Capítulo 19.- Los días contados de un rey (parte 2)

***

David no podía creer la suerte que tenía. Apenas estaba llegando a Londres y ahí estaba su hermana recibiéndolo, no entendía cómo supo de su llegada pero no podía estar más feliz.

Con los grilletes sujetando sus manos y pies se acercó todo lo que pudo a Owen.

—Pensé que más nunca volvería a verte. ¿Te llegó mi carta?

David no borraba la sonrisa de su rostro pero Owen en cambio no presentaba el mismo semblante alegre.

—Owen acércate, quiero abrazarte.

Owen negó y toda la alegría de David se disipó. ¿Por qué su hermano no parecía contento de verlo?

—¿Él es tu hermano? —preguntó Adelaida asomando su cabeza sobre el hombro de David.

—¡No! —gritó Owen.

A leguas se veía que esa joven era una esclava, pero nadie más podía saber de la relación entre David y él.

—Qué bueno volver a verte David. No supe nada más de ti desde Bélgica.

—¡¿Bélgica?! ¿Alguna vez estuviste en Bélgica? —Adelaida no dejaba de observar a Owen, ella sabía quién era él, claro que lo recordaba.

—David ¿Podemos hablar a solas?

Owen no esperó respuesta tan solo lo tomó del brazo y lo arrastró al otro lado de la carreta. Los trabajadores de William no les quitaban los ojos de encima cuidando que el esclavo no escapara.

—¿Qué haces en Londres? —interrogó con molestia.

—El conde William enfermó, ordenaron que viniera acá. ¿Por qué estás tan molesto de verme?

—Yo no... ¡Agh! Te dije que nadie puede saber que somos hermanos. Joseph está aquí, si te ve. ¿Imaginas lo que pasaría si te ve?

—Hace años me botó, ¿por qué le importaría yo ahora?

—No entiendes, él te odia. David, promete que te alejarás de mí. Mientras estés en Londres mantente escondido.

—Soy un esclavo, nadie se fija en los esclavos, pero...

—No hay peros. Estoy trabajando para que podamos estar juntos como antes, no vengas a arruinar todo. Tú y yo no nos conocemos. ¿Y quién es ella? —reviró a ver a Adelaida con desprecio y soberbia, pero ella era especialista en eso, así que le mantuvo la mirada.

—Ella es Adelaida, mi esposa.

¿Cómo pudo olvidar que ahora David estaba casado? No tenía tiempo para ahondar en eso, lo único importante era desaparecer a David de ahí.

—Haz que mantenga la boca cerrada. Tú y yo ni nos conocemos. Es por el bien de los dos.

¿De verdad Owen tenía que actuar tan rudo? Lo tenía frente a él y pareciera que en cualquier momento lo golpearía. No entendía las razones para desconocer su relación con su hermano, pero claro que nunca haría algo que lo perjudicara.

—Ella no sabe nada, los dos somos esclavos, no te preocupes, nos enviarán a trabajar en alguna hacienda, no sabrás nada más de nosotros.

—¡David! —Notó el tono de reproche en su hermano y no quería que las cosas acabaran así. —No es que no quiera saber nada de ti, solo que este no es el momento, pero te quiero, sabes que te quiero.

Tal vez Owen nunca lo haría pero él tenía toda la necesidad de abrazarlo, así que en un impulso lo rodeó con sus brazos. El sombrero de Owen cayó dejándose llevar por la brisa. Owen supo en ese abrazo que era un desgraciado, cómo se atrevía a darle la espalda a tal vez el único ser que lo quería. Tuvo ganas de llorar de nuevo y cuándo estaba dispuesto a hacerlo, a incluso arrodillarse y pedir perdón, alguien lo jaló del brazo bruscamente y todos su planes se fueron abajo al ver el rostro de su agresor.

—¿Qué se supone que haces aquí? Estás lejos del palacio, sin guardias. ¿Qué pretendes?

Joseph nunca esperó encontrarse a su pupilo en camino a su burdel favorito, al verlo maldijo, cualquier paso en falso de Owen podía derrumbar sus planes. Owen no contestaba, incluso había palidecido, anonadado desvió la mirada para ver al hombre tras la espalda de Owen.

