Capítulo 18.- Eres lo único que tengo (Parte 1)
24 Agosto 1849. Palacio de Buckingham.
Aimé se apresuró a alertar a su hermano de la visita que estaba próxima a recibir. Conocía a Arthur lo suficiente para saber que se molestaría si Diana llegaba a verlo en condiciones no aptas.
Al acercarse a la cama de Arthur supo que no habría forma de hacerlo ver decente, pero igual lo zarandeo despertándolo.
—¡Arthur! Debes despertar.
Solo habían pasado cuatro días de aquel horrible atentado y él no se encontraba bien. Seguía el peligro de que aquella herida se infectara, empeorara y muriera. No podía comer nada sólido y ni ganas tenía de beber agua. Estaba muy pálido y adolorido, así que con cansancio y molestia talló sus ojos.
—¿Aimé sabes cuánto me costó dormirme? La herida duele a morir.
—Deja de quejarte.
—Claro como no eres tú.
Presionó aquella zona de la herida e intentó acurrucarse de nuevo. Si se decía mentalmente que no dolía comenzaría a dejar de doler, o al menos ese fue el consejo de Owen, y él sentía que era efectivo.
—No vuelvas a dormir, alguien vino a visitarte.
—Creo que es más que evidente que no quiero ver a nadie.
—¿Ni siquiera Diana?
—¡¿Diana?! ¡Auch!
Del dolor de haber gritado hundió el rostro en las sábanas.
—Pero ella no puede verme así.
—No seas tonto, solo hay que peinarte un poco, no hay nada que se pueda hacer con las ojeras y la palidez de tu rostro, pero eres lindo Arthur, un niño muy lindo.
—¿Podrías quitarle a esa oración lo de niño? ¡Soy un hombre!
—Guárdate eso para Diana. Ahora a peinarte.
***
Diana no habría querido salir de su habitación nunca, pero fue obligada a acompañar a su madre a Londres. Recibieron noticias de que el príncipe perdido apareció, aunque jamás habría imaginado que se trataba del caballero que tanto se parecía a David. Y aquello era como una mala jugarreta del destino, ella debía olvidar a David, pero cómo hacerlo teniendo tan cerca a alguien que se parecía tanto a él.
Al llegar se enteraron que alguien atacó a la familia real, resultando Arthur gravemente herido. La familia real estaba lo suficientemente sumida en sus propios problemas que poco les importaría la ausencia de Adelaida, y con una excusa tonta todo quedó resuelto.
Diana deseaba contarle todo a Stephanie, pero lo tenía prohibido y en vista de las circunstancias, poco le importaría a la reina el futuro de aquel esclavo y de su hermana.
No entendió bien cómo, pero se encontraba subiendo con algo así como un té a la habitación del hijo menor de los reyes, se había ofrecido solo para alejarse de aquella mesa, dejar de ver al príncipe perdido y poder borrar aquella falsa sonrisa de su rostro. Solo saludaría dejaría el té y podría ir a esconderse en alguna de las variadas habitaciones.
***
Diana tocó y entró, no fue una sorpresa para ella encontrarse al príncipe durmiendo.
Se acercó para dejar el té en la mesa de al lado de la cama y se iría. Sin embargo, fue extraño para ella ver aquellos rizos dorados cubriendo el pequeño rostro de Arthur, esos rizos eran tan parecidos a los de David, pero tal parecía que en esa casa sería imposible no encontrarse con rasgos que le recordaran al amor de su vida, o tal vez era que estaba tan perdida en ese sentimiento sin sentido que sin importar cuándo y dónde, siempre encontraría la forma de traer a David a su mente. Algo le impulsó a estirar su mano y alcanzar uno de esos rizos para despejar el rostro de Arthur, tal vez movida por la pequeña esperanza de encontrarse tras esos rayos dorados el rostro de su amado.
Lo que se encontró en cambio fue una pequeña cara que de inmediato frunció el ceño y comenzó a moverse con molestia. Unos ojos de azul intenso la miraron con sorpresa, ella sonrió amable y él se desperezó lo más rápido que pudo.
—A la final sí viniste —murmuró. Era algo que solo había pensado pero que terminó diciendo en voz alta.
—¿Disculpa?
—Yo... es que... yo... ¡Hola! —No le quedó otra que apelar a su inocencia de niño, aunque eso era lo que menos tenía que hacer.
Diana de verdad era hermosa, había elegido al mejor amor secreto. No podía dejar de admirar su belleza y dulzura. Se regañó por haberse quedado dormido. Aimé lo había peinado y se fue, él esperó y esperó, pero cuándo ya pensó que ella no iría se rindió ante el sueño.
—Hola. Te traje esto, al parecer tienes que tomarlo. Tu mamá, su real majestad, vendrá pronto. ¿Cómo te sientes?
—Bien. —Con presura y emoción tomó la tasa que Diana le ofrecía, por ella sería capaz de tomar veneno. —Tampoco bien tan bien que pueda correr por ahí, en cualquier momento podría morir.
