Capítulo 22.- Encontrando el verdadero destino. (Penúltimo capítulo)

30 de octubre 1849. Londres.

Las campanas continuaban su lúgubre vaivén y su sonido apuñalaba como una daga el corazón de Stephanie y James.

Steve alejó a Stephanie de un destrozado James que no quería dar la cara; en su mente no dejaba de rememorar los gritos de su hijo siendo agredido por él.

Stephanie sintiendo esa gran opresión en el pecho dejó de luchar y comenzó a correr hacia el lugar dónde su hijo yacía muerto. Los guardias comenzaron a seguirla y Elizabeth también fue tras ella. Las lágrimas nunca dejarían de caer, y ella ya no quería limpiarlas, tan solo quería llegar allá, ver con sus propios ojos a su niño muerto, tomarlo entre sus brazos e irse con él; eso haría.

James no podía reaccionar. Su padre se había vengado y parte de su venganza era la cordura de James.

—Soy un monstruo, un monstruo —balbuceó abrazando sus rodillas en posición fetal.

Steve intentó levantarlo pero él lloraba y gritaba. No merecía seguir viviendo, no merecía nada.

***

Horas antes.

—¿Cómo vamos a ayudarlo? —preguntó Diana nerviosa.

—Con los medios que tengamos.

—No tenemos nada. Adelaida, no hay nada que podamos hacer. David morirá y...

Diana comenzó a hiperventilar y Adelaida tuvo que sostenerla para tranquilizarla.

—No podemos pensar así. No me rendiré, haré lo que sea para salvar a David, así tenga que matar yo misma al rey para conseguirlo.

Diana le indicó que callara, no eran pensamientos que pudiera expresar en voz alta, pero Adelaida supo que precisamente eso es lo que debía hacer.

—¡Eso es! ¡Debemos asesinar al rey!

—¡Estás loca! No digas esas cosas.

—No tenemos que matarlo, solo amenazarlo. Diana no me mires así, es la única manera.

—¿Y cómo piensas acercarte al rey? ¿Crees poder salir del palacio arrastrando al rey y de paso con la libertad de David que está al otro lado?

—En la colina. Todos estarán en la colina, tenemos que acercarnos al rey, amenazarlo de muerte, obligarlo a que libere a David. No sé cómo vamos a hacerlo, pero lo haremos.

La mente de Adelaida trabajaba en un posible plan, engranando cada aspecto, intentando darle una solución al enigma.

—Supongamos que llegas al rey, posas una daga en su cuello, lo amenazas, ¿qué pasa si él prefiere ver muerto a David más de lo que quiere vivir? Tiene a todo un ejército que te disparará y adiós acto heroico.

—Jamás pensé que fueras tan pesimista. Diana, ayúdame, piensa.

—No hay nada que podamos hacer. Si tan solo Stephanie creyera en David.

—¡Eso es! El rey ama a su reina, y a su vez ama a sus hijos. Tomemos a Stephanie, a Arthur y Aimé. Nos tendrá que dar a David.

—¿Cómo piensas hacer eso?

—Creo que Stephanie no impedirá que me acerque a ella durante la ceremonia. Fingiré que me da igual David, le pediré que me ayude y estaré a su lado, o eso espero.

—¡¿Eso esperas?! Te digo que no hay nada que podamos hacer.

—Yo tal vez no, pero tú sí. Me dijiste que Arthur declaró el amor que siente por ti.

—Adelaida es un niño —respondió ofendida.

—Por lo mismo que es un niño será fácil de manipular. Y lo harás porque de ello depende la vida de David.

—¿Qué es lo que piensas hacer?

***

Aunque Diana era conocida en el palacio, en esos momentos de tensión no estaba permitido que ella tuviera acceso al palacio. Ella solicitó hablar con Arthur y el mayordomo al escucharla alejó a los guardias y les pidió que esperaran a que le informara al príncipe.

El mayordomo, al igual que la mayoría de la servidumbre, conocía el amor que Arthur profesaba por la señorita Conrad, así que notificarle que ella lo buscaba alegraría el corazón del niño en sobremanera.

Arthur estaba fuera de la habitación de Stephanie cuando llegaron a sus oídos las gratas y sorpresivas noticias.

No recordaría nunca si corrió o no, solo que fue impresionante e inusual ver a Diana esperándolo. Lucía hermosa como siempre, aunque a su parecer estaba más hermosa que nunca, si es que eso fuera posible.

Con nervios y sin saber qué decir se acercó, y ella al escuchar los pasos volteó a verlo. Nunca le hubo dedicado una sonrisa igual.

—¡Arthur! —Recorrió la distancia entre ellos, y sin que se lo esperara lo cubrió en un cálido abrazo. —Siento mucho tu perdida.

Arthur no pudo corresponder ese abrazo, simplemente no estaba dentro de sí. Ella lo abrazaba, le susurraba al oído, pero él aún no lo creía.

—Sé lo que sientes. Cuando perdí a mi padre sentí que el mundo ya no era un lugar para vivir, todo perdió sentido, solo vivía para respirar y nada más. Pero aunque ahora parezca difícil de creer, el tiempo cura todo. —Se separó solo un poco de Arthur para sonreírle. Podía notar el éxtasis de Arthur y se sintió miserable. —¿Cómo está la reina?

—Yo... ella... ellos... nosotros... quiero decir... la señora... que digo... mi mamá... está... bien. —Arthur era un gran manojo de nervios. ¿Cómo es que un abrazo podía transmitirle tanto calor? —¡No! Miento, no porque sea un mentiroso y quiera mentir, no, yo no soy así, es que... mi mamá está mal, destrozada, hecha nada.

—Nunca podré imaginar el dolor que siente su majestad la reina, esta situación es tan lamentable. Quiero que sepas que estaré allí siempre por si necesitas alguien con quien hablar. No dudes en buscarme Arthur. Aunque sé que ya eres todo un hombre, igual si necesitas una amiga aquí estaré.

—¿Quieres ser mi amiga?

—Claro. La vida nos ha distanciado, pero quiero conocerte, por supuesto, solo si el príncipe me lo permite.

—¿El príncipe? Owen murió —susurró como si fuera un pecado decirlo.

—Me refería a ti —susurró Diana en cambio.

—¡Ah! —Arthur enrojeció. —Yo si quiero conocerte mejor —esbozó tan bajo que a Diana fue difícil entenderlo.

—Yo también quería pedirle perdón a tu mamá, y a ti, en realidad a todos. —Los ojos de Diana comenzaron a llenarse de lágrimas y Arthur se apuró a extenderle un pañuelo.

—¿Por qué tienes que pedirnos perdón? Tú no has hecho nada. No estés triste.

Diana veía la preocupación sincera de Arthur y se sentía el ser más miserable del mundo.

—Sí la tengo. Yo traje a ese miserable esclavo a sus vidas...

Las manos de Diana temblaban. Ella no era Adelaida para mantener el teatro, ella nunca pudo mentir a un grado tan extremo, pero ese mismo nerviosismo ayudó a hacer su actuación más real.

—Por mi culpa la reina lo conoció, yo no podía saber, yo... —Tapo su boca para aminorar el llanto.

—Tú estabas enamorada de él —dijo Arthur, no molesto, sino sintiendo lástima.

—¡No! Él catequizó a mi hermana obligándola a casarse con él. Ha sido una completa desgracia para mi familia. Adelaida lo odia, y yo también. Toda esta situación es tan lamentable, pero lo único bueno es que él morirá. —Sentía que podía caerle un rayo en ese mismo momento por tantas mentiras juntas.

—Pero tú parecías quererlo mucho —acotó Arthur.

—Yo solo quería ayudar a alguien que parecía necesitar ayuda, pensaba que se estaba cometiendo una injusticia con él. Además que...

