Capítulo 5.- Una corta temporada de paz

Soltaron sus manos y ella lo sujetó para que no cayera. Todo en Stephanie temblaba. Quería lanzarse a llorar abrazándolo, no lo conocía, pero ese rostro, esa mirada solo podían pertenecer a un ángel.

—Vamos, rápido hay que curarlo pronto. Busquen un doctor.

Los guardias cargaron a un inconsciente David y con presura llegaron a la casona. Diana corrió a verlo, con lágrimas acaricio su rostro y Elizabeth la alejó antes de que hiciera un espectáculo mayor.

—Stephanie debemos irnos —dijo Elizabeth apurada, ordenando bajar el equipaje que durante el tiempo de Stephanie lejos ordenó acomodar. Afuera los sirvientes estaban terminando de acomodar los carruajes.

—¡Qué! Él necesita ayuda, hay que curarlo, morirá ¿Por qué debemos irnos ya?

—Lady Cowan es realeza aquí en Alemania, no estamos en Inglaterra Stephanie. Ese esclavo puede iniciar una guerra. Vámonos antes de que se corra la voz que la reina de Inglaterra detuvo y le quitó un esclavo a Lady Cowan. No podemos seguir aquí para mañana, no podremos salir, seremos sus prisioneros ¡Entiendes! Corre al maldito carruaje, nos vamos.

—El niño...

—El niño vendrá con nosotros, lo atenderán en el camino. Stephanie piensa en tu familia, debemos irnos. Esto no debió pasar.

Elizabeth jaló a Adelaida y Diana a sus respectivos carruajes. Por suerte Jacob Launsbury no estaba por ningún lado, y Lucas había caído de borracho. Elizabeth a parte ordenó que cada rueda de los carruajes restantes fueran dañadas, y los caballos liberados. No podía dejar que los siguieran.

***

En medio de la noche escapaban como criminales. Stephanie con su ropa de cama estaba con el esclavo acostado a su lado, con su cabeza apoyada en sus piernas. Ella no dejaba de verlo.

—Morirá —expresó triste.

—No lo hará. Los esclavos son fuertes —acotó Elizabeth. Observó el cariño con el que Stephanie acariciaba el cabello del esclavo, la forma en que lo abrazaba. —Stephanie él no es Charles. Hay muchos niños rubios, no te confundas.

—No lo es, lo sé. Pero mi Charles ahorita rondaría la edad de este niño. No importa que no sea mi hijo, nadie debería ser maltratado así, nadie.

***

—Diana ¿Qué hiciste? ¿Por qué la tía Stephanie está con el esclavo en sus brazos y tuvimos que salir huyendo de nuestra casa?

Adelaida agarrada de una de las asas de la carreta interrogaba a su hermana. Iban en una carreta aparte de Stephanie y Elizabeth.

—No hice nada. Tía Stephanie escuchó los gritos y fue en ayuda de David ¡Lo viste! Su espalda está destrozada.

—¡¿Estas llorando?! Diana, si lo mío con Jacob es imposible, lo tuyo con el esclavo peor, además es el novio de Hanna, ni yo soy tan descarada.

—¡Cállate Adelaida! ¡Cállate! No se me olvidará que pudiste hacer algo para que no esté al borde de la muerte y le diste la espalda.

—¡Es un esclavo!

—¡Es un ser humano!

—Eres una hipócrita Diana. Hay millones de esclavos y ninguno te ha importado. Pero como este es tan lindo, entonces, andas con ojos de huevo cocido detrás de él. Pero es un esclavo y de paso está enamorado de alguien más. Fija tu corazón en otro lado, y siéntete culpable porque yo al darle la espalda no causé daño mayor que dejar que ese esclavo siguiera con su destino. En cambio tú, al abrir tu bocota hiciste que la reina de Inglaterra se metiera en problemas. Hay muchas razones para no molestar a Lady Cowan, y tú las pasaste todas por alto.

—Nunca me arrepentiré de lo que hice, aún si muere no me arrepentiré.

11 de mayo 1849. Mar del Norte.

El mar no estaba de especial ánimos para transportar visitantes esa madrugada. Adelaida cuyo estómago era más delicado a los cambios de marea, se encerró en su camarote para vomitar cuando pudiera de forma privada.

No era un barco elegante a los cuales estaban acostumbradas, a esas horas solo un barco pesquero con un capitán muy ambicioso accedió a llevarlas a algún puerto de Londres.

—¡Diana! Ve a acompañar a Adelaida que no se siente bien —ordenó Elizabeth jalándola fuera de esa pequeña y fea habitación.

—Pero... mamá... yo.

—Dije que te fueras. Ayuda a tu hermana.

Diana nada contenta obedeció, no sin mirar una vez más a David desde la distancia.

Stephanie no sabía qué hacer, nunca vio una clase de maltrato así. Sus manos temblaban y tenía unas ganas tremendas de solo sentarse en el suelo y llorar. No era lógico, pero ella nunca soportó el dolor ajeno.

La espalda de David era un lienzo de cortadas que se entrelazaban y enredaban, era imposible llevar la marca de un solo latigazo. Un tripulante, un hombre mayor, que no era doctor, pero debido a los años sabía qué hacer, estaba limpiando la espalda, quitando el exceso de sangre. Podían verse el enrojecimiento de aquellas partes que no fueron cercenadas por el látigo. Su espalda quemaba y David en su inconciencia a cada roce se quejaba.

Elizabeth que estaba acostumbrada a eso menos que Stephanie intentaba no ver mucho a David, suprimiendo sus nauseas.

—Stephanie, vamos a otro lado. Él ya lo está curando.

—¡No! Está muy mal ¿Y si no vive? —La idea le aterraba.

—Entonces, hicimos todo lo que pudimos ¡Vámonos!

—Ve tú Lizzy. Yo me quedaré con él.

Stephanie se sentó su lado, estiró su mano para acariciar esos rubios rizos, le extrañó sentir lo suaves que eran. El hombre luego de limpiar comenzó a vaciar una botella de ron en la espalda lastimada, causando que David se retorciera del dolor. Stephanie se apresuró a tomar su mano.

—El dolor pasará, ya verás, tranquilo, todo esto pasará —susurró en su oído.

David abrió levemente sus ojos para toparse con el rostro de su ángel. En medio de una gran luz cegadora estaba ella, un ser hermoso que solo podía venir del cielo, su voz era un bálsamo de consuelo para él. Presionó su mano y en medio de su dolor y confusión miró directamente sus ojos verdes.

—Después de todo sí viniste, sí me escuchaste.

Stephanie no entendió sus palabras ni las lágrimas que le prosiguieron. David sonrió y volvió a desmayarse. Sus ojos cerrados seguían expulsando esas dolorosas lágrimas. Stephanie también llorando, las limpió y acarició su rostro.

—No sé nada de tu vida, pero sé que no dejaré que nada malo vuelva a pasarte. Te cuidaré, lo juro.