—No pienses así. No morirás, te están cuidando, solo haz caso de las indicaciones, tomate tus medicinas, come, escuché por ahí que no querías comer —agregó con tono de regaño—, pero debes hacerlo. Ya verás que en unos días estarás corriendo por ahí, eres fuerte y valiente. Fuiste muy valiente en toda esa situación.
—Creo que tal vez no te contaron bien la historia. —Si su idea era impresionar a Diana, no habría tenido que aclarar los hechos, pero ahí estaba él siendo un niño muy sincero, uno para el cuál mentir era inadmisible, incluso en esas circunstancias. —Yo no hice nada, un hombre me agarró, amenazó, mi papá fue a rescatarme y me apuñalaron. El héroe de todo fue Owen y hasta Aimé.
—Hay muchas formas de ser valiente y no todas son ejerciendo la fuerza o destreza física. Tú solo te enfrentaste a la muerte y le ganaste.
—Bueno eso tampoco es cierto, ahí también entró Owen y Amelie, ella...
—No me digas ahora que ellos te curaron, sí, ellos te ayudaron pero si tú te hubieras rendido desde el principio ni habrías llegado al hospital. Eres valiente Arthur y fuerte, nunca dudes de eso.
—Gracias.
Fue bastante notorio el sonrojo en sus mejillas. La palidez de su piel mostraba más ese sonrojo, aunque Diana no reparó mucho en ello.
—Me imagino que debes descansar, tómate todo eso, creo que voy a...
—¿Te irás ya? ¡Quédate! Es que siempre estoy muy solo. Los primeros días estaban todos aquí sobre mí, incluso mi papá, pero eso solo fue los primeros tres días, ahora me abandonan, mi mamá es la que siempre viene pero ya ni tengo nada que hablar con ella.
—¿Hace cuánto fue el atentado? ¿No fue hace cuatro días?
—No sé, acá encerrado no sé ni cuando es de día o de noche. Quédate solo un poco más.
Diana sonriendo tomó asiento en una cómoda silla al lado de la cama, supuso que Stephanie debía sentarse allí siempre.
—¿Cómo fue casi morir? —preguntó Diana.
De verdad le interesaba la respuesta. Desde que David se había casado con su hermana, no había día que no pensara en la muerte, en esa gran villana como una posible aliada, la calma a su amargura, era sumamente grave su forma de pensar, y constantemente se regañaba por pensar de forma tan fatalista. Aun así la muerte seguía siendo un tema interesante para ella.
—Fue... ¿Sabes que nadie me ha preguntado eso? Y yo mismo no lo he pensado mucho, pero fue... aterrador. Solo sé que no quería morir, no es que en ese momento pensara en una razón de peso para seguir con vida, es solo que todo mi ser se rehusaba a morir. La muerte es fría y muy solitaria. Mi papá me abrazaba, mi hermana besaba mis manos, había muchas personas a mí alrededor, pero yo estaba solo. ¿Me entiendes?
Diana asintió. Lo entendía tal vez demasiado.
—Era difícil pensar o escuchar. El dolor iba y venía, y era preferible sentir dolor, el dolor era significado de vida, el no sentirlo venía acompañado de frío y oscuridad. No me gustaba cuando mis ojos abiertos no veían nada, no sé cómo es que Jeremy puede vivir así.
—¿Jeremy?
—El hijo del tío Steven. Él es ciego. ¿No lo viste en la cena?
—No. Dijeron que se sentía mal, por eso tampoco vi a el duque Yorks y su esposa. No sabía que su hijo estuviera ciego.
—Sí, él es enfermo. Volviendo al tema, morir es una pesadilla. Incluso los breves momentos de tranquilidad también son terroríficos, porque solo son el preludio del fin. Los jóvenes no deberíamos morir, tenemos mucho por lo cual vivir.
Diana comenzó a reír. Después de una disertación madura de la muerte venía esa conclusión.
—¿Y si las razones para vivir se han ido?
—Mientras haya tiempo existirán razones, las razones están en todos lados. Incluso la incertidumbre del futuro es una razón. Tú te ves triste. ¿Qué te ocurre?
Ella se sorprendió ante esa pregunta. No iba a contarle sus problemas a un niño, así que se acomodó en la silla, y volvió a su anterior sonrisa fingida.
—¿Quién diría que el niño con el que jugaba a que era mi bebé ahora sería tan perceptivo?
—¡¿Tú jugabas a que yo era tu bebé?! —Si Arthur había sembrado alguna esperanza ahora sabía que estas estaban muertas.
—Sí. Claro que tú no vas a recordarlo. Cuando tenías dos años yo tenía como...
—Cinco.
