Capítulo 13.- Eventos desafortunados

26 de Julio 1849. Perth, Escocia.

David se rehusó una y mil veces, pero ahí estaba detrás de ese árbol cambiando su ropa por una que Diana se empeñó en que usara.

No sabía siquiera dónde iban algunas cosas, pero a la final creyó haberse vestido lo mejor posible.

—David, ni las damiselas se demoran tanto —gritó Allen en su posición al lado de Diana.

Se encontraban en una montaña muy lejana a la hacienda del Conde William. No era propio que Diana estuviera tan lejos y en compañía de dos sirvientes, pero el Conde se había enfermado en su estancia en la hacienda de su socio al este de Escocia, y ella se encontraba sola en la gran casona. Tal vez comenzarían los rumores luego, pero a ella no le importaba, algunas veces hasta quería que los rumores comenzaran. Incluso se imaginó cometiendo alguna insensatez que la llevara a unir su vida con la de David para siempre, pero ella quería ganarse su corazón poco a poco.

—Esto no es tan fácil —protestó David, ajustando el último botón de su chaqueta.

—La señorita Diana ya tiene las piernas entumecidas de tanto esperar.

Diana sonrió. Hace unos días que conoció a Allen y él le parecía un joven muy divertido. Allen de inmediato le dijo que era estupendo que no fuera odiosa como su hermana. Para Allen, Diana era una joven hermosa y muy buena, era de las pocas jóvenes de alta sociedad que apreciaba.

—Ya está. Estoy seguro que si alguien me ve seré colgado por esto.

David esperó las burlas de Allen, o alguna acotación de parte de Diana, pero al no escuchar nada, alzó la vista para notar que lo miraban atentamente, pero incapaces de esbozar palabra.

—¿La chaqueta o la camisa no van así? —preguntó temeroso.

Allen, con su expresión de haber visto a un fantasma, se levantó de su puesto en la roca y se acercó a él, con su mano extendida como si intentara tocar un espejismo. David cambió su mirada hacia Diana y ella le correspondió con una enorme sonrisa.

—Pareces un príncipe —susurró Allen—. Si Hanna te viera diría que, sin duda alguna, eres un niño rico.

Diana notó el cambio en la expresión de David, al escuchar el nombre de Hanna. Así que carraspeó y agitó su lienzo y pinceles.

—Debo hacer una pintura, así que por favor señor Hazel no distraiga a mi modelo.

—Lo siento señorita Diana, no volverá a suceder. David, pon esa cara de venado recién nacido que tan bien te queda.

David quiso no replicar y siguió las indicaciones de Diana.

Ella demoró en concentrarse, él era un caballero en toda la extensión de la palabra. Aquella ropa solo había sacado lo que él de verdad era, algo le decía que había mucho detrás de ese esclavo, y ella lo averiguaría.

Aquella elegante ropa que ahora David vestía, eran las del padre de Diana cuando él era un jovencito. Ella por cariño quiso quedarse con la ropa que su padre veneraba por haberla usado el día que su madre decidió confesarle su amor. El día que se comprometieron y admitieron que estaban hechos el uno para el otro.

Una pequeña lágrima se esparció por el rostro de Diana, una lágrima llena de recuerdos ajenos, de revivir escenas que solo podía imaginar. David notó la tristeza en la joven que lo retrataba, sentía que ella tal vez estaba reflejando en él a algún amor perdido, por ello su insistencia en pintarlo con aquella ropa, pero no quiso seguirle dando muchas vueltas al asunto.

***

—¿Tú le gustas, cierto?

—¡Qué!

David aspiró tan fuerte que una de las motas de lana de las ovejas que cuidaban, entró en su garganta, atorándolo.

—No te mueras, David. —Allen riendo le dio palmadas en la espalda para que tosiera mejor. —¿No me digas que no te has dado cuenta de que la señorita Diana está enamorada de ti?

—No digas esas cosas. Eso es imposible.

—Está pasando, aunque quieras negarlo. Lo sé.

—¿Qué puedes saber tú? Allen de verdad ten cuidado con las cosas que dices.

—¿Por qué? Estamos solos, es de noche, podría gritarlo y nadie lo escucharía. Solo digo que la señorita es linda, es buena persona, me cae bien, cásate con ella.

—¿Qué cosas dices? —David un tanto molesto le dio la espalda, mirando el valle que se extendía frente a ellos y que solo la luz de la enorme luna, alumbraba.

—Me vas a decir que no has notada que es muy linda.

—Sí, es muy linda, pero... primero soy un esclavo.

—Yo no te veo un grillete.

—¡Lo soy! Aunque el conde Cowan me dé más libertad, sigo siendo su esclavo.

—No será la primera niña rica que se enamora del pobre sirviente. Podrían escapar.

—¡Yo amo a Hanna! —gritó con impotencia—. No me gusta que estés insinuando cosas, cuando... Hanna no está, y yo... Ella es la única mujer que he amado y la única que amaré. Sé que la señorita Diana no está enamorada de mí. Ella tal vez me trata bien por Hanna, ambas eran amigas, además siento que la señorita Diana está o estuvo enamorada de alguien, por eso me hizo ponerme esa ropa. Yo solo le tengo aprecio. Amo a Hanna y eso es todo.

—No digo que ahora, pero en algún momento volverás a enamorarte. Sí, ahorita es muy pronto, pero algún día pasará, y cuando ocurra no serás malo, no estarás engañando a Hanna, es solo que ella simplemente ya no está.

David hundió el rostro entre las encogidas piernas, para intentar esconder sus lágrimas. Odiaba cuando hacían referencia a que Hanna ya no estaba. Ella seguía tan viva en su corazón, que cómo podían decirle que algún día la olvidaría.

—¡Hey! Rizos de oro, algún día el dolor será menos doloroso. —Allen pasó su mano sobre los rizos de David, consolándolo. —Yo lo sé. Y tú también lo sabes. Hemos perdido a todos, y aunque al principio el dolor es tan fuerte que te desgarra el alma, aunque pareciera que cada noche morirás, despiertas bajo el mismo sol, y la vida parece una tortura; una a la que vas acostumbrándote, hasta que dejas de pensar en morir y comienzas a creer de nuevo en vivir. La vida no ha acabado David, por algo seguimos aquí. Y aunque te moleste, volverás a enamorarte.

David le dio un codazo, alzando su cara y limpiando sus lágrimas. Allen continuó riendo, y David no pudo continuar más tiempo molesto.

—Pero no soy tan idiota para enamorarme de una joven de alta sociedad.

—Todos somos idiotas. No hay nada más atrayente que lo prohibido. Yo por ejemplo no he podido sacarme de la cabeza a una princesita.

—¡Princesa!

