Capítulo 1.- Un inesperado Encuentro.

1 de Mayo 1849. La Rochelle. Francia

Sonreía con la salina brisa golpeando su cara, podía divisar aún a mucha distancia de él, el puerto que le daba la bienvenida a su hogar. Tanto tiempo en alta mar que solo deseaba poder pisar tierra firme.

El capitán comenzó a dar las respectivas órdenes para anclar el barco y todos obedecían con más del entusiasmo debido. Querían ver a sus familias, así que tomaron sus últimas fuerzas para cumplir su trabajo y correr a sus casas.

Él no esperaba que nadie fuera a recibirlo en el puerto, no había nadie que lo extrañara, por eso se extrañó, cuando al bajar, con su bolsa de piel colgando en su espalda, alguien posó su mano sobre su hombro.

—El niño volvió a casa.

Siempre reconocería esa voz y sabía lo que significaba que estuviera ahí con él. Pensó que después de tantos años se olvidaría de su existencia, pero al parecer debía continuar con su labor. Con pesar comenzó a seguir a ese que no sabía si llamar padre, tío o hermano, lo apreciaba mucho, pero detestaba el destino que había preparado para él.

Subió a la vieja carreta y observó con sentimiento el mar detrás de él, tanto tiempo queriendo volver para ahora solo querer estar perdido en alta mar.

—Ya tienes diecisiete años y eres todo un hombre. —Comenzó el hombre arreando a los caballos.

—Dieciséis aún. Todavía no ha sido mi cumpleaños, si es que mi fecha de nacimiento es la correcta.

—¡Cumplir años! Esos son cosas de damitas. Ya tienes diecisiete y mira cuanto has crecido.

En efecto el niño ya era todo un hombre. Era alto, incluso más que él, sus cabellos que antes eran rubios ahora se habían oscurecido un poco, en un tono marrón cobrizo, pese al sol en alta mar su piel era blanca y lo que nunca cambiaría eran esos ojos azules intensos, como el mar.

—¿A qué viene tanta amabilidad?

Solía tenerle mucho miedo al hombre a su lado, su nombre era Joseph, y desde que era un niño lo disciplinó de una forma poco ortodoxa, pero decía quererlo, y él en parte lo hacía también. Pero sabía que Joseph nunca era bueno con nadie y menos con él. Ahora que volvió a verlo notó que estaba más acabado. Mucho más delgado, menos cabello y una ligera cojera de la que aún no sabía la procedencia.

—Pensaba decirlo después de la cena. Pero, Owen ¡Llegó el momento! —Era la primera vez que lo veía sonreír y eso solo le indicaba que sus sospechas eran ciertas.

—¿A qué te refieres?

—Llegó el momento de la venganza. Por fin acabaremos con James Prestwick.

1 de Mayo 1849. Holstein, Pursia.

Diana no soportaba la ironía del Sr. Launsbury. Las paseaba a ella y a su hermana por aquellas hectáreas llenas de esclavitud, y se jactaba de ello como si fuera un trofeo para él.

Lo que más le indignaba era ver a Adelaida tan contenta, sonriendo de cada ocurrencia del Sr. Launsbury, aumentando el ego del estilizado pelirrojo.

Al llegar a Pursia les dijeron que el clima era siempre llovioso, no sería tan diferente al de Londres, pero en cambio esa mañana el sol no podía ser más implacable.

La carreta continuaba a toda velocidad por en medio de las plantaciones de café, tambaleándose por el maltrecho camino, revolviendo el estómago de Diana quien pensaba que ya no soportaría más.

Diana alzó un poco su vista ante un comentario del Sr. Launsbury, solo para notar que lo que decía era cierto, bien podían estar en un teatro a la esclavitud. Eran filas y filas de plantaciones, de hombres atados trabajando, arando o recolectando, eran rostros demacrados, tristeza, humillación. Diana no quiso ver más, abrió su sombrilla de encaje blanco y se acurrucó lo más que pudo en el asiento de ese carruaje sin techo, no quería ver, ni escuchar nada. Pero de pronto un ruido, junto con la carreta volteándose a un lado, la sacó de sus pensamientos.

—¡No puede ser! —Adelaida aterrorizada corrió hacia el otro lado del carruaje, esperando no caerse.