—Exacto. Adelaida y yo nos peleábamos por cargarte. Tu mamá no se separaba nunca de ti, entonces venía mi mamá, la convencía de tomar el té y nos dejaban a Adelaida, Aimé, tú y yo en el jardín. Aimé te celaba todo el tiempo, era casi imposible acercarse a ti, y tú eras muy apegado a ella. Recuerdo que un día Adelaida inventó algo para que Aimé se fuera, te quedaste con nosotras y comenzamos a jugar que eras nuestro bebé. En realidad eras el bebé de Adelaida y yo tu niñera. Eras tan lindo, yo quería cargarte y abrazarte, pero tú eras algo arisco. Adelaida y yo comenzamos a pelearnos por cuál de las dos te cargaba, tú comenzaste a llorar, incluso me mordiste la mano, te solté, tu caíste al pasto, el llanto fue mayor, Aimé llegó casi nos mató, te cargó y corrió a casa, y mi mamá nos dio el regaño de los regaños. Desde ahí nos prohibieron acercarnos a ti. Y creo que desde ahí comenzamos a caerle mal a Aimé. Cada vez que veníamos ella te cargaba o tomaba de la mano y se encerraba contigo en su habitación. Cuidado y si no llega por ahí a sacarme de aquí, estoy rompiendo la regla de no acercarme a su hermano.
Arthur no podía estar más consternado con aquella historia. Primero porque qué esperanzas había cuando Diana jugó a que él era su bebé, segundo por saber que desde bebé fue tan tonto, cómo pudo haber llorado porque Diana lo cargó, y tercero comenzaba a odiar a Aimé por desde temprana edad haber alejado al amor de su vida de él.
—Pero ahora hay una gran diferencia. Si ahora quisieras abrazarme no te mordería.
Diana rio a sus anchas. El niño de verdad la estaba distrayendo.
—Pero prefiero no arriesgarme a ser clasificada de nuevo como persona no agradable en el palacio. Antes era solo una niña traviesa, ahora sería una depravada, pedófila, o algo parecido.
—¡Solo son tres años! —gritó teniendo que llevarse la mano a la herida y reprimir un quejido de dolor—. Cuando tú tengas setenta y yo sesenta y siete, esa diferencia ni se notará.
—No sé de qué estás hablando Arthur.
Diana se puso de pie un tanto confundida. Arthur iba a explicarse pero la puerta se abrió dando paso a James. Él tuvo que atender asuntos del reino y ahí estaba corriendo a ver a su pequeño.
—¿Cómo está mi bebé?
—¡Papá! —reclamó—. ¡Auch!
Ahora sí fue imposible suprimir el dolor. James corrió a su lado y Diana también se acercó un poco para ver si podía ayudar en algo.
—¿Estás bien? —preguntó James asustado, tomando el rostro de Arthur con sus manos.
—Sí, ya se está pasando el dolor.
—Le diré a Amelie que venga a revisarte.
—Su majestad yo ya me iba si quiere yo le informo —interrumpió Diana.
—Oh, buenas noches Diana, apenas me enteré que tu mamá vino de visita.
—Buenas noches su majestad. Sí vinimos para felicitarlos por encontrar al príncipe, y nos encontramos con la triste noticia del atentado. Pero gracias a Dios que nada pasó a mayores. Si me disculpa iré a buscar a Amelie.
—Muchas gracias.
Diana salió y James se topó con una mirada de reproche de su hijo.
—¿Te estás sintiendo peor?
—No. Pero ya deja de decirme bebé. No soy un bebé.
—Tú siempre serás mi bebé.
—Pero no soy un niño, soy un hombre. Ya trátame como uno.
—¿Por qué quieres crecer tan rápido? Déjame disfrutar de mi pequeño. —James se recostó a su lado envolviéndolo en sus brazos. —Mientras estés pequeño podré abrazarte, besarte. No quiero que crezcas, cuando lo hacen pasas de ser su héroe a ser un estorbo. No me culpes por querer disfrutar lo poco que me queda contigo.
—Tú siempre serás mi héroe, pero no me trates como un niño —gruñó, aunque no se alejó del abrazo de James.
—Promete que nunca dejarás de quererme, y que siempre dejarás que te abrace.
—Está bien, lo prometo, pero a cambio no volverás a decirme bebé frente a nadie.
—Lo juro.
James depositó un beso en la frente de Arthur, y sacó del bolsillo del pantalón, un pequeño frasco con un insecto dentro. Arthur se emocionó al notar que era una especie extraña, algo nuevo para su colección.
24 de Agosto. Sajonia, Alemania.
No podían mantenerse más días sin comer. David esperaba que ese día llegara el hombre que les daría sus raciones de comida, pero aún con hambre ellos debían comenzar a trabajar.
Adelaida ese día estaba más triste de lo normal. No les había dirigido la palabra y se rehusó a salir de aquella cortina. David le hizo señas a Allen de que la dejara estar ahí, mientras ellos se fueron a trabajar.
Era mucho el terreno del cuál debían hacerse cargo, suspirando comenzaron a arrancar con sus manos aquella gran vegetación que los cubría.
El sol estaba quemando su piel, y el hecho de no tener ni siquiera agua para beber, los estaba matando. David se detuvo un momento para ver su avance, que no era mucho, y cansado se sentó en el suelo intentando cubrir su rostro de los potentes rayos del sol. Allen lo siguió y comenzó a hablar, él siempre tenía algo que decir y David lo apreciaba por ello.
