Capítulo 4.- Un rayo de esperanza
10 de Junio 1848. Lübeck. Alemania
Su vestido era mucho mejor que en su primera boda. Sus joyas más costosas. Las vajillas de la fiesta, todas de oro. Tendría la boda con la que siempre soñó, pero era una niña tonta cuando soñó con algo así, y ahora estaba ahí rodeada de todo lo que le causaba repulsión.
Observó su reflejo, así debía ser, una perfecta muñeca de porcelana, con su blanca piel, sus perfectos rizos castaños. Ya no era una joven doncella, tenía dos hijas crecidas en su haber y un esposo muerto.
Se dirigió a la ventana para ver el elegante carruaje que la esperaba, recordó su primera boda, lo feliz que estaba, lo recordó a él y lágrimas comenzaron a amenazar con dañar la lozanía de su rostro.
Respiró y respiró, debía ser fuerte, tenía que ser la de antes, esa mujer que nunca demostraba sus sentimientos, la meticulosa que actuaba movida por la razón, la conveniencia, y no por el corazón.
"Lo siento Edgard, es lo que debo hacer, pero sabes que eres el único que siempre amaré".
La puerta de su habitación se abrió y ella sonriendo salió. Le dio la bienvenida a ese día siendo Elizabeth Kenfrey viuda de Conrad, terminaría ese día siendo Elizabeth Cowan.
Un segundo matrimonio en dónde el interés sería la orden del día.
2 de mayo 1849. Holstein. Pursia.
Hanna llegó al establo dónde se encontraba David, pero se detuvo al ver a Lady Cowan ahí. Tuvo tiempo de esconderse antes de ser notada. Fue iluso de su parte pensar que podría pasar un día con David, él era un esclavo, así como ella, los esclavos no tenían días libres.
—No entiendo las razones de mi esposo para mantenerte escondido. Eres tan delicioso.
La fina señora frente a él sujetaba su rostro y le hablaba tan cerca que lo abrumaba. Cada vez sentía que rozaría sus labios y cada vez que eso pasaba solo cerraba los ojos para intentar pensar en Hanna.
—Nos divertiremos tanto, esclavo.
Artículo muy bien la última palabra, lanzando su caliente aliento sobre el rostro de David. Estaba fascinada con su blanca piel, con su exuberante color de ojos, y con aquellos finos labios que quería devorar. Ya no esperaría más, lo había hecho durante toda la noche.
Sin preámbulos rompió la distancia entre ellos, pero David temblaba, no quería eso. Su rostro simplemente esquivó el beso, él inconscientemente se alejó, no quería ese contacto con esa mujer.
El acto del esclavo solo alentó más a Esther, ella amaba cuando le tocaba alguien difícil. Dominar era lo suyo. Con más fuerza hundió sus uñas en el rostro de David obligándolo a mirarla.
—No estás aquí para rechazarme pequeño. Haré contigo lo que me venga en gana y serás obediente. Te portes bien o no, yo siempre saldré ganando. No se te olvide, esclavo.
Y así bien sujeto lo besó. Saboreó sus labios y David pudo sentir la gran diferencia entre ese beso y el que Hanna le dio. Solo quería empujar a la mujer lejos de él, tenía asco, pero estaba amarrado. Esther presionó más las uñas, logrando que abriera levemente la boca, momento que aprovechó para hundir su lengua en él. La sensación fue más desagradable para David, pero no pudo hacer nada.
—Así está mucho mejor. Decidiste ser obediente.
David bajó la mirada, estaba rojo y además tenía rabia e impotencia. Cada vez entendía más de qué iba todo eso, pero su mente no terminaba de resignarse a su destino.
Para Esther esos torpes labios fueron la gloria. Quería cumplir todas sus fantasías ahí en ese mismo granero, pero recordó a su madre en la casa principal, la razón por la cual el esclavo aún no pasaba por sus manos. Sacó cuentas mentales de los días a esperar para poder disfrutar a su nueva adquisición, y las cuentas no le gustaron.
—Nos iremos. Es hora de visitar a mi cuñado.
Hanna que estuvo escuchando todo, sonrió. Llevarían a David a la casa de su ama. Ahí nada impediría que ambos escaparan.
2 de mayo 1849. Escocia.
—¿De verdad iras? —preguntó James en un tono molesto.
Stephanie iba y venía en la habitación guardando la ropa en los baúles correspondientes, era algo que podían hacer las sirvientas, pero ella amaba hacer las cosas por sí misma.
—Te dije que iría e iré. —Continuó con su labor.
—Y yo te dije que era peligroso. Entiende Stephanie, no estamos en paz.
—Nunca lo estaremos. Necesito ver a mi amiga y lo haré. James... no te preocupes, las personas viajan todo el tiempo y nada les pasa.
—Porque no son la reina de Inglaterra. —Alzó la voz.
—Puedo ir como sirvienta. —Su cara se alumbró ante esa idea.
—Que elocuente —esbozó con sarcasmo—. Eres la reina, eres mi reina. Stephanie si yo dijera que quiero ir a Francia tú lo impedirías.
—Y tú no me harías caso. Así que me iría tras de ti disfrazada.
Stephanie reía y por primera vez su sonrisa solo irritó más a James.
—Irás con un gran regimiento —advirtió.
—No esperaba menos. Ah, por cierto, Arthur quiere venir.
—¡Arthur! ¿Piensas llevarlo? —Alterado rompió la distancia entre ellos— ¿Luego de lo que pasó con Charles?
—Lo de Charles no fue mi culpa —gritó a la defensiva.
—No te estoy culpando ¡Agh! Es solo que... No quiero que Arthur salga de los dominios del reino. No y no. Ellos se quedarán conmigo y es mi última palabra.
—Bien. Solo espero que durante mi ausencia te acuerdes que tienes hijos.
James presionó sus puños y Stephanie soltó la tela en sus manos para mirarlo desafiante.
—Será que nunca pararemos de discutir. —James cansado se alejó hacia la ventana.
—Tal parece que no.
Hubo un largo momento de silencio. Desde que los niños ya no eran tan niños todo se había tornado así, breves momentos felices, precedidos de largas discusiones.
—¿Cómo habría sido todo si Charles estuviera con nosotros? —James no pretendía hacer la pregunta en voz alta, pero inevitablemente salió de sus labios.
—Yo no habría perdido la razón y tú no te habrías alejado. Pero él no está. —Los ojos de Stephanie enrojecieron ante el recuerdo. —Durante todo este tiempo siempre tuve la esperanza de encontrarlo, soñaba con el momento de alzar la vista y verlo frente a mí. Me gusta imaginar cómo sería ahora. Pero ayer estaba en la roca, en ese nefasto lugar y por primera vez desee que estuviera muerto. Al menos así sé que no está sufriendo. —Nunca podría detener al dolor de su corazón transformarse en gotas que emanaban de sus ojos. Nunca sería suficiente. —No pudo haber sobrevivido a tu padre. Me lo imagino llorando, siendo golpeado, muriendo lentamente de hambre...
La voz se le quebró y los sollozos se hicieron incontenibles. Cubrió su rostro y James corrió a abrazarla.
—Stephanie, no pienses en eso. No sigas pensando en eso.
Acaricio sus dorados rizos y hundió su rostro en ellos, aspirando su aroma, intentando calmarse él mismo, y es que los pensamientos de Stephanie eran los de él, y no había noche que pudiera dormir sin que viniera a su mente la risa de su pequeño. Desde hace dieciséis años James tenía dolor, ira e impotencia en su corazón. Por fuera debía ser un frío Rey, pero por dentro era un padre sin su bebé.
—Él desapareció —Se refería a su padre—. Tal vez esté muerto ya, y nunca pude arrancarle los ojos con mis propias manos, pero tenemos a Arthur y a Aimé, y no podría soportar algo como lo de Charles de nuevo.
