Capítulo 6.- Una gran fiesta y la sonata de la vida
28 de mayo 1849. Londres.
Aimé no estaba nerviosa, aquello hasta le causaba sueño. Su presentación en sociedad para ella significaba tener que aguantar las adulaciones de un montón de príncipes torpes, lo peor de la situación es que en algún punto uno de esos príncipes llegaría a ser su esposo, y no quería pensar en eso, la sola idea la enfermaba. De ser posible, incluso permanecería soltera como la reina Elizabeth.
Elisa a su lado era la que no dejaba de brincar diciéndole a cada rato los caballeros que entraban al salón. Para Elisa todos eran espectaculares.
—¿Lista su Alteza? —preguntó Arhtur entrando al salón dónde Aimé y Elisa esperaban.
—Arthur estás hermoso —Aimé con emoción se acercó para apretujar sus cachetes.
—¡Aimé! —replicó Arthur alejándose.
—Sí, Arthur te ves muy bien, hasta pareces tener más edad. Si fuera menor soñaría contigo.
—Gracias a Dios que soy menor que tú.
—¡Arthur! Deja de ser malo con Elisa —regañó Aimé.
—Déjalo, déjalo. Que siga comportándose así, yo disfrutaré de ver su cara cuando le diga a Diana de los sentimientos del principito para con ella.
—No te atrevas.
—¿Ahora sí tienes miedo, príncipe?
—¡Ya basta! Elisa ve entrando ya al salón, tus padres deben estar preguntándose por ti.
Elisa sonriendo miró con desafío a Arthur antes de salir, debía admitir que siempre era divertido molestar al hermano menor de su amiga. Arthur por su parte, pasó de la rabia al nerviosismo, sabía que Elisa era capaz de contarle todo a Diana, y solo pensarlo alteraba sus nervios.
—No dirá nada, no te preocupes. Aunque sí sabes que eso que sientes es imposible ¿No? Es un enamoramiento de niño, pero no irá nunca a más allá. Tú eres un niño Arthur, estas muy joven para pensar en esas cosas.
—¿Y tú estás muy vieja?
—Ni yo pienso en esas cosas.
—Entonces ¿Por qué tantas salidas a escondidas con el herrero?
—Era solo amistad, y no vuelvas a insinuar nada.
—Está bien, lo siento Aimé. Estás muy hermosa. Me sentiré orgulloso de llevarte de la mano.
Arthur con cariño besó su mejilla. Aimé resplandecía con ese vestido dorado que hacía contraste con sus largos cabellos. Era la perfecta princesa dorada.
—Me llevarás de la mano, bailarás conmigo y no me dejarás sola ni un solo instante, ni siquiera para ir a estar mirando de lejos a Diana Cowan ¿Entendiste?
Arthur asintió de mala manera y con la mano de Aimé en su brazo comenzaron a dirigirse al salón, donde ya todos los esperaban.
***
Owen iba acompañado de uno de sus profesores, Sebastian Simic, quien era un importante conde en Bélgica, así que Owen sería presentado como su sobrino.
Owen agradecía al menos no estar solo. Todas las personas a su alrededor eran tan elegantes, mirando a todos por encima del hombro, serios, hermosos, aquello lo asqueó por completo.
Escondiendo su nerviosismo hizo la fila en la entrada para ser presentados antes de entrar.
Owen siguiendo a Sebastian, se paró detrás de unas señoritas que también esperaban su anuncio. Una de ellas reviró un poco y pudo ver lo hermoso de su rostro, ella lo divisó por un momento para volver la vista con prepotencia.
Él quedó maravillado con la belleza de la dama, le llamó la atención lo fría de su mirada.
Adelaida quien no hacía más que pensar en Jacob Launsbury, no pudo esconder el hecho de que el caballero tras ellas era de muy buen ver. Con disimulo golpeó el hombro de Diana y le hizo señas con la mirada para que revirara, pero en esos asuntos Diana siempre era muy distraída.
—Que revires para ver si te olvidas del esclavo —susurró todo lo delicado que pudo.
Diana respirando para no decirle una mala palabra a su hermana, optó por hacerle caso y justo antes de que el mayordomo gritara sus nombres, reviró.
Fue impresionante verlo, esos ojos azules se clavaron en ella, sentía que lo había visto antes, había algo familiar en él. Tanto fue su asombro, que lo miró sin disimular, ni siquiera escuchó que sus nombres fueron anunciados y que Adelaida sin notar su estado jaló su mano haciéndola tambalear. Owen con presura tomó su cintura impidiendo que callera.
—Tenga cuidado señorita. —Pronunció con un marcado acento.
Diana tragó saliva y Adelaida al darse cuenta jaló más a su hermana internándose en el salón de baile.
No era propio que Owen tomara a Diana por la cintura y eso la descolocó, caminó en medio de una densa neblina intentando dejar de pensar en el parecido de aquel caballero con David, incluso agudizó su oído cuando el nombre de ese nuevo caballero fue anunciado.
—Conde Sebastian Simic y su sobrino Lord Owen Grant de Bélgica. —Anunció el mayordomo.
