Capítulo 12.- La vida Continúa.
10 de Julio 1849. Londres.
Alguien lo sacudía y su vista borrosa aún no discernía bien el lugar dónde se encontraba.
—Ya es hora de despertar, vamos, no tenemos toda la noche.
Dijo una voz distante, intentó levantar la cabeza para ver a quien le hablaba, las sacudidas no terminaban, y los gritos de ese hombre le estaban causando más dolor de cabeza.
—Owen vamos, debes escribir la carta, nunca has sido tan débil.
—¿Qué carta? —Logró preguntar.
La vista se hizo más clara y notó que estaba recostado al escritorio, con una hoja frente a él y una pluma entre sus dedos.
—Debes escribir lo que Sebastian te dicte. Una carta al príncipe, explicando tu partida apresurada de Londres, es solo eso —susurró Athalía en su oído.
Owen asintió y comenzó a escribir. Su caligrafía no era buena, y en el estado en que estaba resultó más difícil de entender, pero eso era todo lo que podía dar.
Minutos después solo fue arrastrado a la carreta y un largo viaje le esperaría.
11 de Julio 1849. Londres, Palacio de Buckingham.
Arthur acostado en el sofá del salón, no dejaba de jugar con sus pies y suspirar con fastidio.
—Es tan aburrido que Owen no esté —se quejó—, y yo que hice todas mis tareas ayer para poder estar libre hoy.
—Estudia algo más Arthur, no te hará mal, sin mencionar que te hace falta, no eres ni por lejos el príncipe más listo del continente.
Arthur se disponía a contestarle a Aimé, pero la llegada de su madre reprimió sus palabras.
—Arthur, mi amor. —Stephanie con mucho cariño se sentó a su lado envolviéndolo en un fuerte abrazo y depositando un sonoro beso en su frente. —La señorita Perk dice que no estás muy animado ¿Quieres hacer algo para remediar eso? Hace mucho que no consiento a mi niño.
—¡Vaya! Se le pasó el luto por el esclavo a la reina —bufó Aimé.
—¡Aimé! Soy tu madre, me debes respeto. Para ti David era solo un esclavo, pero él era...
—¿Qué?¿Tu hijo? Porque acá hay dos hijos que a nadie le importan.
Stephanie mordió sus labios y aprisionó más en sus manos a Arthur. Sabía que las acusaciones de Aimé eran ciertas, no había día que no se repitiera que no era la mejor madre, no lo había sido, vivía con el recuerdo de Charles ensombreciendo cada momento de felicidad.
—Tienes razón Aimé, lo siento, de corazón lo siento. Ustedes son lo más grande en mi vida, nunca lo olviden, los amo y daría mi vida sin pensarlo por ustedes, mis dos retoños. Y sé que las palabras no bastan, así que de ahora en adelante pasaremos mucho tiempo juntos.
—Mamá no hace falta, ya no...
—Sé que no podemos retroceder el tiempo, pero podemos trabajar en mejorar el presente para no tener nada que lamentar en el futuro.
—Hablando de mejorar el presente para no lamentar el futuro, mamá, me estás asfixiando —exclamó Arthur haciendo su máximo esfuerzo por alejarse de los brazos sobreprotectores de Stephanie.
Aimé no pudo evitar reír ante un Arthur rojo buscando aire, y a Stephanie aquella sonrisa era la mejor melodía que había escuchado.
—Tengo una idea. Hoy saldremos a almorzar en el campo. Allá en el árbol del abuelo, es muy lindo comer allá, y hablaremos y estaremos juntos como familia. Es espectacular, vayan a ponerse ropa más cómoda, le avisaré a James.
—¿Papá vendrá? —preguntaron los hermanos al unísono.
—Claro que lo hará.
Los dos hermanos no muy animados subieron a sus habitaciones. Solían compartir más tiempo con su madre, pero muy poco con su padre ¡Almuerzo familiar! La idea les parecía de lo más desagradable.
***
—¡Stephanie!
James se levantó apresurado de su gran sillón tras su escritorio, en dónde revisaba y firmaba con su sello una cantidad interminables de cartas.
—Hoy tendremos un almuerzo familiar. Tienes una hora para prepararte.
—Espera, yo... no puedo irme, tengo una junta con la cámara de lores, el parlamento está... el primer ministro quiere...
—Cancélalo. Tienes un almuerzo con tu esposa y tus hijos. No te pido toda la tarde, solo una hora, no puedes hacerle esto a los niños, James ¿Cuánto tiempo has pasado con ellos?
—Entiende que...
—A las doce James, el carruaje estará esperando en la entrada a las doce, espero verte ahí.
Stephanie se dio la vuelta, revolviéndose sus rizos con la fuerza del movimiento. James se quedó observando cómo desaparecía, para luego llevarse las manos a sus rizos dorados.