—Arthur y Aimé han pagado por el recuerdo de Charles. —Stephanie se alejó un poco para hablar mejor. —Yo siendo sirvienta y esclava fui más libre de lo que ellos son. Ellos son esclavos de nuestros miedos. Aimé está comenzando a odiarnos.
—Por favor.
—Velo James. Aimé quiere correr, quiere volar, quiere vivir. Llego a la etapa de su vida en la que ya no quiere órdenes, quiere tomar el rumbo de su vida.
—¡Es una niña!
—Para nosotros siempre será una niña, pero es una señorita. Es hora de presentarla en sociedad.
—¡No!
—Sí. James, debe divertirse, ser joven.
—El tipo de diversión que tenía Elizabeth y su quinteto de amigas no era decente.
—Aimé no será así. Además no dejas de recordar que ella será la futura reina. Debe comenzar a conocer el reino, los plebeyos deben conocerla, amarla. Y Arthur...
—Arthur debe ir a la escuela militar. No será Rey pero debe estar preparado, él ayudará a su hermana.
—James, me iré a visitar a Elizabeth. —A su parecer esa conversación no llegaría a un buen fin. —Si al volver mi hijo se encuentra a millas de distancia, preparándose en una peligrosa escuela, no volveremos a vernos en la vida.
—Stephanie, no seas irrazonable.
Y la disputa continuó.
2 de Mayo 1849. Londres.
—O aprendo bien este infernal idioma, o aprendo a bailar, pero no puedo hacer ambas cosas al mismo tiempo. —Owen en un arrebato de cólera lanzó los libros frente a él.
Se sintió bien lanzar todo, fue como liberar un poco a la bestia, pero cuando alzó la vista y se topó con la de Joseph, supo que pagaría las consecuencias.
—¿Tan rápido te convertiste en un niño mimado? —preguntó el hombre acercándose a él como un león a su presa.
—No, es solo que...
—Nunca se te olvide mocoso, quien eres.
Owen no vio venir el puño que se clavó en su estómago haciendo que se retorciera del dolor, sintiendo como todo el aire salió de su cuerpo. No terminó de asimilar el golpe cuando Joseph con su correa le volteó la cara.
—No se supone que lo malogres. Necesitamos que parezca un caballero, no un tosco bárbaro. —Uno de los hombres que le enseñaban se interpuso entre él y Joseph.
—De aquí a un mes se le quitará la marca, pero debe entender que esto no es un juego. Tenemos un mes, un mes para que seas fino y educado, así que no dormirás, no te quejarás, harás todo lo que te orden y más te vale ser eficiente. Hay muchas formas de castigar sin dejar marcas.
Owen evitó tocar su mejilla, aunque le ardía y el dolor se estaba haciendo insoportable. Con fingida entereza se puso de pie para ver a Joseph con seriedad.
—No creo que sea la forma de hacerle cooperar —opinó otro de los maestros—. No puede hacerlo forzado, sino ningún caso tiene. Con no querer ayudarnos tendrá y qué haremos.
—Él lo hará. Lo hará porque para esto hemos nacido. James Prestwick acabó con nuestras vidas, y no importa el precio, nosotros acabaremos con la de él ¿Cierto Owen?
Èl miró a Joseph y asintió. Tomó los libros y se dirigió a su habitación. Ahí en la soledad pudo masajear su mejilla, pudo ver la marca roja del cinturón bien marcada en ella. Pero no tuvo rabia de Joseph, tuvo rabia consigo mismo. Joseph tenía razón, él fue criado para matar a James Prestwick, y de pronto se olvidó de ello. Unos años atrás habría puesto todo de sí por la oportunidad que ahora tenía, sin embargo, él estaba quejándose, objetándose. Incluso pensando en la forma de zafarse de todo eso.
Salió de su habitación y se dirigió al cuarto de los cuadros. Con su vela alumbró el cuadro de James, el rey de Inglaterra. Lo observó con gran detenimiento y luego sacó un pequeño cuchillo de su bolsillo.
—Yo acabaré contigo.
Clavó el cuchillo en medio de su garganta y lo deslizó rompiendo el lienzo. Sonrió ante la idea de poder hacerlo. Algún día él arrancaría la cabeza de James Prestwick.
Joseph miró todo desde la distancia y no podía estar más alegre. Sabía que su muchacho no lo defraudaría.
"Siempre supe que serías tú Owen. Escogí al mejor huérfano".
2 de mayo 1849. Holstein. Prusia.
Todo estaba listo para la partida. El humor de Lady Cowan no había mejorado. En cuanto anunció su partida, las jóvenes Cowan se ofrecieron a acompañarla, después de todo querían volver a su hogar, algo que se le hizo razonable. Lo que no fue razonable fue la disposición de sus hermanos por acompañarla. Y eso no habría sido un problema de no ser por su madre, quien de pronto también quiso ir a visitar al hermano del esposo de su hija.
David estaba desorientado con los acontecimientos de ese día. Luego de la visita matutina de Lady Cowan tenía más idea de lo que requerían de él y ese destino no le agradaba. Luego lo desataron para amarrarlo en una especie de calabozo, le llevaron comida y más entrada la tarde, lo llevaron a que se aseara. Le consiguieron algo de su ropa, de seguro se la pidieron al capataz, le dieron de tomar algo de agua. Ataron bien sus manos detrás, en su espalda y cubrieron sus ojos con una pieza grande y rasposa de cuero. Hacía preguntas pero nadie le respondía.
—Luce perfecto.
Escuchó la voz de esa mujer y sintió sus dedos recorrer su rostro.
—No entiendo por qué me cubren los ojos —dijo nervioso. Sentía que alguien lo sujetaba y que estaban rodeados de muchas personas.
—Tu voz es hermosa al igual que toda tu persona. —Esther de verdad estaba contenta con su nueva adquisición. —Viajaremos unos cuantos días. Iremos a un lugar dónde por fin podré disfrutarte.
Depositó otro beso en los labios al cual David respondió retrocediendo.
—No, no, no. Creí que te expliqué que no debes rechazarme. —Presionó con fuerza su quijada. —Es la segunda advertencia y no habrá una tercera. Súbanlo a la carreta y que nadie lo vea.
Fue empujado y a ciegas tanteó unas escaleras de madera. Sintió el leve cambio de temperatura y unos brazos lo obligaron a sentarse en el rasposo suelo. Debido al leve movimiento y a lo pequeño del techo supo que estaba al fondo de una carreta de carga. Alguien desató sus manos, pero solo para atarlas sobre su cabeza a algún objeto de la carreta.
—Sigue comportándote niño y te irá bien.
Aquel hombre de gruesa voz palmeó sus piernas y luego se alejó.
David intentó bajar sus manos, pero era evidente que estaba bien atado. La carreta comenzó a andar y en su mente se encendió una alarma.
"¡Hanna!"
Cuando escuchó que viajarían estaba demasiado concentrado en querer alejarse de Lady Cowan, que no asimiló lo que aquello significaba. Se lo estaban llevando lejos, otra vez estaría lejos de ella. Eso no podía ser. Comenzó a agitar sus manos intentando deshacerse, tenía que escapar, la vida no podía ser tan cruel con él. En el forcejeo solo logró lastimar sus muñecas, y ahora algo de sangre se resbalaba por sus brazos.
"Por favor, si existes, no dejes que me alejen de ella. No de nuevo".
Rogó a ese alguien divino que desde hace mucho no escuchaba sus plegarias. La carreta continuó su curso y las esperanzas de David se resumieron a la nada. Toda su vida se había resignado a lo que la vida le deparaba, pero en ese momento no quiso hacerlo. Encontraría la forma de liberarse, escaparía y la buscaría.
3 de mayo 1849. Kiel, camino a Lubeck.