Si hubiera estado caminando solo un día en la calle y ese joven se aparecía en su camino, fácilmente pudo haberse arrodillado a llorar, gritar y pedir clemencia, creyendo que se trataba de un fantasma. Pero el muchacho que creía muerto estaba frente a él, con cadenas conteniendo su libertad, con grilletes gritando su condición de esclavo. Nadie podría negarle que ese joven frente a él fuera David.

—¿Estás vivo? —esbozó con voz ronca—. ¿Tú sabías que estaba vivo?

—Joseph no, yo estaba por acá por casualidad y...

—¿Sabes lo que esto significa imbécil?

David no salía de su asombro de reconocer a ese hombre, que ahora vestía elegantemente, como Joseph, el hijo mayor de su padre, el que tanto disfrutó hacerles la vida imposible, el que sin contemplación lo lanzó en ese orfanato.

Recordó cuanto miedo le tuvo siempre, y ese miedo irremediablemente había vuelto, siempre estaría ahí en su corazón.

***

Allen decidió permanecer al lado de Adelaida, pero esos dos hombres tan bien vestidos rodeando a David no le daban buena espina. Al menos agradecía estar rodeados de los trabajadores del conde William, suponía que no le harían nada a David estando ellos cerca.

Al parecer una especie de discusión se desató entre ese nuevo hombre mayor y el que suponía era el hermano de David.

David no quería estar entre ellos dos, pensaba que lo mejor era entrar de una vez a la casa en la que trabajarían, pero al voltearse Joseph lo tomó fuertemente del brazo, fue Owen quien con un empujón lo alejó de él.

—Owen sabes lo que debe pasar con él, lo sabes.

Owen no asintió, claro que sabía pero se negaba a aceptar la realidad. Maldita la hora que decidió escaparse del palacio. ¿Qué podía hacer?

De sus oscuros pensamientos lo sacó el fuerte rechinar de unos caballos. Fue tan intensó lo abrupto que ese carruaje frenó, que él y Joseph reviraron a verlo. Su boca se secó al reconocer ese carruaje.

"¡No! ¡No puedes ser! Que no sea ella" pensó.

***

David iba a aprovechar la distracción para volver al lado de Allen y Adelaida, eran los únicos con los que podía sentirse seguro, pero la voz de su ángel detuvo sus pies.

—¡David! —gritó Stephanie corriendo hacia él.

***

No había razones para que ese día Stephanie saliera del palacio, mucho menos para que se encontrara en esa parte de la ciudad, pero Arthur se había antojado de un dulce de especias que solo ella sabía hacerle, y aunque pudo enviar a cualquier sirviente por los ingredientes decidió salir ella misma, además así tendría la oportunidad de visitar a Elizabeth y hablar mejor con ella. Sentía que su amiga le ocultaba cosas, y aunque por Arthur y el ataque dejó pasar el estado de ánimo de su amiga, ahora quería saber lo que le ocurría.

Estaba distraída leyendo un libro, no supo por qué tuvo la imperiosa necesidad de cerrarlo y mirar por la ventana, corrió las cortinas y lo vio, ese era su hijo, aquel hombre era el que lo había salvado, pero ahí detrás de ellos estaba ese joven de intensos rizos rubios. Su corazón se paralizó al reconocerlo, era él, no había duda, era David.

Gritó desesperada que detuvieran el carruaje y sin pensar en la seguridad bajó corriendo hasta alcanzarlo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando estuvo frente a él. David al menos no lucía tan delgado como antes, su rostro no presentaba ninguna señal de golpes, le sonreía y esos hoyuelos derritieron el corazón de Stephanie. Sin embargo, se derrumbó al notar los grilletes en sus muñecas y tobillos.

—¡David! ¡David! ¡Eres tú!

—Su alteza, no sabe la alegría que me da verla de nuevo.

Stephanie con grandes lágrimas desparramándose en su rostro lo abrazó, incluso dejó varios besos en su frente antes de presionarlo más hacia ella.

Joseph observó todo con gran terror. Las manos de Owen sudaban y se extrañó al sentir rabia en vez de vergüenza. David estaba recibiendo al amor sincero de su madre, ese que él solo había usurpado. Stephanie lo quería a él por creer que era su hijo, pero a David lo quería siendo un esclavo, porque de seguro todo dentro de ella le indicaba que era su hijo. Owen tuvo rabia, una que comenzó a demostrar en sus puños presionados y aquellas lágrimas que luchaban por no ser derramadas.