Owen reprimió un suspiro cuando las miradas se dirigieron a ellos. Era normal que al ser anunciado unos cuantos de los presentes volteara la vista, pero su atención no duraba demasiado si no se trataba de un importante nombre, sin embargo, las miradas de muchas damas, de entrada o menor edad, detallaron con cuidado a Owen. Tantas fueron sus señas que más de un caballero siguió la dirección de las miradas de las damas, para toparse con aquel joven caballero que caminaba muy erguido y que de pronto se ganó el odio de otros cuantos, que ya veían en él un rival.
La propia Elizabeth reviró para notar si tantos murmullos se debían a la belleza de sus hijas, pero no, era aquel lindo jovencito. Elizabeth sonrió, se acordó cuando era joven, y era la primera en deleitar su vista con un lindo caballero como ese que tenía tras ella. De pronto notó a Diana mirándolo también y la alegría emanó de su corazón. Tal vez ya no tendría que preocuparse por el esclavo. Aunque... de seguro el joven venía por la futura reina, aquello la entristeció, pero escuchó el susurro de Adelaida.
—¡Lord! No creo que los reyes busquen nada menos que un príncipe para su hija.
Sí, eso podría ser. La futura reina debería casarse con un príncipe, los ánimos de Elizabeth volvieron y odió que su esposo no se encontrara para hacer las debidas presentaciones con el caballero.
***
Sebastian no podía estar más feliz con la conmoción que Owen estaba ocasionando, sin duda alguna habían seleccionado al joven adecuado, aún no podía creer que un joven como él se hubiera criado en el campamento rebelde.
Owen tenía su mirada fría, y su temple demostraba seguridad. No quiso detener su vista en nadie, todos eran una espesa bruma, cuerpos calientes abstractos, no había nadie más ahí que él. Tomó una de las copas y bebió sonriendo con su supuesto tío. El cuerno anunciando la entrada de los reyes no se hizo esperar, y Owen más que todos los presentes reviró para mirar con atención.
Las pesadas puertas se abrieron de par en par, inclinándose ante la entrada de sus reyes. En medio de la sala, por la gran alfombra roja, James y Stephanie caminaron, ella sonriendo, él manteniendo su autoridad.
El silencio fue el rey del salón, y Owen sin parpadear los observó. Dos personajes de un cuento de hadas, dos seres que por sus bellezas parecieran haber nacido para estar juntos. Ella era dulce y delicada en cada milímetro de su piel, podía verlo en su sonrisa, en la calidez de su mirada, en la forma erguida pero nada presumida de caminar. Él tenía todo el porte de un rey, era como si de verdad Dios lo hubiera escogido para ocupar su trono. Pero Owen sabía cuan perverso era el rey de Inglaterra, lo nada que se merecía ese trono. Lo sintió por la reina, pero para él, ella debía ser liberada.
Los reyes tomaron su lugar en el trono y los precedió la reina madre. Victoria era la abuela más joven que cualquiera hubiera conocido. Ella no era dulce como Stephanie, todo en ella demandaba respeto.
Owen pensó que sería tan fácil acercarse al rey clavar una daga en su pecho y acabar con todo ya, que no entendía el por qué conquistar a la princesa.
—No es tan fácil, si no lo has notado es que aún no estás listo —dijo Sebastian a su oído, como si leyera sus pensamientos.
Owen entonces notó que el Rey y la reina no estaban solos, los protegían, aunque fuera difícil verlo, estaban bien resguardados, cualquiera estaría dispuesto a morir por ellos si de pronto alguien lazara una flecha hacia allá.
—Si fuera fácil, hace mucho que ya no estaría ahí ¿No crees?
Owen no dijo nada, admitía su torpeza al creer que todo estaba al alcance de una daga, pero dejó de pensar en ello cuando el mayordomo a voz en cuello llamó la atención hacia la misma puerta dónde entraron los reyes.
***
—Su Majestad el Príncipe Arthur Frances Prestwick Middleton
—¿Acaso mi nombre no suena imponente? —bufoneó Arthur al oído de Aimé arrancándole una sonrisa.
—Y su Majestad la princesa Aimé Stefanía Prestwick Middleton heredera al trono del reino unido.
Aimé se aferró bien al brazo de Arthur cuando comenzaron a caminar. En ellos era al revés, mientras Arthur reía observando a todos, Aimé mantuvo su mirada al frente sin ninguna muestra de expresividad en su rostro, era como una bella escultura de cristal, hermosa, inalcanzable, dura y fría.
"Que ninguno de estos tontos crea que me enamoraré de ellos" pensó.
James esperó de pie a su pequeña y al llegar tomó su mano para besarla y ayudarla a subir a su lado.
Una vez la familia real estuvo completa los aplausos no se hicieron esperar.
***
Owen ya había visto a Aimé, pero no podía negar que era ella la damisela más hermosa de todo el salón. Sonrió al notar lo poco que ella disfrutaba de aquella ceremonia.
"Se ve tan incómoda como tú te sientes por dentro".
***
Anunciaron el momento del vals. Aimé tomó la mano de su padre y se dirigieron al centro del salón.
James no podía estar más contento y nostálgico de ver a su pequeña ya crecida. Aimé aunque no lo quisiera demostrar estaba nerviosa de pisar su vestido, caer, o pisar los pies de su padre, ella nunca disfrutó mucho de bailar, pero la sorpresa fue grande cuando la melodía llegó a sus oídos, miró a James con alegre admiración y complicidad, mientras él ya sonriendo le daba vueltas por el salón.