"Dilo. Adelaida dijo que debías ser atrevida, así que dilo. Debes hacerle creer que te gusta. ¡Oh Dios! No puedo hacerle esto a un niño. No es correcto".

—Lo que pasa es que David me recordaba a ti.

—¡A mí! —Arthur se debate entre brincar de la felicidad o sentirse ofendido.

—Creo que tú serás muy parecido a David, claro físicamente hablando. Aunque tú eres todo un caballero de sangre noble así que claro que serás mucho mejor. Más alto, tus facciones son más fuertes y masculinas. —Las mejillas de Diana estaban sonrojadas debido a la vergüenza. Pero el más sonrojado era Arthur. —En realidad no sé qué tenía en la cabeza para ver alguna similitud entre tú y él.

"Debes continuar, di lo último que Adelaida te dijo. ¡Ay! Por David. Hazlo por David. Pero él está tan... Eres un monstruo Diana".

Arthur estaba tan sonrojado que las mejillas quemaban, y le era imposible alzar la vista hacia Diana. Solo quería que sus rizos fueran más largos para poder cubrir su rostro.

—Yo... yo solo creo que... buscaba desesperadamente una versión más grande de ti.

—¡¿Qué?! ¿Tú...?

El mayordomo lo interrumpió informándole que su padre solicitaba hablar con él.

Diana palideció porque aún no había conseguido lo que quería.

—Creo que debo retirarme —comentó Arthur con timidez.

—Yo también debo hacerlo. Arthur, ¿irás a la colina hoy?

—Sí lo haré, ese esclavo merece morir, y yo quiero ver como se venga la muerte de mi hermano —respondió seguro.

—¿Podría acompañarte?

—¿Quieres ir? ¿Creí que no...?

—Adelaida también quisiera estar allí. Te digo que será satisfactorio, además quisiera acompañarte en este duro suceso, eso es lo que hacen las personas que se quieren, se acompañan en los momento difíciles.

Arthur quería preguntarle si ella lo quería, pero se calló ante lo ilógico de su pregunta.

—Entonces... ¿Me dejas acompañarte?

—Claro. Yo estaré encantado, no sé si... ¿Cómo sería?

—Pasa a buscarme. Yo estaré esperándote. Creo que ya no te entretengo más, hasta pronto Arthur.

La última indicación de Adelaida era que le diera un beso en la mejilla. Lo cual iba en contra de todo protocolo y decencia, pero Adelaida decía que era sumamente necesario si querían usar a Arthur de caballo de Troya.

Diana se acercó a Arthur notando que el mayordomo ya se había ido y estaban solos. Dirigió los labios a la mejilla de Arthur pero él sin entender movió su cabeza terminando el beso en la comisura de los labios del príncipe. Arthur no respiró y Diana se alejó totalmente avergonzada.

—Yo... no... oh... discúlpame... Nos vemos en la tarde. Estaré esperándote.

Sin más Diana recorrió el espacio entre el patio y el castillo en largos pasos. Cuando salió se permitió respirar, sintiendo la gran agitación de su corazón.

Arthur no podía sentirse del todo alegre, pero tampoco del todo triste. Debía estar desolado por la muerte de su hermano y lo estaba, pero el amor de su vida lo había besado, ¿cómo no sentirse feliz por ello?

Era tanta su necesidad de creer en ese pequeño roce de labios, que no se permitió pensar en lo extraño que fue todo eso. Su rayo de esperanza era aquella conversación, ese beso, y nada más importó.

***

Lo que Arthur menos deseaba es que Diana lo viera con los restos de sangre debido al golpe de Aimé. Su hermana le preguntó qué hacían buscando a Diana, pero él la ignoró.

Diana vestía un gran y elegante vestido negro, y una capa negra de fondo rojo de abrigo. Era difícil para ella esconder el nerviosismo que la embargaba.

Aimé de reojo la observó y notó aquellas manos temblorosas.

—¿Tú no estabas enamorada del esclavo ese?

—No, claro que no. Se casó con mi hermana, ¿cómo podría amarlo? Viene a apoyarlos a ambos. ¿El rey y la reina ya se encuentran allá?

—No. Tal vez no vengan —respondió Aimé sin muchos ánimos.

Diana mordió sus labios. Que los reyes no fueran no era bueno para sus planes.

***

Adelaida se abrió paso entre toda aquella multitud que enardecida pedía a gritos la muerte del esclavo. Logró posicionarse lo más cerca posible al lugar dónde la familia real se encontraría. Allen también estaba listo a actuar.

Los minutos pasaban, los gritos aumentaban, el sol se escondía cada vez más y el corazón de Adelaida amenazaba con dejar de funcionar. Adelaida no dejaba de observar los cientos de guardias, las miles de personas presentes, un escape resultaba algo imposible, solo un milagro haría que su plan funcionara, supo que su vida estaba contada. No pasaría mucho tiempo para que volviera a esa colina pero a ser la protagonista del espectáculo. No había mundo en dónde pudiera escapar con David y tener un final feliz, los cazarían y los torturarían, pero pese a todo pronóstico le era inaudito no hacer nada.

"Pelearemos hasta el final; de eso se trata la vida: luchar aunque no haya esperanza; luchar por la persecución de un sueño; luchar dejando el corazón en ello".

Suspiró y presionó el cuchillo dentro de la capa negra que la escondía.

***

Esa tarde Diana supo el gran poder del odio. Toda Londres estaba arrejuntada en aquella colina frente a la torre. Muchos de los presentes ni siquiera podrían ver bien el ahorcamiento, pero eso era lo de menos, querían gritar y celebrar la muerte de aquel asesino.

Los guardias empujaron todo lo que pudieron para poder abrir paso a los príncipes. Justo al lado de la tarima había un pequeño lugar separado por una barda de madera y con unos asientos toscos, en donde la realeza podría presenciar la ejecución.

Todos se extrañaron de no ver al rey y la reina presentes, pero amaban a los jóvenes príncipes, así que los recibieron con grandes aplausos.

Diana buscó y buscó con la mirada hasta que reconoció el rostro de Adelaida. Ella le interrogaba con la mirada y Diana la entendió, solo negó y Adelaida supo que todo sería más difícil, pero debía continuar.

Todos querían esperar la llegada de James, y Aimé al notarlo llamó al general para dar las indicaciones de su padre. La ejecución no podía retrasarse, ella no lo permitiría.

Diana aprovechó que Aimé estaba distraída para abordar a Arthur.

—Arthur, mi hermana está acá, ¿podría subir? Ella también quiere ver la ejecución, le gustaría que ese miserable muera viendo su rostro de satisfacción.

Arthur estaba arrepentido de estar en ese lugar, los gritos lo ensordecieron, todo era caótico para él. Reviró a donde Diana señalaba y vio a Adelaida le hizo una seña a los guardias de que la dejaran subir y ellos obedecieron.

—Muchísimas gracias.

Diana sonrió y al voltearse para recibir a Adelaida, sin querer rozó la mano de Arthur, creando en ambos un sonrojo, uno por vergüenza, el otro por enamoramiento.

Diana abrazó a Adelaida y se posicionaron tras los príncipes. Aimé continuaba hablando con el general, así que no notó ni le importó que hubiera otra persona más allí junto a ellos. Adelaida conservó su capa para no ser reconocida, y Diana también llevaba cubierta la cabeza.

Faltaban pocos minutos cuando David apareció. Los gritos se intensificaron, las personas se empujaban para estar más cerca, y la tarima comenzó a vibrar.

Arthur notó que la madera bajo sus pies crujía, toda la situación lo tenía nervioso. Diana notó lo asustado que estaba el pequeño príncipe y desde su posición tras él, le tomó la mano. Arthur se tensó pero no reviró a verla.

—Es para que no sientas miedo —susurró Diana tras él.

Quería comentar que debido al alboroto y la capa, nadie notaría que le tenía la mano agarrada, pero creyó que no era necesaria tanta explicación.