—¿David, qué pasó? —preguntó Stephanie acunando la cara del esclavo en sus manos—. ¿Por qué estás de regreso? ¿Por qué volviste de américa? ¿Dónde está Hanna?

—¿América? Nunca fui a América.

Las palabras retumbaron en la mente de Stephanie. Eso no podía ser, James le había asegurado que David estaba en América.

—Tú te fuiste a América con Hanna. Se fueron en un barco en la noche, ¿cierto?

David negó e irremediablemente comenzó a llorar al recordar esa noche.

—Lady Cowan me encontró, ella asesinó a Hanna, y yo ahora soy el esclavo del conde Cowan.

—¡¿Qué?! El esposo de Elizabeth es tu amo...

¿Por qué su amiga no le había dicho?

Turbada levantó la mirada y al otro lado pero no muy lejos reconoció esa mirada gris.

—¡Adelaida!

Adelaida no estaba contenta de que la reina la viera en esas condiciones pero tal vez esa era su salvación.

—¿Adelaida qué haces así? ¿Por qué?

—Ahora soy una esclava y estoy casada con David —dijo agachando la mirada.

—¿Tú y David? ¿Casados?

Era demasiada información para poder entenderla. Agitada reviró ahora encontrándose con Owen. ¿Qué hacía él allí?

—Vamos, andando —gritó un hombre muy alto y musculoso jalando las cadenas de David.

—¡No! ¿A dónde los llevan?

—A las afueras, la haciendo de Lord Cowan, su majestad.

—David iré a buscarte, a ti también Adelaida. ¡Volveremos a vernos!

Gritó al verlos subirse a un nuevo carruaje. Buscaría a Elizabeth y le pediría una explicación. Volvió a notar a Owen que seguía ahí...

—¿Por qué hablabas con David? ¿Lo conoces?

—No madre. Arthur me comentó que cuidaste a un esclavo que se parecía a mí, así que cuando me lo topé en el camino me llamó la atención así que lo detuve, supuse que si era el mismo querrías saber de él.

—¿Y qué haces aquí? Está muy lejos del palacio y es peligroso.

—Su majestad es mi culpa. Quería una hierba especial e insistí en que me acompañara —intervino Joseph.

—Entonces no vuelva a insistir, la seguridad de mi hijo es más importante que una hierba —replicó Stephanie realmente molesta—. Owen vamos a casa, sube al carruaje.

Stephanie trancó las puertas del carruaje en las narices de Joseph, impidiéndole la entrada. Owen pudo reír ante la nueva faceta de la reina, pero estaba tan tenso que no pudo hacer más que pensar en David y todo lo que su regreso implicaba.

***

Stephanie le ordenó a Owen regresar al palacio en el carruaje mientras ella se quedó en casa de Elizabeth.

Elizabeth lavó su cara, se colocó un poco de polvo y rubor en las mejillas, rogaba que sus ojos no estuvieran tan irritados demostrando lo mucho que había llorado, y fingiendo una sonrisa bajó a la sala dónde Stephanie la esperaba.

—¡Stephanie que grata visita!

—¿Por qué lo hiciste?

Lizzy se detuvo, era la primera vez que Stephanie le hablaba así, no solo era su tono, era su mirada, todo en ella irradiaba ira, tristeza, tal vez frustración y sin duda alguna decepción.

—¿Por qué no me dijiste que David es un esclavo de tu esposo?

Las rodillas ya no podían sostenerla más. Sollozando Lizzy cayó con su frondoso vestido crema, en el lustroso piso de mármol.

—Porque no podía. James te dijo que se había ido a América. ¿Quién soy yo para desmentir al rey? ¡Dime!

—Adelaida es una esclava, está casada con David. ¿Cómo pudiste no decirme?

—William me tiene prohibido decir una sola palabra de Adelaida, ni siquiera puedo pronunciar su nombre en casa. Cómo iba a hablarte de ella sin mencionar a David. Créeme que cuando vine tuve ganas de contarte todo, pedir tu ayuda, pero Arthur estaba herido y... También tienes tus problemas. Con Adelaida no hay nada que se pueda hacer. William quiere hacerla pasar por muerta.