—¿Acaso el Danubio Azul es un baile apropiado para una presentación en sociedad? —dijo al oído de James con diversión.
—Es la melodía con la que practiqué el primer baile de mi hija, y debía ser el baile con el cual la dejaré volar.
Ambos rieron encontrando sus miradas llenas de nostalgia. Él no la quería dejar ir, y ella descubrió que tampoco quería crecer. Pero en ese momento solo iba a aprovechar que volaba en las manos de su padre y que era una pequeña de cuatro años que reía e intentaba no perder el paso ante esa melodía que alimentaba todos sus sueños. Y así en cada cambio de tiempo fue elevada por la cintura por James, sonriendo de verdad, riendo como hace tanto no había hecho con él.
Stephanie no pudo reprimir el irse en llanto, eran su pequeña y el amor de su vida, y fue como retroceder el tiempo. Arthur mirando la conmoción de su madre se acercó para abrazarla, incluso tomó su mano y la llevó hasta la pista de baile, ya era apropiado que ambos se unieran.
***
Muchos de los presentes observaron el baile con lágrimas en sus ojos, lo que incluía a Victoria, quien nunca pensó ver a su James convertido en todo un padre sentimental.
Owen se sintió extraño al ver la escena. Esa risa de Aimé podía alumbrar la obscuridad del universo, pero no fue solo eso lo que le impresionó, era el amor que podía notar en la mirada de James Prestwick, por un breve momento fue un hombre con su hija, fue solo un hombre con su familia, era alguien mortal, tan igual como tantos otros, un hombre orgulloso de su fruto, alguien que podía sentir, amar, llorar. Por un momento solo era una familia que gozaba de ser feliz ¿Por qué arrebatarles todo? ¿Por qué haber vivido con tanto odio, en vez de haber buscado ser feliz a su modo?
Sacudió la cabeza, él no podía pensar así.
***
El suplicio de Aimé empezó una vez el primer vals acabó. Le esperaban muchos bailes durante la noche y eso no le agradaba en absoluto. Un príncipe tras otro fue presentado y ella intentando ser amable, saludó, bailó, pero no dijo más.
Un nuevo príncipe se le fue presentado y mientras caminaba de nuevo a la pista de baile, con los pies ya matándola del dolor, encontró con la mirada a Elisa y como esta no dejaba de ver a la mesa de chocolates. Por curiosidad quiso saber qué príncipe se estaba llevando los pensamientos de su amiga y notó a un caballero de cabellos dorados como el oro y ojos azul intenso, que distraído revolvía una copa de ponche, simplemente mirando la copa, ajeno a las miradas que sobre él se fijaban.
"¡El caballero del camino!" y por primera vez en la noche, tropezó con su vestido.
***
—Diana y yo que creía que de verdad andabas prendada del esclavo —Adelaida la empujó dejando una copa de ponche en sus manos. —Ya veo que tu debilidad son los rubios.
—Es que... ¿No ves que se parecen? —Aunque quería evitarlo, no podía dejar de seguir detallando al joven que no invitaba a bailar a nadie.
—Tal vez y en Bélgica todos son iguales ¿De dónde es el esclavo? ¿De Alemania?
—La verdad no lo sé.
—Ya deja de mirarlo, porque no está el esposo de nuestra madre para poder presentarnos ante él, así que mejor acepta bailar con alguien más. O espera, de seguro lo encontraremos en otros bailes, si no es que alguien lo atrapa hoy, es muy lindo ¿Tendrá una buena fortuna? Es extraño que siendo como es no hallamos oído nunca hablar de él ¿No crees?
—¿Por qué venir a Londres justo en la presentación en sociedad de la futura reina?
—Tal vez quiera el premio mayor, entonces, estás perdida Diana. El que se parece al esclavo resultó ser un ambicioso. Te compadezco tanto Diana.
—¿Por qué? Yo no voy a casarme con un hombre que casi triplica mi edad, y estoy enamorada de su hermano.
Diana se alejó feliz de haber descolocado por una vez a Adelaida, era su hermana y dios sabía que la quería, pero ¡como lograba fastidiarla!
***
—Señorita Bronwich tenga —Arthur sacó de su bolsillo un pañuelo, extendiéndoselo.
—¿Qué? ¿Se me corrió el maquillaje? —Elisa asustada comenzó a tocar su rostro y limpiarlo delicadamente con el pañuelo.
—No, es la saliva que empaña tu quijada —Rio Arthur. —No creo que seas el tipo de dama que busca.
Arthur señaló a Owen y Elisa enfureció, notándose su frustración en lo rojo de sus ojos.
—Yo siendo tú rogaría que sea la dama que busca. Diana parece interesada en él, y tal vez ella sí sea su tipo de dama.
—¡Qué!
Arthur reviró para notar lo evidente.
—¡Qué suerte! Primero el esclavo, ahora su duplicado más refinado ¿Nadie nota que yo soy su copia más joven?
Elisa no pudo evitar carcajearse ante el comentario de Arthur.
