Capítulo 20.- ¿Qué tantos horrores se pueden hacer en nombre del amor?
30 de Julio 1840. Saint – Gervais – Les- Bains, Lyon, Francia.
Estaba frente a él agachado formando una bola de nieve, sus largos rizos dorados caían sobre su rostro, no era más que una cosa brillante jugando con algo, sonriendo, siempre siendo tan débil y a la vez tan alegre, siempre privilegiado.
Era imposible dejar de observarlo y que todas las palabras de Joseph no se arremolinaran en su cabeza. Era todo lo que representaba, desde sus pequeñas piernas blancas como la nieve, hasta sus ojos azul como el cielo, aquella voz fina y chillona, y los rizos que tanto detestaba, todo lo que él era lo detestaba.
Una revelación vino de pronto a su mente: lo odiaba. Sí, pudo darle una definición a sus sentimientos, lo odiaba profundamente.
Ese gusano de la ira y el rencor siguió revoloteando en su cabeza hasta que supo que debía hacer algo. Ya era suficiente de mentirse, él no era su hermano, no había amor. David solo se aprovechó de él, siempre recibiendo mejores tratos dejando que él fuera el que llevara la peor parte. Las escenas de David llorando, abrazándolo, cuidándolo, o aquellas palabras de amor, ahora no existían. Solo estaba aquel gran rencor. Todo tomó un nuevo matiz, y las lágrimas fueron suplantadas por miradas de malicia, y las palabras cariñosas por fuertes bofetadas. Ese niño frente a él que aparentaba tanta inocencia no merecía su amor, no merecía ser feliz, lo odiaba, y era hasta algo mágico que todo buen sentimiento se oscureciera tan pronto, solo unas palabras que le abrieron los ojos o lo cegaron a la realidad, al menos en ese mismo instante no sabría lo que de verdad ocurría.
Con furia se acercó a David, él alzó la vista y le sonrió como siempre, pero solo se topó con un rostro fuerte, con un Owen que presionaba sus puños, y que no dudó en dirigir uno de ellos a su mejilla.
—¿Qué ocurre?
David adolorido y confundido intentó ponerse de pie, pero Owen supo sujetarlo de sus cabellos.
—No creas que seré tu sirviente. ¡Nunca lo seré!
—¿De qué hablas? Owen suéltame.
—No, siempre es lo mismo. Tú podías aprender a escribir y leer, tú el favorito, pero no más, no dejaré que seas el dueño de todo, no me mandarás nunca, pagarás todo lo que has hecho.
—¿Qué he hecho?
—Todo ha sido tu culpa solo tu culpa.
Joseph reía desde su lugar privilegiado, una mentira, unas cuantas palabras y aquella gran hermandad se quebró. Siempre supo que sería cuestión de tiempo, su propio padre dejó las semillas de odio hacia David en el corazón de ambos.
David llorando intentó defenderse mientras era arrastrado por los cabellos al interior de la destruida casa.
La señora que hace poco había llegado para cuidarlos intentó separarlos, pero Joseph la detuvo.
—¡Owen reacciona! ¡Somos hermanos!
Era eso lo que menos quería oír Owen.
—¡No! ¡No lo somos!
David rogó por ayuda a su nany, pero ella con lágrimas en los ojos se retiró a la cocina, no podía soportar ver al más pequeño de los niños desgarrarse del sufrimiento.
Owen tomó un cuchillo y Joseph pensó que las cosas se pondrían interesantes, después de todo, sus palabras fueron:
"Acaba con David o él acabará con nosotros".
Owen jaló más el cabello de David, observando desde arriba los ojos llorosos de su hermano, los golpes en su rostro, aquel largo cuello. Sabía lo que Joseph quería, pero también lo que él nunca podría hacer. Acercó el cuchillo y en un movimiento fuerte la presión en el cuero cabelludo de David desapareció.
Asustado se arrastró lejos de Owen, pudo ponerse de pie unos metros más allá, corrió hacia la cocina esperando poder encontrar algo de protección en su nany. Se abrazó con desespero a ella en cuanto la vio. No entendía y nunca lo haría. ¿Por qué su hermano lo había atacado?
La anciana con lágrimas en sus ojos lo arrulló y dejó besos en su frente.
—Tranquilo todo se arreglará.
David no quería pensar en el futuro ni siquiera en el presente, quería morirse en ese abrazo, dormir y no despertar.
Owen se apareció por la cocina y David hundió el rostro en el pecho de su nany intentando protegerse. Nadie dijo nada, él solo lanzó algo a los pies de David.
David reaccionó al notar la ausencia de Owen, bajó su mirada y notó lo que no había notado anteriormente. Sus rizos se encontraban hechos una maraña a sus pies. Los rizos que tanto le gustaba peinar a su nany, esos que ya le llegaban a los hombros. Aquel cabello no le importaba, sin embargo su nany los tomó y envolvió.
David llorando se arrastró a lo que era su lugar de dormir, ese que compartía con Owen, deseaba que volviera y le pidiera perdón, que dijera que todo fue un juego para despistar a Joseph, pero eso no pasó.
***
Al día siguiente Owen pasó a su lado y sin dirigirle la mirada comenzó a guardar su poca ropa en una bolsa de tela. David con los ojos hinchados por el llanto lo observó con algo de temor, le era imposible si quiera respirar con regularidad, no quería volver a molestarlo. Escuchó fuera a los caballos arrastrar la vieja carreta y el miedo lo invadió.
—¿Qué haces Owen? —preguntó a susurros—. ¿A dónde vas?
Él no respondía. No quería verlo, no pensaba volver a sentir cariño por él.
—Owen no me dejes, nosotros lo dijimos, siempre estaremos juntos, el ave y el caballo. La casa, la casa y...
—¡Basta! ¡No eres mi hermano! ¡No lo somos!
Las lágrimas volvían a caer por el rostro de David, nunca pensó que ellos tuvieran que decirse adiós.
—Eres mi hermano, no importa lo que digan los demás. Escapémonos, huyamos de aquí, nosotros podemos.
—¡No!
—Owen muévete, es hora de irnos —gritó Joseph desde afuera.
Owen amarró la bolsa y se puso de pie. David desesperado tomó su pierna rogándole que se quedara. Eran solo dos niños de ocho años que se estaban enfrentando a la mayor decisión de sus vidas.
Owen jaló su pierna recobrando su libertad, iba a continuar sin mirar atrás, pero un sollozo lo detuvo. Tras él estaba el niño que siempre fue su todo, el hermano por el que aguantaba golpes, torturas y humillaciones, porque nunca hubo nada peor para él que ver a David llorar. Conteniendo el nudo en su garganta reviró, se arrodilló frente a David y por última vez observó sus ojos celestes.
—Nuestra historia aquí acabó, pero tendrás tu casa, comida, un perro, una cama y un violín. Sé fuerte David y pórtate bien.
—Te quiero.
"Yo también". Pronunció en su mente.
28 de octubre 1849. Londres.
Fue extraño para David y Adelaida ver el estado del conde. Les parecía que no había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vieron, pero fue lo suficiente para derrumbarse físicamente. David recordó a Mattew Cowan, él también cayó enfermo de la noche a la mañana, y su hermano parecía tener la misma enfermedad.
La nueva casa en la que vivirían estaba en mejores condiciones que la anterior. Al menos tenía ventanas, no había agujeros por doquier y tenía un baño. Adelaida bien podía brincar de la felicidad por ello.
Como en la antigua casa no había separación entre la cocina y el dormitorio, pero acá tenían una cama grande con un mullido colchón. Allen fue el primero en lanzarse en el.
—Ni creas que dormirás ahí. Soy la mujer, yo dormiré en la cama.
—Adelaida tiene razón —comentó David.
—Que duerma en las noches si quiere, pero yo me puedo acostar aquí cuanto quiera. Esta hacienda es bastante grande. ¿Qué nos mandarán a hacer ahora?
—Tú lo dices con aquella emoción —farfulló Adelaida—. Esto no es divertido. Además la reina nos vio, dijo que vendría por nosotros, esta vida pronto acabará.
—¿Por qué la reina te ayudaría? —cuestionó Allen.
—Empezando porque es mi madrina y la mejor amiga de mi mamá. Sé que ella nos ayudará, porque tu hermano no tiene la menor intención de hacerlo.
David no supo que contestar. Adelaida tenía razón respecto a Owen, él no tenía intención de ayudarlo. Le exigió que desapareciera de su vida. Pero no quería hablar de eso con Adelaida o Allen. Excusándose con tomar un baño, salió de ahí.
***
—Allen —llamó Adelaida en susurros.
Él algo desconfiado dejó su lugar en la cama para acercarse a ella quien se encontraba al lado de la chimenea.
—¿No te parece que el hermano de David esconde algo?
—No me gustó la forma como lo trató. David siempre ha dicho que su hermano lo quiere, que es lo único que tiene, pensé que al verlo lo abrazaría o algo así, pero en cambio fue como... si fuera una pesadilla tenerlo enfrente.
—¿Cómo es que David tiene un hermano de la alta sociedad? Es un Lord por lo que sé.
—El mismo David no sabe cómo consiguió dinero, él no quiso explicarle.
—Está empeñado en que nadie sepa que es hermano de David. ¿por qué? Tú sabes más de su hermano que yo. ¿Por qué se separaron?
