Capítulo 16.- La boda

Primero que nada, este capítulo se lo dedico a Paula Montes que hoy está de cumpleaños. Paula fue realmente una suerte haberte encontrado como lectora, muchas gracias por tu apoyo, tus hermosas palabras, nunca tendré cómo pagarte todas las alegrías que me has dado a través de tus palabras. Espero celebrar contigo muchos cumpleaños más y que este solo sea el primero de una larga amistad. 

De corazón quiero que disfrutes el capítulo. Feliz Cumpleaños!!!! 

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15 de Agosto 1849. Palacio de Buckingham.

Aimé quería cabalgar un momento, pronto sería el baile de bienvenida para Owen, los preparativos tenían a todo el palacio de cabezas, una gran multitud de princesas vendrían para darle la bienvenida al futuro soberano, y aquello no podía ponerla de más mal humor.

Agitando su fusta caminaba y caminaba por el jardín dirigiéndose a los establos, aligeró el paso al notar a un joven durmiendo recostado en un árbol. Una manta lo cubría del frío y unas cuantas hojas habían caído en aquellos oscuros cabellos castaños. Se extrañó al no ver a Estella por los alrededores.

"¿Cómo se le ocurrió dejar a su hermano solo?"

Tal vez lo mejor que podía hacer era continuar con su camino, hacer el menos ruido y desaparecer, pero no le gustaba la idea de dejar al niño ciego solo.

"Tal vez te puedas esconder detrás de un árbol y vigilarlo. Pero... ¿Por qué tendrías que esconderte? Él es ciego".

Jeremy comenzó a despertar y Aimé se quedó estática sin poder mover un músculo, se sentía nerviosa como si la hubieran agarrado haciendo algo malo.

Él estiró los brazos y quitándose un poco la manta comenzó a tantear en búsqueda de su hermana. Tocó y tocó el grosor del árbol y ya más asustado se arrodilló intentando encontrarla.

—¡Estella! ¡Estella!

Intentó ponerse de pie pero al pisar una enorme raíz cayó al suelo raspando su rodilla.

—¡Estella! ¡Estella! ¿Dónde estás? ¡Estella!

Estaba llorando apoyado al árbol, abrazando sus rodillas. Aimé salió de aquel estado de inconsciencia para correr a su lado. Jeremy escuchó los pasos apresurados y esperanzado alzó el rostro empapado en lágrimas.

—¡Estella! ¡Estella!

—No, no soy ella —dijo Aimé arrodillada frente a él. Tomó aquellas manos que buscaban desesperadas el contacto con su fortaleza y torpemente comenzó a acariciarlas.

Jeremy se sintió apenado, aunque continuaba asustado.

—Soy Aimé —habló despacio.

—¡La princesa! Disculpe yo...

Aimé entendió por qué Elisa no hacía más que hablar de las dos esmeraldas que Jeremy tenía por ojos. Los ojos de su madre también eran verdes, pero no se comparaban en belleza a los del niño frente a ella.

"¿Cómo es que aquellos ojos no puedan ver?"

—No hay de qué disculparse, paseaba por aquí. Estella ya debe estar por volver. Te acompañaré mientras vuelve.

—No es necesario, de seguro tiene muchas obligaciones. Yo la esperaré. —Él con delicadeza retiró sus manos de las de Aimé y comenzó a limpiar sus lágrimas.

—Quiero hacerlo, no tengo nada entretenido que hacer. El palacio está lleno de extraños arreglando todo para el baile.

—¿No le gustan los bailes?

—No. No me gustan ¿Y a ti? —Se sintió estúpida luego de hacer tal pregunta.

—Ya no. Solían gustarme —añadió sonriendo. Intentaba esconder su rostro entre sus largos cabellos, pero aquella sonrisa era imposible de esconder. —Cuando nació Edward hicieron un gran baile, yo bailé con Estella y toqué el piano. Era lindo ver los rostros llenos de alegría. Todos visten sus mejores trajes, y la vida parece un cuento de hadas. No es que no me gusten los bailes ahora porque no me guste el concepto de personas felices, es solo que no me gusta saber que no los veré.

Jeremy comenzó a toser y Aimé se apresuró a cubrirlo con la manta de nuevo.

—Hace mucho frío —comentó terminando de cubrir a Jeremy.

—Gracias, princesa.

—¿Cómo puedes tocar tan hermoso el piano? Te he escuchado.

—Lo siento si...

—¡No! No me molesta, es lo más hermoso que he escuchado. Tú y Estella hacen un excelente dúo. Debo confesar que ya tomé como costumbre escabullirme en las noches hasta el salón de música para escucharte tocar a escondidas.

—¿En serio?

—Sí, me encanta ¿Me enseñarías a tocar una canción?

—¿No sabe princesa?

—Sí, mis profesores dicen que sé, pero no alcanzaré jamás tu nivel.

—Todo es cuestión de sentir. La música es lo único que me hace soñar.

—Es por eso que amas tanto estar acá afuera. —Aimé no entendía como si Jeremy estaba tan enfermo, se empeñaba en estar siempre en el jardín o en el bosque, dónde era más fácil para él tropezar con algo, y además el frío y la lluvia inclemente de Londres podían enfermarlo, pero ahora lo entendía. —Es la brisa, la brisa te hace sentir...

—Vivo. Sí así es. La brisa me recuerda que no estoy muerto.

Los ojos de Jeremy volvieron a humedecerse y por primera vez en su vida Aimé sintió compasión. Vivía rodeada de personas frías y frívolas. De hombres, mujeres y jóvenes a los que solo le importaba el oro en sus cofres, y los diamantes en sus manos, pero ahí frente a ella estaba la única persona que merecía poder disfrutar de todo cuanto ofreciera el mundo y sin embargo estaba muriendo.

—Mi hermana está demorando. De verdad continué su camino, majestad.

—No, me gusta hablar contigo. Por lo general nadie quiere hablar conmigo, no soy la más grata compañía.

—Permítame dudar eso.

—Es cierto, tiendo a ser insoportable. Qué te parece si vamos a cabalgar.

—¿Cabalgar?

—Sí, le diré a algún guardia que le avise a Estella que estaremos cabalgando. No hay forma de sentir más brisa, y sentirte más vivo que cabalgando ¿Lo hacías antes, cierto?

—Sí, pero no desde...

—Ven Jeremy, yo te guiaré. Juro que nada malo te pasará.

Aimé se puso de pie y tomó la mano de Jeremy impulsándolo a levantarse. Él con desconfianza lo hizo. Aimé tomó la manta con su otra mano y comenzó a andar sin soltar la mano de Jeremy. Él se sentía nervioso y apenado de tener que ser dirigido por la princesa.

—Yo creo que mejor espero a Estella —susurró al final, antes de poder continuar caminando.

