Capítulo 11.- Un grito al vacío
9 de Julio 1849. Londres.
Owen no terminó de entrar cuando fue agarrado por los brazos y arrastrado hasta el patio dónde fue atado a un poste.
—¿Dónde estabas niño estúpido?
Gritó Joseph acertando el primer latigazo en las piernas de Owen.
—¡Responde! —Otro latigazo.
Owen solo presionó sus puños, cerró los ojos cuanto pudo y aguanto, era solo el principio y él sabía que eso pasaría, estaba preparado.
—¡Joseph! ¿Qué haces? ¡Detente! —Sebastian interpuso su brazo entre el látigo y Owen, recibiendo él, el inminente golpe. —¡Auch! ¡Desgraciado campesino!
Movido por la rabia sacó el arma de su pantalón dispuesto a dejar a Joseph, alguien muy inferior a él, muerto en ese instante.
—¡Hey, hey! —Francesco, otro miembro del clan se interpuso calmando la tensión. —Tenemos al idiota príncipe en la entrada, así que cállense todos.
—¡El príncipe! —exclamó Owen aun atado e intentando ver detrás de él.
—Sí, mismísimo inútil. —Sebastian le dio un manotazo en la cabeza, para disminuir un poco la rabia que tenía. —Algo hiciste que el príncipe te está buscando desde hace días, siempre manda a un mensajero preguntando por tu regreso. No sabes lo que hemos tenido que pasar, creímos que te habías largado, no sé qué explicación tengas, pero espero sea buena. Ahora, levántate hay que arreglarte, el príncipe sabe que volviste y te espera ¡Muévete! Owen ¡Muévete!
—Estoy atado, no ves —esbozó intentando no perder la paciencia.
—¡Desátenlo! ¡Desátenlo! El príncipe, el maldito príncipe está aquí. Y escóndanse, no puede ver que esta casa está llena de gente de extraña procedencia.
Owen fue jalado por las escaleras de la servidumbre a su habitación, donde le lanzaron tobos de agua helada para bañarlo, lo vistieron, peinaron y perfumaron. En minutos estaba listo.
Se vio en el espejo, notando más que nunca que se encontraba tras un disfraz. Era tanto lo que cubría y escondía ese fino traje. No tuvo mucho tiempo para pensar pues fue jalado y empujado escaleras abajo al pequeño salón donde un curioso Arthur lo esperaba.
***
Arthur vestía tan elegante como un príncipe siempre debía lucir, de color azul oscuro, con sus rizos dorados un poco largos y rebeldes, detrás de sus orejas. Ya estaba un poco aburrido de esperar, al menos agradecía que aquel hombre de acento raro desistiera de hacerle compañía. Bostezando rodó sus ojos por el lugar, se acercó a la ventana para observar un poco los alrededores, y todo estaba tan tranquilo y callado, que algo dentro de él no lo sentía seguro.
"No seas paranoico. Tú eres el extraño por vivir en un palacio dónde siempre, siempre hay alguien husmeando".
—Su majestad —llamó Owen sonriéndole desde la entrada, pidiendo permiso para atravesar la seguridad del príncipe.
—¡Lord Grant! —Arthur sonriendo se acercó haciéndole señas a sus guardias de alejarse. —Creo que exasperé a su tío preguntándole por usted cada día.
—Nunca imaginé que requiriera mi presencia, su majestad.
—Bah. Ya me cansé. —Dejó su cara de caballero serio para suspirar y sonreír ampliamente como el niño que era. —Llámame Arthur y yo te llamaré Owen. Siempre he querido sentirme mayor, pero ahora que tú lo haces, me resultó muy cansado para mi mente. Quiero que seas mi amigo.
—¡Amigo!
—Sí. Puedes ser mi amigo, después de todo no eres un viejo, yo no soy un niño. Aunque... antes... hum... ¿Conoces a la señorita Diana Conrad?
—¿Quién? Oh, lo siento, quería decir, no conozco a esa señorita. —Carraspeó acordándose que debía mantener los modales.
Arthur sonrió complacido. Owen le caía bien, solo no había tenido una buena impresión de él, por el detalle con que Diana lo miraba en el baile, pero ahora que sabía que él ni conocía a su amor secreto, sí podía aceptarlo como amigo.
—Entonces serás mi amigo. Ya le pregunté a papá, él le consultó al parlamento, y mi tío Alberth habló bien de ti, así que tengo el permiso de todos.
—¡¿Le preguntaste a tu papá?! Digo —carraspeando de nuevo— ¿A su real majestad el rey? ¿Y al parlamento?
—Mi papá no me quería dejar salir, le expliqué que iba a ver a un amigo, justo él estaba con el consejero y primer ministro, y comenzaron a interrogarme. Tuve que decirle tu nombre, y comenzaron a investigarte.
—¡¿Qué?! —Su semblante cambio, sus manos comenzaron a sudar y de pronto tenía mucha sed. No se supone que llamara tanto la atención.