—Según me dijo al morir el padre de ambos, un señor asqueroso, el hijo mayor se quedó como dueño de la casa donde vivían, a Owen se lo llevaron a algún lugar desconocido y a él semanas después lo llevaron al orfanato dónde nos conocimos, de ahí no supo más de su hermano hasta hace poco, él lo salvó de Lady Cowan y lo llevó a la hacienda dónde vivías tú.
—¡Él lo salvó de Lady Cowan! Todo es muy raro. Allen que te parece si vas a la ciudad y averiguas más del hermano de David.
—¡¿Qué?!
—Yo no puedo salir, soy esclava, pero tú sí. Siento que este hermano le oculta algo grande a David. Obviamente tiene una fortuna que tal vez también le pertenezca a David. Necesito que le lleves una carta a mi hermana, ella averiguará mejor.
—¿De qué serviría?
—No sé pero este hermano es importante para David. Si lo está engañando en algún sentido debemos saberlo.
Allen también sentía esa necesidad de proteger a David, pero lo que más lo motivó a ir a la ciudad fue su deseo de conocer la tan famosa Londres.
***
—¿Y Allen? —preguntó David.
Sus cabellos goteaban agua debido al baño.
—Salió, dijo que quería conocer la ciudad. ¿Quieres una manzana mientras está la cena? —propuso desde aquel mesón de madera que separaba un poco la cocina de leña del resto de la habitación.
—¿De dónde sacaste una manzana?
—Es la que Allen robó en el puerto, la guardé.
—Entonces cómela, es tuya.
—Pártela por la mitad. Lo mío es tuyo y lo tuyo es mío, estamos casados.
—No creo que por mucho tiempo más.
Adelaida dejó de cortar las papas para mirar a David. ¿Por qué decía eso?
—¿Cómo que no por mucho tiempo?
—Tú misma lo dijiste tal vez la reina te ayude, entonces dejaremos de estar casados. Volverás a tu posición, encontrarás un hombre de tu misma clase social y te casarás de nuevo, de todas formas nosotros no hemos hecho nada. Volverás a tu vida y eso está bien.
¿Por qué si estaba bien él no podía dejar de pensar en el asunto? Reconocía que saber que la reina tal vez los ayudaría y Adelaida sería libre, no le gustaba del todo. Se había acostumbrado a ella, aunque constantemente se repetía que no era correcto.
—Pero estamos casados, ante la ley y ante Dios.
—¿Eso es lo que quieres? ¿Estar casada conmigo hasta que la muerte nos separe?
—¿Y tú?
Él no podía responder eso. ¿Qué quería?
La quería lejos para que no hubiera la mínima posibilidad de olvidar a Hanna, pero a la vez algo dentro de él no quería alejarla.
—Es una pregunta absurda tú nunca podrías quererme —respondió David mirando el suelo.
—Así como tú tampoco lo harás porque estás enamorado y yo no soy el tipo de mujer que te agrade. Entonces... no nos preocupemos, cuando nos separemos, si es que ese día llega, estaremos felices, respiraremos de alivio y continuaremos nuestras vidas como si nunca nos hubiéramos conocido. Esto será solo un mal recuerdo. Espero haber dicho las palabras exactas que querías escuchar.
Adelaida quería poder tener una habitación en la cual encerrarse para llorar, en cambio estaba ahí tragándose sus lágrimas, escondiendo sus sentimientos tras ese falso corazón de roca.
"No, no era eso lo que quería escuchar, pero no sé bien qué quiero".
—Ahora corta la maldita manzana por la mitad que quiero comer.
David sonrió y como siempre obedeció.
Cada quien comió un trozo de manzana y Adelaida continuó con su improvisada cena.
Parecía que la ausencia de Allen les estaba pegando en demasía. Él siempre estaba para hacerlos reír o molestar, en el caso de Adelaida, pero por él no existía el silencio en donde estuviesen, ahora sin embargo, cada uno estaba sumido en sus propios pensamientos.
—¡Auch!
—¿Qué pasó? —preguntó David llegando hasta ella de inmediato.
—¡Me corté! ¡Nefasto cuchillo! No corta nada pero sí mi dedo.
David tomó su mano inspeccionando la herida, era un tanto grande y profunda, casi le dio la vuelta a su dedo índice. Lavó la herida con un poco de agua, y arrancó una pieza de su camisa para envolver el dedo y ejercer presión para detener el sangrado. Se quedó observando un poco más la mano de Adelaida, era muy blanca, pequeña y delicada. Aún era suave aunque había un par de marcas resientes.
—No te mereces esta vida —susurró.
Eso era todo lo que tenía que saber: ella no merecía esa vida. No importaba nada más, ni siquiera tenía que debatirse entre sí quererla o no estaba mal, ella y él no nacieron para estar juntos.
—Mis manos de antes no decían nada de mí, solo que en mi vida había hecho algo. Las manos de una dama que vive para ser perfecta, una fina muñeca de porcelana para exhibición. Me gusta saber que sirvo para algo más, aunque eso a ti te parezca poco atractivo.
—No dije eso, eres hermosa.
Él lo dijo sin pensar, ella no pudo esconder su satisfacción, al menos pensaba que era hermosa, eso ya era algo.
—Gracias.
Adelaida volvió a cocinar y David optó por recostarse un poco en la cama.
***
La cena por fin estaba lista, ya el cielo estaba oscuro y Allen no llegaba. Adelaida se acercó a la cama para notar que David dormía profundamente boca abajo. Se quedó observándolo y cómo deseó tener grafito y hoja para poder dibujarlo. Ella era incluso mejor pintando que Diana.
Notó unas marcas que salían al final de su cuello. Eran finas líneas, por lo que podía divisar. Movida por la curiosidad las tocó levemente, incluso empujó un poco más la tela de la camisas para apreciarlas mejor. Sabía lo que eran, pero hasta ahora no había podido verlas bien. Cuando David enfermó ella no prestó mucha atención a su espalda, ahora tenía gran curiosidad.
***
David sintió algo frío acariciándolo y poco a poco salió de su sueño. Se sorprendió al notar a Adelaida casi encima de él tocando su espalda.
—¿Qué haces? —preguntó algo turbado. ¿Por qué sentía una extraña sensación de hormigueó proveniente de aquellos dedos? Intentó levantarse pero ella lo empujó de nuevo a la cama.
—¿Quiero verlas?
—¿Para qué?
—Solo déjame.
Él no aceptó o se negó, solo no se movió y eso fue señal suficiente para Adelaida. Ella alejó un poco más la camisa, hasta ver parte de sus hombros, esas marcas eran tantas, unas leves, otras profundas, cicatrices que dañaban lo que de seguro fue una hermosa piel.
—Debió doler mucho —susurró Adelaida con cuidado.
—Sí, pero es fácil olvidar el dolor físico, son otros dolores los que te marcan.
Adelaida quería decirle que lo sentía. Todas esas marcas en cierta parte eran su culpa.
"Si nunca le hubiera hablado a Esther de ti. Todas estas cosas no habrían pasado. Hanna estaría contigo".
No podía llorar. No entendía qué le pasaba pero de nuevo suprimió su llanto.
—¿Estás cansado?
—Extrañamente hoy no trabajé. No debería estar cansado.
—Pero el viaje fue muy largo e incómodo, además te encontraste con el idiota de tu hermano.
—No hables así de Owen, él... tiene sus razones. Además tú también debes estar cansada.
—Te daré un masaje y tú luego me lo das a mí, presta mucha atención.
—Adelaida no hace falta...
No podía protestar, era la primera vez que recibía un masaje y la sensación era extremadamente satisfactoria.
—¿Nunca te han dado un masaje?
Negó y cerró los ojos para disfrutar más de sus músculos destensándose.
Adelaida se sentía contenta de sentir y escuchar como David se relajaba. Sentía debajo de las yemas de sus dedos aquellas cientos de cicatrices y tan solo quería acariciarlas, borrarlas a besos, atesorarlas, pero esa noche solo se limitaría a rozarlas.
Despejó del cuello de David los rizos para masajear mejor sus hombros. Aquellos rizos eran suaves pese a los malos tratos y eran tan brillantes, quería quedarse por siempre ahí acariciando el cuello de David.
"No serán malos recuerdos y yo no podré olvidarte".
***
David ya estaba a punto de quedarse dormido, pero Adelaida lo jaló levemente de los cabellos.
—Ahora es mi turno.
Adelaida se acostó a su lado y acomodó los largos cabellos negros a un lado de su hombro izquierdo.
David se arrodilló encima de la cama y se mordió el labio pensando en cómo comenzaría su masaje. Había cosas horribles las que Esther le ordenó hacer, pero no podía comparar el cuerpo de Adelaida con el de ella, no había nada en ella que le trajera esos asquerosos recuerdos, solo tenía algo de vergüenza de tocarla.
Suspirando comenzó por presionar los delgados hombros de Adelaida, así como ella hizo con él. Pero a diferencia de él que se relajó, Adelaida comenzó a reír.
—Ya va, tengo cosquillas. Ya va, ya va.
Adelaida se removió y él sonrió divertido. Ella respiró varias veces intentando ponerse seria.
—Ya, ahora estoy lista. Sigue.
—Tal vez es que lo estoy haciendo mal.
—No, es solo que soy muy cosquilluda, creo, no me había pasado antes. Continúa.
David con menos vergüenza volvió a masajear.
Adelaida se mordía los labios para no reír pero irremediablemente explotó de nuevo.
—Para, para, no puedo. ¿A ti no te dio cosquillas? —Preguntó volteándose para quedar cara a cara con David. Ella acostada y él arrodillado a su lado.
