Capítulo 18.- Lo único que tengo (parte 2)
***
Claire había pasado toda la noche cuidando a Jeremy. Una extraña fiebre lo atacó de la noche a la mañana. Así que estuvo cuidando toda la noche que la fiebre no empeorara. Estella estuvo a su lado, así que siendo ya de mañana ambas estaban agotadas. Claire mandó a Estella a dormir, pero ella misma no sabía qué hacer con Jeremy y Edward al mismo tiempo. Steven había salido a buscar a un doctor que le recomendaron, y Edward era muy inquieto para permanecer en la habitación.
Aimé supo que Jeremy estaba enfermo y aunque no quiso molestar en la noche, se dirigió a su habitación en cuanto amaneció para saber de su estado de salud. Notó a Claire bastante cansada y decaída, sus grandes ojeras mostraban la mala noche que había pasado.
—Disculpe que moleste. ¿Cómo está él?
—Claro que no molestas. Él está mejor, eso creo, la fiebre bajó un poco.
—Él va a morir —dijo Edward en su escaso lenguaje.
—Edward no digas eso nunca más —regañó Claire realmente afligida.
—Creo que ambos están cansados, porque no van a descansar un poco, yo cuidaré de Jeremy, si algo pasa les avisaré.
—¿En serio? —Claire dudaba en dejar a Jeremy solo, pero a la vez tenía que darle de comer a Edward. Sin duda alguna, iba a tener que ceder y contratar una niñera. —Solo serán unos minutos. Dejaré a Edward comiendo, lo limpiaré y vendré. Será muy poco tiempo.
—Ve tranquila, yo me quedo.
Aimé sabía poco o nada de cuidar a un enfermo, de verdad estaba nerviosa por haberse ofrecido a tal responsabilidad, pero sintió que debía hacerlo por Claire, y por el mismo Jeremy.
Se acercó a la cama para contemplarlo. Su frente sudorosa demostraba lo mal de su estado, unas sombras oscuras debajo de sus ojos gritaban la mala noche que había pasado. Su piel era tan blanca de por sí que era difícil saber si estaba pálido debido a la enfermedad, aunque sus labios morados decían más que cualquier otro signo en su cuerpo.
Aimé despejó algunos cabellos castaños que se pegaban a la sudorosa frente. Él era como un hermoso ángel que habían botado del cielo y ahora moría lentamente en la maldad de este feo mundo. Él no pertenecía a este lugar de putrefacción y tal vez por ello la muerte quería llevárselo tan pronto.
"Tú no mereces esto".
Sin darse cuenta Aimé estaba acariciando el rostro de Jeremy, delineando cada una de sus facciones. Él ante la caricia comenzó a despertar y ella asustada se alejó un poco.
—¡Mamá! —llamó Jeremy con voz ronca—. ¡Estella!
Nadie respondió, se creyó solo y comenzó a asustarse, no le gustaba quedarse solo. Ya demasiada soledad vivía en su mundo de sombras. Agitado se sentó y alguien se apresuró a tomar su mano. Reconocía ese tacto.
—¿Aimé? —preguntó dudoso.
—Sí. ¿Cómo me reconociste?
—Por tu olor. Y también por tus manos, son muy suaves.
—¿Por mi olor? ¿A qué huelo? —preguntó divertida.
—A libertad. Las otras damas siempre usan perfumes de frutas, perfumes dulces, que evocan a la juventud, lo tuyo en cambio es como una mezcla de roble y flores, un olor fuerte pero a la vez sutil, como el olor de la vegetación transportado por el aire.
—¿Quieres saber a qué hueles tú?
—A muerte. —No hubo titubeo en sus palabras, tampoco un mínimo tono de autocompasión.
—No. Hueles a paz. Eres una mezcla de menta y talco.
Jeremy comenzó a reír de verdad divertido. Y esa sonrisa era capaz de traer toda la paz del mundo.
—No te rías, es en serio. Tu olor es como llevar la fría y refrescante brisa contigo, en conjunto con un cálido aroma que te transporta a un mundo de fuertes corrientes de aire, en dónde no hay lugar a más nada que no sea sentir el frescor borrando cualquier deje de tristeza o amargura. Tú eres la paz.
—No me siento como la paz.
—Ni yo como la libertad. Lo que siempre he deseado es la libertad.
—Y yo la paz. Lo que quiere decir que olemos a lo que deseamos.