—Jeremy no te dejaré caer. Ahorita todo es plano, puedes caminar sin obstáculos o temor. Iremos a cabalgar y es mi última palabra. No puedes decirle no a la princesa.

No estaba bien usar su autoridad, pero ya lo había hecho, no tenía marcha atrás, además eso sirvió para que Jeremy asintiera y se dejara guiar.

***

Jeremy se sentía mareado, era la primera vez desde que quedó ciego que estaba lejos de su hermana. Ella siempre estaba a su lado guiándolo, le había prometido que por siempre sería sus ojos, ella era una parte de su cuerpo, y ahora se sentía perdido.

Palpó al gran caballo frente a él. Tenía que subir y eso lo aterraba. Uno de los trabajadores estaba ayudándolo a subir, y con piernas y manos temblorosas, lo logró. Respiró la fría brisa para intentar calmar su acelerado corazón. El caballo comenzó a moverse y se aferró al pelaje bajo él. Sintió que alguien se subía tras él y aquel perfume solo podía ser de ella.

—Iremos despacio. Nada pasará. Cuando era pequeña mi papá se subía conmigo al caballo, yo me ponía de espaldas y me abrazaba a él. Él me decía que cerrara los ojos y viviera lo que se sentía volar. Son mis mejores recuerdos de niña. Tú sentirás lo que es volar Jeremy, es lo más cercano a ser libre.

Él asintió tragando saliva. Aimé tomó las riendas con sus brazos rodeando el cuerpo de Jeremy y lentamente la cabalgata comenzó.

Jeremy estaba tenso. Aimé sabía que en vez de hacerle un favor le estaba haciendo una tortura, necesitaba que se relajara, así que comenzó a silbar. Él escuchó la melodía justo al lado en su oído y sonrió, era Silent of night.

Comenzó a pensar solo en la melodía y la brisa sobre su rostro fue tomando más significado, sin darse cuenta disminuyó el agarre al pelaje del caballo. La intensidad de la brisa se hizo más fuerte pero no le importó, estaba en su propio sueño. Podía ver la intensidad del verde pasto a su alrededor, ese cielo grisáceo, aquellas espesas nubes luchando por opacar la luz del sol, las aves en el cielo escapar de la lluvia, los árboles moviéndose al compás de la brisa. Era él observando, y las palabras de Aimé cobraron sentido, estaba volando, siendo libre, era solo un niño con los ojos cerrados que quería sentir la libertad, solo que sus ojos no volverían a abrirse.

15 de Agosto 1849. Perth. Escocia.

—Estamos aquí reunidos para unir en sagrado matrimonio a este esclavo y esta esclava.

Adelaida no paraba de llorar aún arrodillada en el suelo.

—¡No! ¡No me casaré! ¡Basta con esto! —gritó.

Elizabeth sin poder aguantar más llegó al lado de Adelaida y la envolvió en sus brazos.

William ya molesto de toda la situación separó a Elizabeth quien rogaba que la dejara estar con su pequeña y jaloneó a Adelaida poniéndola de pie.

—No quieras arrastrar más contigo a tu familia. Levántate, compórtate, demuestra ser un poco fuerte y afronta tu destino. Padre vaya al grano.

Adelaida solo se sostenía en pie por los hombres que la sujetaban de los brazos, sollozando escuchó aquel nefasto discurso.

—¿Acepta usted a Adelaida Anastacia Conrad Kenfrey, como esposa, para amarla y respetarla hasta que la muerte los separe?

¿Amarla y respetarla hasta que la muerte los separe? No, él no quería hacerlo.

Diana con un pañuelo cubría su boca para reprimir un poco sus sollozos. Todo era una mala pesadilla de la que parecía nunca despertaría. Quería tener la fuerza y el poder suficiente para impedir esa boda, agarrar a David de la mano y escapar de ahí, pero era imposible.

David miró al cielo buscando alguna señal, algo que le dijera como escapar de todo eso. No quería casarse, nunca amaría a nadie más. Hanna era su único gran amor, y él no quería nada más. Sabía que nunca podría llegar a sentir nada por la mujer frente a él. Al morir Hanna murieron sus ilusiones de algún día tener una familia, y ahora estaba ahí obligado a comenzar una.

"Hanna tú eres y serás la única dueña de mi corazón. La única que amaré hasta mi muerte. Esto aquí nunca será nada más que un trato, un horrible trato. Te amo".

Adelaida lloraba y lloraba, parecía que de un momento a otro iba a desfallecer. Reviró y vio a Diana también escondiendo sus sollozos. Recordó aquel corto beso y no supo que sentir, para el Diana solo había sido una gran persona, una buena amiga, si es que podía llamarla así, en realidad siempre fue una bondadosa señorita, la hija del amo y nada más. Ella había sido buena con él, así que él terminaría de ser bueno por ella. Suspirando exclamó las palabras que nunca pensó decirle a ella.

—La tomo.

—¡No! No hagas esto, esclavo idiota. Tú no me quieres, yo te odio.

—¡Adelaida! —gritó William— Compórtate.

—¿Usted toma a este hombre, David, como su esposo para amarlo y respetarlo hasta que la muerte los separe?

—¡No! —gritó desde el fondo de su corazón, ganándose una fuerte cachetada de parte de William.

—Recuerda que por tus acciones tu hermana y tu madre pagarán. Así que medita tu respuesta. Padre vuelva a formular la pregunta.

Adelaida sentía que sus manos estaban heladas y todo comenzó a hacerse borroso.

"Jacob perdóname, solo a ti te amo, y solo a ti te amaré. Me libraré de esto".

—¿Toma usted a este hombre, David, como su esposo para amarlo y respetarlo hasta que la muerte los separe?

Adelaida se mordió los labios, no quería decirlo, no quería hundirse más en eso, pero no tenía escapatoria que lo aceptara era solo un formalismo, una burla de parte de su padrastro, nada la salvaría de ser la esposa del esclavo.

Con mucho esfuerzo y pesar asintió.

—Debes decirlo en voz alta, Adelaida. —Advirtió William.

Adelaida lo miró con la mirada más amarga que pudo dedicar en su vida.

—Lo tomo.

Diana perdiendo la fuerza en sus rodillas, cayó hincada al suelo. Escuchó muy a lo lejos cuando el padre los declaró marido y mujer. Ya estaba hecho, su hermana estaba casada con el amor de su vida y ya no había vuelta atrás.

Los obligaron a ambos a colocar sus iniciales en el acta y la mirada de ambos se cruzó solo por un instante. Ahora ¿Qué harían?

—Despídete de tu madre y tú hermana, quién sabe si las volverás a ver.

William empujó a Adelaida hacia Elizabeth y ella se acurrucó en sus brazos llorando amargamente.

—Mamá, mamá, haz algo, no dejes que me lleven, no dejes.