Allen estaba contándole algo de su vida con Stefan cuando David escuchó algo muy lejos, no fue algo que entendiera, solo que fue un sonido extraño. Calló a Allen con un gesto y agudizó un poco el oído. Sin terminar de entender comenzó a correr en dirección a la casa, estaban tan lejos que era solo un pequeño punto marrón en medio del extenso verde.
—¿Qué haces? —preguntó Allen persiguiéndolo a la misma velocidad que David.
—Algo pasa con Adelaida.
Allen no estaba muy seguro de las palabras de David, le parecía extraño que él notara algo desde aquella distancia, y la idea de que tuviera un presentimiento era absurda tomando en cuenta que la relación de David y Adelaida era de lo más fría y distante.
Sin aire en sus pulmones llegaron a la parte trasera de la casa, un grito de ayuda los movió a terminar el recorrido hasta la entrada. David se paró en seco ante lo que vio.
Había un caballo marrón muy grande amarrado a una rama, y un hombre alto, tosco y gordo que tapaba la boca de Adelaida con su mano y la arrastraba hacia el interior de la casa.
David tomó una piedra enorme que para su fortuna se encontraba a sus pies. Corrió hacia el hombre y sin pensárselo golpeó su cabeza con la filosa piedra. El hombre soltó a Adelaida, llevándose las manos allí dónde su cráneo comenzaba a sangrar.
Adelaida temblando y llorando se aferró a la espalda de David usándolo como escudo. Allen no demoró en llegar a su lado, había arrancado un pedazo de madera de una de las ventanas y estaba dispuesto a usar lo que fuera contra ese hombre.
—¡Maldición! —vociferó el herido—. No saben lo que acabaron de hacer. Firmaron su sentencia de muerte por esa ramera.
—No es una ramera, es mi esposa —contratacó David.
—Los esclavos no tienen esposas.
—Yo sí.
El hombre podía matarlos en ese mismo instante, pero el golpe en su cabeza lo tenía aturdido, la sangre caía sobre sus ojos como si se tratara de sudor, su vista estaba nublosa, y veía más personas de las que realmente había.
—Volveré y me cogeré a tu esposa hasta que exhale su último suspiro, y tú estarás ahí para verlo. Hasta pronto.
Tomó su caballo y se fue. David no respiró hasta que el hombre ya no podía verse. Solo hasta ese momento sintió los brazos de Adelaida rodeando su cintura, y el cuerpo de ella pegado al suyo. Tomó las manos de Adelaida y se volteó para encontrarse con sus ojos llorosos y un cuerpo que no dejaba de temblar. Varios de sus largos cabellos negros, se había salido de la improvisada crineja, su rostro estaba sucio por las lágrimas y aun así su belleza resplandecía, tal vez era extraño que David lograba apreciar su belleza, en aquellos momentos que estaba desvalida. Adelaida no aguantó mucho la distancia y cayendo en un llanto amargo volvió a rodear con sus brazos el cuerpo de David y hundir su rostro en su pecho.
—Tuve mucho miedo de que no llegaran —sollozó.
—Ya pasó, nada malo te pasará, no dejaré que te hagan nada.
David pasaba la mano sobre los cabellos de Adelaida intentando consolarla. Ya abrazarla no estaba siendo tan incómodo como al principio, ya casi era algo normal. Allen no tuvo nada elocuente que decir al respecto. Se mantuvo callado planificación en su mente todo lo que pasaría.
***
—Yo escuché que un caballo se acercaba, supuse que era la comida así que salí —relató Adelaida. Ya había pasado un tiempo desde el incidente, y ahora estaban los tres dentro de la casa, debajo de aquellas cortinas, escuchando a Adelaida—. Ese hombre llegó, dijo que en efecto traía las provisiones y yo dije que las recibiría. Extendió la bolsa hacia mí, pero cuando iba a tomarla la alejó, comenzó con todas estas preguntas de que no era una esclava normal. Le dije que estaba casada, que mi esposo estaba trabajando cerca, pero aquello como que fue peor, comenzó a decir cosas obscenas y... —Un puchero se formó en su boca, pero pudo reprimir el llanto—. Comenzó esta lucha, yo grité, me tapó la boca, y ya saben el resto. Ese monstruo volverá. ¡Va a volver! ¿Y qué vamos a poder hacer nosotros?
—¡Agh! ¿Por qué tenías que ser bonita? Mira el rollo en el que nos has metido.
—¡Allen! ¿Cómo se te ocurre decir algo así? —David de verdad estaba indignado por las palabras de Allen.
—Lo que me sorprende de tu amigo es que piense que soy bonita. Jamás lo habría imaginado, entonces toda esta molestia hacia mi persona es porque está enamorado de mí pero sabe que eso nunca se dará.
—¿De qué hablas? ¿Yo enamorado de ti? Antes me entrego al hombre ese que casi te violó.
—Allen eres más que raro —fue la conclusión de Adelaida—. Díganme qué vamos a hacer, porque yo no...