—Sí. Es ruda, no sabes lo buena que es cazando, siempre está de mal humor, pero no es presumida. Es hermosa. —David observó con asombro la sonrisa extraña de su amigo. —Pero no volveré a verla, así que... ni modo.

—¿Cómo es que tú tuviste contacto con una princesa? ¿Cómo es que te gusta cuando eres reacio a seguir protocolos, y a respetar los niveles sociales?

—Ella apareció en mi camino. Incluso, resultó que la reina era amiga de Stefan. Estuvieron por la casa, comieron y todo, nadamos en el río, y luego nos seguimos viendo. Era divertido hacer que la princesa se saliera de su reino. Odia eso de ser princesa, y ser la heredera al trono. Honestamente no veo a Aimé siendo reina. Inglaterra se sumirá en la desgracia.

—¡Aimé! Yo la conozco.

—¡Tú! ¿Qué hace un esclavo codeándose con los reyes?

David explicó a grandes rasgos su poco contacto con la princesa que siempre le pareció demasiado intimidante, y Allen sintió cierta envidia por la situación anterior de su amigo.

—No negarás que la princesa es linda.

—No estaba pendiente de eso.

—Sí, David, te creo. Y qué pasó con la cara fruncida de Adelaida.

—¡Allen! No puedes llamar así a las personas. Son señoritas.

—¡Ella! Claro que no. Ojala un día se caiga en estiércol de vaca.

Sabía que Allen no cambiaría, así que volvió a darle la espalda, esperando que terminara su discurso sobre que nadie era más que nadie, y que Adelaida era una bruja de dos cabezas, o algo parecido.

28 de Julio 1849. París, Francia.

Joseph le dijo que tenía unas cuantas horas para pasear antes de ir a Normandia y tomar un barco hacia Inglaterra. Le sugirió que fuera a un burdel, pero Owen se negó. Tomó su sombrero y caminó sin rumbo.

Vestía de nuevo aquella costosa ropa que la causaba escozor. De seguro no era el material de la tela, era solo que su alma no aguantaba ir con cosas tan finas. Su tiempo en las montañas lo devolvió a su realidad.

"La vida no es esta. No está adornada de listones y sedas. No es un banquete de seis platillos, no es un trago de borgoña. La vida no es este circo de glamour, no huele a chocolate y no es suave como el algodón".

Un niño escapando de un oficial, lo sacó de sus pensamientos. Tuvo ganas de tomar al oficial y dejarlo tendido en el suelo por perseguir al pobre huérfano, pero retuvo su ira y continuó su camino, intentando no ver a su alrededor.

Tenía unas pocas monedas en su bolsillo, lo que Joseph estimó que sería suficiente para unos minutos con una bien dotada prostituta francesa. Quería comprar algo, no para él, sino para su hermano. Tenía tiempo para comprarle algo, escribirle una carta y enviársela, tenía que aprovechar la oportunidad.

Pasó enfrente de una pequeña tienda de libros, y una señorita perdiendo los estribos, llamó su atención, no era su belleza física lo que le hizo detenerse, sino las palabras que había pronunciado.

***

Adelaida estaba a punto de colapsar. Elizabeth se sentía mal, y ambas habían olvidado la encomienda de Diana. Elizabeth insistió en que Adelaida fuera a comprar el libro, en solo horas debía regresar a Escocia, y para Elizabeth era inadmisible volver sin aquel regalo para su hija menor.

Adelaida estaba a punto de gritar, sino es que ya lo estaba haciendo. Elizabeth no había anotado bien el nombre del libro, ninguna de las dos se acordaba, y ahora estaba diciendo palabras al azar y a punto de comprar lo primero que viera.

—Señorita, no entiendo.

—El libro De peau chanchin. Peu Chonchon. Le chunchun ¡Usted no sabe cuál es!

—La peau de chagrín.

Adelaida reviró de inmediato ante aquel perfecto francés, pronunciado por una cálida voz varonil. La voz estaba a su lado y no pudo evitar sentirse atraída. Su sorpresa fue grande al ver al hermoso caballero a su lado. Casi brincó al confundirlo con el esclavo en casa.

—El libro que busca se llama La peau de chagrín.

Ella seguía sin salir de su asombro, detallándolo tanto que se hizo incómodo para Owen. La vendedora encantada con Owen, asintió y sonriendo se perdió en las estanterías en busca del libro.

Gracias —esbozó Adelaida al darse cuenta que no podía confundir a un caballero con un esclavo—. Disculpe mi reacción, lo confundí con alguien conocido. Fue mi salvador, al parecer nadie conoce ese libro.

—¿Por qué lo quiere?

Necedades de mi hermana, dice que alguien le habló de él en Londres.

Owen notaba la mirada inquisidora de Adelaida, era una dama muy hermosa, sus cabellos oscuros contrastaban con su blanca piel, y el color de sus irises eran una obra de arte, pero era otra cosa la que él buscaba.

—Aquí tiene el libro. Es muy antiguo y poco conocido, solo unas cuantas copias fueron reproducidas. —La joven amable extendió el libro que Owen tomó sin permiso.

—Muchas gracias ¿Cuánto le debo?

—Oh, señor... La verdad no nos hemos presentado, sin embargo, no es necesario que lo pague, le agradezco, pero no tome tal molestia.

—Claro que debo pagarlo, el libro es para mí.

—¡¿Cómo?!

—¿Cuánto le debo? —Le insistió a la joven vendedora, ignorando la gran ira e incomprensión de Adelaida.

—Lléveselo como un recuerdo de la tienda, y vuelva pronto. —La joven no podía estar más encantada con el hermoso caballero frente a ella.

Owen tomó el libro, sonrió, dejó una moneda sobre el estante de libros y comenzó a alejarse de ahí.

¡Espere! ¡Espere! —Adelaida sin importarle los modales, lo siguió por la pedregosa calle. —Ese libro me pertenece ¿Quién se cree para llevárselo?

Tengo a alguien que lo apreciará más.

—¿Quién? Además, eso no importa. Yo llegué primero, el libro me pertenece.

Es para mi hermano. Él no lo quiere por capricho, hay muchos recuerdos en él. Siento si no la complazco señorita, pero busque cualquier libro para su hermana, dudo que note la diferencia. Con su permiso, que pase buen día.

Owen continuó, perdiéndose entre la multitud que transitaba, mientras que Adelaida se quedó estupefacta.

—¡Que idiota!

Volvió a la pequeña tienda, en dónde tomó el primer libro que vio, lanzó unas monedas al suelo y salió.

***

Owen llegó a la oficina de correo. Amablemente lo dotaron de papel y tinta.

Querido David.