Ambos rieron. Jeremy se acomodó mejor en la cama, y Aimé tomando más confianza se sentó a su lado, recostándose en el espaldar.
—La libertad y la paz —repitió Aimé mirando el blanco techo sobre ellos.
—Lo peor es que ambos se encuentran en el lugar más oscuro.
Aimé supo a lo que Jeremy se refería, claro que ella lo sabía.
Jeremy se cuestionaba continuamente si de verdad deseaba con toda al alma "la paz". Él día a día luchaba por escapar de la única aliada que le daría lo que tanto deseaba, pero alcanzar la paz, era perderlo todo. No entendía por qué no se dejaba ir, tal parecía que la vida le gritaba que él nunca debió existir, pero ahí estaba él aferrándose a un imposible. No quería morir, tal vez era la persona en el mundo con más ganas de vivir, y eso era lo peor, que él no tenía ninguna opción.
Como adivinando sus pensamientos, Aimé tomó su mano y la presionó, queriendo decirle que todo estaría bien.
30 Agosto 1849. Palacio de Buckingham.
Cinco días pasaron y para Diana fue casi imposible encontrarse con Owen. Sentía que él huía de ella, y aquello solo aumentó el interés que sentía hacia él.
Lo cierto es que no sabía ni qué pensar. Era tan poco probable que David y él tuvieran alguna relación, pero a la vez en su cabeza aquel parecido era de lo más ilógico. Pero si David y ese hombre eran hermanos, entonces ninguno era el hijo del rey, más sin embargo, se enteró del medallón, y no tenía una explicación para ello.
—Es muy interesante el príncipe ¿No crees? —preguntó Amelie sentándose a su lado.
Diana enrojeció y desvió su mirada de un Owen que estaba llegando al palacio.
—No eres una princesa pero no creo que nadie se oponga a una unión entre ustedes dos.
—¡¿Qué?! No es eso, no es nada con eso —explicó con presura—. Es solo que se me hace enigmático.
—Para alguien que no sabía su origen es sorprendente lo rápido que se ha adaptado. Su educación sin duda ha sido interesante.
—¿Qué es lo que piensas de él? No confías. ¿Cierto?
—No confío en casi nadie, ni siquiera en ti. Pero es tan parecido a James que es imposible dudar que sea su hijo. No dudo de quién sea, sino de lo que hay en su cabeza. Un consejo, todo siempre se descubre, si algo va mal lo sabremos, así que sonríe, me deprime verte. Eso les pasa a las damas que no tienen nada que hacer y se arman una novela en sus cabezas. ¿No quieres hacer algo provechoso con tu tiempo?
Diana llevaba días cuestionándose su cordura. Había llegado a imaginar incluso que David era el hijo perdido, no dormía de solo imaginar un final alternativo. No estaba bien de la cabeza, definitivamente se estaba hundiendo en un hoyo del que con cada segundo se le haría más difícil salir.
"Él solo es tan parecido a David así como lo es Arthur, además Stephanie lo habría notado, solo estás paranoica".
***
Aimé insistió en sacar a Jeremy al patio ya que él había mejorado. Steven obligó a Stella a acompañarlo a visitar a unos familiares, así que Aimé y Jeremy estaban solos en el palacio.
Aimé sabía lo mucho que Jeremy gustaba del aire libre. Así que ahí estaban, él cubierto con una manta, y ella con algunos bocadillos a su alrededor.
—Debes probar este, es mi favorito.
Ella acercó a la boca de Jeremy un hermoso dulce. Era incómodo comer así pero Jeremy obedeció y abrió la boca esperando el bocadillo.
—¡Hum! Macarroom con crema de lavanda y moras. La galleta es morada, ¿cierto?
—Sí. A veces dudo que seas ciego.
—Solo tengo un buen paladar, además son los favoritos de Estella.
—¿Tú me recuerdas? —preguntó curiosa. Ella misma no recordaba mucho de Jeremy cuándo era un niño. —¿Sabes cómo soy?
—Antes de irnos a América vine una vez, pero estaba enfermo, solo me acuerdo de saludar al llegar. Sé que tenías cabellos largos y rubios, muy rubios, casi blancos, y eras alta. Estella me dijo que sigues teniendo el cabello muy largo y rizado, y que el tono de color no ha cambiado mucho.