—¿Cómo es posible que la rueda se rompiera? —El Sr. Launsbury bajándose del carruaje inspeccionaba el daño.

Diana se bajó de inmediato y se quedó observando que estaban en medio de esas plantaciones, solos rodeados de esclavos y nada más. No le gustaba esa situación.

—Señoritas no se atemoricen, tomaré un caballo e iré a buscar un nuevo carruaje. Solo esperen aquí.

—No es necesario que vaya, mande a algún capataz o al cochero. —Para Diana el Sr. Launsbury era insoportable, pero era preferible a quedarse ellas dos ahí solas.

—No se puede confiar en esta gente. Iré y volveré pronto. Señorita Adelaida —Con caballerosidad tomó su mano. Adelaida sonrió y Diana volteó la mirada hacia otro lado. —Volveré pronto.

—Más le vale Sr. Launsbury —respondió Adelaida con esa voz seductiva que le encantaba usar.

—Pero...

Diana no tuvo tiempo de protestar más. El Sr. Launsbury se fue galopando, levantando una nube de polvo en su camino. El cochero, un señor moreno de mal genio, se quedó con ellas.

—Que buena idea venir a este lugar. —Protestó Diana echándose aire con su abanico.

—Hermana por qué siempre tienes que comportarte así. El Sr. Launsbury está siendo amable. El paseo me ha parecido agradable. —Adelaida no podía dejar de sonreír y así con esa sonrisa abrió su sombrilla.

—Solo recuerda quién es el Sr.Launsbury, y qué es lo que no debes hacer con él.

Diana siempre sabía ponerla de mal humor. Molesta observó la rueda rota y pensó en que alguien debía adelantar el trabajo para que cuando llegara el Sr.Launsbury se pudieran ir rápido de ese repulsivo lugar.

—¿Usted no piensa hacer nada? —Con despotismo le habló al cochero.

—¡Adelaida! —retó Diana en voz baja.

—Es que no ve. Hay que cambiar la rueda —continuó.

—Yo solo no puedo, señorita. —Resaltó lo último con un tono de burla que a Adelaida le molestó aún más.

—Entonces busque ayuda.

El hombre se cruzó de brazos frente a ellas recostado en el caballo que quedaba. Diana quería tomar a Adelaida subir de nuevo al carruaje e intentar esconderse entre sus sombrillas, pero Adelaida no tenía miedo, ese hombre le indignaba. Comenzó a ver a su alrededor y decidida comenzó a caminar hacia las plantaciones que estaban a solo un metro y medio de ellas.

—Adelaida ¿Qué haces? —Diana alcanzó a tomarla del brazo, pero ella bruscamente se soltó.

—Busco alguien que cambie esa rueda.

Ya sus finas botas estaban ensuciándose con la tierra, así que, daba igual ensuciarlas más. Varios hombres se encontraban, la mayoría eran de piel oscura, no tenían camisa y mostraban sus fuertes músculos sudorosos. Esos le dieron miedo. Así que se dirigió a uno que para su extrañeza estaba cubierto de tela de saco de los pies a la cabeza, pero era menos fornido o al menos eso parecía. Eran esclavos, así que no debía tener ninguna clase de modales.

—¡Tú! —extendió su sombrilla para tocar su brazo con la punta de este. Ya eso era desagradable, pero no vio otra manera de llamar su atención. Él reviró y ella continuó. —Ve a arreglar el carruaje. —Él no parecía tener intensiones de moverse. —¡Es una orden!

Él hombre miró a su alrededor y con temor la obedeció. Caminó hacia el carruaje, vio a otra señorita ahí de pie, pero solo acertó en bajar su mirada.

—Tú llorando porque este lugar es una carnicería de esclavos y resulta que aquí nadie sabe respetar, no saben quién es su amo. —Diana quería callar a Adelaida, pero ella continuaba. —¡Ya te dije! ¡Quita la rueda! ¡Muévete! Y usted —Reviró hacia el cochero. —¡Ayúdelo! U olvídese de continuar aquí.