"Después de dos semanas pudimos tener un mejor saludo ¿No? Almuerzo familiar... ¿Qué se hace en un almuerzo familiar?"
***
—¡Mamá! Con Owen trepamos este árbol. Llegamos arriba, arriba, y él dijo que gritáramos, fue grandioso.
James y Aimé agradecían que Arthur fuera tan parlachín, de lo contrario estarían ahí solo oyendo el sonido del río a lo lejos.
—No pareciera que subir a la cima del árbol sea muy seguro —opinó James mirando el árbol sobre él—, es mejor si evitas hacer esa clase de cosas.
—Subir un árbol no es más peligroso que ir a la escuela militar —repuso Stephanie.
—Ahorita no hablemos de eso. Quisiera conocer a ese Lord Grant del que tanto hablas Arthur.
—Tuvo que irse por problemas familiares, o algo así.
—En cuanto vuelva llévalo al palacio, invítalo a cenar, quiero conocer al amigo de mi hijo. Por otro lado, Aimé, dicen que no es bueno que pases mucho tiempo con él.
—¡¿Qué?! —A Aimé le fue imposible no palidecer ¿Por qué estaba nerviosa?
—¿A qué te refieres James? —preguntó Stephanie, tan desconcertada como su hija.
—Nada importante, es solo que las personas hablan mucho. Los consejeros dicen que Lord Grant es un buen amigo para Arthur, pero no es bueno que Aimé pase tanto tiempo con ellos, las personas podrían rumorear. Tengo entendido que Lord Grant es joven y bien parecido, parece que no escapa de las miradas de las doncellas, y los consejeros creen que es contraproducente que conviva mucho contigo, Aimé.
—Porque soy una tonta niña enamorada, que caerá bajo los encanto de una cara bonita, cómo me conoces padre —protestó Aimé con amargura.
—No dije eso, te conozco aunque no lo creas. Incluso mencioné que lo difícil será que aceptes casarte algún día, eres independiente, y eso me gusta, solo no dejes que hablen lo que no es. No des inicio a rumores.
—En algo tienes razón padre, nunca me casaré. En cuanto a Lord Grant, no tienes nada de qué preocuparte, es un Lord ¿Acaso no puedo solo fijarme en un príncipe? Procuraré alejarme de mi hermano en cuanto se encuentre en compañía de Lord Grant.
Stephanie observaba la cara enfurruñada de su hija, incluso con mucha rabia mordió de forma nada educada un pedazo de pan y comenzó a comerlo a grandes mordiscos.
—¿Cómo es Lord Grant? Siento curiosidad por el amigo de mis niños.
—Es... lo más resumido sería decir que se parece al esclavo —contestó Arthur.
—¡¿Qué?! —Algo dentro de Stephanie brincó. Ya David era peculiar, era tan parecido al Charles de su imaginación, que saber que había alguien igual de parecido, le sonaba fantástico, demasiado fantástico para ser real y no tener ninguna vinculación en su vida.
—¡No se parece al esclavo! —gritó Aimé, dejando a todos con la boca callada. —Solo digo que no se parece, es un caballero, por Dios.
Las miradas de James y Stephanie estaban fijas en ella, y ya no sabía cómo justificar su repentino comportamiento.
—Tengo calor, iré a la casa, quiero refrescarme un poco.
—Aimé, no hemos terminado de...
Stephanie no pudo protestar más, Aimé ya se encontraba espaldas a ella, caminando de regreso a la casona. Arthur encogió los hombros y tomó un buen trozo de pollo que se llevó a la boca.
—Sabes algo Arthur —mencionó James acariciando los largos cabellos dorados de su hijo—, Alberth retrasará la presentación en sociedad de Elisa, piensa que es muy joven, creo que esperará hasta unos tres años, tal vez de aquí allá, si sigues enamorado de ella, podrían comprometerse, ya no serías un niño.
—¡¿Qué?! —gritaron Arthur y Stephanie a la vez.
—Arthur es un niño.
—¡No estoy enamorado de Elisa! Eso fue un error. Me voy con Aimé.
—¡Arthur!
James y Stephanie se miraron el uno al otro cuando el menor de sus hijos también los abandonó.
—Nuestros hijos no nos respetan. —James cansado se acostó en el pasto.
—No hemos sido unos buenos padres. —Stephanie lo imitó acostándose a su lado. Se reviró solo un poco para poder tocar los rizos de James.
James sintió la caricia, y volteó para mirar a su reina.
—Me siento tan viejo, y no estamos viejos ¿Cierto?
—Creo que no ¿Me ves vieja?
—Te veo hermosa —exclamó haciendo sonreír a Stephanie—. Ellos nos odian y ya no podremos cambiar eso. Es como si mi padre hubiera venido un día a decir, hijo estoy arrepentido, perdóname. Nunca lo habría perdonado.
