Capítulo 23.- Un adiós y un comienzo. El ciclo de la vida (Capítulo final)
Nota: Encontraran los videos de las melodías tocadas, así que sería lindo si las reproducieran mientras leen para que sientan mejor el momento.
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1 de noviembre, 1849. Londres.
Pese a las quejas del parlamento y de los consejeros, James decidió que Owen tuviera un entierro digno. Si bien la ceremonia se llevaría a cabo en la capilla del palacio, todo lucía hermosamente adornado con rosas blancas.
David aún no podía ponerse de pie, así que Stephanie decidió no comentarle del entierro.
Tan solo se encontraban Aimé, Arthur, Stephanie, James, Steve y Alberth con sus respectivas familias.
El ataúd estaba allí en medio, con la tenue luz de un rayo de luz alumbrándolo. Era un día extrañamente claro. Sin nubes grises, sin la amenaza de lluvia. El sol brillaba con gran esplendor y el cielo nunca fue más azul.
Aimé se acercó al ataúd y dejó el caracol que estaba dentro de la pieza de vidrio en las manos de Owen.
—El caracol desafortunado por el destino siempre fuiste tú, y ahora eres libre. Sé libre Owen. No eres mi hermano, ni mi tío, solo eres Owen y tal vez algún día volvamos a vernos. Dónde sea que estés no dejes de ser odioso. Siempre extrañaré a mi primer amigo.
Unas lágrimas cayeron sobre Owen y respirando hondo volvió al lugar al lado de sus padres.
El padre comenzó su discurso, pero aquellas era palabras vacías. Él no lo conocía, no tenía idea de sus sentimientos. El vacío discurso terminó y Estella dirigió a Jeremy al piano.
https://youtu.be/YFD2PPAqNbw
Aimé salió de sus pensamientos para entender lo que pasaba.
—No pude conocer bien al príncipe —comenzó diciendo Jeremy sentado en el banco del piano. Él lo llamó príncipe, no Owen, Jeremy sabía que Owen no era el príncipe, pero eso es lo que fue y no pensaba quitarle el título. Aimé internamente le agradeció ese gesto—, pero sé que amaba la buena música, en una oportunidad me lo comentó, y aunque las clases de piano que le prometí nunca llegaron a cumplirse, hoy quiero dedicarle esta melodía. Solo la música trasmite lo que las palabras no pueden expresar, la música puede resumir una vida y aun así no quitarle la gloria. No lo conocí para poder ver su alma, pero siempre que estaba las personas reían, tenía el don de hacer sentir bien, y creo que más allá de eso hay tantas cosas de él que jamás conoceremos, pero él me escuchó tocar esta canción una vez, me preguntó cómo se llamaba y yo le dije que "Silencio", él dijo que sonaba a él, así que hoy despido a un gran hombre que subsistió desde el silencio.
La triste melodía comenzó y todos los presentes arrancaron a llorar. Aimé con grandes lágrimas cayendo de su rostro, supo que esa melodía y solo ella decía todo lo que Owen era, todo lo que fue y tal vez lo que pudo ser.
Owen fue un joven alegre y decidido ante todos. Siempre caballeroso y atento, elocuente e inteligente; fuerte y perspicaz, pero nunca nadie conocería realmente su historia. David tenía su infancia, Joseph su adolescencia y parte de su adultez, pero nadie pudo saber lo que había en su corazón. Owen se fue sin saber el nombre de su madre, sin saber si alguna vez lo quiso. Owen no tuvo más familia, ni tampoco la esperanza de algún día encontrarlos. Pero no importó el origen de su sangre, ni su educación, había algo que nunca se borraría y era el amor, porque de todo lo que vivió lo más hermoso y significativo no fueron sus días de falso príncipes, fueron esos días en una colina helada, en dónde junto con su hermano vivió las más terribles y maravillosas aventuras, fueron esos días los que formaron su carácter.
Owen pudo ser tantas cosas si su madre no hubiera muerto cuando él tenía dos años y su padre se lo llevó con él. Jamás habría conocido a su sobrino, pero tal vez no habría vivido tantos horrores. Ya no había un hubiera para Owen, solo el sentimiento de que sin importar que fue criado para matar a la final decidió ser la víctima, porque una parte de él supo lo que era correcto, y allí ante sus ojos se presentó su tan querida libertad.
La melodía terminó y todos no paraban de llorar.
Sellaron el ataúd y lo llevaron al panteón familiar, sería enterrado junto con los miembros de la familia real.
—Fuiste un buen chico Owen, gracias por cuidar de mi hijo, por ser su familia cuando no tenía ninguna, por ser su fortaleza y protector. Gracias por haber sido mi hijo por unos meses. Sincera y verdaderamente te quise hijo, de verdad lo hice, y aún lo hago.
Stephanie lanzó sobre el ataúd el medallón con el águila, la muestra que había presentado Owen de ser el príncipe.
—Vuela como el águila.
James lloroso se acercó y es que era difícil odiar a ese chico. No importaba cuántas veces escuchó que pensaba asesinarlo.
—Eras mi hermano menor y de haberlo sabido te habría querido. Discúlpame por el daño que te hice, jamás fue mi intención. Dicen que me odiabas, yo solo espero que ahora me entiendas y me perdones. Yo no puedo hacer más que darte las gracias, por cuidar de Charles, por salvar a Arthur. No fuiste mi asesino, sino mi salvador, así que gracias, Owen Prestwick.
Arthur casi no podía respirar del profundo que era su llanto. Se arrodilló ante la fosa y sacó un pequeño caballo tallado de madera.
—Amabas los caballos, este te acompañará, sé que te habría gustado, lo estaba tallando para ti, debí dártelo antes pero supongo que no es tarde, porque debes estar en algún lugar burlándote de lo llorón que soy. Quiero crecer y algún día ser como tú, porque eres el hombre más genial que he conocido jamás, seré fuerte y valiente como tú, ya verás. Y no importan lo que digan, eres el único hermano mayor que tuve y que quiero.
La tierra comenzó a cubrir el hermoso ataúd negro. Stephanie abrazó a Aimé con un brazo y con el otro a Arthur. Ella siempre disfrutó que sus hijos se llevaran tan bien con Owen, fue rápida la forma en la que lo aceptaron en la familia, y ahora era tan difícil decirle adiós.
La tumba fue sellada y ya no había más que hacer allí.
***
Era de noche cuando Aimé pidió un carruaje y volvió a la tumba de Owen. Esta ya estaba terminada, lucía hermosa con su nombre grabado en letras doradas. La escritura decía:
"Owen Prestwick. Hijo y hermano amado. 1831 – 1849".
Aimé sacó el violín que cargaba con ella de su estuche.
—Mira lo que traje. Dijiste que te casarías con la mujer que tocara a la perfección El Trino del Diablo. Lo siento porque nunca pude perfeccionarlo, pero seamos honestos en ningún mundo nosotros habríamos terminados juntos —sonrió—, creo que solo seríamos siempre buenos amigos. Así que esta es la versión de una gran amiga que te quiere, te extraña y siempre te recordará.
Aimé comenzó el adagio y esa noche aquel cementerio se inundó de la melodía más hermosa creada a partir de un pacto con el diablo. Demostrando las cosas maravillosamente hermosas que pueden salir de la maldad.
25 de noviembre, 1849. Londres.
David se encuentra mucho mejor, aunque las heridas en la espalda duraran unos cuantos meses más en sanar. Sin embargo, ya no está débil, el dolor ya no es insoportable y poco a poco puede moverse con más agilidad.
Esos más de veinte días han sido bastante difíciles para él, porque ahora tiene una familia y extrañamente se siente más solo que nunca. Vive en un lugar desconocido al que no puede llamar hogar, no sabe nada de los modales y lo único que conoce del palacio es el cuarto del cuál no sale, y un poco el patio que ve desde la ventana de su habitación.
Le pidió a Stephanie que dejara a Allen quedarse con él, pero ambos se encuentran fuera de lugar en el pomposo palacio.
Ese día es especial porque es su presentación como príncipe. Muchas personas han venido a recibirlo, tuvo la oportunidad de conocer a su abuela, una señora muy hermosa y joven que lo abrazó con ternura.
Estuvieron preparándolo para ese día, y allí estaba, vestido con ropas que jamás pensó usar. Usando botones de oro y botas del más fino cuero. Estaba muy nervioso y al igual que todos esos días habló como si Adelaida se encontrara a su lado.
Stephanie fue a buscarlo y sonrió enormemente al verlo.
—¡Estás tan hermoso!
David no pudo hablar y es que su mamá era de verdad un ser celestial. Los mismos dioses debían tener envidia de su belleza.
—Vamos, todos están esperando.
Aimé, Arthur y James esperaban a David en la entrada del palacio. Él tragó saliva y es que era la primera vez, después de enterarse que era parte de la familia, que los veía juntos. A Aimé en todos esos días ni la había visto y Arthur entró un día a la habitación obligado por Stephanie.
—Hola a todos —esbozó nervioso.
—Mira nada más que hermoso te ves. Eres todo un príncipe. —Victoria llegando tras ellos lo abrazó con gran efusividad, algo no muy propio de ella.
Para intentar que los hermanos se unieran un poco, enviaron a David, Aimé y Arthur en un carruaje, y James, Stephanie y Victoria los siguieron en otro.
—Es injusto que tus ojos sean más lindos —bufó Arthur mirando con atención los ojos celestes de David. Él sonrió incómodo.
—Seguro Owen siempre te ganaba en las luchas —comentó Aimé, inspeccionándolo también.
—Sí, siempre lo hacía. Él era más fuerte y rápido.
—Cuéntanos de cuando eras niño, de Owen y tú. ¿Cómo era el abuelo?
Preguntó Arthur, y Aimé se interesó. A David no le gustaba hablar de Owen, era muy doloroso hacerlo, pero parecía ser la única forma de acercarse a esos jóvenes que eran sus hermanos, así que comenzó.
***
El conde William estaba más enfermo, al punto de no poder ponerse en pie, así que Adelaida, Diana, ni Elizabeth fueron a la presentación.