Jeremy tanteó la charola frente a él para tomar otro bocadillo. Para Aimé lo que sentía al estar con él era tan confuso. Tal vez lo quería como un hermano, puede ser que viera a Arthur en él, pero a la vez había algo más, con él se sentía diferente, una versión de ella que pensaba no existía. Tenía estas ganas poderosas de que Jeremy pudiera ver. Le atormentaba saber que esos deseos nunca se harían realidad, más aún le asustaba reconocer que quería que él la viera, no entendía por qué eso era importante, pero le incomodaba no saber cómo era ella en la mente de Jeremy. ¿Tal vez sería solo una sombra? Sin esperárselo ella misma, tomó las manos de Jeremy y las acercó a su rostro.
—Creo que esta es la forma en la que puedes verme.
—¿Puedo tocarte el rostro?
—Sí, hazlo.
***
Owen no iba a negar que le gustara la atención que recibía. Las personas en el pueblo se aglomeraban para saludar el carruaje en el que andaba. Y los consejeros reales parecían muy contentos con él.
Ese día lo pasó con James, quien comenzó a enseñarle el gran trabajo que requería reinar una nación. James era tan atento con él y elocuente, siempre queriendo hacerle sentir bien, que por momentos Owen olvidó quien era el hombre que estaba a su lado.
Su día fue más grandioso cuando al llegar Stephanie lo recibió con una buena tarta de chocolate y cerezas.
Por breves momentos olvidaba que esa no era su vida, y que pronto la burbuja explotaría, pero por ese día quería mantener la felicidad. No pensaría en Diana, ni Amelie, ni en David, él también merecía un poco de aquello que nunca se atrevió a soñar, por ser demasiado irreal, pero que ahora estaba viviendo.
Él un lobo solitario, uno que nunca tuvo a nadie cuidándolo, al cual nadie le regaló un abrazo, o le dijo al oído que no merecía esa vida. Él ahora tan querido por tantos, y esos tantos no habrían importado de no ser porque había alguien que sí sabía que lo quería. Stephanie desplegaba su amor hacia el por cada poro, de seguro de saber que no era su hijo, aquel cariño no fuera tan grande, pero ella acogió a David sin haber ningún parentesco.
"Tuviste a tu verdadero hijo tan cerca. ¿Cómo no lo sentiste?".
Sacudió su cabeza para dejar de pensar y decidió buscar a Aimé. Quería sentarse con ella en la cocina y terminarse la torta, siempre era relajante hablar con ella.
Se sorprendió cuando le informaron que estaba en el jardín lateral, se suponía que le tenían prohibido asomarse fuera del palacio.
La vio a lo lejos sobre aquel banco, lucía un sencillo vestido blanco floreado, y como siempre sus largos cabellos caían por su espalda. No le sorprendió notar a Jeremy a su lado, pero si detuvo el paso al notar como Jeremy acariciaba el rostro de Aimé.
Él pasaba sus blancas manos por la frente, mejillas, nariz y boca de Aimé. Estaba haciendo especial énfasis a los labios de ella, y algo se despertó en él. Era rabia, una injustificada, pero ahí estaba presente, presionando sus puños se acercó y jaló a Aimé apartándola de Jeremy.
—¿Qué haces? —reclamó Aimé molesta.
—¿Qué haces tú? No se supone que te comportes así —refutó Owen.
—Yo... lo siento.
Jeremy asustado supo que lo mejor era irse de ahí, aunque no sabía exactamente dónde se encontraba. Se puso de pie, llevándose por accidente la bandeja con dulces, que cayó con gran estrepito, asustándolo más.
—No Jeremy, tú no...
—Creo que es hora de volver.
En su mundo de sombras dio un par de pasos sin dirección definida, pero pisó la cobija que lo cubría y perdiendo el equilibrio cayó. Aimé corrió a ayudarlo, pero él se alejó.
¡Dios! Como odiaba su situación. No era más que un pobre ser humano atrofiado que iba por la vida dando lástima. Por un momento se vio a si mismo dándole la bienvenida a la luz en su vista, notando lo verde del pasto, lo grisáceo del día, levantándose y corriendo hacia dónde sus pies quisieran llevarlo, pero eso solo fue una breve epifanía. Intentó esconder sus lágrimas de frustración, y como siempre aquella voz vino como enviada del cielo.