—No, tal vez no tengo cosquillas.
—¿No te creo? Tienes que tenerlas.
David quiso recordar algún momento de él con cosquillas, pero antes de que llegara a su mente sintió unas manos encajarse en los costados de su abdomen lo que lo hizo brincar.
—Ves que si tienes cosquillas —comentó Adelaida divertida—. ¿Dónde más tendrás?
Adelaida no escatimó en hundir sus dedos en todo su abdomen ocasionándole grandes carcajadas a David. Él intentaba quitársela de encima, pero ya que eso no funcionaba él comenzó a hacerle cosquillas también.
Comenzaron esta guerra que terminó cuando Adelaida cansada y adolorida se terminó de acostar de nuevo con David encima de ella riendo y observándola. Ambos estaban agitados y con las mejillas sonrojadas debido a la risa. Ninguno quiso apartar la mirada, era el gris de la luna perdiéndose en el brillante azul celeste del cielo. El día y la noche, tan diferentes, tan distantes, pero siendo uno necesario para la existencia del otro.
En ese preciso instante Adelaida supo que debía decirlo, él nunca la amaría, en su corazón siempre estaría Hanna, pero ahora no importaba. Su corazón se revolvía por hablar, gritaba por hacerse escuchar.
—Sí —susurró. Nunca sus rostros se encontraron tan cerca uno del otro.
—¿Sí? —Él tampoco quería alejarse, por ese momento no existía el pasado.
—Sí quiero pasar el resto de mi vida casada contigo. Y, no, no quiero alejarme de ti.
—Adelaida yo...
—¡Shu! Por este momento solo importa lo que siento yo, solo por este segundo no digas nada.
Podía quedarse toda la noche solo observando esos hermosos ojos, detallando el azul de la iris, los matices verdes agua de sus bordes, el espesor de las cejas, la longitud de las pestañas.
—Mi primer beso fue contigo, yo te lo robé —comentó sonriendo.
Estaba orgullosa de pocas cosas en su vida, pero haberle robado un beso al esclavo esa noche fue lo mejor que pudo hacer en su vida.
—Sí, lo recuerdo.
En realidad no pensó en ese beso sino hasta que los casaron y un día aquel recuerdo perdido al que no le dio importancia llegó a su mente, ni siquiera recordaba si sintió algo.
—Ahorita no estás atado pero... lo siento.
Adelaida pasó sus brazos alrededor del cuello de David y lo jaló hacia ella. Sus labios impactaron el uno con el otro. David acertó en cerrar sus ojos. Los labios de Adelaida eran tan suaves que se sentía nadando en algodón, su sabor era tan dulce que bien podía asemejarse a la fruta más exótica. Esos labios exploraban los suyos y todo en él respondía a esa mezcla de emociones y sensaciones. Sus manos que se gobernaban solas tomaron la cintura de Adelaida acercándola más hacia él.
Adelaida podía escuchar los latidos de su corazón retumbar en su cabeza. Sus oídos no oían más que el ritmo acelerado de sus respiraciones. De pronto hacía mucho calor y su cuerpo se hizo ligero. No existía nada más que esos labios llenándola de vida.
Si bien ninguno de los dos recordaba bien aquel primer beso, ahora ambos no olvidarían su primer beso de casados.
Tal vez necesitaban aire para respirar pero ambos sabían que al separarse sus labios no volverían a juntarse. Adelaida hundió los dedos en aquellos rizos que desde hace un tiempo amaba, y él presionó más en aquella pequeña cintura.
—¡Llegué...!
Adelaida de un empujón lanzó a David de la cama, y él con la destreza de un gato se levantó comenzando a peinar sus cabellos.
Adelaida se sentó en la cama y con sonrisa inocente jugaba con su cabello.
—¿Qué estaban haciendo? —preguntó Allen con el ceño fruncido.
—Nada —respondió David fingiendo demasiada tranquilidad.
—¡Hum! Si no fuera porque son ustedes pensaría que estaban haciendo cosas sucias, pero creo que Adelaida estaba intentando ahorcarte. ¡Ya te dije que no dejare que asesines a David! Y tú comienza a defenderte, no puedes dejar que haga y deshaga con ese cuento de que es mujer.
—¡Allen, cállate! —gritó Adelaida—. Estábamos esperándote para cenar. Aunque pudiste demorarte un poco más, siempre haces todo mal.
Allen no entendió y David escondió una sonrisa.
"No David, que Allen apareciera fue lo mejor, tú no puedes sentir nada por ella".
***
Diana por boca de su madre se enteró que Adelaida y David se encontraban en Londres, la noticia no pudo ser de mayor alegría para ella. Su alegría aumentó al enterarse que Stephanie había descubierto todo.
"Stephanie los ayudará y David dejará de ser un esclavo, Adelaida también y..."
¿Qué podía esperar ella? No podía abrigar la esperanza de una historia de amor entre ella y David, no sabía qué cosas ocurrieron entre él y su hermana, tal vez nada, pero él era el esposo de Adelaida, su cuñado, debía dejar de pensar en él de otra forma. Pasase lo que pasase ellos no podrían estar juntos.
Nunca pensó que aquella noche recibiría a Allen en su casa. Se emocionó mucho al verlo, incluso lo saludó con un gran abrazo. Él le aseguró que su hermana y David estaban bien, que en realidad no los habían tratado muy mal, le entregó una carta, y por fin después de tanto tiempo tendría noticias de la mano de Adelaida.
La carta era corta, Adelaida le pedía, casi le rogaba que fuera a visitarla, le decía lo mucho que la extrañaba, pero todo se centró en Lord Grant, Owen, como a veces lo mencionaba Adelaida. Ella le pedía que lo investigara.
"¡Es el hermano de David!"
Diana supo que ella no estaba demente, él parecido entre ambos sí tenía una razón de ser, pero nada estaba claro. ¿Era Owen un usurpador en la familia real? ¿Owen y David eran hermanos de sangre? ¿Correría algo de sangre real en sus venas o no? ¿Podía ser que solo tenían rasgos similares a los reyes?
"¿Por qué no decir que creciste al lado de otro niño que considerabas tu hermano? ¿Por qué negarlo?".
Diana no le comentó nada a su madre de la carta ni del parentesco de David con el príncipe perdido, antes debía pensar muy bien, ¿cómo podría dar con la verdad?
29 de octubre 1849. Londres.
Arthur fue el único que aceptó irse con su madre del palacio. Si por él fuera se habría ido a América con tal de evadir el bochorno de haber confesado su amor por Diana.
Aimé no se opuso del todo, solo dijo que iría al día siguiente, convencería a Jeremy de conocer la casa de su madre, sentía que a él le caería mejor una casa más pequeña, además que había más aire puro, tranquilidad y quería que conociera el río.
Ese día Stephanie no quería perder el tiempo, se levantó muy temprano, aunque en realidad no había dormido en toda la noche, y sin despedirse de Arthur se dirigió a la hacienda dónde se encontraba el conde William Cowan. Esperaba que fuera alguien razonable y aceptara la liberación de David y Adelaida.
***
El conde comenzó su día tomando aquellas medicinas que prometían mejorar su salud, pero tal parecía que la muerte quería llevárselo pronto. Su mayor preocupación era a quién le dejaría su fortuna.
Elizabeth no lo amaba y él tampoco nunca aspiró a su corazón. Una princesa tan fina como ella no amaría a un viejo tosco como él. La tuvo porque se le antojó, fue fácil conseguirla, y ahora que estaba tal vez al borde de la muerte pensaba que tal vez Elizabeth mereciera quedarse con su fortuna, después de todo lo toleró a él.
No imaginó que ese día recibiría la visita de nada más y nada menos que la reina de Inglaterra. Nunca fue hombre de codearse con la realeza, pero eso es lo que ganó al casarse con la mejor amiga de la reina.
Nunca dejaría de admirar la belleza de la reina. Su esposa era hermosa, no había duda de ello, pero Stephanie Prestwick alumbraba el lugar por el cuál pasara, el más oscuro callejón de Londres brillaría con su sola presencia.
—Muy buen día conde Cowan, lamento sorprenderlo con mi presencia. Supongo que desconoce los motivos de mi visita.
—Su majestad bienvenida a este humilde hogar. No lo lamente, es bueno sorprenderse cuando la presencia es tan agradable y honrosa como la suya. Y aunque no imaginaba que viniera en persona creo conocer bien los motivos de su visita. Supongo que se trata de un esclavo y una asesina.
—Vine a abogar por David y Adelaida —aclaró—. Conde sé que le tiene estima a David, me contaron lo sucedido y él solo tiene la culpa de haberle salvado la vida.
—Lo sé, el muchacho debería estar siendo mi mano derecha, incluso pude haberlo adoptado, no merece todo lo que le ha pasado.
—Estamos de acuerdo.
—Pero decidió callar por esa niña mimada que no lo merecía. Debe aprender que en la vida no se puede ser tan noble, hay que ser egoístas para sobrevivir.
—Esa es su percepción de la vida, yo creo...
—Usted también lo cree su majestad —interrumpió—, sino no estaría aquí por sobre lo que el rey de seguro piensa. También está siendo un poco egoísta.
—Por un bien mayor —se excusó.
—Por lo que sea. Aunque no lo crea no le hice un mal a esos niños. Adelaida merecía morir, pero es solo una niña tonta, ambos aprendieron lecciones juntos, y después de todo a ella le di un esclavo lindo, y a él una hermosa joven de sociedad. Deberían darme el premio a flechador de corazones.