David creía que tropezaría de los nervios. Todos esos ojos sobre él. Más sin embargo cuando la población lo vieron todos concordaron en que no había duda, ese era su príncipe, era la viva imagen de la reina. Su aura trasmitía gentileza y su historia ya había robado los corazones de todos.
Había un almuerzo de celebración. Evitó comer excusándose con sentirse mal, comiendo solo un poco de sopa que era lo único que sabía comer con propiedad. Arthur riéndose de él le dijo que sería su maestro de protocolo.
—Eres mi hermano mayor pero parece que tienes mucho por aprender de mí —comentó Arthur alegre.
***
David le pidió a Stephanie si podía visitar la tumba de Owen esa tarde, y le pidió que por favor quería ir solo. Ella le dijo que se excusaría por él con los invitados y le aportó un carruaje.
Lo dejaron ir solo a la tumba que ya conocía, llevaba con él unas rosas. Su sorpresa fue grande cuando sentado al lado de la tumba se encontró con James.
En todos esos días no habían hablado. En la ceremonia de presentación James habló de él, incluso le dio un abrazo, pero tan formal y superficial que fue incómodo para ambos. Ahora por primera vez estaban solos y David tuvo ganas de darse la vuelta y apartarse de allí.
James escuchó el crujir de una rama y volteó encontrándose con David, quien al verse descubierto sonrió nervioso.
—Hola. —James con presura se puso de pie.
—Hola. No pensé encontrarlo aquí. ¿Qué...?
—¿Qué hago aquí? Yo... ¿Él me odiaba, cierto?
David asintió levemente.
—¿Crees que yo habría podido hacer algo para ganarme su perdón?
—Creo que todos tenemos la capacidad de perdonar los peores horrores, solo nos hace falta la disposición. Tal vez él podía llegar a entenderlo, o por el contrario nunca escucharía razones. Pero yo sé que él si lo habría perdonado. Nunca sabré por qué lo odiaba tanto, pero...
—¿Y tú? ¿Tú me perdonas?
—Yo... —David no sabía qué decir. Él no sentía ninguna especie de rencor hacia James—. Yo lo merecía.
—¡No! Claro que no, por mi culpa, yo... casi mueres por mi culpa, casi te maté, yo... No hay día que no desee retroceder el tiempo. Todo lo que has vivido ha sido mi culpa. Mi padre me odiaba y por ello pagaste tú, luego yo...
—Las marcas que llevo en mi espalda son lo de menos. —David se acercó más a él. Era tan extraño ver al rey vulnerable y estaba allí llorando por él. —Una persona que quise mucho me dijo que no importaba lo que dijeran, ni las marcas que tuviera, todos somos lo que hay en nuestro corazón, y eso nadie lo podrá quebrantar. Solo nosotros mismos podemos cambiar eso. Las heridas en mi espalda ahora molestan, pero llegara un momento en que deje de sentirlas y solo me acuerde de ellas cuando las vea en un espejo. Mis grandes pesadillas no son sobre usted azotándome, esa noche sentía que lo merecía, y aún lo creo, porque asesiné a mi hermano y...
—No es así, lo hiciste en defensa propia. No puedes culparte por ello.
—Tal vez algún día lo supere, pero ahora es muy pronto. —Limpió sus lágrimas e intentó sonreír.
—Yo necesito tu perdón. Jamás de haber sabido quién eras habría hecho algo tan ruin.
—Tal vez lo que deba aprender su majestad es que sin importar quien sea o las circunstancias en las que se encuentre, no debe cambiar quien es. Excusándose con mi búsqueda fue y asesino cuanta aldea se presentó en su camino.
—Eran rebeldes.
—Entiendo, lo entiendo, pero siempre hay mejores formas de actuar. No permita que el dolor lo cambie y lo transforme en un ser que sé que odia. Usted no es malo su majestad.
—¿Cómo lo sabes?
—Mi madre lo dice y yo le creo.
James rio en grande como hace mucho no hacía y David lo imitó.
—Y yo que creí que no estaba haciendo bien su trabajo de hablarle bien de mí a mi hijo. —Por un leve momento respiraron el aire frío y despejaron sus pensamientos. —Esto es lo extraño, que mi ennoia es que soy tu padre, pero la realidad es que debo esforzarme para ganármelo.
—¿Qué es ennoia? —preguntó curioso.
—Es lo que tu mente realmente piensa, sin prejuicios ni persuasiones. Lo que realmente eres, porque después de todo la mente lo es todo.
—¡Oh! —Esa nueva palabra le gustaba. —El hecho es que sin importar los años o experiencias, tú eres mi padre y yo soy tu hijo, y eso no cambiará.
James sintió sus ojos humedecerse de nuevo. Era hermoso escuchar a David llamarlo padre.
—Yo nunca perdonaré a mi padre. Tal vez por eso me parezca tan difícil de creer que tú puedas perdonarme.
—Creo que la ennoia del señor George no era ser padre. Hay quienes no nacieron para serlo, pero... usted hizo tanto para encontrarme. Vi las fotos, vi...
—Déjame recuperar el tiempo perdido —interrumpió James.
—Aún en ese señor que me maltrataba yo vi a un padre. Lloré por la muerte de ese hombre, porque sin importar qué, creía que era el único padre que tenía, bueno o malo, él era lo que tenía, y pensaba que en algún momento debió quererme, porque era su hijo, y todo padre ama a su hijo. Así que créame que no hay forma en la que pueda sentir alguna especie de rencor, no tengo nada que perdonarte padre, solo...
No terminó de hablar porque James emocionado lo abrazó y David le correspondió. Su sangre lo llamaba a sentirse cómodo entre los brazos de su padre, a sentirse feliz, y las lágrimas comenzaron a salir porque su corazón y mente lo supieron, ese era el lugar al que pertenecía, era el lugar en el que siempre debió estar, era a ese hombre al cuál siempre debió querer. Y allí en ese cementerio David se prometió internamente ser el mejor hijo.
***
En todos esos días Aimé estuvo perdida en sus propios pensamientos, pero ahora notó la ausencia de alguien importante. Ni Steven ni ningún miembro de su familia fueron a la presentación de Charles.
Era ya de noche y pocos invitados quedaban en el palacio. Iba a preguntarle a su madre si sabía algo cuando Amelie pasó por su lado casi empujándola. Llevaba una serie de medicinas en sus manos y se veía realmente apurada. Aimé la siguió, presentía que no se trataba de algo bueno. Sus miedos acrecentaron cuando reconoció la puerta de la habitación de Jeremy.
La temperatura corporal pasó de cálido a frío, esto no podía estar pasándole.
Entró lanzando la puerta y allí en medio de la cama estaba él. Vestía completamente de blanco, como si fuera un ángel esperando su regreso al cielo.
Steve, Claire y Estella lloraban calladamente a su lado, y Amelie estaba en el escritorio intentando mezclar los líquidos de los frascos de medicina que llevaba.
—¿Qué ocurre?
Ninguno tenía fuerzas para contestar. Fue Amelie quien lo hizo.
—Recayó hace una semana, el problema es que su cuerpo no responde a los medicamentos.
Amelie sentía que estaba en una carrera y se estaba quedando atrás. La muerte le estaba ganando y era una sensación tan frustrante.
Jeremy salió de su inconciencia buscando entre la oscuridad lo que fuera. Claire le tomó la mano intentando tranquilizarlo.
—Aquí estoy Jemy, tranquilo mi niño, tranquilo. —Claire nunca imaginó que diría las palabras que seguían, pero ya no podía seguir viendo como su hijo sufría tanto. —Jeremy ya es hora cariño, luchaste lo suficiente, hiciste lo que pudiste, nosotros estaremos bien y tú lo estarás, nos cuidarás a todos, ya es hora de descansar.
Aimé observó alarmada a Claire besando la frente de Jeremy, resignándose a la muerte.
—¡No! —gritó amargamente y corrió hasta subir a la cama de Jeremy, con su gran vestido, y gatear hasta él—. No puedes morir, me escuchas, no ha llegado la hora, ahora es que te falta por vivir. ¡No mueras!
—Aimé —susurró Jeremy distinguiendo su perfume.
Aimé se posicionó a su lado y tomó una de las manos de Jeremy para besarla con delicadeza.
—Estoy aquí y debes vivir, no puedes rendirte —esbozó con lágrimas en los ojos—. Tú también no puedes irte, no ahora, por favor, quédate.
Aimé lo abrazó, apoyando la cabeza en el abdomen de Jeremy y dejando que las lágrimas se desplazaran de sus mejillas a la blanca y suave camisa que cubría a Jeremy. Él sintió sus lágrimas, podía sentir el latido descontrolado del corazón de Aimé, y también, con lágrimas en los ojos, comenzó a acariciar los dorados rizos de la princesa sobre él.
Steve y Claire no dijeron nada, aunque la escena causó tristeza en ambos.
—Todo estará bien —susurró Jeremy—. Estoy listo. Desde que nací la muerte me ha acompañado, así que estoy listo. No pienses en esto como algo malo.
—¿Cómo no es algo malo? Dejaré de verte, escucharte, dejarás de estar aquí, ¿cómo puede eso no ser algo malo?
—Piensa en que por fin descansaré.
Era difícil para Jeremy respirar, todo en él gritaba por dormir y no despertar, pero él temía hacerlo. Aunque vivía en la oscuridad, por ese momento no quería cerrar los ojos, hacerlo era igual a dejar de sentir.
—¿Quieres descansar? ¿De verdad lo quieres? —preguntó Aimé ya más cerca del rostro de Jeremy, observando como cristalinas lágrimas de dolor salían de aquellos ojos grises.
—No —exclamó con dolor—, pero no hay nada que se pueda hacer.
—Solo quédate, no te rindas, quédate conmigo, no me dejes sola. Nunca creí necesitar a nadie, pero te necesito.
Jeremy alzó un poco la mano para tocar el rostro de Aimé, sintió la humedad de las lágrimas y de verdad deseaba que algún milagro ocurriera y su vida no fuera esa.
—Si pudiera me quedaría, si estuviera en mí dejaría de estar ciego y enfermo, pero esta es mi vida; y tal vez si yo fuera otro, alguien sano, jamás te habría conocido como ahora lo hago. Gracias por hacerme sentir vivo en medio de mi muerte.