Espero con todo mi corazón que te encuentres con bien, que en tu nuevo hogar te estén dando un trato digno. Por favor escríbeme pronto para saber de tu vida.

Desde que nos separaron no hubo día que no te recordara, y ahora que nos hemos vuelto a reencontrar, no hay día que no piense en que sí podemos hacer esos sueños infantiles realidad.

David el mundo es un lugar muy oscuro y podrido, hay tantas cosas malas en él, y a ti y a mí nos ha tocado vivirlo más que nadie, a veces suelo perder la fe ¿Cómo se puede encontrar belleza en un pozo de estiércol? Pero tú y yo podremos hacer lo imposible.

¿Recuerdas el libro que me leías de niños? Así como el hombre y su piel que le concedía deseos, yo espero poder conceder los nuestros. Sea nuestra vida larga o corta, volveremos a vernos, y tendremos una casa, una cama, comida y una oveja.

Hasta pronto David, lee el libro y ya me dirás un día cómo termina.

Dobló la hoja, la metió dentro del libro, y espero a que los trabajadores del correo lo envolvieran.

Él quería creer que sus palabras eran ciertas, no estaba mintiendo porque una parte de él todavía creía en ese futuro. Él podía hacerlo, solo tenía que planear bien todo.

2 de Agosto 1849. Perth, Escocia.

¡No hay libro! —gritó Diana.

—Sí hay libro, este libro, y no grites que me duele la cabeza. —Adelaida se encontraba enferma con tantos días de viaje, sin mencionar sus nervios debido a aquel asunto que durante todo el viaje llevaba escondido en los pliegues de su vestido.

—Pero este no era el libro.

—¡Ay! Ya Diana, no estoy de ánimos para tus caprichos. Busqué tu libro, pero un hombre me lo quitó, fue la cosa más...

—No quiero escuchar excusas, solo una cosa te pedí.

—Si era tan importante, hubieras ido con nosotras y lo buscabas tu misma, pero no, la niña se quiso quedar con el esclavo, a hacer sus fantasías realidad. Dime ¿Ya dejaste de ser virgen?

Diana no esperó en voltear el rostro de su hermana mayor en una cachetada, y segundos después no se arrepentía de haberlo hecho.

—Yo no soy tú, hermana. O es que solo te tomas de la mano con Jacob.

—¡Te mato!

Adelaida se lanzó sobre Diana, cayendo ambas al suelo y comenzando esas clases de peleas que últimamente se estaban dando con mucha regularidad. Rodaron por el suelo de la habitación de Diana, jalándose los cabellos, rasgando sus vestidos y tumbando todo a su paso. Llegaron sin querer hasta una esquina al lado del ventanal y un cuadro en su caballete cayó sobre ambas.

Adelaida aprovechó para quitarse a Diana de encima, tomó el cuadro dispuesta a enterrar la cabeza de su hermana en ella, pero comenzó a observarlo y se quedó paralizada.

—Él, él... es...

—Adelaida no se te ocurra romperlo, por favor, suéltalo. —Diana al borde de las lágrimas comenzó a suplicar desde su posición en el suelo. —Por favor, es importante para mí, nunca más diré nada de ti, lo juro, por favor, no lo rompas, no le digas a mamá.

Adelaida colocó el cuadro frente a ella, detallándolo mejor. Aunque el hombre se parecía al roba libros, y al principio lo confundió, ahora veía que no era la misma persona, el cabello era más rubio y largo, también estaba el color de ojos, lo espeso de las cejas. No era, pero se parecía mucho.

—¡El esclavo! ¿Es el esclavo?

—Sí, es David, ahora solo baja la voz, y por favor no digas nada. Es mi cuadro. Es todo lo que tengo.

Ella soltó el cuadro y se lo entregó a su hermana.

—¿Lo vestiste decentemente o fue solo tu imaginación?

—Le di esa ropa. Él no parece un sirviente común ¿No crees? Yo siento que hay algo detrás de él. Algo en su vida.

—¡Ay, Diana! Tampoco comiences a hacerte historias. Sí, el esclavo es de buen ver, es diferente, sin embargo, tampoco creas, que tienes bajo tu poder a un príncipe perdido o algo así. Aunque sería muy conveniente para ti que él fuera el hijo perdido de algún millonario, esas cosas solo pasan en las novelas rosas que sueles leer.

—No le dirás a nadie del cuadro ¿Cierto?

—No, no lo haré. Y a ti no se te ocurra seguir diciendo en voz alta cosas de Jacob. Las paredes tienen oídos. Por cierto ¿Sabes algo de él? ¿Ha estado por aquí?

—No. Estuve sola todo este tiempo.

—Que afortunada. Ojala y Lucas Launsbury no se aparezca por aquí en una buena temporada.

—Adelaida —llamó haciéndole señas de que se acercara a la ventana—. Lo siento, pero ya volvieron todos.

—¡Qué desastre!

Adelaida se alegraba de ver a Jacob, lo observó desde la ventana y estaba tan perfecto como siempre lo recordaba. Amaba esos rizos rojizos, sus pecas, y esa forma altiva de mirar a todos. No obstante, su alegría se desvanecía al pensar en los sucesos que sucederían pronto. Estaba enferma de la angustia por lo que debía hacer, cuestionándose si sería capaz de hacerlo, recordándose que debía luchar por su felicidad, que no iría al infierno por ello, y si así pasaba aunque sea viviría en el cielo terrenal, junto a su Jacob hasta que la muerte los arropara.

Suspirando dejó la habitación de Diana, para sumergirse en la suya, tomar un buen baño y comenzar a arreglarse para lucir como la muñeca de porcelana que siempre todos debían admirar.

2 de Agosto 1849. Londres, Inglaterra.

Después de haber pasado más tiempo del previsto en Paris, por motivo de recibir un cargamento de armas, Owen por fin volvía a lo que solían llamar su hogar. No tuvo el mejor de los recibimientos, todos comenzaron a atosigarlo, investigando si de verdad estaba preparado para su misión. Joseph sació la curiosidad de todos con una simple señal, él estaba seguro de Owen, y eso tranquilizó al resto.

Owen por fin pudo lanzarse en su cama a dormir un poco y pensar. Siempre volvía aquella especie de remordimiento de acabar con la familia real ¿Quería asesinar a James Prestwick? Eso seguro, no lo pensaría dos veces si le dejaran hacerlo ¿Podía hacer lo mismo con el resto de la familia real? Tal vez eso no estuviera tan claro. Algo dentro de él le decía que sí lo haría, solo tendría que pensar en lo mucho que todos los de su clase sufrían, y no dudaría en acabar con la vida del pequeño príncipe y la elocuente princesa, tal vez, en un momento de rabia podría hacerlo, tal vez. Su tribulación estaba en todo ese plan enmarañado. Llevar a Aimé a la cama, esa era su gran tribulación, podría él jugar así con un corazón, desecharlo, abandonar a su hijo. Prefirió dejarle todo al tiempo, cuando llegara el momento sabría qué hacer.