William reía con su voz ronca, pero Stephanie no podía seguirlo, ella no lo veía como un acto tan bueno. Los habían obligado a estar juntos, él decidió su destino y nadie tenía derecho a hacer algo así.
—Yo quiero lo mejor para ambos. Quiero darle a David una buena fortuna. Reconocerá que lo merece, al menos salvó a dos miembros de su familia, incluso la vida de Lucas Launsbury. Quiero comprarlo.
Fueron amargas esas últimas palabras. David no era un objeto que se pudiera comprar, pero ella debía hacerlo para poder devolverle su libertad.
—Su majestad, entiendo mis razones para querer el bien del muchacho, pero... ¿Cuáles son las suyas? ¿Por qué precisamente este esclavo recibirá su tan generosa gracia?
—Sé que hay muchos esclavos en su condición pero... yo lo conozco a él, siento que debo ayudarlo y no me pida que le dé una explicación porque no la tengo. Mi excusa es que mi corazón ruega por ayudarlo, ¿eso basta?
William rascaba su barba y Stephanie mantenía su postura segura.
—David tendrá su libertad pero no ahora. Él podría pero dudo que quiera dejar a Adelaida sola.
—Pero lo que usted le impuso a Adelaida no tiene nombre, ella es mi ahijada, no está desprotegida, ella...
—¿Qué quería? Puedo llevar el caso al juzgado, la enviaran a la horca, lo sabe. Lucas no estará contento de que su ex prometida y casi asesina en pocos meses se encuentre de nuevo disfrutando de los privilegios de una buena vida. Él vendrá, exigirá venganza y adiós esclavo, adiós Adelaida. ¿Quiere eso?
Stephanie sabía que William tenía razón y suspiró frustrada.
—Si quiere acabar con esto pida un decreto real, tratándose de la ahijada de los reyes estimo que no se lo negarán. Pero mientras eso pasa ellos continúan aquí, tampoco es que sean esclavos en todo el sentido de la palabra, los subí a la categoría de sirvientes.
Stephanie no sabía qué hacer. Quería llevarse a David ya de ahí, pero por otra parte estaba segura de que el conde no le haría daño. Pedir un decreto real equivalía a rogarle a James misericordia, lo habría hecho en caso de saber que serviría de algo, pero sabía que él no daría su brazo a torcer.
—Quisiera que dejara que David vaya a mi casa. Algo así como que le presta servidumbre a la reina.
—Si lo pone de esa forma creo que no puedo negarme.
—También que deje ir por este día a Adelaida a visitar a su madre, es el deber de un esposo velar por la tranquilidad de su esposa.
—Hermosa e inteligente. Sus deseos son órdenes su majestad.
***
—Sabemos dónde está David, será fácil acabar con él —dijo Joseph fumando su pipa—. Casi no puedo creer que estuviera vivo todo este tiempo. Pudo arruinarlo todo.
—Él no sabe nada —gruñó Owen.
—¿Cuánto tiempo crees que le tome enterarse?
—No es tan fácil acabar con él, la reina lo protege.
—Y James Prestwick no. Si David amanece muerto habrá un gran sospechoso y ese es nada más y nada menos que el rey. La reina lo odiará, nunca creerá en su inocencia, otra forma de vengarnos de James. No hay nada que le duela más que el amor de su hermosa esposa. Esta noche David pasará a mejor vida, tú no te preocupes, yo me haré cargo de eso.
Owen se encontraba entre la espada y la pared. No había forma en la que ambos salieran bien parados. Si le contaba la verdad a David se estaría ganando su propio fusilamiento, él era un rebelde, no le perdonarían la vida, y tampoco se le antojaba vivir bajo el mando de James Prestwick. Por otro lado David por cualquier camino tendría los días contados. Owen quería gritar, tan solo dormir y despertar en un mundo dónde no tuviera que tomar ninguna decisión, uno en dónde él y David de verdad fueran hermanos de sangre, y no hubiera odio y venganza de por medio.
***
"¿Cómo dejar que la única persona importante en tu vida muera?"
Owen tomó las riendas de su caballo, se subió a él y perdió sus pensamientos en la fría brisa que arrastraba las tinieblas en su mente.
"—Los caballos son libres pueden ir a dónde quieran, ver el mundo, correr por él.
Ambos niños se encontraban al borde de un peñasco con una gran extensión de montañas heladas frente a ellos.
—Yo digo que las aves son realmente libres. Los caballos tienen dueños, trabajan, en cambio las aves vuelan, no hay nada imposible para ellas.
—Entonces se tú un ave, yo seré un caballo.
—¿Pero cómo podrán vivir un caballo y un ave juntos?
—No pueden es imposible. El ave siempre dejará al caballo atrás.
—¡No! Yo siempre te esperaré y dónde no puedas ir te llevaré en mis alas.
—¿Cómo podría un simple ave cargar con un caballo?
—No sé, pero haremos lo imposible.
—Sí David, haremos lo imposible".
¿Cómo podía hacer lo imposible? ¿Cómo compaginar la vida de un ave y un caballo?
—¿Qué te tiene tan triste?
Aimé decidió esa mañana cabalgar un poco, necesitaba pensar en muchas cosas y siempre un buen paseo despejaba sus ideas. No esperó encontrarse a mitad de camino con Owen. Él llevaba semanas actuando extraño, distante, y este era uno de esos momentos. Por varios minutos lo observó ahí sobre su caballo con la mirada perdida, sin mover un solo músculo, sus ojos enrojecieron y supo que aquellos que pasaba en su mente lo estaba atormentando, pero... ¿Qué podía ser?
Owen saltó al escuchar su voz, carraspeó e intentó esconder su tristeza.
—Nada, solo pensaba, a veces suelo hacer eso —bufoneó intentando aligerar el ambiente.
—Te ves triste, desde hace días luces así. Sonríes pero no eres sincero. ¿Qué ocurre?
—Mi vida cambió de la noche a la mañana y hay veces que me siento perdido. Antes sabía bien lo que quería, el objetivo de mi vida, y todo estaba bien, me sentía satisfecho, pero ahora hay veces que no sé qué sea lo correcto, no sé qué es lo más importante. ¿Qué es lo más importante para ti?
—Mi familia. Es irónico porque he vivido detestando la actitud de mis padres, odiando tu nombre, pero sé que haría lo que fuera por ustedes.
—¿Cuántos horrores se pueden cometer en nombre del amor?
—Supongo que todos los necesarios.
Para Aimé lo más importante era su familia, para Owen era igual, su gran disyuntiva era separar a su verdadera familia. David era ese hermano con el que creció, el que finalmente maltrató y olvidó por el resto de la mitad de su vida, llegó a ver como familia a ese grupo que lo trataba con frialdad pero que al mismo tiempo lo protegía. ¿Cuál era su verdadera familia? ¿Qué causa tenía más peso? ¿Podía olvidar años de asesinatos y opresión por el egoísmo de mantener con vida a una sola persona? Pero estaba el caso de que esa persona era nada más y nada menos que el único ser que lo amó.
—¿Alguna vez has sentido que no naciste para ser buena persona? —hablaba a susurros, sin mirarla directamente, era más como mantener una conversación con su conciencia.
—Sabes que sí. Tú más que nadie sabe que no soy una buena persona, me lo he cuestionado desde siempre.
—Pero tú no eres mala. Eres soberbia, amargada y orgullosa, pero no mala.
—Gracias por tus halagos —comentó con sarcasmo—. Qué me vas a decir tú de ser mal. ¿Por qué eres malo? ¿Por ser galante, elocuente, divertido? ¿Por haber salvado a Arthur de la muerte, por ser tan bueno con la espada y con cualquier defensa? Oh sí, eres malvado.
—Lo soy Aimé, lo soy.
—¡No! Claro que no. Owen eres lo que sientes en tu corazón, lo que se refleja en tus ojos. Yo veo a un joven con miedos y tormentos, alguien que está consciente de sus errores, alguien que siente dolor. Un ser malvado no siente remordimiento. Eres bueno, o al menos para mí siempre serás la persona más interesante que he conocido.
—Tú eres grandiosa aunque nunca te des cuenta de ello.
—¿Qué tal si dejamos la melancolía a un lado y hacemos una carrera?
—Sabes que no podrás ganarme.
—No suelo retar si sé que perderé, así que no te confíes.
—Prepárate a perder princesa.
Por los pocos minutos que duró la carrera el pasado y el futuro desaparecieron, era él, su caballo y el verde camino frente a él. Respiró libertad, esa que tanto anhelaba conquistar pero que solo podría disfrutar momentáneamente.
"¿No puedo quedarme por siempre aquí? La vida debería ser así, una carrera cíclica de buen paisaje y buenos recuerdos. Un valle de silencio, de fría brisa y olor a hierbas. Sin pasado ni futuro, compuesta de un solo y eterno momento de felicidad".
Aimé ganó y ella irradiaba felicidad. Se detuvo a detallar su sonrisa, los hoyuelos en esas mejillas sonrojadas. Ella era hermosa, perfecta en tantos sentidos. Tal vez en otra vida habría caído rendido a sus pies, se adueñaría de su corazón, y él habría sentido lo que es la magia del amor.