—No, no te despidas. No lo hagas. No me dejes. Sé que no quieres.
—No quiero, pero no puedo.
Su respiración se hizo más agitada y Claire asustada corrió hacia él. Aimé no podía permitir que se fuera, asustada tomó el rostro de Jeremy intentando tranquilizarlo. Él la sentía e hizo lo imposible para luchar contra la muerte, tal vez no lo habría logrado, pero la más cálida de las sensaciones nació de sus labios y se propagó a todo su cuerpo, era como un pequeño soplo de vida, la pizca de energía necesaria para suspirar de nuevo.
Aimé lo besó, no porque lo planeara, sino porque su cuerpo la impulsó a aquella muestra de cariño que sabía a un adiós. Ese era su primer beso, uno dado en una gran habitación con tenue luz, con muchas personas a su alrededor, y con el receptor de su beso a punto de fallecer. Era él, ese niño hermoso y enfermizo que conoció de niña, y que desapareció a los ocho años, era él, el lindo joven ciego y con gran corazón, el merecedor de su primer beso, y Aimé supo que ella no merecía robarle un beso a ese ángel, pero ya no le importaba.
Amelie interrumpió la escena para darle la medicina a Jeremy. Se había ido de Londres precisamente para estudiar la enfermedad de Arthur, y tal parecía que sus estudios no estaban dando efecto. Esperaba que el nuevo coctel en algo sirviera para estabilizar el cuerpo del jovencito.
La medicina devolvió a Jeremy a un estado de inconsciencia. Claire lo abrazaba, al igual que Steve y Estella que se encontraba acostada un poco más debajo de Steve, acariciando el pecho de su hermano. Aimé no quiso irse, así que se quedó a los pies de Jeremy, cuidando su respiración.
Stephanie fue a verlos a lo largo de la noche, al igual que James. Stephanie decidió hacerse cargo de Edward y Claire se lo agradeció en gran manera.
26 de noviembre, 1849. Palacio de Buckingham, Londres.
Fue una larga y tormentosa noche, llena de momentos en los que parecía que Jeremy dejaría de respirar, con ataques de tos que tornaban el color de su rostro en un tono morado, con aquella fiebre que subía y bajaba repentinamente. Pero la mañana llegó, los primeros rayos del sol alumbraron la pálida y sudorosa piel de Jeremy y él algo somnoliento sonrió.
—¡Es de día! —exclamó.
Él sabía que era una gran victoria. Era una noche más de haber luchado cara a cara con la muerte y haberle ganado. Era un día más de posibilidades, esperanzas e ilusiones; un día más de creer en milagros.
—Buenos días campeón —dijo Steve enrollándolo más en sus brazos. No quería soltarlo jamás.
—Buenos días papá.
—¡Jemy!
Gritó Edward entrando a la habitación con una gran carrera. Saltó a la cama y llegó a la altura de Steve envolviéndolo en un fuerte abrazo. Stephanie y James veían la escena desde la puerta, sonriendo.
—¿Jemy no mori...? —preguntó Edward en su poco vocabulario.
—No, no morí —respondió Jeremy sonriendo—. No esta noche.
—Ni la noche de hoy, ni la de mañana, ni la de pasado —intervino Aimé, y Jeremy sonrió al notar que sus recuerdos no eran sueños productos de su imaginación—. Porque no pienso despedirme de ti en un futuro próximo. Así que vamos por otro día más.
20 de diciembre, 1849. Palacio de Buckingham, Londres.
Arthur se tomó en serio su trabajo de enseñarle a David todo lo necesario con respecto a protocolo, y David ponía todo de sí para aprender, aunque fuera demasiado conocimiento en tan poco tiempo.
Stephanie y James decidieron que David debía recuperarse bien antes de comenzar a recibir clases. Si por Stephanie fuera, no sometería a su hijo a rigurosos profesores, él debía descansar, poder ser libre, tener una vida de paz, pero siendo un futuro heredero eso de seguro no ocurriría.
—Feliz cumpleaños mi bebé —dijo Stephanie al oído de Arthur, despertándolo esa mañana. James la acompañaba.
—Feliz cumpleaños hijo.
Arthur somnoliento se dejó abrazar entre bostezos. La verdad no sabía si sus padres se acordaban de él. Fueron semanas en dónde David y Jeremy se llevaron toda la atención, aunque a él no le importaba.
—Ya tienes trece años. Te acercas a ser todo un hombre.
—¡Papá! Ya soy todo un hombre. A mi edad ya se entrenaban a los lores a ser comandantes.
James lleno de amor por su pequeño depositó un beso en los rubios rizos. Arthur sonrió divertido.
—Quiero hacerlo —dijo de pronto.
—¿Quieres qué Arthur? —preguntó Stephanie acercando su regalo.
—Quiero ser parte de la marina real.
—¡No! No lo harás —gritó Stephanie.
—Es lo que quiero —refutó Arthur—. Quiero ser un marino, recorrer el océano, conocer el mundo. Quiero... ser fuerte y poder defender a mi pueblo. Quiero hacerlo, y lo siento mucho mamá, pero es lo que quiero hacer.
—Yo... tú eres mi bebé, no puedo... ¿Por qué quieres dejarme? —interrogó Stephanie con dolor.
—Nos volveremos a ver. Créeme que te extrañaré como a nada en el mundo, porque eres mi todo, pero... siento que debo hacerlo. Te amo mamá y eso no cambiará, siempre estarás aquí en mi corazón, pero debo crecer. Tú lo dijiste una vez, estamos en este mundo para dejar algo bueno, yo quiero hacer algo bueno y no lo lograré encerrado en las cuatro paredes de este palacio.
—Si algo te pasa yo... —Stephanie no podía hablar debido al llanto.
—Nada me pasará. Confía en mí, aunque no lo creas, soy listo.
James sonrió y abrazó con gran orgullo a su pequeño. Claro que le dolía dejarlo ir, pero a la vez se sentía orgulloso del corazón noble de su pequeño.
—Siempre puedes esperar unos años más para ir —sugirió James.
—¡No! Quiero que sea pronto. Quiero crecer.
—Crecer no es tan lindo —mencionó Stephanie.
—Stephanie, es su cumpleaños —recalcó James.
—Tienes razón, yo... mejor toma tu desayuno. Hoy no hablaremos de la marina real.
—Pero sí quiero ir a la marina real —afirmó Arthur.
—Pero hoy no hablaremos de eso.
Arthur y James rieron, pero a Stephanie no le causó gracia.
***
Ese día en la noche tendrían una cena en celebración al cumpleaños del príncipe. Una cena muy íntima, ya que no se sentían con ganas de celebrar debido a la reciente muerte del medio hermano del rey.
La versión que se contó a la multitud fue que Owen era el medio hermano de James y se hizo pasar por su hijo para salvarle la vida, que murió defendiendo a David, y todo el pueblo no hizo más que continuar llorando por el valiente y noble bastardo.
En cuanto a Joseph, fue juzgado y condenado a muerte. James no quiso hablar con él, no pensaba caer de nuevo en las provocaciones que miles de veces le hicieron actuar sin pensar.
David por su parte quería saber qué fue de la vida de Owen en esos años que estuvieron separados. No fue mucho lo que pudo sacar de Joseph, él tenía una lengua venenosa que moriría con él. Al menos supo que Owen fue marino por un par de años, quiso olvidar la parte de que era el mejor asesino que Joseph hubiera conocido.
***
—Es el cumpleaños del príncipe y fuimos invitadas, así que arréglense —sugirió Elizabeth buscando un buen vestido.
—Yo no iré —exclamó Diana sonrojada.
—Yo tampoco —agregó Adelaida con desgano siguiendo con el bordado que estaba haciendo.
—¿Qué les ocurre? No podemos hacer ese desplante a la corona.
—Madre, allá estará David, él no ha hecho el mínimo intento por acercarse, claro que no iré a rogarle cariño.
—Entonces se indiferente —sugirió Elizabeth.
—¡Tampoco quiero ser indiferente! En cuanto lo vea sé que terminaré gritándole unas cuántas verdades.
—No puedes, porque es un príncipe y le debes respeto —continuó Elizabeth.
—¡Agh! Sé que no voy a respetarlo, así que mejor no voy.
—¿Y tú Diana?
—Yo... es que... me siento mal.
Las dos hermanas corrieron a esconderse en la habitación de Diana, y Adelaida no podía parar de reír con los nervios de Diana.
—Yo sé por qué no quieres ver al cumpleañero.
—¡Adelaida! No te burles, si estoy en esta situación es por tu culpa. Me da pena ir a felicitarlo por su cumpleaños después de todo ese teatro. No pisaré el palacio nunca más.
—Ni yo. Hasta quisiera irme muy lejos de aquí.
***
—Me dijeron que tú también me dejas —comentó Aimé con tristeza sentándose al lado de Arthur en el jardín.
—No es así Aimé. Yo...
—No, no importa, es tu vida pequeño, así que vívela. Solo que te extrañaré mucho, extrañaré a mi principito.
—Ni tanto —reprochó Arthur—. Apenas y estás notando mi presencia, me golpeaste, insultaste, y por último me dejaste a un lado por Jeremy, así que no, no me siento culpable por dejarte, porque a fin de cuentas ni te veo.
—El principito está celoso —bufoneó Aimé.
—Claro que no.
—Claro que sí.
Aimé comenzó a hacerle cosquillas y él intentó defenderse.
—¡Ya déjame! Esto no ayuda a mi proyección de hombre.
Aimé rio en grande.
—Arthur tú siempre serás importante. Eres como mi hijo.
—¡Hijo! ¿Cuántos años crees que nos llevamos?
—Siempre te he cuidado y no hay nada que quiera más que tu felicidad. Si alguien algún día se atreve a hacerte daño, que se cuide de mí. Te amo principito, nadie podrá robarte ese lugar.
Por un momento mantuvieron el silencio. Aimé abrazándolo y él dejándose abrazar.
—¿Cómo está Jeremy?