—Adelaida sé fuerte, por favor sé fuerte, no hay nada que pueda derrumbarte, yo haré todo lo posible, mientras tanto aguanta, sé fuerte. —Elizabeth la besaba por doquier y acariciaba los ahora enredados cabellos de Adelaida.

—Por favor, yo no quiero esto ¡Por favor! Mami te quiero, te quiero mucho.

Diana quien no salía de su letargo cambió la mirada de su hermana a David quien estaba de pie totalmente perdido. Armándose de valor se acercó a él.

—No sé cuándo nos volveremos a ver. —Le fue imposible retener las lágrimas. —Pero recuerda que aquí tienes una amiga. Ahora somos... hermanos y siempre en lo que pueda te ayudaré.

—Señorita Diana, yo...

—Solo Diana, solo Diana. Te llegó este paquete. —Sin limpiar sus lágrimas le extendió el paquete envuelto en cuero.

David sabía que solo una persona pudo enviarle un paquete, así que con una enorme sonrisa lo tomó y lo llevó a sus labios.

—Adelaida es difícil, es terca y quejumbrosa, pero también es buena, cuídala.

Aquellas palabras salieron de su boca dejándola con ese sabor a hiel en su boca. Destrozada lo abrazó, hundió el rostro en el cuello de David y por última vez sintió la calidez de su cuerpo.

—Cuídate David, por favor, cuídate. Volveremos a vernos, lo sé. Hasta pronto.

—¡Diana! Gracias por todo.

Ella asintió y llorando se dio la vuelta para despedirse de su hermana.

***

Adelaida quería morirse en ese instante. Sintió que alguien la abrazó por la espalda y no podía ser nadie más que su hermana menor.

—¡Diana! ¿Qué haré? ¡No quiero irme! ¡No lo quiero!

—Todo estará bien.

—Nada estará bien ¡Soy una esclava!

—Y tú podrás con eso. Tú podrás con todo. Hermana te quiero, y te extrañaré.

—Yo no quiero alejarme de ti. Tú eres mi única amiga, mi única compañera.

—Ahora tienes un nuevo compañero. —Debía ser fuerte.

—¡El esclavo! Diana yo no...

—Él está metido en esto por ti y lo sabes. Si me quieres Adelaida lo cuidarás.

—¡Qué!

—Si me quieres no le hagas daño. Intenta vivir esta nueva vida, yo trabajaré para traerte de vuelta.

—No se te ocurra hacer alguna locura. Tú no te casarás con algún decrepito viejo ¡Me oyes! Si eso llega a pasar ¡Huye! Pero no lo hagas. Tú no.

—Mi amor ya se fue contigo.

—No digas eso, sabes que yo no quiero.

Adelaida se aferró a ella. Llorando sin control en su pecho.

—Lo sé, pero si me quieres lo intentarás.

—No me pidas eso.

—No hay forma que esto se rompa Adelaida, están casados ante Dios.

—Ya se despidieron los suficiente, vámonos.

—¡No! ¡No! ¡No! —Adelaida jaló a Diana, intentó aferrarse a ella, pero William la jaló con toda su fuerza llevándosela a rastras.

—¡Por favor! Ten piedad. Es mi hija.

No hubo ruego suficiente. Elizabeth y Diana fueron devueltas a la casona, mientras a David y Adelaida les esperaba otro destino.

***

Una carreta sin techo y con paja en la parte trasera, los llevaría a su nueva vida. Nadie les dijo a dónde irían, solo los llevaron hasta allá. David subió por su cuenta, pero a Adelaida la cargaron entre dos hombres hasta subirla y asegurar sus grilletes a los barrotes de la carreta. A David también lo ataron a su lado.

Allen quien había estado observando todo de lejos, y los había seguido hasta ese lugar, corrió a la carreta.

Los trabajadores del conde al verlo llegar se alertaron y lo sujetaron con violencia impidiéndole avanzar.

—¡Señor! ¡Señor! Yo solo quiero ir con ellos.

—¿Con ellos? —William miraba al fuerte joven frente a él y no le entraba en la cabeza porque querría irse con esos dos esclavos.

—Sí, señor. Solo permítame ir con ellos. David es mi hermano y si para estar a su lado debo ser su esclavo, entonces tómeme como su esclavo y envíeme con él, por favor.

David se desesperó al ver a Allen ahí, no podía permitir que él arruinara su vida así.

—Allen no. No hagas esto. Estaré bien, si es del destino que vuelva a verte así será, pero ahora vete. Yo estaré bien.

—Señor se lo ruego, déjeme ir con él. Seré su esclavo.

—¡Allen, no! ¡No lo hagas!

Adelaida estaba tan sumida en su propia desgracia que no quería prestar atención a lo que sucedía, escondió el rostro en sus cabellos y continuó llorando.

El conde lo pensó, observó el rostro preocupado de David y la seguridad de ese joven.

—Está bien, si quieres ir con él, ve.

—¡No! Amo por favor, no. Deje que se vaya, él es libre, por favor.

—Él irá contigo si así quiere pero no como esclavo. No será mi esclavo, solo un trabajador más.

Allen sonrió y corrió a subirse a la carreta al lado de David. Antes le agradeció a William y él le susurró al oído que cuidara de David.

David no quería arruinar la vida de su amigo, pero no podía ocultar que estaba contento de no estar de nuevo solo. Allen alboroto los cabellos de David en su típico saludo, y abrazándolo se sentó a su lado.

—¿A dónde iremos rizos de oro?

—A Alemania —gritó William.

Dio las últimas indicaciones y la carreta comenzó a andar.

—Con que Alemania. Nunca he estado allá.

—Yo sí.

—Y ahora estás casado con la cabra —susurró.

David miró a Adelaida, ella seguía con el rostro escondido en las rodillas ¿Cómo se acercaría a ella?

"Hanna, muéstrame la forma de salir de esto".

18 de Agosto 1849. Palacio de Buckingham.

Ese era el gran día. Luego de semanas de investigación, el parlamento y la cámara de lores aceptó que Owen era el hijo legítimo de la familia real, el heredero al trono. Así que esa era su presentación ante los reinos del mundo.

Todos debían saber que el príncipe había vuelto a casa.

Aquellos días habían sido incómodos para Owen, entre tener que escuchar a Joseph y fingir ante Stephanie, James y los otros, su vida se estaba haciendo insostenible. No dormía bien pensando en el mal que estaba haciendo al ocupar el lugar de David. Día a día se convencía que su hermano estaba bien en su nuevo hogar y que estaba mejor allá que en ese palacio.

Los planes para asesinar a James habían cambiado, pero ya se estaban encaminando, y tenían un plan casi formado.

Owen evitaba mucho a James, en lo máximo que podía se escondía de él. Lo detestaba y quería seguir haciéndolo, no quería que lo envolviera con su falsa palabrería como casi ocurrió aquella segunda noche en el palacio.