Y para sorpresa del curandero, Stephanie se agachó para depositar un beso en la frente de David.

Era extraño para cualquier plebeyo ver a la realeza preocuparse tanto por un esclavo, aquello le hizo admirar más a la bella reina, y su bondadoso acto se esparciría por todo el reino.

***

David sentía que estaba muriendo, pero una extraña luz lo mantenía atado por un fino hilo al mundo. Quería abrir los ojos, mover sus manos, sin embargo, sentía estar muerto en vida. El solo respirar era doloroso. En su espalda era como si yaciera una gran plancha de metal caliente, derritiendo su carne, arrancándola poco a poco. Junto con el malestar estaban aquellos sueños, recuerdos convertidos en sueños que lo atormentaban. Tan solo quería dejar de sentir, pero aquella mano sujetándolo le daba alivio y presionándola más intento buscar la fuerza para no dejarse ir, tal vez la voz tuviera razón, tal vez todo mejoraría. En medio de todo quiso creer en ese "tal vez".

***

La mañana llegó y el calor se intensificó. Stephanie ayudaba a mantener la espalda de David fresca, rociándola incesantemente con agua. No podía aplicarle ningún remedio hasta estar en tierra firme. El curandero solo obligaba a David a consumir ciertas drogas que disminuirían un poco el dolor.

Elizabeth obligó a Stephanie a dejar al esclavo para al menos ponerse alguna ropa decente, no podía estar todo el viaje con ropa de cama. También le prohibió a Diana estar cerca del esclavo, no le gustaba nada el gran interés que mostraba su hija por el niño.

Por un momento ella se quedó sola con él. El esclavo emitía leves quejidos y su frente goteaba de sudor. Lizzy algo asqueada tomó un abanico para espantar las moscas que rodeaban al esclavo queriendo posarse en su espalda. Por un momento detalló su rostro, quiso verlo más de cerca.

—De verdad eres lindo niño, con razón Lady Cowan estaba tan prendada de ti. No pareces un esclavo.

Lizzy dejó de observarlo para continuar con su labor de espantar moscas. Sonrió ante la idea que de ella estar joven habría estado emocionada como una cabra con un niño así.

—No puedo culpar a Diana, después de todo, solo tiene sangre en las venas. Pero... eres un esclavo.

—¿Qué haces? —preguntó Stephanie entrando ya cambiada.

—Estaba recordando cuando era niña. Él habría sido esa clase de joven del cual me habría enamorado, entiendo a Diana.

—¿Diana está...?

—Por algo sufre tanto, pero no lo puedo permitir. Así que no dejes que se le acerque ¿Entiendes?

—Entiendo.

Stephanie con cariño se acercó al rostro de David para acariciarlo y limpiar su sudor con un paño de agua fresca.

—¿Sabes? Me recuerda a...

—¡James! —dijo Stephanie interrumpiéndola.

—Este niño no es Charles —insistió Elizabeth con voz fuerte.

—Lo sé. Pero mira el color de su cabello, su rostro, no has visto sus ojos, son tan azules. No es Charles, pero mi bebé podría ser ahora así, muy parecido a él.

Elizabeth iba a protestar, pero David comenzó a moverse. Estaba despertándose de una terrible pesadilla y podía sentir ese dolor infernal en su espalda. Agitado y descoordinado intentó levantarse.

—No, no. No debes moverte, estás lastimado —Stephanie ejerció algo de presión en sus manos para impedir que continuara sus bruscos movimientos.

David se quejaba en demasía. Abrió los ojos y algo borroso comenzó a ver a su ángel. Lizzy miró con asombro esos ojos, tan hermosos como tristes.

—Tranquilo, tranquilo. —Stephanie acariciaba sus cabellos, le sonreía aunque solo quería llorar.

—Déjame ir —susurró él con sus labios agrietados debido a la fiebre.

—¡Qué! —Stephanie temió que creyera que lo tenían prisionero. —Debes curarte, una vez te cures podrás irte, por ahora debes ponerte bien.

—No, déjame ir ya. Ve y cuida a Hanna, cuídala a ella, déjame ir, ya no puedo vivir, ya no. Ve y cuida a Hanna, ángel.

El corazón de Stephanie comenzó a agitarse y el nudo en su garganta se hizo más grande, la misma Lizzy sintió compasión del pequeño.

—Debes vivir para buscar a Hanna. Te pondrás bien y la buscarás, tú la cuidarás, pero debes sanar.

Stephanie no tenía idea de quien fuera Hanna, pero sabía que era importante para el esclavo, por algo estaba rogando por ella. Para David aquella petición de su ángel bastó y se dejó caer de nuevo en la inconciencia.

Stephanie ya sin soportar más el nudo, comenzó a llorar, sujetando la mano de David y acercando sus rostros al rostro de él.

—No es Charles, pero mi Charles podría estar así, siendo maltratado de forma tan inhumana.

—Stephanie no, no pienses en ello.

—Si estuvieras en mi lugar también lo harías.

Elizabeth suspiró y decidió continuar ayudando a la recuperación del esclavo. Lo más grave era su espalda, pero también estaban esas fuertes mordidas en sus piernas, la fiebre y la cantidad de infecciones que podía agarrar en medio del sol candente del mar.

En un viaje que a todos se les hizo más largo de lo normal, llegaron al puerto Hall, para dirigirse sin demora a Londres, era mejor llegar de una vez al destino final.

13 de mayo 1849. Londres.

Owen estaba junto a sus profesores caminando por las concurridas calles londinenses. No se le tenía permitido decir una palabra, estaba ahí para escuchar el acento, ver las costumbres, copiarlas y mejorarlas.

Odiaba esos trajes pomposos que lo obligaban a usar, pero por lo demás, Londres le parecía fascinante. Cada edificación, plaza, monumento y restaurant lo tenía maravillado. Intentaba que su emoción no se reflejara en su rostro. Todas las damas que se cruzaban en su camino eran tan delicadas, que Owen volvió a dudar de poder conquistar a la hija de James Prestwick.

—Debes practicar el arte de la seducción.

Owen miró con escepticismo a su maestro, el hombre era pequeño, regordete y con un tonto bigote muy pronunciado, no creí que él pudiera enseñarle a conquistar a una dama.

—Owen es un total inexperto —mencionó el otro—. Y Aimé Prestwick debe ser alguien difícil de impresionar. Ahorita mismo te llevaremos a un burdel.

—Claro, conquistar prostitutas y futuras reinas es lo mismo —expresó Owen con sarcasmo.

—No, pero ellas te enseñarán muchas cosas. Luego practicaremos con otras damas. Deberías ir a al menos dos fiestas de la alta sociedad, antes de enfrentarte a Aimé Prestwick. Sí, esa es una buena idea.

El otro profesor asintió y Owen se llevó las manos al rostro. Lo de él era matar, no ser encantador. Continuaron su camino que ahora tenía un nuevo objetivo, un burdel. Los ánimos de Owen decrecían a cada paso.