—Está mejor. —Suspiró. —Él parece que salió de peligro, pero se irá. —Sin querer los ojos se llenaron de lágrimas y Arthur lo notó.
—¿Por qué se irá?
—Amelie dice que el clima de Londres no le favorece, si sigue aquí morirá pronto, así que pasarán el fin de año aquí y se irán el primero de enero a América.
—¡Volverán a América!
—Sí, aunque ahora irán a un lugar más cálido. Algún lugar en américa del sur. Puede que no sobreviva al viaje, por eso Amelie irá con ellos.
—¿Tú quisieras ir?
—Sabes que no puedo.
—Él estará bien.
Aimé asintió y volvió a abrazar a su hermanito. En muy poco tiempo había perdido todo. Sus seres queridos se estaban alejando y nunca se sintió más sola y perdida.
***
David no tenía nada que regalarle a Arthur, pero él cumpleañero le indico que con no acercarse nunca más a Diana, sería más que suficiente. David no entendió lo de Diana, y Aimé le indicó con la mirada que no preguntara.
—Solo para aclarar, ahora soy un niño, pero algún día seré incluso más alto que tú —señaló a David midiéndose mentalmente con su hermano mayor—. Y cuándo ese día llegue la señorita Diana Conrad será mi esposa, así que por eso debes alejarte de ella.
—¡Oh! Entiendo. Estás enamorado de la señorita Diana. Ella es muy buena y...
—No veas las buenas cualidades de mi futura esposa —repuso Arthur.
—No te preocupes, yo estoy casado con Adelaida —respondió David sonriendo.
—No, no lo estás —argumentó Aimé—. Todavía se me hace gracioso que como castigo te hayan casado con ella. La gran Adelaida Conrad siendo la tortura de un esclavo, de verdad que su padrastro me cae bien. ¿Imagínate qué habría sido de ti si continuaras siendo un esclavo?
David sonrió sin desgano y por suerte fueron llamados para que entraran al comedor.
Él siguió el consejo de Aimé e imaginó como sería su vida en ese preciso momento de seguir siendo un esclavo. Recordó la pequeña y vieja casa de Alemania, sintió el calor de la desgastada chimenea y pudo oler la sopa hirviendo; Allen a un lado discutiendo y Adelaida alumbrada por las brasas ardientes, respondiéndole con alguna malvada ocurrencia. Sonrió ante aquel recuerdo. Volvió a la realidad, divisó el gran palacio, y su costosa y rara ropa, le fue extraño que por ese momento supo que extrañaba una parte de su antigua vida. Tal vez pasó tanto tiempo siendo esclavo que olvidó ser de otra forma.
***
David observó durante la cena que Aimé era muy atenta con el joven ciego a su lado. Él reía y ella reía con él, observándolo con gran cariño. Todos hablaban de Arthur y él respondía con alguna graciosa ocurrencia.
La abuela de David continuaba en el palacio y estaba sentada a su lado, siempre tomando su mano e indicándole los cubiertos correctos que debía usar de acuerdo al platillo frente a él.
La mamá de Adelaida se encontraba allí y disculpó la ausencia de sus hijas. Al terminar la cena, todos pasaron al cuarto de música para conversar un poco más.
—Buenas noches Lady Cowan —dijo David acercándose cohibido a Elizabeth.
—Buenas noches hijo —contestó sonriendo—. ¿Cómo has estado?
—Bien. Acostumbrándome apenas a todo esto. Quería saber cómo se encuentra el conde William de salud.
—Lamentablemente está muy mal. Hemos probado con diferentes médicos, pero nadie sabe decir qué tiene. Es muy parecida a la enfermedad que atacó a Mattew, dicen que tal vez sea algo hereditario.
—Lo siento mucho. Me gustaría visitarlo, él fue muy bueno conmigo.
—Estoy segura que le encantará verte. Siempre supo que serías un gran caballero.
Elizabeth dando por terminada la conversación iba a continuar en dirección a Claire para saber más de la salud de Jeremy, pero David la detuvo.
—¿Y Adelaida? —preguntó tan rápido que el nombre se enredó en la lengua.
—Está bien —contestó Elizabeth amable.
David quería escuchar algo más, saber de ella, pero parecía que eso no sería posible.
—Que bien —esbozó.
Elizabeth se retiró con una inclinación de su cabeza, y David se quedó con ganas de indagar más.
Era desesperante estar en un lugar tan grande y no saber a dónde mirar o qué hacer.
—Te ves cansado, ¿quieres descansar? —preguntó James acercándose a él.
—Creo que ahora me canso de no hacer nada —comentó arrancando una leve sonrisa en su padre.
—Ven conmigo. Te enseñaré a jugar ajedrez, es el juego de los reyes y los genios.
—Yo siempre le gano a tu padre —mencionó Amelie metiéndose en la conversación.
—Haz como que no escuchaste eso.
David agradeció que nadie los siguiera. Eran solo su padre y él en esa sala, él enseñándole las reglas de ese extraño juego y él disfrutando de un momento que jamás pensó cruzarse en su mente.
***
Cuando llegó la hora de dormir, se encontró de nuevo en esa hermosa y solitaria habitación. La noche que siempre fue su favorita, ahora solo venía llena de dolor. Los recuerdos lo atormentaban, y como todas las noches, tuvo que cubrirse la cabeza para intentar alejar a los fantasmas de sus recuerdos.
La noche era el momento en el que podía estar más cerca de Owen, casi podía tocarlo y oírlo, pero tenerlo cerca era doloroso.
Owen le gritaba que todo estaba bien, pero para David nunca lo estaría, nunca podría dejar de culparse por la muerte de su hermano, y pasarían años hasta que los recuerdos solo comenzaran a sacarle sonrisas tristes en vez de lágrimas amargas.
31 de diciembre, 1838. Francia.
Ellos no sabían nada de la existencia de algo llamado, "Navidad", así que esa fecha pasó como cualquier otra en sus vidas, pero sabían que ese día se acababa un año y comenzaba uno nuevo. El señor, que no podían llamar padre, salió ese día en la tarde y al parecer no volvería. Joseph hace semanas que no aparecía, así que estaban los dos niños solos.
Owen se colocó uno de los abrigos de Joseph y David tomó el abrigo más costoso de George. Juntos se sentaron frente a la chimenea con una taza de té caliente en sus pequeñas manos. David consiguió unas galletas escondidas en el cuarto de George y las tomaron a sabiendas que recibirían una gran paliza por ello.
—Cuando sea grande no quiero parecerme ni un poco a los dueños de estos abrigos —comentó Owen riendo.
—Yo tampoco —secundó David—. ¿Crees que el año que viene sea mejor?
—Sí, seremos ricos, nuestros padres aparecerán nos llevarán con ellos a un lugar en el que no haga tanto frío, comeremos mucho y no dormiremos en el suelo, podremos jugar sin que nos peguen y no tendremos que trabajar. —Ambos niños sonreían pero Owen cayó en la realidad. —Lo cierto es que nada de eso pasará. Seguiremos igual y hasta peor, cada año es peor.
—Pero sí han pasado cosas buenas, por ejemplo, los cochinitos de Marta. —Hace poco que Marta, la puerca, había tenido a sus bebés y David no podía dejar de verlos.
—Sí, los cerditos que cuando crezcan serán comidos. ¡Qué lindos! —comentó con sarcasmo.
—¡Se los comerán! No pueden hacerlo, Marta se pondrá triste, son sus bebés.
—Los animales se hicieron para comer.
—Pero... ellos son lindos, ellos...
Cuando Owen se dio cuenta ya David era un mar de lágrimas.
—David no llores, olvida lo que dije. —Se acercó a él para abrazarlo, aunque David continuó llorando.
—Cuando se los quiten a Marta ella llorará, y ellos llorarán porque los alejarán de su mamá. Una mamá no debería ser alejada de sus hijos. Ellos sufrirán mucho antes de morir, y ella...
—Ya deja de pensar en eso. Yo... estaba mintiendo.
—¿Sí morirán, cierto?
—No pienses en eso, ahora están vivos y Marta ni siquiera deja que los carguemos, ellos mismos no dejan que nos acerquemos, ¿crees que se dejarán agarrar por Joseph?
David sonrió y negó.
—En el nuevo año será prohibido matar cerditos —comentó David limpiando las lágrimas, y con la plena fe en que eso pasaría.
—En algún año tú serás un rey y decretarás que no se pueda matar ningún animal, ¿y entonces que comerás?
—Fruta.
—Entonces todos comeremos fruta porque el rey David lo dijo.
—¿Sabes qué deberíamos hacer? Liberar a los cerditos y Marta.
—¡David! —Owen sabía que no era una buena idea.
—Sabes que se los comerán, debemos hacer algo.
—Tú y tus ideas.
Pese a las negativas de Owen, terminó aceptando y juntos corrieron a abrir la reja que retenía a Marta y sus cerditos. Ellos dormían plácidamente, pero David comenzó a hacer ruido para hacer que salieran, y no perdieron tiempo en correr rápidamente y perderse de la vista de los pequeños.
—Quisiera encontrar a mi mamá —dijo Owen de pronto con un par de lágrimas luchando para salir de sus ojos.
David lo abrazó con todas sus fuerzas.
—Yo también —susurró—. Algún día la encontraremos, pero por ahora nos tenemos el uno al otro.
—Por siempre juntos, hermano, porque no importa lo que digan, tú eres mi hermano.
—Siempre, siempre juntos. Te quiero Owen.
—Te quiero David.
31 de diciembre, 1849. Palacio de Buckingham, Londres.
David despertó agitado y llorando. Las lágrimas simplemente se desplazaban sin pedir permiso. Soñó con aquel treinta y uno de diciembre que liberaron a los cerdos y luego George se encargó de casi matarlos a golpes.
Apenas estaba saliendo el sol y David de nuevo tuvo ganas de no haber vuelto a despertar, él no se merecía vivir.
La puerta de su habitación se abrió, pensó que sería Stephanie y se apresuró a limpiar los restos de lágrimas, pero sonrió al ver a un pequeño con el dedo en la boca corriendo hacia él.
Edward no pidió permiso, solo se subió a la cama con esfuerzo y se abrazó a David acostándose a su lado.