Diana tuvo que suprimir el llanto al ver a David, estaba totalmente destrozado. Los rizos dorados chorreando sangre, su rostro amoratado y roto. Ya lo habían matado. Quería arrodillarse y llorar amargamente pero suspiró, solo dejó que un par de lágrimas se escaparan de sus ojos.

Arthur observó aterrado es estado del esclavo. ¿Qué habían hecho con él? Sabía que se lo merecía, pero ver a un ser humano así era inadmisible.

Aimé estaba contenta. Pensó en las mil torturas que ese desgraciado se merecía y estaba complacida al ver que sí lo habían torturado, estaba sufriendo todo ese dolor, y aunque no era suficiente, se sentía un poco bien con ella misma.

Adelaida se mordió el labio hasta que sangró, presionó sus puños, suspiró, desvió la mirada, miró al cielo, intentó pensar en algo diferente, no quería ver en frente, no deseaba caer en la realidad, no quería llorar. Pero lo tenía a solo unos cuantos metros de ella, y el nudo de la muerte ya rodeaba su cuello, su mirada se encontró con la de él y no hizo más que sonreírle, quería decirle que todo estaría bien, pero esa sonrisa que su cuerpo formó era más la sonrisa de un adiós. Sonrió y las lágrimas no dejaron de brotar.

El cielo se hizo más gris y las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer. Era de lo más común que lloviera en Londres, pero para Adelaida era la señal de que hasta los ángeles lloraban por la injusticia que estaba a punto de cometerse. David cerró los ojos, tal vez sintiendo por última vez las gotas de lluvia, y las campanas anunciando el cumplimiento de la ejecución comenzaron a sonar.

—Te demoraste mucho Allen —murmuró Adelaida limpiando sus lágrimas.

***

Las personas más alejadas de la colina, las que no podían ver más que una mancha, comenzaron a celebrar la ejecución del asesino. Los más cercanos se miraban los unos a los otros, y el caos comenzó.

Aimé no entendía por qué las campanas sonaron antes de tiempo.

—¡Abran la escotilla! —gritó al ver que los guardias no sabían que hacer.

Iba a gritar una segunda vez pero un cuchillo rodeó su garganta.

—Yo siendo tú no gritaría una vez más —dijo Adelaida al oído de la princesa.

Aimé con gran ira pensó luchar, pero Adelaida con su mano libre apuñaló su brazo izquierdo, sacándole un grito de dolor, a la vez que con rapidez sostuvo las dos manos de Aimé tras ella, usando su mano izquierda.

—No eres la única dama de alta sociedad fuerte —comentó Adelaida, presionando más sus manos, así como ejerciendo presión en la garganta con el cuchillo.

***

Arthur no logró ver a Aimé cuando un cuchillo también amenazó su garganta.

—Si me amas como dices, no harás nada para huir. No lo hago por mí, sino por mi hermana. ¿Me entiendes?

Arthur asintió aunque no dejó de sentirse engañado. Tanta era su tristeza que no tenía ánimos de hacer nada. Dejó que Diana amenazándolo, lo acercara más hacia su hermana.

Aimé lo vio y quiso matarlo con la mirada.

***

—¡Libérenlo! —gritó Adelaida acercándose más al lado de David con Aimé como rehén—. Háganlo o la mataré.

Por la confusión de las campanas aún sonando, todo en la colina era un caos, la población por la euforia comenzaron a empujarse unos a los otros. Había personas pisadas, niños que se estaban ahogando, y guardias que no tenían cómo controlar la situación. Los más cercanos veían horrorizados como ambos príncipes eran tomados como rehenes.

Los guardias haciendo caso omiso a Adelaida, comenzaron a acercarse. Apuntaron sus armas hacia ambas hermanas, entonces ellas colocaron a los príncipes como escudos, cubriéndose las espaldas.

—¡La mataré! No estoy jugando, ¡lo haré! ¡Libérenlo!

Se acercaron más y Adelaida bajó el cuchillo del cuello de Aimé y apuñaló su pierna, a travesando la pesada tela del vestido. Aimé se mordió los labios para no gritar y solo entonces los guardias se detuvieron.

Arthur estaba de espaldas a Aimé, escuchó el grito y se asustó.

—No pasa nada, esto acabará pronto, no les pasará nada malo —prometió Diana.

***

David al escuchar las campanas creyó que ya había caído y la muerte lo había abrazado, incluso agradeció no haberlo sentido. No obstante, abrió los ojos y continuaba allí. Sus pies pisaban esa madera podrida y Adelaida estaba cada vez más cerca amenazando a una señorita.

Estaba tan agotado, había perdido tanta sangre que su vista era borrosa, no escuchaba bien, sentía que todo eso era irreal. Quiso hablar pero le fue imposible, pronto se desvanecería.

***

—Eres una maldita Adelaida —vociferó Aimé con gran enojo—. Ni creas que saldrás libre de esto. Te atraparan y yo misma te mataré como a la cucaracha que eres.

—No si yo lo hago antes, princesa.

Más armas rodearon a Diana y Adelaida. La menor de las hermanas temblaba y Arthur lo notó. ¿Qué sería de la vida de Diana luego de eso? ¿Podía él odiarla por amar a otro?

—¡Bajen las armas! —gritó Arthur—. No pueden arriesgar la vida de mi hermana, es la única heredera. ¡Bájenlas!

Los guardias dudaron. Aimé iba a gritar que no le hicieran caso a su hermano pero Adelaida le hizo un pequeño corte en el cuello que de inmediato comenzó a sangrar y los guardias se detuvieron.

—¡Libérenlo ya!

—¿Y cómo piensas escapar? —preguntó Aimé con burla.

En eso una flecha pasó por el cielo cortando la cuerda que sujetaba el cuello de David. David cayó con pesadez, le era imposible mantenerse de pie. Le costaba respirar, poco a poco sus sentidos le decían adiós.

Un rostro conocido se hizo presente en la tarima y Aimé no pudo creerlo, era el herrero que ya había olvidado.

Allen subió portando un arma, con el arco guindado en su espalda, y arrastrando consigo a un pequeño de cabellos negros y piel blanca, el niño lloraba. El general reconoció al pequeño y el pequeño gritó hacia él cuando lo vio.

—¡Bajen las armas! —gritó el general—. Es mi hijo.

—Es su único hijo —aclaró Adelaida—. Y todos sabemos cuánto le costó conseguirlo. ¿Lo dejará morir?

Aunque el general dio una orden, pocos la obedecieron. Su labor estaba más allá de lo sentimental. Las únicas vidas importantes eran la de los príncipes.

—Si asesinas a nuestros príncipes nosotros acabaremos con el esclavo —mencionó uno de los guardias apuntando al cuerpo de David en el suelo.

—Si los liberamos igual lo harán. Hazlo y ve como tus príncipes mueren —contestó Adelaida manteniendo la fortaleza.

***

Stephanie no fue por el camino principal. Corrió por el más corto que la llevaría a la colina de la torre, ese que solo se conseguía a travesando los patios reales. No recordaba cuando fue la última vez que corrió por el campo con tanta urgencia.

Fueron los nervios, la adrenalina en su cuerpo, lo que la ayudó a correr sin cansarse. Llegó a la parte trasera de la colina, dónde podía ver el paredón pero no lo que ocurría. Las campanas seguían retumbando y sin descansar subió la empinada colina.

Se detuvo antes de asomarse. Quería prepararse ante la imagen que se encontraría, aunque nunca estaría preparada para ello. Las personas gritaban mucho mientras ella estaba acercándose, ahora notaba que los gritos habían disminuido.

—Me iré con el esclavo y los príncipes y nadie me detendrá.

Stephanie escuchó ese grito, reconoció esa voz, y sin esperar apareció.

David estaba en el suelo intentando levantar la cabeza. ¡Estaba vivo!