—No hemos hecho cosas como las de tu padre, no hay comparación entre él y nosotros.
—Pero siempre creerán que somos fastidiosos, creo que es ley de vida, todos los hijos creen eso de sus padres.
—Claro que no. Yo nunca pensé eso de mis padres.
—Porque no creciste con ellos.
—Arthur me quiere, él no piensa que somos fastidiosos.
—Eso es porque aún es niño, espera que llegue a la edad de Aimé. Lo que digo es que ellos buscarán su futuro, no los hemos traumatizado tanto como para que no vayan a ser felices. Tal vez solo quieren que estemos lejos de sus vidas.
—Eso es lo triste.
—Pero siempre seremos sus padres, y estaremos aquí para cuando nos necesiten. El punto es que debemos reconstruir nuestra propia vida. Ellos harán algún día la suya, nosotras arreglemos la nuestra. Empecemos desde cero. Hay algo que nunca hice apropiadamente.
—En esa larga lista de cosas ¿A cuál te refieres? —bromeó Stephanie.
—Nunca te corteje apropiadamente.
—Oh, eso. Tienes razón, nunca me cortejaste, me trataste mal, me dejaste dormir en el suelo mientras estaba enferma, me hiciste llorar ¿Por qué me casé contigo?
—Ya, olvidemos eso. Empecemos. Hola señorita Middleton, soy James Prestwick, es un gran honor poder estrechar su mano.
—Que atrevido. Tan pronto ya quiere estrechar mi mano. —Era imposible para Stephanie no reír. —Señor Prestwick he escuchado muchas cosas sobre usted, no muy adelantadoras, lo que es lamentable.
—Permítame que cambie el concepto que han sembrado en usted, sobre mí. Le aseguro que esas personas solo han querido alejarla de mí. Escuché que es muy buena escribiendo cartas de amor.
Ahora sí Stephanie estalló en carcajadas.
—¡No! No, no.
—Le escribiré esta noche, y esperaré con ansias su respuesta ¿Me contestará, cierto?
—Lo haré, solo si el contenido merece la pena. No se le ocurra copiar un soneto, señor Prestwick.
—Las palabras saldrán desde lo más profundo de mi corazón.
Continuaron caminando, tomados de la mano, hasta la casona. Era el momento de continuar con sus vidas, tal vez todo, por fin, encontraría el camino correcto.
20 de Julio 1849. Escocia.
Diana estaba con su cuaderno y un carboncillo pintando el rostro de David. Estaban afuera, bastante lejos de la hacienda, rodeados de nada más que la naturaleza y un pequeño perro que se había hecho amigo de David.
—Creo que debería dibujar algo más, no creo que mi rostro sirva para eso —acotó David algo incómodo desde su lugar sobre aquella roca roja.
—Cualquier rostro sirve para ser dibujado. Dijiste que me ayudarías, debes cumplir con tu palabra.
—No sabía que ayudarla consistía en estar quieto mientras dibuja ¿Cómo soportan ustedes eso?
—Ya lo ves, lo hacemos, si nosotros podemos, tú también, solo no te muevas tanto.
El conde Cowan había salido por cuestiones de negocio a un pueblo vecino, no volvería hasta el día siguiente, y Elizabeth y Adelaida estaban ocupadas seleccionando la lista de invitados a la boda, lo que ayudó a que Diana se escapara con David en su día libre, para poder retratarlo, quería un recuerdo de él para ello, y qué mejor que aquel pequeño cuadro.
—¿Siempre le ha gustado dibujar? —Eso de quedarse quieto, mirando a Diana se le hacía incómodo.
—Sí. Mi padre todas las tardes me llevaba a la colina detrás de nuestra casa a pintar el atardecer, decía que nunca se podía alcanzar la perfección del atardecer. Mi madre lo regañaba por tener tantos cuadros iguales, le decía que pintara algo diferente, ya que le gustaba tanto hacerlo, pero él tenía razón, ningún cuadro era igual a otro, ningún atardecer es similar, los tonos de naranja, amarillo, rosa y blanco, cambian, las nubes nunca están en el mismo lugar, es un atardecer, pero no es igual. Es como los humanos, somos de la misma especie, pero somos diferentes, como cada día, como la vida, nada es igual. Mi madre por el contrario nunca ha sido buena pintando. Adelaida no es buena pintando, ella en cambio es buena tocando instrumentos. Por ejemplo, el piano, el violín, eso es lo de ella.
—¡El violín! —Era el único instrumento musical que reconocía, el único importante en su vida.
—Sí, es muy buena tocando el violín. Pero yo amo pintar ¿Qué te gusta hacer a ti, David?