—¿Por qué cerraron las calles?

Owen ante la acotación de su instructor alzó la vista, en efecto, muchos oficiales reales prohibían el paso a la vez que las personas curiosas se aglomeraban al borde de la carretera para intentar ver qué ocurría.

—¡La reina! ¡Es la reina!

Las expresiones de alegría de las personas a su alrededor, alertaron a Owen. Reviró de inmediato a su derecha de dónde provenía el sonido estruendoso de caballos, y en frente apareció una gran carroza militar, pero eso no era lo importante, detrás venía la carreta real. Tenían mucha prisa al parecer, los carruajes eran galopados a gran velocidad.

No entendió por qué su respiración se detuvo al ver las carretas acercarse, no pudo darle explicación al sudor en sus manos y al ritmo acelerado de su pulso, pero cuando la carreta pasó enfrente de él, la vio, era la reina y por un momento la carreta perdió velocidad. A través de esa pequeña ventana pudo ver su perfil, ella no lo observó, al parecer estaba absorta con algo dentro de la carreta, algo en sus piernas, por la forma como miraba abajo. Pero Owen sí notó esos delicados rizos moverse al ritmo de la brisa, su nariz perfilada, lo dulce de su rostro, algo dentro de él se revolvió y sin darse cuenta el momento pasó.

—¡Stephanie Prestwick! —susurró su profesor— ¿Verdad que es hermosa?

—Sí que lo es.

Owen siguió con la mirada la carreta hasta que esta se perdió en una esquina. Volvió en sí luego de un momento. Los reyes habían vuelto a Londres, el tiempo correría más rápido de lo esperado.

***

—¿Cómo es que James Prestwick la conquistó? Ella no parece merecer a ese monstruo —exclamó Owen mirando el cuadro de Stephanie.

—James Prestwick es astuto, de seguro su linda esposa no sabe nada de su verdadero ser. Igual dicen que luego de la desaparición de su hijo, el gran amor que se profesaban se extinguió. Según nuestras fuentes, es más el tiempo que no se ven que el que pasan juntos. —Joseph lo acompañaba tomándose un trago.

—Aun así tuvieron dos hijos más.

—Owen, Owen, hay deberes que no pueden pasarse por alto. El deber de la reina, darle un heredero al reino.

—De seguro ella también estará mejor sin él en su vida.

—Eso tenlo por seguro... Ahora, comienza a leer, se supone que seas culto.

—Sí, tanto como tú.

Owen tomó el aburrido libro para intentar que cada palabra entrara en su cabeza. Joseph lo dejó y luego de un rato se quedó dormido, hasta que alguien lo sacudió.

—Debías leer, no dormir —regañó Jospeh—. Levántate, tienes trabajo.

Owen somnoliento lo hizo, siguió a Joseph hasta la sala principal y se sorprendió al ver a todos esperándolo, una joven de un vestido bastante revelador y maquillaje corrido lo saludó sonriéndole.

—Como no fuimos al burdel luego de toparnos con su majestad, decidimos traer a una de las jóvenes aquí. Que comiencen tus clases Owen.

La joven sonrió más y Owen quiso que algún poder sobrenatural se lo llevara de ahí.

***

—¡No! ¡No! ¡No! —gritó uno de sus profesores—. Owen debes ser delicado, toma su mano con delicadeza pero firmeza, inclínate lentamente sin dejar de mirar a los ojos de la dama.

Owen seguía cada una de las indicaciones, era la sexta vez intentándolo y al parecer ni siquiera podía saludar correctamente.

—¡No te inclines como un vago! ¿Qué es esa joroba? La espalda debe estar recta ¡Recta!

—¡Estoy recto! —gritó exasperado.

No terminó de bufar cuando Joseph volteó su cara de una cachetada.

—Compórtate niño. Jamás les grites a tus superiores. Owen ¿En serio olvidaste todo? ¿Dónde quedó tu disciplina?

Owen no dijo nada, se ocupó en bajar la cabeza e intentar esconderse de la sonrisa burlona de la joven prostituta a la que todo se le hacía de lo más divertido.

—Ataremos un palo a su espalda, eso es, lo llevarás día y noche, solo así se corregirá tu postura. También hay que buscar cremas fuertes para sus manos, no puede tenerlas tan toscas. Detallándolo bien, tiene tantas imperfecciones.

—Lo siento por tener manos rasposas, mala postura, por no saber de música, arte o filosofía, lo siento pero estuve desde niño entrenando para matar de todas las formas posibles, acostumbrando mi cuerpo al frío inhumano de las montañas heladas y luego afrontando el calor infernal del mar, en todo ese proceso me olvidé de cuidar mis manos.

—¡Owen, te lo estoy advirtiendo! —amenazó Joseph ante la majadería del joven.

—No es un buen saludo lo que conquistará a la doncella —La joven pintarrajeada intervino acercándose más al círculo que se hizo alrededor de Owen. —Todos los caballeros hablan correctamente, todos saben de todo, todos tienen manos suaves y la mayoría resulta ser tan asfixiante. Aprenderá a saludar sin encorvarse, dejen eso para más luego, yo te enseñaré a mirar con deseo, ternura y soberbia. Te enseñaré a desnudar su alma sin mover un solo dedo, a acercarte solo lo suficiente para acelerar su corazón y hacer temblar sus piernas. Tú con una sola mirada lograrás que sueñe contigo en su cama ¿Dulce? ¿Correcto? No, tú no puedes ser nada de eso. Las mujeres amamos los hombres malos. Hazla rabiar, pero luego haz un acto de cordialidad, confúndela, amor y odio, esa es la combinación de oro. Yo te enseñaré eso. —Todos la miraron atentos y sin poder decir una palabra, de pronto fue como caer en un hechizo. —Claro que quiero una excelente paga, después de todo gracias a mí conseguirán lo que sea que quieren ¿Es un trato? —Los observó, pero ellos continuaban sin salir de ese leve encantamiento. —¿No me digan que lo están dudando? Ustedes no podrían ayudarlo a conquistar a una dama ¡Mírense! Serían incapaces de obtener algo más que a una mujer que se venda por minutos.

Owen suprimió la risa que le causó el último comentario. Joseph y el resto, cambiaron sus expresiones, ese comentario no les cayó bien, pero la joven tenía razón, así que aceptaron, no sin antes aclarar que en sus años de vida habían conquistado muchos corazones, algo que ni ellos mismos se creyeron.

Y esa misma noche comenzaron las clases de Owen. La joven se hacía llamar Athalía y con su experiencia guió a Owen. Ella se acercaba demasiado, lo tocaba en demasía, casi siempre parecía que estuviera a punto de besarlo, y todo eso sonrojaba a Owen, pero era necesario.

—Conmigo dejarás de ser un niño. Esas mejillas no volverán a sonrojarse, otras mejillas se sonrojaran por ti. Sé que serás increíble.