El cochero a regañadientes se acercó y Adelaida un poco satisfecha volvió a abrir su sombrilla, pero en un movimiento descuidado de ella, la sombrilla se enredó con el paño de saco que cubría el rostro del esclavo. Jaló su sombrilla con total desagrado y entonces la pieza de tela se desprendió del rostro del esclavo y chocó contra el brazo de Adelaida

—¡Qué repulsión! —gritó histérica. Diana no pudo evitar sonreír.

Ordenaría que azotaran a ese infeliz aunque la culpa no fue de él, pero entonces lo vio.

—Lo siento, señorita.

Él escondía su rostro mirando al suelo, pero aún ella podía verlo. Adelaida se quedó un instante sin habla. Aquel esclavo era hermoso, joven, un muchacho en realidad, sus cabellos eran rubios, en un tono ni muy claro, ni muy oscuro, rizados y sus ojos eran muy azules. Diana lo observó también, pero la asustó el brillo que notó en los ojos de Adelaida.

—Lo pasaré por alto. Ahora continúa.

Él se agachó para tomar de nuevo el paño, pero Adelaida lo retiró a un lado con su sombrilla.

—Eso que se quede por allá.

Él asintió y se puso a sacar aquella rueda.

Adelaida continuaba mirándolo con admiración y Diana le llamaba la atención.

—Diana, no estoy haciendo nada incorrecto —murmuró.

—¡Es un esclavo!

—Lo sé, pero no vas a negar que es diferente. Es incluso más agraciado que Jacob.

—Jacob Launsbury no tiene nada de admirable.

—Entonces déjame observarlo. Ahora ye entiendo por qué Lady Cowan es tan asidua a tener esclavos ¿Cómo es que este no está en la casa grande?

—Adelaida, no se te ocurra.

Adelaida sonrió y el cuerpo de Diana se heló, no podía ser que su hermana fuera tan miserable. Vio al joven y sintió mucha pena por él, si Lady Cowan se enteraba de él, sería su fin.

—¡Esclavo! ¿Cómo te llamas? —preguntó mientras él ejercía presión en el carruaje para sacar la rueda— Si es que tienes algún nombre.

—No debería hablar con un esclavo señorita —mencionó el cochero quien extrañamente ahora se esmeraba por acabar rápido con esa tarea. Se interponía cada que podía entre ese joven y la visión de Adelaida y eso ya la estaba cansando.

—Y usted no debería decirle a una dama que está muy por encima de su clase social, lo que debería o no hacer.

—Adelaida, compórtate. —La tomó de nuevo del brazo haciendo que retrocediera dos pasos, pero Adelaida era demasiado terca para ceder.

—¡Esclavo! ¡Responde! —Con la punta de su sombrilla elevó la barbilla del esclavo para que la mirara. —¿Cómo te llamas?

—David, señorita.

Aquellos grandes ojos azules la miraron, y pudo notar temor en ellos y eso le gustó. Complacida lo dejó quieto, era extraño para ella sentirse así, sentía que no era un sentimiento bueno lo que el esclavo le provocó, así que se alejó un poco, hasta que el Sr. Launsbury apareció de nuevo.

***

Diana subió al nuevo carruaje que las fue a buscar y no pudo evitar revirar para ver al joven que dejaban atrás. Había algo en él que era diferente y no solo era su belleza, aunque ya era bastante inusual que un esclavo fuera como él. Se preguntaba por qué el joven estaba cubierto como si no quisieran que nadie lo reconociera.

Adelaida volvía a hablar amenamente con Jacob Launsbury, relatando toda su experiencia con el desagradable e irrespetuoso cochero. Diana observó que sonreía más porque en su mente algo estaba ideando, que por las elocuencias del Sr. Launsbury.

***

David continuó con su trabajo de retirar la rueda. Vio de reojo como las señoritas en aquel nuevo carruaje se perdían de su visión.

—No debiste decirles tu nombre. —Retó el cochero.

—La señorita lo preguntó.

—Hubieras inventado uno. Ojala la odiosa niñata esa no hable de más. Al señor Cowan no le gustará. —El cochero se veía muy preocupado y David no lo entendía. —Deja esto y vuelve a lo tuyo. ¿Dónde está Mateo?

—Unas reses se escaparon en el lado sur y él fue allá.

—¡Perfecto! Tú vuelve al trabajo.

