.

—Te ayudaré a volver a ella, lo prometo —susurró en su oído.

Subió su rostro hasta la coronilla de David, y con delicadeza besó sus rizos dorados. Stephanie sabía que era extraño tener esos deseos de no querer que el abrazo terminara, estuvo contando los días en el palacio para volver y ver como estaba el joven, y ahora tenía una tristeza adelantada de saber que algún día se iría. Fue un carraspeo de un tercero el que la sacó de sus pensamientos, reviró y vio a su querido esposo observándola impasible.

Stephanie se separó de David poniéndose de pie, y él ante el extraño movimiento de Stephanie reviró detrás de él, cayó de rodillas al notar la presencia del rey. James le inspiraba un temor que solo era superado por el que sentía por Lady Cowan. Su corazón se aceleraba y sus manos sudaban. El hombre frente a él podía acabar con su vida, si el tan solo respirar de David lo fastidiaba, así que procuraba arrastrarse lo más posible, hacer el mínimo ruido, mantenerse estático, hasta que el rey se fuera, tal vez así podría vivir un poco más.

—Esclavo fuera —ordenó.

Stephanie iba a protestar pero a una mirada de James se calló. David con presura se levantó para muy encorvado correr hacia la salida.

—No tienes que actuar de esa forma, un poco de cordialidad no sienta mal. —Stephanie suspirando tomó asiento alrededor de la mesa de madera y llevó una cereza a su boca.

—Stephanie en las actuales circunstancias no es prudente que salgas del palacio. No demuestra hospitalidad para con nuestros invitados que te retires como si no quisieras convivir con ellos. Es el reino el que está en juego, no seas imprudente.

—Vine solo unas horas a revisar cómo van los asuntos de mi propia fortuna. Cualquier príncipe entenderá eso. No pensaba quedarme, pero necesitaba venir un momento. Desayuné con todos, soporté sus banales conversaciones, he tomado el té cada tarde, y hoy no será la excepción ¿Qué más quieres?

—Stephanie ambos sabemos las razones por las que estás en la casa, que solo desde hace semanas visitas. Y necesito informarte que el concejo llegó a una resolución, el esclavo será de vuelto...

—¡No! Nunca lo permitiré James, él no...

—Será de vuelto a Alemania. No a Lady Cowan, ella aparentemente no ha presentado reclamo alguno, pero para evitar inconvenientes, volverá a Alemania, lo que ocurra una vez esté allá, no es nuestro problema.

—¿Cómo puedes ser tan cínico? Arrojarlo así, es lo mismo que entregárselo a ella con un lazo.

—Stephanie ¡Basta! Es lo que debe hacerse, piensa en tu esposo, en tus hijos, en el reino ¿Un esclavo vale que pierdas todo lo demás? ¡Qué sumes a tu familia en la desgracia! ¿Lo vale? ¿Tan poco importamos para ti? Porque eso parece.

—Yo no... yo solo no... —Todo lo que podía objetar ya lo había dicho ¿Cómo podía hacerlo entender?

—Entiendo que quieras ayudarlo, que sientas compasión, y para cualquier otro sería fácil hacerlo, pero somos reyes e irónicamente tenemos las manos atadas, cada gesto que haces es juzgado por un reino entero. El simple hecho de parpadear más de la cuenta puede hacer que un reino caiga. Ser reyes implica dejar el egoísmo y pensar en el resto, porque un pueblo depende de nosotros. Tú olvidaste eso, estás siendo egoísta ¿No lo ves?

James estaba hincado frente a ella, tomando sus manos, su voz era apacible, y su mirada transmitía ternura, él le estaba recordando una verdad que ella siempre supo. Sí, estaba siendo egoísta. Sus ojos se cristalizaron y con pesadas y amargas lágrimas abrazó a James, ocultado su rostro en el espacio entre su cuello y el hombro.

—Yo solo no quiero que sufra más —sollozó.

—Y no lo hará, te prometo que le daré una buena cantidad de dinero para que subsista al llegar a Alemania. Lo que le pase jamás será tu culpa ¿Entiendes?

***

Hanna llevaba dos días en Londres, le había costado encontrar la casa de las señoritas Conrad, pero por fin estaba frente a ellas.

Diana la recibió con mucha algarabía. Adelaida quien también sentía cariño por su sirvienta la abrazó dándole la bienvenida. Hanna se veía cansada y agitada, solo quería ver a David e irse de ahí, no tenían tiempo que perder.

—¿Dónde está David, señorita Diana?

—Está bien, está bien, no debes preocuparte, mañana podrás verlo.

—¡Lady Cowan lo está buscando! ¡Debemos irnos ya! El barco en el que vino salió antes que el mío.

—¿Lucas Launsbury vino con ella? —preguntó Adelaida asustada. Hanna asintió —¡Demonios!

—¡Adelaida! ¿Eso es lo único que te importa? David está en peligro. —Diana consternada se lanzó en el sofá.

—Yo estoy en peligro, tú querida hermana estás en peligro, ese esclavo por mi puede... —Se detuvo al ver a Hanna. —Entiendo que es tu novio, pero el esclavo nos ha metido en muchos problemas.

—¡Cállate Adelaida! Ven Hanna, pensaremos qué hacer. —Tomó a Hanna de la mano dirigiéndose a su habitación.

Adelaida sabía que Diana estaba perdiendo la razón al hacer tantas cosas por el esclavo y la sirvienta. No entendía que eso iba más allá de quitarle un esclavo a Lady Cowan, ella ahora mismo podía comerse las uñas de pensar que su prometido llegara a casa, solo pensarlo, le aterraba.