—Arthur, Arthur, cuando tengas unos tres años más, todas las damas te mirarán como miran al caballero de allá, por ahora confórmate, principito.
***
Sebastian y Owen estaban esperando ser presentados ante los reyes, pero tal parecía que nunca llegaría su turno. Owen conoció a muchos caballeros, todos preguntándole por su procedencia, su apellido, su fortuna y Bélgica. Para fortuna de Owen, había estudiado tanto que conocía cada región de su supuesto país de procedencia sin haber puesto un pie allí nunca.
Owen sabía que no debía invitar a nadie a bailar, ni tampoco mostrar interés por nadie, así que pese a que la señorita que sostuvo al llegar, no dejaba de mirarlo con el rabillo del ojo, y de vez en vez la mirada de ambos se encontraba, él solo desviaba su mirada, no estaba ahí para nada más que cumplir con su misión, y a la que tenía más prohibido ver era a la princesa, así que dónde ella se encontrara él no miraba ni por asomo.
Cansado de tener que esperar para conocer al rey, aprovechó que Sebastian conversaba amenamente para escaparse al patio, tal vez y no debía estar ahí porque todo estaba muy solitario, pero no le importó. Se escondería un rato entre los arbustos.
***
Aimé no aguantaría un baile más, por eso se escabulló como pudo, tomó un plato que llenó de chocolates y queso, y corrió hacia la primera puerta que vio. Conocía bien su palacio y sabía el único lugar que estaría solo y dónde no la buscarían.
***
Owen estuvo ahí sentado, de seguro ensuciando sus pantalones con el pasto, hasta que un conejo pasó por su lado, le acordó a las liebres que siempre perseguía en las montañas heladas francesas, notó que el pobre conejo tenía un cordón enredado en una de sus patas que lo estaba lastimando, sin pensarlo, comenzó a perseguirlo, se le hacía algo cruel dejarlo así hasta que su pata dejara de funcionar.
"Lo lindo no debería ser dañado".
Por estar corriendo hincado tras el conejo, ningún guardia divisó que penetró a una parte del jardín que no estaba abierta a los invitados, y así siguió adentrándose, ya corriendo tras el conejo que por breves momentos se le perdía de la vista.
Justo cuando llegaron a una especie de casa de cristal, a la que Owen no le prestó mucha atención, pudo lanzarse sobre el conejo, atrapándolo con su cuerpo.
—Quieto, es por tu bien ¡Quieto!
Owen peleaba con el gran conejo revolviéndose y dándole patadas, la tarea de quitarle el cordón no estaba siendo fácil.
—Que te quedes ¡Quieto!
No pudo gritar más porque de pronto sintió que un objeto punzante y frío presionó su cuello.
—Los invitados no pueden estar acá ¿Qué hace aquí?
Era una voz femenina. Owen podía hacer tantas cosas para salir de esa, pero ninguna que fuera de acuerdo a su nueva mascara de decente caballero, así que presionó más el conejo en sus manos y lo alzó sobre su cabeza, indicando que esa era su razón para haberse desviado. El conejo siguió pateando, ahora sobre la cabeza de Owen y él solo cerró los ojos y apretó más, aguantando los golpes y rasguños.
Sintió que la portadora del arma reía y ese algo que lo amenazaba se retiró de su cuello.
—Solo quédate quieto —dijo la voz.
El conejo seguía sobre su cabeza y la dama detrás de él, pero pudo sentir que el cordón de la pata del conejo fue cortado y las patadas del mismo se hicieron más potentes, logrando que Owen lo soltara.
—¿Dirá que desvió su camino para ayudar a un conejo?
Owen reviró y la vio. Aimé se habría esperado cualquier reacción, menos la que Owen tuvo.
—Ah, su majestad la princesa —exclamó hasta con un tono de decepción— ¿No debería estar en su banquete?
—Es mi palacio, puedo estar donde quiera estar, usted por el contrario, no puede.
Ya era entrada la noche y la única luz que los alumbraba eran la de la luna y las estrellas, que esa noche brillaban sin ser perturbadas por ninguna inoportuna nube.
—¿Llamará a los guardias para que me saquen de aquí? —preguntó mirando a su alrededor, notando que estaban solos.
—No, yo misma puedo hacerlo —y volvió a apuntarlo con su fina daga.
—¿Siempre lleva una daga con usted su alteza? —Owen analizó la posibilidad de quitarle la daga y llevársela prisionera ¿No sería eso más fácil? Pero luego pensó que por algo esa no era su tarea esa noche.
—Sí, y se usarla. Ahora le pido que vuelva al lugar previsto para la plebe. —Se encontraba ahí para estar sola, comer sus dulces y quejarse un poco de todo, que el caballero del camino estuviera ahí le sumaba un inconveniente, así que nada le impediría tratarlo con poco respeto.
—No soy un príncipe, pero soy un Lord —acotó con elocuencia.
—Una princesa está muy por encima de un Lord, más cuando esta es la heredera al trono. —Si Owen era odioso, ella lo era más, podían durar en esa guerra por muchas horas si querían.