Ahora estaba ahí, con los nervios más controlados, porque solo tendría que sonreír, aceptar felicitaciones, pero nada de cuestionamientos. Todos los invitados tenían prohibido preguntarle al príncipe sobre su pasado. Él era el príncipe y eso era lo único que el resto del mundo debía saber.

Divisó a Aimé observando a los que entraban al salón, estaba un poco escondida y con su mirada clavada en la entrada.

—¿El niño ciego y su hermana están allá abajo?

—Oh, basta.

Reviró para notar lo bien que se veía su hermano.

"Te arreglaron para ser la comidilla de las niñas enamoradizas, y de las viejas pervertidas".

Desvió sus pensamientos a lo que en verdad era importante, ya estaba un poco harta de que Owen no dejara de insinuar que su interés por Jeremy y Estella era excesivo y extraño.

—Desde el día que secuestraste al niño ciego...

—¡Es Jeremy! Se llama Jeremy y su hermana se llama Estella, estoy segura que no es muy difícil recordar eso. Si vas a ser Rey de Inglaterra ve mejorando tu memoria.

—Corrección, el día que secuestraste a Jeremy...

—No lo secuestré.

—Su hermana estaba llorando porque no lo encontraba, todos salimos a buscarlo al patio y Arthur estaba casi seguro de haber visto su dedo enterrado cerca del río.

—Ese Arthur, es para matarlo. Además Estella lo había dejado solo, no es que lo cuide tan bien.

—Como sea desde el día que no secuestraste a Jeremy, tú...

—Yo nada. Estaba mirando a las hermosas princesas que vinieron a darte la bienvenida ¿Cuáles son tus gustos?

—¿Mis gustos?

—Sí ¿Cómo te gustan las mujeres?

—Todas me gustan.

Aimé volteó la mirada vencida. Owen no paraba de reír disimuladamente, lo cierto es que le gustaba molestar a Aimé.

—Creo que no tiene que ver con el físico sino con lo que hay en sus cabezas y en su corazón.

—Sangre y cerebro.

—En tú caso sí solo hay eso, pero por lo general las personas almacenan sentimientos ¿Sí sabes al menos lo que significa?

—Alguna de esas princesas debe atraerte más que otra.

—Todas son muy, muy hermosas ¿Quién es la de cabello negro? La del vestido vino tinto.

—La princesa de España. Entonces es eso ¿Te gustan las morenas? Deberías ya bajar y comenzar a demostrar tu galantería.

—Aimé no importa cuántas princesas haya en ese salón, mi favorita siempre serás tú.

Ella se sonrojó e intentó esconder su rostro en aquella capa de frialdad.

—Yo sé cuáles son tus gustos, por cierto —agregó Owen.

—¿Si? ¿Cuáles?

—Te gustan de cabello castaño oscuro, ojos verdes, piel muy blanca, ah y más jóvenes.

—Te voy a matar —Empuñó sus manos con toda la fuerza que tenía.

—¿Matarás al futuro heredero al trono? ¿Al que te salvó de ser Reina?

—Sí, lo haré, no creo que Inglaterra llore por ti.

Owen se quedó mirando a otra de las princesas que entraba, Aimé lo notó y con rabia y sin haberlo pensado mucho lo pellizcó en el brazo.

—¿Qué fue eso? —exclamó Owen sobando su brazo, lo cierto es que Aimé lo había pellizcado fuerte.

—Me provocó —Fue lo único que pudo decir de la vergüenza.

—Ahora me toca a mí.

—No se te ocurra.

—Tú me pellizcaste, yo puedo hacerlo también.

—¡No! ¡Owen, no! ¡Aléjate!

—¿Qué hacen? —preguntó Arthur curioso, corriendo para situarse entre sus dos hermanos.

—Aimé no se quería dejar pellizcar.

—¿Ibas a hacer eso? Pero si Aimé es buena, y es una dama, no se le puede hacer tales cosas.

—Arthur sí es un caballe... ¡Ay! ¡Arthur te mataré!

Arthur corrió a esconderse detrás de Owen, Aimé no dejaba de intentar agarrarlo y así estaban, ella rabiando, ellos riendo cuando James y Stephanie llegaron. Era hermoso para ellos ver lo bien que se llevaban sus tres hijos.

—Es hora de bajar —señaló James haciéndose escuchar.

Los tres se separaron para arreglar sus trajes y mostrar sus rostros más educados y serios.

—Owen, estás tan hermoso. —Stephanie como era su costumbre lo abrazó y se elevó de puntillas para darle un beso en la frente.

—Tu hijo menor también lo está ¿Lo recuerdas? Se llama Arthur y está aquí.

—Sabes que te amo, amor. —Stephanie lo apretujo hacia ella.

—Aimé, estas realmente hermosa. —James abrazó a su pequeña y ella que era más apegada a él, le correspondió. —Bueno... ya es hora de bajar. Owen, te llamarán por el nombre de Charles, espero no te sientas incómodo.

—No se preocupe, tendré a Arthur al lado para que me avise cuando me estén llamando.

***

Owen no estuvo nervioso hasta que escuchó a ese hombre gritar su nombre.

"Príncipe Charles Daniel Prestwick Middleton, duque de Cambridge".

Entró con aquel título repitiéndose en su cabeza.

"Príncipe Charles Daniel Prestwick Middleton, duque de Cambridge".

Ya incluso era Duque de algo. Todo a su alrededor se hizo vago y difuso. Caminó por la dirección que aquella alfombra marcaba, alzó la mirada para ver al Rey, la reina y sus hijos esperándolo en el trono.

Él había asesinado y robado tantas veces que ya no las contaba, pero nunca se sintió tan sucio como ahora ahí en ese lugar. Subió las escaleras, tomó la mano de James, él le sonrió y lo asió a su lado. Gritaron que él era el príncipe, el primogénito el sucesor al trono. Vinieron muchos aplausos y sonrisas, pero él solo se fijó en la sonrisa de Joseph y Sebastian, la felicidad de ellos era diferente a la del resto de los presentes. Miró a James a su lado sonriendo con tanta alegría que unas lágrimas amenazaban con salir de sus ojos.

"Y saber que dentro de poco estarás muerto".

***

—Ven, tienes que bailar conmigo. Exijo ser la primera en bailar con mi hijo.

Owen tomó la mano de Stephanie y se dirigieron a la pista. Todos alrededor formaban un círculo. Owen podía notar toda clase de rostros y gestos, habían señoras mayores que ya estaban llorando, jóvenes que le sonreían con picardía, intentando llamar su atención, políticos que susurraban entre ellos, tal vez juzgándolo, diciendo que no podría ser un buen soberano, o algo así. Dejó de ver a su alrededor y se concentró en la hermosa dama frente a él que no dejaba de sonreír, y entonces notó que mientras los ojos de las mujeres se dirigían a él, los rostros de los hombres fueran jóvenes o mayores se dirigían a la reina.