David obedeció colocándose de nuevo la tela sobre el rostro. Nunca entendería la insistencia de su amo de mantenerlo así. Volvió a arar el terreno, pero no pudo evitar pensar en la señorita de negros cabellos que lo miraba avergonzada.

Cuando sintió que algo lo tocaba no imaginó que sería una dama tan hermosa la que lo hiciera. Nunca había visto a una mujer tan delicada, su piel parecía tan suave, sus ojos eran grisáceos, su rostro pequeño y fino como su cuerpo, pero era tan altiva y desagradable. En cambio la otra señorita, la que observó al acercarse al carruaje era pequeña y de rosadas mejillas, su rostro era un poco redondeado y sus ojos eran verdes como el olivo, ella parecía dulce. Ambas eran como perfectas muñecas que nunca pensó existieran, pero no debía pensar más en eso, él solo era un esclavo y sobretodo el no perdía la esperanza de encontrarla a ella, a su dulce y bella, Hanna.

***

Adelaida corrió a su habitación una vez llegó a la casa grande, necesitaba un buen baño con urgencia. Diana la siguió, en cuanto llegaron Adelaida no hizo más que preguntar por Lady Cowan y ya se imaginaba para qué la estaba buscando.

—Adelaida más te vale que no estés buscando a Lady Cowan para hablarle del esclavo.

—¿Por qué no puedo hacerlo? Es un esclavo y podré ganarme más el aprecio de mi futura hermana. —De inmediato cayó en cuenta de lo que decía. Lady Cowan sería su futura hermana, pero no porque ella fuera a casarse con el hermano de esta que quería.

—¿De verdad lo harás? —Diana sabía que Adelaida sentía una predilección muy grande por Jacob Launsbury, el hermano menor de Lady Cowan, pero no era para él que su hermana mayor estaba destinada.

—No tengo opción, es lo que el conde desea. Y al conde hay que darle todo lo que quiera.

—¿Por qué mamá se casó con él? Es como si nunca hubiera amado a nuestro padre.

—No digas eso, mamá rechazó el ser reina del reino unido solo por él. El rey Alexander habría sido nuestro padre, y nuestra madre tendría el lugar de la tía Stephanie, pero ella por amor rechazó todo eso ¿Qué querías que hiciera? Nuestro padre no apareció por un año, no podíamos quedarnos en la calle. Ella hizo lo que debía hacer.

—Era mejor ser sirvientas que humillarnos como lo hacemos día a día con el conde Cowan. Mira que obligarnos a llamarlo padre. —Diana no lo soportaba, veía lo mal que trataba a su madre, lo déspota que era con todos, estaban viviendo una pesadilla. Ahora Adelaida tendría que casarse sin amor con un hombre veinte años mayor que ella, solo porque el conde así lo dispuso, y quien sabe que pretendía hacer con ella ¿Cómo la vida les pudo cambiar tanto?

—Diana por suerte, aunque me toleres tan poco si me caso tendré mucho dinero y tú no tendrás que casarte por conveniencia. Luego no digas que soy una mala hermana mayor.

La sirvienta de Adelaida entró para avisarle que el baño ya estaba listo y ella cambió su semblante triste para volver a sonreír.

Diana se recostó en la cama cansada ¿Podía ser que Adelaida no fuera tan vil? ¿Sí estaría dispuesta a casarse para protegerla? Recordó que cuando eran niñas Adelaida actuaba como su hermana mayor, siempre protegiéndola, pero luego comenzaron a ser muy diferentes. Diana era más apegada a su padre, le encantaba estar con él en la destilería, aprendiendo el oficio familiar, él era bueno, cortés. Y Adelaida era más apegada a su madre, siempre esmerándose en lucir perfecta, le gustaba llamar la atención de los caballeros, que a su corta edad ya deliraban por ella, y eso a su madre parecía divertirle. Casi no podía creer que detrás de tanta vanidad hubiera algo bueno, pero bien podía equivocarse.

***

—Diana anda exaltada porque vimos a un esclavo bastante inusual —comentó mientras su sirvienta alisaba sus cabellos.

—¿Inusual, señorita?