—Hay que escribirle al conde William, tal vez hablar con el jefe de la hacienda. Él no permitiría que abusen de ti.
—David tú tienes a William en un pedestal pero no es el caso.
—Sé que él no lo permitiría.
—Pero mientras esa carta llega a él y toman medidas en el problema, debemos escondernos. Ese hombre volverá, Adelaida no se salvará y a los dos nos mataran.
—Si nos vamos igual estaremos muertos. —David intentando pensar se acuclilló. Toda esa situación lo estaba superando, estaba llegando a pensar que las palabras de Adelaida eran ciertas, no había salida, nació hundido en un hoyo que al pasar los años solo se hacía más profundo.
—La condición es que no pueden bajar de la montaña. Se quedarán en la montaña solo que no aquí. Yo bajaré para intentar hablar con el jefe, saldremos de esta.
***
Adelaida siguió a David y Allen hasta que se detuvieron cerca del río. Había un árbol hueco que les serviría de escondite. Debían escribir una carta y ahí todo se complicó, no tenían hoja ni tinta.
—¡Tu libro! —expresó Adelaida acercándose a David para quitarle el libro que siempre llevaba en el bolsillo de su desgastado pantalón.
—¿Qué?
—Podemos usar unas hojas de tu libro. Las primeras y las últimas no tienen casi nada escrito.
David dudó, era el libro que su hermano le había regalado, lo más preciado que tenía en ese momento. No quería dañarlo por nada del mundo.
—Sin tinta igual de nada serviría —replicó protegiendo su preciado tesoro.
Adelaida dudó e iba a desistir de su idea, pero un ave se posó muy cerca de ella, recordó a los murciélagos y su mente formó una idea.
—¡Sangre! Usaremos sangre como tinta.
—Iras a desangrarte tú, porque a mí no van a sacarme sangre —aseguró Allen.
—Solo tenemos que cazar a un animal y usamos su sangre. Es fácil.
—Si tan fácil es, hazlo tú.
No tenían tiempo que perder, y sin embargo, lo hicieron, esperando que Adelaida fuera capaz de cazar al menos un mosquito. Allen no dejó de reírse y David también lo hizo aunque intentando que sus carcajadas no fueran tan fuertes.
Para sorpresa de ambos Adelaida consiguió la forma de suplantar la tinta, no porque hubiera cazado algún animal, sino porque consiguió un árbol con una sabia bastante oscura que les serviría para escribir. David no tuvo otra opción que ver cómo le arrancaban hojas a su libro.
Adelaida escribió en una perfecta caligrafía y ya Allen se iría, cuando David lo detuvo diciéndole que le quería escribir una carta a su hermano. La última carta que había enviado fue escrita por Diana, y ahora en esta odiaba la idea de pedirle ayuda a Adelaida, aunque si la escribía el mismo sabía que se demoraría mucho.
—Solo dime lo que quieres escribirle, deja de titubear —gruñó Adelaida con mal humor.
—Entonces escribe —demandó David con un tono de voz rudo, ya estaba bastante harto de los maltratos de Adelaida—. Hermano espero que estés muy bien, que la vida sea más agraciada contigo de lo que ha sido conmigo. Por asuntos que ahora no puedo explicar, dejé Escocia, y ahora me encuentro en Sajonia, Alemania, en algún lugar muy alejado de la población. Sigo siendo un esclavo, uno de hasta menor rango, si es que exista algo como eso. Allen vino conmigo, y —dudó decirlo, pero su hermano debía saberlo—... estoy casado.
—Y me obligaron a casarme con una mujer horrible y asquerosa que detesto —corrigió Adelaida—, ah, y por cierto asesiné al novio de mi actual esposa. Mi vida no es linda hermano, y tal vez nunca más vuelva a verte, se despide con cariño...
—¡No! —el grito de David detuvo su escritura—. Es cierto que tal vez nunca vuelva a verlo, quiero despedirme bien.
Adelaida entendió eso, dejó su mal humor a un lado y escribió las palabras llenas de dolor y nostalgia que David terminó de dictarle.
***
La noche llegó y David temía por la seguridad de Allen, había tenido que irse solo y oraba para que nada malo le ocurriera. Como siempre comenzó a llover y se metió en el hueco del árbol al lado de Adelaida.
Era la primera vez que se quedaban solos y de pronto notaron lo necesario que era Allen para su convivencia, él siempre tenía algo que decir aunque esto no fuera agradable.
Adelaida abrazando sus piernas miraba disimuladamente a David, él era tan diferente. Entendía las razones por las cuales su hermana se había enamorado de él. Pese a estar en harapos y sucio, su belleza resaltaba. El color de sus ojos iluminaba en esa oscuridad, al igual que el brillo de sus blanquecinos rizos. Ella misma era oscuridad y él era luz.
—¿Cómo eran tus padres? —preguntó ella sobresaltando a David—. ¿Los conociste?
—No. A mi padre sí, pero no a mi madre, supongo que murió cuando era muy pequeño para recordar.
—¿Cómo era tu padre?