—Pero como te dije el tío Alberth te conoce, está fascinado con tu habilidad en las cartas, yo quiero que me enseñes. Así que luego de discutir decidieron que sí eras apto para ser mi amigo. Toda la corona inglesa se sentiría muy ofendida si rechazas mi propuesta.
—Oh, no. Claro que no. Arthur, encantado de ser tu amigo, es solo que es la primera vez que comienzo una amistad de esta forma, pero entiendo que eres un príncipe y necesitas seguridad.
—Sí, mi vida es rara, pero tú me enseñarás como es el mundo ¿Lo harás, cierto?
Owen divertido asintió.
—Ven, iremos a que veas a Eleonora ¿Te acuerdas de ella?
—Cómo olvidarla. Dime que está siendo consentida.
—Sí, ya lo verás. Ven, vamos, será un largo día.
Arthur no dejó de parlotear durante su corto viaje a la casa de la madre del príncipe.
"A la final no tenía que conquistar a la princesa, solo hacerme amigo del príncipe ¿Para qué enredar todo? Con el príncipe entraré al palacio, seré su único gran amigo y listo, cumpliré mi objetivo. Será más fácil asesinarlo a él que a ella ¿No?"
Miró a Arthur quien no dejaba de hablar y reír, y esos rizos, esos ojos, trajeron a su memoria otros. No, tal vez no sería tan fácil hacerlo.
9 de Julio 1849. Perth, Escocia.
Doce días habían pasado desde que David llegó a la finca de Perth. Diana aún no podía creerse que él estuviera ahí. Adelaida constantemente le recordaba que debía disimular su gusto por el ex esclavo.
David nunca se esperó ser tratado de tan buen modo. El conde William tenía pensando entrenarlo para que fuera capataz, a su vista David era un joven muy inteligente y sabía que podría lograr que fuera fuerte y hasta un poco malvado. Necesitaba quitarle un poco la bondad de la que gozaba.
—¿Por qué no lo liberas? —preguntó Elizabeth que no soportaba la forma como su hija menor miraba al lindo sirviente.
—No está atado —contestó William sin mirar mucho a su esposa.
—Tampoco es libre, sigues con ese contrato de esclavo en tu escritorio. Si Mattew tanto lo quería por qué no solo lo dejó en libertad.
—¿A dónde iría? Eso contestó Mattew cuando le pregunté, me dijo ¿A dónde iría? Era un joven que las vería mal andando por ahí solo, tarde o temprano sería raptado por algún gitano. Lo mismo ocurre ahora, él no tiene a dónde ir, es mi responsabilidad, aquí está bien.
—Podrías darle la opción de elegir, tal vez no quiera quedarse.
—¿Cuál es tu problema, mujer? —preguntó exaltado— Preocúpate por gritar bastante en las noches cuando estoy en la cama, aunque no sientas nada, solo ese es tu deber.
Elizabeth totalmente ofendida y al borde de las lágrimas se levantó dispuesta a irse a su habitación.
—Ah y otra cosa. Creo que es hora de buscarle un prometido a Diana, tu niña está mirando hacia dónde no debe. No creas que no me he dado cuenta. Y la boda de Adelaida debería ser pronto.
—No se ha organizado nada de la boda de Adelaida, hay que mandar a hacer el vestido, los preparativos, todo, no es algo que pueda organizarse en dos días.
—Entonces comienza. No veo que alguien esté trabajando en ello, así que organiza la boda de tu niña, esa es tu tarea, así dejarás de pensar en la vida de los sirvientes.
***
Adelaida lloraba de la impotencia ¡Dos meses! En dos meses se casaría y ahora todo era más oscuro ante sus ojos. Antes creía estar resignada, pero ahora no podía pensar en un futuro sin su tan querido Jacob.
"¿Cómo podré dejar que me toque? ¿Cómo evitar vomitarme cuando me bese y su pútrida lengua se cuele en mi boca? ¡Agh! Sentir sus kilos de grasa sobre mí. No puedo, no puedo, ya no puedo".
—Tendremos que hacer un viaje a París para el vestido de novia. Estimo que a más tardar la semana que viene deberemos partir. —Habló Elizabeth intentando ignorar las lágrimas de su hija mayor. —Así que deberían ir escogiendo la ropa que lucirán en París, siempre es lindo ir allá ¿No creen?
—Yo ni iré madre —exclamó Diana con convicción. No quería separarse de David, aunque ello solo conllevara observarlo de lejos.
—Claro que irás, también necesitas un vestido para la ceremonia. Además vamos juntas a todos lados.
—No quiero ir. Pueden tomarle las medidas a Adelaida por mí. No hay mucha diferencia entre ella y yo.
—Diana, no está en discusión. —Ya molesta Elizabeth se posicionó frente a ella demostrándole que era un orden.
—Pero...