"James Prestwick ¿Cómo es que tienes a tu lado a la mujer más hermosa del mundo?".

El vals comenzó y Stephanie sentía que volaría. En sus sueños más hermosos ella estaba bailando el vals con su hijo el día de su boda, y ahora estaba casi viviendo ese sueño. Cada día tenía que convencerse que era verdad, su Charles estaba ahí viviendo con ellos. Se aferró más a él, y posó el rostro en el pecho de Owen, quería bailar así, escuchando los latidos de su corazón.

"Si tan solo tú de verdad fueras mi madre".

La abrazó más y dejó que por ese momento el recuerdo de David se perdiera. Quiso ser el príncipe heredero al menos por esa noche. Quería que ese abrazo y ese amor le pertenecieran. Todo a su alrededor desapareció y solo eran él y su madre.

***

—Dime que sabes bailar y no me pisarás —susurró Owen al oído de Aimé cuando le tocó el turno de bailar a ambos.

—Se bailar y no te pisaré. Tú estuviste en mi presentación en sociedad ¿Por qué no bailamos ese día?

—Tenías una gran fila de príncipes queriendo conquistar tu corazón. Además yo estaba persiguiendo un conejo.

—Lo había olvidado.

Owen siguió detallando cada parte del rostro de Aimé ahora que la tenía tan cerca.

—No eres muy parecida a...

—¿A mamá? —Owen asintió. —Sí, no lo soy, me parezco más a nuestro padre. Al menos en personalidad dicen que me parezco más a él. Arthur más a mamá, y tú a ninguno de ellos.

—No creo que la personalidad se algo de genes, sino de crianza.

—Mamá dice que nadie cambia lo que hay en nuestro corazón ¿Cómo eran tus padres?

—¿Ah?

—Los señores Grant ¿Cómo eran?

—Muy buenas personas —titubeó, perdiendo un poco el ritmo en el vals, para volver a tomarlo antes de que el resto lo notara. Aunque aquello no podía escapar de Aimé.

—¿Por qué evitas tanto hablar de ellos?

—Tú no estás en mi situación. Siento que si hablo de ellos...Tus padres se sentirán mal, no sé, es que...

—Entiendo, pero yo no soy nuestros padres, puedes hablar conmigo.

—Mejor solo bailemos ¿Quieres dar unas buenas vueltas?

No espero a que Aimé contestara cuando se la llevo por todo el salón tan rápido que la falda del vestido verde de Aimé volaba. Ella por unos momentos sintió que sus pies se despegaron del suelo y no le quedó más que aferrarse a los brazos de Owen para no caer. Lo mataría luego por eso.

18 de Agosto 1849. Ipswich. Inglaterra. Mar del norte.

Ya habían pasado tres días de la boda. De una carreta los trasladaron en ferrocarril hasta Londres. Adelaida habría querido escapar, pero solo bajaron del tren para subirse a otra carreta que los llevó a Ipswich.

Durante el viaje Adelaida estuvo ausente, no hablaba, tampoco se quejaba o lloraba, solo se cubría en sus largos cabellos.

David con temor le insistía que comiera algo, pero ella parecía no escucharlo. Logró que tomara agua y ya eso lo alivió un poco. Moriría si continuaba así.

—¿No te da miedo? Parece poseída —señaló Allen mientras comía una pieza de pan.

Estaban en el puerto esperando por el barco que los llevaría a la otra parte del mar.

—¡Allen! —David le advirtió que se callara.

—Oye, cabrita morirás si no comes. No creo que quieras morir, después de todo te casaste con David, él era el más lindo del orfanato, eso decía Hanna.

—Allen, cállate. —David de verdad agradecía que Allen estuviera con él, no sabía cómo llevaría todo eso solo, pero Allen no hacía más que provocar a Adelaida y eso no era bueno.

Allen quien no estaba atado decidió irse a pasear un poco por ahí, ya que faltaba mucho tiempo para subir al barco.

No era mucha la comida que le habían dado durante el viaje, solo piezas viejas de pan, y agua. David estaba acostumbrado pero era evidente que Adelaida no.

—Sé que no es a lo que está acostumbrada, pero coma un poco. Señorita, hágalo por su mamá y por su hermana, solo coma un poco.

Adelaida descubrió un poco el rostro, observó la vieja pieza de pan en las manos de David y quiso volver a llorar, así que volvió a su antigua posición dando por terminado aquel monólogo.

David suspiró derrotado y se sentó un poco alejado de Adelaida, mirando el cielo grisáceo sobre él. Recordó el paquete que Diana le había dado.

"¡Owen! Owen te envió algo. Si estuvieras conmigo hermano, si nos hubiéramos ido, nada de esto habría pasado".

Sacó el paquete estaba dispuesto a abrirlo, pero Allen llegó agitado, subió a la carreta moviéndola y sobresaltándolo.

—¿Qué pasó?

—El barco, ya nos subiremos al barco, corrí porque pensé que ya se los habían llevado, entonces me perdería.

Allen no terminó de hablar cuando unos hombres comenzaron a desatar a David y Adelaida y a jalarlos al barco que los transportaría.

***

Si bien el viaje había sido horroroso, aguantando lluvia, sol, o la excesiva oscuridad en el vagón del tren, ahora la situación le ganaba a todo.

Adelaida se dejó caer mientras sujetaban el grillete de su pie a un mástil. Los hombres se fueron y Adelaida agitada y asqueada alzó la mirada para ver todo con sumo desprecio.

Allen y David no quitaron su mirada de ella. Tan aterradora era su expresión que Allen fue incapaz de decir algo gracioso al respecto. Ambos solo esperaban que explotara y lo hizo.

—¡Ah! —gritó tan fuerte que el resto de los habitantes del lugar se agitaron y comenzaron a golpearse unos con otros.

—¡Hey! Estás alterando a los cochinos, deja de gritar. —Ya uno de ellos tenía acorralado a Allen.

—¡Cochinos! ¡Estamos viajando con cochinos! ¡No lo soporto! ¡No puedo!

—Es lo que te toca, resígnate.

—¡Cállate! ¡Maldita sea, cállate! —Adelaida divisó una de las lámparas de querosene que no estaba encendida y no dudó en lanzársela a Allen, logrando golpearlo en el brazo.

—¡Eres una desgraciada! —gritó Allen sobando su brazo.

—No me hables rata inmunda.

—Aquí la rata es otra. Yo soy libre, tú una esclava ¿Entiendes eso princesita, eres una esclava?

—Allen ¡Basta! —David quien por estar amarrado cerca de Adelaida no podía ir hacia Allen, le gritaba con voz seria, intentando hacerlo callar.

—¿Quién te pidió que vinieras? Tú no vivirás con nosotros ¡Lárgate gorrioncito libre!