Stephanie no vio nada más. Corrió, subió. Los gritos cesaron, nadie fue capaz de siquiera respirar, la reina había llegado.

Ella no miró a su alrededor, se arrodilló al lado de David y con desespero tomó su rostro logrando que sus iris verdes conectaran con los celestes de su primogénito.

Los guardias presentes, los que intentaban aniquilar a Adelaida y Aimé, interrogaron a los guardias reales que llegaron tras le reina. El general de ellos, les indico que no se movieran y bajaran sus armas, y así hicieron.

Stephanie no podía creer que su hijo continuara vivo. Llorando de felicidad besó la frente de su pequeño.

David casi no podía ver, pero siempre la reconocería a ella.

—Mi ángel —esbozó.

—Tu madre, soy tu mamá, David. Eres mi hijo, eres mi Charles.

Adelaida la escuchó y sorprendida soltó a Aimé.

—Estarás bien, ya verás que estarás bien.

David no entendía, pero esos besos en su rostro eran como soplos de vida. Quería abrazarla y quedarse así por siempre.

—Rápido, necesita atención médica —indicó Stephanie, abrazándolo y ayudándolo a sentarse.

Adelaida corrió a su lado a ayudarla, al igual que Allen, pero los guardias no sabían qué hacer. La multitud estaba confundida. ¿Por qué la reina besaba la frente del asesino de su hijo?

Stephanie notó la ausencia de colaboración y gritó más fuerte.

—Él es el príncipe Charles Daniel Prestwick, ¡traigan ayuda ya!

La conmoción fue mayor, pero no necesitaban de su ayuda. Allen cargó a David y tenían una carreta lista para el escape.

—Mamá, ¿qué dijiste? —preguntó Aimé con ira y lágrimas en los ojos, siguiendo a Stephanie y finalmente tomándola de la mano para detenerla.

—Ahora no Aimé. —Stephanie continuó pero Aimé volvió a detenerla.

—¡¿Qué dijiste?!

—Él es tu hermano, él es Charles, Owen no era tu hermano.

Aimé se quedó ahí asimilando lo que su madre había dicho. ¿Cómo podía ese esclavo ser su hermano? ¿Quién era Owen?

La multitud les abrió paso y subieron a la carreta del conde William. Stephanie indicó que fueran al palacio y Adelaida se estaba encargando de despertar a David.

—Gracias —susurró Stephanie observando a Adelaida—. Gracias por salvar a mi hijo.

—No lo hice por usted, él es mi esposo.

Stephanie sonrió aunque las lágrimas no dejaban de brotar de los ojos de ambas.

***

El sonido de varios carruajes entrando al palacio alertaron a todos. Steve corrió escaleras abajo para ver qué ocurría.

James no quería saber, de seguro era el cuerpo de su hijo, ese que él asesinó. Se tapó los oídos y se hizo un ovillo en el rincón más apartado y oscuro de la habitación. Amelie lo observó con gran preocupación, ella no sabía bien qué ocurría, pero sentía que la culpa de James no lo dejaría vivir. Ese príncipe soberbio que alguna vez conoció había muerto y tal vez nunca volvería. Quiso acercarse, darle algo de apoyo, aunque ella no era buena con palabras lindas. Dio dos pasos hacia él cuando Steven entró agitado.

—Amelie debes bajar, ya, te necesitan, corre.

Ella no preguntó, solo obedeció.

—¡James! ¡James!

Tuvo que ir hasta él, tomarlo fuertemente, arrancar las manos de sus oídos y obligarlo a mirarlo.

—¡Está vivo! Tú hijo está vivo.

La mirada de James cambió a una de sorpresa y felicidad. Nunca imaginó que sus plegarias desesperadas serían escuchadas, esa suplica por un milagro que sabía nunca llegaría, pero ahora se encontraba allí.

Tropezando con sus pies se levantó y corrió, no sabía la dirección, solo que sabría llegar a él, a ese hijo que por sus prejuicios no reconoció, al pequeño que por poco asesinó.

***

Stephanie no soportó ver la espalda de David, tuvo que alejarse y mirar hacia la ventana para tranquilizarse. Había tanta impotencia dentro de ella.

Adelaida fue más fuerte y con un trapo y una vasija de agua, comenzó a limpiar un poco el rostro de David. Él pasaba de la conciencia a la inconciencia. Eran pocos los minutos que se mantenía despierto, y cuando lo estaba no se daba cuenta porque todo era muy vago y borroso.

Amelie entró lanzando las puertas y se detuvo en seco ante el cuerpo que se presentó frente a ella.

—Traigan mucha agua fría. Desinfecten las heridas —ordenó—. Yo iré por mi equipo.

En el pasillo se tropezó con James, pero ambos continuaron corriendo en direcciones diferentes.

James entró y su pequeña felicidad desapareció al presenciar su propia obra de terror. Era como en sus sueños, exactamente como en sus recuerdos.

James consternado se acercó hasta arrodillarse a la altura del rostro de David. Él estaba boca abajo, ya la piel de su rostro estaba limpia, blanca como siempre, aunque con algunos tonos morados y oscuros, debido a los golpes, otros rojo por las cortadas. Uno que otro rizo ya lucía su dorado común, mientras otros seguían teñidos del rojo de su sangre. James lo observó sin poder respirar, como si estuviera viendo a un ser mágico, irreal, como si fuera la más bella obra de arte.

Posó la mano en los largos rizos y acarició su cabeza. David se ladeó un poco y suspiró. A la mente de James vinieron los recuerdos de cuando Charles era un bebé y él amaba cuidar su sueño, acercaba siempre el oído a la pequeña nariz para verificar que estuviera respirando, siempre con miedo de que alguna noche dejara de hacerlo.

Todos esos recuerdos se aglomeraron en sus ojos en forma de lágrimas. Se acercó y depositó un beso en la blanca frente.

—¡Perdóname! ¡Perdóname! ¡Perdóname! —el susurro se convirtió en grito y el llanto silencioso en uno profundo y desgarrador.

Abrazó a David mientras no dejaba de rogarle que lo perdonara.

Stephanie nunca lo había visto llorar de esa manera. Cuando Charles fue raptado, James lloró con ella, pero siempre manteniendo la compostura, el optimismo, siendo el rey fuerte que debía ser. Ahora estaba allí completamente roto. Rogando por un perdón que creía no merecer. Su alma estaba quebrada, y aunque Stephanie lo acusó y sintió odio por él, ahora no podía pasar por alto que le dolía verlo de esa manera. La vida jugó con ellos de la peor manera, ninguno de ellos se merecían todo eso.

Amelie escuchó los ruegos de James y quedó anonadada con lo vulnerable que se veía. Ese era un padre rogando el perdón de su hijo.

—James yo no dejaré que muera —aseguró Amelie captando su atención—. Pero primero hay que hacer que se vaya el peligro, así que déjenme hacer mi trabajo.

James esperó afuera aunque sus consejeros y el primer ministro ya lo atosigaban esperando una explicación.

Adelaida se quedó junto con Stephanie, y los ayudantes de Amelie.

La situación de David era grave, sus heridas eran fuertes y comenzaron el proceso de infección. Amelie coció las más grandes y el resto las curó. Era demasiado dolor para el cuerpo de David, así que decidió tenerlo dormido.

***

Aimé regresó al palacio arrastrada por Arthur. El doctor de la familia saturó sus heridas. Cojeaba debido al dolor en la cortada de su pierna, pero era lo suficientemente fuerte para soportarlo.

Tanto Arthur como ella querían respuestas, pero todos parecían demasiados ocupados para dárselas. Ya harta de ser ignorada, Aimé entró al cuarto en dónde atendían al esclavo y su madre se encontraba. Quedó desconcertada al ver la espalda destrozada del esclavo. Amelie insertaba y sacaba aquella aguja ensangrentada en esa piel desgarrada.