—¡Hola! —exclamó David cargándolo para ponerlo sobre sus piernas—. ¿Qué haces aquí?
—Jugar —dijo mostrando los dos únicos dientes de su dentadura.
David a falta de compañía, y debido a que Allen vivía metido con los sirvientes y en particular pasaba mucho tiempo con una jovencita, aceptó un día jugar con Edward, y al niño le encantaba David, tanto que se aprendió dónde quedaba su habitación, y ahora despertó temprano solo para buscar a su amigo.
—Es muy temprano, ¿no tienes sueño?
—No. Jugar fansma. —Agitaba sus manitas divertido.
—¿Fansma?
—¡Fansma! ¡Fansma!
—¡Oh! Fantasma. Juguemos al fantasma.
David se cubrió con la sábana y de inmediato Edward comenzó a reír histérico.
***
—Edward se lleva de maravilla con Charles —comentó Stephanie viendo a David jugando con el pequeño en el jardín, mientras ella tomaba el té con Claire.
—Sí, esta mañana me dio un susto cuando no lo encontré, pero ese tremendo se fue al cuarto de tu hijo. Lo malo es que lo extrañará.
—¿Tienes miedo? ¿Del viaje?
—Sí. Cuando vinimos acá Jeremy llegó muy mal, el viaje es muy largo y agotador, no sé si sobreviva y yo no... es difícil porque sé que es para alargar su vida, pero no sé si en cambio estaré acortándosela.
Stephanie abrazó a Claire. Como madre la entendía en gran manera, pero no existían palabras de alivio que pudiera decirle.
***
Aimé suspiró cuando terminó de arreglarse, ese día era el fin de un año bastante difícil y era el adiós de Jeremy. Quiso mentalizarse en disfrutar la cena y no pensar en el mañana.
Cuando bajó con su hermoso vestido azul logró divisar a Jeremy en un lado vistiendo un traje negro que lo hacía ver muy elegante, y atenuó un poco su juventud. Se veía bien de salud, y eso sacó una gran sonrisa en ella.
***
David vestía un gran traje azul oscuro, se quedó estático cuando vio a Adelaida entrar con su familia al salón.
Esa era la reunión para despedir a Steve y su familia, así que Adelaida y Diana se vieron obligadas a ir a despedirlos.
Adelaida terminó sentada al lado de Victor Bronwich en la cena, pero él insistió disimuladamente en cambiar lugar con David, quien estaba al lado de Estella. Y así terminaron Adelaida y él lado al lado, y Arthur muy lejos de él para indicarle qué cubiertos usar.
La sopa llegó y Adelaida vio de reojo como David titubeaba.
—La primera cucharilla a la derecha —susurró y continuó con su sopa.
—Gracias.
—Eres flojo —comentó ella riendo levemente.
—¡¿Qué?!
—¿Cómo es que aún no sabes con qué cubierto comes la sopa?
—Siempre es uno distinto —protestó—. Incluso hay sopas que no son calientes y es otra cosa.
—El príncipe que sabe matar y despellejar un conejo, pero no puede comer una sopa.
—No hay que seleccionar un cuchillo especial para hacerlo.
—Si supieras que sí lo hay.
—¡Oh, por favor!
Adelaida tuvo que tomar agua para reprimir una carcajada. Era una nueva experiencia ver a este David hasta el borde de su paciencia debido a los formalismos.
La cena continuó y Adelaida siguió indicándole los cubiertos correctos.
—Yo quería pedirle señor Yorks, permiso para enviarle cartas a Estella —dijo Victor con seguridad, creando un gran sonrojo en Estella y una enorme sonrisa en Albert, Catalina, Steve y Claire.
—Si ella acepta yo no tendré ningún inconveniente.
—Claro que acepto —respondió Estella con vergüenza.
—Ese es mi hijo —mencionó Albert con orgullo—. Se enamoró a primera vista como yo.
—¡Padre! —regañó Víctor.
—Pero es verdad —señaló James—. Albert vio a Catalina y de inmediato dijo: ella será la madre de mis hijos. Esa es su trágica historia de amor.
Todos rieron y Albert fingió sentirse ofendido.
—Nada que ver con la historia de James y Stephanie. Tú sí que la supiste hacer trágica —opinó Frederick ganándose la exclamación de los presentes.
—O como la de Steve y la mía —intervino Claire—. Casados sin conocernos, pero yo sabía que lo amaba y él termino amándome también.
—Te amo con todo mí ser y no dudes de ello. —Movido por el momento, pasó su mano alrededor del cuello de Claire y la acercó a él para darle un dulce y apasionado beso.
—No lo dudo —articuló ella en medio del beso.
Todos exclamaron un "Aw" y Steve les hizo una seña para que se callaran todos, lo que causó carcajadas en la mesa entera.
—Los viejos no deberían exhibir esas muestras de afecto —comentó Arthur bromeando.
—¿Cómo qué no? ¡Viejos a la caballería!
Frederick que estaba sentado al lado de Amelie, tomó su rostro y le dio un beso. Ella correspondió dándole un golpe.
—¡Amelie! —protestó Frederick tomándose la nariz.
El financiaba muchos de los laboratorios de Amelie, y aunque por los viajes de cada uno casi no se veían, el amor surgió, aunque era algo que se encargaron de esconder muy bien, pero ahora que ella se iba a América, y él iría tras ella, pensó que exponerlo no sería mala idea.
—¿Ustedes son novios? —preguntó James sin poder creerlo.
—Nos casaremos en América —contestó Frederick.
—¡Cállate! —gruñó Amelie.
Ella ya tenía treinta y dos años, y todo indicaba que se había quedado soltera para siempre, pero allí estaba a punto de comenzar una nueva vida completamente desconocida y que le aterraba.
El ánimo de la vela aumentó y, entre risas y recuerdos transcurrió la noche.
Adelaida no dejó de pensar que la historia de Claire se parecía un poco a la de ella, ¿sería posible que David llegara a amarla?
***
—¿Podemos hablar a solas? —preguntó David al terminar la cena, cuando todos se dirigían al salón del piano.
—Su majestad, es impropio que una dama y un caballero hablen bajo la oscuridad de la noche, se presta a malas interpretaciones.
—¿Cómo cuáles? ¿Y quién interpretaría? —preguntó cansado.
—Ay príncipe de ti nadie pensaría mal, en tal caso dirían algo como que quiero atraparte, o te estoy corrompiendo. Vamos a hablar donde quieras.
Adelaida comenzó a caminar hacia el cuarto de arte y David la siguió. Él hasta los momentos no había entrado a ese enorme salón lleno de esculturas y pinturas.
—Esto es hermoso —exclamó David impresionado.
. —¿No habías entrado? ¿Qué has estado haciendo durante todas estas semanas?
—Dormir. —Ambos rieron. —No es mentira, mientras mis heridas sanaban un poco lo único que hacía era dormir.
—¿Cómo te sientes? ¿Qué tal tu espalda?
—Mejor. Tú, ¿cómo estás?
—Bien, supongo, no he enfermado, no estoy muerta, así que bien. Luces triste —dijo con cuidado—, sonríes pero no eres sincero. No eres feliz.
—Es difícil. Ella es mi madre —señaló un enorme cuadro donde toda la familia, excepto él, estaba retratada—, él es mi padre, y no me cuesta llamarlos así. Él es mi hermano menor, ella mi hermana y yo soy el hermano mayor; este es mi hogar, pero... yo no puedo sentirlo así, yo estoy...
—Fuera de lugar —completó Adelaida—. David yo pasé solo un breve tiempo siendo esclava, y se me ha hecho difícil volver a esta vida. No salgo de casa porque no tolero continuar con ese respeto extremo al hablar con alguien. A veces me llevo la comida a la habitación para poder tomar el pollo con las manos y llevarlo a mi boca, así no más.
David rio porque eso era lo que él sentía.
—Estás en una vida que nunca si quiera imaginaste. Lo que vives no deja de ser irreal, es tan magnifico que es imposible, y por ello no puedes ser feliz.
—Dicen que soy un príncipe pero no puedo dejar de sentirme como un nadie.
—Pero no eres un nadie. Todos supieron que tú eras algo más, Hanna, Diana, Allen, tu propio hermano, yo... bueno yo siempre creí que solo eras un esclavo, pero... el punto es que no eres un nadie.
—El mismo día que perdí a Owen, perdí quien siempre creí que era, y todo lo que me ataba a él. Ya no soy David, soy Charles, pero es tan difícil hacerlo realidad, porque no quiero dejar de ser David, todos mis recuerdos son de él, lo que soy y... Necesito un poco de eso, de quien soy.
Adelaida se acercó y lo abrazó. Se sintió extraño al principio, pero solo por el hecho de que ya nada los ataba, rápidamente David le correspondió.
—Te extraño —dijo él sin pensarlo.
—Yo también. Si es el destino que estemos juntos, volveremos a estarlo, no importa cuando. Intenta disfrutar lo que siempre fue tuyo, te lo mereces.
Se alejó lo más pronto que pudo aunque David hizo presión en su cintura para no dejarla ir, al reaccionar la soltó y ella solo sonrió.
***
Jeremy se sentía cansado, pero no había nada que lo mantuviera más vivo que tocar el piano. Aimé lo ayudó a llegar al piano y él le agradeció sonriendo.
https://youtu.be/4Tr0otuiQuU
—Yo quisiera tocar una pieza que mi padre me enseñó cuando tenía cinco años. Me contó la historia de Beethoven, de cómo se dice que compuso esta pieza justo en el momento en que estaba perdiendo la audición. Mi padre me dijo, siente su frustración y tristeza; y la pregunta "¿Por qué?" se clavó en mi cabeza. Pero a lo largo de los años he encontrado nuevas preguntas y frases, nuevos sentimientos, porque para mí esta es la melodía del miedo a lo incierto, pero el agradecimiento a lo vivido. Porque la vida es melancólica y tristemente hermosa, y nosotros somos unos masoquistas que amamos el dolor que nos da la vida. Queremos retenerla, disfrutarla, y no olvidarla jamás. Sin más que decir, gracias por ser parte de mi triste y bello tormento.