Aquello era una pregunta difícil. Tal vez la respuesta más rápida era "dormir". Sí, amaba dormir, lo amaba porque desde pequeño se le prohibía dormir más que un par de horas, pero estimaba que esa no era la respuesta adecuada.
—Leer —dijo emocionado, encontrando que sí había algo que amaba hacer, pero que hace demasiados años no hacía—. Me gustaba leer. Cuando me enseñaron a leer me dieron un libro y todas las noches se lo leía a Owen, se llamaba La peau de chagrín. —Era emocionante para él haber recordado ese momento que yacía perdido en su memoria.
—Es francés ¿Sabes francés? —preguntó deteniendo su trazado, aquella pulcra pronunciación llamó su atención.
—Nací en Francia señorita, en Lyon. Llevo tanto tiempo sin hablarlo que a veces creo que lo olvidaré.
—Podemos hablar en tu idioma natal. Así tú me ayudarás con la pronunciación ¿Te parece?
David asintió emocionado y agradecido. Diana era un lindo ángel que le había brindado su ayuda, sabía cuánto la quería Hanna, y él no podía estar más que agradecido con ella. Sentía que le debía mucho a Diana, y haría lo que fuera por ella.
—Maintenant, revenons a rester immobile, se levant un peu le menton aussi bien, parfait. Tell Me Qu'en est-il du livre? (Ahora vuelve a quedarte quieto, alza un poco más la barbilla, así, perfecto. Cuéntame ¿De qué trata el libro?)
—Il parle d'un homme qui reçoit une peau magique, la peau qui accorde chaque souhait que vous voulez, seulement avec chaque peau de souhait accordé rétrécit et perd ans. Owen et moi avons eu une liste avec les souhaits que nous voulions commander. (Es sobre un hombre que recibe una piel mágica, esa piel le concede cada deseo que quiera, solo que con cada deseo concedido la piel se encoge y pierde años de vida. Owen y yo teníamos una lista con los deseos que queríamos pedir).
—¿Quién es Owen?
David calló. No se suponía que nadie supiera de Owen. Pero fue muy natural hablar de él. Además no creía que fuera peligroso contárselo a Diana, y ella también podría ayudarlo a encontrarlo.
—Es mi hermano.
—¿Tienes un hermano? No lo sabía.
—Sí. Llevaba muchos años sin verlo, pero volvimos a encontrarnos. Él me dio una dirección para escribirle, usted podría ayudarme.
—Claro, en lo que sea, eso ni se pregunta, David ¿Qué quieres?
—Quiero escribirle una carta, y que usted me ayude a enviársela.
—No se diga más, esta noche ve al granero, escribiremos la carta y mañana mismo la enviaré con uno de los sirvientes.
—Señorita Conrad, no tengo como agradecérselo.
—Si tienes cómo, seguirás siendo mi modelo. Mañana no usaré carbón, sino pintura.
David no entendía que de divertido había en pintarlo, pero lo haría. El pequeño perro negro que llamaba "Po" comenzó a morder sus botas y a ladrar buscando atención. Lo cargó con ternura, besando aquella cabecita que no dejaba de moverse buscando morder sus dedos. Diana rio al verlos y suspiró sabiendo que por más que su corazón estuviera cautivo por el lindo sirviente, aquello que sentía no la llevaría a un final feliz.
***
—¿Qué hace? —exclamó David dejándose jalar por Diana, quien lo sacaba del granero hacia una dirección desconocida para él.
—Necesito que me acompañes al río.
—Es de noche, es peligroso, y no creo que sea apropiado que vaya hacia allá.
—David, necesito tu ayuda ¿Me la darás?
Diana lo observó con sus profundos ojos verdes, que a la luz de las llamas de la lámpara de querosene, lucían como dos grandes perlas de miel, que irradiaban dulzura, él no podía negarse, así que accedió.
—¡Gracias! Sabía que no te negarías. —Con gran emoción se lanzó sobre él, casi haciendo que David perdiera el equilibrio debido a no esperarse tal abrazo, mucho menos aquel beso que depósito en su mejilla.
Diana estaba apenada, y dio gracias a estar en oscuras, así David no podría ver el exceso de rubor de su rostro, el cual sentida que ardía.
David no supo cómo reaccionar, solo bajó la mirada y continuó el camino. Sentía que no debía pensar mucho en el asunto, Diana era de naturaleza cariñosa, ellos eran algo así como amigos, así que eso era todo.
—¿Puedo saber por qué razón vamos al río? —preguntó para liberar la tensión.
—Sí, verás, quiero enfermarme.
—¡Qué!
—No hables tan duro, con esta soledad hasta los susurros suenan como gritos. Lo que pasa es que Adelaida y mi mamá irán a París mañana. Deben mandar a hacer el vestido de Adelaida, yo debo acompañarlas, pero no quiero, así que... voy a enfermarme.