La noche era fría y tranquila. Hanna alzó la mirada hacia el cielo despejado, la inmensa luna le daba toda la luz necesaria para acercarse a la carreta. Era madrugada y todos estaban descansando. Los guardias luego de darle algo de comer a David lo ataron no solo de manos sino también de pies, y es que no les gustó notar los cortes en sus manos, quería escapar y ellos no lo podían permitir.
Hanna se abrió pasó dentro de la carreta y el cuerpo de David se alarmó. No estaba durmiendo, no podía hacerlo, tampoco podía ver, pero sabía que era de noche, no se escuchaba un alma, y que alguien a esas horas entrara a su carreta no era un buen indicio. Esa persona tenía pasos livianos y antes de que reaccionara cubrieron su boca.
—Soy yo.
—¡Hanna!
Toda la melancolía escapó de su cuerpo en ese instante. Era ella ahí, escaparían, se irían. Dios sí había escuchado sus plegarias.
Hanna se apresuró a quitarle la gruesa piel de sus ojos. David con algo de dificultad pudo verla, parpadeó y parpadeó hasta que su imagen se hizo clara.
—Hanna, creí que no te volvería a ver. —Quería abrazarla, tomarla de la mano y salir de ahí. —Vamos desátame, nos iremos.
—No, no podemos. —La confusión de David era evidente. —Tienes grilletes en las manos y los pies. No tengo la llave.
David se maldijo por dentro, de no haber intentado escapar al principio aún conservaría sus ataduras de grueso cordón.
—Además estamos muy lejos de todo. Nos encontrarían de inmediato. Lady Cowan no reparará en buscarte y todo habrá sido en vano.
—Esa señora quiere... —Sus labios no podían decirlo, no estaba del todo seguro lo que esa mujer quería, tenía una idea y no era buena, era demasiado inocente como para entender como conseguiría esa mujer lo que quería.
—Y tú la complacerás. —Aunque hablaban en susurros su tono era seguro. Lo miraba con convicción, aquello era una orden. Y la confusión de David aumentó.
—No, yo no. Yo no puedo, eso es...
—David escúchame, debes ser obediente —repitió tomando su rostro y mirándolo fijamente—. No empeores las cosas, no vale la pena, ella conseguirá lo que quiere a cualquier costo, de cualquier forma ella ganará.
—Pero...
—Se obediente y llegarás a mí. Se obediente por unos días y en cambio tendremos hasta nuestra muerte para estar juntos. Lo que te obliguen a hacer quedará en el pasado. David tú eres lo que está aquí —Presionó su mano en el pecho de él. —Y nadie te quitará eso. Lo que ocurra con Lady Cowan en la intimidad, no significará nada, a veces debemos hacer cosas para vivir momentos como este.
Deslizó su mano al cuello de David y lo atrajo hacia ella. Rozó sus labios, lo besó, y él en el éxtasis como en un sueño, le correspondió. Era ella su amor de la infancia, su única amiga, la única que había amado.
David para ella lo era todo. Era lo único puro y verdadero que tuvo en su vida llena de manchas. Cada que un hombre la tomaba pensaba en él, porque él era verdad, él era quien ella era, con él ella era Hanna, la niña inocente cuyo padre murió, la niña que soñaba con algún día tener su hogar. Y ese sueño aún podía ser realidad.
—Si nos hubiéramos rendido antes no estaríamos hoy aquí, juntos.
—Te amo Hanna.
Y pudo ver en esos dulces ojos celestes que era cierto, él la amaba.
—Te amo David. Y por eso debes ser obediente, solo así convertiremos este breve momento en uno eterno. Estaremos juntos David, lo merecemos.
—No entiendo cuál es el plan.
—Nos dirigimos a Lubeck el hogar del padrastro de mi ama, la señorita Adelaida. Conozco todo allá, cada rincón, cada montaña. Una vez allá planearé todo para irnos, buscaré la forma de verte. A lo mejor llegamos mañana en la noche. Solo un par de días David y estaremos juntos, sin susurros, sin miedo.
Hanna se acercó para besarlo de nuevo. Y al terminar ambos sonrieron.
—Sin susurros, sin miedo.
Repitió David. Y lo continuó repitiendo durante el resto de la noche, cuando estaba de nuevo con la venda en sus ojos, sumido en la oscuridad. La frase continuó en su cabeza durante la mañana y el resto del día. Tenía que ser verdad, en solo unos días, sin susurros, sin miedo, estaría con Hanna. Después de todo la vida sí le estaba mostrando un poco de luz.
David estaba tan emocionado que olvidó algo, antes de la luz la oscuridad es más profunda. Hanna lo sabía, por eso su advertencia a David, lo que viviera con Lady Cowan podría destruirlo, pero ella tenía fe en que no sería así.
5 de mayo 1849. Lubeck. Alemania.
Se supone que ese era su hogar, o al menos uno de ellos, pero Diana sabía que nunca pertenecería ahí. Estar ahí era tan desagradable como estar en Holstein. Saludó a su mamá al llegar, sin mucho entusiasmo, ella sí la había abrazado con lágrimas en sus ojos, estaba feliz de ver a sus dos pequeñas, pero Diana no podía dejar de pensar en que se había casado con otro hombre. Quería gritarle que tan solo esperó un año para volver a contraer matrimonio. Adelaida entendía todas las razones que su madre tuvo para darles un padrastro tan pronto, pero ella no podía entenderlo, no le habría importado convertirse en una campesina o sirvienta, si eso mantenía el recuerdo de su padre intacto.
Abajo todos cenaban, reían y tocaban el piano, ella se excusó diciendo que tenía dolor de cabeza.
Estaba dando vueltas por la hacienda, aunque no quería reconocerlo sabía que estaba buscando al esclavo de cabellos rubios y ojos azules como el cielo. Él fue su razón principal para volver a Lubeck. No quería pensar en lo que le esperaba, pero al menos quería estar cerca. Aquel sentimiento era impuro, más conociendo la historia del esclavo y Hanna, pero la hacía sentir bien. Era lindo recordar su rostro, rememorar su voz.
El esclavo debía estar en los calabozos, pero ella no tenía ninguna justificación para llegar allá. Y así entrara qué le iba a decir al verlo. Quiso ver si encontraba algún ventana que le permitiera verlo, caminó un poco, entre la oscuridad y lo que vio no muy lejos de ella, hizo que se detuviera congelada.
Con cuidado regresó sobre sus pasos y se encerró en la habitación de Adelaida. Ella tenía que darle muchas explicaciones.
***
—Hasta que llegas —recriminó Diana.
—¡Diana! Me asustaste ¿Qué haces aquí?
—Te vi besándote con Jacob Launsbury.
—Creí que te conté...
—Quedamos en que no volverías a hacerlo.
—Yo no quedé en nada.
—Eso no era solo un beso. Era totalmente indecente. Tenía sus manos en tu trasero.
Las mejillas de Adelaida se ruborizaron.
—Dime por favor que no llegaron a más.
—Claro que no Diana, yo no...
—¿No qué? ¿No eres insensata? Dices que vas a casarte por el beneficio de todos, pero vas y coqueteas con tu futuro cuñado ¿No entiendes la gravedad del asunto? Si Lucas Launsbury se entera del engaño, matará a Jacob y te matará a ti. Solo basta con una simple mirada cómplice para acusarte de engaño, para dudar de tu virginidad y entonces estarás acabada.
Adelaida se quedó sin palabras, todo lo que su hermana menor estaba diciendo era cierto. Estaba actuando tonta y torpemente, pero estaba enamorada, por primera vez en su vida estaba sintiendo lo que era el amor.
—Creí que tú eras la defensora del corazón —dijo Adelaida.
—Lo soy. Si Lucas Launsbury te amara retaría a su hermano a un duelo y ganaría su derecho sobre ti ¿En verdad crees que te ama?