—¿Pero qué pasó?

—Adelaida intentó matar a Lucas y a William.

Stephanie abismada se arrodilló al lado de Elizabeth abrazándola.

28 de octubre 1849. Palacio de Buckingham.

Aimé de verdad quería volver a hablar con Jeremy. Desde ese día que Owen fue un patán, Jeremy se alejó de ella. No salía nunca de su habitación y sabía por su madre y por Estella que estaba enfermo y deprimido.

Se prometió a ella misma sacarlo de ese estado así tuviera que obligarlo a hablarle. Llevaba una semana haciendo con ayuda de los sirvientes aquella sorpresa para Jeremy, solo le faltaba alejar a Estella. La respuesta a sus plegarias llegó junto con la noticia que Víctor Bronwich llegó a Londres de vacaciones en la academia militar. Por supuesto Aimé no perdió la oportunidad de invitarlo al palacio para tomar el té.

—¡Víctor! —exclamó Aimé con exagerada alegría.

Elisa frunció el ceño ante aquello. Por alguna razón le molestaba que Aimé tuviera algún interés en su hermano mayor.

—Su alteza, ¿cómo se encuentra? —preguntó con galantería.

Víctor era la copia exacta de su padre Alberth, solo que un poco más alto, aunque conservaba la misma caballerosidad y amabilidad de su padre.

—Dime Aimé, solo Aimé, nos conocemos de toda la vida.

—¿Cuál es esa misión importante que tengo?

—¿De qué misión habla Aimé? —cuestionó Elisa metiéndose en la conversación.

—¡Elisa! ¿Qué haces aquí?

—No iba a dejar que mi hermano viniera solo.

Molesta Elisa se adentró en el salón del té. Ya había discutido en días pasados con Aimé, reclamándole su interés por Jeremy, le parecía injusto que Aimé se fijara en los mismos caballeros que se fijaba ella.

—¿Y bien? Dejando el berrinche de mi hermana a un lado, ¿para qué soy bueno?

—Necesito que esta tarde distraigas a una señorita.

—¡Aimé!

—De algo tiene que servir tener amigos de buen ver, que de paso son capitanes. Por favor, Víctor ayúdame. Es solo esta tarde, solo sé atento con ella, es linda.

—Si fuera linda no habría que timar a nadie para que la cortejen.

—No digo que la cortejes, solo habla con ella, por favor, entretenla.

—Está bien —suspiró—. Me debes una futura reina.

—Nada de eso, mi hermano apareció.

—Oh, lo olvidé. Que esto comience.

***

Convencer a Estella de bajar a tomar el té fue una odisea. Por suerte Jeremy estaba durmiendo y le dijo que solo duraría un minuto tomando el té.

Arthur fue otro al que timó para que entretuviera a Elisa.

—Estella quiero presentarte a Víctor, el señor Bronwich.

—Un placer conocerla señorita Yorks.

Víctor tomó su mano y la besó, lo que creó un gran sonrojo en Estella. A Víctor se le haría realmente difícil sacarle conversación, pero ella le agradaba, Aimé no mintió al decir que era hermosa, además que tenía esa aura de ternura que lo llamaba.

***

—¿Dónde está Aimé? —preguntó Elisa al notar la ausencia de su amiga—. ¿Qué es lo que pretende?

Arthur suspiró no sería fácil entretener a Elisa, por eso pensó en un plan alternativo, que en realidad fue el único plan que pensó. No consideró perder su tiempo con Elisa, tenía mucho sueño.

—¿Quieres que la espiemos? Yo sé dónde está. Planeó todo esto para quedarse sola con Jeremy —susurró.

—¡Atrevida! Le advertí que se alejara de él.

—¿Por qué no vamos y destrozamos sus planes?

—¿Por qué harías eso?

—Soy su hermano menor, amo hacerla rabiar.

—¡Vamos!

Se escabulleron del salón. Ni Víctor o Estella notaron su ausencia ya que ambos estaban perdidos en su conversación. Estella resultó ser bastante conversadora, casi nunca nadie se preocupaba por ella, así que era liberador hablar con alguien después de tanto tiempo.