***

Diana sabía que David estaba a salvo al lado de la reina, pero la idea es que Hanna y él se encontraran. Debido al cariño que Stephanie demostraba por David, estaba segura que ella lo ayudaría para que Hanna y él se fueran tal vez a América, a dónde nunca fueran a ser alcanzados por Lady Cowan. Era un buen plan, solo debía ir y hablar con Stephanie.

***

Owen y su tío, no demoraron en visitar cuanto bar de juego estuviera a disposición de los ilustres caballeros, debían socializar. Owen tenía que recibir muchas invitaciones a eventos para poder reencontrarse en alguno de ellos con Aimé.

Él creía que su mandíbula se acalambraría de lo mucho que tenía que sonreír al día. Ser elegante y educado era exhaustivo y cada noche solo quería llegar a casa, lanzar esas incómodas botas y quitarse todo ese traje pomposo, pero en cambio, tenía que continuar con sus estudios, perfeccionar su lenguaje, practicar la lectura, incluso aprender los juegos de cartas que eran diferentes para la realeza.

—¿Por qué debo ir? —protestó cansado, corriendo de nuevo a la comodidad del sillón.

—¡Basta! Debes ir porque sí. Es una orden, Owen. Las ordenes no se refutan ¿Quieres otra golpiza? Mira que hay zonas de tu cuerpo que nadie notará lo lastimadas que están.

Joseph nunca era amable y Owen sabía lo mucho que le gustaba torturar, así que fingiendo su mejor expresión de conformismo, se puso de pie para acompañar a su "tío" a tomar el té en casa de Lord Bromwich.

—Lo más seguro es que la princesa ni esté ahí —mencionó bostezando, a lo que recibió un golpe en la parte baja de su cabeza.

—Claro que estará, inútil. Alberth Bromwich es el mejor amigo de James Prestwick, son casi familia. Los príncipes le llaman tío, y es lo más próximo a la realeza que estarás por los momentos.

Owen asintió y terminó de entrar al carruaje. Recordó que solo ayer en la tarde uno de los caballeros le presentó a Lord Albert Bromwich, le pareció alguien muy amable, insistía constantemente en que no lo llama Lord Bromwich, sino Albert, entendía que iba en contra del protocolo, pero dijo que lo hacía sentirse más viejo. No fue tedioso hablar con él, y es que a diferencia del resto, no se centró en preguntarle por Bélgica, o cuán grande era su fortuna, ni cuantos caballos tenía, o cosas así. Albert Bromwich quedó maravillado con su destreza para el poker, juego que Owen sí conocía desde hace años, así que no hizo más que elogiarlo por ganar, y decirle que le debía una revancha. Ahora se dirigían a su casa, para una tranquila tarde de té.

Iba pensando en cómo acercarse a la princesa, ahora tal vez, fuera presentado formalmente y no encontraba la forma de distinguirse del resto de caballeros aburridos, manteniendo los mismo modales de ellos, que tantas nauseas le causaban.

Salió de sus pensamientos al escuchar unos pasos diferentes a los del caballo. No estaban muy lejos de la casa dónde se quedaba, pero por el ruido de las ramas, pudo sentir que alguien los perseguía, el sonido se hizo más fuerte, alertándolo que no era alguien, eran varios.

Sin pensarlo comenzó a sacar un revolver que tenía escondido debajo del acolchad asiento. Sebastian se alarmó y comenzó a preguntar qué hacía, pero antes de poder responderle, escucharon gritos, disparos y el carruaje se detuvo.

Los disparos cesaron pero aquellos hombres no demoraron en subir al carruaje. La puerta de su lado fue abierta y disparó al hombre de dientes de oro que le sonrió al verlo.

Estaban rodeados y debía volver a cargar el arma, antes de que pudiera varias manos lo jalaron de la espalda, haciendo que cayera del carruaje y comenzaron a arrastrarlo, cubriéndole la boca para que no gritara. Él forcejeaba y con sus pies se daba apoyo para intentar caminar hacia atrás por su cuenta. Alguien puso el cañón de un arma en su sien, y otra mano burlona comenzó a acariciar su rostro.

—Hola esclavo lindo.

La mirada de ese hombre de pocos dientes, erizó su piel. Nadie lo miraba o tocaba de esa forma, le importaba poco morir ahí mismo, así que mordió la mano que lo mantenía amordazado, golpeó al hombre que lo mantenía quieto y en un solo movimiento tomó el arma que lo amenazaba.

No le importaba a quien matara, solo que mientras más muertos adornaran el suelo, más oportunidades tendría de vivir.

Sebastian tampoco estaba quieto, y en cuanto vio a Owen ponerse de pie le lanzó una espada para que se defendiera.

A Owen le extrañó que no le clavaran una bala en la cabeza y ya para dejarlo ahí, querían detenerlo, pero no matarlo. Esquivó cada puñalada dirigida a su pierna o brazo, y en cambio perforó varios cuellos.

Un nuevo carruaje se acercaba, y algo le decía que no era alguien que venía a ayudarlos. Nuevos hombres bajaron prestos a detenerlo, incluso traían cadenas y grilletes para amarrarlo.

—¡Qué demonios!

Continuó en guardia y uso las mismas cadenas para matar a sus atacantes. Llevaba tanto tiempo sin hacer eso, que pensó no sería capaz de matar con tanta facilidad de nuevo, pero ahí estaba, y de pronto en medio de su batalla de espada se topó con una mujer, alta, de un largo vestido carmesí, no dudó en presionar con la punta de su espada la yugular de ella. Y los pocos hombres que quedaban se detuvieron, y el silencio reinó.