—Me ama, lo sé. Pero no puede perderlo todo, no puede ser insensato.
—¡Escúchate! El amor nos hace insensatos. Si te amara no lo pensaría dos veces. Reacciona antes de que sea tarde.
—Me casaré con un hombre que aborrezco, que me da asco, y que tendré que soportar todas las noches en mi cama. Déjame disfrutar de ser querida, de algo que deseo, por el poco tiempo que me queda de libertad. Nadie se enterará, nada pasará.
Adelaida se encerró en el baño y Diana agotada mentalmente se sentó sobre el baúl frente a la gran ventana. Se estiró para cerrarla y frenar la helada brisa que entraba, y ahí abajo, escabulléndose la vio. Envuelta en una gran capa que no lograba esconder su altura y porte. Lady Cowan escabulléndose en la noche a los aposentos de su amante. Diana quiso tener el poder de estirar su mano tomar a Lady Cowan y hacerla trizas, en cambió cerró la ventana y con tristeza salió hacia su habitación.
***
David quería que el recuerdo de Hanna, la esperanza de estar juntos pronto, lo tranquilizara, pero mientras quitaban su ropa, lavaban su cuerpo y lo llenaban de aceites perfumados, la ansiedad borró todo deje de luz.
Estar desnudo le recordó sus días en el orfanato, esas veces que el padre los obligaba a bañarse frente a él. O las veces cuando más pequeño, por castigo, era desnudado junto a Owen para que Joseph les lanzara agua helada.
Debía ser obediente, pero su cuerpo reaccionaba con rechazo ante esas manos que incursionaban en su cuerpo. La señora que lo bañó, era seria, casi no lo veía, sabía que ella n tenía ninguna intención más que cumplir su trabajo, pero eso no restaba lo incomodo de la situación.
Por primera vez fue roseado de pies a cabeza con aceites perfumados. El olor era exquisito y no iba a negar que el aceite se sentía bien, pero el fin de todo le aterraba. Unos hombres estaban allí vigilándolo y eso era peor, podía sentir sus miradas, quería cubrirse, arrodillarse y abrazarse.
"Se obediente y llegarás a mí"
Se obligó a que esa voz sonara más fuerte en su cabeza, y así dejó que colocaran esa especie de camisa larga y sin mangas en su cuerpo. Era blanca y muy suave. La mujer lo sentó en una silla y comenzó a peinar sus largos cabellos rizados. Hizo una especie de trenza y colocó algunas horquillas brillantes. La señora sonrió al terminar y con ternura acarició su rostro. Le sonreía con lástima, incluso algo de cariño. David sonrió tímido y no pasó mucho tiempo cuando los guardias amarraron sus manos con una fina y delicada tela blanca y lo llevaron a otro lugar.
Era una habitación no muy grande pero elegante. Estaba muy alejada de todo, solo el sonido de los grillos irrumpía el silencio del lugar. Las cortinas de las ventanas eran de pesada tela carmesí. La cama era grande con un cabezal majestuoso de hierro. El cobertor de la cama era del mismo color que las cortinas y pocas velas daban iluminación.
Lo empujaron hasta un lugar cerca de la cama y ataron su pie izquierdo a un grillete que salía de la pared de roca. La cadena era lo suficientemente larga para movilizarse alrededor de la cama, pero no para ir más allá.
—Niño procura no darnos problemas, quieres. —Uno de los hombres, uno no tan mayor, tampoco tan joven, le habló. —Después de todo Lady Cowan no está mal.
El otro hombre rio. Y de pronto David estaba ahí, solo. No sabía si sentarse era lo correcto o no. Su corazón parecía que se saldría de su pecho o que de un momento a otro dejaría de funcionar. Miró hacia su lado izquierdo y se topó con un gran espejo.
"¡Ese soy yo!"
No le había mentido a Hanna, él no tenía idea de cómo era. La persona frente a él era un extraño. Observó pese a la poca iluminación, el color de sus ojos y notó el extraño peinado en su cabeza.
—Sí. Eres hermoso.
Lo voz detrás de él lo sobresaltó.
—Pareciera que apenas lo estás descubriendo —continuó.
—Yo... nunca me había visto —susurró. Ella tenía el poder de quitarle la voz.
—Entonces, mírate.
Se acercó a él, enredó su cintura con sus manos y lo llevó más cerca del gran espejo. Tenerla detrás de él, en ese abrazo, aumentó sus nervios. Tragó saliva con dificultad y volvió a mirar el espejo, intentando restar esa incomoda sensación.
—Mira tú dorado cabello, —Con una mano acaricio uno de los rizos. —tu fino rostro, lo largo de tu cuello, lo fuerte de tus brazos, tu blanca piel, el extraño color de tus ojos. Claramente hay algo más en ti, algo más que un esclavo. Lástima que nunca lo averiguarás.
David quiso preguntar a qué se refería, pero prefirió callar. Lady Cowan remarcaba su cuerpo con sus manos, bajó hasta sus muslos y presionó en su parte baja. Besó la piel de su cuello y presionó los ojos para no pensar, continuó jugando con su mano en su cuerpo hasta que llegó a su virilidad. David dio un salto alejándose.
—Te dije que no habría una tercera vez, después de todo no eres tan obediente como presumes.
Jaló con fuerza sus cabellos atrayéndolo a ella.
—Lo siento, yo... yo... no puedo.
Podrás, claro que podrás.
No supo cómo lo supieron, pero los guardias entraron. El que le dio la advertencia previa lo miró con molestia. Lo jalaron hasta la cama en dónde lo lanzaron y amarraron sus manos a la cabecera.
—Vamos a dejar unas cosas claras. Cooperarás o probarás el sabor de ellos.
David miró a los guardias aterrado, solo le quedaba ser obediente. Cerró sus ojos y apoyó su cabeza de lado. Dejó de forcejear y Esther sonrió. Los guardias salieron y la pesadilla de David comenzaría. Una vez escapó cuando era niño de algo similar y era una gran jugarreta de la vida que después de todo, lo que hace tanto iba a pasar, ahora estaba ocurriendo. Tal vez y solo era una señal que no podía escapar de su destino.
Esa noche quiso creer en las palabras de Hanna, y aunque ella le dijo que nada mataría lo que él era, esa noche sintió que murió.
10 de mayo 1849. Escocia.
Aimé como tomó de costumbre desde la partida de su mamá a Alemania, corría escabulléndose de la guardia. Agradecía que después de todo Arthur aceptara ser su tapadero. Él no podía estar más molesto de la decisión de su padre de no dejarlo ir a Alemania, y se le hizo bueno ayudar a su hermana a hacer lo prohibido, era como una forma indirecta de ir en contra de su padre.
Aimé llegó al mismo frondoso árbol. Lo vio descansando en el borde y divertida lanzó una flecha que aterrizó justo sobre su cabeza. Allen se agachó asustado por instinto, antes de entender escuchó esa risa burlona.
—Sé que no me toleras, pero nunca creí que quisieras matarme.
Aimé lo miró aun riendo con prepotencia. Allen estaba igual que siempre, con su misma gastada ropa, con sus despeinados cabellos oscuros y sus descalzos pies. Aimé se estaba acostumbrando a esa imagen.
—¿Por qué sigues irrumpiendo mi árbol?
—¿Tú árbol, Alteza? Si mal no recuerdo estas tierras no son de su majestad.
—Toda Inglaterra y Escocia son de su majestad.
—Amas ser presumida.
—Tú amas ser irrespetuoso. Algún día seré la reina ¿Sabes? Y tú solo...
—Algún día serás la reina, pero no hoy.