En otra vida se habría entregado como un poeta a ella, descubriría el significado de cada desgarrador soneto, sintiendo la irrefrenable ansia de besar, abrazar, de tan solo obtener una mirada, pero en esta vida ella era solo una hermosa dama, una a la cual no quería decepcionar.
—Aimé aunque alguna vez oigas cosas malas de mí no olvides este momento. Este soy yo, el que te ha abierto su corazón. Este es el verdadero yo.
—Nunca nada me hará cambiar mi percepción de ti. Te quiero Owen, y no es algo que diga muy a menudo.
—¿Me querrías de no ser tu hermano?
—Te querría más si no lo fueras.
Aimé se sonrojó al decirlo, pero ya no podía retractarse.
Por la cabeza de Owen comenzaron a danzar los "tal vez" y "los quizás". Un mundo de probabilidades que no podría experimentar.
Pensó en un futuro ideal y las ganas de llorar volvieron a él. Aimé notó su turbación y sin pensarlo demasiado se acercó para estrecharlo entre sus brazos.
—No puedo entender qué te ocurre, pero sin importar lo que sea recuerda que todo siempre pasa. No hay nada como el tiempo para borrar nuestros pecados.
—Aimé eres realmente valiosa, nunca lo olvides. Mereces ser feliz y sin importar cómo, lucha por ello.
—¿Por qué siento que te estás despidiendo?
—No es eso. Aprendí que es mejor decir lo que se siente al instante, nunca sabremos cuando no tendremos más oportunidad. Recuerda eso, no dejes correr el tiempo, él nunca vuelve, y tampoco transcurre en vano, es ladrón de lo que más queremos.
Aimé por sobre el hombro de Owen divisó a Arthur acercarse a las caballerizas con Estella guiándolo. Tal vez en otro momento las palabras de Owen no cobrarían tanto significado.
Owen soltó el abrazo de Aimé y se dispuso a guardar su caballo. Aimé le cuestionó estarse despidiendo y en parte sí lo estaba haciendo, ese día moriría su verdadero yo, ese que le gritaba que era bueno y su causa era justa, ese día dejaría escapar su pequeña parte de humanidad. Lo que haría o dejaría hacer lo mataría por completo.
"No se puede hacer lo imposible David".
***
Adelaida recibió esa mañana con un gran malestar en su cuerpo, era algo como un vacío en su estómago y algo que presionaba su garganta. Quiso pensar que eran los nervios de haber besado a David y de existir la posibilidad de quedarse a solas con él, no quería escuchar su rechazo, las palabras de: No puedo amarte porque amo a Hanna.
Pero había algo más, ese miedo desconocido no era común.
Taciturna preparó el desayuno y lo sirvió evitando mirar a David. Él también escondía su mirada de ella.
El trabajo de Adelaida era ayudar en la cocina, mientras que David y Allen debían recolectar en los sembradíos. Fue inusual que enviaran a Adelaida a asearse y colocarse un vestido nuevo. El vestido era sencillo, parecía el uniforme de una sirvienta, pero al menos era nuevo, olía bien, y Adelaida lo vio como lo más hermoso que había visto jamás.
Arregló sus cabellos pero pese a oler mejor y vestir algo suave, no podía borrar de su cuerpo aquella injustificada melancolía.
Se sobresaltó cuando la puerta se abrió, aunque respiró al notar que era David, alivio que no le duró por mucho tiempo, debido a que recordó la conversación que se debían.
—Estás... muy linda —pronunció más bajo.
David no sabía bien cómo actuar. No olvidaba aquel beso, ningún aspecto de la reciente noche, pero se sentía mal, pensar en Adelaida significaba engañar a Hanna.
—Gracias. ¿Por qué razón te llamaron a ti?
—Dicen que me llevaran a otra hacienda, pero que volveré en la noche —aclaró al notar la expresión de horror en Adelaida—. ¿Y tú?
—No sé a dónde me lleven, solo me dijeron que me aseara y me dieron esta ropa. ¿Qué están planeando? Tengo miedo.
—¡Miedo!
—Hay algo, siento que algo pasará. Tengo miedo.
Ya podía darle un nombre a su malestar, era miedo, terror a lo que ese día les aguardaba, era el mismo sentimiento que tuvo cuando su padre se fue de viaje en aquella ocasión, esas ganas ilógicas de abrazarse a él y no soltarlo jamás. Lamentablemente en aquel momento no hizo nada de lo que deseaba hacer, se despidió de su padre con una seña de sus manos y nada más, esa sería la última vez que lo vería.
—¿Qué pasa sin te venden o me venden?
—No creo que eso pase. Tu madre no lo permitirá. Tú lo dijiste la reina te ayudará, ella...
David no se esperó el abrazo repentino de Adelaida. Ella hundió el rostro en su pecho y sus manos temblaban sin remedio.
—Todo estará bien, ya verás —dijo tranquilizadoramente.
—Promete que si me venden me buscarás. ¡Promételo!
David no podía pensar en aquella posibilidad. Recordó el día que se llevaron a Hanna, y lo poco que él pudo hacer para recuperarla, pero no volvería a dejar que algo así ocurriera.
—Lo prometo, claro que lo prometo. Nadie te llevará.
—¿Y a ti? Podrían venderte. Siento que algo malo pasará. Lo siento.
—No será así, hoy tal vez sea el día que vuelvas a casa.
"No quiero volver a casa sin ti" pensó.
Adelaida dejó de abrazarlo, buscó un cuchillo y lo acercó a David. Él no se movió solo porque sabía que ella no le haría nada malo. Ella enredó uno de los rizos de David en su dedo y lo cortó, tomó también un mechón de su cabello negro y lo cortó. Quería un recuerdo de él.
—Ven, dame tu mano.
David le extendió su mano derecha y ella amarró su mechón en su dedo índice. Hizo lo mismo con el mechón de David, amarrándolo en su dedo.
—Esta es nuestra promesa. Si me llevan tú me buscarás, si te llevan yo haré todo lo imposible por encontrarte. Es nuestro juramento de que volveremos a vernos. Es nuestra promesa hasta que alguno de los dos diga adiós.
—Juro que te buscaré.
Solo un minuto de observarse y de decirse tanto solo con sus miradas, de decir lo que sus labios nunca se atreverían a pronunciar. La puerta se abrió y dos carruajes los esperaban.
Adelaida soltó la mano de David hasta el último momento y esbozó un "Te veo luego".
David fijó su vista en el mechón de cabello en su dedo y también tuvo miedo, pero sin remedio se subió a aquel carruaje con rumbo desconocido.
***
Reconocía ese camino, jamás olvidaría esa casa. Bajó ya más aliviado, sabía que ahí nada malo le ocurriría y que de seguro Adelaida también estaba bien.
Stephanie lo recibió con un gran abrazo y como siempre depositó un beso en la frente de David.
—Bienvenido. Ven, preparé muchas cosas deliciosas para que comas.
David se dejó arrastrar a la cocina, cuyo aroma alborotó su estómago. Dentro se encontraba Arthur comiendo unas galletas con mermelada, él no esperaría por el esclavo.
—¡Arthur te dije que no comenzaras a comer! —regañó Stephanie con dulzura.
—Las galletas me decían cómeme, así que las obedecí. Tú siempre has dicho que debo ser obediente.
—No tienes remedio. David siéntate aquí. Arthur salúdalo.
El pequeño esbozó no la más sincera de sus sonrisas. No es que le tuviera mucho afecto a David, hasta que él recordaba ese esclavo se robó el cariño de Diana y que estuviera de nuevo ahí no le agradaba.
Stephanie comenzó a servir un poco de sopa, volteó para dárselo a David pero quedó paralizada al notar por primera vez lo parecidos que eran Arthur y él. No era la primera vez que ambos estaban juntos, pero ahora su corazón brincó sin explicación. Tal vez era el largo del cabello de David lo que lo hacía ver más joven, tal vez por eso su parecido con Arthur era remarcable. Aturdida dejó la sopa sin separar la mirada de ambos.
—Disculpe la pregunta, pero, ¿usted sabrá a dónde llevaron a Adelaida?
—Le pedí al duque que la dejara visitar a su madre y a Diana. Debe estar en su antigua casa.
—De verdad muchas gracias, nunca tendré cómo agradecerle todo lo que ha hecho por mí.
—En realidad no he hecho nada. ¿Qué tal tu vida de casado? ¿Cómo se comporta Adelaida? Siento tanto lo que le han hecho.
—No entiendo nada —interrumpió Arthur—. ¿Qué tiene que ver el esclavo con Adelaida? ¿Hablas de Adelaida Conrad?
—David y Adelaida están casado, pero no puedes decírselo a nadie Arthur.
La boca de Arthur formó una "O". Sintió alegría de que el esclavo estuviera casado, así Diana no tendría esperanza alguna. Ya el esclavo comenzaba a caerle mejor, sin embargo, no entendía qué hacía Adelaida casada con un esclavo.
—Yo haré todo lo posible para deshacer ese matrimonio y darte tu libertad. Sé que lo conseguiré. ¿Qué pasó esa noche David? ¿Cómo te consiguió Lady Cowan?
Stephanie no quería creer que James le entregó a David a Lady Cowan, pero era una posibilidad que estaba latente, y ella debía descubrir la verdad de todo.
David fue muy vago en su explicación. Le daba vergüenza recordar todo lo que esa mujer le hizo, y le daba dolor recordar sus últimas horas con Hanna.
Arthur estaba tan impresionado como Stephanie de aquella historia, tanto que ya no tenía hambre.