—¡Jemy! ¿Qué te pasó? ¿Te sientes mal? ¡Dime! —Estella realmente preocupada, corriendo se arrodilló a su lado. Tocó su frente esperando no encontrarse con que la fiebre había vuelto. Ella notó las lágrimas en su hermano y de inmediato lo abrazó, acunándole—. Hace mucho frío, volvamos a dentro ¿Quieres?
Jeremy asintió y abrazado a Estella se alejó de ahí. Sabía que nunca más tendría el valor de hablar con Aimé, tal vez era mejor así, ya la princesa había hecho mucha caridad por él.
***
—Eres un completo idiota —vociferó Aimé.
Le dolió mucho ver a Jeremy tan asustado y avergonzado, no quería imaginar los pensamientos pesimistas que ahora debían rondar por su mente. Owen tampoco se sentía contento por su comportamiento, pero no podía deshacer lo hecho, además sentía que Jeremy había exagerado la situación.
—En mi defensa no le dije nada. Él sabía que lo que hacían no estaba bien por eso actuó así.
—¿Lo que hacíamos? Él no puede ver, solo quería que se hiciera una idea de cómo soy.
—¿Por qué?
—No sé, digamos que soy algo vanidosa. Lo único importante es que no tienes razones para actuar así.
—¿Te gusta?
¿Cuál era la respuesta que ambos esperaban de esa pregunta? Los dos estaban confundidos, no había un nombre para lo que sus sentimientos pedían.
—No es como lo dices. No va hacia ese lado.
—¿Le tienes lastima?
—¡No! ¿Por qué te importa tanto?
—Eres mi hermana.
Aimé bufó.
—Digamos que eres mi amiga, y los amigos se cuentan todo. Me has dejado a un lado por Jeremy, y digamos que te extraño.
Ella nunca se esperó aquella confesión, pero algo cálido se propagó de su corazón al resto de su cuerpo, la agradable satisfacción de sentir que alguien la necesitaba, el invalorable valor de ser importante para alguien.
—Nunca podré dejarte a un lado, eres Lord Owen Grant, jamás tendrás un segundo lugar.
Y ese era el gran problema de todo, la razón por la cual no podía darle un nombre a lo que sentía por Jeremy, porque su cercanía con él se debía a su huida de ese algo que por nada del mundo podía sentir. Porque en su corazón Owen no había pasado a ser Charles.
—¿Y eso que quiere decir?
—Lo que quieras interpretar, es abstracto, cualquier significado será acertado. Owen no repetiré esto nunca más, tú eres importante, tal vez demasiado, nadie ocupará ese lugar. Ahora debes disculparte con Jeremy.
Esa idea no le agradaba tanto a Owen, y una pequeña discusión comenzó, una que terminaron sentados en la gran mesa del comedor comiendo de la misma enorme torta, que picaban como si no hubiera mañana.
27 de Septiembre. Sajonia, Alemania. 1849.
Ya llevaban un mes en aquel lugar. Luego del incidente con el hombre que atacó a Adelaida, estuvieron escondidos durante una semana, hasta que Allen volvió con la alentadora noticia de que aquel hombre no volvería y que en cambio un señor mayor muy amable sería el encargado de darles sus provisiones.
Eso no quitó que durante todos los días que se encontraban allí, durmieran con un ojo abierto, o Adelaida temblara cada que escuchaba los cascos de algún caballo acercándose.
Allen y David estaban destrozados. Sus manos ya no podían arrancar una rama más, de lo rotas y lastimadas que estaban. Sentía la piel en carne viva, pero no podían hacer nada más que seguir trabajando. Adelaida en cambio no ayudaba, algunos días despertaba más deprimida que otros. En algunas oportunidades se perdía tanto en sus pensamientos que parecía muerta en vida.
La comida que tenían era muy poca, todos lucían muy delgados, y era realmente agotador trabajar todo el día y en la noche intentar hacer algo de comer. Allen se quejaba todo el tiempo de lo nada que los ayudaba Adelaida, ella algunas veces peleaba, pero luego de un mes supo que esa sería su vida por siempre y decidió que prefería estar mentalmente inestable a afrontar esa situación en sus plenas facultades.
Hace una semana que las lluvias comenzaron y todo empeoró. Llovía dentro de la casa, problema que David y Allen solucionaron, pero ambos tenían que trabajar mojándose durante todo el día y combatiendo el frío en la noche.
Hace tres días que David comenzó a sentirse mal. Tosía durante toda la noche y los escalofríos se hicieron insoportables. Allen decidió bajar al pueblo por alguna medicina antes de que David empeorara.