—¡Aimé! No deberías estar aquí —Stephanie corrió a su lado, tomó su mano y la sacó de la habitación.

—Necesito que me digas qué ocurre. ¿Por qué lo salvaste? ¿Qué hace aquí? ¡Él mató a Owen!

—¡Él es mi hijo y es tu hermano!

Arthur corrió hacia Stephanie, él también quería saber.

Stephanie sabía que para Aimé todo estaba siendo demasiado, ella misma no salía del asombro. Tomó las manos de sus hijos y los sentó en el sofá, debía explicarles con cuidado, era una historia muy difícil de creer.

***

—¿Cómo puedes estar tan segura? Él podría ser el medio hermano de papá, y Owen nuestro hermano.

—No es así. David tiene la marca en su tobillo, además yo lo siento. Aquí en mi corazón lo sé y creo que siempre lo supe. David es Charles, lo sé.

Aimé no quiso escuchar más. Vencida corrió a su habitación, no quería creer lo que decían de Owen, aunque a la vez todo parecía encajar.

***

El parlamento, los consejeros, todos, querían cerciorarse de la veracidad de la nueva información. No se permitirían aceptar un nuevo príncipe falso. Joseph fue trasladado esa misma noche a la torre en dónde comenzarían a interrogarlo, usando los más oscuros métodos.

***

Allen se encontraba en la cocina del palacio esperando que alguien se compadeciera de él y le informara sobre el estado de David.

Jo quien moría de hambre se apareció por allí y fijó su mirada en el sirviente sentado a un lado.

—¿Trabajas aquí? —preguntó sentándose a su lado.

—No. Yo espero noticias de mi amigo.

—¿Quién es tu amigo? Podría ayudar, sé muchas cosas de este palacio, por ejemplo, ¿sabías que el príncipe que murió no era el príncipe sino el esclavo ese que se llama David? Y todo lo descubrí yo —mencionó orgullosa.

—Algo de eso entendí, pero no entiendo, ¿cómo puede David ser el príncipe?

—Te contaré. Yo soy algo así como la heroína aquí. De no ser por mí esto no se habría descubierto, y el príncipe estaría muerto, el rey habría matado a su propio hijo. Te digo que el viejo Prestwick era malévolo. En pocas palabras, yo salvé a esta familia.

—No, yo salvé a David. Di mi vida por él, de no ser por mí estaría muerto —refutó solo para molestar a la joven a su lado.

—Oh sirviente no quieras llevarte mi gloria. ¿Quién eres?

—El mejor amigo de David, que ahora parece que es un príncipe, y soy un herrero en realidad. —Tomó una manzana de la mesa y la mordió sin decoro.

—¡Herrero! Ahora entiendo tus brazos.

—¿Estás mirando mis brazos? —preguntó sonriendo.

—Claro, los tienes ahí para verlos, ¿no?

—Eres rara. —Se quedó mirándola y ella realmente era diferente. Lo imitó en tomar una manzana y comenzó a comérsela a grandes mordiscos. —Y linda —concluyó.

—Lo sé —acotó sonriendo con orgullo.

—Eres... francesa. —Percibió en su marcado acento.

— Comme vous deviné? (¿Cómo adivinaste?)

— Ma mère était française (Mi mamá era francesa).

—Y la futura madre de tus hijos también lo será.

Allen solo sonrió, era tan extraño conseguir a una joven doncella que no enrojeciera, se intimidara, que fuera tan espontánea.

—Sabes, por hoy dejaré que seas la heroína de este cuento.

—Entonces prepárate para oír hasta el mínimo detalle. Aunque aclaro algo, no importa cuántos músculos tengas, yo siempre seré la heroína.

***

Elizabeth obligó a Adelaida a salir un momento, a tomar un poco de té y comer algo para recobrar fuerzas. Ella no quería alejarse de David, pero entendió que la reina necesitaba algo de privacidad con su hijo.

Ya pasaba de medianoche cuando Stephanie con la cabeza de David sobre sus piernas, se quedó allí sola, observándolo.

La puerta chilló dándole paso a un James temeroso.

—¿Puedo pasar? —preguntó sin poder ver a los ojos a Stephanie.

Ella asintió.

James cerró la puerta con cuidado y caminó hasta la cabecera de la cama.

Una tela blanca, muy suave y ligera, cubría la espalda de David. Sus rizos ya lucían dorados y esa parte de su rostro ajena a los golpes sufridos, mostraban a un joven apuesto que daba la impresión de solo dormir profundamente.

James acarició la mano de David que sobresalía de la tela, y tragó saliva al ver lo lastimadas que estaban sus muñecas, debido a los grilletes que soportó durante la mayor parte de su vida.

El dolor de su corazón no le permitía continuar de pie. Derrotado se arrodilló, tomando la mano y llorando efusivamente.

Stephanie también rompió a llorar ante la escena frente a ella.

—Sabes que yo le hice esto —dijo James con la voz entrecortada por el llanto—. Yo casi lo maté. Sentí dentro de mí que estaba mal, pero no me importó, escuché sus gritos, pero continué. Esto es mi culpa, todo lo que ha pasado ha sido mi culpa. Fui una maldición para ti, también para él. ¡Dios! ¡Debí haber muerto en aquellas montañas! Debieron arrancar mi cabeza.

—¡James!

—Él nunca me perdonará, y tampoco lo merezco. Yo te juro que de saber quién era nunca lo habría hecho, yo jamás habría... ¿Cómo iba a hacerle esto a nuestro bebé? Yo nunca... ¡Agh! ¡Me odio! Él quería quitarme todo y lo logró. Yo... los perdí para siempre. Jamás podré verlos a la cara. Solo he sido tu perdición.

James no alzó la mirada para ver a Stephanie, no podía hacerlo. Se levantó, temblando por el dolor de su alma, y, sabiendo que tal vez sería la última vez que podría estar tan cerca de él, se agachó para besar los cabellos de David.

La sensación fue tan hermosa. Su mente trajo los recuerdos de él besando la redonda y pequeña cabeza de su pequeño, rozando la mejilla en los finos cabellos rubios para sentir su suavidad.

Sin limpiar las lágrimas salió de la habitación lo más rápido que pudo. Su padre había conseguido acabar con todo su ser.

***

Adelaida volvió a los minutos de la retirada de James. Stephanie la dejó con Amelie, quien volvió con unas medicinas, y corrió a buscar a James.

No podía ver como James se consumía y no hacer nada para ayudarlo. Quería decirle que él no era su perdición. No había forma en que lo odiara, ella simplemente había nacido para amarlo.

Llegó a la biblioteca y lo encontró llorando afligido en uno de los rincones. Él no notó la presencia de Stephanie hasta que sintió sus brazos abrazándolo, su cálido cuerpo pegado a él y arrancó a llorar más profusamente correspondiendo al abrazo.

—Yo no puedo. Stephanie no podré vivir con los recuerdos, lo que hice... Siempre he sido un monstruo pero ahora... yo... Ustedes estarán mejor sin mí.

—¡James! No vuelvas a decir eso. No se te ocurra pensarlo. Tú no eres mi perdición. Me has dado mis más grandes tesoros, por ti tengo a Charles, Aimé, Arthur, y tú también eres uno de mis preciados tesoros. James tú siempre has sido mi todo. Eres mi fortaleza, mi apoyo. ¿Qué podría hacer sin ti?

—Sin mí no habrías sufrido tanto. Tal vez te habrías casado con Steve y...

—No lo digas. James te amo, y no te cambiaría por nada. Y si muero y resucito en una nueva vida, volvería a buscarte y nos amaríamos de nuevo, porque nacimos el uno para el otro. Tú siempre serás el príncipe odioso que quiero golpear pero amo al mismo tiempo. —Ambos rieron en medio de sus lágrimas. —James, solo tienes miedo. Pero no estás solo, amor mío, yo siempre estaré a tu lado. Eres un padre que ama a sus hijos, un esposo que adora a su familia, no eres como tu padre, ni peor que él. No dejes que él logré su objetivo, no lo dejes derrumbarte. Ambos tenemos una nueva tarea y es rescatar a nuestro hijo. Recuperar todo el tiempo perdido, ganarnos su cariño.