***

—¡Owen! ¡Owen!

Despertó desorientado viendo a Joseph zarandeándolo.

Despierta. Las noticias corren rápido, el príncipe ya supo de tu regreso, llegó una invitación de la corona, te invitan a una cena mañana, en el palacio. Solo tú puedes ir.

—¿Cena?

—Sí, creo que el rey quiere conocer al amigo de su pequeño príncipe.

—¡Conoceré al rey!

—Sí. Ven, debemos prepararte, no puedes equivocarte, el rey estará al pendiente de cada detalle, incluso si te rascas la nariz o estornudas, cualquier gesto podría tomarlo como sospechoso. Será una noche larga.

Owen asintió, tomó la bata a su lado y arrastrando los pies comenzó a seguir a Joseph. Aún no podía creer que el día de tener a James Prestwick frente a él había llegado.

2 de Agosto 1849. Perth, Escocia.

David nunca había recibido un regalo así de grande, por lo que estaba al borde del llanto. Con una gran sonrisa mantenía el gran empaque en sus manos.

—También te traje estas botas, son de un buen cuero, muy resistentes.

—Oh, amo, muchas gracias, no tenía que...

—Claro que sí. Tú salvaste la vida de mi hermano, él era como un padre para mí. Eres un buen muchacho, quiero enseñarte otras cosas. Le diré a Harry que te enseñe de números, que seas su pupilo. Eres noble e inteligente, sé que no me traicionaras.

—No señor, nunca, no sabe lo agradecido que estoy, usted ha sido tan bueno.

Para David, el conde era un retrato de Mattew Cowan, ese buen hombre que lo trató como a un hijo hasta que cayó enfermo.

David, no soy bueno, solo tú lo ves así, y no sé por qué contigo soy diferente. Hace mucho tiempo mi primera esposa, Eloisa, quedó embarazada, ella era rubia como tú, tienes exactamente la misma tonalidad de su cabello, sería mi primogénito, y no sabes cuan feliz estaba. Los sirvientes podrán decirte que en ese tiempo era tan bueno y feliz como un gatito bebé. —David rio ante la comparación y William lo siguió. —Ella era mi todo, lamentablemente murió al dar a luz, y me aferré a mi hermoso Louis, él era alegre como ella, ya cabalgaba y tenía un don maravilloso para el piano, soñaba con que fuera uno de los grandes maestros. Tuve que hacer un viaje a una de mis fincas, al volver había enfermado y llegué justo la noche en que dijo adiós.

Los ojos del conde se cristalizaron, así que tomó un gran tragó de su coñac para suprimir el dolor de sus recuerdos.

¿Cuántos años tienes David?

Diecisiete.

Él tendría diecinueve en estos momentos. No sé ni por qué te lo estoy contando, tal vez y me recuerdes a él, aunque no dejas de ser un sirviente, eso solo que... Eres joven y capaz, para qué desperdiciar tus dones. Mañana mismo comenzarás con Harry, quiero que aprendas mucho, y uses tu nueva ropa, luego te compraré otra. Y David... toma.

David con emoción tomó una elegante navaja.

—Todo hombre necesita una.

David entró a su pequeña habitación y sentándose en su cama, sacó cada una de las prendas que el conde le había comprado. Eran dos pares de pantalones, unas camisas blancas, dos abrigos gruesos, dos pares de guantes, ropa interior, calcetas y hasta un gorro rojo para la cabeza. Las botas eran hermosas a sus ojos, nunca tuvo nada igual. También le compró un peine para el cabello y un pequeño espejo cuadrado.

No entendía el odio que Diana tenía hacia el Conde, a su parecer era un hombre bueno, le daba tristeza la historia de su hijo. El Conde Cowan le estaba ofreciendo una mejor vida, una que nunca pensó tener, así que haría lo que fuera por ser agradecido.

3 de Agosto 1849. Perth, Escocia.

Les informo que desde el día de hoy David comerá con nosotros.

David de verdad no quería eso. Nunca había estado en una mesa con personas de alta clase, no sabía la forma de usar bien los cubiertos, y sentía que no soportaría esas miradas de desprecio hacia él.

Los ojos de Diana brillaron al verlo entrar, sentía que si todo iba bien ella sí podría hacer su cuento de hadas realidad. Adelaida reprimió para su memoria, los pensamientos de lo bien que lucía el esclavo, bañado, peinado y vestido mejor que cualquier sirviente, aunque su ropa seguía siendo humilde.

—No entiendo por qué nos rebajas a comer en la misma mesa que un esclavo —protestó Jacob, dejando sus cubiertos a un lado para enfrentar el dueño de la casa.

—Porque me da la gana, si no te gusta, te vas. Bien inútil que eres Jacob, no sigas estorbando. Calla y come. Calla y come.

Jacob miró a su hermano Lucas, buscando que lo defendiera, pero él solo continuó degustando del exquisito jamón, no le quedó más remedio que retomar los cubiertos, bajar la cabeza y comer.

"No puedo esperar a que mueras, maldito".

—David, toma asiento. Mary, coloca un nuevo plato y cubiertos para David.

—Buenos días, permiso —susurró tomando asiento.

Estaba justo al lado derecho del conde, frente a él se encontraba Elizabeth quien pese a todo lo recibió con una sonrisa amable. Lucas Launsbury estaba a su lado, pero a él no le importaba el esclavo a su lado, nada lo desconcentraría de su magnífico desayuno.

Diana unos puestos más allá a su derecha le sonrió dándole la bienvenida.

***

—Es maravilloso que el conde la esté dando a David la oportunidad de superarse ¿No crees? —Diana emocionada le preguntaba a su hermana, mientras ambas estaban en su cuarto de pinturas. Adelaida que estaba concentrada en sus propios pensamientos, no contestó. —Ahora es el pupilo del señor Stone. Lo que quiere decir que en un futuro él podría encargarse de las cuentas, podría ser el administrador. Y un administrador podría casarse con una huérfana de padre como yo, que no tiene dote.

—¿Qué? —Adelaida reaccionó ante lo último. —¿De verdad crees que te casarás con el esclavo? Diana, es un esclavo, eso nunca cambiará. Deja esas ilusiones tontas.

—No sé qué te tiene de mal humor, pero mis ilusiones no son tontas. Yo seré feliz y tal vez eso te tiene así.