Para ella esa frase encerró mucho más. Sí, algún día sería la reina, pero hoy era una joven que quería vivir. Se le hacía algo patético que lo mejor que le había pasado en su vida eran esas breves tardes al lado del herrero. Le gustaba su tosquedad, el que la tratara como igual, para él ella no era una princesa y eso le gustaba.
—Toma. —Lanzó hacia él una pequeña caja.
—¿Qué es? —Se apresuró a quitar el cordón. —Un delicado pastel. —Allen lo observó con burla.
—Pruébalo y sabrás que nunca has probado nada mejor.
—No lo creo, es muy pomposo, tan ornamental.
—No todo lo lindo es malo.
—¿Lo dices por ti?
—¡Solo pruébalo! —gritó.
Allen disfrutaba de verla rabiar. Con toda la predisposición a que no le gustaría el adornado postre, lo llevó a su boca. Pensaba morderlo y tragarlo, pero el dulce recorrió su boca, penetró en su lengua y llegó hasta su corazón. Se quedó sin habla y Aimé reía.
—Te lo dije.
Allen terminó de degustar su postre y jaló a Aimé hasta una extensa colina, en dónde Aimé pudo cazar un gran faisán.
El cielo estaba naranja y desde ese peñasco el paisaje era hermoso.
—Mañana vuelvo a Londres —dijo suspirando.
—Entonces, este es un adiós. No más ricos postres —exclamó como niño pequeño para evitar demostrar su nostalgia—, eres una princesa malvada, me das a probar eso como muestra de lo que más nunca probaré. Mi vida estaba bien sin ellos, ahora nunca más.
Aimé se sonrojó. Él hablaba riéndose, burlándose, pero había algo más y ella lo sentía.
—En algún tiempo volveré y te buscaré para darte otros.
—¿Su majestad buscando a un plebeyo?
—Basta. Ya es muy tarde, debo volver.
Allen decidió acompañarla de vuelta, al menos hasta el árbol de siempre.
—Voy a Londres a mi presentación en sociedad. —No supo por qué lo dijo, solo sentía que él debía saberlo.
—¡Vaya! Entonces creo que no volverás en un buen tiempo.
—Me temo que no.
Llegaron al lugar dónde se despedirían tal vez para siempre.
—Adiós —Allen hizo una reverencia.
—Gracias por enseñarme una mejor forma de cazar. Gracias por hacer que saltara a un río helado. Adiós Allen Hazen.
Aimé corrió de vuelta sin mirar atrás. En Londres una nueva vida la esperaba, sería su presentación en sociedad y estaría rodeada de caballeros y fiestas, todo lo vivido en esos pocos días sería nada.
"No. Yo siempre recordaré esto".
8 de mayo 1849. Lubeck, Alemania.
—Luce muy contenta Lady Cowan —acotó Adelaid durante el desayuno.
Diana rodó los ojos ante la observación de su hermano. Claro que Lady Cowan estaba contenta, ella sabía a qué se debía. Adelaida también estaba al tanto y se le hizo tan nauseabundo que sacara el tema a colación
—Es solo que Lubeck rejuvenece mi alma. Pienso quedarme una buena temporada. Sus paisajes, el clima, la compañía.
Para Esther era imposible borrar la sonrisa de su rostro. Era algo que nunca le había pasado, pero el esclavo en su cama despertaba todo en ella.
—Para nosotros es un placer que te sientas bien en nuestro hogar. —Elizabeth gozaba de delicadeza y elegancia. No sentía la mínima simpatía por la esposa del hermano de su nuevo esposo, pero sabía mantener las apariencias.
—Es magnífico que estés tan feliz y lozana mientras mi hermano se pudre en su hacienda.
Ese era William Cowan, un hombre tan alto y rudo como sus palabras. No tenía la mínima estima para con su cuñada, la detestaba, pero debía aguantarla por respeto a su hermano. Gracias a la madre de Esther se enteró del estado de salud de su hermano y las noticias no le cayeron nada bien.
Esther tomó un poco de agua antes de continuar. No le gustaba dejarse en evidencia y menos delante de tantas personas.
—Él mismo me pidió que me tomara un descanso. Me siento tan agotada como él.
—Lo dudo. Pero mil veces mejor tener a la serpiente fuera del hogar, así que gracias por venir y dejar a mi hermano descansar. Hoy mismo saldré a Holstein a verlo. Disfruta tu estancia, hermana mía.
Esther quiso matar a su madre con la mirada, terminó de tomar su jugo y salió. Necesitaba descargar su rabia y sabía del indicado para eso.
***
—Mamá hay que hacer algo —rogó Diana. Ambas estaban en la habitación de Elizabeth.
—¿Con respecto a qué?
—Lady Cowan y el esclavo. Mamá tenemos que salvarlo, liberarlo.
—Diana no nos involucraremos en los asuntos de Esther, con esa mujer no se juega.
—¿Y por eso dejaremos que le arruine la vida a un hombre?
—¿Por qué tanto interés en el esclavo? Diana más te vale que no tengas sentimientos más que de lastima por él.
—Nadie debería ser esclavo de nadie.
—Lo sé, pero nada podemos hacer. Olvídate de lo que haga Esther, ocúpate de otras cosas. Diana viene siendo hora que te enamores de un caballero. Hazlo antes que...
—Que tu esposo me case con alguien —completó—. Yo no soy Adelaida y no soy tú. Me iré de ser necesario, pero nunca me casaré obligada. Y es tan decepcionante que tengas la forma de hacer justicia y solo te quedes de brazos cruzados.
Diana encontraría la forma de verlo. Ayudaría al esclavo, no sabía cómo, pero lo haría.
***
David estaba acostado en el suelo, sobre la lujosa alfombra roja, no se le tenía permitido usar la cama hasta la llegada de Esther. Se sentía muy cansado, aunque tal cansancio provenía más que de sus huesos, de su alma. Estaba ahí acostado, cubierto solo por ese camisón, era un ser sin vida, un cuerpo que respiraba, un simple caparazón.
Sus piernas mostraban marcas de los golpes dados con varillas de madera. Su pecho sufría decenas de quemaduras y la peor estaba en la parte baja de su espalda, ahí, en dónde se encontraba su piel marcado con el sello de ella. Era su esclavo y eso siempre se lo recordaría.
No importaba cuan obediente fuera, ella simplemente gozaba de verlo gritar. Lo peor es que solo habían pasado seis días y eso se prolongaría hasta que se cansara de su cuerpo. No sabía nada de Hanna, y su esperanza de volver a verla era lo único que lo mantenía ahí. Aunque sabía que Esther no lo dejaría morir, no tan fácil.
Ahora estaba ahí, tirado, oliendo a ricos y costosos aceites perfumados, con su cabello peinado, y un grillete en su pie. Odiaba todo y llegó a pensar que mejor habría sido rendirse cuando solo era un niño. Tal vez nunca debió escapar del orfanato, su vida debió acabar ahí, cuando como niño no habría deseado nada más.
El ruido de la oxidada puerta lo alertó y asustado se incorporó.
Diana observó con tristeza su pose, arrodillado frente a ella. Estaba limpio, pero más delgado, sus ojos llorosos y las ojeras alrededor de ellos, demostraban su sufrimiento.
Diana descubrió su rostro y David frunció el ceño.
—Hola —susurró—. No te asustes, te traje noticias de Hanna.
—¡Hanna!
Poniéndose de pie se acercó a ella. Diana se ruborizó al ver lo poco que vestía, era la primera vez que veía a un hombre así.
—Ella no ha podido venir, te tienen muy vigilado, pero algo se nos ocurrirá. Solo aguanta un poco más, no estás solo.
—¿Por qué la ayudas?
—Ella es mi amiga. Toma.
Diana entró haciéndose pasar por la señora que le llevaba comida. Extendió el plato con pan y algo de carne, pero aparte sacó de su holgada capa un pequeño paquete.
—Lo hizo Hanna. Dice que era tu favorito.