—Siento tanto la vida del pobre príncipe que se ligue a usted majestad. —Inclinó su cabeza más por burla que por respeto. —Dicen que son pocos los momentos de la vida cuando nos damos cuenta de cuan bendecidos hemos sido. Casi siempre ocurre ante un evento traumático, al estar al borde de la muerte, al ser salvados de un matrimonio no deseado, y en mi caso, es hoy, justo ahora, en este preciso instante estoy tan agradecido de ser un Lord, y no un príncipe obligado a ganar su aprecio.
—Que grato que ambos estemos contentos con nuestros destinos.
—Yo lo estoy, pero... ¿Usted lo está? ¿Por qué no está en su baile?
—¿Y usted? —replicó.
—No me gusta la música.
—¡Música!
—Sí, es que...
Owen quiso recostar su costado en la casa de cristal, pero no notó que esa no era una pared, sino la puerta, cayendo sin remedio dentro de la elegante construcción. Aturdido y aún en el suelo, levantó la vista para ahora sí notar que un gran piano blanco se encontraba en medio de la glorieta de cristal, y otros instrumentos lo rodeaban.
—¡Es lindo! —exclamó siguiendo en el suelo, alzándose un poco gracias al apoyo de sus manos.
—¡Salga ahora mismo! Solo miembros de la familia han estado aquí ¡Levántese! —Aimé no suprimió las ganas de clavar una leve patada en el abdomen de Owen, quien notó el golpe pero no se quejó, solo volteó su cabeza para mirar a Aimé con reprobación.
—¿Toca alguno de ellos? —preguntó ya poniéndose en pie.
—Eso no le incumbe.
—Si yo tuviera un lugar así, tocaría hasta sangrar. —Owen divisó el mágico lugar una vez más y al toparse con la mirada de Aimé, alzó sus manos en símbolo de tregua y salió.
—Siendo que no le gusta la música del baile, siento curiosidad por la clase de música que tocaría un caballero de gustos tan peculiares como los suyos. —Aimé no sentía curiosidad alguna, solo presentía que el hombre a su lado solo era un gran hablador, quizás no conocía nada de la buena música y quería dejarlo en evidencia.
—Me halaga que su majestad sienta curiosidad hacia mis gustos.
—No ha respondido ¿Qué tocaría en un lugar como este?
—Yo nunca he podido hacerlo —Owen miró hacia la glorieta tras ellos con algo de nostalgia, y en efecto un recuerdo de su niñez se asomó por su mente—, pero... siempre he querido encontrar a aquella dama que toque a la perfección y con la pasión que yo no he podido darle... La Sonata del Diablo.
—¡Tartini! —Aimé no pudo esconder su asombro, nunca habría esperado esa respuesta.
—Sí. Yo mismo nunca he podido rasgar las cuerdas con tanta intensidad, no he podido dejar mi alma y entregársela al diablo, pero mi mujer perfecta sí podrá.
Owen no miraba nada, estaba perdido en aquella historia, como si en la inmensidad de la oscuridad pudiera ver a esa dama, con su quijada apoyada en su violín, tocando como si fuera la última vez, vendiéndole su vida al propio demonio, a ese diablo que era él.
Aimé lo notó, supo que él no mentía y por un momento dejó su soberbia para apreciar la belleza del caballero frente a ella. Mirándolo, dio un paso enfrente sin mirar que pisó una roca sobresaliente del pasto, cayendo sentada en la grama.
—¿Qué le pasó? —Owen se arrodilló a su lado. Aunque no demostrando preocupación, solo las atenciones que cualquier caballero tendría.
—Perfecto, el tacón se rompió.
Owen bajó la mirada para notar el delicado calzado y como ahora uno de los tacones lucía colgando hacia un lado.
—Eso tiene arreglo.
Owen quitándole importancia jaló el otro pie de Aimé para sacarlo debajo de los muchos metros de tela.
—¿Qué hace? Esto es muy impropio.
Aimé volvió a protestar, pero Owen sin escucharla le quitó el otro zapato y con nada de delicadeza arrancó el otro tacón, haciendo que Aimé suprimiera un grito.
—Listo, las dos zapatillas están iguales.
—Eres tan perspicaz, lord. —Expresó con sarcasmo.
Aimé se puso de pie, pero al dar otros dos pasos volvió a perder el equilibrio, no, no era normal caminar con esas zapatillas sin tacón. Owen se mordía los labios para no reírse, finalmente como no aguantaría la risa por mucho tiempo decidió irse.
—Princesa, este es su palacio, nadie lo conoce mejor que usted, sé que llegará con bien de nuevo a su fiesta, yo me voy. Que encuentre al amor de su vida y todos sus sueños se hagan realidad.
—Gracias Hada Madrina.
Owen sonrió y continuó el camino por el cual había llegado persiguiendo al conejo, pero luego de unos metros reviró para ver a Aimé ya de pie.
—¡Su Alteza! —gritó llamando su atención—. Si yo fuera usted, encontraría siempre mi fortaleza dentro de la casa de cristal, tocando hasta que nada me perturbe, encontrando la paz.
—¿Quién dice que quiero paz?
—Todos lo quieren. Usted más que nadie debe desearlo ¿Acaso no tienen los reyes más grilletes que los esclavos?