—No dejaré a David solo contigo.

—¡Agh! ¡Muérete! —Adelaida descontrolada comenzó a buscar otra cosa que arrojar, pero los cochinos ya estaban viniendo sobre ellos, y una rata pasó sobre su pie, haciéndola gritar del susto. —¡Una rata! ¡Ay!

David la abrazó por detrás intentando detener las patadas que daba y que solo estaban atrayendo a que los cochinos terminaran pisándolos. Ella continuaba revolviéndose, y él la presionaba más para tranquilizarla.

—Señorita tranquila.

—¡No me llames señorita! —Se revolvió en los brazos de David para caer en llanto. —Como dice tu estupendo amigo, soy una esclava, no quiero volver a escucharte llamarme señorita, soy Adelaida.

—Sí, además no que ella se estaba revolcando con el hermano de su prometido.

—¡Eres gorrión muerto!

David de verdad estaba pensando que fue muy mala idea llevar a Allen con ellos. Aquella pelea duraría mucho tiempo.

***

Ya era de noche y el mal clima de afuera tenía al barco tambaleándose demasiado. David notó que lo largo de sus cadenas les permitía a Adelaida y a él subir a unas cajas de madera que sostenían unas pacas de heno. Allen lo ayudó a bajar las pacas y se subieron ahí.

Adelaida en el pequeño espacio se alejó lo más que pudo de David y Allen.

—Adelaida debes comer algo, por favor, encontraremos mejores cosas que comer luego, pero por ahora es lo único que hay. —David se acercó a ella de nuevo con la pieza de pan que guardaba, pero ella volvió a encogerse.

Sí, tenía mucha hambre, pero sentía que al comer ese pan habría dejado ahora sí su vida atrás, era tonto su pensamiento, pero era lo que sentía. Además aquel asqueroso olor suprimía cualquier deseo de comer.

—Dale esto. Le compré una manzana cuando pasee en el puerto. —Allen le extendió una manzana a David y él la tomó extrañado.

—Gracias —exclamó David—. Adelaida toma, es una manzana.

—No comeré nada que haya comprado ese.

—Deja que se muera David.

—La manzana es tuya, la dejaré aquí, tú verás si te la comes o se las das a las ratas o a los cochinos. —La verdad es que Adelaida estaba haciendo lo imposible, que era David perdiera la paciencia. Él también tenía sus rencores con Adelaida, así que no sabía cuánto tiempo aguantaría todo eso.

—Ah, no, si no se la come que me la devuelva.

—¡Allen!

Volvieron al silencio, que era mejor a discutir. David volvió a recordar el paquete y ahora sí lo abrió.

—¿Qué es eso? —preguntó Allen a su lado.

—Owen me envió una carta. Me ayudarás a responderle, debe saber que ya no viviré en Escocia.

—Acercaré una lámpara para que leas.

Adelaida comenzó a sentir curiosidad de quién era Owen y de qué iba aquella carta, pero decidió continuar en su esquina alejada.

—Léela en voz alta, quiero saber qué te dice.

David sabía que Owen le advirtió que nadie supiera de su existencia, pero Allen siempre supo de su hermano y a Adelaida poco le importaba su vida, así que la leyó.

Querido David. Espero con todo mi corazón que te encuentres con bien, que en tu nuevo hogar te estén dando un trato digno. —Un nudo comenzó a formarse en la garganta de David. —Por favor escríbeme pronto para saber de tu vida. Desde que nos separaron no hubo día que no te recordara, y ahora que nos hemos vuelto a reencontrar, no hay día que no piense en que sí podemos hacer esos sueños infantiles realidad. El mundo es un lugar muy oscuro y podrido, hay tantas cosas malas en él, y a ti y a mí nos ha tocado vivirlo más que nadie, a veces suelo perder la fe ¿Cómo se puede encontrar belleza en un pozo de estiércol? Pero tú y yo podremos hacer lo imposible. ¿Recuerdas el libro que me leías de niños? Así como el hombre y su piel que le concedía deseos, yo espero poder conceder los nuestros. Sea nuestra vida larga o corta, volveremos a vernos, y tendremos una casa, una cama, comida y una oveja. Hasta pronto, lee el libro y ya me dirás un día cómo termina.

Con lágrimas en los ojos pero emocionado, tomó el paquete y sacó el libro, no podía ser cierto que lo tuviera en sus manos.

—La Peau de Chagrin —susurró acariciando la cubierta de piel como si fuera el tesoro más preciado, para él ese era su tesoro más preciado.

Aquel nombre despertó el interés de Adelaida ¿Acaso no era ese el libro que Diana le había pedido y que ese caballero le había robado? ¿Podía David ser el hermano de ese caballero?

—¿De qué trata?

—Es de un hombre que tiene una piel que le concede deseos, pero con cada deseo concedido la piel le quita años de vida. Owen y yo solíamos leerlos de niños.

—¡Léelo! No tenemos mucho qué hacer aquí, y ya conté cuantos cochinos nos acompañan, los que tienen manchas, los que no, y casi que le tengo nombre a las ratas.

David se acomodó un poco y notó que la situación actual no era tan diferente a cuándo comenzó a leer ese libro con Owen ¿Cuándo por fin llegaría a él su piel concede deseos?

Allen sostenía la lámpara alumbrando mejor a David y así él comenzó el relato.

Adelaida desde su esquina prestó atención, aunque el francés no era su fuerte. Al menos intentar entender la distrajo un poco del olor y todo lo que la rodeaba.

Lo poco que entendía le estaba gustando, pero ya le molestaba no entender bien, y el esclavo leía rápido, escuchaba a Allen reírse de cosas que ella no sabía y eso le irritaba.

—Tradúcelo —ordenó.

Estuvo durante todo ese tiempo, tan callada que David y Allen se olvidaron de su existencia y brincaron al escuchar su demandante voz.

—¿Qué?

—Que lo traduzcas. Quiero saber qué lees, pero hay palabras en francés que no entiendo, o tal vez tú las pronuncies mal.

—David es francés claro que no pronuncia mal, una señorita de sociedad que no...

—Lo traduciré —Se apresuró a decir David callando a su amigo. —¿Desde el principio?

—No, sí he entendido, pero de ahora en adelante.

Adelaida se acercó hasta sentarse al lado izquierdo de David, mientras Allen estaba a su derecha. Para Allen aquello fue como volver al pasado, recordó sus noches en la intemperie con Hanna y David.

"Pero tú nunca serás Hanna cabrita".

Ninguno tenía sueño así que David continuó leyendo gran parte de la noche. Adelaida se relajó tanto que sin darse cuenta tomó la manzana y comenzó a comerla. Allen iba a decir algo al respecto pero David lo pateó levemente advirtiéndole que callara.

Tal vez si existiera alguna forma de convivir los tres.

20 de Agosto 1849. Palacio de Buckingham.