Extrañamente el entusiasmo de Athalía incentivaba a Owen a querer aprender, dejó de sentirse agobiado, comenzó a creer que sí lo lograría y el deseo por poner todo de sí se incentivó.

14 de mayo 1849. Londres.

La espalda de David estaba cubierta por una masa de hierbas curativas que intentaban cicatrizar sus heridas. Despertó sintiendo un rico olor a lavanda, sintiendo unas suaves sábanas debajo de su cuerpo, una suavidad que nunca había experimentado. Abrió los ojos para toparse con una hermosa y grande ventana que dejaba entrar los rayos del sol, las finas cortinas blancas danzaban con la brisa, notó las motas de polvo al contraste con el sol, afuera vio un árbol y un lindo cielo azul ¿Acaso ese era el cielo?

—¡Despertaste!

Era la misma voz que escuchó durante toda su inconsciencia. Y a su vista apareció ella, el Ángel.

—Debes tener sed.

David asintió, intentó levantarse pero el dolor despertó.

—¡No! No debes moverte o nunca cicatrizaran las heridas. Debes mantenerte acostado.

David todavía no acababa de entender nada, lo más probable es que estuviera soñando, de no ser así, nunca estaría sobre una cama y en un lugar tan hermoso. El Ángel acercó el vaso de agua a sus labios y alzando levemente la cabeza bebió, sí que estaba sediento.

—¿Dónde estoy? ¿Esto es real?

—Sí que lo es —Stephanie sonrió con ternura. —Estás en mi casa, me llamo Stephanie.

—¿Por qué estoy aquí?

—Porque necesitas curarte. Llamaré al doctor para que venga a revisarte, e iré a prepararte algo de comer ¿Cuál es tu sopa favorita?

—Creo que no tengo una. No importa lo que sea, la comida siempre es buena.

Esa última confesión presionó el pecho de Stephanie, pero para no llorar de nuevo, sonrió, acarició los cabellos de David, a lo que él cerró los ojos para sentir más ese gesto que le gustó.

—¡Por favor no se vaya! —pidió con temor.

—Me iré solo por un momento, pero volveré. Aquí no tienes nada que temer, nadie te hará daño, David. Estás a salvo.

David sintió sinceridad en esas palabras, tomó la mano de Stephanie y sonrió. Tal vez fuera un sueño, tal vez no, pero por ese momento no quiso pensar, solo vivir el momento. Hundió su rostro en las suaves y perfumadas sábanas, aspirando más el aroma y cerrando los ojos suspiró.

***

Aimé bostezando se arrastró dentro del palacio, solo quería tomar un baño y acostarse a dormir. El viaje de Escocia a Londres resultó ser demasiado largo, hicieron algunas paradas para visitar a amigos de su padre, por lo que les tomó casi cuatro días regresar a su hogar.

Arthur por su parte tenía demasiada energía. Bajó corriendo a abrazar a sus dos perros Aridale. Una de sus nanas se acercó a él para saludarlo.

—¡Mamá está aquí! —gritó emocionado, corriendo de inmediato escaleras arriba.

—¿Stephanie está aquí? —preguntó James sorprendido a su mayordomo, al escuchar el grito de su hijo.

—Sí su alteza. Su majestad, la reina, llegó ayer al medio día, junto con la señora Elizabeth Cowan y sus hijas. Y un joven desconocido.

—¿Un joven desconocido? —Miró hacia las escaleras con el ceño fruncido.

—Sí, un joven que está recibiendo atención médica. Su estado de salud es grave. Por cierto, su Alteza, acabó de llegar una carta de Lord Marxell, del parlamento.

—Gracias —esbozó cansado—. Subiré a ver a mi esposa ¿Dónde se encuentra?

—Lo guiaré Alteza.

En el camino James comenzó a abrir la carta. Solicitaban que se presentara en el parlamento a primera hora del día siguiente, lo que lo alertó fue la nota final.

"No creemos que las acciones de la reina sean las adecuadas".

¿A qué se referían?

Llegaron a la puerta y James escuchó desde afuera la voz de Arthur preguntando algo. Abrió esperando exigir una explicación a esa carta cuanto antes, y entonces, se encontró con Stephanie sentada en una silla al lado de la cama, un joven acostado boca abajo con una manta cubriéndolo y Arthur arrodillado a su lado mirándolo.

—Creí que estarías en Alemania, visitando a Elizabeth.

—Allí fue y vino con Tía Elizabeth, Adelaida y Diana. Mañana vendrán a visitarnos —mencionó Arthur emocionado—, y él se llama David, está lastimado.

David estaba incómodo. Durante el día se aferró a su Ángel, fue agradable sentir como lo cuidaba y se sentía perdido cada que no estaba. Hablaron poco, porque la mayor parte del tiempo estuvo durmiendo, pero ahora que había llegado la noche, ella llegó para darle de comer y fue una experiencia nueva, nunca nadie lo había cuidado. Ella comenzó a preguntarle sobre su vida y en ese momento la puerta se abrió de repente y ese niño rubio se lanzó sobre Stephanie abrazándola, supo luego que era su hijo y sintió envidia de pronto. El niño abrió la boca de par en par al notar su espalda, él no podía verse pero la expresión del niño le indicaba que su estado era igual de desagradable que el dolor que sentía. Stephanie para no impresionar más a Arthur cubrió la espalda de David momentáneamente y comenzó a presentarle a Arthur, cuando la puerta se abrió de nuevo.

David quiso ponerse de pie para ver esa nueva voz, era fuerte y madura, era claro que era un hombre adulto, pero no viejo. Se sentía incómodo de estar ahí, como un intruso, todo fue fácil al estar solo con el Ángel, ahora tenía miedo.

James caminó poco a poco desde la puerta hasta la cama y la rodeó hasta ver el rostro de ese joven. Al acercarse notó esos rubios cabellos rizados y su corazón comenzó a acelerarse ¿Podría ser que...? Aceleró sus pasos hasta ver por completo su rostro y se topó con esa mirada celeste y temerosa.

—¿Quién es él? —preguntó tal vez demasiado fuerte y frío.

—Disculpe señor... yo... —David hizo el intento de incorporarse pero Stephanie lo detuvo de nuevo.

—No puedes moverte. Recuerda, debes mantenerte quieto, sino no te curarás. —Stephanie sostuvo su mano de nuevo, tranquilizándolo con su linda amabilidad. Aquella confianza entre ambos, esa forma en la que el niño la veía como una deidad, desagradó a James.

—Él no es señor —exclamó Arthur alarmado—, él es Su Real Majestad, es el rey de Inglaterra, mi padre.

El pequeño instante de tranquilidad de David se esfumó. Asustado se sentó frunciendo su rostro para reprimir el dolor que sintió en su espalda al hacerlo. Antes de que Stephanie pudiera detenerlo bajó de la cama para caer de rodillas ante James.