—Malo, muy malo. A veces dudo que haya sido mi padre, pero si no lo era no habría tenido razones para tenerme en su casa.
—¿Murió?
—Sí. Owen siempre quiso que muriera. Owen es mi hermano —aclaró. Adelaida asintió—, él siempre deseo que muriera, yo en el fondo también, pero al morir Joseph se llevó a Owen y a mí me mandó a un orfanato, allí conocí a Hanna y Allen.
Hanna le había contado ya lo del orfanato, la forma en la que conoció a David y cómo se alejaron, pero no sabía más allá de eso.
—Si te alejaron de tu hermano hace tanto. ¿Cómo volviste a verlo?
—Supongo que la vida no regaló un momento más juntos.
—Esa es tu esperanza, volverlo a ver. —No era una pregunta, era una afirmación—. Tú hermano y tú son muy parecidos, ¿cierto? —David no quiso responder, recordó que Owen le explicó que no debía hablar de él—. Te diré cómo es él. Tiene los cabellos más oscuros que los tuyos, algo cobrizos más bien, y sus ojos son azules pero oscuros, así como el océano profundo, y su barbilla es cuadrada, de cejas más finas que las tuyas, y tiene un tono seductor y pícaro.
—¿Lo conoces?
—Fue quien me quitó el libro ese que tienes. Diana me encomendó comprarlo en mi viaje a París, y un hombre con esas características llegó y se llevó el libro que yo buscaba, dijo que era para su hermano, que él lo merecía más. Debe ser demasiada coincidencia que haya otro hombre muy parecido a ti, que buscara el mismo libro para su hermano. Él tiene dinero, ese día se presentó con el título de Lord Grant.
—¡¿Lord?!
David sabía que Owen tenía dinero, pero de ahí a que fuera Lord. Por ningún motivo Owen ahora podía ser un Lord, al menos que lo hubiera adoptado una familia acomodada, pero ¿Por qué no le comentó nada? ¿En qué estaba metido su hermano?
—Si tu hermano tiene dinero, él podría ayudarnos. Tu hermano es la esperanza de los dos, debemos ir hacia él.
—¡No! Él dijo que me buscaría cuando fuera libre. No puedo ir hacia él lo metería en problemas.
—¿Problemas con quién?
—Eso no importa. Adelaida soy un esclavo sin familia, mi hermano es un esclavo como yo, eso es todo.
—Es solo que... ¡Mírate! No eres un esclavo normal, así como yo no soy una esclava común. No has pensado que tal vez tu hermano ha encontrado a la verdadera familia de ambos, pero no quiere compartirlo contigo. ¡Eso es! Por eso él está en una buena posición y tú no.
—Adelaida ¿Qué es ese invento? No hay nada diferente en mí, soy un esclavo, siempre lo he sido, no hay una vida diferente escondida. Esto es lo único que soy, solo acostúmbrate a ello. Estás casada con un esclavo, no hay padres ricos por ahí perdidos. Estoy solo, yo lo entendí a los ocho años, entiéndelo tú ahora.
—Tienes razón. Estoy como Diana, ella me metió cosas extrañas en la cabeza. Se la pasaba diciendo que tu vida era un misterio.
—No lo hay. Solo existen más personas pobres de las que ustedes han conocido.
—¿Cómo era tu casa de niño? Cuéntame de eso.
—¿Para qué?
—Quiero olvidar que estoy dentro de un árbol hueco, evitar que mi cabeza comience a pensar en que en cualquier momento una araña, culebra o algo peor me caerá encima.
—Mejor cuéntame cómo era tu vida de niña.
A Adelaida le gustó recordar. Se perdió en sus vivencias de felicidad. David sonrió algunas veces, pero para el final Adelaida estaba con los ojos llorosos, al recordar que esos buenos momentos jamás volverían. Sumidos ambos en sus propios pensamientos se quedaron en silencio hasta que poco a poco sus ojos se cerraron.
25 Agosto 1849. Palacio de Buckingham.
Owen quiso dar dos pasos atrás y huir del comedor al notar que las únicas allí eran Diana y Amelie. De Diana no tenía razones para escapar, sus constantes miradas no lo ponían de mal humor, en cambio aumentaban un poco su ego, ella era realmente hermosa, ya entendía por qué Arthur estaba enamorado de ella. Pero Amelie era una amenaza.
—Buenos días Owen —gritó Amelie desde su asiento. Ella no llamaba ni a James por si título real así que tampoco lo haría con el príncipe perdido.
Owen sonrió, tragándose un insulto, y muy alegre y atentó termino de entrar tomando asiento en el lado opuesto de Amelie.
—Buenos días señoritas.
—Buenos días Alteza —respondió Diana sin alzar mucho la vista.
—Owen en el reino entero no hacen más que hablar de lo valiente que eres. El pueblo te ama. En serio lo hacen. Pero eso no es de extrañar, naciste para ser rey.
Owen sabía que las palabras de Amelie escondían algo, pero él no caería en ese juego. Sonrió apenado y tomó un poco de jugo.
—Owen ¿En dónde creciste?