—No creo que eso sea muy sensato, señorita.
—Diana, dime solo Diana. Estamos solos, no hay nadie, así que dime Diana. Solo quiero que me de fiebre, si finjo, mi mamá se dará cuenta, por eso debo estar de verdad enferma.
—No creo que eso sea seguro ¿Por qué no va a París?
—Porque no quiero, además es el momento perfecto. Mi mamá y Adelaida se irán por al menos dos semanas, el Conde no está tampoco, podremos pasear mucho, hablar, conocer a Allen, aún no me lo presentas ¿No es perfecto?
—No debería hacerlo, estar enfermo no es lindo.
—A veces, como en este momento, es necesario. Solo llegaremos al río, nadaré un poco en él, agarraré mucho frío, volveré a casa y no tendré que ir a París.
—Sigo pensando que no es buena idea. Mientras usted se congelará por capricho, hay otras personas en el mundo queriendo un poco de calor.
Diana detuvo el paso, el tono de David señalaba que estaba molesto, y ella ahora entendía que su comportamiento no era razonable, pero debía hacerlo, sí era solo un capricho, pero quería aprovechar esas semanas.
—Hay otra razón de peso. El conde quiere que vaya a París para comprometerme con uno de sus viejos amigos, así como comprometió a Adelaida con Lucas Launsbury. —Era una mentira, pero a veces las mentiras se usaban para buenas causas.
—¿Su padre quiere comprometerla?
—Él no es mi padre, es mi padrastro. Mi padre era un gran hombre, él nunca nos habría dado esta miserable vida.
—El conde William es bueno.
—Es bueno contigo, quien sabe por qué razón, pero no es una buena persona. A Adelaida la vendió a su gran amigo, y piensa hacer lo mismo conmigo ¿Quieres que eso me pase? —David negó. —Entonces no juzgarás que me meta al río.
David tuvo que tomar de la mano a Diana mientras se iban acercando al río. Esa noche el cielo estaba nublado, se hacía difícil ver, y el camino estaba lleno de piedras con las que Diana tropezaba. Ella gozaba de la calidad de la mano de David, y se aferraba a ella, queriendo congelar ese momento.
Finalmente llegaron al río, que se veía tenebroso, una masa de un líquido negro, el sonido estruendoso y piedras babosas que formaban sombras con formas tenebrosas. Diana comenzó a temer con encontrarse algún animal extraño en el río, pero respiró hondo y comenzó a bajar hasta el lindero.
—Yo... hum... necesito que te des la vuelta —logró decir Diana muriéndose de la vergüenza.
—No entiendo ¿Por qué?
—Tengo que quitarme el vestido, no puedo mojarlo o se darán cuenta. Me quedaré con el fondo claro, pero igual debo quitármelo.
—¿Qué pasará con el cabello? Cuando lo vean mojado se darán cuenta.
—Por eso no lo mojaré. Lo sujetaré.
—Podría llevársela la corriente.
—Hagamos algo, tú te das la vuelta, yo me quito el vestido, me meto en el río y una vez que esté ahí tú te acercas para cuidar que la corriente no me lleve, luego cierras los ojos para que yo salga y listo.
—Mejor yo entro al río de una vez, y allá la espero.
—¡Qué! No, no quiero que te enfermes conmigo, seria sospechoso.
David rio.
—Yo soporto el frío, este río no me enfermará.
Ahí estaba en la situación más incómoda de su vida. David se sacó sus botas, la camisa y comenzó a entrar en el helado río. Ella nerviosa se quitó los cordones que sujetaban su vestido, quedando con su fondo blanco, que cubría todo su cuerpo y temblando caminó hacia el río, sintió lo helada que estaba el agua y quiso arrepentirse, pero tomó fuerza y corrió intentando no pensar, resbaló con una de las babosas piedras debajo de sus pies, pero David la sujetó antes de que su cabeza se hundiera en el río.
—Eso estuvo cerca. —David le sonrió, y Diana sintió que estaban demasiado cerca. Lo único que salía del río eran sus cabezas y el vahó de sus bocas.
—Esto... es... de – ma – sia – do frío. —Los labios de Diana ya se habían tornado morados y le estaba costando evitar tiritar. —¿Cómo puedes estar tan tranquilo?
—Crecí en unas montañas heladas, no conocía más que la nieve, fue extraño para mí cuando llegué a Irlanda y vi tanto verde.
—Francia, Irlanda, Alemania ¿En dónde no has estado?
—En ningún lugar feliz, supongo ¿Cuánto tiempo estaremos aquí?
—Hasta que deje de sentir mis extremidades.