Aimé no tuvo palabras para lo último. Owen ya estaba cubierto por la sombra de un gran árbol, pero pese a la distancia pudo ver sus ojos azules que sobresalían en la oscuridad, él esbozó una sonrisa y alzó la mano despidiéndose, se dio la vuelta y cuando ya no divisaba a Owen, una sonrisa muy tímida se formó en los labios de Aimé.
—Los reyes tienen más grilletes que los esclavos —repitió en un tono bajo.
Dejó de ver el lugar dónde Owen desapareció para mirar la glorieta de cristal. Era Arthur el que amaba tocar el piano, Arthur tocaba cualquier instrumento y amaba hacerlo, ella siempre fue más de hacer todo lo que se le estaba prohibido, hacer deportes, practicar natación, cazar, amaba cazar, y escaparse para trepar algún árbol, pero miró la glorieta y pensó en las palabras de Owen ¿De verdad podría deshacerse un poco de su frustración a través de la música?
El sonido lejano de un cambio en la tonada del vals que se llevaba a cabo en el salón principal, la sacó de sus pensamientos, era hora de volver, de seguro ya la buscaban con desesperación.
***
—¿Cómo estás tomando que Aimé ya sea una señorita? —preguntó Alberth dándole una copa de coñac a James.
—Aunque no lo creas, tomé unas hierbas que me mantienen sereno, sino estaría golpeando a cada idiota príncipe que viene saludarme ya casi llamándome "papá".
Alberth sinceramente estaba disfrutando de la frustración de su amigo.
—No rías tanto Alberth, según sé tu hija pronto será presentada en sociedad también.
—Ni lo digas ¿Tan viejos estamos? Por cierto ¿Cómo va el asunto con el esclavo?
—No hablemos de eso hoy. —Dejando su copa a un lado frotó su sien.
—¿Tan complicado es?
—Lo complicado será cuando le diga a Stephanie que en unos días lo enviaremos de vuelta a Alemania.
—¡¿Lo devolverás a su ama?!
—No. Pero volverá a Alemania, como un hombre libre, ya lo que pase con él, será cuestión de su destino. No lo quiero en mi reino, ni yo, ni el concejo, no podemos ganarnos otro enemigo, y esa Lady Cowan parece que es importante.
—No le gustará a Stephanie eso.
—No, pero o es el esclavo o su familia y todo el reino, ya debe dejar de actuar insensatamente. Todo este tiempo ha estado cuidándolo, vieras como lo mira, lo acaricia, llora por él.
—¿Estás celoso? ¿De un niño?
—¡Es todo! —Terminó su trago y comenzó otro. —¿Dónde estará Aimé?
***
Para Elizabeth encontrarse de nuevo con Catalina y con Stephanie era como volver a sus tiempos de adolescencia.
—Arthur está muy grande Stephanie, fue impactante verlo al lado de Aimé, tan elegante. Pronto tendrá conquistas —argumentó Lizzy.
—No, él es mi bebé, está muy pequeño para esas cosas. Arthur no piensa en eso, es inocente aún.
—No por mucho tiempo. Los hombres llegan a ser más enamoradizos que las mujeres, ya verás —advirtió Catalina—. También es bueno que tenga alguna aventura antes de ir a la escuela militar, así tendrá algo en que pensar.
Elizabeth asintió, pero Stephanie decidió cambiar el rumbo de la conversación, la educación de Arthur era un tema con el que tenía pesadillas cada noche.
***
—Arthur, qué patético —insultó Elisa. Ver a Arthur intentar sacara a bailar a Diana se le estaba haciendo de lo más entretenido, tanto que olvidó seguirle el paso al caballero nuevo.
—No es tan fácil, siempre está hablando con alguien.
—Además te rechazará, eres un niño. Si fuera un niño más niño, lo haría por ternura, pero como eres un niño no tan niño, no lo hará porque se ve raro.
Arthur decidió no escuchar a Elisa y continuó pensando en cuales eran las palabras adecuadas.
—Ven, baila conmigo —llamó Elisa.
—¡No! Ya sabes que me gusta Diana.
—Y eso qué, yo también soy grande para ti mocoso.
—Deberías respetarme Elisa, soy un príncipe.
—Y tú a mí, soy señorita Bronwich, no Elisa, pero nos hemos criado desde niños, eres como mi hermanito, así que deja de perder el tiempo, baila conmigo.
—Que no.
—Principito deja la impertinencia, a tu querida Diana la sacaron a bailar, baila conmigo y en los cambios de cuadrilla podrás al menos tocarle la mano.
Los ojos de Arthur se alumbraron y Elisa ya con menos ganas comenzó a dirigirse a dónde las parejas ya se acomodaban unas frente a otras.
Para suerte de Arthur al primer cambió quedó de pareja de Diana, ella le sonrió con dulzura.
—Te ves mucho más grande —acotó.
—Soy grande —afirmó.
—O claro —dijo Diana con elocuencia— ¿Cómo está David?
—¿Quién?
—David, el esclavo.
—Ah, no sé, es un esclavo por qué debería saber de él —La mención del nombre del esclavo lo puso de mal humor, él estaba deleitándose en lo bella que era Diana, y ella tenía que romper todo con aquel nombre.
—¡Arthur! Tú eres un niño bueno, todos somos iguales, somos seres humanos, nadie debería ser más que nadie, ni siquiera tú por ser de la realeza.