—¡Ay! ¡Cállense! —gritó Adelaida con toda la rabia y tristeza que tenía dentro de ella—. Tú Diana eres un egoísta ¿Acaso no ves lo que está pasando? Me casaré en dos meses y es obvio que no quiero hacerlo, ten un poco de respeto, solo piensas en el idiota esclavo. Y tú madre, te odio, te odio, por tu culpa estamos viviendo todo esto, te odio.
Llorando salió corriendo de la habitación y no terminó de correr hasta encontrarse fuera de la edificación. Aspiró el olor a las flores silvestres, sintió la helada brisa en su rostro y continuó corriendo sin rumbo alguno.
Cuando se sintió muy cansada se lanzó en el pasto frente a un gran acantilado. La vista era hermosa y por un momento pasó por su cabeza lanzarse a ese enorme vacío. Después de todo le diría adiós a esta vida observando algo maravilloso.
"No seas tonta, eres fuerte, eres más fuerte que todo esto. Te casarás, reprimirás las náuseas cuando te toquen, sonreirás y serás la mujer más enamorada frente a todos, y llorarás escondida en algún rincón, y cuando el tiempo lo estime conveniente matarás a tu esposo, serás millonaria, tendrás poder, y entonces tu vida, la verdadera vida comenzará, esto solo será un mal sueño".
No era propio de Adelaida acostarse en el pasto, pero le gustó la sensación de ver el oscuro cielo sobre ella. Era un breve momento de libertad, solo ella, el frío, aquel grisáceo cielo y algunas aves que lo adornaban.
"La vida es sencilla Adel, reír, suspirar y reír, no hay razones para sufrir. Tu sonrisa está justo ahí, solo muestra tus dientes y esos hermosos hoyuelos, voilà ya dejaste de llorar". Unas lágrimas se escaparon de los ojos de Adelaida ante ese recuerdo de su padre explicándole que no debía ser tan caprichosa. "Te extraño tanto padre, si estuvieras yo no tendría que casarme sin amor".
***
No supo en qué momento se quedó dormida, tal vez fue el exceso de tranquilidad, pero ahora estaba despertando y algo en sus piernas le impedía levantarse. Aturdida y con visión borrosa intentó sentarse, restregó sus ojos y lo que observó a su alrededor y sobre ella le hizo exclamar un grito de horror.
—¡Largo de aquí! ¡Chu! ¡Chu!
La oveja sobre ella parecía muy contenta durmiendo sobre las piernas de Adelaida, así que solo alzó un poco la cabeza y volvió a recostarse.
Adelaida estaba perdida entre las decenas de ovejas que comían a su alrededor y que confundían su vistoso vestido blanco con crema, con una oveja más.
—¿Qué es esto? ¡Aléjense! ¡Vamos, fuera!
Con asco empujó la oveja sobre sus piernas, y como pudo se arrastró lejos, sus manos se posaron en algo viscoso y gritó aún más del asco. Antes de ponerse de pie una de las ovejas pequeñas vino hacia ella y sin permiso mordió la pluma que salía de su hermoso sombrero, llevándoselo con ella.
—¡Dios! ¡Ayuda! ¡Fuera ovejas asesinas! ¡Fuera!
Los cascos de unos caballos acercándose alertaron a las ovejas, quienes nerviosas se arremolinaron más alrededor de Adelaida, quedando ella atrapada entre ellas, gritando y rogando que no la terminaran de lanzar por el precipicio.
—¡Oh! Qué desastre —exclamaron los dos hombre sobre el jinete, a los cuales Adelaida no había prestado atención.
—¡Esas ovejas son más! —Gritaron al unísono.
Iban a comenzar a discutir antes de observarse, pero dirigieron sus miradas el uno hacia el otro, cambiándolas por una de sorpresa.
—¡David! ¿Eres tú, David?
David con el ceño fruncido, se quedó observando al desconocido que lo llamaba por su nombre, hasta que pudo relacionarlo.
—¡Allen! ¡Allen Hazen!
—¡Oh! ¡Qué lindo! Encuentro de esclavos —esbozó con sorna, olvidándose un momento de las ovejas acorralándola—. Alejen a estas cosas asquerosas de mí ¡Ay! —gritó ante el empujón de una.
Allen observó a Adelaida solo un momento para bajarse del caballo y dirigirse hacia David.
—Amigo, hermano, ven acá.
Extendió sus brazos y se sumieron en un cálido y fuerte abrazo. Adelaida indignada rodó sus ojos, a la vez que dos ovejas se pusieron de dos patas sobre ella y la hicieron rodar al suelo.
9 de Julio 1849. Londres.
—Y... ¿En dónde estuvo, Lord Grant? —preguntó Aimé observando el suelo.
Fe una sorpresa para Owen llegar al hogar que ya conocía y encontrarse con que la princesa también estaba ahí. Incluso Arthur resultó sorprendido.
Ahora estaban sentados en el gran jardín esperando a Arthur y su búsqueda de unas buenas manzanas para Eleonora.