Allen llevaba un día fuera y ahí estaba Adelaida con un David que empeoró tanto hasta el punto de no poder ponerse de pie.
—¡Estas ardiendo en fiebre!
Afuera la lluvia saturaba la tierra con tanta potencia que era difícil ver. David ya casi no tosía y solo estaba enrollado en esa vieja cortina sintiendo que cada uno de sus huesos eran golpeados sin piedad. Su cabeza zumbaba, y lo único que deseaba era estar en un lugar muy cálido. Recordó a su ángel y la forma en que ella lo abrazaba, y quería eso, necesitaba su protección. Pero lo que sintió fue las frías manos de Adelaida tocar su frente.
—Esto está mojado, por eso empeoraste. ¡¿Te imaginas que me pegues tu malestar?!
David no estaba en condiciones de contraatacar. Solo se acurrucó más dándole la espalda.
Potentes rayos comenzaron a caer, seguidos de estruendosos truenos. La tos de David se intensificó y casi sin poder respirar se sentó buscando un poco de aire. Adelaida ya no pudiendo evitarlo corrió a su lado dándole un poco de agua.
—Respira despacio, respira —dijo masajeándole levemente la espalda—. Hay que quitarte esta ropa, está húmeda.
Ellos no tenían más que un cambio de ropa cada uno, pero cualquier cosa era mejor que esas ropas mojadas.
Adelaida nerviosa comenzó a arreglar un poco un espacio de la casa, cerca de la chimenea que no habían encendido. Juntó la mayor cantidad de cortinas que pudo, haciendo una especie de cama, y tomó ropa de Allen para colocársela a David.
El ataque de tos había pasado un poco, pero David estaba agotado casi inconsciente, buscando un poco de calor.
—David, David —llamó con cuidado, volviendo a sentarlo—. David, David. Tenemos que ir al otro lado. Allá está más caliente, es solo un poco, ven vamos.
La fiebre era tanta que David no sabía que era real y que no. Su mente iba de algún recuerdo de su niñez con Owen, a Hanna, y a esa otra voz que lo llamaba.
Él no respondía y Adelaida comenzó a desesperarse.
—David por favor, ayúdame. Yo sola no puedo, ayúdame, es solo un poco, unos cuántos pasos y podrás descansar.
Era la primera vez que Adelaida tenía que cuidar de un enfermo, y ver a David tan perdido, estaba acabando con la poca fortaleza que le quedaba. Le rogaba casi cayendo en el llanto que la ayudara, y él en medio de su delirio comenzó a ponerse de pie apoyándose en ella.
Tal como ella dijo, fueron unos cuántos pasos que se llevaron las pocas energías de David, y cayó en un lugar un poco más cómodo.
—Una cama —susurró David.
—Hay que quitarte esa ropa y estarás más cómodo.
Pese a todo lo que decía Allen de que ella se había revolcado con Jacob. La verdad es que con él nada había pasado de unos cuántos besos. Era incómodo y extraño desnudar a David, pero se mentalizó que solo era una enfermera con un paciente.
Él sintió que unas manos suaves desprendían cada uno de los botones de su camisa, dejando un rastro cálido en el camino. No era nada parecido a las veces que Lady Cowan lo tocó, era inusual pero gratificante.
Adelaida sin querer pasó su mano por el pecho de David y sonrió al sentir su piel. Quería tocar más, sus manos picaban por explorar más, pero asustada se apresuró a levantarlo un poco para terminar de quitarle la camisa y colocarle la nueva.
Los pantalones fueron otra travesía. David parecía haberse quedado dormido, así que Adelaida quitó el botón y los bajó todo lo rápido que pudo, se repitió que no podía mirar, pero su mente curiosa detalló aquellas blancas piernas, adornadas por una pequeña capa de vello muy rubio. Lo que sí evitó mirar fue su entrepierna cubierta por unos pequeños calzoncillos.
—Voy a encender la chimenea y ya tendrás más calor. Tú solo quédate aquí.
No podía asegurar que David la escuchaba. Lo cubrió bien y recordando la forma en cómo David y Allen hacían fuego, comenzó su labor de encender leña.
***
Sus manos dolían y ya estaba perdiendo toda esperanza, pero de pronto una chispa salió y una pequeña llama, que luego se hizo poderosa, se formó.