—No me gusta hablar mucho de eso. No fue agradable. No hasta que me adoptaron claro.
—Disculpa, tuve curiosidad porque tu padre me dijo que fue en Francia, yo soy de allá, solo quería saber si lo conocía.
—Vivía en las montañas Saint – Gervais – Les- Bains.
Diana se atoró con una fresa que danzaba en su boca. Había escuchado antes de ese lugar. Tomó agua para disminuir la tos, pero su mirada se fijó de nuevo en Owen.
—¿Estás bien? —preguntó Owen preocupado.
—Sí. Disculpen.
—Yo fui algunas veces a esas montañas. Vivía en lo más profundo de ellas. Recuerdo el pequeño pueblo de Bains —comentó Amelie.
—Yo no mucho, pocas veces nos dejaban ir allí.
—¿Nos? —preguntó Diana confundida—. ¿Quién más? ¿Usted y quién más?
Owen maldijo en su mente.
—Yo y mi perro. Tenía un pequeño perro llamado... Hielo, era mi único amigo. Siempre hablo de él como si fuera otra persona, pero para mí él fue mi única familia.
Owen se concentró en su desayuno quería salir pronto de entre esas mujeres que lo estaban poniendo nervioso.
—Le Peu de Changri —esbozó Diana.
Owen casi se mordió la lengua, pero supo disimular su desconcierto.
—¿Disculpe, qué dijo? —preguntó con tono divertido.
—Uno de los clásicos cuentos franceses —comentó Amelie—. No es tan conocido, pero sin duda alguno uno de mis favoritos.
—No he oído de él. De pequeño no me daban nada para leer. Y ya en Bélgica no me permitían leer nada francés, mi padre tenía algo contra ellos.
—Extraño —replicó Amelie.
—Sí. Nunca lo entendí. No los soportaba, pero había adoptado un niño francés. Por suerte, solo me prohibieron hablar francés, y ahí acabó esa etapa de mi vida.
—¿No tuviste un hermano?
El pulso de Owen se aceleró ante esa pregunta. ¿Quién era Diana? ¿Por qué preguntaba esas cosas? Gracias a su entrenamiento la turbación interna no fue notable ante nadie.
—Tengo dos hermanos. Aimé y Arthur —respondió como si no entendiera a Diana, como si ella fuera una persona con algún problema mental.
—No me refería a eso, sino a... —Supo que estaba fuera de sí. Observó a Owen y Amelie, sus rostros condescendientes viéndola, y entendió que debía callar, estaba dejándose llevar por las emociones, por un presentimiento sin fundamento. —Disculpen, debo retirarme.
Sin esperar una respuesta salió de ahí casi corriendo.
Owen se ahorró cualquier comentario y continuó su desayuno.
Jamás se habría esperado que la persona que de verdad lograra incomodarlo fuera la dulce dama que no conocía. Algo dentro de él le decía que ya conocía a Diana, no de vista, era por alguna razón que no lograba recordar.
"Si quieres saber quién es Diana debes preguntarle a Arthur".
***
Estaba tan apurado por una explicación que entró a la habitación sin tocar la puerta. Dentro se encontró a un James Prestwick durmiendo al lado de su hijo, acurrucando a Arthur en sus brazos.
No podía negar que James quería mucho a Arthur, en esos cuatro días no se separaba de él más de lo estrictamente necesario.
"Tal vez esa es la clase de amor que habrías tenido David. No pertenecías a esa pocilga, a dormir en el piso congelándote. Tu vida estaba en una gran cama, con unos padres que cuidarían tus sueños".
No pudo pensar más porque la puerta tras él se abrió golpeando su espalda.
—¡Charles! —exclamó Stephanie rodeándolo con sus brazos para depositar un beso en su frente— ¿Ya desayunaste?
Él asintió. Era extraño lo mucho que le gustaba el cariño que Stephanie le daba.
—Hoy te prepararé un pastel.
Por el ruido James comenzó a despertar al igual que Arthur. James se quejó del dolor de su cuello y Arthur de ese dolor incesante que nunca lo dejaba en paz.
—Papá tú no tienes una herida que te atraviesa el estómago así que no te quejes.
Owen rio ante aquello. Notando padre e hijo que estaban acompañados.
—¿Cómo amaneció mi bebé? —preguntó Stephanie ayudándolo a recostarse.
—Que no soy un bebé. Pero me duele todo. Apenas pude dormirme hace un rato.
—Yo debo ir a arreglarme, tengo reunión en la cámara de lores. Owen la próxima reunión vendrás conmigo, es hora de que comiences a conocer todo.
Él asintió, recibió el abrazo de James, se sintió la persona más hipócrita del mundo, pero lo soportó.
—Adiós Arthur, cuídate, nos vemos a la noche.
James retiró los rizos de su frente y le dio un beso, también se acercó a Stephanie para darle un beso veloz y salir corriendo hacia su habitación.
Unos sirvientes entraron a la habitación para preparar el baño de Arthur y él quiso volver a hundirse en los cobertores de la cama.