—No sé quién sea, pero no dudaré en cortar su garganta si llega a mover un solo dedo —advirtió Owen, quien estaba ya harto de esa incoherente situación— ¡Suelten a mi tío ahora!

Sebastian había dado una buena pelea, pero ahora estaba siendo sujetado por ambas manos y con un cuchillo amenazando su garganta.

—Bajen sus armas —ordenó la mujer y sus hombres obedecieron—. Yo... debo pedir... disculpas.

No le atemorizaba el arma amenazándola, pero no podía salir de su asombro. Sus hombres se habían equivocado, pero cómo culparlos. El hombre frente a ella, no era David, sus ojos eran azules, pero oscuros, como el agua profunda del océano, su cabello era rubio, pero no casi blanco como el de su esclavo, aun así, había un aire de David en él, algo que le recordaba al esclavo.

—Busco un esclavo que se escapó.

—¿Le parece que soy un esclavo? —Sin bajar la guardia preguntó con ironía.

—No. Pero este esclavo es astuto, pudo disfrazarse de caballero. Le pido mil perdones.

—¿Cree que con perdones puede borrar el mal rato que me ha hecho pasar? Las mugrientas manos de sus sirvientes tocándome, la amenaza de muerte. Esto no puede quedarse así...

—Lady Cowan. Soy Lady Esther Cowan Launsbury, duquesa del norte de Pursia, miembro de la gran y real corte Alemana.

—¡Lady Cowan! —habló Sebastian, acercándose y tomando la mano de Owen para que bajara la espada. Él a regañadientes obedeció. —Su fama la precede mi Lady.

—En cambio aún no sé con quienes tengo el honor de hablar.

—¿Hablar? No pedimos una audiencia con usted Lady Cowan, duquesa del norte de Pursia, miembro de la gran y real corte Alemana —recitó Owen con soberbia, lo que sacó una leve sonrisa en el rostro de Esther—. Fuimos atacados por sus inútiles sirvientes, replantee cuál es su situación y cuál es la nuestra.

—Oh niño, eres muy joven para hablar de esa manera, o tal vez debido a tu juventud es que hablas así.

—Y usted ha visto demasiadas primaveras para cometer errores, como, atacar a caballeros confundiéndolos con esclavos.

Esther sonriendo presionó sus puños para disimular su frustración. Quería acercarse azotar a ese impertinente, ya se imaginaba escucharlo llorar arrodillado a sus pies, gimiendo, pidiendo por piedad.

—Lady Cowan, disculpe a mi sobrino, él solo está alterado, la situación que vivimos no fue fácil.

—¿Le pides disculpas? La señora debería estar aquí de rodillas pidiéndonos perdón y eso no sería suficiente.

—¡Owen! —regañó Sebastian.

—¿Owen? —preguntó Esther, interesada en el nombre.

—Lord Owen Grant, de Bélgica. —Si ella quería saber su nombre se lo daría, no tenía nada que temer.

—Interesante. Su sobrino tiene razón en algo...

—Conde Sebastian Simic, mi Lady.

—Como decía, su sobrino tiene razón en que les debo algo por el mal rato que les he hecho pasar, aunque no olvidemos que mataron a más de la mitad de mis hombres.

—¿Nos lo va a cobrar? —preguntó el rubio con ironía. Y Sebastian sabía que al volver a casa le daría una buena paliza.

—Claro que no. Quedé maravillada con la destreza que tiene con la espada Lord Grant ¿Les parece si los invito a cenar? Como pago por todo esto.

—Solo nos iremos —Owen limpió su espada, tomó el brazo de su tío y lo comenzó a arrastrar hacia el carruaje.

—Pensé que quería un pago, Lord Grant —gritó Esther desde su posición al lado de su carruaje negro.

—Créame que cuando lo vea oportuno se lo cobraré. Nunca olvido a quien me debe algo, pero justo hoy, no tiene nada que me interese.

El pobre cochero salió de su escondite debajo del carruaje, y Owen pensó que no era la hora de morir del cochero, sino con tantas balas ya sería parte del otro mundo.

Owen cansado se acostó en el incómodo asiento del elegante carruaje y cerró los ojos, lo regañarían, golpearían, pero por ahora solo quería pasar el mal trago de revivir aquellos momentos cuando vivía en el campamento rebelde. Extrañamente Sebastian no había dicho palabra y eso lo alertó, así que abriendo los ojos, notó que no estaban devolviéndose a la casa.

—¿A dónde crees que vamos?

—A tomar el té, claro está. Estamos retrasados.

—¡El Té! ¡Mírame! ¡Mírate!

—Hay que aprovechar las oportunidades que nos da la vida. Un joven caballero siendo atacado en el camino, un buen tema de conversación, para llamar la atención de los presentes.

Owen se llevó la cara al rostro como muestra del descaro de Sebastian y volvió a su posición en el asiento.

—Ahora que te veo bien —señaló Sebastian inspeccionándolo—, no tienes muchos golpes, solo estas sucio y despeinado.

—¿Y?

—Hay que arreglarlo. —Sebastian lanzó su puño contra el rostro de Owen, puño que él esquivó.

—¡¿Estás tocado?!

—Necesitas verte indefenso, que diste pelea y ganaste, pero que la viste mal. Ahora, quédate quieto mientras te doy una golpiza.

—¡Oh, no! Claro que no.

Owen intentó quedarse quieto, pero más fuerte fueron sus reflejos, que esquivaron golpe tras golpe. Sebastian ya cansado y molesto, tomó el cordón que sujetaba las elegantes cortinas y ató las manos de Owen en un agarradero del techo del carruaje. Owen se dejó atar, aunque todo era más que absurdo para él, y entonces, recibió la primera parte de su golpiza, el resto se lo daría Joseph cuando volviera a la casa.