—Perdón... perdón su majestad, no sabía... Me iré de inmediato... Lo siento.

James notó su nerviosismo, pero lo que lo alarmó fue esa espalda destrozada que volvía a cubrirse de sangre carmesí.

—¡No! No irás a ningún lado. David vuelve a la cama. Llamaré al doctor.

David ayudado por Stephanie comenzó a levantarse, las piernas le temblaban y se sentía muy perdido. Ni siquiera estaba apropiadamente vestido. Su torso y sus piernas estaban descubiertas, solo unos pantalones cortos cubrían su sexo y parte de sus muslos.

—¡James, di algo! —exigió Stephanie.

—Descansa niño. Vuelve a acostarte, yo... Stephanie hablemos afuera.

James salió todo lo rápido que pudo. Quería calmarse, pero por alguna razón tenía ganas de golpear algo.

Stephanie se demoró en convencer a David que todo estaba bien. Que debía seguir descansando, le hizo prometerle que no se pararía, que esperaría al doctor, él no podía negarle nada a su ángel, así que asintió. Stephanie cubrió de nuevo la espalda de David, aunque Arthur ya lo tenía más que visto y lo dejó a cargo de cuidar a David un momento.

***

—Estoy seguro que ese niño tiene que ver con el llamado del parlamento ¿Quién es? —enfrentó James muy serio.

—¿Llamado del parlamento?

—Exigen una audiencia mañana para tratar los actos inadecuados de la reina. Explícame tú.

—Tus guardias reales ya fueron con el chisme —esbozó molesta.

—Stephanie explícate.

—Diles a ellos que te cuenten.

—¡Stephanie! ¿Quién es el niño? ¿Qué hace aquí?

—Es un esclavo. Casi lo matan como lo puedes notar en sus heridas y yo lo salvé. Está aquí intentando curarse.

—¡Un esclavo! ¿Esclavo de quién? Se supone que estarías estas semanas en Alemania.

—Esclavo de Lady Cowan —Ya se imaginaba lo que vendría luego, y lo confirmó al ver la cara de escepticismo de James.

—Lady Esther Cowan, la esposa del duque Mattew Cowan.

Stephanie asintió.

—¡Dios! Stephanie ¿Qué estabas pensando? Ese niño se irá de inmediato.

—No. No irá a ningún lado, no lo ves, no podemos dejarlo, si ella lo encuentra...

—No permitiré que pongas en riesgo el reino y a tu familia por un esclavo. Ese esclavo se va ahora mismo.

—Eso no arreglará nada, el daño ya está hecho y no voy a devolverle el esclavo a Lady Cowan.

—De ser necesario lo harás —retó James.

—Lo estarías condenando ¿Cómo puedes ser capaz de pensar así?

—Stephanie no puedo apoyar esto, en este castillo no se quedará. Es mi última palabra. Despídete de él, mandaré a preparar el carruaje, debe volver a Alemania, su destino no está en nuestras manos.

James se dio la vuelta y Stephanie no quiso protestar. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas. Volvió a la habitación y escuchó a Arthur reír con algo, incluso escuchó una muy baja risa de parte de David, aquello bastó para que la fortaleza volviera a ella. No entregaría a David de nuevo a esa inhumana vida. Una idea pasó por su mente y se puso manos a las obras.

Stephanie entró a la habitación con algo de ropa de un sirviente en sus manos. Ella misma se había cambiado en un tiempo corto de ropa, ahora llevaba uno de sus viejos vestidos de cuando era sirvienta.

—¡Mamá! ¿Qué haces vestida así? —preguntó Arthur alarmado.

—¿Me quieres? —Arthur asintió. —Siempre te he enseñado lo que está bien y lo que está mal ¿Crees que alguna vez haría algo malo?

—No, claro que no.

—Entonces me ayudarás.

***

Arthur salió de la habitación verificando que aún no había nadie cerca. Continuó caminando por el pasillo hasta que desde la baranda pudo ver a su padre subiendo con unos hombres de la guardia real detrás de él. Corrió hacia las escaleras, su madre le dijo lo que debía hacer, pero él decidió darle un toque extra.

"No creo que me regañe por hacer todo más real".

Riendo se dejó caer por las escaleras, rodando varias de ellas hasta que frenó con los pies de un James que asustado lo detuvo.

—¡Agh! ¡Me duele! —gritó Arthur revolviéndose. Tomaba su estómago con fuerza a la vez que gritaba con desesperación.

—¡Arthur! ¡Arthur! ¿Qué ocurre? —James asustado tomó a su hijo de los brazos y se agachó a su altura intentando verlo bien.

—Me duele, me duele. Me duele mucho ¡Ayúdame!

—Busquen al doctor ¡Ya!

Los guardias salieron corriendo escaleras abajo, obedeciendo las órdenes de su rey, mientras James cargaba a un Arthur cubierto en lágrimas que continuaba quejándose.

***

—Papá no me dejes, me duele, no me dejes —Llorando se aferraba a la ropa de James atrayéndolo a él, quien estaba acostado revolviéndose en la cama.

—No voy a dejarte Arthur. Todo saldrá bien, estarás bien dentro de poco, mi niño, estarás bien. —Con cariño y mucha preocupación James lo abrazó.

—No quiero morir. —Arthur dentro de él pensaba que servía para actor.

—Arthur no morirás, claro que no. Mi bebé, estarás bien. —Depositó un beso en la frente de su pequeño, seguido de otros tantos en su rostro.

—¡Papá! —Exclamó apenado pero sin dejar de fingir dolor. —Creí que tu bebé era Charles.

James con un nudo en la garganta negó.

—No, tú eres mi bebé. Te quiero tanto Arthur. Si algo te pasara no podría soportarlo.

Arthur se sintió algo avergonzado ante aquello. De pronto se sintió mal de ver a su padre al borde de las lágrimas preocupado por él, pero lo estaba haciendo por su mamá, además se sentía bien saber que su papá lo quería, era algo que decía y demostraba muy pocas veces.

—¡Arthur! ¿Qué te pasa?

Aimé muy preocupada y despertada por los gritos, corrió hacia su hermano menor, que era su adoración, lo que más quería en el mundo. Arthur de verdad no quería preocuparla a ella, pero no encontró forma de decirle que todo era mentira.

Arthur se sintió el rey de los farsantes cuando al llegar el doctor, logró convencerlo de que algo malo tenía. El doctor se preocupó, incluso hizo mención de lo pálida de su piel, y la baja temperatura que tenía. Arthur suprimió las ganas de reírse. La conclusión del doctor, fue que sufrió de una indigestión, tal vez debido al largo viaje, los dolores de estómago podían ser fatales y casi que confundirse con dolores como los del corazón.

James en más de una ocasión intentó ordenar llamar a Stephanie, pero siempre que Arthur se daba cuenta, gritaba, o lo jalaba hacia él. Para Aimé era extraña esa dependencia de Arthur en su padre, para todos era claro, que el pequeño prefería a su madre más que a nada.