—Yo ya lo perdí.

—No puedes rendirte. No lo hagas. David está vivo y mientras viva todo puede pasar.

—¿Tú me perdonas?

—James, nada fue tu culpa. El culpable está muerto desde hace nueve años.

—Eres un ángel. No sabes cuánto te amo.

—Ni yo soy un ángel, ni tú eres un monstruo. Somos Stephanie y James, yo te amo y tú me amas, y eso es todo. Siempre y cuando nos amemos saldremos victoriosos de cualquier batalla. Ahora James recuperemos a nuestro hijo, ya muchos años estuvo lejos de nosotros.

James emocionado la besó, en un beso que creía no merecer, pero que le devolvía toda la esperanza y fe perdida. Ese beso los devolvía al principio, a esa noche de lluvia cuando James le confesó sus verdaderos sentimientos, a ese primer beso que comenzó su historia de amor. La flama del amor estaba tan fuerte en ellos como lo estuvo al principio. Se amaban, un amor que siempre estaba mezclado con lágrimas, pero que no se rendía en la carrera por perseguir la felicidad que tanto merecían.

31 de octubre 1849. Londres.

David despertó en la madrugada cuando Adelaida estaba a su lado colocándole paños de agua fría para aminorar la fiebre. Intentó sentarse, pero Adelaida lo detuvo.

—No te muevas o te harás daño.

Adelaida sonriendo dejó a un lado el paño húmedo y se acostó al lado de David para poder mirarlo mejor a los ojos.

Debido a la medicina de Amelie, David no sentía tanto dolor.

—Hola —susurró Adelaida.

—Hola. ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?

—¿Recuerdas algo? —David negó. Aunque imágenes borrosas llegaron a su mente.

—Todo es confuso. Te vi con un cuchillo, vi a la reina, no sé nada. ¿Cómo es que no estoy muerto?

—Te dije que te salvaría y lo conseguí. Deberías saber que siempre consigo lo que me propongo. Hay tanto que tienes que saber, pero descansa, aún no amanece, debes dormir.

David asintió, para él esa conversación solo era una parte más de ese sueño del cuál no despertaba. Cerró los ojos y volvió a perderse en un mundo en dónde no existía la culpa, porque en ese mundo su hermano estaba vivo a su lado.

***

Diana, Allen, Adelaida, el conde William, Elizabeth, y todos los habitantes del palacio, serían interrogados sobre los que conocían de David y Owen; por lo que Adelaida se vio forzada a irse del palacio con su mamá y hermana, para darse un baño, vestirse apropiadamente y dar su declaración.

***

David despertó acompañado de Amelie y un grupo de doctores. Buscó a Adelaida con la mirada pero no la encontró. Amelie le dijo que salió un momento pero que pronto volvería.

Quería hacer muchas preguntas pero se contuvo. Amelie lo ayudó a sentarse lo cual fue doloroso. Tuvo que reprimir las ganas de gritar del dolor. Se mareó y entre todos lo sostuvieron para que no cayera.

Lo hicieron tomar varios jarabes extraños que calmaron el dolor que sentía en su espalda.

Llenaron las heridas de un polvo y hierbas machacadas y lo vendaron para dejar actuar la medicina. Tiempo después cuando estaba listo para volver a acostarse, Stephanie llegó.

—Su majestad —susurró David al ver a su ángel.

—David que alegría que estés despierto. —Stephanie corrió a sentarse a su lado. Lo abrazó y besó repetidamente.

David sentía su calidez y amor. Recordó que Stephanie creía que Owen era su hijo, y él ya no recordaba bien si de verdad Owen era el príncipe o no. Pero recordar a Owen hizo que comenzara a llorar con gran amargura.

—David, amor, ¿qué ocurre? ¿Te sientes mal? ¿Te duele algo? —Stephanie asustada tomó el rostro de David para mirarlo a los ojos.

—Perdóneme. Perdóneme. Yo no quería matarlo, de verdad no quería. —Escondió su rostro a la vez que negaba con la cabeza. —Yo no quería, él es mi hermano, yo lo amo, él es mi hermano.

—David yo sé que no querías hacerlo, lo sé.

—¡Dios! Yo lo amo, él era lo único que tenía, solo él. No quería, no quería, no quería.

Se estaba alterando, lloraba a gritos y los movimientos bruscos solo harían que las heridas demoraran más en cicatrizar. Amelie le acercó a Stephanie un jarabe muy espeso para que se lo diera a David, eso lo tranquilizaría.

—David, David, sé que no querías, lo sé todo sobre Owen, ya lo sé todo —dijo Stephanie buscando de nuevo la mirada celeste de David. La encontró y ella le sonrió. —Ya lo sé todo.

David buscó el significado de esas palabras. ¿Ella ya sabía que Owen no era su hijo? ¿Sabía su plan de asesinar al rey? ¿Qué sabía?

—Él no era malo. Lo obligaron a hacerlo. El fingió ser su hijo por culpa de Joseph. Él lo empujó a ese plan. Él no era malo.

—Tranquilo David, tú...

—Yo tenía que decírselo —continuó David interrumpiendo a Stephanie—. Tenía que decirle que Owen no era su hijo, tal vez él esté aún por ahí. Owen no era malo y yo... yo no quería... fue un accidente... yo...

—David sé que Owen no era mi hijo, y ya encontré al verdadero, lo tengo ahora frente a mí.

David entre su llanto escuchó aquellas palabras y anonadado clavó sus ojos en Stephanie. ¿No podía ser cierto lo que escuchó?

—Eres mi hijo David. Tú eres mi Charles, eres mi pequeño, el bebé que me quitaron hace dieciséis años. Eres tú. Siempre has sido tú.

Stephanie llorando lo abrazó con gran alegría, pero él no podía corresponder el abrazo. Su mente fue quedándose en blanco, hasta que de pronto ya no era consciente de nada.

***

"Él intentaba escapar, sus manos aferrándose a la tierra oscura del suelo, sus piernas intentando impulsarse hacia adelante, y él estaba atrás gritando, palabras que no podía entender, pero ahora estaban allí claras.

—Desde un principio nunca debimos querernos. Después de todo cómo podría querer al hijo de mi enemigo. En tú búsqueda se cometieron las más grandes maldades.

¡El hijo de mi enemigo! ¿Por qué él decía que era el hijo de su enemigo?

Reviró, el tiempo se detuvo y frente a él estaba Owen con su expresión de ira, empuñando un cuchillo en su mano derecha.

¡En tu búsqueda se cometieron las más grandes maldades!

¡Él era el hijo! ¡Él era el príncipe!".

Despertó agitado y escuchó la voz de Stephanie discutiendo. Ella lo tenía entre sus brazos, él estaba acostado en la cama, y frente a él, de pie, estaban varios hombres hablando y observándolo.

—Lo siento su majestad pero debemos hablar con el joven. Mire ya despertó. Debemos asegurarnos que no sea un impostor.

—Yo sé que no lo es —afirmó Stephanie.

—Con todo respeto su majestad pero lo mismo pensó del anterior.

Stephanie indignada se puso de pie y comenzó a ordenarle a su guardia que acompañara a los señores a la salida.

David fijó la mirada en un cuaderno de cuero que vio en las manos del hombre que más hablaba, entonces descubrió las iniciales y un grito ahogado escapó de sus labios.

—¡No puede ser! —gritó.

Todos callaron y miraron hacia David. Él continuaba observando el cuaderno desde la distancia.