Arthur dirigió a Elisa al último piso y entraron al ático en dónde le aseguró que podría escuchar lo que Aimé y Jeremy hablaban. Nada más entrar Arthur dejó caminando a Elisa hacia la rendija que le señaló y él retrocedió, salió trancó la puerta con llave y silbando se alejó de ahí.

***

Algo suave le recorría el rostro y le causaba cosquilla. Riendo se despertó, talló sus ojos, y ese algo ahora rozó su cuello, rio aún más y se incorporó para recibir el abrazo de su hermana, pero su nariz detectó aquel perfume.

—¡Aimé!

Rápidamente se sentó en la cama e intentó no pensar en el desastre que de seguro era, pero no podía estar más lejos de la realidad, ante los ojos de Aimé él era hermoso.

—Como no pensabas salir nunca de aquí me metí a la mala. ¿Me odias?

—¡No!

—¿Por qué me evitas? Si es por Owen yo hablé con él y...

—No es eso, es que... no tienes que perder el tiempo conmigo. Nadie debería perder el tiempo conmigo, pronto me iré, no hay nada que yo pueda dar.

—Yo decido en que perder mi tiempo, no tú.

—¿Por qué me hablas? ¿Por qué estás aquí? Yo soy aburrido, ciego, estoy enfermo, no puedo hacer nada. ¿Por qué alguien querría ser mi amigo?

—¿Por qué no? Hay muchas razones para ser tu amiga, pero todas las asociarás con la lástima, así que te diré la menos importante, pero la más banal... ¡Eres lindo!

—¡¿Qué?!

—Sí, lo eres, eres muy lindo. Conócete. —Aimé invadiendo su espacio personal, tomó la mano de Jeremy e hizo que tocara su propio rostro.

—¿Qué haces?

—Conócete, así como lo hiciste conmigo. Toca tu nariz, —Hizo que pasara sus dedos por su perfilada nariz—, tus mejillas, tu boca, conócete.

—Me conozco —dijo divertido.

—No, no lo haces, por eso te menosprecias. Tienes los ojos más hermosos del mundo.

—Unos ojos que no pueden ver —esbozó algo triste, cayendo con siempre en su irremediable realidad.

—Una mente que ve más allá de cualquier cosa. Un corazón tan grande y puro que es más valioso que cualquier tesoro. Hay tanto de ti que quisiera tener.

—Tú eres perfecta.

—No lo soy. Tiendo a ser mala, brusca, tosca, excepto contigo, no me quites eso Jeremy, mi poca humanidad está contigo. Que te parece si disfrutamos estos días contados, porque tan contados están tus días como los míos. Todos tenemos a la muerte acechándonos, ella nos desea a todos, no te creas tan especial.

Jeremy sonrió y aceptó la invitación. Aimé lo cubrió en capas y capas de abrigos, tanto que Jeremy pensó que no podría caminar por el peso.

Aimé lo guio hasta que la brisa le avisó que se encontraban fuera del palacio. No se dio cuenta de lo mucho que extrañó la brisa hasta que la sintió chocar contra su rostro.

—De niña había algo que me gustaba más que montar a caballo, más que cazar, más que nada. ¡Ven!

Aimé sin soltarlo de las manos lo llevó al lugar debajo del árbol que había preparado, lo hizo sujetarse de las cuerdas, y Jeremy con sus manos fue palmeando hasta llegar a tocar una pieza plana de madera.

—¡Un columpio! —su rostro se iluminó, hace tantos años que no se subía a uno.

—Lo mandé a hacer especialmente para ti. Yo amaba subirme al columpio, que mi papá me empujara, cerrar los ojos e imaginar que volaba.

—Todos somos ciegos al montar un columpio —concluyó Jeremy.

—Creo que sí.

Jeremy se sentó y comenzó a retroceder para impulsarse, aún no lo había olvidado. Fue realmente liberador y se sintió feliz.

Aimé se perdió un momento en verlo reír, para luego ella columpiarse también en el columpio contiguo.

—¿Qué tal si nos lanzamos? —preguntó Aimé—. Por delante solo tenemos un gran colchón de grama, nada nos pasará, ¿quieres intentarlo?

—Sí. A la cuenta de tres —respondió entusiasmado.

—Uno.

—Dos.

—¡Tres!

Entre risas y gritos volaron, se golpearon contra el suelo y rodaron. En un punto sus cuerpos se encontraron y Aimé quedó encima de Jeremy, él no paraba de reír.