David sonrió, creyó que no volvería a hacerlo, pero ahí estaba su luz.
—¡Gracias! Por favor, dile que la amo.
—Lo haré. Debo irme. David —llamó antes de salir—, cuídate.
A David le sorprendió ser llamado por su nombre, pero asintió. Una vez la puerta se cerró abrió el paquete, era un panecillo relleno de mermelada de fresa, recordaba que en el orfanato siempre esperaba con emoción el día de San Pablo, ese día a cada uno le daban un panecillo, una vez Allen lo instó a robar unos cuantos y junto con Hanna se los comieron en la noche, en el techo, fue uno de los mejores días que recordaba. Con lágrimas en los ojos, disfrutó cada mínimo bocado.
"Allen asesinó para salvarme de algo como esto, y a la final aquí estás David, siendo un esclavo. Es hora de que te salves tú mismo".
10 de Mayo 1849. Lubeck. Alemania.
Elizabeth no podía creer lo que sus ojos veían. Stephanie con lágrimas en los ojos se acercó a ella.
—¡Lizzy! ¡Lizzy!
Stephanie sintió que retrocedió a sus años de jovencita. Corrió hacia su amiga y la abrazó todo lo fuerte que pudo.
—Estás aquí. —Elizabeth no salía de su asombro.
—Sí. Tenía que verte. No has querido contestar mis cartas, pero tenía que verte, saber que estás bien. Eres mi hermana Lizzy.
Para alivio de Stephanie Elizabeth lucía hermosa, con su mismo temple frio y presuntuoso.
—¿Cuándo llegará el momento que dejarás de ser tan hermosa? —preguntó Lizzy con fingida molestia. Aunque de verdad siempre le molestó que Stephanie fuera por mucho más linda.
Lucas y Jacob Launsbury observaron anonadados que la misma reina de Inglaterra estuviera frente a ellos. No habían tenido la oportunidad de verla en persona.
—Su majestad —interrumpió Lucas—. Mis más debidos respetos. Es un gran honor su compañía.
Jacob también hizo una reverencia, a lo que Stephanie sonrió por amabilidad. Las miradas de ambos hombres hacia ella eran tan descaradas que la amabilidad por ese momento podía dejarse a un lado. Elizabeth iba a decir algo sobre la desfachatez de Lucas y su hermano, al observar a Stephanie como un pedazo de carne, pero ella se le adelantó.
—La compañía es para con mi amiga y ama de este hogar, no tenía conocimiento de los invitados que tuviera, así que no se sienta honrado.
La cara de desconcierto de Lucas arrancó una sonrisa en Elizabeth. La propia Diana que observaba todo de lejos dejó escapar una carcajada, para remediar su imprudencia corrió hacia Stephanie.
—¡Tía!
—¡Diana! Estás tan grande y hermosa —Stephanie la estrechó en sus brazos. —Arthur de verdad quería venir a visitarlas, pero no pudo ¿Y Adelaida?
—Mi futura esposa está descansando. —Se adelantó a responder Lucas.
—¿Su futura esposa?
—Así es, en un mes nos casaremos.
Stephanie buscó la mirada de Elizabeth pidiéndole una explicación, ella la esquivó.
***
—Adelaida no puede casarse con ese hombre —dijo Stephanie ya dentro de la habitación de Elizabeth.
—No me digas lo que debo hacer Stephanie, son mis hijas, es mi familia, yo no te digo cómo arreglar los problemas de la tuya. No todos pudimos ser reyes.
—Elizabeth, tú más que nadie sabe que mi vida no ha sido fácil. Tú perdiste un esposo, yo a un hijo, ni tú dolor es más fuerte que el mío, ni el mío que el tuyo. Somos amigas y... ¿Acaso no estamos para ayudarnos?
—Yo solo he hecho lo que he tenido que hacer, no me juzgues.
—No te juzgo. Eres fuerte Elizabeth y siempre apreciaré eso, pero Adelaida ¿Ella merece esto?
—Lucas Launsbury es un gran terrateniente acá en Alemania. Tendrá lujos, podrá ayudar a su hermana, estará bien.
—Tú pudiste ser reina y no quisiste, porque sabías que no estarías bien ¿Cómo puedes dejar que tu hija...?
—¡Estará bien! —gritó— Necesito creer que estará bien —su voz se quebró—, necesito creerlo, así que por favor, basta. Se mi amiga y solo abrázame. Abrázame en silencio como tantas veces hice yo cuando perdiste a Charles.
Stephanie lo hizo, la abrazó con fuerza y Elizabeth lloró todo lo que desde hace dos años estaba reprimiendo.
***
—Estoy segura que a su real majestad Alexander no le gusta la idea que estés aquí —mencionó Elizabeth.
—No, no le gusta, pero...
—A mí tampoco. Stephanie este es otro reino. No estás a salvo aquí.
—Tengo un gran regimiento protegiéndome.
—Nos iremos. Tampoco me gusta este lugar, estoy acostumbrada a Inglaterra. Aunque ahora solo tengo casa en Carlisle. Pensaba volver allá por la temporada y eres mi mejor excusa. Le enviaré una carta a William y nos iremos. Descansa hoy, mañana partiremos.
—Te diría que me dejes descansar, pero debo admitir que no me gusta alejarme tanto de James, ni de los niños.
—Igual en el camino conversaremos todo lo que no hemos hablado en este año ¿Qué sabes de Catalina?
—La dejé visitándome en Escocia, creo que fue de mala educación venirme cuando llegó, pero... tenía que verte.
—Condenada ingrata que no vino contigo.
***
Después de ocho días Esther decidió que no tenía que tener tanta vigilancia en David, el pobre ya estaba atado, no había nada que pudiera hacer. Por previsión cerraban su puerta con llave y para que ningún curioso entrara mantenían la puerta de ese anexo en la hacienda cerrado con candado y fuertes cadenas. Esther no quería que su madre consiguiera su juguete.
Hanna siguiendo la misma táctica que Diana, entró al anexo de roca con la comida de David en sus manos. El guardia de turno le abrió la puerta, solo debía dejar la comida, cambiar la jarra de agua y salir, tenía muy poco tiempo.
—¡Hanna!
Ella le hizo señas que callara. Vio a David y ahora él tenía un grueso aro de metal que irritaba su cuello. Sabía que había subestimado a Lady Cowan.
—Hoy nos iremos —dijo tomando su rostro, necesitaba darle una buena noticia.
—¿En serio? Ella no me dejará ir tan fácil. Lo sé, ella no dejará que me vaya.
—Sí, nos iremos. Vino la reina de Inglaterra de visita. Hoy habrá una cena en su honor y todos estarán pendientes de ello. Lady Cowan no podrá estar pendiente de ti. La señorita Diana nos ayudará. En la noche te liberarán, está pendiente, la señorita Diana te dirá a dónde debes ir. Yo te estaré esperando con unos caballos y nos iremos. David, hoy seremos libres, lo prometo. Y todo esto quedará atrás.
David la besó como si fuera la última vez que lo haría. Debía estar contento pero algo ensombrecía sus esperanzas. No sentía que todo fuera a salir bien, quería creerlo, pero era casi imposible hacerlo.
—Hanna, si no llego a llegar, vete.
—Nos iremos juntos.
—Si no llego, vete —repitió—. Si no llego me habrá atrapado y si descubre algo entre ambos... —Ni siquiera podía pensar en lo que haría esa mujer, sabía que era perversa y que estaba obsesionada con él.
—Nos iremos juntos.
—En caso de que no sea así, vete. Yo encontraré la forma de buscarte. Si es el destino que estemos juntos, lo estaremos, sea hoy o en un par de años.
—Será hoy, será hoy.
Hanna lo besó de nuevo y ambos habrían querido que ese beso durara por siempre. Apurada se alejó, cubrió de nuevo su rostro con la capa y salió.