—¿Qué hace con eso? Yo lo enterré con él. Yo lo metí en su saco.

—¿De qué hablas? —preguntó uno de los hombres.

—El diario. Yo lo metí en la chaqueta, él estaba en el ataúd. ¿Cómo lo tienen? ¿Por qué?

Stephanie exigió que le devolvieran el diario. Y los hombres tuvieron que salir cuando James llegó y ordenó que desaparecieran de su vista.

David tembló cuando vio llegar a James. Ambos se evitaban la mirada uno del otro.

Stephanie se acercó con el diario en sus manos y se lo extendió a David abierto en la primera hoja.

—¿Alguna vez lo leíste? —preguntó Stephanie.

David negó. Tomó el cuaderno y el solo tocarlo fue como devolverse al pasado. Como si de pronto despertaría en aquella vieja casa helada, con ese hombre durmiendo de borracho, y él junto a Owen buscando algo de comida.

Leyó la primera hoja y el diario se deslizó de sus manos, al rememorar el más antiguo de sus recuerdos. Pese al dolor buscó su pie, desnudó su tobillo y allí podía ver la leve marca de la quemada.

—Owen decía que mentía, que era imposible que recordara algo así.

—¿Qué cosa? —preguntó Stephanie.

—La marca. Siempre soñaba con eso, era muy pequeño, algo me cubría la boca, gritaba del dolor, alguien sujetaba mi pie y yo gritaba. Solo era eso, mi pie, dolor, gritos. Owen decía que era imposible que recordara algo así, que solo era un invento, que eso solo era una marca de nacimiento, pero no era mentira, yo... lo recuerdo.

Stephanie lloró más al enterarse de los horrores que sufrió su hijo desde que era tan pequeño, y James caminó hasta la ventana intentando esconder las lágrimas y el deseo ardiente de destruir todo lo que tenía enfrente.

Amelie que estaba en una esquina intervino.

—Cuando un suceso es muy traumático el cerebro lo guarda, es por ello que recuerdas algo que te pasó cuando tenías un año. No hay nada que recuerdes de esa edad, pero sí eso, y es lógico, los recuerdos acompañados de dolor son los más profundos, los que más prevalecen en el tiempo.

Que el recordara eso, que su tobillo tuviera la marca, quería decir más que su sueño era un recuerdo, quería decir que él era el hijo de Stephanie, el bebé que raptaron a la edad de un año, él era un príncipe.

Miró a Stephanie con ansias ante su descubrimiento.

"Después de todo cómo podría querer al hijo de mi enemigo. En tú búsqueda se cometieron las más grandes maldades".

Las palabras de Owen volvieron, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Yo soy... —tartamudeó.

—Mi hijo —completó Stephanie.

—Mamá —susurró. Aquella palabra estaba tan prohibida para él. La usó tan poco que se había olvidado de su existencia. Era como si fuera un pecado pronunciarla. Nunca hubo un mundo dónde existiera una madre para él. —Tú eres mi mamá.

Stephanie asintió, y esta vez fue David quien emocionado y conmocionado la abrazó. La abrazó tan fuerte no queriendo que desapareciera. Después de tantos años de preguntarse quién era, ahora tenía frente a él a su madre y no podía estar más contento y agradecido de que ella fuera su ángel.

James lloró en la distancia observando la escena, y sabiendo que su padre no había ganado, porque su hijo y su madre se habían encontrado, ellos eran felices y de eso dependía la felicidad de él.

***

Diana contó lo poco que sabía de Owen y todo lo que conocía de David. A la salida del parlamento divisó a Arthur sentado en una banca, rodeado de guardias que lo vigilaban. Ella sabía que debía disculparse así que se acercó con cautela, los guardias al verla la dejaron pasar.

Se sentó al lado de Arthur y él lo notó cuando el frondoso vestido le rozó el pantalón.

—Hola —exclamó Diana con vergüenza.

—Hola —susurró Arthur con la vista fija en el paisaje frente a él.

—Te debo una gran disculpa por todo lo que hice, créeme que mi intención no era burlarme de ti, jugar con tus sentimientos, yo solo...

—Hiciste lo que tenías que hacer por la persona que amas —completó Arthur—. Te entiendo, y no estoy molesto, nunca me molestaría contigo, todo era demasiado perfecto para ser cierto. Después de todo tenías razón; yo me parezco a David, y como no si somos hermanos. Sabes que es difícil aceptar un nuevo hermano, creo que la familia no lo es solo por el nombre, el sentimiento se gana con el tiempo. Sé que David es mi hermano mayor pero no hay nada en mí que quiera quererlo. En lo que a mí respecta Charles apareció y murió hace tres días. ¿Soy malo por pensar así?

—Creo que te entiendo. Cuando mi madre se casó de nuevo yo no aceptaba la idea de decirle padre al conde William, nunca lo acepté, y él jamás ocupará el lugar de mi papá. No tienes que olvidar lo mucho que quisiste a Owen, pero no por eso te niegues a darle una oportunidad a David, poco a poco el sentimiento llegará, la sangre siempre llama, pero no eres malo Arthur, tu jamás lo serías.

Arthur le sonrió y ella le correspondió.

—Debo irme. Ha sido lindo conocerte mejor, y esta vez no es mentira —comentó Diana.

—Tal vez algún día me conozcas más, cuando finalmente me conozca a mí mismo.

Arthur la vio partir y él se quedó un rato más. No quería volver al palacio. Aimé no era buena compañía, su madre no salía del cuarto dónde David se recuperaba, el palacio estaba lleno de políticos y lores que intentaban encontrar a los rebeldes, protegerlos de cualquier atentado. Su padre no salía de reuniones en dónde se tocaba fuertemente el tema de declararle la guerra a Francia. Ese no era su hogar y él quería volver a su hogar.

***

Para la noche James hizo una declaración pública de los acontecimientos, explicando que su verdadero hijo estaba con vida. La historia era de poco creer, y la población estaba alterada, más aceptaron lo que su rey les dijo. Él comentó que la familia real estaba feliz de tener a su primogénito con ellos, que después de todo el mal no pudo vencerle al bien, y que quedara eso como muestra de que la corona inglesa era inquebrantable. Grandes aplausos y vitoreó precedieron al discurso del rey.

James no tocó el tema de una futura guerra. No se sentía con la fortaleza mental para emprender una lucha de tal envergadura. Por ahora su hijo estaba con ellos, y solo quería poder llegar a casa, cenar con todos en familia y de ser posible dormir con sus tres hijos entre los brazos, aunque sabía que eso sería imposible. Su familia estaba más separada que nunca.

***

Stephanie preparó una rica y ligera sopa que le llevó a David. Pidió que todos salieran y con delicadeza lo despertó. Él sonrió al reconocerla y talló sus ojos. Se sentó con cuidado sin dejar de observar a quien era su mamá.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Stephanie.

—Eso creo.

—Es hora de que comas un poco. Te preparé una sopa de pollo, espero que te guste.

Ella misma comenzó a meter cucharadas de sopa en la boca de David y eso para él fue tan irreal.

—Mira lo que traje. —Stephanie dejando el plato a un lado, le mostró una galleta muy fina y quebradiza. —No hay nada más sabroso que romper una galleta salada y lanzarla en el caldo, te encantará.

David sonrió mirándola con atención.

—Eso decía Adelaida —comentó—. Siempre decía que un día conseguiría una galleta y vería lo sabroso que era mojarla en la sopa.

Stephanie metió otra cucharada en la boca de David y él suspiró al sentir que de verdad el sabor y la textura era deliciosa.

—Definitivamente Adelaida y tú tienen razón. —Quería más y más de esa sopa.

Nadie podría explicar el hermoso sentimiento que emanaba el corazón de Stephanie. Era su sueño realidad, ese que pensó jamás se cumpliría. Se deleitó en las expresiones tiernas de David, en lo mucho que estaba disfrutando la comida, en lo tierno que debió verse de niño, en lo mucho que necesitó de un abrazo y alguien que lo cuidara.