—¿Crees que estoy celosa de que mi hermana se case con un esclavo? Oh, sí, me muero de la envidia. Yo aspiro cosas más grandes. Además el esclavo ni te quiere, hace nada murió el amor de su vida ¿Crees que está pensando en ti de esa forma?

—Yo sé que no, pero podría pasar, con el tiempo podría pasar.

Adelaida prefirió dejar esa absurda conversación y obstinada salió tumbando la puerta. Ella no estaba para escuchar los cuentos de su hermana y el esclavo, había una tarea que debía realizar, todo estaba planeado y ella debía hacerlo, tenía que ser fuerte.

3 de Agosto 1849. Londres, Inglaterra.

¿Era normal estar tan nervioso? Owen despertó con el estómago revuelto y esa sensación no mejoró en el resto del día. Estaba pálido y sudaba frío. La sirvienta lo mantuvo dándole té de hierbas y consomé de pollo.

"Es solo una cena, tonto, ni que fueras a matar al rey esta noche. Si fueras a hacer eso no estarías nervioso. Eso de caerle bien a la gente no es lo tuyo".

El día fue eterno, cada hora había durado milenios a su parecer.

Joseph de vez en vez lo miraba, pero no le decía nada. Había algo en él que le daba una especie de corazonada a Owen, era como si Joseph esperara algo más de esa noche, pero ni modo que le preguntara, decidió ignorarlo y concentrarse en todo el protocolo y las mentiras que debía decir.

A las cuatro de la tarde le prepararon el baño, lo rociaron con cuanto aceite perfumado había, peinaron con mucho cuidado su cabello, y el traje que usaría ya estaba listo esperándolo.

***

Owen eres todo un caballero. —Joseph se acercó a él y lo abrazó, gesto que para Owen fue más que extraño e incómodo. —Cuando te pregunten sobre tu niñez evade el tema —susurró en su oído—, de alguna forma elocuente cambia el rumbo de la conversación.

Pero...

Hazme caso. Evade el tema.

Joseph se alejó sonriendo y comenzó a arreglar el saco de Owen. Él confundido no preguntó más, aunque no entendía. Estuvieron todo ese tiempo construyendo lo que fue su supuesta vida, se sabía los nombres de sus padres, sus trágicas historias, cada aspecto de ese falso niño que fue el Lord Owen Grant, y ahora ¡Joseph le pedía que evadiera todo eso!

—Ya es la hora, debes irte. Acuérdate de decirle al rey que esperas volver la próxima vez con tu tío. Se galante y respetuoso, gánate a ese rey.

Así será.

Ya el cielo estaba oscuro cuando Owen se subió al carruaje que lo llevaría al palacio de Buckingham. Jugando con sus manos intentó mantenerse tranquilo durante el viaje.

"Es solo una cena, solo una cena".

***

—¡Steve! —James no podía creer tener a su mejor amigo, después de tantos años, frente a él, nada más y nada menos que un océano los había separado.

—Su majestad. —Sonriendo lo abrazó tan fuerte que parecía no quería separarse nunca. —No sabes cuánto te extrañé pequeño rey.

—Bastante viejo que estoy. Aimé y Arthur ya no son unos niños. Claire que alegría verte.

—Su majestad. —Claire con mucho respeto se inclinó ante él.

—Sabes que somos amigos, deja eso.

Stephanie que fue avisada por sus damas de compañía, entró corriendo al salón, ganándose la mirada de los presentes.

—¡Steve! ¡Claire! —Se acercó corriendo envolviéndolos a ambos en un cálido abrazo. Hasta unas lágrimas recorrieron sus mejillas. —No saben la alegría que me da verlos ¿Y los niños?

Las expresiones de ambos padres cambiaron.

—El viaje fue muy largo. Jeremy está muy débil y cansado, así que está en casa retomando fuerzas y Estella lo está cuidando. Nunca se separa de él —explicó Clarie—. Y el que sí vino fue este pequeño... ¿Edward dónde estás?

Steve corrió detrás del inmenso mueble de dónde sacó cargado a un pequeño de cabellos tan castaños como él, que jalaba una pelusa que se encontró en el suelo.

—¡Es hermoso! —Stephanie no dudó en cargarlo.

—¿Cuánto años tiene? —preguntó James acercándose a Stephanie para acariciar las rosadas mejillas del pequeño.

—Dos años. Es muy inquieto, nunca está quieto en un solo lugar, no sabes la que nos hace pasar —comentó Steven acercándose a Claire para abrazarla, mientras ambos veían a su bebé en brazos de los reyes.

—Me alegra mucho verlos. De verdad, bienvenidos, esperamos que se queden mucho tiempo por acá. En más, por favor, el tiempo que estén aquí, quédense acá en el palacio, estamos muy solos, y somos familia. —Pidió James. A lo que Steven asintió.

—Los jardines del palacio puede que le hagan bien a Jeremy.

—¡Perfecto! Hoy tenemos una cena. Si Jeremy y Estella están muy cansados, los entendemos. Pero nos encantarían que nos acompañaran. —Nadie podría quitarle a Edward de las manos a Stephanie.

—Ahí estaremos. Así que debemos irnos a buscar nuestros equipajes y a arreglarnos. Tendremos muchos días para hablar.

Claire tomó a Edward, y entre abrazos, besos y despedidas, salieron para volver unas horas luego.

Stephanie aún contenta se abrazó al pecho de James, y él le dio un pequeño beso en la coronilla de la cabeza.

—Si ellos pudieron tener un bebé ¿Por qué nosotros no? —preguntó James con temor, ese siempre era un tema delicado.

—¿Sabes? Yo también quiero uno.

—¡Te amo!

Tal vez una nueva etapa podría volver a empezar en sus vidas.

***

Aimé y Arthur ya esperaban muy bien arreglados a los próximos invitados a la cena. Stephanie les informó que Steve y su familia se encontraban en Londres, y serían sus invitados por una buena temporada, ambos jóvenes recordaban muy poco de Steve, lo conocían más de las conversaciones de sus padres, que de trato. También asistirían Alberth y su familia, los cuales ya habían llegado.

Entonces Lord Grant, estará aquí —celebró Elisa, dando pequeños aplausos.

Se supone que esa es la idea de la cena. Que mi padre lo conozca, vea que es una buena amistad para Arthur y que no es un peligro para mí. —Aimé resplandecía en hermosura. Su justificación para querer estrenar un vestido nuevo, fue que últimamente iba a pocas galas, pero ella solo quería lucir bien.

—Pero tú no podrías tener algo con Lord Grant, él no es un príncipe.

Lo sé. Pero mi padre solo quiere confirmarlo.

Sabes que mi padre me contó que hay que ser cuidadosos con los hijos del tío Steve.

Algo sobre que están enfermos —mencionó Aimé restándole importancia.