—Creí que solo el príncipe se preocupaba por mí, es una sorpresa y halago tener la atención de la princesa. —Owen sonrió observando la cara de desagrado de Aimé.
—Es difícil dejar de oír a mi hermano. Fue un gran suceso en el palacio la amistad que quería comenzar con usted.
—No sabe lo aliviado que me siento de ser digno de la amistad de sus altezas.
—¿Por qué no habría de serlo? ¿Esconde algo? —Sus penetrantes ojos azules observaban al detalle del mínimo gesto, pero Owen solo sonrió.
—Todos escondemos algo su majestad ¿Usted no?
—¿Qué habría de esconder? Como ya pudo notarlo no se nos permite si quiera hablar con alguien que los consejeros no hayan aprobado. Soy un libro abierto.
—Nadie lo es. Nadie puede saber los oscuros pensamientos de la mente.
—Solo se está haciendo el interesante —acusó.
—Tal vez. Si se dieran cuenta de lo común que soy se aburrirían rápido de mí.
—¿Por qué eso sería un problema? ¿Qué tenemos nosotros de interesantes?
—Son príncipes, los futuros líderes del pueblo, sus nombres sobrevivirán por eras, libros hablaran de ustedes, sus gustos, mañas, cualidades y debilidades. En muchos años sus huesos serán cenizas, pero los recordarán. Ya me lo imagino... "La hermosa reina Aimé Prestwick abolió la esclavitud, conquistó Francia, unió los pueblos de Escocia e Irlanda".
—¿Hermosa?
—No soy ciego, su majestad. El punto es que, tal vez, en medio de algunos esos libros digan... "Su más grande amigo fue Lord Owen Grant de Bélgica".
—Hagamos una pequeña corrección "El amigo del príncipe Arthur Frances Prestwick fue el apuesto Lord Owen Grant".
—¿Apuesto? —preguntó con la más grande de sus sonrisas.
—No soy ciega Lord Grant.
Owen agradeció que Arthur llegara con toda su algarabía interrumpiendo porque se había quedado sin palabras, buscando lo más elocuente para decir, pero cómo eso no podía ser considerado como flirteo. Lo que lo asustó fue encontrarse sonriendo demasiado por aquello.
—Su majestades tienen que estudiar —sugirió Lady Jaques acercándose a Arthur. —Ya fue mucho de divertirse por el día de hoy.
—Hoy es mi día libre. Mañana no saldré de la biblioteca estudiando, lo prometo. —Arthur miraba a su institutriz rogando. Ella le tenía un especial cariño al pequeño, uno más grande que el que sentía por la testaruda princesa. —Por favor, además prometo en la noche tocar claro de luna, sé cuánto te gusta ¡Por favor!
—Está bien, pero mañana estudiará bastante su alteza.
—¡Gracias! Ven Owen, iremos a cabalgar. Te mostraré el árbol del abuelo, el lugar preferido de Eleonora, y el mío.
—Iremos todos juntos, todos juntos.
Era el trabajo de la señorita Perk cuidar de los jóvenes príncipes, así que tomó un caballo, para acompañarlos, aunque el príncipe podía socializar con el joven aprobado por los consejeros, no era correcto que la princesa tuviera mucho contacto con él. Sería un escándalo que pasaran tiempo a solas, y ella había notado que Aimé se escabullía con demasiada regularidad.
—¿Qué tal una carrera? —sugirió Owen.
—Sí, sí. —Celebró Arthur.
—No, no, es peligroso. Iremos despacio, así es más divertido.
Todos observaron a la señorita Perk con descontento, pero se hicieron señas entre ellos y a tan solo unos metros de haber comenzado a cabalgar se dispusieron a hacer correr a sus caballos.
***
—Soy el mejor jinete del mundo. —Arthur no dejó de brincar ante su victoria.
—¿Cómo hiciste eso? —Una agitada Aimé lo observaba con reclamo. —Me asustaste, creí que te matarías.
—Soy veloz, eso es todo.
A Owen no le importó dejarse ganar por el principito, era su idea para hacerlo sentir grande. Se asustaba un poco al notar lo manipulador que estaba resultando ser. Aquel árbol frente a él era simplemente magnifico. Había algo en ese lugar que borraba su memoria, era como haber dejado de ser él, o por el contrario, ser el verdadero él, ese que no había sido moldeado por nadie.
—¿Han subido a la cúspide?
—¿Qué? —Arthur se acercó dejando su celebración a un lado.
—Has escalado a la cúspide ¿Cómo en la vista allá arriba?
—Nunca lo hemos hecho. Este árbol es como sagrado, no se nos ha ocurrido subir a él ¿Verdad Aimé?
—No, pero deberíamos hacerlo. Apúrate antes de que la señorita Perk por fin nos alcance. Lord Grant usted fue el de la idea, tenga el honor de ser el primero.