—Quedaste perfecto. —Celebró Sebastian sujetando el mentón de Owen para verlo mejor.

—¡Deja! Y ya suéltame.

Owen ahora tenía una herida en su labio que sangraba, otra herida en la ceja de la que también emanaba el líquido carmesí, moretones en las mejillas y en el ojo que se volverían moradas en poco tiempo.

—Recuerda, nos asaltaron en el camino, vencimos a nuestros atacantes, escapamos, no sabemos quiénes sean.

—¿Por qué no decir la verdad? Que fue esa Lady Cowan quien me confundió con un esclavo.

—Owen, a esa mujer no hay que hacerla enojar, es el demonio, y es mejor tenerla de aliada. Ahora... ya estamos cerca de llegar.

Sebastian miró emocionado por la ventana y cuando reviró para ver de nuevo su obra de arte en Owen, recibió un buen golpe justo en la nariz.

—Creí que también te faltaba verte un poco más realista, tío.

Sí, las pagaría todas en la noche, pero recordaría lo feliz que se sintió.

***

Hanna estaba nerviosa. Diana había salido a hablar con la reina, ella no entendía cómo David llegó a recibir la protección de la propia reina de Inglaterra, pero le alegraba saber que estaba bien. Quería creer que tenía un plan, pero no era así, por primera vez en su vida no sabía qué hacer. Diana le dijo que compraría los boletos para que se fueran a América, y quería aferrarse a la idea que pronto David y ella estarían en un barco, y juntos comenzarían una nueva vida, eran jóvenes, trabajadores y estaban sanos, no había nada qué temer, entonces ¿Por qué sentía esa horrible opresión en el pecho?

Adelaida estaba frente a ella, mirándose en el espejo y esperando que Hanna le colocara su sombrero, le costó salir de su letargo y con manos temblorosas colocó el sombrero en la cabeza de su ama.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Adelaida al notar lo ausente que estaba.

—Sí, señorita.

—Hanna, todo saldrá bien —con cariño tomó sus manos—. Tú y el esclavo se irán y serán felices, al menos lo que esta oscura vida, lo permita, ya verás, así que respira, sonríe, pronto estarás con tu esclavo azul.

—¡Esclavo azul!

—Sí, porque no puede ser un príncipe azul.

Ambas rieron y Adelaida comenzó a salir de la recamara con Hanna detrás de ella.

Adelaida misma no creía que estuviera dándole ánimos a su sirvienta, pero ella era una mujer enamorada, qué no daría por tener la oportunidad de irse muy lejos con Jacob. Hanna viviría su feliz por siempre y ella se sentía feliz por ello. "Al menos que una mujer lo sea".

Y así con ese pensamiento la puerta de la casa que era de sus abuelos se abrió, reconoció aquella voz y palideció.

—Hanna, regresa a la habitación y no salgas.

Hanna obedeció y Adelaida terminó de bajar. Era el amor de su vida, pero presentía que no traía buenas noticias.

—Señorita Conrad un placer verla de nuevo. Me dijo el mayordomo que su madre no se encuentra en casa.

—Así es señor Launsbury —exclamó nerviosa ¿Cómo controlar los latidos disparejos de su corazón?

—Fue muy repentina su ida de Lubeck, no se despidieron si quiera.

—La reina necesitaba volver, y nosotras debíamos acompañarla. Disculpe la poca educación ¿Su hermano vino con usted?

—Sí. Ha estado arreglando unos asuntos, pero creo que esta noche vendrá a visitarla.

—Lo esperaré ansiosa. —Su chaperona estaba ahí sin perder detalle de la conversación y eso empezaba a exasperar a ambos.

—¿Me permite un paseo por el jardín? Mi hermano tiene un recado para usted.

El jardín era pequeño, pero muy hermoso, y al menos ahí la chaperona se encontraba a una distancia que les permitía susurrar.

—¿Por qué la reina decidió llevarse al esclavo? —preguntó Jacob revoloteando una flor que arrancó.

—No lo sé. Me despertaron a mitad de noche, y me subieron a un carruaje estando aún en pijamas.

—Esto es complicado. Esther está desquiciada. Vinimos a Londres intentando persuadirla de olvidar el asunto, pero nadie le puede decir lo que hay que hacer. En cuanto pisamos tierra se desapareció y Lucas no ha venido aún porque está buscándola, no quiere que se meta en problemas. Pero como parte de la familia que son ustedes, de seguro Lucas les pedirá colaboración, lo mejor para todos es que Esther tenga a su esclavo para descuartizarlo si quiere ¿Entiendes?

—Yo no tengo nada que ver con ese esclavo. Recuerda que me pidió ayuda y yo dejé que te lo llevaras. Mi mamá, Diana y yo, no tenemos nada que ver con la decisión de la reina.

—¿Y tú sirvienta?

—¿Quién? —El corazón de Adelaida se desbocó y tragó saliva para regular su respiración.

—¿Dónde está tu sirvienta Adelaida?

—¿Te refieres a Hanna, mi dama de compañía? —Esperó que él asintiera— ¿Qué tiene ella que ver en esto?

—Tú solo dime dónde está —presionó.

—No lo sé. Te dije que me sacaron a mitad de noche, lo que menos pensé fue en traer a mi sirvienta, debe estar en Lubeck.

—Si era tu dama de compañía ¿Por qué no estaba a tu lado cuando te sacaron?

—No tengo a mis sirvientas atadas a la pata de mi cama ¿Qué ocurre?

—Una de las cocineras dijo que ella un día se ofreció a llevarle la comida al esclavo, solo ella aparte de los guardias tuvo relación con él, ah y también tu hermana.