Ella se quedó mirándolo, aunque desvió su mirada de sus ojos, a su boca, era su sonrisa tal vez lo que la llamaba, pero por primera vez algo dentro de ella le gritaba que se acercara más. Con temor se alejó intentando disimular su turbación.

—Creo que debemos volver o Estella se molestará.

—Gracias por esto Aimé. Gracias por hacerme sentir vivo.

—Solo no vuelvas a alejarte de mí.

Aimé continuaba tomando la mano de Jeremy mientras entraban al palacio. Estaba perdida en su mente confundida, y como por cosas del destino él tenía que toparse en su camino.

Owen pasó por su lado pero ni siquiera les dirigió la palabra, se veía muy molesto.

***

Era de noche cuando Stephanie llegó al palacio. Ya la cena sería servida, pero ella no cenaría.

Diana se encontraba en el palacio debido a que tuvo que buscar unas cosas de Amelie, no sabía nada de la conversación de su madre con Stephanie ya que en todo el día no había vuelto a casa. Justo ahora no tenía ganas de cenar ahí pero Elisa en cuanto la vio no la soltó, rogándole que por favor se quedara a la cena, por educación aceptó y ahí estaba observando como una Stephanie taciturna atravesaba el salón esbozando un escueto saludo y con la vista fija en el ala norte.

—¿Mamá no cenarás? —preguntó Arthur topándosela en el camino.

—No, tu padre tampoco, así que comiencen sin nosotros. Te amo cielo. ¿Cómo te has sentido hoy?

—Bien. Víctor me estuvo contando de la academia militar.

Stephanie frunció el ceño, nadie alejaría a su hijo de ella.

—Ya hablaremos de eso después Arthur.

Él asintió y continuó su camino, fue una grata sorpresa encontrarse con Diana sentada en el comedor, estaba al lado de Elisa pero eso no le importó.

"¿Quién habrá sacado a Elisa del sótano porque yo me olvidé?".

Owen bajó a cenar solo porque sería demasiado sospechoso no hacerlo, pero sus manos temblaban y tenía una carraspera que ni tomándose todo el Sena de quitaría. Aimé notó su incomodidad y le hizo señas para que le dijera que le pasaba, pero él solo sonrió indicando que no tenía nada.

Steve era el único adulto, propiamente dicho, en la mesa. A Jeremy no le gustaba cenar en compañía de extraños, así que tampoco bajó esa noche.

—Víctor es increíble lo mucho que has crecido —mencionó Steven—. Me recuerdas tanto a tu padre de joven.

—Mi mamá dice que somos dos gotas de agua. Por cierto es muy grato tenerlos de vuelta en Inglaterra. Aún no he podido conocer a Jeremy pero la señorita Yorks me ha hablado maravillas de él.

—Ya tendrás la oportunidad.

—¿Víctor sí recuerdas a la señorita Conrad? —interrogó Elisa ganándose una mala mirada de parte de Arthur.

—Claro que sí. Por cierto ¿Cómo está Adelaida? Solíamos ser buenos amigos.

Diana tuvo que tomar un poco de agua para aclarar sus ideas.

—Ella está bien, se quedó en Escocia preparando su boda.

—¡Boda! No lo sabía. Pero estaba claro que ella se casaría pronto.

—¿Y de Diana? ¿No eras buen amigo de Diana?

Víctor no estaba entendiendo las preguntas de su hermana. ¿A dónde quería llegar?

—Creo que sí, pero ella debería confirmarlo.

—Lo importante es que menos mal que no estás enamorado de ella.

—¿Qué cosas dices Elisa? —cuestionó Víctor ya un poco molesto.

—Que menos mal que no sientes nada por ella, porque el príncipe asegura que se casará con ella.

Arthur enrojeció y de verdad quería meterse debajo de la mesa. Pero ninguna mirada se fijó en él sino en Owen al fondo de la mesa.

Owen le estaba prestando la mínima atención a esa conversación sin sentido, pero sí que escuchó lo último y notó todas esas miradas sobre él, incluso la mirada de la propia Diana.

—No, yo no tengo nada que ver en eso —aclaró de inmediato.

—No me refería al príncipe Charles, sino al príncipe Arthur.