—Papá quédate conmigo, esta noche quédate conmigo, hasta que me duerma.

—Claro, Arthur. Aquí estaré.

James se acostó a su lado y Arthur se acurrucó a su pecho. No recordaba haber hecho eso nunca, y de pronto se sintió bien. James lo rodeó con sus brazos, y Aimé lo abrazó desde atrás, también acostada en la cama.

—¿Dónde está Stephanie? —preguntó James de pronto.

—Ella estuvo aquí, bajó a hacer un té —respondió Arthur.

—Ella no... —Arthur pellizco a Aimé antes de que continuara hablando, así que calló. No entendía a Arthur, pero sí esa mirada de complicidad entre ambos. James observaba atento a Aimé, ella carraspeó para continuar. —Sí, ella estuvo aquí cuando hablabas afuera con el doctor.

James no dijo más y continuó acariciando el cabello de Arthur hasta que sintió que se quedó dormido.

—Yo lo cuidaré —dijo Aimé al notar que su padre con cuidado se quitaba a Arthur de encima.

Una vez James salió, Aimé miró a Arthur con malicia, él de verdad dormía, pero eso no le importaba, quería respuestas, así que lo movió hasta hacerlo despertar.

—¿Y papá? —preguntó asustado.

—Se fue, ya casi amanece.

—Bueno... creo que no podía detenerlo más. Mamá ya debe estar lejos.

—¿Mamá? ¿Ella no está en Alemania?

—No. Estaba acá con un esclavo, escapó anoche con él.

—¿Escapó, con un esclavo?

—No grites. Sí, se fue con él. Quiere ayudarlo ¿Quieres venir a verlo?

—¿Sabes dónde está?

—Sí. Me dijo que al amanecer si quería fuera con ella. Ven conmigo Aimé. Nos escaparemos. Tú amas escapar.

***

James no demoró en preguntar por Stephanie, era muy extraño no haberla visto al lado de Arthur durante todo lo que pasó. Los guardias pensaron que ella estaba dentro de la habitación de Arthur, la buscaron por todo el castillo sin dar con ella. James sintiéndose tonto corrió hacia la habitación dónde estuvo el esclavo para notarla vacía. Rechinó los dientes al acordarse de que Arthur estuvo ahí justo antes de que le dijera a Stephanie que el esclavo se iría.

Furioso corrió a la habitación de Arthur. No podía creer lo que su hijo había hecho. Esta vez su hijo lo escucharía. Entró tumbando la puerta, pero solo había una cama desordenada y una ventana abierta que hacía entrar la fuerte y fría brisa.

***

Aimé y Arthur divertidos corrieron por el bosque del patio trasero, escalaron el muro y luego de unos metros se toparon con la carreta que Stephanie le había dicho a Arthur. Contentos emprendieron su viaje hasta la casa de su madre.

15 de mayo 1849. Londres.

Owen se encontraba cabalgando. Sí había montado un caballo antes, pero hasta eso los caballeros lo hacían diferente. Debía ir muy erguido, en caso de querer ir más rápido, debía inclinarse derecho, los golpes a su caballo debían ser firmes pero no tan fuertes, incluso la forma en la que le hablaba. Todo le estaba hartando, sin mencionar esos guantes blancos que debían estar impecables y él no entendía cómo, ya que todo los ensuciaban.

Faltaban pocos minutos para que saliera el sol. El cielo mantenía ese color grisáceo que anunciaba el fin de la noche. Continuó haciendo que su caballo diera pasos por el camino, algo que le parecía gracioso, al menos en algo se divertía, pero de pronto su tranquilidad se vio interrumpida con los cascos de otro par de caballos y las ruedas de una carreta. Se detuvo para dejar pasar la carreta y notó a dos jóvenes que no paraban de reír, manejándola.

Parecían ser campesinos, aunque había algo diferente en ellos. Era la joven la que mantenía las riendas del caballo. Justo antes de pasar al lado de Owen, la carreta cayó en un bache, haciendo que la carreta saltara y el contenido de hortalizas en ella se desparramó en el camino. Aimé y Arthur al darse cuenta solo rieron más efusivamente.

—¿No recogerán su cosecha? —preguntó Owen curioso desde su caballo.

Aimé aun riendo reviró a verlo. Era un caballero, podía verlo por su elegante ropa. Ella estaba vestida como campesina, así que eso le dio la oportunidad de fingir.

—Oh joven, claro que lo recogeremos.

—¿Lo haremos? —preguntó Arthur con el ceño fruncido.

—Sí Bartolomé, lo haremos.

De nuevo explotaron en carcajadas. Ese nuevo nombre le encantaba a Arthur. Owen los miró desconcertado. Esos dos eran extraños, aunque no podía negar que la joven era muy hermosa. Había algo en ella que se le hacía familiar.

—Los ayudaré —Owen se bajó de su caballo y lo amarró a un lado del camino.

—No, joven, no tiene que hacerlo. Ensuciará sus guantes, no se rebaje con unos humildes plebeyos.

Si Arthur era buen actor, su hermana le ganaba.

—No me importa, siempre puedo quitármelos.

Owen mientras los ayudaba a recoger las papas, los brócolis y las zanahorias que se habían caído, comenzó a preguntarles de sus vidas. Aimé disfrutó de inventarle toda una historia, de sus padres y abuelitos, y su pequeña hacienda en la pradera. Arthur no supo dónde su hermana sacaba tantas historias sin confundirse.

—Ya está. Muchas gracias por su ayuda joven...

—Owen, puedes llamarme Owen, tú eres...

—Marie. Adiós joven Owen.

Él le dio la mano para ayudarla a subir a la carreta y ella por primera vez tomó la mano de un caballero. Fue extraño que cuando los caballos comenzaron su trote, ella reviró para ver al joven una última vez, y él estaba ahí viéndola fijamente, sonrió y reviró rápido.

Owen volvió a casa, pero sin dejar de pensar en que aquella campesina se le hacía familiar. Se acostó en el sillón, esperando que lo llamaran para desayunar, cerró los ojos, pensando todavía en que había visto esos ojos antes, también ese color de cabello, pero ¿Dónde? Y quedándose medio dormido lo supo.

Uno de sus profesores se acercaba para despertarlo cuando él se levantó rápidamente y casi se lo llevó de frente a la vez que corrió hacia el cuarto con los cuadros.

—Eras tú —exclamó perplejo.

—¿Qué pasa? —preguntó Joseph bostezando a su lado, seguido de su profesor el bajito.

—Hoy la vi. Hablé con Aimé Prestwick.

***

Aimé y Arthur llegaron a la que fue el hogar de su madre cuando era pequeña. Se extrañaron de encontrarla rodeada de una fuerte seguridad. Unos hombres que no eran de la corte real los dejaron pasar al ser reconocidos como los hijos de la reina.