Stephanie más que tristeza sentía rabia. Nada de eso habría pasado de ella haber seguido con su plan, no quería culpar a James, pero él era el culpable.
—¿Quién dio con Lady Cowan? ¿Quién te liberó?
—Mi hermano, él me encontró y... —calló al darse cuenta de lo que había dicho, palideció y Stephanie lo notó.
—¡¿Hermano?! ¿Tienes un hermano David?
Asintió solo porque sería absurdo negarlo, además se trataba de su ángel, qué habría de malo que supiera de su hermano. Iba a señalar que su hermano se encontraba ayer a su lado pero el sonido de unos caballos los alertó a todos.
—¡Llegó Aimé! —exclamó Arthur viendo por la ventana—. Vino con Jeremy, Estella y Owen.
"¡Owen!" David reaccionó al nombre. No podía tratarse de la misma persona.
Stephanie lo tomó de las manos y lo dirigió a la entrada.
—No te conté que mi hijo, ese que se llevaron hace tantos años apareció. Quiero que lo conozcas.
Owen alborotó con diversión los rulos de Arthur y fue a besar a su madre pero se detuvo al notar a David a su lado. Esos ojos lo cuestionaban. ¿Qué pasaba?
—David él es mi hijo Charles. Owen saluda a David.
—¿Hijo? —preguntó sin salir de su asombro.
—Sí. —Owen buscó la mano de David y la presionó obligándolo a que viera sus ojos. Con aquella mirada le indicó que no dijera nada. —Mucho gusto, Charles Prestwick.
—Lo siento su majestad. —David hizo una leve reverencia.
David sentía que se encontraba dentro de un sueño. Su vista no enfocaba nada más que a Owen, y lo único que se repetía en sus oídos eran las palabras de Stephanie llamándolo hijo.
Aimé les pasó por un lado sin darle importancia a David. Dirigió a Jeremy al interior de la casa sin dejar de describirle cómo era el lugar.
Stephanie abrazó a Owen y le indicó que había hecho su pastel favorito de chocolate y cerezas.
David no sabía a dónde ir o mirar, su cabeza era un gran enredo. ¿Cómo era posible que Owen fuera el hijo perdido de los reyes? ¿Por qué no se lo dijo? ¿Por qué actuar como si no lo conociera?
Stephanie sintió la incomodidad de David y lo tomó de las manos llevándolo con ella a la cocina.
—Entiendo que te sientas incómodo, pero aquí estaremos solos.
David reviró para ver cómo Owen lo miró desde afuera para luego perderse de su campo de visión.
—¿Cómo encontró a su hijo su majestad? Me imagino lo contenta que está.
—No sabes cuánto, a veces perdía la esperanza de verlo de nuevo. Cuando me di por vencida apareció, por eso nunca hay que perder la esperanza, nunca debe agotarse nuestra fe. Los milagros sí suceden.
Stephanie emocionada le contó el cómo llegó Owen a sus vidas. Relató la niñez de su hijo, que creció en los Alpes franceses, que al morir George Prestwick fue ayudado por Joseph y adoptado por una familia en Bélgica dónde se educó como un Lord.
¿En realidad había hecho eso Joseph por Owen? Él nunca les tuvo cariño, qué lo impulsó a llevarse a Owen a una familia de bien.
—¿Su hijo creció solo en esas montañas? —preguntó.
—Sí, él, ese asqueroso hombre y Joseph que siempre lo ayudó y protegió. Cada día me atormenta todo lo que tuvo que vivir en manos de ese hombre que odio con todo mí ser, pero a la vez le doy gracias a Dios de poner a Joseph en su camino. Su vida no fue del todo mala.
—Ese hombre, el que raptó a su hijo, ¿cómo era?
***
Arthur se moría por contarle el nuevo chisme a Aimé, así que con nada de disimulo la jaló hacia el patio trasero, ahí se encontraron con un alterado Owen. Arthur pasó por alto su estado y solo se acercó alegre para contarle a ambos.
—¿Qué es eso tan importante? —pregunto Aimé con reclamo.
—Me enteré, pero no pueden decirle a nadie, que el esclavo está casado con Adelaida.
—¡¿Qué?! ¿Hablas de Adelaida Cowan?
Ese apellido. Owen no entendía el interés de los príncipes en la esposa de David, hasta que aquel apellido resonó en su cabeza.
—¿Cowan? ¿Cómo Diana Cowan? —Rogaba que sus sospechas no fueran ciertas.
—Sí. Adelaida es la hermana de Diana.
Owen maldijo internamente en ese momento.
"No, no y no. ¿Por qué tenías que involucrarte con ellas David?".
—¿Cómo Adelaida puede estar casada con un esclavo? —preguntó Aimé ya más interesada.
—Porque ella es una esclava ahora.
Arthur contó todo, lo del asesinato de Jacob Launsbury, el castigo de Adelaida, y Aimé estaba realmente impresionada, pero Owen dejó de prestarle atención a Arthur, lo único que le importaba es que la esposa de David era la hermana de la señorita que lo miraba con duda, aquella que sospechaba su origen. En cuanto hablaran atarían cabos, ellas descubrirían todo.
"Maldita sea, debo deshacerme de ellas antes de que abran la boca".
***
Adelaida con grandes lágrimas recibió los abrazos y besos de su mamá y de Diana. Lloraron juntas, se dieron cariño, ella les contó a grandes rasgos lo que había sido su vida. Elizabeth insistió en que tomara un buen baño de agua caliente mientras ella le preparaba una rica comida, consentiría esa tarde a su hija, estaba segura que pronto volvería a tenerla a su lado.
Diana estaba a su lado, peinándole los cabellos, mientras ella continuaba en la bañera, relajándose con el vapor del agua y los pétalos de rosas emanando su refrescante fragancia.
Diana notó lo cambiada que estaba su hermana, no lucía enferma, en realidad se notaba con más energía y vida que nunca. Adelaida estiró la mano para tocar su mejilla como muestra de lo contenta que estaba de verla y Diana notó el cabello dorado en su dedo.
—¿Cómo te llevas con David? —preguntó carraspeando.
Aquel era un tema sensible. Adelaida sabía que debían hablarlo, pero era incómodo y doloroso.
—No está enamorado de mí —respondió—. Hata hace poco creo que me odiaba, pensaba que yo de maldad dirigí a Esther a Hanna.
—¿Y tú no lo odias por Jacob?
—No. Creí amar a Jacob, pero me di cuenta que todo fue una ilusión, él tampoco me amó sino no habría escondido nuestra relación, habría luchado sin pedirme que asesinara por ello. Estuve mucho tiempo resentida, pero ya no.
El silencio reinó y la tensión aumentó.
—Diana, lo siento tanto. —Con lágrimas en los ojos volteó a mirarla. —Yo... yo no quería, te juro que nunca pensé que esto pasaría pero... me enamoré. Y es difícil de creer porque juré estar enamorada de Jacob, pero... lo que siento por David es tan diferente, y yo sé que tú lo amas y me odio por sentir esto, pero fue inevitable, él es tan gentil y caballeroso. Pese a mi mal humor él siempre intentó hacerme sentir bien, me cuidó, siempre atento para que comiera, para que mis días fueran menos miserables. ¿Cómo no iba a enamorarme de él? Y sé que no me ama y tal vez nunca lo hará. Hanna está bien grabada en su corazón, pero no pienso dejarlo, no quiero. No dejo de sentirme mal porque me estoy metiendo con tu amor y... sabes que yo no quería, yo nunca...
Era imposible hablar, el llanto la ahogaba y Diana también consternaba se abrazó a ella. La vida les había impuesto la mayor de las jugarretas. Dos hermanas atadas al mismo amor.
—No te culpo Adelaida, eres su esposa. El destino no quiso que David fuera para mí y solo será un lindo recuerdo. Te dije el día de tu boda que lo trataras bien y gracias por hacerlo. Él merece ser feliz y sé que lo será a tu lado. Y aunque duela, eso es lo único que importa, que las dos personas importantes en mi vida sean felices. Te amo Adelaida.
—Te amo Diana.
El llanto se prolongó hasta que decidieron enjugara sus lágrimas y se sonrieron la una a la otra.
—Deberías salir ya o te resfriarás.
—No lo creo. No sabes las veces que me mojé con lluvia y me sequé con el sol. La sociedad insiste en hacernos ver más débiles de lo que en realidad somos.
—Y Allen estuvo con ustedes.
—Sí. Lo detesto, no en realidad ya no lo detesto, pero al principio era insoportable convivir con él. Ahora pienso que fue lo mejor que nos pudo pasar. Sé que te dio la carta, debemos hablar de ello. ¿Sabes algo de lord Grant?
—Él es el hijo perdido de la reina.
—¡¿Charles?!
Diana asintió.
—Cómo puedes ver no es un tema fácil.
—Si Owen es Charles el príncipe, y David dice que él es su hermano. ¿Qué es en realidad David?
—¿O quién es en realidad Owen?
***
James estuvo toda la mañana y parte de la tarde intentando solucionar el problema del esclavo. Primero tuvo que enterarse de su situación de la cual nadie conocía, pero había algo que no le gustaba. Lo único que supo del esclavo es que era francés. El único registro que había era el de un niño francés entrando a Irlanda hace ya más de ocho años. Tenía buenas razones para dudar de los franceses.
Habló con sus consejeros y debido a la inaudita muerte de Esther Cowan, les parecía que el destino del esclavo ya no era una amenaza para las relaciones con Alemania.