Adelaida pudo desmayarse en ese mismo instante.

—Imposible —esbozó.

—Parece que no es imposible. Adelaida cuídate, no quiero que nada te pase.

—¿Qué me pasaría?

—Nada, solo cuídate. Si sabes algo del esclavo solo dilo. Esther siempre gana. Debo irme.

Jacob se despidió con una inclinación de su cabeza. Adelaida cuando sintió que ya no estaba, se dejó caer en el pasto, sus piernas no la sostenían ¿Qué debía hacer? No podía dejar que Esther le hiciera daño a Diana, si sospechaba que ella ayudó al esclavo esa mujer haría lo que fuera para vengarse.

***

Diana se sentía desesperada. En cuanto llegó al palacio se topó con que aún había muchos príncipes que habían ido para la presentación en sociedad de Aimé, y se encontraban de huéspedes. Stephanie estaba ocupada atendiéndolos, y se encontraba en una ardua conversación entre la princesa de España y la reina madre, Victoria.

Elizabeth en cuanto la vio la obligó a salir del palacio e ir a casa de los Bomwich, dónde había una especie de reunión para tomar el té, se negó muchas veces, a la final se tranquilizó cuando Elizabeth le aseguró que Stephanie también iría.

Así que ahora estaba ahí esperando que la reina llegara y escuchando conversaciones que no le importaban. Aimé y Elisa se sentaron a su lado. Era extraño que para rondar la misma edad, ellas no fueran las mejores amigas, tuvieron que convivir desde pequeñas juntas, pero mientras Aimé y Elisa eran como hermanas, Diana y Adelaida siempre mantuvieron la distancia, aunque la relación de amistad entre la Stephanie y Elizabeth era más fuerte, pero tanto para Adelaida como para Diana, Aimé era complicada.

—¡Oh! ¿Qué le ocurrió? —exhaló Elisa asustando a Diana, quien tenía los nervios a flor de piel.

Reviró para ver al caballero de la fiesta, con varios golpes en su rostro, sin mencionar el estado de su ropa y la sangre que aún lo cubría.

—¡Conde Simic! ¡Lord Grant! ¿Qué les ocurrió?

—¡Rateros del camino! Fuimos atacados.

Y el revuelo comenzó. Todos rodearon a Owen y Sebastian, mientras el último relataba la terrible pesadilla que habían vivido, y el cómo pudieron escapar gracias a la gran destreza y perspicacia de su sobrino. Owen escuchaba tan asombrado como los presentes, la historia relatada. No sabía si debía llorar, hacer pucheros, o reírse del evento, restándole importancia. Respondía a ciertas preguntas, y acertó en quejarse de la poca seguridad que había en los caminos. Notó que la princesa se mantuvo distante, a diferencia del resto, aunque por un momento la mirada de ambos se cruzó.

Se disculpó excusándose en querer un baño para asearse un poco. De inmediato Alberth ordenó a su servidumbre que prepararan un cuarto de huéspedes, que curaran sus heridas, incluso que dispusieran de una muda de ropa para ellos.

—¡Imaginas que se quede a cenar! —Celebró Elisa, quien moría por correr a la casa para espiar al caballero. —Con tanta sangre encima se ve hasta más lindo.

—¡Elisa! Mira las cosas que dices. —Aimé volteó su rostro echándose aire con su abanico.

***

Mientras en el patio todos tomaban el té conversando sobre el peligro que acechaba por doquier, y que el concejo debería tomar medidas pronto sobre el asunto. Dentro, un Owen renovado salió de la habitación, al menos ya estaba limpio y su cabello lucía peinado.

La mansión de los Bomwich era enorme, se asemejaba a un palacio. Owen notó las grandes columnas de mármol, los pasamanos de oro, todo era tan ostentoso.

"Nunca fue un sueño estar en un lugar así ¿Por qué unos tienen tanto y otros tan poco?".

Llegó a la planta baja y recordaba el camino hacia el patio, pero de reojo vio una puerta entre abierta, se veía muy luminosa, y movido por la curiosidad entró. Era un enorme salón lleno de obras de arte, desde estatuas de toda forma, a enormes pinturas adornando las paredes, extrañas piezas de cristal, otras de madera.

—¿Es una costumbre arraigada entrar a lugares dónde no ha sido invitado?

Claro que reconoció esa voz ¿Siempre lo sorprendería hablando detrás de él?

—Descubrió uno de mis defectos, alteza. —Con sutileza reviró para verla y sonreírle.

—Descubrí otro, todos allá afuera lo descubrieron, es un pobre hombre delicado.

—No sabe cuánto, soy un delgado bastoncillo de Diente de León.

—¿Bastoncillo de Diente de León?

—Sí, con una leve brisa me derrumbo. No sabe el esfuerzo que hice para reprimir las lágrimas por este traumático evento. Cuando llegue a casa, abrazaré mi almohada y dormiré con las calientes lágrimas arrullando mi sueño.

Aimé sonrió. Sabía que no era propio, pero miró a su alrededor, antes de terminar de entrar en el salón de arte de los Bromwich.

—Pero yo también descubrí algo de usted, su alteza —acotó Owen—. Siempre busca estar sola.

Aimé abrió más los ojos, ya estaba ideando lo que diría, cuando él le saliera con que ella siempre lo perseguía, pero no dijo eso, era cierto, ella buscaba estar sola, que se lo topara en su transcurso a la soledad era otra cosa.

—Pero no sola del todo. Busca estar acompañada de lo inanimado que no la pueda fastidiar, pero que con su hermosura le grite que la vida sí es bella, que sí hay algo más ¿Me equivoco?