Mi papá dice que el tío Steve la pasó muy mal porque su hijo, Jeremy, perdió la visión. Y Estella también es delicada. Aunque parece que Jeremy casi murió.

Pobre. Solo intenta comportarte normal con ellos, dudo que les guste la lastima.

Terminando de hablar, Steve y su familia hicieron acto de presencia. Alberth y Steve se saludaron efusivamente, mientras que Aimé, Arthur y Elisa se acercaron de forma tímida a la nueva familia.

Estella era una joven de unos dieciséis años, que aparentaba mucho menos de la edad que tenía. De cabellos castaños un poco claros y ojos miel, hermosa y tan delicada como un vidrio muy fino. Les sonrió con amabilidad, sin dejar de tomar la mano de su hermano menor.

Jeremy era de piel más clara que su hermana, la similitud con su hermano menor, era grande. De cabellos oscuros, lacios y largos, y unos ojos verdes que evitaba mostrar. Todos sus rasgos eran finos, y sus labios muy rosa. Elisa no pudo evitar despegar su mirada de él.

Stephanie se encontraba abrazando a Jeremy, y él correspondiéndole con mucha timidez, cuando el mayordomo anunció la llegada de Owen.

***

Ya estaba ahí, no había marcha atrás. Respiró hondo y salió desplegando seguridad.

"Es solo una cena. Conversa, come, adúlalo, gánate su confianza".

El mayordomo le dijo que esperara frente a una majestuosa puerta, mientras anunciaba su llegada, y así hizo.

Escuchó que pronunciaban muy fuerte su nombre dentro, y dándose una última frase motivacional, entró.

Stephanie que estaba entretenida con Edward en sus brazos, se quedó sin habla al verlo entrar.

James también lo observó un poco perplejo. Arthur se paró justo al lado de Owen, saludándolo, y había algo muy extraño en verlos a ambos juntos.

—Lord Grant —se acercó James.

Fue tan extraño para Owen verlo frente a él. Aquel hombre imponente lo estaba mirando de frente, su atención estaba fija en él, y todo lo que ello revolvió dentro de él, era inexplicable. Se sentía tan extraño, que hasta creía que de un momento a otro arrancaría en llanto. No tenía ganas de retorcer su cuello, era como si estuviera viendo a un Dios. Tal vez eso fue siempre James Prestwick en su imaginación, un malvado Dios inalcanzable, y ahora estaba ahí frente a él, extendiéndole su mano.

Owen tembloroso, tomó la mano e hizo una reverencia.

—Su majestad, es un honor ser invitado en su mesa.

—Tengo que conocer los amigos de mis hijos.

—Lord Grant, usted... —Stephanie no sabía ni qué preguntar, el parecido con David era impresionante, pero había algo en él que aceleró su corazón. —¿Tiene hermanos?

—Su alteza, me temo que no.

—Ya nos contará más de eso durante la cena, creo que todos tenemos hambre. Alberth dice que eres muy bueno en las cartas —comentó James.

—Creo que el señor Bronwich ha exagerado.

—No, claro que no. Me dejó sin un penique. Juguemos hoy Lord Grant y deme la revancha.

—Y así es como se derrocha una fortuna —comentó Catalina, regañando a su esposo.

Todos comenzaron a caminar hacia el comedor, pero Owen hizo maniobras para quedar atrás con Aimé.

—Lord Grant ¿Acostumbra siempre a tomar viajes de improvisto?

—Su alteza, mi tío no sabe el significado de avisar con antelación. Yo mismo me encuentro exhausto de esta situación. Pero esta vez le traje un presente.

¿A mí? —Aimé no quiso sonar ansiosa, pero aquello le gustó.

—Sí, es pequeño, pero tenga.

Con disimulo depositó en la mano de Aimé un cristal de forma irregular, con un pequeño caracol dentro.

—¡Un cristal!

—No es cualquier cristal. Cuando un rayo satura la arena, el poder del mismo convierte la arena en vidrio de forma instantánea. Ese pequeño caracol que ve allí dentro tuvo el des fortunio de estar en el lugar incorrecto, así que quedó ahí atrapado, en su celda de cristal.

—Eso es cruel.

—Lo mismo pensé, pero por alguna razón al pensar en el caracol, el rayo, y su mala fortuna de estar en el lugar incorrecto, me acordé de usted.

—¿De mí?

—Sí. Creo que por sí sola puede sacar sus conclusiones.

Owen se apresuró a seguir la marcha del resto, pero Aimé se detuvo, presionó el cristal en su mano y luego de detallarlo, supo a lo que Owen se refería, con una sonrisa lo guardó entre su ropa y continúo.

Owen superando los nervios, tomó su asiento para entrar en la conversación. De inmediato las preguntas cayeron sobre él, y tuvo la total capacidad de responder con galantería y elocuencia. Arthur no podía estar más orgulloso de su nuevo amigo.

3 de Agosto 1849. Perth, Escocia.

Ya era de noche y pronto sería la cena, pero David estaba aún en el despacho estudiando lo que el señor Stone le había enseñado ese día. Era difícil para él, pero le encantaba aprender, así que esa noche no descansaría, para sorprender al señor Stone al día siguiente. Ya no podía esperar para contarle a Allen sobre su nuevo trabajo.

Cuando faltaban solo minutos para la cena, decidió salir hacia su cuarto, en el camino se topó con su pequeño perro y lo llevó a dar una vuelta por la hacienda. Era relajante caminar con él.

Se detuvo en el granero para sujetarse las agujetas de sus nuevas botas, hasta que escuchó unas voces extrañas. Temiendo que fueran ladrones, se asomó un poco, para notar que todo estaba oscuro, pero dos cuerpos se alumbraban un poco por la luz de la luna que entraba desde una ventana en el techo.

Aquellos cabellos rojizos los reconocería a distancia. La otra persona parecía una mujer, así que David se dio la vuelta para alejarse, pero algo de la conversación llamó su atención.

—Debes usar el veneno hoy —insistió Jacob.

David se acercó más, cuidando de no ser visto.

—Hoy es muy pronto, hoy sospecharán —sollozó Adelaida al borde de un ataque.

—Mira Adelaida, tu querido padrastro quiere que le entregue la fortuna de Esther mañana, o... mejor ni pienso en lo que me hará. Tiene que ser hoy, no podemos seguir esperando más. Dime si quieres ser infeliz por el resto de tu vida, si es así, perfecto, adiós, aquí acabó todo...

—¡No! Yo te amo, sabes que te amo. No puedo casarme con Lucas ¡No puedo!

—Entonces hoy lo harás.

—Si los dos mueren al mismo tiempo, será sospechoso.