Un cosquilleo se propagó por los dedos de David. Su corazón palpitaba acelerado ¿Podría de verdad ser feliz?
***
Todos estaban en la cena y Lady Cowan no dejaba de observar a Stephanie, envidiaba todo de ella, era joven y tan hermosa. Era muy sencilla, sus vestidos para ser una reina, eran simples, pero daba la impresión de que en harapos seguiría luciendo igual de refinada, como una diosa. Lady Cowan odiaba no ser la más linda del lugar, así que en ese mismo instante odiaba a la buena y bella reina de Inglaterra.
Diana logró convencer durante el día, a su madre de permitir que la servidumbre celebrara también, darles bebidas a los guardias, que ellos tuvieran su propia fiesta. A Elizabeth le pareció absurdo, pero luego recordó que Stephanie por mucho tiempo fue una sirvienta y decidió hacerle caso a su hija.
Eran las nueve de la noche y los guardias ya yacían desmayados debido al vino alterado que consumieron. Diana se escabulló de la cena para continuar con el plan. Llegó hasta el anexo de roca y retiró la llave del bolsillo de un dormido guardia, entró y luego con presura abrió la puerta de la habitación de David.
Él alzó la mirada ansioso. La noche se le estaba haciendo eterna, cada minuto amenazaba con acabar con sus nervios.
—Vamos esto debe ser rápido.
Diana comenzó a probar llave tras llave, hasta que dio con la correcta para deshacer el grillete del pie de David, pero esa noche estaba sujeto también de las manos, así que se demoró más de lo esperado.
—Toma, debes cambiarte.
Dejó en la cama una vestimenta de la guardia real de Stephanie. David con presura se lo coloco, sus manos temblaban, ya solo quería salir de ahí.
—Sígueme.
A tiendas caminaron por los oscuros pasillos, hasta que afuera la luz de la luna le mostró el lugar dónde se encontraba. David pudo ver frente a él una gran explanada de grama. Diana lo jaló de la mano para que lo siguiera, escabulléndose entre los árboles y la oscuridad.
—Hasta aquí puedo acompañarte —dijo deteniéndose detrás de las caballerizas—. Caminarás derecho hasta llegar al segundo establo que ves allá. Entrarás al bosque sin desviarte del camino hasta llegar al río, sigue el camino del río agua abajo, te toparás con un pequeño puente, ahí te espera Hanna. Camina dentro del río para que no dejes huellas. ¡David! Que les vaya bien.
Él sonrió y sin pensar que era incorrecto, la abrazó.
—¡Gracias! Nunca podré pagártelo.
—Ve, rápido.
Diana se quedó mirando su silueta en la oscuridad. Suspiró recordando el abrazo, sintió el calor de su cuerpo y sentía que podía flotar. Despertó de su leve sueño para volver a casa, no podía perderse por mucho tiempo, debía entretener a Lady Cowan. Rogaba que todo saliera bien.
***
—Mañana partimos de vuelta a Londres así que iré a dormir. Muchas gracias por esta cena Elizabeth, y gracias a todos por su compañía.
Todos despidieron a Stephanie. La mamá de Esther no podía estar más maravillada con ella.
—Es culta, refinada, delicada, viste lo fina de su nariz. Es realeza de los pies a la cabeza.
—Sí, madre, entendí, te cae bien la reina, perfecto, yo también debo descansar así que me voy.
—¡Descansar! Como si no supiera que no dejas a ese pobre niño en paz.
—Madre ese no es tu problema.
Esther le dio la espalda para continuar su camino. Sí, quería ver a su esclavo, no había nada malo en eso. Habría continuado de no ser porque su hermano mayor la detuvo.
***
Diana respiró al ver a Lucas detener a Esther, ella no se veía con muchos ánimos de tener esa conversación, pero ahí estaban. Diana comenzó a pensar en lo que debía hacer para retener a Esther más tiempo en la casona sin levantar sospechas y de pronto escuchó un poco de la conversación. Lucas preguntaba por Adelaida. Esther concluyó que ella tampoco la había visto desde hace un buen rato.
"¿Dónde está Adelaida?"
***
David llegó al segundo granero y comenzó a correr hacia el bosque, nada estaba tan cerca como lucía, pero ya le faltaba poco para llegar a la cerca de madera, subir y adentrarse en el oscuro bosque.
A unos diez metros de llegar los ladridos de unos perros lo alertaron. Reviró y los vio, no podía verlos en su totalidad, solo a sus ojos rojos viniendo hacia él como demonios en busca de sangre. Aceleró el paso todo lo que sus piernas pudieron, corrió y corrió y los ladridos cobraban terreno. Tomó impulso para brincar la cerca, pero uno de sus pies fue mordido y sujeto por uno de los perros. Gritó del dolor e intentó jalar para liberar su pierna, pero el resto de los perros llegaron y entre fuertes ladridos, comenzaron a morder sus piernas. Con fuerza se sujetó a la madera con sus manos, mientras sus piernas eran masacradas. Perdió las fuerzas en sus manos y cayó, estaba preparado para que ese fuera su final.
"Comido por los perros ¿Así será todo?"
La voz potente de un hombre hizo que los perros se detuvieran. Continuaban ladrándole muy cerca, pero no lo mordieron. Solo sus piernas pagaron las consecuencias. Alzó la vista y un hombre joven pelirrojo lo miraba con burla.
—Miren lo que tenemos, la mascota de mi hermana. —Jacob divertido se hincó a su lado inspeccionándolo.
"¡Hermana!" David con miedo comenzó a retroceder, pero la cerca tras él no lo dejó llegar muy lejos.
—¿Tienes miedo? Pues deberías. Mi hermana me dará un premio por haber detenido tu huida, pero en cambio a ti... Bueno... solo prepárate, niño lindo.
—¡No! ¡Por favor! ¡No! No me lleves con ella, por favor —rogó.
—¡Aw! Qué lindo. Le pediré que me deje ver cuando te azote.
Se acercó para jalar su mano y David comenzó a ofrecer resistencia.
—No, quieto niño. Solo lograrás que el castigo sea peor.
Jacob de un jalón lo puso de pie y el dolor que David tenía en las piernas era insoportable. Gritó y Jacob le cubrió la boca con su mano.
—No hagas mucho alboroto ricitos.
Jacob sujetando fuertemente a David comenzó a arrastrarlo, él se oponía, pero cada que Jacob pateaba sus lastimadas piernas se quedaba sin aliento. Luego de unos metros un rostro conocido para David apareció frente a ellos.
—¿Jacob qué ocurrió? —Adelaida salió de su escondite ahora que veía a Jacob tan tranquilo.
—Solo estoy devolviendo la mascota de mi hermana a su jaula ¿Puedes creer que quiso escaparse?
Adelaida lo vio y abrió los ojos espantada. Ese era el esclavo y nunca pensó verlo tan mal.
—Menos mal que fue él y no alguien más.
—¡Por favor! ¡Ayúdeme! —Rogó David con su voz cansada.
Aquella voz estremeció el cuerpo de Adelaida, esos ojos rogándole tocaron algo dentro de ella, se sintió agitada, así que solo desvió la vista.
—Jacob llévalo a donde tengas que llevarlo rápido. Acaba con esto, yo volveré a la casa.
Adelaida se dio la vuelta y David se sintió perdido.
—Creíste que ella iba a ayudarte. Esa señorita no tiene corazón, por eso me gusta —susurró Jacob en el oído de David.
***
Con sus piernas sangrando y llenas de tierra y monte, Jacob lo lanzó en aquella habitación. David gritaba por querer salir, se sujetó de cuanto pudo para no entrar, pero ahí estaba.