La sonata claro de luna comenzó a emerger del movimiento de sus suaves dedos. El salón se llenó de magia, de la melancólica alegría de momentos que jamás se olvidarían.
Aimé comenzó a llorar en silencio, escondiendo el dolor del resto. Estella se aferró al pecho de su padre y dejó a las lágrimas correr. Edward por su parte se quedó dormido en los brazos de Claire.
Adelaida llegó y lo que escuchó era simplemente maravilloso. Luego de la mitad la sonata perdía su melancolía para dejar una serie de acordes que solo el más experto podría lograr y allí estaba Jeremy dejando su corazón en ello, sintiéndose vivo, porque entre las deliciosas notas no había tiempo para estar ciego y enfermo.
David entró detrás de Adelaida y se quedó allí deleitando sus oídos, él quería más de eso, y como si fuera una revelación, supo exactamente lo que quería aprender.
Jeremy culminó y todos aplaudieron emocionados. Él sonriendo limpió unas lágrimas rebeldes que salieron de sus ojos y se paró para hacer una reverencia. Iba a irse pero Adelaida lo detuvo.
—¡Espera! —corrió a acercarse a él y tomó la mano de Jeremy presentándose—. Sé que no me recuerdas, soy Adelaida Conrad, te conocí cuando eras muy niño, incluso fui a despedirte en el puerto cuando se fueron a América. Una vez dije que serías un gran compositor y no me equivoqué. Ahora, siempre he querido tocar al lado de un gran pianista, así que permíteme esta pieza.
—Claro. ¿Qué desea tocar señorita?
—Primero Consolación y luego Sueño de amor de...
—Liszt.
Adelaida tomó el violín que estaba cerca, probó que estuviera afinado, y le indicó a Jeremy para comenzar.
https://youtu.be/mDUCJB1PX9c
Ambas melodías eran para David y él lo supo, aunque Adelaida no abría los ojos, él lo supo. Ella tocaba de una forma exquisita, tan perfecta y cálida. La piel de David se erizó al sentir la calma que pretendía esparcir la melodía. Sin palabras Adelaida le decía: ahora hay dolor, pero todo estará bien, el mundo es bello y está ahí.
https://youtu.be/KpOtuoHL45Y
Aimé sintió envidia de lo bien que tocaba Adelaida, pero hizo eso a un lado para disfrutar de la hermosa melodía que tocaba Jeremy.
Una melodía terminó y de inmediato continuaron la siguiente. Adelaida había seleccionado bien su historia, una canción era de consuelo, la otra era de esperanza, porque lo que David quería ignorar es que la fuente de todo radica en el amor, ahora que sus grandes amores habían muerto se sentía perdido, pero Adelaida estaba allí diciéndole que le quedaba otro sueño y esperanza, y ese era encontrar el amor verdadero, estuviera este a su lado o no, existía y él lo encontraría.
***
David cerca de ser media noche decidió tomar un caballo y salir escondido del palacio. Adelaida vio cuando se fue, pero supuso la dirección que tomaría así que no dijo nada.
El panteón dónde se encontraba Owen no quedaba muy lejos. La luz de la luna lo ayudó a llegar a él, con un gran nudo contenido en su garganta corrió hasta la lápida y allí se lanzó llorando amargamente.
—Este año no tenía que terminar así. Fue el año en el que te encontré y el mismo en el que te perdí. Tú y yo estaríamos juntos por siempre, yo creía que sería cierto, ¿y tú? Pude vivir lejos de ti por casi siete años pero porque tenía la esperanza de que estarías allí, algún día volvería a verte y las promesas se cumplirían, ahora... ¿Cómo hago? Te extraño no sabes cuánto, tanto que no me importaría no tener nunca mamá o papá, con tal de que tú estés aquí. Esto no debía terminar así. Tendríamos una casa, comida, ropa, un perro, un violín y una oveja, seríamos libres y podríamos jugar sin que nos pegaran, podríamos reír en voz alta y dormir cuanto quisiéramos, pero eso se acabó, el sueño se quedó solo siendo un sueño y así murió. ¿Estarás en algún lado? ¿Y si lo estás cómo podré saberlo? Todo lo que conozco de ti es cuando eras un niño, y quiero creer que todos tus pensamientos y sueños no acabaron con los años. Quiero creer que te conocía, que al menos pude conocerte. Te extraño tanto hermano, y no creo que este dolor se apague nunca. Despediré este año con un nuevo sueño, uno más imposible que cualquiera de los anteriores. Vivir hasta dormir para siempre y despertar en aquella colina llena de nieve, dónde estemos solos tú, yo, y una casa caliente, dónde tu toques el violín y seamos dos niños que vuelven a empezar. Nunca te diré adiós Owen, porque cómo decirle adiós a lo que está tan presente, cómo despedirme de lo que siempre estará en mi corazón. No quiero ser feliz porque serlo es dejar de sentirte. ¡Oh dios! Dime qué hacer.
Tal vez fue solo una jugarreta de la brisa o de su mente desesperada por encontrar una respuesta, pero lo pudo escuchar, aquella melodía que escuchó una vez de niño, la razón por la cual el violín era parte de las cosas que siempre soñaron.
David sonrió entre lágrimas aferrándose lo más posible a esa lápida que era su única conexión con Owen. Allí en medio de la fría noche, él estaba abrazando a Owen y él le estaba sonriendo.
—¿Por qué estás llorando de nuevo David? —Escuchó en un recuerdo. —Todo estará bien. Te quiero David.
—Te quiero Owen.
***
—Hasta que volviste —regañó Adelaida jalándolo a una parte más privada—. Tu mamá está buscándote, le dije que estabas en el baño, así que mantén la mentira.
—¿Sabes que me fui?
—Sí, te vi. Sé que debías ir. Ahora sal, tu mamá te espera.
Él asintió y antes de irse envolvió a Adelaida en un fuerte abrazo.
—Gracias por todo.
Ella no dijo nada, aunque aquello le sonó a un adiós se guardó las lágrimas y solo sonrió cuando él la dejó.
***
—Feliz año nuevo —dijo Diana.
—Feliz año nuevo —correspondió Arthur sonriéndole. Antes estaba bostezando a punto de caerse del sueño, pero ahora que Diana por fin le había hablado, sus sentidos se despertaron rápidamente.
—Me enteré que irás a la Marina Real, felicitaciones. Solo ten cuidado por allá. ¿Cuándo comenzarás?
—Mi mamá no sabe pero debo empezar en diez días.
—¡Diez días! Es muy pronto, estás muy...
—No digas pequeño —refutó. Diana se calló—. Es la edad propicia para que comience, como soy de la realeza debo entrenarme a temprana edad, ser un buen líder.
—Solo cuídate. Hazlo por las razones correctas.
—Lo haré. Yo... quiero escribirte.
—¡¿Cómo?! —Diana comenzó a sudar.
—No importa si no me contestas, pero yo te escribiré cada día. Quiero que me esperes.
—Arthur, yo...
—Escucha. Cuando pasen los años la diferencia de edad entre ambos ni siquiera se verá. Yo creceré y solo quiero que esperes a que vuelva.
—Cuando vuelvas querrás a jovencitas menores que tú que estarán haciendo fila por ti, no querrás a una vieja solterona que nadie quiso.
—No. Yo siempre te querré a ti, lo sé. Yo volveré y te buscaré, si estás casada me destrozarás el corazón, pero si no entonces te pediré que seas mi esposa. Solo espérame.
—Arthur gracias por quererme tanto. No lo merezco, pero gracias.
—Te escribiré todos los días.
—Y yo te contestaré.
Arthur sonrió y Diana no supo si fue buena idea decirle que le contestaría, tal vez y por carta podría irlo convenciendo de que ella no era tan buena como él creía.
***
Eran las tres de la mañana cuando Aimé se escabulló a la habitación de Jeremy, ya quedaban horas para el amanecer, horas para que ese barco zarpara.
—Aimé —susurró despertando.
—Hola. Quería darte un regalo de año nuevo. La primera vez que me atreví a hablarte te obligué a subir a un caballo y te silbé esta canción para que te tranquilizaras.
https://youtu.be/ldXp_B9-NIc
La hermosa melodía de Silent Night llegó a los oídos de Jeremy y sonrió.
—Es una armónica.
—Sí, ese es mi regalo. En el barco no podrás tocar el piano, pero con esto la música siempre estará a tu lado.
Jeremy la tomó emocionado, la llevó a sus labios y una linda melodía salió.
—Cuando llegue a América te compondré una linda canción y te enviaré la partitura, así siempre me recordarás.
—Siempre te recordaré con o sin canción. Solo no dejes de luchar, promételo.
—Lo prometo. Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Él acarició el rostro de Aimé. Ambos estaban tan cerca que sentían la respiración del otro, ella sabiendo que era la última noche eliminó la distancia entre ellos para volver a rozar sus labios.
Jeremy le correspondió, sintiendo de nuevo que le robaba un poco de vida a Aime. Apenado sonrió.
—Llegué a pensar que la otra vez lo soñé —dijo.
—No, no fue un sueño. Te quiero Jeremy.
—Te amo Aimé.
Ella no dijo nada. Le indicó a Jeremy que volviera a acostarse y ella se acostó a su lado abrazándolo, quería disfrutar de ese par de horas más.
11 de enero, 1850. Palacio de Buckingham, Londres.
Stephanie era un mar de lágrimas, abrazaba a Arthur y no quería soltarlo.
—Mamá en un año volveré por unos días, te escribiré.
—¡Unos días! Yo no puedo verte solo unos días al año.
—Tendrás que hacerlo. Te quiero pero debo irme.
Arthur pidió ayuda con la mirada a su padre, y él se apuró a intentar jalar a Stephanie. Ella lo soltó con pesar, pero ahora fue James quien lo abrazó con fuerza.
—Cuídate, si en algún punto quieres devolverte solo dilo.
—Si papá.
—Nunca dejes de quererme.
—Nunca voy a dejar de hacerlo —respondió Arthur sonriendo.
—Principito te extrañaré, escríbeme a mí también —Aimé lo besó en la mejilla y se quedó un rato apreciando el aroma de su hermano.