—Debe ser así. Si muere Lucas, William no parará hasta saber qué pasó, y si es al revés, será más de lo mismo. Si mueren ambos, solo quedaremos nosotros en busca del asesino. Tú encárgate de colocar el veneno en el vino de William, y en el de Lucas. Esta noche nuestra pesadilla acabará amor. Mañana seremos felices.

David no podía creer lo que estaba escuchando. Agitado comenzó a retroceder con cuidado, debía avisarle al conde, no podía dejar que esos dos acabaran con él. Antes de que lograra salir, el pequeño perro entró jugando, hasta que observó las siluetas en la oscuridad y comenzó a ladrar. Jacob reviró y su mirada se encontró con la asustada de David.

—¡El esclavo!

—¡Qué! ¿Escuchó todo? —Adelaida ya llorando se lanzó en el suelo, comenzó a sacar los pequeños envases de veneno para arrojarlos.

—¿Qué haces? Tú vuelve a la casa, y sigue con el plan, yo me encargo del esclavo.

—¿Qué vas a hacerle?

—Lo que haya que hacer para ser felices tú y yo.

Jacob no esperó para salir corriendo tras David.

Adelaida nerviosa, volvió a esconder los envases de vidrio, salió del granero pero no logró divisar nada cerca. Corrió a la casona, empujó a Diana entrando a su cuarto a lavarse la cara y a llorar cuanto pudo.

—¿Adelaida qué te ocurre? —Diana tocó su puerta, angustiada por el estado de su hermana.

—Nada, solo déjame un momento, estoy bien.

—Abre la puerta, o le diré a mamá que estás mal.

Adelaida molesta abrió la puerta, lanzándose luego en su cama para esconder su rostro.

—¿Me contarás qué ocurre?

Adelaida negó.

—Bien. Solo quiero que sepas que aquí estoy contigo, soy tu hermana en las buenas y en las malas.

Un tiempo largo pasó, sin que ninguna dijera nada.

—Ya se está pasando la hora de la cena. Debemos bajar ¿Dónde estará David? Dijo que volvería hace rato.

Adelaida temerosa presionó sus labios, se echó un poco de rubor y salió de la habitación. Si Jacob le hacía algo al esclavo, nunca más podría ver a su hermana a la cara.

"Va a matarlo, eso es lo que pensaba hacer".

Intentando inútilmente parecer normal, se sentó en la mesa, dónde ya todos esperaban.

—¿Dónde está Jacob y David? —preguntó William con el ceño fruncido.

Nadie fue capaz de contestar nada. Adelaida se concentraba en intentar respirar con normalidad, y detener el temblor de sus piernas.

—¡Mary! Busca a David inmediatamente ¿Qué le pasó a ese muchacho?

—Creo que deberíamos comenzar a cenar sin ellos, se enfriará la comida —sugirió Elizabeth.

—Bien, pero ese muchacho me va a oír.

Jacob le había dicho que debía continuar con el plan, pero ella estaba demasiado nerviosa para mover un dedo. Rogaba al cielo que Jacob estuviera bien, pero a la vez no podía dejar de pensar en que el esclavo no merecía morir "¿Cómo caímos en esto?"

***

David corrió intentando tomar un atajo para llegar a la casona. Jacob le seguía los pasos, y cuando ya creía que podría saltar la cerca de madera, una trampa de conejo se encajó en su pierna. Gritó del dolor, cayó sujeto por aquella cadena y esos fierros atravesando su pie. Jacob no demoró en lanzarse sobre él con la intención de matarlo.

—Sé que irás corriendo a contarle a William, así que no queda de otra. Tu destino esclavo, siempre fue morir.

Presionó su garganta, intentando ahogarlo, pero David se revolvía y luchaba por escapar. Logró tomar una piedra a su lado y clavarla con fuerza contra la cabeza de Jacob. Él desorientado por el dolor lo soltó, oportunidad que David aprovechó para intentar correr. No quería pensar en su pie ensangrentado, pero era aquella cadena bien sujeta lo que le impedía escapar de su agresor.

Jacob volvió a recuperar el conocimiento, y David intentaba tantear alguna arma con la cual defenderse.

Estaban en la parte trasera de la hacienda, y todos parecían estar dentro cenando. Se encontraban en la parte entre el huerto y el patio trasero de los gallineros. Una cerca de madera separaba el huerto de la casona. Cerca estaba el pozo de bordes de piedra dónde acostumbraban a tomar el agua para regar las hortalizas.

David tomó otra piedra. Y Jacob había caído sobre una especie de vara de metal. David comenzó a gritar por ayuda, y Jacob se lanzó sobre él, colocando su mano en la boca de David para callarlo e intentando clavar aquella pieza de metal en el cuerpo de David. Forcejearon, entre golpes, mordiscos y patadas. La vara de metal se encajó en el muslo de David haciéndolo gritar. Jacob sacó la pieza para clavarla definitivamente en algún órgano vital, pero David asustado logró jalar su pie lastimado y pateó a Jacob con toda su fuerza en el pecho, alejándolo de él. Jacob perdió el equilibrio, y dando unos pequeños pasos hacia atrás cayó, aterrizando su nuca con el borde de piedra del profundo pozo.

3 de Agosto 1849. Londres, Inglaterra.

Todo en la cena parecía marchar de maravilla. Stephanie no despegaba sus ojos de Owen, y él de vez en vez cruzaba su mirada con ella y le sonreía.

Luego de la cena los hombres se retiraron a otra habitación a jugar, y James quedó impresionado con la habilidad de Owen, tanto, que luego lo pidió como pareja exclusiva, y llevaban sus buenas rondas de invictos.

Arthur estaba molesto de que su padre y todos los demás tuvieran la atención del que se supone era su amigo. Y estaba en una esquina bostezando hasta que se fijó en los hijos de su tío Steve. Estella estaba dirigiendo a Jeremy hacia el piano, y él con delicadeza palpaba las teclas. Elisa era otra que no les quitaba la mirada de encima.

—¿Por qué no les hablas si estás tan absorta? —preguntó Arthur sentándose al lado de Elisa.

—No quiero incomodarlos. Él es hermoso ¿No crees?

—Qué voy a saber yo —repuso Arthur molesto.

—Debe ser horrible estar ciego. Ven, acompáñemelos a conocer el palacio. Tú eres el príncipe, puedes hacer eso ¿Sí? Hazlo por mí, luego yo te ayudaré con Diana ¿Te parece?

Arthur estaba aburrido, así que aceptó.

—¡Oigan! Los llevaré a una parte linda de aquí ¿Quieren?

Stella aceptó sonriente, mientras que Jeremy se veía un poco renuente.

—Iremos despacio —aseguró Arthur—. Anda, debes estar aburrido aquí, yo lo estoy, entonces tú también.