Nadie sabía que se suponía ese era el día de su cumpleaños. El único conocedor de esa fecha era Joseph, pero poco le importaban esos aspectos.

"Ya tienes dieciocho años Owen. Vives en un palacio, eres el próximo a la corona, pronto matarás al rey ¿Qué más puedes pedir? Ah, sí se te olvidó que debes ir hoy a jugar con la espadas con tu papá".

Esgrima, él no sabía nada de esgrima, sabía cómo usar una espada para matar, pero no sabía nada de reglas, de pararse bonito e intentar no matar. Por suerte podía adjudicar su falta de práctica a un padre que odiaba el esgrima y lo veía totalmente innecesario.

***

Llegó al gran salón dónde varios miembros del palacio practicaban el deporte. En cuanto llegó, todos se detuvieron y le abrieron paso.

James se acercó a él quitándose la máscara negra y saludándolo con mucha alegría. Arthur también estaba ahí.

—¿Qué tanto sabes Owen? —preguntó James revisando su espada.

—No mucho. Sí sé usar una espada, pero me gusta más los ataques de batalla, que el esgrima, la verdad no sé las reglas y...

—No importa, te enseñaremos.

—Papá ha practicado conmigo desde muy pequeño, te aseguro que si nos enfrentamos te ganaré.

—No lo dudo Arthur.

Owen se colocó todo lo que tenía que colocarse, le parecía de verdad innecesario estar tan protegido por una espadita tan endeble que nada haría, pero así era la vida de los ricos, tan alejadas de la realidad.

Comenzó su práctica con James, al primer intento fue penalizado, respiró volvió a preparase y de nuevo ahí estaba Arthur gritándole que estaba penalizado. Y fue una vez y otra y otra, ya solo quería tomar la tonta espada y clavarla en el corazón del rey, pero solo la soltó furioso.

—¿Es que acaso nada está permitido en esta cosa? —preguntó molesto, lanzando su máscara a un lado.

—No, pero tú haces todo lo que no está permitido —contestó Arthur no sorprendiéndose por el tono de Owen.

—Es mejor que veas cómo lo haces Arthur y yo, y así aprendes.

Owen aceptó y se quedó atento a cada movimiento. Después de un tiempo ya entendía bien cuáles eran las reglas.

—Quiero intentarlo de nuevo. Ya aprendí.

Ahí estaba de nuevo frente al rey. Tenía toda su disposición mental en acabar con su contrincante y el juego comenzó.

A todos les extraño la repentina mejora de Owen, atacaba y atacaba, no dándole respiro a James. El rey estaba emocionado de tener en su hijo a un contrincante tan perfecto, amaba los retos y aunque fuera su hijo no lo dejaría ganar.

La primera estocada fue para James, él celebró y Owen estaba que reventaba de la rabia, ya sabía la utilidad que tenían esas máscaras, por ellas se salvó de que observara la rabia que le tenía al rey.

—No te preocupes hijo, ahora es que falta.

—Claro padre, esto apenas comienza.

Owen volvió a tomar su posición pero James estaba estático observándolo. Owen no entendía qué estaba pasando, dejó esa tonta pose y comenzó a mirar tras él para ver si había algún peligro.

—¿Ocurre algo? —preguntó al fin.

—Me dijiste padre —susurró con lágrimas en sus ojos. De verdad se estaba esforzando por acercarse a Owen, pero él siempre lo evadía, era como si le tuviera temor o desconfianza, sin embargo, estaba ahí y le había dicho padre.

Owen supo que lo hizo inconscientemente. En su mente le decía padre de forma sarcástica y ahora que estaba molesto lo había dicho en voz alta.

—Yo...

—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! —James se lanzó a abrazarlo y dejó un beso en la mejilla de su hijo que hizo a Owen sonrojar. —Dejemos esto, vayamos a celebrar.

—No, pero... el juego no acabó, aún falta.

—Estoy tan feliz que te dejaría ganar sin luchar ¿Quieres que eso pase?

—Jamás.

—Lo sabía, eres como yo.

Esas últimas palabras asustaron a Owen. No, él no era como James Prestwick, nunca sería como él.

***

James quería ir con sus hijos a pescar y así celebrar que su hijo ya le decía papá, tanta era su alegría que corrió a decirle a Stephanie, sintiéndose ella triste porque aún Owen no la llamaba mamá. Pero como todos los planes del rey, estos fueron truncados, sus consejeros le informaron que tenía cita de cacería con los príncipes de España y Francia. El palacio aún hospedaba a los soberanos que se habían reunido por el baile de Owen, así que debía cumplir con sus responsabilidades.

—No iremos a pescar, pero iremos a cazar ¿Te gusta la caza Owen?

—Sí, me entretiene.

Debido al estrés en el que vivía matar a algún animal le ayudaría a controlar su cuerpo. Aimé escuchó que irían de cacería y se unió. Nadie amaba más cazar que ella, aunque ella debería hacerlo a escondida, pero ya era experta en eso.

***

Esa parte del bosque era propiedad de la corona, así que solo ellos se encontraban allí.

Owen tenía su escopeta al igual que Arthur. Los dos iban acompañados de James quien hablaba con los príncipes pero se moría por mandarlos de nuevo a sus reinos. Aimé se había quedado en la tienda principal, aunque no duró mucho ahí. De inmediato se escabulló en otra sección del bosque con su arco para cazar algo.

Los perros iban adelante, olfateando. Comenzaron a ladrar y los tres corrieron en la dirección, un gran venado se presentó frente a ellos. Arthur disparó no acertando, y el Venado salió corriendo.

Los príncipes casi mataron a Arthur con la mirada, pero Owen solo comenzó a correr tras el animal.

—¡No vas a alcanzarlo! —le gritaban, pero él no quiso hacerles caso.

Los príncipes decidieron que querían descansar, de todas formas ya habían cazado un faisan.

James fue tras Owen y Arthur también.

Owen estaba feliz de estar solo, así él podría acabar con ese venado sin ninguna distracción.

El animal se detuvo en un pequeño arrollo a tomar agua, y él lo apuntó intentando no hacer ruido. Ya iba a disparar pero una flecha pasó muy cerca de su oído. Asustado y alerta el arma cayó de sus manos, la tomó tan rápido que ni siquiera parpadeó en el trayecto y apunto al origen de aquella flecha dispuesto a acabar con su agresor.

—¡Vas a matarme hermano! —gritó Aimé desde su posición en el árbol.

Owen agitado soltó el arma. Su mano temblaba y es que de Aimé no haber gritado ya estaría muerta.

James y Arthur llegaron y él tuvo que disimular lo nervioso que estaba.

—¿Qué pasó? —preguntó James al ver a Owen alterado.

—Tenía al venado, pero Aimé me lanzó una flecha.

—Y se asustó —llegó Aimé burlándose.