Jacob lo tenía contra la cama, con su pierna aplastando su cabeza, buscando algo para amarrarlo, cuando Esther entró. Ver a los guardias desmayados en la entrada la alertó, pero ver a su hermano sujetando a su esclavo la calmó un poco.
—Esther me debes una mini fortuna. Atrape a tu esclavo a nada de saltar el cerco y adentrarse en el bosque. Por suerte solté a mis perros a dar un paseo.
—Creí que quedó claro que no soporto la desobediencia ¿Acaso no te lo dije? —gritó. David solo lloró y se estremeció del miedo. —¿Quién te ayudó?
Él no respondió.
—¡¿Quién te ayudó?! Está bien, no respondas. Te sacaré la información a mi manera. Jacob llévalo al calabozo.
***
Adelaida llegó a la casona pálida, solo quería entrar a su habitación. Caminó rápidamente hasta que debido a sus nervios se tropezó de frente con Diana, que al parecer estaba escondida en aquel rincón por algún motivo.
—¡Agh! ¡Diana! ¿Qué haces?
—Nada, nada, caminando —respondió nerviosa.
—Diana... —No sabía si estaba bien contarlo, pero no le gustaba sentirse así. —Diana, al esclavo lindo creo que lo van a matar.
La sangre en el cuerpo de Diana se heló.
—Yo estaba con Jacob besándonos en el establo. Y no vayas a empezar con que es peligroso. Él soltó a sus perros, esos que siempre lleva con él, para asegurarnos que si alguien se acercaba entonces ellos nos alertarían. Los perros comenzaron a ladrar, yo me asusté, me escondí y Jacob fue a ver. Resulta que el esclavo quiso escapar. Jacob lo atrapó y se lo llevó a su hermana, pero...
—¿Pero?
—Se veía muy mal. Ambas sabemos que Esther lo matará. No es que me importe, es solo un esclavo, pero... él me pidió ayuda y yo qué podía hacer.
—Te odio, Adelaida, te odio.
Diana se fue corriendo con lágrimas en sus ojos. Adelaida frunció el ceño, sí ella se sentía medianamente mal por ser indiferente ante el dolor ajeno, pero de ahí a llorar por un esclavo.
***
David fue desnudado y atado a un poste de madera. Esta vez a Esther no le importó dejar marcas permanentes en su cuerpo. El trato era fácil, los latigazos acabarían cuando él dijera el nombre de su ayudante, pero él nunca lo haría. Y así latigazo a latigazo sintió como su piel era arrancada de su cuerpo.
Era tanto el dolor que su mente colapsó. Gritó ante cada latigazo, sabía que ahí moriría.
***
Hanna esperó hasta que supo que algo salió mal. Regresó a la casona buscando desesperadamente a Diana. No podía ir directamente al lugar dónde estuvo encerrado David. Debía ser cuidadosa, aunque no dejaba de tener un mal presentimiento.
***
Diana logró dar con el lugar dónde David estaba muriendo lentamente. Sabía que Esther no lo mataría, pero se acercaría mucho. Aunque había algo de distancia entre ella y ese pequeño calabozo, pudo escuchar los desgarradores gritos de David. Lloró más y más con cada grito, debía hacer algo, era lo más riesgoso que haría, incluso tal vez se pondría en evidencia, pero debía hacerlo.
Corrió de nuevo a la casona topándose con Hanna.
—¿Qué pasó? ¿Señorita qué pasó?
—Lo atraparon —agitada limpió sus lágrimas. Hanna suprimió un grito. —Yo arreglaré esto, él saldrá de ahí, lo sé, pero tú ve con Adelaida y actúa como si no supieras nada, atiéndela como todas las noches, excúsate diciendo que estuviste ayudando en la cena. Que ella no sepa de tus planes de escapar ¡Entiendes!
—Yo no puedo, debo verlo —susurró con lágrimas en sus ojos.
—Si alguien remotamente sospecha de ti estarás muerta. A él ella nunca lo matará, pero a ti nada la detendrá. Sé lo que debo hacer, confía en mí.
Hanna asintió y Diana se perdió escaleras arriba. Con nerviosismo llegó a esa habitación, sabía que ella la ayudaría, ella no dejaría morir a David. Tocó y una voz le dijo que entrara.
—Diana ¿Qué extraño verte a estas horas? —Stephanie estaba con sus cabellos trenzados y su ropa de cama escribiendo algo en su mesita de noche.
—Tía, debes ayudarme —Sin contenerse se arrodilló frente a ella llorando.
—Diana ¿Qué ocurre? —preocupada se arrodilló a su lado y la abrazó.
—Lady Cowan está matando a un esclavo en el calabozo.
—¡Qué!
—Tiene a un joven que es su esclavo, lo ha estado torturando desde que llegamos. Hoy lo atraparon escapando y ella lo está matando. No es justo, él no se merece esto. Tía, debes hacer algo, es un joven, él...
El llanto no la dejó hablar más, pero Stephanie no necesitaba más explicaciones.
—Iremos por él.
Stephanie se colocó su grueso abrigo y llamó a sus guardias. Elizabeth salió de su habitación debido al alboroto, pero no entendía nada de lo que estaba pasando. Los guardias le insistieron a Stephanie de que se quedara, ellos irían por el esclavo, pero ella no quiso escucharlos.
Elizabeth sujetó a Diana para que le explicara lo que estaba pasando y no dejó que acompañara a Stephanie, el capataz de Elizabeth fue el que los acompañó al único calabozo de la hacienda.
A medida que se fueron acercando las voces se hicieron más claras. Alguien sollozaba y otra voz gritaba. Jacob había decidido irse una vez la cuenta de los azotes pasaron los cincuenta, tampoco quería ver al niño muerto.
Stephanie ordenó con su mirada que abrieran la puerta y los guardias obedecieron. La puerta no estaba cerrada con seguro y les fue fácil entrar. Stephanie cerró los ojos ante la imagen frente a ella, era una espalda cubierta de rojo, una espalda destrozada. Sintió una gran punzada en su corazón. Abrió de nuevo los ojos para toparse con la mirada de Esther.
—¿Qué hace aquí su alteza? —Preguntó arrogante.
—Vine a llevarme a este niño.
—No lo hará, es mi esclavo. No tiene derechos.
—Claro que los tengo. Me lo llevaré y agradece que no ate tu inmundo cuerpo a mi caballo y lo arrastre en todo el camino de regreso a casa.
Esther furiosa hizo el gesto de cachetearla pero los guardias de Stephanie apuntaron sus armas a su cabeza.
—Sáquenla de mi vista —ordenó Stephanie.
David respiraba con dificultad, escuchaba todo muy lejano, sentía el frío de la muerte subir por sus piernas. Alguien acaricio su rostro, levantó su mirada y vio a un ángel.
Aquella mirada en ella le arrancó lágrimas de sincero dolor.
—Eres un ángel, llegó la hora de partir —susurró con sus labios resecos.
—Llegó la hora de ser libre. Debes vivir para verlo.
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Por fin pude taerles capi. Durante todo el mes de Agosto estoy de vacaciones así que pienso adelantar bien todo. Prometo traerles nuevo capi el lunes de la semana que viene. Es un capítulo largo!!!! Si los quieren más cortos me dicen, pero siempre me extiendo.
Mil disculpas por el abandono, no volverá a suceder. Sé que debo ser equilibrada con el trabajo, los estudios y la escritura.
Estoy estudiando Letras!!!! Por fin haciendo mi sueño realidad y por eso estos meses estuve tan perdida, pero buscaré el equilibrio, lo haré, porque de nada sirve estudiar si no escribo. Espero de verdad que les haya gustado.
El capi que viene ya será sobre Owen, en este fue mucho de David. Y ahora se viene lo bueno, porque Stephanie se ganó una nueva enemiga ¿Qué tal les pareció la actitud de Stephanie en este capi?
Besotes se les quiere!!!!
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