—¡Por favor! ¿Es su sueño frustrado ser poeta Lord Grant?

—¡Oh! Pero sabe mi nombre. No recuerdo habérselo dicho.

—Es el lord que golpearon en el camino, a fuera todos repiten su nombre ¿Cómo sucedió todo? ¿Eran cien? ¿Por qué no le quitaron nada?

—¿Quién dijo que no me quitaron nada? Al menos me quitaron la tranquilidad, no sabe usted, su alteza, que ese es el mayor tesoro de la humanidad. Pero... le contaré la verdad. —Sabía que aquella sorprendente historia era absurda, además la verdad era más sorprendente. —Alguien me confundió con un esclavo.

—¿Qué? ¿Es tan inventor como su tío?

—Es cierto, me confundieron con un esclavo e intentaron raptarme, pero no me dejé.

***

Diana quien se dirigía al tocador, sintió curiosidad al ver a Aimé entrando al cuarto de arte, al acercarse se asombró al escuchar voces, y al asomarse su sorpresa fue mayor al ver que hablaba con el caballero que tenía tanto parecido con David. Por mórbida curiosidad, nada propio en ella, se quedó escuchando, y tuvo que llevar una mano a su boca para suprimir un grito al escuchar, que el motivo de los golpes en el caballero, era porque lo habían confundido con un esclavo.

"Lo confundieron con David ¡Están buscando a David!".

***

—¿Por qué su tío contó todo eso?

—Jamás reconocería ante la sociedad que su sobrino se parece a un esclavo, no deja una buena impresión de mí ¿No cree?

—Sí, en eso tiene razón. Digamos que le creo ¿Cómo supo lo de la confusión?

—Porque al notar que no era el esclavo me dejaron y pidieron disculpas.

—Es decir, no derribó a casi cien hombres, de seguro ni siquiera atestó a golpearlos un poco.

—Ya le dije cuan delicado soy. Si un conejo me dio una paliza, imagínese una horda de ladrones. Yo, su alteza, necesito de una mujer que me proteja.

Aimé iba a añadir algo, pero escucharon pasos que se alejaban, era como si alguien estuvo espiándolos. Así que intercambiando una mirada entre los dos, Aimé salió de regreso al patio y Owen se quedó un rato observando aquellas pinturas, una en particular le recordó la casa de su niñez, la tocó con temor de al hacerlo, volver a ella.

"Una vieja casa en una colina helada. Tú no me engañas, yo sé lo que pasa dentro de ti, no hay nada lindo en una vieja casa en una colina helada".

***

Stephanie no había llegado, ya no podía esperar más. Diana convenció a Elizabeth de sentirse muy mal, y debido a la palidez de su rostro fue fácil creerle. Elizabeth se quedaría a cenar también, y Catalina la convenció de que pasara la cena, quería poder tener una de esas antiguas reuniones, de cuando eran niñas, y se juntaban a hablar de todo, antes de dormir.

Diana volvió a su casa en el carruaje y nerviosa bajó corriendo. Ya estaba anocheciendo y la casa se sentía más solitaria de lo normal. Corrió hacia su habitación y a la de Adelaida, pero no había nadie en ellas, bajó de nuevo corriendo y se topó con Adelaida viniendo de la cocina agitada.

—Hasta que apareces Diana ¿Dónde está mamá?

—Se quedó en casa de los Bromwich, se quedará a dormir allá.

—¡Qué! Debemos ir con ella, toma tu abrigo y vámonos.

—¡No! ¿Adelaida qué haces? —Se arrancó el chal que si hermana ya le había puesto encima. —¿Están buscando a David?

—Lo sé. Y descubrieron a Hanna, y a ti, debemos irnos ya.

—Espera, espera ¿Cómo que descubrieron a Hanna? ¿Dónde está? —Diana sentía que desmayaría en cualquier momento.

—Diana de verdad debemos irnos. Vino Jacob y me dijo que Esther está desquiciada, busca al esclavo, y alguien le dijo que Hanna le llevó comida al esclavo un día, y que tú también, así que vino a preguntarme por Hanna. Y me dijo que me cuidara, que somos familia y debemos ayudarnos.

—¿Dónde está Hanna?

—En el puerto. Le dije que esperara escondida en dónde está el barril de pescados. Ella escribió una carta para David explicándole todo, y lo esperará ahí. Ahora, hablaste con la tía Stephanie para comprar los boletos, tenemos que encontrar la forma de hacérselos llegar.

—No pude hablar con ella —respondió nerviosa— ¿Dónde está la carta?

—Como caído del cielo vino Raúl Stand a visitar a mamá, y le pedí el favor que enviara la carta con uno de sus sirvientes. Pasó hace poco a decirme que ya la habían entregado.

—¡Qué! ¿Cómo se te ocurre Adelaida? Él no puede salir, lo atraparán.

—No me regañes, he hecho todo por Hanna, incluso más que tú. Debía entregar la carta ¿Ahora qué hice mal?

—¿Qué decía la carta?

—Que lo esperaba esta noche en el puerto, debajo del puente. Hanna va a vigilar que él llegue.

—¡Esta noche! Debemos impedir que vaya ¡Corre!

Diana jaló a Adelaida del brazo y volvieron al carruaje, el cochero se demoró un poco en subir, y es que no pensaba volver a salir el resto de la noche.

—No podemos ir a dónde está el esclavo, es muy riesgoso —advirtió Adelaida.

—No me importa.

—A mí sí. Iremos al palacio, buscaras a la tía Stephanie y será ella la que busque al esclavo ¿Entendido?