—Lo siento... yo...
—Solo no dejes que nada dañe tu corazón, recuerda, todos somos valiosos, incluso ese esclavo. Ahora, es lindo que sacaras a bailar a Lady Bronwich, pero ella todavía no está presentada en sociedad, no es propio que esté bailando.
—¡Cierto!
Arthur palideció y muy a su pesar rompió la fila de la cuadrilla para tomar la mano de Elisa y sacarla de ahí.
—¿Qué haces? —protestó pudiendo soltarse.
—No estás presentada en sociedad, no puedes bailar ¿Por qué lo hiciste?
—Oh, no me acordaba, mis padres me matarán. Pero fue más impropio que me tomaras de la mano y me sacaras de ahí, las personas murmuraran.
—Somos niños.
—Tú lo eres, yo ya soy una señorita ¡Agh! Lo que me pasa por ayudarte.
***
Sebastian llevaba rato intentando encontrar a Owen, cuando por fin pudo verlo casi lo mató con la mirada.
—¿Qué haces? No estás aquí para divertirte, sabes que...
—Sí, ya hice lo que debía hacer, así que podemos irnos.
—No has sido presentado a los reyes.
—No importa, no tengo que ser presentado hoy, ella misma me presentará.
—¿Quién?
—La princesa quien más.
—¿Cómo? ¿Qué? ¿Cuándo?
—Deja de balbucear tío, mejor vámonos, ya por hoy cumplí mi tarea.
Sebastian no quiso protestar más y es que Owen estaba demasiado contento, y debido a algo bueno debía ser.
Owen levantó la mirada solo un momento antes de salir y observó a los reyes, no estaban juntos en ese momento, pero vio a James Prestwick y sonrió.
"Tu propia hija me dará tu cabeza".
***
Para Owen resultó agotador tener que contar cada palabra tenida con la princesa. La única que le interesaba supiera toda la historia, era Athalía, ella podía aconsejarle, pero a ello solo podría contarle hasta el día siguiente.
Sin embargo, no contó nada sobre su confesión de La Sonata del Diablo, eso era algo que solo se reservaría para él. En realidad con la princesa nada fue planeado, no pensó en los mil consejos, actuó como él, para el resto todo su comportamiento no había sido adecuado, Joseph quiso golpearlo, pero él sabía que las cosas habían salido bien.
Ahora estaba con su pijama sentado en el porche observando la luna, recordó la glorieta de cristal y aquella noche de hace muchos años atrás. Él solo conocía una composición, esa que se clavó en su corazón y cuya historia lo enamoró.
1 de Mayo 1839. Verdún. Francia.
El hombre regordete y amable que estaba frente a ellos, era un forastero, cuyo coche se había dañado y llegó a su casa a pedir ayuda. A su padre no le había gustado la idea de acoger al hombre, pero no les quedó de otra.
David y Owen, emocionados por ver a alguien diferente, no hacían más que observar al elegante hombre que siempre les dedicaba una sonrisa, y ahora estaban ahí alrededor de él, con solo la llama del fuego de la chimenea alumbrándolos y calentándolos de horrible frío del invierno francés.
—¿Qué es eso? —preguntó David señalando el pequeño estuche de cuero de extraña figura.
—Es un violín, mi violín ¿Nunca habían visto uno?
Ambos niños negaron. El hombre sonriendo lo sacó para que lo observaran sin permitir que lo tocaran, el instrumento era muy valioso para él.
—¿Quieren oír una historia? Había un compositor que una noche soñó que le vendía su alma al diablo, a cambio el diablo le compondría una hermosa melodía, al despertar el compositor intentó plasmar la maravillosa melodía, y aunque no lo pudo hacer tal y como es sus sueños, logró componer esto, lo que se llama La Sonata del Diablo, así sonaría la vida si esta perteneciera al diablo ¿Quieren saber cómo sería?
Era de noche, estaban casi a oscuras, la historia podía asustar a dos niños, así que mientras David negó, Owen asintió con gran entusiasmo.
—No tengas miedo —dijo Owen abrazando a David, quien hundió su rostro en su pecho—. Ya esto es el infierno. Yo estoy contigo.
David a veces no entendía la forma extraña en la que hablaba Owen. Pero no podía culparlo, él era quien siempre recibía las peores golpizas.
El hombre acomodó el violín en su hombro y comenzó, mientras para David la melodía era terrorífica y con cada nota se aferraba más a Owen, para este la melodía no podía ser más hermosa. Sin duda alguna, el diablo era un buen compositor. Y la melodía pasó de oscura a más oscura y hasta un punto era alegre, pero lo que más le impactaba a Owen era la rapidez con la que el hombre movía el instrumento para lograr esas difíciles notas.
Aquel hombre se quedó por una semana más y durante ese tiempo hizo buena amistad con Owen, con paciencia comenzó a enseñarle tocar, y él con mucho entusiasmo lo intentaba, quería algún día tocar La Sonata del Diablo, siempre hablaba con David de ello con emoción. Tanta era la habilidad del niño, que el hombre al irse regresó a los dos días para regalarle un pequeño violín, no muy costoso a Owen.