—Charles —llamó Arthur—, Aimé cuidará que no busques a Diana.
—¿Continúas con eso? Puedes irte tranquilo. Que te vaya bien.
—Cuando vuelva será más alto que tú.
—No lo dudo.
Un abrazo más a todos, otro abrazo sin fin de Stephanie, más ruegos para desistir de ir, pero finalmente Arthur tomó su pequeña maleta y desapareció de la vista de todos luciendo aquel elegante traje blanco.
Una vez dejó de ver a su familia y ante él se presentó la escuela de la academia un nudo se formó en su garganta. Estaba dejando toda su vida atrás y aquello lo entristecía. Respiró hondo, siguió a sus superiores y ante el primer grito de mando supo que aquello sería difícil, pero él no dejaría que fuera imposible.
"Eres Arthur Frances Prestwick tú puedes".
21 de enero, 1850. Palacio de Buckingham, Londres.
Aimé no podía esconder su tristeza. Con la muerte de Owen, la ida de Jeremy y la de Arthur, su vida carecía de sentido. Los días pasaban en comer, dormir y mirar al vacío.
David se encontró con ella en una ocasión en la tumba de Owen, pero ella no quiso cruzar palabra. Ahora la veía al borde de ese árbol con la mirada perdida.
—¿Sabes francés? —preguntó David sentándose a su lado.
—Claro, también alemán.
—Toma —David depositó un libro en las manos de Aimé.
—¡Un libro!
—Era el favorito de Owen. No es que se nos permitiera tener muchos libros como favoritos, más bien fue el único libro que pudimos leer, bueno, leer incompleto. Fue un libro que nos dio esperanza. Te lo prestaré, espero que te guste.
—Gracias.
David se fue y ella comenzó a ojear el libro. En la portada estaba la dedicatoria para David escrita del puño y letra de Owen. Comenzó la lectura y se vio envuelta en ella hasta altas horas de la noche.
El día siguiente la agarró leyendo en vela. Cerró el libro y suspiró.
***
David estaba desayunando solo cuando un libro se posó a su lado.
—Ya lo leí. Muchas gracias, lo necesitaba.
No dijo más. Agarró una fresa del bol de frutas y corrió contenta.
Encontró a sus padres antes de que salieran de la habitación.
—Necesito hablar con ambos —pidió.
Aimé resplandecía y era extraño verla tan contenta, hace mucho de que luciera así.
—Claro hija, qué ocurre.
—Renuncio a ser princesa.
James y Stephanie no supieron cómo reaccionar.
—¿Qué dices?
—Leí un libro sobre una piel que concede deseos. Yo quiero que ustedes concedan mi deseo, es solo uno y pequeño. Quiero ir a América con Jeremy. El libro que leí es sobre qué es más importante, tener una larga vida pero insatisfecha, o una corta con todos los deseos cumplidos. Jeremy tiene los días contados y yo quiero pasar a su lado cada uno de ellos, quiero cumplir sus deseos, pero necesito que ustedes cumplan los míos.
—Aimé no sabes lo que dices, tienes solo quince años.
—Tengo quince años, y sé exactamente lo que quiero. Saben que nunca he sido feliz en el palacio, siempre me he sentido como una prisionera. No sé por qué nunca he sentido que este sea mi lugar. Me estoy consumiendo, necesito irme o no seré feliz jamás, prefiero ser feliz unos cuantos meses o años, que ser infeliz el resto de mi vida. Solo les pido que me dejen ir.
—Sabes que no puedes. Eres la princesa de Inglaterra.
—Por eso quiero que busquen la forma de que sea libre. Logren que viaje con otro apellido, siendo alguien nueva e inventen que me fui a internarme en el palacio de Escocia. Yo sé que ustedes pueden.
30 de enero, 1850. Palacio de Buckingham, Londres.
David se enteró de la nueva noticia, que Aimé iría a América en busca de Jeremy bajo un nuevo apellido. Aquella hermana con la que casi no hablaba, pasó de ser una triste joven, a sonreír e ir de un lado a otro en sus diligencias para irse.
Fue el ímpetu de Aimé de ir tras lo que amaba, lo que lo impulsó ese día a llegar a la casa de Adelaida. Era la primera vez que la veía, estaba acompañado de un buen número de guardias que lo custodiaban.
Adelaida ese día en particular no tenía ánimos de levantarse. Decidió que pasaría todo el día en cama, así que literalmente se cayó de esta cuando Diana llegó corriendo a decirle que David la esperaba.
—¿Está aquí?
—Sí, y te está buscando. Se ve algo nervioso, creo.
—¿Qué querrá? Cuidado y si no quiere que le dé consejo sobre alguna dama.
—Él nunca haría eso.
Diana ayudó a Adelaida con su vestido y en el menor tiempo posible estuvo lista para bajar. Se sorprendió al no verlo en la sala, pero luego lo encontró observando las flores en el jardín.
—Pensé que te cansaste de esperar y te fuiste —señaló acercándose.
—Quise salir. Es linda tu casa —nervioso intentó liberar un poco el cuello de su camisa.
—No es mi casa, es la del conde. Mi casa, la de mi padre, queda en otra zona, es hermosa, algún día te llevaré a que la conozcas. ¿Cómo estás?
—Yo... vine porque... quiero hacer las cosas bien. Yo no sé cómo es esto.
—¿A qué te refieres con esto?
—El cortejo.
—¡¿Quieres cortejarme?! ¿Eso quiere decir que te gusto? —Adelaida estaba que brincaba de la felicidad, aunque nada estaba dicho aún.
—Eres la mujer más linda que he visto en mi vida —Y aunque le dolió decirlo, no era mentira. Hanna tenía una belleza que iba más a lo que él sentía por conocerla, una belleza que se acrecentaba con la belleza de su corazón. Adelaida exteriormente era más bella, aunque David sabía que ella no era tan fría y calculadora como pretendía aparentar.
—Porque has visto pocas —dijo menos animada.
—¡No! He visto varias. Hubo un baile en el palacio, al cual no fuiste por cierto. Vinieron princesas de todo el mundo.
—¿Bailaste mucho?
—Tuve qué, aunque no sé bailar muy bien, me enseñaron en poco tiempo y solo el vals.
—Que no daría por verte bailar —Adelaida reía a lo grande. —Pero con eso no basta. No quiero que te conformes conmigo porque es lo único que conoces.
—No es así, yo...
—Te dije que algún día conocerás a alguien por la cual no te importará Hanna. Sentirás esa chispa en tu corazón, esas ansias de besarla y no soltarla. Ve y conoce más mujeres, y no te desesperes porque ahora es que tienes toda una vida por delante.
Adelaida se dio la vuelta y volvió a su habitación para derrumbarse una ve cerró la puerta.
—¿Por qué le dijiste eso? —reprochó Diana.
—Porque yo quiero que me ame, pero eso no pasará, ¿cierto?
Diana la abrazó mientras ella continuó llorando.
***
David salió de la casa, subió al carruaje y se detuvo en la plaza. Pese a las protestas de los guardias se bajó y habló con una joven que pasaba cerca. La joven casi se desmaya al reconocer que el lindo caballero que la detuvo era el príncipe.
David continuó, se encontró rodeado de muchas personas, habló con ellas, se presentó y volvió al carruaje.
***
—¿Dónde está Adelaida?
Ambas escucharon la voz de David en la casa y se miraron las unas a las otras buscando respuestas.
—¡No puede ser volvió! —exclamó Diana.
Adelaida a duras penas pudo ponerse de pie, iba a secar las lágrimas cuando la puerta de la habitación se abrió y David entró. Casi gritó de la sorpresa.
David notó que Adelaida estuvo llorando, y se veía más hermosa en su estado vulnerable.
—Ya conocí a más mujeres —dijo agitado por la corrida que había dado—. Como a veinte, las conté.
—¿Conociste a veinte mujeres en unos minutos?
—Fui a la plaza y hablé con ellas.
—Así no es, debes de verdad conocer mujeres, así no funciona, tú...
No pudo continuar hablando porque David la tomó de los brazos y la pegó hacia él.
—Dijiste que lo sentiría como una chispa —dijo a centímetros de los labios de Adelaida concentrado en mirar los ojos grises de la joven frente a él—. Que no querría dejar de abrazarla y besarla, eso es lo que siento por ti, porque cada parte de mí quiere estar a tu lado, sé que no importa cuántas mujeres conozca, ninguna será igual a ti. No hay noche que no te busque y sueñe contigo. Todos los días busco tus consejos, hablo contigo aunque no estés allí, recuerdo y no dejo de recordar nuestros días juntos. Incluso el primer beso en el establo se rememora en mi mente. Quiero estar contigo porque eres la mujer más terca, regañona, malhumorada, malcriada, fuerte, cálida, decidida y perfecta que conozco. No me importa tener mil días por delante, me conformo con tener tan solo uno a tu lado. Te a – mo, y ya no me importa decirlo en voz alta.
Antes de que Adelaida dijera algo fue David quien presionó la cintura de Adelaida más hacia él y sin preguntar o pedir permiso, probó aquellos labios rojos que tanto extrañaba. Podía contar con los dedos de una sola mano los besos con Adelaida, pero tenía la esperanza de en un futuro cercano no poder contar los millones de besos que se darían.
David saboreó sus labios, y aquel beso lleno de energía, dulzura y amor, no se comparaba con los anteriores, esos que siempre tuvieron el tono amargo de la culpa. Por primera vez besar a Adelaida no fue un pecado, tal y como ella dijo, por esos segundos dejó de pensar en Hanna para concentrarse en lo que su cuerpo sentía, esas ansías de continuar besando esa boca, las irremediables ganas de no separarse nunca más.
—Entonces... ¿Puedo cortejarte?
—Sí, claro que sí.
Adelaida se guindó en el cuello de David para besarlo de nuevo, no podía ser más feliz.
Diana riendo comenzó a aplaudir y fue allí que David notó su presencia y soltó a Adelaida con disimulo.
—Lo siento, yo...
—No hay nada que disculpar. Bienvenido a la familia Charles.
Diana salió a contarle la buena nueva a su mamá. Y Elizabeth saltó de la emoción, presentía que algo así ocurriría pero nada estaba escrito.