No pasó mucho tiempo cuando Diana dejó de concentrarse en el frío para fijarse en la situación en la que estaba. Era David sujetándola de sus manos, eran ambos flotando en aquel río, flotando en la inmensidad de la nada, rodeados de oscuridad y un sonido tranquilizador, podía morir en ese preciso instante.
21 de Julio 1849. Escocia.
—¡Estás enferma! —Elizabeth posó su mano sobre la frente de Diana para corroborar que tenía fiebre, sin mencionar que no paraba de toser. —No podemos ir a París.
—Ah, no. Diana ni quería ir. Yo puedo probarme el vestido por ella. Si retrasamos más esto el conde enfurecerá, tú lo sabes.
Era extraño para Diana que Adelaida estuviera tan interesada en ir a París, cuando hace apenas unos días estaba llorando por el adelanto de su boda.
—Adelaida, alguien debe cuidarla.
—Alguna sirvienta lo hará, además no morirá, quién muere de gripe.
—Está bien —Elizabeth suspiró—. No quiero dejarte sola, pero no tenemos otra opción, le pediré a Anne que esté pendiente de ti. Te quiero Diana, te quiero mucho.
Elizabeth besó la frente de su hija menor y acarició su rostro. Sería la primera vez que no atendiera a una de sus hijas enferma.
—Cuídate y no seas imprudente. Te traeré algo lindo de París.
—Quiero un libro.
—Algo tan normal en Diana, nunca puede pedir algo normal —esbozó Adelaida.
—También te quiero hermana —replicó con sarcasmo—. Quiero el libro La peau de chagrín.
—Lo escribiré y lo buscaré, es extraño ¿Quién te habló de él?
—Fue en Londres, lo mencionaron y me llamó la atención. Que les vaya bien, cuídense las dos.
Elizabeth reiteró una y otra vez que no la quería dejar. Eran solo ellas tres en el mundo, sentía que debían ir a todos lados juntas, pero Adelaida la convenció que debían irse, así que con pesar dejó la habitación.
—¡Adelaida! —la llamó antes de que se fuera.
—¿Qué tienes planeado hacer en estas semanas? No te juzgaré, quieres divertirte con el esclavo, hazlo, pero no te olvides que es un esclavo.
—Quiero pedirte un favor. Por favor envía esta carta cuando estés lejos de aquí, lo necesito.
—¿Qué secretos tienes? —preguntó tomando la carta en sus manos.
—Te los diré cuando me digas los tuyos. —La conocía bien para saber que algo se traía entre manos, algo que la alegraba pero la mantenía nerviosa al mismo tiempo.
—Es justo. Entregaré tu carta mocosa. Aunque no lo creas, te quiero.
Diana sonriendo pese a su fiebre, se hundió en sus calientes cobertores para aspirar el aire de la libertad. Tenía al menos dos semanas para pasear con David cuando él no estuviera trabajando, para escaparse en las noches y tener largas conversaciones, serían sus dos semanas de entera felicidad y casi no podía creerlo.
1 de Noviembre 1841. Isère, Francia.
No había lugar al cual correr, tampoco su mente encontraba un buen escondite, no había tiempo para llorar o gritar, solo para intentar salvarse. Los cuerpos caían a su alrededor y el sonido de las escopetas, al ser usadas, torturaba sus oídos. Todo era gritos y sangre. Inconscientemente con su mirada no solo buscaba la salvación, buscaba a alguien, a ese único amigo que tenía en ese lugar, y ahora su vista había dado con él.
—¡Jude! ¡Jude! —Comenzó a jalarlo de su abrigo de piel. —Debemos irnos.
—No, debemos pelear. Tenemos que hacerlo.
—Jude son muchos, nos matarán, debemos huir, ven, corre.
Owen no quitaba la mirada de su alrededor y alerta jalaba a Jude para intentar escapar en alguna grieta en las montañas.
—Es igual, igual que hace años. Así mataron a mis padres, es la venganza, es el momento de vengarme.
—¡No! Es el momento de huir ¡Vámonos!
—No soy un cobarde, Owen.
Jude tomó una de las escopetas pertenecientes a un hombre caído, apartó de un empujón a Owen y se levantó a enfrentar al primer hombre que vio. Su tiro, el primer tiro de un principiante, fue acertado y los ojos de Jude brillaron al sentir que podía completar su venganza, esa que prometió cuando solo tenía siete años de edad y todo le fue quitado.
Owen con horror observó a otro hombre apuntando a su amigo y no dudó dos veces en usar un cuchillo y lanzarse sobre el fuerte hombre, sabía dónde tenía que apuntar, y logró clavar aquel cuchillo en su yugular, era el primer hombre que mataba y que no sintiera nada al hacerlo, lo dejó ido por un momento. Iba a celebrar su pequeña victoria con Jude pero un cuerpo pequeño cayó sobre él.