Owen dejó su chaqueta a un lado y comenzó. Arthur lo siguió, y la última fue Aimé, quien tuvo que anudar la parte inferior de su holgada y frondosa falda para poder trepar, aunque le costaba mucho esquivar las ramas que se aferraban a ella impidiéndole seguir.
Aimé no logró llegar muy alto porque el vestido pesaba y el descenso sería más difícil de lo esperado, pero Arthur y Owen sí llegaron a la cima, observando la gran vegetación a su alrededor.
—Es hermoso. —Lo verde de la vegetación y el azul del cielo se reflejaban en la profundidad de sus oscuros ojos azules, respiró y sí, no podía haber lugar mejor. —Grita.
—¿Qué?
—Grita, Arthur.
—¿Qué gritaría?
—Lo que sea, solo hazlo. Sentirás como tus pulmones se expanden, solo hazlo. Hazlo lo más fuerte que puedes, nunca más podrás hacerlo.
—Hum. Ya sé. ¡Diana te amo!
Owen no imaginó que Arthur tuviera tanta potencia en su voz, y un leve pitido comenzó a fastidiarle en el oído. El eco del inmenso vacío repitió las palabras de Arthur. El príncipe estaba feliz, y Owen sorprendido.
—¿Quién es Diana?
—El amor de mi vida. Algún día nos casaremos. Así será. Se sintió tan bien gritarlo por fin, siempre ha sido un secreto.
—Un secreto que todos saben —replicó Aimé desde abajo.
—Aimé grita, vamos es increíble. Tú amas gritar, hazlo.
—Esto es tan impropio, nos matarán por estar aquí. Mejor bajemos.
—Owen hazlo tú. Vamos es tu turno.
Owen lo pensó un momento, pero ese era su momento, siempre supo la palabra que quería gritar, había tanto dentro de él, pero todo se resumía en un solo deseo.
—¡Libertad!
Eso era todo, en aquello erradicaba el fin de todos los problemas, era lo único que deseaba, ser libre, porque nunca lo había sido, estaba sujeto a unos pensamientos que metieron en su cabeza desde niño, era el peón de un juego que no entendía. Él deseaba la suprema libertad, una que temía solo se alcanzaría con la muerte, porque ¿Quién es realmente libre?
No fue la palabra, sino la potencia, el sentimiento al ser exhalada, lo que erizó los vellos de Aimé. Owen no había podido escoger una mejor palabra. Algo afligida se dispuso a volver al suelo, a pisar la tierra y continuar siendo una prisionera, pero antes, antes debía gritar su gran secreto a voces, uno que era como el secreto de Arthur, el que pocos conocían y el resto solo prefería ignorar, uno que la hacía sentirse como un ser miserable, pero que a la vez le servía de pretexto.
—¡Te odio Charles!
Arthur solo calló al escucharla. Miró a Owen y encogió los hombros.
—Él no tiene la culpa de haber sido raptado —susurró al oído de Owen—, pero yo también lo odio un poco. No a él, a su recuerdo ¿Eso tiene sentido?
—Todo lo que sientas tiene sentido.
9 de Julio 1849. Perth, Escocia.
—Nunca te fuiste de Escocia. —David aún no se creía estar hablando con su antiguo amigo de la infancia.
—No. No sabes cómo te busqué hermano. Simplemente desapareciste y yo... yo me sentí tan culpable.
—Allen, no tienes porque, era el destino, supongo. Pero, mira, volvimos a encontrarnos.
—Es estupendo saber que estás bien, te ves bien. —Allen volvió a abrazarlo. —Vivo con Stefan, sabes.
—¿Sigues con él? ¿Cómo está?
—Muy bien, tiene un hijo. Estamos bien. Vine a Perth solo porque me ofrecieron un trabajo temporal cuidando ovejas, la paga es buena, así que aquí estoy. Y tú ¿Qué haces?
—Es un esclavo que pronto recibirá un merecido castigo si no me saca de este infierno —gritó Adelaida verdaderamente molesta.
—¡Esclavo! No voy a decir que nunca lo imaginé porque mentiría.
—Sí, esclavo. Se lo debo agradecer por siempre a una señorita de alta sociedad. —Miró a Adelaida de reojo, y ella se asustó.
—No sé qué pasa contigo esclavo, pero no lo toleraré.
—Sería tan genial si las ovejas la terminaran de empujar al acantilado. —Rio Allen. —Ve Adelaida, empújala.
—¿Cómo te atreves a llamarme por mi nombre? Irrespetuoso, igualado ¿Cómo sabes mi nombre?
—¿Ah? Le hablaba a Adelaida. —Miraba la confusión de la fina dama frente a él, y él mismo no entendía. —Adelaida, Adelaida, ella. —Señaló hacia Adelaida y ella estaba que explotaba.
—Sí, ese es mi nombre y no debería ser pronunciado por un esclavo. Ordenaré que te cuelguen.