Ahora sí todas las miradas estaban sobre él y era imposible esconder lo mucho que ardían sus mejillas.

Quería tomar el cuello de Elisa y presionarlo hasta dejarla sin vida. La mataría.

—¡Cállate! —atinó a decir y eso no había sido lo mejor, solo se había dejado al descubierto.

—Oh, sí, el príncipe Arthur está muy enamorado de la señorita Conrad. Un amor tan profundo, que como todo amor no ve de lógicas. ¿Qué piensa usted de eso señorita Diana?

Diana jamás se habría esperado toparse con eso esa noche. Miraba lo avergonzado que se encontraba Arthur y le dio ternura la situación.

—¡Elisa cierra tu podrida boca! —gritó Aimé enfurecida—. No permito que hagas mofa de mi hermano.

—Solo estoy diciendo lo que todos sabemos. El príncipe Arthur le ha dicho a todos la realidad de sus sentimientos hacia la señorita Conrad, pero no ha sido capaz de confesárselo a ella. ¿Qué clase de hombre es? ¿O qué clase de niño?

—La señorita Diana debería sentirse halagada y honrada en el caso de que Arthur haya cultivado algún sentimiento romántico hacia ella —opinó Owen tomando un buen trago de su copa.

—¡No! —De pronto Arthur estaba de pie y no podía recordar por qué había gritado—. Ella no tiene que sentirse honrada, ella merece lo mejor que este mundo pueda ofrecer porque es dulce, gentil, perfecta, y sé que yo no soy lo mejor que el mundo ofrece, pero trabajaré para ser lo mejor, algún día lo seré y ese día no me importara frente a quien esté, le diré que la amo y que quiero pasar el resto de mi vida a su lado, y sé que ese día llegará, y ese día estarás tú ahí mirándolo, Elisa. Con su permiso me retiro.

Su corazón estaba tan acelerado que creía se desvanecería en el camino, durante su pequeño discurso se había olvidado de respirar y ahora boqueaba buscando aire. Llegó a su habitación y se lanzó cubriendo su rostro entre las almohadas. Por primera vez se dio cuenta de la realidad, sí era un niño, no podía decir que amaba a Diana, aunque eso sintiera, porque no se la merecía, pero creía fervientemente en sus palabras, él se convertiría en un gran hombre por ella, entonces la buscaría. Por ahora prefería no salir por un buen tiempo de su habitación.

***

Stephanie suspiró antes de abrir la puerta que daba al despacho de James. Justo el secretario se había ido y James solo estaba arreglando unas cosas para ir a cenar. Fue una sorpresa ver a Stephanie allí.

—¡Hola! Ya iba a reunirme con ustedes. ¿Pasa algo? —preguntó al notar su semblante.

—¿Por qué me mentiste? —Sabía que aunque no quería derrumbarse frente a él eso sería imposible, y la voz le tembló al hablarle.

—No entiendo. ¿En qué te mentí?

—Piénsalo un poco. Si me has mentido mucho, entonces te será difícil encontrar la respuesta, pero si no es el caso, y es lo que espero, entonces te será fácil. ¿Por qué me mentiste?

—Puede ser que creas lo que no es. No te he mentido Stephanie.

—¡Eres un mentiroso!

James no entendía nada. Esa mañana estaban bien, en más después de muchos años por fin volvieron a su relación de antes. ¿Qué había pasado?

—Me dijiste que David se fue a América con Hanna, que tú mismo lo comprobaste.

—¿Es eso? ¿El esclavo?

—¡El esclavo! Para ti siempre ha sido así, un poco cosa, el esclavo.

—Porque eso es. Es un esclavo y como él hay muchos.

—Porque tú no has hecho nada al respecto, eres el rey y no has prohibido la esclavitud. ¿Qué has hecho siendo rey? Te diré lo que has hecho, le diste la espalda a un esclavo que fue torturado por una mujer cruel que mató al amor de su vida. Por tu culpa alguien murió y él pudo haber muerto, pero eso que nos importa, es un esclavo —señaló con sorna.

—Stephanie lo hice por el bien...

—¿Por el bien de nosotros? ¿O por el bien tuyo?

—Me enteré que se había ido así que solo te dije lo que querías oír, ese tema debía acabar, nos estabas hundiendo.