Asustado se dio la vuelta con el objetivo de empujar a quien estuviera encima de él, pero quedó paralizado al ver a su amigo con sangre en sus labios, buscando el aire que se escapaba de su cuerpo.
—¡No! ¡No! ¡Jude! Tú no ¡Jude!
Con lágrimas en los ojos arrastró el cuerpo de su amigo detrás de una de las tiendas de campaña. Colocó el torso de Jude sobre sus piernas y acarició sus cabellos, intentando calmarlo.
—Todo estará bien, ya verás, todo estará bien.
—Me vengué —susurró con una sonrisa en sus ensangrentados labios—. Me vengué de James Prestwick, maté a James Prestwick.
—Sí, lo hiciste, está muerto, lo hiciste.
Jude sonrió exhalando su último aliento, dejando en sus ojos ese atisbo de victoria por creer haber cumplido su venganza. Owen acercó el cuerpo de Jude a él, permitiéndose llorar efusivamente solo un poco más. Dejó a Jude a su lado y jaló el cuerpo de otro hombre para colocarlo sobre él. Ahí, observando el rostro de Jude, esperó hasta que todo terminara.
Tal vez lo único especial de Jude era parecerse a David, no era muy parecido a él, pero al menos era rubio y de su mismo tamaño. Tal vez después de todo no odiaba tanto a David como alguna vez dijo. Pero ahora Jude era solo una víctima más del monstruo que buscaría y mataría con sus propias manos. Jude no pudo completar su venganza, pero él sí lo haría.
—Yo te vengaré Jude.
23 de Julio 1849. Isère, Francia.
—Qué bueno es volver a casa ¿No crees? —comentó Joseph palmeando su espalda.
—Esto es absurdo Joseph, odio a James Prestwick, lo sabes ¿Qué pretendes probar?
—Solo quiero que no olvides. Esta es nuestra vida, el hielo, el frío, vivir escondidos, con hambre, huyendo, pero con un propósito, y solo no quiero que olvides ese propósito. No quiero que la ropa costosa, la buena comida, el calor de una cama, las sonrisas de una linda dama, que nada de eso haga que olvides quien eres. Iremos al campamento norte. Andando.
***
No quería sentirse emocionado por estar en el lugar que tanto odió, pero la verdad ese parecía ser su único hogar. Conocía cada tramo y vereda, cada depresión y sonido. Tanto tiempo en alta mar no le hizo olvidar el olor del hielo, el calor del sol no se asemejaba con el ardor del hielo en sus dedos. Sí, estaba en casa.
Unos niños curiosos se acercaron a conocerlo, y les dio lástima ver cómo crecían esos pequeños, igual que él. Había un pequeño de cabellos oscuros, de apenas unos tres años que se abrazó a sus piernas, y el gustoso lo cargó.
—Eres una cosa hermosa, pequeño.
El niño se abrazó a su cuello y metió su pequeña cabeza entre el cuello de Owen para quedarse dormido. Owen no se lo esperaba, pero se sentía bien.
Joseph le hizo señas para que lo siguiera, y con el niño dormitando en sus brazos, lo siguió. Muchos lo reconocieron y saludaron, creían que había desertado y ver que no era cierto, los alegró en gran manera.
La noche ya estaba llegando, hicieron una gran fogata, harían una celebración de bienvenida para Joseph y Owen. Siempre era buena alguna excusa para celebrar.
El pequeño en sus brazos comenzó a despertar, y una mujer joven se acercó para cargarlo, era su madre, así que Owen se lo entregó de inmediato.
***
Entre las llamas de la fogata veía al pequeño juguetear con su mamá, y al que suponía era el padre estar a su lado tallando lo que parecía ser un caballo de madera. Le pareció lindo verlos, y la nostalgia vino a él.
El campamento norte era el campamento dónde hace muchos años James Prestwick se encontró prisionero, pero fue liberado por la traidora Amelie, la hija del jefe. Amelie era odiada por todo el clan, y muchas veces habían intentado asesinarla, pero era resguardada por el rey. Cada vez que Owen se encontraba en ese campamento pensaba en lo mismo, qué habría sido de su vida si Amelie no hubiera ayudado a James Prestwick, y lo hubieran matado. Su vida no sería la de ahora, eso seguro, y aunque no podía retroceder el tiempo, igual no podía dejar de pensar en eso.
Ahora él estaba tan cerca de poder matarlo y acabar con todo, entonces ¿Por qué estaba dudando? No era por James Prestwick, era por su familia, ellos no tenían la culpa de su padre, y pensar así lo atormentaba.
Alguien colocó un plato con un pedazo de carne asada, en sus piernas. Agradeció con la mirada y tomó la carne seca con sus manos, saboreó el primer mordisco, lleno de sabores de antaño, cuando unos gritos lo hicieron levantarse lanzando el plato al suelo.