—¡Es tu nombre! —La carcajada no se hizo esperar, y el propio David tuvo que esconderse detrás de su caballo para reír sin ser visto. —Adelaida es mi linda oveja jefa, la que tiene el cencerro, la que está ahí a tu lado.
—¡Una oveja se llama como yo! Que desagradable. Ya basta de risas ¡Esclavo ayúdame! Hazlo o lo pagarás.
—¡Hey! No tienes que tratarlo así. No es un animal. Personas como tú son realmente despreciables.
—¿Nadie te ha enseñado modales?
—¿Por qué? ¿Por no decirte, señorita, por no hablarte como si estuvieras muy por encima de mí?
—Lo estoy, estoy muy por encima de ti, somos dos clases diferentes de seres humanos.
—La que no tiene modales es usted señorita. Ni modales, ni cerebro.
—¡Allen, ya! Lo siento señorita Conrad. —Dispersó a las ovejas que estaban rodeando a Adelaida y extendió su mano para ayudarla a caminar, pero ello lo ignoró y siguió su camino.
—Iré a casa, y más te vale no demorarte mucho esclavo o se lo diré al conde Cowan.
—Tu tranquilo David, a esa pronto se la lleva un lobo.
David agrandó sus ojos, indicándole que debía callar, pero para Allen era difícil hacerlo.
—¡¿Lobos?! —Adelaida se detuvo.
—Sí, por qué cree que las ovejas se asustaron y vinieron al acantilado. Ahora debemos separar tus ovejas de las mías.
—Sí, no está tan fácil. —David con su cayado comenzó a separarlas. En eso se topó con Adelaida que lo miraba a la distancia. —Sigue aquí, señorita.
—Aunque lo desees no iré sola a que me coma un lobo, un oso, o lo que sea.
David suspiró, junto con Allen lograron separar las ovejas, aunque era difícil saber bien cuál pertenecía a cada quien.
—Hanna habría estado encantada entre tantas ovejas —mencionó Allen, entristeciendo de inmediato a David— ¿Qué será de su vida?
—¡Animal! —gritó Adelaida. Estaba alarmada por la reacción de David ante su novia muerta. —Ella está muerta, no deberías mencionarla.
—¡Hanna, muerta! ¿Cómo? ¿Cuándo? ¡David!
Los ojos de David se cristalizaron, pero limpió rápido las lágrimas que amenazaban con salir. Lo más difícil de que lo pusieran a cuidar ovejas, fue justo recordar lo mucho que Hanna las amaba, aunque luego le pareció que era la única forma de estar un poco cerca de ella.
—Hablaremos en otro momento de eso ¿Sí? Debo irme. Trabajo en la finca del Conde Cowan ¿Sabes cuál es?
—La he visto sí. —Triste también se acercó a abrazarlo. —Iré a verte. Tenemos mucho de qué hablar. Me alegra tanto haberte encontrado, eres mi hermano, lo sabes.
—Lo sé, tú también lo eres.
—Está oscureciendo, ya debemos volver. —Presionó Adelaida.
—No sé para qué las señoritas de sociedad se las dan de valientes para luego estar de damiselas en peligro.
—¡Ay, esclavo! No sé quién seas, pero lo pagarás. Todo esto lo pagarás.
—No soy esclavo. Y muero por ver cómo me haces pagar, Adelaida.
—Allen, ya. Señorita, vamos.
***
El camino fue silencioso. Adelaida nunca se imaginó estar caminando acompañada de un esclavo y un rebaño de ovejas.
"Debo admitir que Diana tiene buen gusto, el esclavo es hermoso, pero no tanto como Jacob, aunque... su tristeza le da un toque de... de..."
—¡Agh! Me harta que siempre estés triste —gritó. Era un pensamiento que no debía ser enunciado en voz alta, pero ahí estaba él mirándola con extrañeza. —Solo digo que... mi padre decía que hay muchas razones para reír.
—Usted sin duda alguna debe tenerlas, yo no.
—¿Cómo? Tú crees que mi vida es muy linda. Piensas que nadie sufre más que tú, no es así, yo debo casarme con un hombre que detesto, tengo que renunciar al amor de mi vida.
—El amor de mi vida ya no está, ni nunca estará a mi lado. Si tiene un amor ¿Por qué no lucha por él? Usted es libre, señorita Conrad.
—No existe nada como eso. Nadie es libre, ni siquiera esas ovejas.
—Las aves lo son, ellos son libres.
—Pero nadie puede ser un ave ¡Agh! Ves lo que haces esclavo, entristeces a los que están a tu alrededor. Andando, y no vuelvas a hablar, y ve adelante, ya no quiero ver tu rostro, ahora entiendo por qué Lord Cowan te tenía todo cubierto de pies a cabezas.
—¿Entiende? Yo aún no lo entiendo.
—¿En serio? A parte de esclavo, indocto.
—Todos los esclavos son indocto, señorita —replicó con sorna.
—Es mejor no continuar hablando.