James decidió que interrogaría al esclavo, de no tener nada que ver con los rebeldes que lo querían muerto, lo liberaría, incluso le daría un palacio de ser posible, todo lo que fuera necesario para ganarse el perdón de Stephanie. Como no tenía forma de dar con David decidió buscar a Stephanie y que ella lo ayudara. Siendo que se trataba de mejorar la vida del esclavo suponía que ella no se negaría.
Se frustró al encontrarse con el camino principal bloqueado por un gran árbol que se había caído. Sus guardias se alertaron pensando que se trataba de una emboscada, pero pudieron dar la vuelta con tranquilidad. Decidieron usar el camino alterno por el bosque, aunque los guardias no estaban muy seguros, todo podía ser una trampa.
El árbol había caído por su propia cuenta y el otro camino estaba despejado, pero era el destino quien tenía preparado un final poco alentador a ese pequeño viaje.
***
Ya pronto caería la noche así que con tristeza Stephanie se despidió de David. El mismo miedo que sintió Adelaida ahora era parte de David, no supo por qué tuvo ganas de llorar, sabiendo que estaba mal se abrazó a Stephanie e incluso le dio un beso en la mejilla. ¿Por qué sentía que no la volvería a ver?
—Usted siempre ha sido buena conmigo así que gracias —susurró.
—Yo te sacaré de esta vida David, lo prometo. Te quiero.
Stephanie también sentía este dolor diferente. La ausencia de un algo que luchaba por hacerse presente.
David subió a la carreta y volteó para ver a Stephanie despedirlo con una sonrisa. Más allá, escondido tras una columna Owen observó la escena, era su oportunidad de actuar.
La carreta pronto se encontró con el árbol caído y dieron la vuelta para volver a la casa y continuar por el camino del bosque. Owen los interceptó a metros de la entrada. Les indicó que debía hablar con el esclavo y nadie se interpondría ante el futuro rey.
David bajó asustado y no se tranquilizó al ver a Owen esperándolo. Su hermano le indico que lo siguiera y eso hizo.
El cielo estaba naranja, y el río mostraba esos tonos sepia. Caminaron en silencio un gran trecho, adentrándose en el bosque, se detuvieron a la orilla del río un poco más allá del árbol favorito de Stephanie. Estaban completamente solos.
El propio Owen no sabía lo que haría.
—Debes irte David, a algún lugar muy lejano, América es una buena opción.
—¿Por qué? ¿Cómo es que eres el hijo de la reina?
—¿Qué tanto sabe tu esposa de mí?
Al parecer Owen no pensaba responder sus preguntas y él a su vez no respondería las suyas.
—Owen explícame qué es todo esto. Si tú eres el hijo de los reyes y ese hombre era mi padre entonces tú...
—¿Soy tu sobrino? Todo es una mentira David. Estoy aquí por un propósito y tú debes desaparecer.
—¡¿Por qué?! Yo qué importo. Si todo es una mentira, qué puedo importar yo.
—No entiendes y nunca entenderás. Joseph te quiere muerto, las personas para las cuales trabajo te querrán muerto, yo te necesito muerto.
El corazón de David se detuvo, quién era el hombre frente a él.
Owen debía decidir a quién llamaría familia. ¿Sería el joven frente a él, o todo ese clan que gritaba venganza?
—¿Owen de verdad eres el hijo de los reyes? La reina me contó de aquel hombre, me dijo una historia poco creíble de Joseph, pero ese hombre George Prestwick es igual a nuestro padre. Si tú eres el hijo de ellos, y yo soy el hijo de ese señor entonces...
—Entonces tienes la sentencia de muerte marcada. Porque James Prestwick no tolerará convivir con el hijo bastardo del padre que odia. Stephanie tampoco podrá ver a los ojos al niño por el cuál su hijo sufrió tanto.
—Yo no... yo nunca te hice daño. —Todo era demasiado para él. —Yo no soy culpable de lo que te pasó, tú lo sabes, yo...
Comenzó a limpiar sus lágrimas, todo estaba cobrando sentido. Aquel señor los trataba mal a los dos, pero era David al que llamaba hijo, era él quien pudo aprender a leer y escribir. Si él era el hijo de George Prestwick entonces Joseph era su hermano mayor. ¿Por qué ahora lo quería muerto?
—No importa. Todo es una mentira, yo no soy el hijo de los reyes y tú no eres el hermano de James Prestwick.
—¿Por qué los estás engañando? La reina está ilusionada cuando se entere le partirás el corazón, tal vez su verdadero hijo esté por ahí y tú...
—¡Cállate! —Él sabía exactamente dónde estaba ese hijo.
—Estás mintiendo. Ese hombre que nos crío sí era George Prestwick, ¿cierto?
—Eso no importa. Lo importante es que debes desaparecer.
—¿Por qué? Dime por qué debo hacerlo y lo haré, pero dime por qué.
—¡Porque yo te lo pido! —gritó—. Pediré que te lleven al puerto, subirás a un barco e irás a América, comienza una nueva vida allá, eres joven, podrás salir adelante.
En otro tiempo David lo habría hecho sin cuestionar. Si Owen decía que hiciera algo lo hacía por su bien, pero en ese momento su cabeza no dejaba de zumbar, le exigía indagar. Pasó su mano por su mejilla para limpiar la humedad de las lágrimas y vio el mechón oscuro amarrado en su dedo.
—No puedo, hice una promesa, debo volver con Adelaida.
Aquel nombre chilló en la cabeza de Owen.
—¿Qué tanto sabe tu esposa? ¿Qué le has dicho de mí?
—Ella no sabe nada.
Mintió y Owen lo notó. David no era bueno para mentir.
—Creo que yo soy más importante que esa esposa. Si te digo que te vayas lo harás, es por tu bien, por un demonio, ¡estoy intentando protegerte!
—¡¿De qué?! ¿Por qué me quieren muerto? ¿Por qué tú me necesitas muerto?
—Porque estoy a punto de cumplir lo que llevo años queriendo, lo que ha sido mi objetivo de vida, y tú, tú idiota esposa y su tonta hermana pueden arruinarlo todo.
—¡Diana! ¿Qué tiene que ver Diana con esto?
Owen no respondió, todo se le estaba saliendo de las manos. Las cosas no debían ser así, tenía poco tiempo para convencer a David pero estaba hablando de más.
—¿Para quién trabajas Owen? —Cambió su pregunta, sentía que ahí radicaba el problema—. ¿Por qué hacerte pasar por hijo de los reyes? ¿Qué planeas?
—Tú nunca lo entenderás. —Cansado se sentó en la grama con su cabeza hacia el suelo y las lágrimas amenazando por salir. —No sabes la clase de vida que he vivido.
—Según la reina, Joseph te llevó a una familia rica que te adoptó —dijo sentándose frente a él.
—Eso es mentira. Nunca sabrás todas las cosas que me tocaron vivir, todas las vidas que he arrancado con mis manos, pero no son más de las que James Prestwick ha arrebatado.
"Todas las vidas que he arrancado con mis manos" David nunca pensó demasiado en los hombres que Owen mató para liberarlo de Esther, pero cuanta más sangre había derramado.
—No hables con tanto rencor de él, es tu padre.
—¡No! ¡No lo es! Él no es mi padre, lo odio y no sabes cuánto. Por él he vivido un tormento, por su culpa y la tuya he tenido esta miserable vida, llena de sangre, tristeza, impotencia y venganza. ¡Lo odio! Y muy pronto acabaré con su vida.
David lo entendió, aunque no podría atar bien los cabos de esa mentira, sí entendió lo esencial; Owen quería venganza.
—¿Es eso? ¿Quieres matar al rey? ¿Qué te ha hecho?
Owen presionó su cabeza, había dicho lo que nunca debió. David no tenía que conocer sus planes, estaba llegando a un punto sin retorno, poco a poco su única posibilidad de salvar a David se estaba esfumando.
—Él no se ha cansado de asesinar a mi familia. Merece morir, merece perderlo todo, por eso tú debes irte, sin mirar atrás, sin preguntar.
—Owen no puedes hacer eso. Él cree que eres su hijo.
—¿Ahora te importa el rey?
—¡No! Me importa la reina, ella sufrirá mucho, además no hay forma de que salgas bien de una situación así. No entiendo tus motivos, pero la venganza no lleva a nada bueno. Owen, arrepiéntete. Por ahora tienes una buena vida, ellos te quieren, desiste de lo demás y...
—No entiendes, no es tan fácil. Todo un clan confía en mí. No puedo hacerme la vista gorda a lo que he vivido, está en mí hacer esto, para esto me criaron. Soy un asesino David.
—¡No lo eres! Tú eres mi hermano, ese que siempre me protegió, el que soñaba con la justicia y libertad. No olvides quien eres realmente. Sabes que esto no terminará bien. No te dejes dominar por Joseph, él...
Owen se lanzó sobre David con sus manos presionándole el cuello. David reconoció aquella mirada rojiza llena de odio, era la misma de cuando eran niños, y tuvo miedo.
—No tienes idea de lo que dices —reprochó Owen aún presionando—. Joseph es un imbécil pero tiene razón. No todos pudimos vivir en una burbuja como tú.
David forcejeando logró apartarse de Owen, más porque él lo dejo que por sus propios medios.
—¿Burbuja? He sido un esclavo desde los diez años. Mi vida se resume en bajar la cabeza, sentir miedo, ser obediente y trabajar como un burro. Tampoco sabes las cosas que he tenido que pasar. Me han torturado, destrozado, y Dios sabe que no lo merezco.