—Amelie dijo que ya hoy puedes bañarte. Hay que mantener la herida lejos de cualquier infección.
Stephanie comenzó a quitarle la ropa, pero Arthur estaba arisco al respecto.
—Mamá no. No quiero que me bañes, es humillante.
—Arthur soy tu madre, conozco todo de ti. Además estás muy débil, no puedes hacerlo solo, si te pasa algo.
—Pero...
—Yo lo haré —ofreció Owen—. Ambos somos hombres, no creo que vayas a tener vergüenza conmigo. Además soy más fuerte.
—¿Estás de acuerdo con eso Arthur? —preguntó Stephanie con una sonrisa en su rostro, la verdad estaba muy feliz de ver lo buen hermano que era Charles.
—Que más me queda.
***
Arthur no estaba nada contento con estar desnudo frente a Owen, pero era preferible a estarlo frente a su madre.
Antes de entrar a la bañera Owen lo detuvo para inspeccionar el estado de su herida. Era incómodo tenerlo ahí observando la parte baja de su abdomen.
—Ya Amelie lo ha revisado.
—Sí, es tan inteligente que no se ha dado cuenta que está supurando, así nunca se curará. Aún sangra. Ahora que salgas buscaré unas hierbas que aceleraran la cicatrización.
Owen tocó la herida, incluso la presionó con sus dos manos, sacando un gran grito de dolor de Arthur.
—¡Duele!
—Aguanta. Es mejor que duela a que te mueras. Todavía hay residuos de veneno.
—¡Moriré!
—No, porque me tienes aquí. Ahora sí entra a la bañera.
Arthur tembló ante el leve cambio de temperatura, aunque el agua estaba tibia. Owen comenzó a lanzar agua sobre sus cabellos, y se esmeró en limpiar su herida.
—Arthur, Aimé me dijo que tú estabas enamorado de la señorita que llegó.
—¿De Diana? Sí. La amo desde hace mucho.
—Amar es una palabra muy fuerte.
—Pero es lo que siento, la amo. Así que ni se te ocurra acercarte a ella.
Owen estaba colocándole champú y se mordió los labios para no reír.
—Mira que ya mucho tuve con el sirviente.
—¡¿Con el sirviente?!
—Bueno con el esclavo, ese que mi mamá trajo. Diana no se alejaba de él. Luego llegaste tú, y ella no dejaba de mirarte. Pero te lo estoy advirtiendo, ella...
—¿Cuál era su relación con el esclavo?
—Ella lo salvó. Según supe ella fue la que buscó a mamá y le dijo que estaban matando al esclavo. Cuando estuvo en casa de mi mamá, Diana no se alejaba de él. Aimé decía que estaba enamorada de David. Por suerte ese esclavo se fue a América con su novia, o eso dijo mi mamá.
Owen dejó su labor, se puso de pie y comenzó a caminar de un lado a otro. Recordó que David le había contado de Diana, él habló de ella con cariño, era la señorita que le había ayudado. ¿Cómo pudo olvidarlo? Pero había algo más, si sus sospechas eran ciertas estaba perdido.
"La peu de Changri. Ella lo mencionó hoy en el desayuno y aquella señorita te dijo... te dijo... que era un encargo de su hermana. ¡No!".
—¿Diana tiene una hermana?
—Sí, Adelaida. Es la mayor, es linda pero presumida.
—¿Cómo es?
—Cabello negro, largo, muy largo y lacio, de tez blanca y ojos grises. De verdad es linda, pero tiene ese toque altivo. Ve a todos por encima del hombro, no como Diana que es perfecta.
Owen se llevó las manos al rostro. Le falta una pregunta más.
—¿Conoces a William Cowan?
—Sí, es el padrastro de Diana. Ellos tienen una gran hacienda en Escocia, allá es dónde ella pasa más tiempo. O en Alemania, cuando está en Prusia es cuándo más triste estoy porque no hay oportunidad de verla.
Ya todo estaba dicho. David estaba viviendo en la casa de Diana, tal vez él le contó sobre su niñez, ella estaba atando cabos, y si llegaba a desenredar la trama, él estaría perdido. Por ahora solo le quedaba evitar a Diana, mantener su postura de no conocer a David, sabía que su hermano nunca lo delataría, pero necesitaba comunicarse con él.
"¿Y qué le dirás? ¿Qué ocupas su lugar así que se aleje? ¿Qué es el príncipe perdido pero que no debe ocupar ese lugar?".
___________________
Corte el capítulo en dos partes porque estaba quedando muy largo, y me faltaba una parte, así que subiré la segunda parte mañana. No las tendré esperando mucho. Incluso la segunda parte es la que le da sentido al título. Pero mañana en la noche seguro tienen la segunda parte.
_______________
Bueno espero que les haya gustado esta primera parte que habla más de Arthur y para los que se imaginaron algo entre Diana y Owen, bueno no creo que pase nada jajaja. Para Owen, Diana es una amenaza. Mil gracias por la espera, y la segunda parte sí estará de infarto. Besotes!!!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top