Diana asintió solo porque Adelaida tenía razón, ella no podía hacer nada, solo meter en más problemas a David, Hanna, incluso Adelaida. La distancia entre su casa y el palacio no solía ser muy larga, por eso Adelaida se extrañó al notar que todavía no llegaba, sin embargo, al asomarse por la ventana, se dio cuenta que era demasiado tarde, unos hombres abrieron la puerta, y entre gritos y llantos las sacaron a ambas, arrastrándolas dentro de una desconocida y lúgubre casa.

***

—No nos hagan nada ¡Por favor! No nos hagan nada —rogaba Adelaida entre llanto, abrazando a Diana, quien no lloraba, pero sí estaba aterrada.

Estaban en esa extraña sala, sentadas en un sofá que parecía costoso, pero debido a las pocas velas el alcance de su vista era escaso, solo sentían respiraciones fuertes de hombres que las miraban en la oscuridad, y reían ante sus ruegos.

—Hola mis niñas, no lloren.

Ella llegó ante ellas con una vela en sus manos que alumbraba su rostro, dejaba apreciar bien aquella sonrisa perversa.

—Lady Cowan —exclamó Adelaida titubeando— ¿Qué es todo esto? ¿Por qué estamos aquí?

—Adelaida, siempre tan inocente. Aunque creo en tu inocencia, estoy segura que tienes poco o nada que ver en todo esto, pero tu hermanita fijó su atención en algo que me pertenece.

—¿Diana? ¿Qué podría hacer Diana? Ella es muy buena. —Adelaida no sabía dónde estaba sacando las fuerzas para mentir y hablarle a Esther, pero tal vez las oraciones estaban surtiendo efecto.

—Diana tuvo un amorío con mi esclavo, e intentó liberarlo, advirtió a la reina en un paso desesperado por ayudarlo y lo consiguió. Bravo, pequeña, pero ya sabes que nunca perdono.

Esther se acercó a ambas y arrancó a Diana de los brazos de Adelaida, haciendo que ambas gritaran. Adelaida intentó aferrarse a ella, pero alguien sostuvo sus manos. Diana ahora sí lloraba arrodillada a los pies de Esther, con los dedos de ella enredados en sus cabellos, presionándolos y una afilada daga rozando las mejillas de Diana.

—Diana no ha hecho nada —gritó Adelaida, intentando liberarse—. No puedes hacer esto, no somos unas sirvientas o esclavas para que nos desaparezcas así como así.

—Te equivocas Adelaida. Nadie me vio raptándolas, tú tienes un padre que desapareció, tú más que nadie deberías saber que se puede desaparecer a quien sea.

Adelaida no sabía qué hacer ¿Morirían esa noche solo por ayudar a un par de pobres enamorados? Ella estaba dispuesta a pasar una vida miserable, para ayudar en la felicidad de su hermana, pero ahora las dos peligraban con dejar este mundo, y no quería morir.

—Diana ya veremos como tu amor grita mientras te quito la vida lentamente. Nunca debiste fijarte en lo que es mío.

—¡No! Ella no tiene nada con el esclavo ¡Déjala! Diana dile, dile la verdad.

Diana no quería morir, pero estaba tan aterrada que sus labios no se movían, su garganta era incapaz de emitir sonido ¿Podía arruinar la vida de dos personas para salvar la de ella? Pero no era solo su vida, sino la de su hermana.

Esther fastidiada de la situación se dispuso a desfigurar un poco la cara de Diana y Adelaida gritó de nuevo.

—¡Es Hanna! Siempre fue Hanna, la sirvienta, ella...

—¡Adelaida no! —Diana desesperada intentó callarla.

—O es ella o nosotras, y nos prefiero a nosotras. Ella era novia del esclavo, fueron novios desde niños, ellos querían escapar. Diana no hizo nada, solo supo la historia porque Hanna le contó, eso es todo. Hanna habló con la reina esa noche cuando David no llegó al encuentro y por eso la reina te quitó al esclavo, nosotras solo fuimos arrastradas esa noche ¿Cómo crees que habría algo entre el esclavo y Diana, si bien vigilado que lo tenías?

Esther lo pensó, pero aquella historia era más creíble. Desde que le dijeron de aquella sirvienta escabulléndose para darle comida a su esclavo, sintió que había dado con la maldita que era dueña del corazón de su propiedad. Soltó los cabellos de Diana y la empujó lejos de ella, haciendo que chocara su cabeza con el suelo. Llevarse a Diana para torturar al esclavo no serviría de nada, así que conseguiría lo que quería.

—¿Dónde está esa sirvienta? No lo preguntaré dos veces.

***

Para James y los de la corte. Stephanie estuvo tomando el té en casa de su amiga Catalina, ahí cenaría y pasaría la noche, pero en realidad aprovechó ese tiempo para arreglar todo para la huida de David. No dejaría que lo devolvieran a Alemania, debía sacarlo muy lejos de ahí.

Su amiga Jane seguía viviendo en América, le dolía saber que tal vez nunca más vería a David, pero era lo mejor para él. Le escribió un telegrama, notificándole que enviaría a un joven y le diera todo el apoyo necesario.

Su banquero le dio una buena cantidad de su fortuna, que le daría a David para que pudiera comenzar su nueva vida. Ella misma no podía comprar los boletos para América, así que se consiguió con su amigo Frederick, quien gustoso compró los boletos por ella.

David saldría en dos días a América, dos días para poder encontrar a Hanna, sabía que no se iría solo. Mientras, Frederick accedió en alojar al joven esos dos días en su casa.

Era tarde y Stephanie quería ir a ver a David y contarle todos los planes, pero debía continuar con su farsa, así que llegó a casa de Catalina a pasar la noche.