Jeremy asintió, y tomado de la mano de su hermana comenzó a seguirlos. Aimé notó el movimiento y se unió a ellos.

—Deberías decirle a papá que quieres que tu amigo Owen te acompañe ¿Acaso no está aquí por ti? —susurró Aimé en el oído de su hermano.

—Hasta que alguien piensa igual que yo. Claro que le diré.

Totalmente presto Arthur se acercó a la mesa donde su padre jugaba amenamente.

—Padre siento interrumpir, pero los hijos del tío Steve irán a conocer el jardín central, me llevaré a Owen, él también debe conocerlo. Además, es mi amigo —resaltó lo último.

—James dejemos a los niños divertirse. Lord Grant siéntase liberado, además así sí podremos ganarle a su real Majestad —exclamó Alberth.

—Sí, tienen razón. Joven Grant, sea bienvenido al palacio, siempre será bien recibido. Y Arthur tampoco atosigues a lord Grant.

—Su majestad ha sido un placer. Estoy muy agradecido por todo, por la confianza, y el buen rato. Espero poder despedirme mejor de usted y su alteza la reina, antes de irme.

Owen sonrió al salir de ahí. Había sido tan fácil que se dijo así mismo idiota por haber estado tan nervioso.

Stephanie y James por separado no dejaron de pensar que en realidad Owen nunca respondió cuando se le preguntó sobre sus padres, solo hablaba de su tío, y en años cercanos.

***

Owen reparó en el joven que iba tomado de la mano de la linda joven sonriente. Sabía que el chico no podía ver, pero le daba curiosidad saber la historia.

Arhur no paraba de hablar y él no le estaba prestando mucha atención, hasta que Aimé caminó a su lado.

—Eres como una monedita de oro, le caes bien a todo el mundo. Mis padres quedaron maravillados contigo.

—No tengo la culpa de ser encantador, así nací.

—Nar – ci – so.

—No sabes cuánto su majestad. Tiendo a apreciarme mucho.

—Entendí por el regalo que me dijiste caracol. Algo un poco ofensivo.

—¿Por qué? Los caracoles son hermosos. Además no es la especie, es el significado, un caracol está dentro de su hermoso caparazón, este en particular tiene doble armadura, la suya natural y el espejo que le dio un rayo.

—Dices que tengo doble armadura.

—Puede darle la interpretación que desee su alteza. La única que importa es la suya ¿Qué piensa usted?

Aimé calló y de pronto entraron a un enorme salón blanco, lleno de esculturas y cuadros.

—Acá esta toda la generación de reyes. Toda nuestra familia —explicó Arthur.

Owen comenzó a prestar atención, estaba maravillado viendo cada rostro y escultura.

Estella se quedó entretenida observando una linda escultura de un ángel, y no notó que Jeremy continuó tambaleándose hasta que tropezó con un cuadro cubierto. Owen que estaba cerca, lo sujetó deteniendo su caída, y se reviró para volver el cuadro a su lugar, la cubierta de tela terminó de caer, y con horror soltó el cuadro, que cayó en el suelo frente a él, observándolo.

James al ver que Aimé se había ido sin abrigo decidió seguirla para dárselo. Entró al salón justo cuando aquel cuadro, que él mandó a botar hace mucho y que por burocracia se mantenía ahí cubierto, cayó al suelo.

—Él, él... Él es mi padre —dijo tartamudo. Buscó el rostro de Aimé que ya estaba a su lado. —¿Qué hace aquí?

—Él es mi abuelo —respondió anonadada.

—¿Qué dijiste? —James alterado lo tomó por los hombros. Y un Owen asustado alzó la vista hacia él. —¡Repite lo que dijiste!

—Èl, él... Debo irme.

James no pensaba soltarlo, pero él siendo más fuerte logró zafarse y empujando a todos a su alrededor corrió todo lo rápido que pudo.

Para su suerte el carruaje estaba frente al palacio listo, y el cochero sospechando que algo malo había ocurrido salió todo lo rápido que los caballos pudieron correr.

3 de Agosto 1849. Perth, Escocia.

El gran alboroto afuera detuvo la cena de los amos. Adelaida con el corazón en la boca fue la primera en correr a la entrada. Diana asustada por no saber de David la siguió y juntas recibieron a sus amores por separados siendo arrastrados hacia la deslumbrante sala.

—¡No! —gritó Adelaida, desgarrada por el dolor. Sin medir las consecuencias se lanzó en el suelo al lado de Jacob, abrazándolo, buscando su mirada.

Diana corrió al lado de David, quien lloraba desconsoladamente e intentaba esconderse. Estaba lleno de sangre y su pierna no dejaba de sangrar, pero eso no le importaba.

—Amor por favor, despierta, amor, no mueras —rogó Adelaida, pero era demasiado tarde— ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Lo mataste! ¡Lo mataste!

Llorando comenzó a golpear a un David que solo quería morirse en ese instante. Mientras lo golpeaba y su madre la jalaba, los dos envases pequeños de vidrio salieron de sus mangas, revoloteando por el piso de mármol, hasta detenerse a los pies del Conde Cowan.

—¿Qué es esto?

La vida de todos cambiaría para siempre.

3 de Agosto 1849. Londres, Inglaterra.

Owen llegó lanzando la puerta de la casa. Buscó con desesperación a Joseph ignorando al resto que lo martillaban con preguntas. Lo encontró y jalándolo del cuello de la camisa, lo enfrentó.

—Dime maldita sea ¿Qué es todo esto? ¡Explícate! ¿Quién es nuestro padre?

—¿De qué habla? Joseph dinos ¿A qué se refiere?

—Entonces era cierto —esbozó Joseph sonriendo.

—¿Qué? ¿Qué ocurre Joseph? ¡Habla! —presionó Sebastian.

—Tenemos poco tiempo.

—¿Tiempo para qué?

—Habla de una buena vez maldita sea —Owen presionó más el cuello de Joseph, quería respuestas ya, se estaba volviendo loco.

—El rey vendrá a buscar a su hijo.

Owen lo soltó y todo se nubló. 

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Señoras y señores, se prendió lo bueno. 

Sí, hemos llegado a una etapa cumbre de las muchas que veremos. No se pierdan el próximo capítulo, porque la vida de estos dos va a cambiar mucho, mucho. 

¿Qué les pareció los nuevos personajes? 

Y disculpen que hay cosas que no debían estar en cursivas, pero wattpad, tiene una gafera que todo lo coloca en cursiva, otras no. Me tiene harta, y es muy tarde para cambiarlo todo, pero ustedes entienden. Espero sus comentarios, saben que los amo. Nos estamos leyendo. 

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