En efecto no lo hicieron. Adelaida casi corrió cuando vio su hogar de nuevo y David dejó las ovejas en el corral, quiso dejar de pensar en Hanna, para sentirse feliz por haberse encontrado con Allen. Eran tres las personas en su vida que nunca pensó volvería a ver, y ahora las tres habían aparecido. Lamentablemente Hanna se había ido para siempre, y rogaba que su hermano y Allen, no duraran en su vida tan poco tiempo como ella.
***
Durante la cena William le notificaba a Lucas que los preparativos para la boda ya se pondrían en marcha. El hombre no pudo reprimir su emoción. Aunque su hermana había muerto y debían conservar el duelo, sus ganas de casarse iban por encima de cualquier protocolo.
Jacob había llegado tarde a la cena, y es que William se había autoimpuesto como su jefe y no lo dejaba descansar. Debía encontrar el oro de su hermana, que era una tarea pérdida, además de lidiar con mercantes inconstantemente. Jacob cada día odiaba un poco más al conde William, no entendía las razones para que William, su hermano mayor, se dejara dominar, por el millonario terrateniente, incluso era el conde el que elegía la fecha de matrimonio, el que le escogió una esposa, y el que administraba sus bienes. Entendía que ambos eran buenos amigos, pero toda esa situación ya era insostenible para el joven millonario que disfrutaba gastar su fortuna sin saber de dónde salía el dinero.
Adelaida observaba a Jacob y lo poco que disimulaba su frustración, y a su vez las palabras del esclavo no se borraban de su mente "¿Por qué no lucha por él?" Ella podía hacer eso, dejar de guiarse por lo correcto, tomar a Jacob y escapar, completar la historia que Hanna no pudo, ella era inteligente, su historia terminaría bien y no en tragedia.
Espero que llegara la medianoche y se escabulló de su habitación al porche dónde un amargado Jacob fumaba su pipa.
—¿Qué haces aquí? —preguntó intranquilo, observando a todas direcciones.
—Ya no soporto estar lejos de ti —repuso Adelaida, acercándose sonriendo. Estaba con su ropa de dormir, envuelta en un espeso abrigo.
—Adelaida sabes que debemos ser cuidadosos, estoy vigilado, tu padre me tiene vigilado, si descubren algo, yo...
—Él no es mi padre. Todos están durmiendo, solo quiero un abrazo. Ya pronto me casaré ¿Lo escuchaste?
—Claro que lo hice ¿En qué crees que he estado pensando? ¿Por qué crees que no he podido dormir? Pero siempre supimos que pasaría. Una vez estés casada, todo seguirá igual entre nosotros, hasta mejor. —Jacob no podía esperar a que su hermano desvirgara a Adelaida para él poder tomarla tanto como deseaba.
—No quiero esto.
—¿Qué dices?
—No quiero casarme, no lo soportaría, ya no puedo.
—No entiendo ¿Qué quieres?
—Estar contigo —susurró—. Te amo.
—Adelaida sabes que eso no es posible.
—Escapemos.
—¿Tomaste algo? ¿Estás bajo la influencia de alguna hierba? Tú y yo no nacimos par ser pobres, no funcionamos así, tú lo sabes ¿Quieres tener una vida nómada? Porque yo no.
—Pero... pero... yo solo quiero estar contigo ¿No te afecta compartirme con tu hermano?
—¿Tú qué crees? Me estoy muriendo, pero hay sacrificios que deben hacerse, estamos a merced de la voluntad de ellos, no hay nada qué hacer.
—Yo no quiero, no quiero, no quiero. —Llorando se hincó en el suelo. Jacob desesperado intentaba levantarla, no podían seguir ahí susurrando, los verían y tendría problemas.
Jacob ya se lamentaba el hecho de ilusionar a la mayor de las Conrad, creyó que ella era más madura y sensata, pero ahora sabía que solo era una niña enamoradiza. Ella lo metería en muchos problemas, debía acabar con eso ya. Cuando se disponía a hacerlo, a romperle el corazón, ella habló.
—Si tan solo estuvieran muertos.
—¿Qué dijiste?
—Que si tan solo estuvieran muertos. Seríamos felices si ellos no existieran.
—¿Qué estarías dispuesta a hacer para estar juntos?
—Lo que sea. —Limpió sus lágrimas y se puso de pie esperanzada.
—Entonces creo que tengo un plan. Nadie nos separará, amor.
9 de Julio 1849. Londres.
—Ay no, otra vez —suspiró Owen.
Fue jalado en cuando llegó, arrastrado hasta la silenciosa biblioteca, al menos no lo habían llevado al patio para azotarlo.
—Tienes muchas cosas que explicar, jovencito —acusó Sebastian.
—¿Qué ocurrió con Lady Cowan?
—La maté —contestó seco.
—¡Qué descaro! Ella...
—Ya sé lo que van a decir, ella iba a financiar nuestra causa, es mentira, no tenía pensado hacer nada de eso. Solo quería que alguien la salvara de manos de su cuñado, eso es todo, quiso pasarse de lista, dijo que nos entregaría a la corona y a cambio tendría el perdón de Inglaterra.