—¡David! ¡Mira! ¡David, hice fuego!
Rebozando de felicidad se acercó a él zarandeándolo, pero David apenas emitió un quejido. La fiebre estaba en su punto máximo y él se encontraba en un sueño del cuál sería difícil despertar.
—¡David! ¡Reacciona! ¡No! ¡No! Estarás bien, me oyes, estarás bien.
Suprimiendo las ganas de llorar, Adelaida comenzó a colocar trapos fríos en la frente de David. Él no moriría al menos no así, y bajo su cuidado.
***
No podía saber que hora de la noche era, imaginaba que era pasada de media noche. Llevaba horas colocando compresas con agua fría, pero la fiebre bajaba y volvía a subir. A veces David abría un poco los ojos pero luego y casi de inmediato volvía a cerrar sus pesados párpados.
Ya perdiendo toda esperanza Adelaida comenzó a llorar todo lo que su cuerpo le exigía.
Una vida se acabaría bajo sus manos, y era la vida del amor de su hermana, era la vida del que era su esposo, aunque no por decisión propia, al fin y al cabo, era la vida del hombre que pese a todos sus desplantes la trataba con condescendencia.
Entre lágrimas observó ese rostro hermoso descansando como si solo estuviera durmiendo, soñando en un mundo sin maldad. Él parecía tallado por los dioses.
Ella nunca habría pensado que estaría en una casa dónde llovía dentro, con el fuego de una maltrecha chimenea alumbrando a un esclavo muriendo en los brazos de su esclava.
Con llanto amargo y no quedándole otra opción que orar, se acurrucó al lado de David abrazándolo.
—No me dejes —sollozó—, solo no me dejes, tú eres lo único que me queda. Eres lo único que tengo. No me dejes.
David sintió las calientes lágrimas caer en su rostro y entre sueños, la voz de un ángel le pedía que no se fuera. Pudo luchar contra la pesadez, abrió un poco los ojos y sin reconocer a quien lo abrazaba, hizo una promesa.
—No te dejaré, lo prometo.
Adelaida se incorporó sorprendida, y de la alegría depositó un ruidoso beso en la mejilla de David.
—Más te vale, sino iré hasta el infierno a buscarte.
***
Luego de una de las noches más horribles de su vida, Adelaida se encontraba haciendo una sopa, mientras David dormía.
La fiebre continuaba, los escalofríos no lo dejaban y ella solo quería mantener la esperanza.
Intentó hacer que David comiera, pero él algo inconsciente pudo pasar solo una cucharilla de sopa.
—David por favor, come, solo un poco, debes comer para curarte.
—No puedo —esbozó con voz ronca, alejando su rostro de aquel líquido que su cuerpo rechazaba.
Adelaida vencida dejó el plato a un lado, iba a ponerse de pie pero David la detuvo.
—¡No te vayas! No quiero estar solo.
Adelaida volvió a su lado, se acostó e incluso lo abrazó apoyando su cabeza en el pecho de David.
—No te vayas David, tampoco quiero estar sola.
Ahí escuchando su respiración irregular y su acelerado corazón, Adelaida alzó una plegaria. Dios nunca fue tan rápido al responder una oración, justo cuando ella dejó de orar Allen entró y por primera vez se alegró sinceramente de verlo.
27 de Septiembre. Londres. 1849.
Arthur ya estaba bien. Para la gran alegría de Owen, Amelie tuvo que irse de urgencia por una investigación, desde luego volvería, pero al menos por unas semanas se alejaría de su lengua venenosa. Joseph le envió una carta diciéndole que debía buscar algunas cosas en la antigua casa, y que pronto volvería. Así que Owen inventándose algo, llegó a su antiguo hogar.
Aquel lugar estaba desierto, pero unas cuantas cartas se encontraban en la mesita de la sala. Unas eran las cartas que Joseph le mandó a buscar y una difería de las demás, el sobre era demasiado humilde, y el lugar de procedencia hizo que Owen frunciera el ceño.
¿Qué conocidos tenían ellos en Sajonia, Alemania? Iba a leer el remitente pero una voz detrás de él lo sobresaltó.
—¡Mamá! ¿Qué haces aquí?
Hace unos días que Owen ya no llamaba a Stephanie por su nombre, la primera vez que lo hizo la sonrisa y lágrimas en el rostro de Stephanie fueron tan enternecedoras, que se prometió a sí mismo llamarla así de ahora en adelante. No era algo que le costara si quiera, Stephanie se había ganado con creces el título de madre.