Todo en la vida de su hijo había sido impuesto. Su vida siempre fue dirigida por otros, y el nombre de Adelaida vino a su mente.

—¿La amas? —preguntó Stephanie. David frunció el ceño como muestra que no entendía. —¿Amas a Adelaida?

David no supo qué decir. Esa palabra estaba prohibida en él desde el momento que Hanna murió, así como lo estuvieron prohibidos las palabras mamá y papá. Nunca se imaginó volviendo a decirle eso a otra mujer. Su corazón debía estar sellado, pero ahora le era imposible aceptar o negar.

Stephanie notó su confusión y continuó.

—Ahora eres Charles Daniel Prestwick. Y lo que hayas hecho como David ya no existe. Por ley no estás casado con Adelaida. ¿Ustedes consumaron el matrimonio?

David negó.

—Eso supuse. Elizabeth me contó las circunstancias en las que se casaron. Sé que Adelaida te ama. Estuvo dispuesta a arriesgar su vida por ti, pero si tú no la amas, no quiero que te impongas una nueva atadura. Es hora de que seas libre David, es hora de que comiences a ser Charles, y tengas la libertad de elegir. No tienes que apresurarte, ahora es que tienes tiempo.

—Entonces... ¿Adelaida y yo no somos nada?

***

Adelaida estaba harta de que todo el día la estuvieran interrogando, parecía que todavía la creyeran sospechosa de traición. No querían permitirle entrar al palacio, pero Stephanie intervino y la dejaron pasar.

Ya era de noche cuando entró en la habitación de David. Amelie estaba terminando de limpiar sus heridas y aplicarle más medicamentos. Tenía una leve fiebre pero no parecía muy importante.

—¡David! ¿Cómo estás? —contenta se sentó a su lado. Lo abrazó y le tomó la mano con cariño.

—Creo que mejor, siempre tengo sueño y mi espalda quema.

—Te daré un masaje en los pies para que te relajes un poco. ¿Ya comiste?

Él asintió.

—Afuera todo es un caos, no querían dejarme entrar, creían que era tu cómplice en un acto terrorista. Querían encerrarme por amenazar de muerte a la princesa, pero el Rey intervino. ¿Ya sabes todo? ¿Lo de tus padres?

—Sí. Aún no puedo creerlo —comentó incómodo.

Adelaida no dejaba de hablar y él de observarla. Tenía una gran decisión en sus manos y odió tener que decidir. Nunca fue una opción para él, siempre fue arrastrado para uno y otro lugar. Otros le decían qué hacer y él solo obedecía, pero tener el poder era doloroso. Porque sin importar la decisión que tomara le haría daño a una u otra.

—Diana siempre dijo que tú eras algo más que un esclavo, y no se equivocó. Todo esto es tan sorprendente. Una vez que te mejores...

—Adelaida tú y yo no estamos casados —soltó de pronto.

—¿Qué dices? —Adelaida soltó los pies de David.

—Al parecer ya no soy David, sino Charles, y Charles no está casado contigo. Cómo nunca consumamos el matrimonio somos libres.

—¡¿Libres?!

—Es lo que siempre quisimos, ¿no? Tú puedes volver a tu vida, y yo... Yo podré decidir por primera vez en mi vida.

—¿Aceptas esto? Aceptas que no estemos casados. —Se puso de pie, las manos temblaban, no podía creer lo que estaba escuchando.

—Adelaida es lo mejor. Yo no soy el adecuado. ¡Dios! No sé quién soy, dicen que soy el príncipe, pero es tan irreal. Yo... no hay nada que quede de mí. Quien era murió en el momento que maté a mi hermano. ¿Qué podría ofrecerte un hombre quebrado como yo? Ni siquiera quiero vivir. Tengo a mi madre y lo único que pienso es que no merezco ser feliz, no puedo serlo, porque eso significaría olvidar a Owen, pasar por alto el hecho de que estoy aquí porque él está muerto, le arrebaté su futuro y... no puedo, ni podré vivir con esto. Amarte a ti sería engañar a Hanna, y tampoco puedo hacerlo, no puedo dañarla de esa forma.

—Pero sí que puedes dañarme a mí —gritó con lágrimas en los ojos—. ¿Sabes lo que dijo ese tal Joseph? Que Owen era el mejor de los asesinos, alguien casi invencible. Incluso asesinó a seis hombres de su propio clan por salvar a Arthur y Aimé. Él solo pudo con seis hombres armados. ¿Cómo es que tú pudiste matarlo?

—Adelaida calla —rogó David sin poder reprimir el dolor que le causaba oír hablar de Owen.

—¡No! Tú jamás habrías podido matarlo de él no haber querido. No conocí a tu hermano, y lo poco que lo vi no fue de mi agrado. Pero leí la carta que tenías dentro del libro. Él te quería.

—¡Basta!

—Él te quería. Y dónde sea que esté estará esperando que aproveches la oportunidad que te dio. No entenderé por qué tenías que ser tú o él, no lo sé. No conozco los hechos, pero él decidió que fueras tú. ¿Si hubiera sido al revés, si tú estuvieras muerto y él vivo, estarías desde el cielo o el infierno rogando que sea infeliz? ¿Tronando los dientes porque tu hermano es feliz, lo harías?

—No, yo no...

—Ahí lo tienes. Toda tu vida soñaste por una oportunidad de ser feliz, ahora la tienes, no la desperdicies. Vive por aquellos que no pueden, has realidad los sueños que ambos tuvieron, no dejes que su recuerdo muera, eso es lo que tu hermano se merece. En cuanto a Hanna no hay nada que pueda decirte que te haga cambiar de parecer. Se pueden amar a muchas personas y de forma distinta. Algún día conocerás a una mujer por la cual no te importará traer el recuerdo de Hanna como excusa. Tan solo la amarás sin ninguna explicación ni motivo, ese amor será tan grande para romper ese muro que creaste. Es obvio que esa mujer no soy yo, y ojalá algún día la encuentres. Adiós David.

—¡Adelaida!

Él llamó pero ella no se detuvo, abrió la puerta y echa un mar de lágrimas corrió hasta salir del palacio.

***

Adelaida lloraba sobre las piernas de Diana, quien peinada aquellos cabellos negros, intentando consolarla.

—Tal vez ahora se enamore de ti —susurró Adelaida—. Siempre hicieron buena pareja. Los dos son buenos.

—No creo que eso pase —contestó Diana—. Él nunca me quiso, no de esa forma. Y yo tal vez solo me ilusioné. Era linda la idea de tener un amor imposible.

—Yo en serio lo amo.

—Lo sé.

El llanto de Adelaida era callado pero intenso como el dolor de su corazón. Diana estuvo más segura que nunca de no haber estado enamorada. Si bien ella lloró, no podía comparar su llanto movido por ilusas esperanzas, al llanto de su hermana producto de vivas realidades. El corazón de Adelaida se hacía trizas con cada lágrima. 

__________

Sé que dije que este sería el final pero no me dio chance de escribir todo el final, eran demasiadas hojas, así que mejor decidí hacer de esta primera parte el penúltimo capítulo y el que viene sí será el final. 

El capítulo final se títula "El adiós de una vida y el comienzo de una nueva era". Espero que les haya gustado, aunque en cuestión de sentimientos el capítulo final es mucho mejor, porque las despedidas siempre lo son y hay muchas historias que cerrarán su ciclo. 

Disculpen la demora, de verdad. Y el final entonces quedará para el fin de semana que viene. Adiós, las quiero!!!!

P.D: Postule Cupido para que salga en destacados en Wattpad. Y ustedes me ayudarían mucho si la postularan también, si ven interés tal vez se animen a colocarla en destacados, ya que creo que se merece ese lugar. 

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