—¿Por qué Lady Cowan iba a necesitar el perdón de Inglaterra?
—Se metió con un protegido de la reina, o algo así. El punto es que ella está fuera de nuestro camino, tenemos el oro que traía con ella, y estoy seguro que ustedes ya le sacaron provecho.
—¿En dónde estuviste? —Preguntó Joseph.
—¿Sabían que me investigaron en el parlamento? —Con perspicacia cambió la dirección de la conversación.
—¡Qué!
"Sí, tuve la reacción que quería". Owen contó los hechos con los hermanos Prestwick y todos aún mantenían el susto de saber que investigaron a Owen y ellos no se enteraron.
—Al menos sabemos que hicimos las cosas bien ¿No? —alentó uno de los presentes.
—Así parece. Ahora que soy amigo del príncipe, no necesito conquistar a la princesa, entraré al palacio, mataré al rey y listo. En unas semanas todo estará hecho. —Owen parecía contento con su destino.
—Las cosas no son así, niño lindo. —Sebastian con su bastón empujó el pecho de Owen para que volviera a sentarse. —¿Nunca te hemos contado el plan completo?
—¿De qué hablan?
—Pongámoslo así, tú matas al rey ¿Y qué pasa? ¿Quién sube al trono?
—Aimé —contestó.
—Exacto, la hermosa princesa que ya todos están amando. En tu tiempo fuera se ha encargado de recorrer el pueblo y ser conocida por su bondad ¿Sabías? —Owen negó. —¿Sabes qué pasará con Aimé en el trono? Ella es ruda, eso se sabe, no escatimará en matar a quién sea, sin importar si perturba la conciencia de alguien o no. Ella hará eso ¿Estás de acuerdo? —Owen asintió. —Entonces sería más fácil vencer a James Prstwick, que ganarle a Aimé Prestwick.
—No estoy entendiendo nada ¿Qué es lo que quieren?
—Que dañes la reputación de la princesa. No podemos asesinar a padre e hija, lo de James Prestwick tiene que quedar como un accidente. Asesinamos a sangre fría a padre e hija y el pueblo no querrá a los franceses acá.
—Nunca nos querrán acá.
—Pero será peor. Tú, Owen tienes que hacer que la princesa se entregue a ti.
—¿Cómo entregar?
—EL significado más íntimo de entregar. Coloca un hijo dentro de ella. Será expulsada por la iglesia, repudiada por el parlamento y la cámara de lores, a ti te matarán eso seguro, y ella jamás podrá aspirar al trono. Cuando eso ocurra y James Prestwick esté devastado, entonces morirá, el único con poder para tomar el trono será Arthur, pero es un niño, demasiado niño e inexperto, ahí entraremos, y nos quedaremos con Inglaterra ¿No es maravilloso el plan?
—¡¿Colocar un hijo?! —Owen no escuchó nada más luego de aquella frase.
—Sí. Owen, Aimé Prestwick es tan hermosa como la madre, es la tarea más fácil que tienes, además es hasta como un premio, desvirgaras a una princesa, a una futura reina. Estamos siendo demasiado buenos contigo. Además ese hijo podría servirnos luego. Sigues de nuestro lado ¿Cierto?
Owen alejó a Sebastian de él y corrió hasta el baño para vomitar. Él no podía hacer eso, no podía engendrar un hijo para luego usarlo como arma en una batalla. Todos estaban dementes.
Sintió que Joseph entró al pequeño y oscuro lugar y se recostó en la puerta. Se acercó y acarició los rubios cabellos de Owen, quien estaba de rodillas intentando limpiar su boca.
—¡Oh, Owen! —Continuó peinando sus cabellos, como quien da consuelo. —Creo que esos años en alta mar borraron un poco el entrenamiento en las montañas.
—No, yo no. —Intentó alejarse, pero Joseph con brusquedad lo envolvió en su brazo, pegando el rostro de Owen a su estómago, asfixiándolo.
—Si Owen, debes recordar. Solo unos meses para que recuerdes y no olvides nunca más.
Owen intentó forcejear, pero había algo que le impedía hacerle daño a Joseph, después de todo él le enseñó a temerle desde que era un niño.
Joseph sujetó más el rostro de Owen contra su cuerpo. Él pataleaba buscando aire, pero finalmente su resistencia comenzó a disminuir hasta que se desmayó.
—Y yo que no pensaba volver a hacerte daño.
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Ta - da - ta - tan!!!!
El plan de Sebastian y Joseph es más perverso de lo que se pensaba, y el pobre Owen tendrá que volver a su vida anterior para recuperar un poco de ese lavado mental, cuyo único objetivo es acabar con la corona inglesa.
Mil gracias por leer, espero sus comentarios. Saben que los amo. Y saludotes!!!!
Oh y como siempre disculpen la demora
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