—¡No! Tú debiste apoyarme, en cambio me diste un ultimátum y de paso me ilusionaste con una mentira. ¿Cómo puede importarte tan poco la vida ajena? Tú siempre lo dijiste y yo nunca te creí, pero... eres un monstruo James.

James no podía soportar lo que estaba escuchando. Él se lo repetía constantemente, pero ahora que ella lo dijo se convirtió en realidad, después de todo lo único que le importaba es lo que ella creía, lo que ella sentía.

—Gracias a Dios que David sigue con vida y lo ayudaré sin importarme si te parece o no. Me iré con mis hijos a mi casa.

—¡Stephanie no! Debes escucharme yo...

—¡No! Me engañaste y no te importó. Te abracé y agradecí por haberlo ayudado. ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¿Nunca te remordió la conciencia? Sabías que estando solo la pasaría mal, pero no importaba. ¿Quién eres?

Stephanie salió liberando todo ese llanto amargo que tenía dentro. Buscaría la forma de liberar a David de William, por lo que Elizabeth le contó, el conde le tenía afecto a David, tal vez no sería tan difícil convencerlo.

1 Diciembre 1837. Francia.

No entendía qué le pasaba, por qué siempre terminaba llamándolo padre. Se lo había repetido una y otra vez, pero ahí estaba él y su necesidad de llamarlo de esa forma.

Llorando se escondió en un pequeño hueco entre el fogón y la mesa de la cocina, al menos nadie lo vería y podía estar caliente. La cabeza le dolía mucho.

No pasó mucho tiempo cuando él llegó. Su mejilla tenía la marca de la mano de ese viejo hombre, pero no lloraba, entró al lugar sonriendo y apretujándose lo más posible a su lado. Los dos eran pequeños pero la única forma de entrar ahí era estar abrazados.

David lo acurrucó hacia su pecho y Owen se sintió extraño, era a él al que siempre le tocaba consolar a su hermano. David le quitó el viejo gorro de lana y besó su frente. Notó que el golpe le había sacado sangre pero no quiso pensar en eso. Lloró de nuevo abrazado a su hermano.

—Él no importa, yo te quiero, te quiero mucho, mucho. Te querré por siempre Owen, eres mi héroe.

—¿Por qué siempre es tan malo?

—No sé. Pero no me dejes, yo no puedo vivir sin ti.

—No te dejaré David.

—Aunque el mundo nos haga daño, estamos juntos.

Como todo el dolor o melancolía de unos niños de cinco años, este no duraría mucho. Una noche abrazados dándose calor con las llamas de la leña, una noche en la que soñaron en un mundo mejor, sueños en dónde la máxima felicidad se traducía a estar juntos.

28 de octubre 1849. Palacio de Buckingham.

Owen cepillaba a ese caballo que desde que llegó al palacio le dieron como suyo y al que le había tomado cariño, pero sus pensamientos estaban perdidos en otro asunto.

—Sabes lo que debe pasar y lo haces tú o lo hago yo. David debe morir.

Esas palabras de Joseph no se borrarían de su mente en toda la noche. Tampoco se borraría su respuesta.

"Estaremos juntos por siempre" Las palabras de dos niños se repitieron en su mente, tan frescas como si las estuvieran pronunciando en ese mismo instante.

Realmente afligido y sintiendo que su vida se iba en ello, cayó al suelo abrazando sus piernas.

"Tal vez este no sea el mundo para que estemos juntos. Lo siento David".

______________________

No sé ustedes pero yo al final de este capi me puse algo sentimental, siempre me pone triste cuando recuerdo la niñez de David y Owen. :( 

El capítulo 20 se títula "Te amo hermano" 

Será un capítulo muy largo, no pienso cortarlo en dos partes, sino subirlo completo así que espero tenerlo listo para el sábado de la semana que viene, ya que los tres capítulos restantes son muy emotivos y quiero escribirlos bien, bien, de verdad que los tres capis finales son cruciales, así que tenganme paciencia. Aunque esta semana estoy más relajada en el trabajo y espero escribir todas las noches para entregarles un muy buen capítulo y sin hacerlas esperar tanto. 

Muchísimas gracias por leer, por estar aquí y a prepararnos porque se vienen partes fuertes. Las quiero!!!

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