—¿Y no te gustaría tener a todos ellos frente a ti para hacerlos pagar por lo que te hicieron?
—No me convertiré en lo que odio. No seré uno de ellos. Tú no seas uno de ellos. ¿Qué bien se puede conseguir de hacer el mal?
—A veces hay que hacer un mal en busca de un bien mayor.
—Estás mal Owen, reacciona, este no eres tú. Vámonos, formemos esa vida que siempre soñamos.
—No puedo ser un cobarde, sería egoísta.
—Egoísta es arrebatarle la felicidad a alguien que no se lo merece. La reina no se lo merece y lo sabes. Si el rey es malo entonces la vida se lo hará pagar, no busques ser Dios.
—No voy a desistir, ya deja de intentarlo. Irás al puerto, subirás al barco y no me importa si tengo que atarte para llevarte.
—¡No! No puedo dejar que le hagas daño.
Owen lo jaló bruscamente por los brazos asesinándolo con la mirada.
—¿Piensas correr a decirles todo? ¡¿Me traicionarás de esta forma?! Sabes que si les dices me mandarán a la horca. ¡¿Eso quieres?!
—¡Claro que no! —Owen no pensaba soltarlo y él no sabía qué debía hacer. —Vámonos, ven conmigo, subamos a ese barco juntos —rogó.
—No es tan fácil. Si me quisieras te irías sin protestar.
—Porque te amo no puedo dejar que arruines tu vida. No te sentirás mejor una vez acabes con el rey, la muerte no puede traer felicidad.
—¡Te irás y no dirás nada! Olvidarás esta conversación y continuarás con tu vida.
—Sabes que no puedo hacerlo.
David se alejó un poco y dio la vuelta para irse. Encontraría la forma de advertirle a Stephanie sin perjudicar a Owen, pero no pudo dar un paso cuando la voz de Owen lo detuvo.
—Entonces lo siento.
David confundido reviró y un revolver presionó su pecho, exactamente en el lugar de su corazón. Con lágrimas en los ojos miró a Owen, quien también con lágrimas escapándose esbozó un "lo siento".
—¿Vas a matarme? —sus labios temblaban.
—Si me amaras por tu propia cuenta darías la vida por mí.
La mano de Owen temblaba. Eso es lo que quería, deseaba que David lo eligiera por sobre todas las cosas, pero en cambio estaba ahí eligiendo a esa reina que poco conocía. Cómo culparlo si él lo había dejado por ese clan que llamaba familia. Aun así quería sentirse querido, pero no había marcha atrás, David no callaría y él no podía dejarlo hablar. A la final la venganza fue más poderosa que la hermandad.
—Te amo y daría mi vida por ti, pero cómo eso puede hacerte feliz.
Su pecho subía y bajaba. Nunca imaginó encontrarse en una situación igual. Moriría allí y su hermano sería el verdugo.
—No seré feliz, eso es cierto, pero al menos valdrá la pena. Qué nos espera a ti y a mí en este mundo. No nacimos para ser felices. Nacimos para soñar y creer que algún día todo sería mejor, pero no es así. La vida no es un cuento de hadas, es un maldito infierno. Si me amaras, tú mismo presionarías el gatillo de esta arma.
No, nada de eso es lo que quería decir. Su mente y corazón luchaban por hacerse escuchar, pero era su venenosamente la que controlaba su lengua.
—¿Por amor me matarás?
—¿Por amor me perdonarás?
El llanto de David se hizo más intenso y cada vez fue más difícil para Owen mantener el control del revolver.
—Te quiero y lo haré hasta el último momento —sollozó David ahogado.
—Te quiero, pero solo uno de los dos puede vivir.
David cerró los ojos y miles de recuerdos vinieron a su mente. Si lo pensaba él no tenía razones suficientes para vivir, su futuro era un incierto y las razones de su felicidad no estaban formuladas. Aunque no entendía por qué debía morir, si eso ayudaría a Owen entonces él lo haría.
Nunca supo que tenía tanto miedo a la muerte hasta ese momento. No tenía suficientes razones para vivir pero tampoco para morir. No quería dejar de existir, porque hacerlo era tener esperanza, ahora no tendría nada. Owen parecía no querer cambiar de opinión, y él sabía que ese ser ante él no era su hermano. Owen habría estado dispuesto a matarlo.
Pensó en las palabras de Owen. "Si lo amo y morir lo hace feliz entonces debes hacerlo".
David se preparaba para decirle que estaba bien, que lo perdonaba y dejaba su vida en sus manos, pero la fuerte brisa arrancó el mechón de cabello de su dedo y lo hizo danzar frente a sus ojos. Fue como si arrancaran una tela de sus ojos. Alzó la mirada hacia Owen con desconcierto.
—¿Yo y cuántos más deben morir para que tú estés bien?
Owen no respondió. Creía saber hacia dónde iba David y no dejaría que lo acusara de eso. Su causa era buena, estaba bien justificada. Su familia eran aquellos que habían luchado junto con él, David nunca hizo nada por él.
—¿Adelaida y Diana estarán bien?
Owen asintió, pero David supo que mentía. Por donde lo viera aquello no estaba bien, amaba a su hermano pero el precio de hacerlo era la vida de quien sabe cuántos inocentes. Hasta el amor tiene un límite.
—Te amo, pero no.
David pateó a Owen haciendo que tropezara con una roca y cayera, a la vez que golpeó su mano obligándolo a lanzar el arma. Owen estaba tan afligido que nunca esperó un ataque de parte de David.
David corrió al lado opuesto de por dónde llegó, debido a que Owen bloqueaba ese camino. Corrió todo lo rápido que podía, pero Owen, ahora totalmente eufórico, lo siguió pisándole los talones.
—Soy un asesino David. ¿Crees que un escuálido esclavo puede ganarme?
Se estaba divirtiendo un poco con ver a David correr por su vida, era como ver a un gato con su presa. En ese momento no pensaba en él mismo, era su orgullo, el que lo movía a imponerse como el más fuerte.
Justo cuando David agitado se dispuso a saltar el tronco de un árbol caído, Owen se lanzó sobre él, aprisionó su tobillo y lo jaló al suelo haciendo que su cabeza golpeara con el tronco. David gritó del dolor y comenzó a patear intentando liberarse.
—Tan solo tenías que escogerme y esto no estaría pasando.
Owen lo jaló de los cabellos y posó su brazo en el cuello de David, él mordió la otra mano que amordazaba su boca logrando que Owen lo soltara.
—Soy tu hermano. ¡Reacciona! —gritó David corriendo sin rumbo alguno.
—¡Deja de repetir eso! ¡No lo somos!
La mente de Owen le enviaba imágenes confusas. Momentos de cuando era un niño y vivía con David, mezclado con momentos en el clan y muertes, risas y asesinatos, lágrimas y gritos de frustración, abrazos y golpes. ¿Qué era lo más importante?
Por su momento de colapso David logró alejarse un poco, al volver en sí aquello le dio rabia, y movido por el monstruo que Joseph creó en él, tomó una roca de significativo tamaño y la arrojó con su gran puntería y velocidad a David.
Él cayó al suelo aturdido y sin poder moverse. Veía borroso y sus oídos zumbaban. Notó unas caras botas acercarse a él y por instinto comenzó a arrastrarse lejos. La herida en su cabeza estaba dejando un gran charco de sangre, pero él debía seguir luchando por vivir.
Owen siguió el camino de David despacio. Se detuvo cuando una rama ya no le permitió arrastrarse más. Con dificultad observó a Owen de pie cerca de él y con sus manos intentó buscar algo con lo cual defenderse.
Owen sacó un pequeño cuchillo de entre su chaqueta y se arrodilló a la altura de las rodillas de David.
—Tú y yo no nacimos para estar juntos. Desde un principio nunca debimos querernos. Después de todo cómo podría querer al hijo de mi enemigo. En tú búsqueda se cometieron las más grandes maldades.
David no podía escucharlo, no entendía lo que ocurría, no podía dejar de observarlo y a la vez tantear con las manos en su invisibilidad algo que le aportara el último rayo de esperanza.
Un nuevo recuerdo vino a la mente de Owen y una lágrima escapó de sus ojos.
"No sabía dónde David había sacado esa canción pero le gustaba oírlo cantársela.
—Cuando el dolor grité en tu piel, y las lágrimas no te dejen ver. Cuando te sientas desvanecer y las sonrisa sean de ayer, yo estaré allí haciéndote ver que nada más hace falta para estar bien, tú y yo, tú y yo, y solo tú y yo".
Owen sacudió su cabeza, limpió sus lágrimas y cerró los ojos. Después de todo resultó ser tan cobarde como James Prestwick, no podría ver a David a los ojos.
—¡Adiós!
David cerró los ojos y su mano se cerró alrededor de algo, sin saber qué era y con las últimas fuerzas que le quedaban, lo interpuso entre Owen y él.
Un grito amargo se escuchó desde el otro lado de la colina.
La vida de todos había cambiado.
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Hola. Wattpad hoy a estado troll y esta es una prueba para ver si deja hacer comentarios.
Fue muy dificil para mí escribir este capítulo, y más difícil será escribir el que viene porque es bastante crudo, espero haber plasmado un poco de lo que en mi mente se desarrolla.
Mil gracias por leer y espero sus comentarios con ansias!
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