1 de agosto, 1850. Londres.
El cortejo de David duró dos meses, luego le pidió matrimonio. Fue emocionante para Adelaida recibir flores, chocolates, regalos y muchas cartas. Durante esos meses ella le estaba enseñando a David a tocar el piano, y él estaba aprendiendo rápidamente.
Tal vez de haber sido enseñado desde niño habría sido un prodigio, pero ahora no había tiempo para pensar en ello.
El palacio estaba muy solitario. Aimé se había ido poco después de su cumpleaños número dieciséis el cuatro de febrero, ya había llegado a América del sur, y estaba bien junto a Jeremy. En sus cartas contaba que todo estaba bien y le gustaba el nuevo caluroso clima.
De Arthur tenían noticias por las cartas que llegaban de forma irregular, acabando con los nervios de Stephanie, pero con él todo estaba bien. Le costó adaptarse a la nueva rígida vida de militar, pero le gustaba su nueva vida.
Seguían los rumores de una guerra inminente pero por ese día toda Inglaterra dejó de pensar en sus enemigos para concentrarse en la boda del futuro heredero.
Las calles estaban adornadas de rosas blancas, y todos se aglomeraron en la catedral de Westminster para presenciar la boda de la realeza.
—¿Estás nervioso? —preguntó James antes de salir del carruaje.
—No. Ya estuve casado con ella. —David sonrió.
—Eres un gran hombre.
James lo abrazó antes de salir. El nervioso era él y es que nunca se imaginó en la boda de su hijo. Todo era muy nostálgico porque apenas lo había recuperado y ya lo estaba perdiendo. Arthur no estaba, Aimé tampoco, y de pronto estaban Stephanie y él solos en ese gran palacio, como si el tiempo hubiera retrocedido, pero no se hubiera llevado el dolor de los años.
David intentó no ponerse nervioso del imponente lugar en el que se encontraba y con toda la multitud aglomerada para verlo. Reviró hacia la plebe y le dedicó una sonrisa sincera y un saludo, ellos gritaron aceptando a su príncipe.
El conde William murió una noche de Junio, fue un momento triste para David, incluso para Elizabeth que después de todo en los últimos meses con él comenzó a sentirle respeto. Así que Adelaida caminaría sola hacia el altar.
El vestido de Adelaida era tallado en la cintura y de falda frondosa, tipo princesa. No llevaba mucha joyería, solo unos delicados sarcillos de diamante y una fina pulsera sobre sus guantes de seda. El cabello perfectamente recogido en un moño dónde se posaba una pequeña corona y su largo velo.
Ella sí que estaba nerviosa, pero cuando la melodía comenzó a sonar y fue su turno de caminar, logró divisar a David al fondo y todo nerviosismo se fue.
Ellos se merecían esta nueva boda, una sin lágrimas y sin objeciones, una en dónde ambos estaban de acuerdo en su amor y en pasar el resto de sus vidas juntos.
Cuando dijeron acepto y sus labios se unieron, las campanas comenzaron a sonar y supieron que todo estaría bien. Se tenían el uno para el otro en esta nueva vida.
***
La recepción fue hermosa. Allen no dejó de decirles que dejaría su casa en Escocia para volver a vivir con ellos ahora que volvían a estar casados. A su parecer ellos necesitaban de él para su estabilidad matrimonial. Adelaida cerró la discusión con un gran no.
Claro que Allen no hablaba en serio, porque en Escocia lo esperaba su novia con la que pronto se casaría. Jo resultó ser todo lo que él esperaba de una mujer.
***
El momento de real nerviosismo para Adelaida se estaba presentando ahora frente a ella. Estaban David y ella solos en su noche de bodas.
Las sirvientas la ayudaron a quitarse el vestido y colocarse su ropa de cama. David la esperaba sentado en la cama y sonrió al verla lo que aminoró los nervios.
—¿No estás nervioso? —preguntó Adelaida sentándose a su lado.
—No he tenido las mejores experiencias con el sexo —señaló.
Ella se acercó más y depositó un corto beso en sus labios.
—Lo sé.
—Pero tú y yo no tendremos solo sexo, haremos el amor, y esa experiencia sí es nueva y será solo contigo.
Él comenzó en un beso lento que fue tomando camino. Poco a poco la espalda de Adelaida se apoyó en la cama, quedando allí a merced de David. Ella quería más y más de esos besos. Pronto los cuerpos de ambos comenzaron a quemar y sus manos no podían dejar de explorar lo desconocido, de conocer más y más. Los labios de ambos se dirigían a otras direcciones, conociéndose, amándose, saboreándose.
David sabía que no conocía lo que era hacer el amor, y ahora estaba más que seguro, porque lo que sentía no se compararía con nada de lo que anteriormente lo obligaron a sentir. Adelaida se convirtió en esa pequeña muñeca de porcelana que no quería romper, y cuidaría con todo su ser. David se convirtió para ella en todo, en su aire para respirar, en la sangre para poder andar.
Allí bajo la tenue luz de un par de velas, se entregaron el uno al otro, sabiendo que nunca más podrían separarse, porque habían nacido para pertenecerse, para ser esclavos de su amor.
***
James y Stephanie cansados se arrastraron hasta su cama. Ella se abrazó a él, y James le dio un pequeño beso antes de acomodarla bien sobre su pecho.
—Charles se casó —expresó Stephanie en medio de la oscuridad.
—Estamos solos de nuevo. Quiero un bebé.
Stephanie rio, pero sentía que él era sincero.
—Yo también. Quiero un bebé.
—Aún somos jóvenes, podemos tenerlo.
—Hagámoslo, tengamos un bebé.
James besó a Stephanie con emoción. Era el momento de comenzar una nueva etapa.
20 de agosto, 1851. Londres.
—Hola Owen. ¡Feliz Cumpleaños!
David se sentó como de costumbre al lado de la reluciente lápida, en el verde pasto.
—Conoce a tu sobrino —señaló al pequeño bebé en sus brazos.
Lo elevó un poco como si Owen fuera a asomarse en la tumba para ver al pequeño.
—Te dije que tenía miedo de que todo se complicara en el parto, pero gracias a Dios todo salió bien. Adelaida está recuperándose, no quería que trajera a Owen, pero tú tenías que conocerlo. Por cierto se llama Owen, como tú. Se llama Owen William Prestwick Conrad. Intentaré educarlo de la mejor manera y que sea fuerte y bueno como tú.
El pequeño Owen comenzó a despertar y David con ternura lo arrulló más contra su cuerpo.
—Nació el diez de este mes. Y no sabes cuánto lo amo, es... es lo más hermoso que he podido tener. Por él sería capaz de hacer locuras. Sé que si estuvieras aquí no pararías de cargarlo, jugar con él y cuidarlo, así como me cuidaste a mí. Espero que me hayas perdonado, y que me perdones porque siento que no iré pronto a tu lado. Viviré y lucharé por este pequeño Owen, quiero que él crezca con todo lo que nunca tuvimos, pero sin dejar de ser bueno. Siempre le hablaré de su gran tío al que le debe su nombre. Gracias hermano por darme la oportunidad de vivir, gracias por permitirme conocer a mis padres, y ahora poder cargar a mi hijo, no sé por qué la vida se empeñó en que ambos no disfrutáramos de lo mismo, pero gracias, gracias, gracias. Como siempre y para toda la vida, te amo hermano.
El cielo comenzó a ponerse más gris y David supo que debía irse antes de que su bebé agarrara frío. Besó la lápida y dejó un pequeño chocolate sobre la tumba de Owen, su regalo de cumpleaños.
Bajó la colina protegiendo a ese pequeño bebé, de piel muy blanca, cabello rubio y ojos grises. Besó la delicada frente y con lágrimas en los ojos lo acercó más a él.
—Te amo tanto bebé, por ti haría lo que fuera.
David nunca sabría que esas mismas palabras fueron expresadas por su padre el primer día que lo cargó en sus brazos.
Con la amenaza de lluvia David volvió a casa, donde una desesperada Adelaida le arrancó a Owen de los brazos para protegerlo en su pecho. David se disculpó y la besó, ella dejó de estar molesta para dejarse abrazar y alimentar al pequeño Owen desde la calidez de los brazos de su esposo.
David observaba a su esposa e hijo y supo que el sufrimiento de toda su vida había valido la pena, porque la recompensa era más grandiosa y valiosa que todo lo que había vivido. No podía saber lo que el futuro les tenía deparado, pero ahora más que nunca sabía que tarde o temprano, y aunque parezca imposible, las esperanzas se transforman en maravillosas realidades. Porque la vida quita y también da, y aunque los que se van jamás volverán, es la belleza de sus recuerdos la mancuerna para sobrevivir y luchar en el mundo donde el dolor abunda y la felicidad escasea; en el mundo en el cual como seres masoquistas no queremos dejar de vivir, porque amamos el hermoso dolor de la vida.
Fin.
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Y llegamos al final!
Aún faltan tres epílogos. Uno para Elizabeth, otro de Diana y el final de Aimé. Además falta conocer al nuevo miembro de la familia real. Les agradeceré individualmente al final de los epílogos, por ahora un millón de gracias por estar aquí, leyendo esta historia que tanto miedo me dio publicar, apoyándome y alegrándome con cada uno de sus comentarios.
Ennoia en trama era más oscura que Cupido y espero que de ambas novelas hayan aprendido que vale la pena continuar levantándose pese a los problemas, porque aquellos breves momentos de felicidad lo son todo, y son más que suficientes para continuar en este mundo cruel. La vida es dolorosamente hermosa, así que disfrutemos cada día, demos gracias por lo que tenemos porque no sabremos en qué momento lo perderemos, luchemos por lo que queremos, y siempre sigamos a nuestra ennoia, ese verdadero ser que siempre estará allí esperando que dejemos los prejuicios y las ideas exteriores a un lado y lo dejemos salir. Seamos siempre nosotros mismos y no dejemos que nadie nos cambie.
Nos seguimos leyendo en los próximos epílogos y como siempre espero que les haya gustado este capítulo final.
Besotes y abrazotes!!!!
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