Mientras Catalina y Elizabeth hablaban y reían acordándose del pasado, ella no dejó de observar la noche por la ventana. Estaba triste, tal vez solo era porque pronto tendría que decirle adiós a David, y ya se había acostumbrado a cuidarlo.

—No sé si es por estar recordando el pasado, pero me siento... extraña —señaló Elizabeth.

—Yo también —corroboró Stephanie—. Tal vez el pasado nos pone nostálgicas.

—De pequeñas siempre hablábamos de casarnos, tener hijos, pero de verdad se imaginaron así, es que ahora es tan extraño, saber que somos madres orgullosas, pronto seremos abuelas y... ¿Cuándo dejamos de ser niñas?

Las tres rieron y continuaron en su conversación. Aunque la preocupación de cada una era diferente e igual de importante, después de todo la vida no fue color de rosa para ninguna, menos para Stephanie y Elizabeth, quienes con falsas sonrisas intentaban disimular la tribulación que había en sus corazones.

***

David había recibido la carta apenas una hora atrás. Hanna había omitido decir nada sobre Lady Cowan, para no asustarlo, le pareció que era lo correcto, pero él intuía que la presura por irse se debía a esa mujer que era su tormento.

No quería irse sin despedirse de su ángel, pero ella parecía que no llegaría esa noche. Así que tomó una hoja y un papel, y con una pésima caligrafía, debido a no escribir desde hace mucho, se despidió de su ángel de luz. Quería escribirle todo lo que significó para él. Para asegurarse que la carta la leyera solo ella, la dejó dentro de un libro que ella comenzó a leerla cada día, cuando él no podía ponerse en pie, y que continuó leyéndole cada noche, por costumbre. Lamentó tener que irse sin saber el final del cuento, pero recordaba el título y a dónde sea que fuera, lo encontraría y leería ese final.

No había nada que le perteneciera ahí, así que solo guardó las dos cartas de Hanna en su bolsillo, y sin que nadie lo viera trepó una de las verjas que daban al bosque y salió de la propiedad de su ángel de luz.

Miró por última vez la casa dónde se curó, el lugar dónde después de mucho tiempo se sintió en paz, el lugar dónde estaba ella.

"Tú fuiste mi mamá por este corto periodo de tiempo"

No quería irse, pero debía hacerlo, estaría con Hanna, y eso era más importante que nada.

Caminó entre la oscuridad con la luna y las estrellas como su guía. No conocía nada de Londres, pero llegaría al camino principal y ahí seguiría hasta llegar a un lugar más poblado dónde preguntar el cómo llegar al puerto.

En cuanto pisó el gran camino de tierra, sintió unos pasos deslizarse por sus lados. Intentó correr cuando divisó a unos hombres salir de la oscuridad del bosque y los grandes árboles, para perseguirlo.

No corrió mucho, antes de que lo sujetaran de manos y pies, cubrieron su boca, mientras se revolvía, y gritaba pidiendo ayuda.

—Quieto esclavo, nunca debiste escapar de Lady Cowan.

Aquel nombre heló su corazón. Con más ímpetu rogó con lágrimas en los ojos que lo soltaran, pero para acallarlo, metieron una bola de tela en su boca y la amarraron. Ataron sus manos y pies, y colocaron una bolsa en su cabeza para que no viera.

Fue lanzado a una carreta.

"¡NO! Esto no puede acabar así".

Intentó deshacer sus amarres y continuó forcejeando, hasta que su garganta ya no podía balbucear más y su cuerpo no tenía fuerza para luchar. Sus muñecas y tobillos sangraban, y su mandíbula dolía demasiado. No dejaron de darle golpes para que se quedara quieto, y a la final lo habían conseguido.

Alguien lo empujó de la carreta a punta de patadas, haciendo que rodara hasta que cayó con todo su peso en el suelo. Por estar amarrado, nada alivianó su caída. Alguien comenzó a arrastrarlo de sus pies, pero después de una discusión sintió que alguien lo cargó.

Cayó en un duro suelo, quejándose por el golpe. Lo jalaron poniéndolo de rodillas y quitaron la bolsa de su cabeza.

Debido al llanto y la oscuridad le costó volver a ver bien, pero aquella voz y esa caricia era la de sus pesadillas.

—Mi querido David ¿No te alegras de verme?

Sujetaba su quijada para impedir que escondiera su rostro. Los ojos de David se llenaron de más lágrimas de terror, que no demoraron en esparcirse por su rostro. Comenzó a negar, diciendo, aunque su mordaza no lo dejara hablar, que no quería estar ahí, que no le hiciera daño.

—¿Por qué lloras? Tu sabes que siempre la pasamos muy bien, y esta vez la pasaremos mucho mejor, porque tenemos compañía, nada más mira quien nos acompaña.

Dirigió el rostro de David hacia la esquina tras ella, y él entre lágrimas supo que ese era el fin.

"¡No! Ella no"

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Bueno... bueno... el capítulo que viene será muy lindo y crudo.

¿Cómo creen que debería ser el final de Lady Cowan? Aunque los malos nunca mueren jaja.

Como siempre espero que les haya gustado. De verdad me muero por escribir el siguiente capítulo, así que a lo mejor solo por lo complicado que será no me apresure a subirlo esta misma semana, pero a comienzos de la semana que viene lo tendrán, eso seguro.

También estoy en un momento cumbre en mi otra novela que se llama En Horario Laboral, y aunque es muy diferente a Cupido y Ennoia, si quieren reírse un poco, para alivianar las lágrimas de esta, jajaja, los invito a ella. Ya le falta poco para terminar así que, ya saben, está ahí por si quieren leerla.

Mil besotes, gracias por leer siempre y hasta la próxima!!!!!

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