Fue el mejor día de su vida, y escondido en el granero comenzó a practicar. Pero nada podía ser feliz en el infierno que vivía, y cuando menos se lo temió, el hombre que no permitía que le llamaran padre, le arrancó el violín y luego de una gran golpiza observó cómo su preciado regalo se quemaba como leña en el fuego.
—Inútil, no eres más que un animal, olvídate de tocar música, de leer y escribir. No eres más que un animal de carga, mucho hago manteniéndote, aprende cuál es tú lugar.
Owen no lloró frente a él, por primera vez supo retener sus lágrimas. Observó con frialdad hasta que la última astilla de su violín se quemó, y sin mostrar tristeza caminó hasta aquella esquina que era la habitación de David y él. Solo al acostarse y arroparse con la vieja cobija, dejó que las lágrimas corrieran.
—Tocabas muy lindo, algún día cuando seamos grandes y nos podamos comprar un violín, tocarás, tocarás mucho, hasta que tus dedos sangren —dijo David acostándose a su lado y abrazándolo por la espalda.
—Y tú estarás ahí escuchándome tocar La Sonata del Diablo, y no tendrás miedo. Porque esa sonata es verdad, así es todo, oscuro, oscuro, miedo, miedo, y luego luz, un poco de luz.
—Tú eres mi luz Owen —Si había algo que David detestaba era ver a Owen triste. Era él el que siempre reía, el que siempre tenía esperanzas.
—Y tú eres mi luz David —volteó para mirarlo y sonreírle.
—Siempre estaremos juntos.
—Sí, eres mi hermano y nadie nos separará. Algún día seremos grandes, tendremos una casa, un perro y un violín.
—Y comida, y una cama.
—Todo eso, todo eso pasará.
El señor que no podía llamar padre pudo quemar su violín, pero había algo que nunca podría quitarle, y era esa melodía que ahora estaba en su cabeza y que se quedaría ahí por siempre, acompañándolo cada noche, incluso cuando ya lejos de lo que conocía como hogar, fue entrenándose para matar.
29 de mayo 1849. Londres.
—En qué momento comencé a odiarte David ¿Qué será de ti? ¿Tan siquiera estarás vivo?
Owen tomó el violin del cuarto de música y ahí bajo la luz de las estrellas comenzó a intentar lo que un día comenzó. Tocaría La Sonata del Diablo, así ello le llevara más del tiempo previsto.
***
David continuaba releyendo la carta de Hanna. Ella le aseguraba que todo estaba bien, que ya estaba de camino a Londres, en dónde la señorita Diana la acogería de nuevo como sirvienta de Adelaida. También le comentó que Lady Cowan enfureció en gran manera, intentó perseguirlos esa noche, pero los coches estaban dañados, al día siguiente había salido y ahora no sabía nada de ella. Hanna le decía que debía tener cuidado, debían escapar cuanto antes, porque sentía que Lady Cowan no se quedaría quieta.
La idea de volver a las garras de Lady Cowan, aterraban a David, quería confiar en que eso no pasaría, Hanna llegaría con bien y juntos se irían a algún lugar dónde nunca los encontrarían. Ellos merecían ser felices.
Por un momento David con la carta entre sus manos, se quedó dormido sobre la fina grama del patio de la casa de Stephanie y soñó. Era aquella melodía en la que no había vuelto a pensar desde hace tanto, que le costó recordar el preciso momento. Con la melodía más aferrada en su cabeza, se despertó.
"¡Owen!"
Lo buscó con la mirada, agudizó su oído, pero había sido solo un sueño.
—¿Estarás bien?
No supo por qué, pero comenzó sentirse más triste. Y con pequeños recuerdos de su niñez se arrastró a su cama.
—Algún día seremos grandes y tendremos una casa, un perro, un violín, comida y una cama —recitó con lágrimas en los ojos.
Aferró sus manos a la caliente cobija que nunca pudo tener, y hundió su rostro en esa suave cama que ya se había convertido en una utopía.
—No pudimos estar juntos por siempre.
Quiso creer en un mundo donde él volvería a encontrarse con Owen, uno en dónde él y Hanna podrían casarse y llevar una vida humilde y feliz, una en dónde Allen los acompañaría, en dónde saldrían del infierno, para vivir en un mundo de eterno instante de luz. Lo que no sabía es que estaba más cerca de su hermano de lo que jamás habría pensado, y que algún día sería ese esperado encuentro, solo que nada es como se espera, y las ilusiones nunca se convierten en realidad.
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Hola, disculpen la demora, pero me enfermé y luego mi PC está delirando, de verdad no sé qué haré si muere :(
Disculpen si ven algún error, por causa dle internet no pude editar bien, así que bueno ya saben.
Espero que les haya gustado. El capítulo que viene se titulará "La peor de las pesadillas" y será bastante emocionante. Besotes, abrazos y mil, mil gracias por apoyarme.
Por cierto los invito a mi página en facebook, dónde encontrarán fotos de los personajes, hoy colcoqué el video de una canción que creo define a Owen a la perfección. El link a mi página lo pueden conseguir aquí en mi perfil de wattpad, y se llama LA REALIDAD DE MI IRREALIDAD.
Por cierto ¿Qué les pareció el encuentro de Aimé y Owen?
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