—¿Qué haces aquí? Aimé cuantas veces vamos a hablar de que no es seguro ni propio que estés en el bosque.

—Papá sé que vas a decir que no es de damas, pero...

Owen escuchó un ruido inusual en los árboles, algunas ramas se quebraban, eran pasos, alguien se acercaba, quería callar a Aimé para escuchar mejor, tomó la escopeta en el suelo, pero al lazar la mirada ya estaban rodeados.

—Más les vale que no hagan algo tonto.

Cuatro hombres los rodeaban y el que estaba más alejado era Arthur. Él intentó correr hacia su padre, pero lo sujetaron y quitaron su arma.

—¡No! —gritaron James y Aimé al unísono.

—Déjalo, si quieres mátame, pero deja a mis hijos.

El hombre de gran barba presionaba más a Arthur contra él, amenazando su garganta con un filoso cuchillo.

—Será entretenido ver morir a tu bebé ¿No crees?

Arthur se esforzaba por no llorar, quería ser fuerte, era un príncipe y debía ser fuerte.

—No le hagas nada, el problema que tengas es conmigo no con mis hijos, suéltalo.

—Quiero ver al gran Rey arrodillado, pidiéndome clemencia ¿Lo harás? ¿Qué tanto eres capaz de hacer por tus hijos? Tu hija es muy hermosa, nos entretendremos tanto con ella, y tu heredero, él...

El hombre no pudo seguir hablando al ver a Owen. Algunos periódicos hablaban del príncipe perdido, pero no colocaban fotos. Owen palideció al notar quienes eran esos hombres, él los conocía, eran parte de su clan, si bien no socializó mucho con ellos, lo conocían por ser el familiar de Joseph. Sabía que no podía dejar que el hombre hablara, así que tomó la flecha que Aimé le había lanzado y la dirigió al hombre que estaba cerca de James. La clavó justo en su garganta. La sangre comenzó a borbotear, y él aprovecho la distracción para empujar a Aimé al suelo. James corrió a pelear con el hombre que sujetaba a Arthur. Al hombre le costó salir de su asombro, el nuevo príncipe era el protegido de Joseph ¿Qué estaba pasando? Cuando reaccionó el rey estaba forcejeando con él, despertó y con toda su rabia y fuerza lo empujó. Arthur estaba escapando, pero volvió a tomarlo y sin pensarlo clavó su puñal en el estómago del niño.

Arthur sintió el cuchillo entrar y salir de su cuerpo, y cayó arrodillado sosteniendo la herida de la cual emanaba una gran cantidad de sangre.

—¡No! ¡No! ¡No! —James se arrastró a él, lo tomó en sus brazos y desesperado acariciaba el rostro de su pequeño. —Arthur no. No mi bebé. No mi bebé ¡Arthur!

Aimé se incorporó y con su arco clavo una flecha en el hombre que iba tras su padre y su hermano. Clavó una flecha y otra, y otra, no quería dejar la mínima posibilidad de que viviera.

El hombre que había apuñalado a Arthur, ya apuntaba a James por lo que Owen se lanzó sobre él, comenzando una lucha entre ellos dos.

Aimé corrió hacia su hermano. Arthur buscaba aire y ya un gran charco de sangre se había formado a su alrededor.

—No hermanito. Aguanta, tú eres fuerte, aguanta.


Por primera vez sintió que las fuerzas se le iban y que pronto caería en la locura. Ese no podía ser su hermano, su hermano no podía estar al borde de la muerte.


Owen logró que el hombre soltara su arma, y ya lo que le quedaba era lo fácil.

—¡Eres un traidor! —gritó.

—Tú no debiste hacer esto. Lo siento.

De un solo movimiento en su cuello acabó con la vida de ese hombre que en el clan solían llamar capitán.

Todo había pasado tan rápido que Owen no pensó en nada más que en acabar con aquellos que lo podían delatar, vio a Aimé matar a uno de ellos y... reaccionó ante el llanto desgarrador tras él.

"¡Arthur! ¡No!"

Se arrodilló frente a él, alzó su camisa y comenzó a revisar la herida. Rápidamente rasgó su camisa y alzó a Arthur para amarrar la pieza alrededor de su abdomen e intentar frenar el flujo de sangre.

—Arthur escúchame presiona fuerte esto en tu abdomen ¡Fuerte!

Escuchó más pasos acercándose de forma veloz.

—¡Vienen más!

—¡Qué!

Aimé volvió a estar alerta con su arco.

—Llévenselo ¡Corran! Deben buscar un doctor o no... —No podía pensarlo. Arthur se parecía tanto a David, que no podía pensarlo. —James tómalo y corre.

—Vámonos todos —gritó James ya de pie con Arthur en sus brazos. —Owen no te dejaré, no otra vez. Ustedes vayan, yo me quedaré.

—No es momento de discutir, corre James y Aimé cúbrelos.

—¿Y tú? No te harás el fuerte ahora.

—¡Arthur está muriendo! ¿No lo ves?

—¡Vámonos, idiota!

Aimé histérica y llorando lo jaló del cuello de la camisa y comenzó a correr. A Owen no le quedó otra opción que seguirlos sin dejar de mirar atrás por si llegaban a alcanzarlos.

James corría todo lo rápido que podía, mientras Arthur intentaba aguantar el dolor extremo que sentía.

La guardia real los alcanzó en medio camino, pero James continuó corriendo desesperado buscando llegar al campamento.

Por ser día de cacería un doctor se encontraba en el lugar. James depositó a Arthur en una pequeña especie de cama y el doctor comenzó a revisarlo, mientras los carruajes ya se preparaban para atenderlo en el hospital.

—Arthur mi bebé aguanta, por favor aguanta. —James lloraba abrazándolo, con la cabeza de su pequeño sobre sus piernas. —Por favor, por favor ¡Dios no me hagas esto! ¡Aguanta! No me lo quites, no.

Arthur tal como Owen le había dicho no dejó de presionar la herida, sintió las lágrimas de su padre, la caricia de su hermana, la vio sobre él, llorando, sintió frío, mucho frío, y tomando la mano de su padre cerró los ojos.

—¡No! ¡Arthur, no!

______________________

Foto de Stephanie y Arthur cuando era bebé :(

Capítulo largo!!! Por haberlos hecho esperar. 

En multimedia la canción que Aimé le silba a Jeremy. Y una melodía triste para este capi. 

Estamos en Navidad!!! Así que Feliz Navidad a todos. Que lo pasen genial al lado de sus seres queridos. 

Gracias por todo lo que me han dado este año, por perdonar mis perdidas, por mantenerse aún aquí como lectores.  Espero subir un capítulo más antes de que acabe este año, y ahí sí despedir bien este año. Por lo pronto ¡Gracias!!!!! Ustedes han llenado mi año de felicidad. Besotes y abrazos. 

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