Ambos se llenaron de los abrazos de una emocionada Stephanie, le agradecía a su hija haber acompañado a Arthur, nunca pensó que ella la apoyaría, aunque se dio cuenta que su hija sabía poco del tema.

Emocionada corrió a hacerles un gran desayuno a sus hijos, pues sabía que James no demoraría en buscarla allí para intentar quitarle al esclavo.

Aimé y Arthur llevaban muchos años sin ir a la casa de la infancia de su madre, así que comenzaron a recorrerla toda. Fue Arthur el que dio con la habitación dónde David dormía. Luego del viaje sus heridas volvieron a sentirse, y ahora dormía gracias a un té potente de hierbas que Stephanie le había preparado.

—¡Mira! Él es el esclavo. Se llama David —susurró Arthur.

Aimé se acercó para verlo mejor. Por un impulso estiró su mano para acomodar un mechón de cabello que cubría el rostro de David, notó su rostro y algo llamó su atención.

—¿No notas cierto parecido con el caballero del camino? —Le preguntó a Arthur.

—Tal vez, no detallé tanto al caballero del camino como tú —bromeó Arthur—. Yo creo que de grande podría parecerme a él ¿No crees?

Aimé miró a su hermano y era cierto. Había mucho de ese esclavo en él, pero a la vez el esclavo tenía ciertos rasgos al caballero del camino. Su conclusión lógica fue que todos los hombres rubios eran similares.

***

James pudo buscar a Stephanie ese día, pero no quiso delatarla ante el concejo del parlamento. Después de todo era su esposa y la quería. Se sentía herido por todo lo que había hecho, incluso se había llevado a sus hijos, pero nunca la delataría. Por lo pronto envió una carta, esperando que todos estuvieran bien y diciéndole que en dos días iría a visitarla, asegurándole que no haría nada contra el esclavo, solo necesitaban hablar.

22 de mayo 1849. Londres.

Después de una semana la espalda de David había mejorado notablemente, todo gracias a los excesivos cuidados de Stephanie. James la fue a visitar en tres ocasiones, en las cuales se devolvió con Aimé y Arthur al palacio, ningún de los dos quería, pero no podían molestar más a su padre.

Para James la situación se estaba haciendo incontrolable. No entendía la insistencia del parlamento con el esclavo, mantuvo la diplomacia, pero no sabía por cuánto tiempo más podría escaparse de ese asunto.

Por ahora la presentación en sociedad de Aimé se estaba llevando toda la atención, y la alta sociedad no hacía más que prepararse para el evento. La futura reina ya tendría su presentación, y príncipes de muchos reinos vendrían a la ceremonia. Otro asunto que tenía a James, molesto, se suponía que Stephanie estuviera pendiente de cada detalle de la presentación de Aimé, pero ella no hacía más que cuidar al esclavo, y la propia Aimé parecía no sentirse ofendida.

Diana no podía estar más entusiasmada ese día. Por fin luego de casi dos semanas podría ver a David. Elizabeth no había querido dejarla ir a casa de Stephanie mientras el esclavo no pudiera ponerse en pie, pero ahora no tenía otra excusa.

Adelaida no fue, ella se quedó en casa, lamentándose de estar tan lejos de su amor, Jacob Launsbury, él ni una carta le había enviado.

—¡David! —Diana no pudo contener su emoción cuando se acercó a abrazarlo con una gran sonrisa. —¿Cómo estás?

—Bien. Gracias por preguntar señorita.

Si bien David un día la había abrazado, ahora no sentía que fuera correcto hacerlo.

—Debes cuidarte, para mejorarte por completo.

—¿Sabrá algo de Hanna? —preguntó angustiado.

—Ella no pudo venir con nosotras. Salimos muy rápido esa noche. Pero yo le avisé, le envié una carta. No hay forma de que sospechen de ella. Está bien David. Una vez tu espalda esté bien podrán encontrarse. En cuanto me responda la carta vendré a traértela.

—¡Gracias! Nunca tendré como pagarle por todo.

***

Aimé se acercó a Arthur quien veía desde dentro a Diana hablar con el esclavo que estaba en el patio sentado en un pequeño banco.

—Creo que a Diana le gusta el esclavo.

—Claro que no —refunfuñó Arthur.

—No viste el abrazo que le dio ¿Quién abraza a un esclavo? Mira como no deja de sonreír.

—Ese esclavo no debería estar aquí, siendo cuidado por mamá. Nuestro padre tiene razón, el esclavo tiene que estar en dónde le pertenece —expresó Arthur con rabia.

—Pensé que el esclavo te caía bien. No has hecho más que hablar de sus historias, y su vida.

—No es así. El esclavo debe irse.

***

Esa noche Aimé y Arthur se quedaron a dormir. A David se le estaba haciendo más difícil dormir cada noche. El dolor se había apaciguado, pero las pesadillas habían comenzado. Tal vez fue el recibir noticias de Hanna, lo que hizo que soñara en ella, pero con su recuerdo vinieron los de Lady Cowan y de pronto se encontró sudando y gritando.

Stephanie cuya habitación estaba a su lado, corrió a socorrerlo. Al parecer él siempre tenía pesadillas, pero pasaba las noches llorando solo. Ahora el soñar con la muerte del amor de su vida lo descontroló.

—David, David, tranquilo.

Ella lo abrazó y él se aferró a ella, aunque al recordar que era la reina de Inglaterra la soltó. No era apropiada la forma en la que él la trataba.

—Yo no puedo seguir aquí. Le causaré problemas. Soy un esclavo —Limpió sus lágrimas e intentó alejarse.

—Ya hemos hablado de eso. No te dejaré solo.

—¿Por qué? ¿Por qué es tan buena conmigo?

—Porque yo también fui una esclava —confesó dejando atónito a David—. Te entiendo más de lo que crees. Aunque nunca pasé por lo que has tenido que pasar. Mañana te contaré mi historia y luego tú me contarás la tuya ¿Te parece?

David asintió y luego de un rato volvió a dormirse, aunque estaba demasiado inquieto, así que Stephanie se acostó a su lado y lo abrazó. Él quiso creer que ella era esa madre que nunca tuvo, con ella se sentía como cundo su nana lo abrazaba y le cantaba canciones en la noche antes de dormir. Sí, una vez tuvo una madre, ese era uno de sus recuerdos más preciado, y con ese recuerdo durmió el resto de la noche.

James llegó muy temprano ese día, debía pasar todo el día en el parlamento, así que antes de nada fue a ver a sus hijos y a Stephanie, a decirle que ya dejara eso de estar lejos de él y volviera al palacio. Debido a la hora fue directo a la habitación de Stephanie y la consiguió vacía, ya con bastante ira se dirigió a la habitación de al lado, dónde sabia dormía el esclavo y la escena que se encontró fue la gota que derramó el vaso.