—Me dirigía a mi casa cuando me informaron que viniste aquí. Quisiera que conocieras la casa de mi niñez, así que vine a buscarte.
—Solo busco algo en mi antigua habitación y te acompaño.
Owen guardó las cartas en su chaqueta e hizo tal cuál indicó.
***
Aunque estaban en la casa de Stephanie, la seguridad era extrema. Supo por Arthur que James tenía pesadillas constantes con que algo malo le ocurría a sus hijos, y por esa razón noche tras noche se aparecía en el cuarto del pequeño para verificar que estuviera bien.
Para su alegría ese día estaban solo Stephanie y él en aquella acogedora casa. Lejos estaba de imaginar que en ese mismo lugar, meses atrás estuvo David debatiéndose con el dolor.
—Charles a veces te veo y creo que sigo viviendo en un sueño. Siempre supe que estabas vivo, pero yo misma llegué a pensar que lo que deseaba nunca se cumpliría. Estás conmigo pequeño.
Owen rio y prefirió no comentar nada al respecto. Él ya había estado en esa casa, en la ocasión que convenció a los príncipes de escalar el frondoso árbol. Siguiendo sus pasos volvió a ese río, al árbol y se recostó. Había algo en ese árbol que le gustaba.
Se estiró para coger una piedra para lanzarla al río, entonces una de las cartas cayó de su saco. La tomó volviendo a leer el país de procedencia, leyó el nombre del destinatario y casi se ahogó con su saliva. Era David.
Rompió el sobre y sacó las pequeñas hojas, escritas con alguna tinta de mala calidad.
"Hermano espero que estés muy bien, que la vida sea más agraciada contigo de lo que ha sido conmigo. Por asuntos que ahora no puedo explicar, dejé Escocia, y ahora me encuentro en Sajonia, Alemania, en algún lugar muy alejado de la población. Sigo siendo un esclavo, uno de hasta menor rango, si es que exista algo como eso. Allen vino conmigo, y estoy casado. Me obligaron a casarme con una mujer horrible y asquerosa que detesto. Ah, y por cierto asesiné al novio de mi actual esposa. Mi vida no es linda hermano, y tal vez nunca más vuelva a verte, por eso quiero que sepas que deseo con todo mí ser que encuentres la libertad y felicidad que tanto soñamos de niños. Tú eres lo único que tengo, lo único que siempre he tenido, eres mi hermano, amigo, mi héroe. No será juntos, pero sé que tendrás tu casa, una cama, comida, un violín, y por favor no te olvides de la oveja. Te quiere por siempre, David".
Había tantas noticias en esa pequeña carta. Primero David ya no estaba con el padrastro de Diana, estaba en Alemania, más lejos de lo que pudo imaginar, estaba casado y de paso había asesinado, eran cosas difíciles de creer. Pero lo que de todo eso afectó a Owen fueron las palabras finales, con grandes lágrimas deslizándose por sus mejillas, arrugó la carta en sus manos.
"No será juntos, pero sé que tendrás tu casa, una cama, comida, un violín, y por favor no te olvides de la oveja".
Fue difícil para él esconder lo culpable que se sentía.
"¡Perdóname! ¡Perdóname! Yo tengo tu verdadera vida en mis manos, pero no puedo David, lo siento, no puedo. Yo lo merezco también. Adiós David, tenías razón, nunca más volveremos a vernos. Estás muerto, de ahora en adelante solo serás un fantasma en mi vida. Te quiero y no sabes cuánto, pero..."
Rompió la carta y la lanzó al río, ahí se iría la última evidencia de la existencia de David. Stephanie se apareció frente a él sorprendiéndolo, pero se extrañó al ver las lágrimas en los ojos de Owen. Él no aguantó y sintiéndose el monstruo que era, abrazó a Stephanie dejando salir todo su dolor en esos sollozos que intentaba suprimir en el hombro de la mujer a la que ahora llamaba madre.
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El capítulo que viene se titulará "Los días contados de un rey"
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Como pudieron ver, Owen está acostumbrado a eso de ser un príncipe y decidió dejar a David bien lejos de esto, pero ¿Qué pasará? No pueden perderse el próximo capítulo.
Un millón de gracias por sus comentarios. Amo cada uno de ellos. Y nos vemos la semana que viene :)
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