—¡Nos atacan! ¡Nos atacan!
El caos comenzó a reinar y el sacó su arma, corriendo hacia el lugar del origen de los gritos.
No tuvo que correr mucho, hombres en caballo venían hacia ellos matando a su paso, con sus armas y espadas.
Owen intentó juntar a los niños en una de las tiendas y se colocó frente a ella para proteger que nadie los lastimara. Como en los viejos tiempos, todo pasaba sumamente rápido a su vista. No había tiempo para pensar, solo para actuar. Acabó con cuanto hombre pudo, pero de pronto su vista se fijó en el niño y su madre ¿Cómo pudo olvidar al pequeño? Ella corría hacia él, buscando refugio, él extendió la entrada a la tienda, indicándole que se apresurara a entrar, pero ella calló a unos cuantos metros de la entrada.
Owen se arrodilló buscando al pequeño, lo arrastró, y dejó a un histérico niño dentro de la tienda. No había nada que pudiera hacer por la joven que yacía sin vida frente a él.
Vio de reojo a uno de los hombres que los atacaba, y distinguió el estandarte de la real corona inglesa, estaba escondido, para no ser visto, pero ahí estaba. Los llantos del niño, junto con aquel emblema, encendieron ese monstruo dentro de él, que creyó ya no existía, ese que le pedía destrozar a sus enemigos, hacerlos pedazos, destriparlos sin ningún remordimiento. Tomó una espada y dejó que el monstruo saliera.
***
Joseph observó a los lejos desde aquella colina a su joven experimento convertido en lo que era. Owen era su demonio asesino, y nada le dio más placer que verlo de vuelta.
—Ya no dudarás en seguir el plan.
26 de Julio 1849. Paris, Francia.
Adelaida corrió a la pequeña habitación que ocupaba en ese hotel. Daba gracias de no haber sido descubierta por su madre. Pudo salir y volver sin ningún inconveniente, aunque sus manos todavía temblaban. Sacó los dos pequeños frascos que guardaba entre los pliegues de su vestido.
"Ustedes me ayudarán a ser libre. Jacob estaremos juntos para siempre".
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Hola :) Lo prometido es deuda, les dije que venía capi hoy en la noche, y aquí está.
¿Acaso Diana no es de lo más viva echa la loca? jajaja
Y por fin James recibirá una carta de Stephanie.
Son muchas las cosas emocionantes que se vienen, ya quiero escribirlas, y el capi que viene estará de infarto.
Les recuerdo que comenzaré el 11 de noviembre una campaña para poder publicar Cupido en formato papel a todas las librerias del mundo y necesitaré mucho su apoyo. Por favor siganme en facebook como Nathaly Eunice, para estar enteradas de cómo pueden ayudarme, también en mi página que se llama La realidad de mi Irrealidad, y en dónde estaré hablando mucho de Cupido, como la hice, la elaboración del nuevo booktrailer, fotos de los personajes y otras cosas.
También, como todos los de aquí han leído Cupido, les agradecería mucho, mucho sus votos y comentarios en Goodreads, en el capi anterior les digo cómo hacerlo. Y eso es todo. Besotes!!!!! espero comentarios que amo leerlos.
Ah por cierto en Diciembre comenzaré a publicar una pequeña comedia que publicaré cada día de Diciembre, comenzará justo el jueves 1 de Diciembre, y cada capítulo pertenece a un día, estarán todo Diciembre acompañados de Lauren, que es la protagonista de esta comedia, y trata sobre una chica bastante tímida, que no es ni inteligente, lista, ni bonita o popular, y que este Diciembre decide comprarse un carro que no sabe manejar, y cada día verán su travesía por aprender a manejar mientras un auto azul le hace bulling automovilistico (¿Qué es esto? Bueno en Diciembre se enterarán?) jajaja. Se llama Between Tinted Glasses (Entre vidrios ahumados) y es que ella en su vida social es muy tímida y amable, pero en su mente es una amargadita de lo peor, que insulta a todo el mundo y quiere ver al mundo arder, y dentro de su auto lleno de papel ahumado, logra ser su verdadera versión. Dejará un mensaje muy lindo, y al menos ya saben que solo durarán un mes leyendola, porque el 31 de Diciembre se subiría el último capítulo. Es totalmente diferente a Cupido o Ennoia, pero si quieren reír un rato se las recomendaré.
Y bueno apenas estamos comenzando Noviembre, pero muchas cosas se nos vienen, la promoción de Cupido, los capítulos más intensos de Ennoia, nuevas novelas cortas. Así que estaremos activos. Mil gracias por su apoyo, sé que estos meses estarán tan activos como yo, ayudandome ¿Cierto? Besotes!!!!
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