—¡Hoy mismo te largarás de aquí! —James jaló a David de un brazo. De un solo jalón lo sacó de la cama comenzando a arrastrarlo hasta la salida.

David quien estaba dormido observaba todo borroso. Sabía que alguien lo estaba jalando y solo pudo sentir miedo.

—¡James! ¿Qué haces? —gritó Stephanie intentando detenerlo.

—Eres una descarada. No quiero verte. Justo ahora cierra tu boca Stephanie, porque no respondo.

—¿Qué te ocurre? ¡Suelta a David!

—Su majestad, perdone. Me iré, lo haré, solo no le haga nada a la reina, ella solo quiso ayudarme, por favor castígueme —David sollozando estaba a los pies de James, besándolos, suplicando.

Stephanie no pudo ante esa imagen. Jaló más fuerte a James pidiendo una explicación de su arrebato. Arthur y Aimé ante la bulla corrieron a asomarse con sus pijamas. Arthur sintió un poco de satisfacción al ver a David arrodillado a los pies de su padre y llorando, pero no le gustó ver la forma como James miraba a Stephanie.

—James ¿Qué te pasa?

—No te parece suficiente encontrare a mi esposa dormir acurrucada con un esclavo —gritó— ¿Te gusta? Eso es lo que te pasa ¿Verdad?

Stephanie no dudó en cachetear a James. De joven siempre pensó en lo bien que se debió sentir Elizabeth al hacerlo, pero ella en cambio, no se sintió nada bien. Con lágrimas en los ojos cayó en el suelo al lado de David.

—Nunca pensé que después de tantos años no me conocieras.

Arthur por un momento tuvo celos del esclavo, pero amaba a su mamá más que a nada en el mundo, así que corrió a su lado a abrazarla.

—¿Cómo puedes acusarla de algo así? ¡No lo ves! Ella ve al esclavo como si fuera Charles. Y no está tan lejos de la realidad, si Charles viviera tal vez fuera como el esclavo, tal vez alguien lo tendría encerrado moliéndolo a latigazos ¿Cómo no puedes entenderlo?

Las palabras de Arthur conmocionaron a James y a David. Al último porque ahora entendía un poco la ayuda de Stephanie, al parecer él se parecía a alguien. A James porque pese a alarmarse la primera vez al ver el cabello rubio del esclavo, luego nunca más pensó que Stephanie lo veía como ese hijo perdido. Para él, ella veía a un esclavo y sentía compasión por haber sido sirvienta y luego esclava.

James bajó la mirada hacia el esclavo a sus pies y solo se retiró.

A Stephanie le costó la gran labor de convencer a David que no debía irse, lo convenció al decirle que si lo hacía le rompería el corazón, así que él desistió de la idea.

24 de mayo 1849. Londres.

—¿Cómo pudo adelantarse la presentación en sociedad? —Uno de sus profesores se arrancó unos cabellos de la cabeza.

—No hay que seguir lamentándolos. A practicar el vals, por hoy lo debes dominar —comentó el otro.

—No debe bailar con ella en la primera fiesta. Debe ser algo que deje para el final, cuando la tensión entre ambos sea como la afinada cuerda de un arpa —acotó Athalía—. Ya te enseñé todo lo que debes saber, además ya conociste a la princesa, sin preparación supiste comportarte como un gran caballero. Ahora ella sabrá que detrás de todo tu misterio y galantería, hay un joven de buen corazón, que ayuda a los campesinos. ¡Oh, Owen! Sin saberlo resultaste ser un genio.

Athalía podía adularlo todo lo que quisiera. Él y había hablado con la princesa, pero hacerlo de verdad con ella, sin disfraz, no sería tan fácil. Los días se acercaban y sus manos sudaban, sentía que olvidaría algo, que se confundiría, tal vez regara su bebida en su vestido, o ella simplemente ni se dignara a mirarlo, tantas cosas podían pasar, y no había cabida para los errores.

28 de mayo 1849. Londres.

Stephanie estaba en su palacio, no podía lucir más hermosa con ese elegante vestido azul oscuro. La reina de la noche debía ser su pequeña Aimé, y ella claro que resplandecía.

Elisa la hija de Catalina, era la que no estaba tan contenta con que después de todo Aimé tuvo su presentación en sociedad antes que ella. Aimé le dijo mil veces que era cosa de sus padres, y ella la entendía, pero igual no dejaba de sentir envidia.

Diana y Adelaida, junto con Elizabeth asistirían, y cada una ya lucía sus mejores galas. Para la suerte de Adelaida su prometido se encontraba muy ocupado, par extrañezas de todo, en sus cartas Lucas Launsbury nunca mencionaba a su hermana, ni la huída repentina de Adelaida, su hermana y su madre, de Alemania. Lizzy si le había comunicado a su esposo los sucesos y la explicación de su ida de Alemania, pero el Conde William Cowan estaba muy ocupado con su enfermo hermano, como para contestarle, así Lizzy vivía en la expectativa, creyendo cada día que llegaría su esposo para ahorcar su cuello. Pero esa noche se arregló lo suficiente para disfrutar y creer que su vida era otra.

James salió frente a Stephanie con un traje hermoso, digno de un rey, y esa corona en su cabeza. Por esa noche frente a todos ambos debían ser una pareja feliz.

—Por nuestra hija olvidémonos de todo lo malo hoy ¡Por favor! —dijo James tomando la mano de Stephanie, la cual le parecía que lucía realmente hermosa esa noche.

—¿Una tregua?

—Una tregua.

—Después de todo yo siempre te perdono todo ¿No?

Aquello dolió en el pecho de James, le trajo los más antiguos recuerdos a su mente.

—Soy un monstruo que te ama —susurró.

Stephanie rio y jaló de su brazo indicándole que debían entrar al salón ya. Por esa noche podían ser felices. En un momento dónde la felicidad es temporal, era muy factible fingir.

***

Owen perfectamente vestido se bajó de su elegante carruaje. Sus blancos guantes relucían, al igual que sus botones de oro y sus resplandecientes botas. Suspiró un par de veces antes de continuar. Miró, y nunca pensó entrar al propio palacio de Buckingham.

"Owen, llegó el momento. Debes conquistar a una princesa y asesinar a un rey, fuiste entrenado para ello, nosotros podemos".

***

Mientras uno caminaba seguro hacia una elegante fiesta y su futura conquista; otro se sentaba en el verde pasto del jardín, mirando al cielo y abriendo una carta del amor de su vida.

La vida de ambos estaba llena de "Tal vez", ambos tenían futuros inciertos, que extrañamente se estaban haciendo más cercanos.

_________

A cinco minutos para las doce, pero aún es Lunes, así que cumplí mi promesa jajaja. Es que no sabía dónde cortar el capítulo, siempre me extiendo. Ya me dirán que tal.

El capi que viene, ya tiene a Owen y su encuentro con Aimé. Además de muchas cosas que pasarán con David.

Y James que está volviendo a ser malo como al principio.

Besotes!!!

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