—Es... hermoso. Claro, es un mugriento esclavo, pero hasta ahora no he visto a alguien con tales facciones. —La sirvienta notó la mirada pérdida de su ama y sonrió. Solo actuaba así cuando hablaba del joven Jacob Launsbury, a quien ella decía amar. —Sus cabellos son rubios y sus ojos azules como... —Buscaba en su cabeza alguna relación. —Como... el cielo. Y tenía miedo, creo que nunca ha hablado con damas de mi categoría, lo cual es razonable. Al menos tiene nombre, se llama David.

El cepillo con el que la joven sirvienta peinaba sus cabellos cayó al suelo y Adelaida se alarmó.

—¿Ocurre algo?

—No, señorita. Solo tuve un mareo, creo. Discúlpeme.

—No hay de que Hanna, solo prosigue. Verás hoy estábamos en las plantaciones...

Todo el relato que vino después fue solo un murmullo lejano para Hanna, continuó peinando aquellos lacios cabellos oscuros, pero su mirada se perdía en aquella ventana que mostraba los sembradíos allá muy lejos de ellos ¿Podía ser aquel esclavo su David? El David que no veía desde hace cinco años.

Una vez ayudó a Adelaida a estar lista para la cena, salió al patio trasero y se quedó observando las grandes leguas de terreno frente a ella. No podía creer que David pudiera estar allá, tan cerca y lejos de ella. Quería poder verlo, pero ella no podía ir sola a la casa de los esclavos. Estaba anocheciendo, así que se sentó al borde de las escaleras del granero y rogó a Dios que si David estaba ahí le dejara verlo tan solo un momento.

1 de Mayo de 1849. Escocia.

Ella con su arco en mano y sus cabellos sujetos en una trenza, corría escondida entre los árboles, con sigilo. Aquel gran ciervo por fin se detuvo a comer y ella extendía la cuerda de su arco, con la flecha presta a clavarse en el corazón del bello animal, cuando ya iba a soltar su flecha, un joven con una oveja en sus manos apareció espantando al ciervo.

De la ira tuvo ganas de clavar aquella flecha en el corazón de aquel torpe. El joven aún no había reparado en su presencia y continuaba su camino batallando con la gran oveja que quería escapar.

—¡Detente, ladrón! —gritó saliendo de su escondite y apuntándolo con su flecha.

Él joven se detuvo, pero al mirarla sonrió. No le tenía miedo y eso la llenó de indignación.

—¿A dónde piensas que llevas esa oveja? No te pertenece.

—¡Cómo! —exclamó sin ninguna educación y eso la sorprendió. Nadie se atrevería nunca a hablarle así.

—Estas son las tierras de la corona, esa oveja no te pertenece. Suéltala o no seré tan indulgente.

—Estas no son tierras de la corona, creo que ya sobrepasó el límite. —Notó como la joven comenzó a mirar a su alrededor y eso le causó risa, en cuanto la mirada llena de ira de ella se posó en él, intentó disimular acomodando mejor a la oveja que no dejaba de revolverse. —Es mi oveja está herida, así que me la llevo.

—No le creo, compruébelo. —No dejaba de apuntarlo.

—¡Qué! Mira niña no tengo tiempo de juegos ¿Crees que esta es una oveja de la corona? Ven a inspeccionarla tú misma.

Ella sin dejar de apuntarlo comenzó a bajar la colina, pero una voz la detuvo.

—¡Su alteza! —Su estricta institutriz llegó con las mejillas rojas por el ejercicio de buscarla. —Sabe que no puede salir de los linderos del reino. —Preocupada observó al zarrapastroso joven frente a ella. —Usted qué clase de irrespetuosos es, inclínese ante la princesa.

—¡Princesa! Fue ella la que me detuvo —protestó.

—¡Qué insolencia! Su real majestad para usted. Haré que lo encierre de inmediato ¿Cuál es su nombre?

—Soy Allen Hazen. Sr. Hazen para usted —bufo. La gran señora no podía creer tanto cinismo. Ella en cambio sonrió. —Y soy el herrero de por acá, a sus servicios.

—¡Guardias! —Comenzó a gritar.

—Señorita Perk, déjelo. Yo intenté matar a su oveja, es mi culpa. Volvamos a casa.

Ella no dio oportunidad a protestas, simplemente colgó su arco en su brazo, devolvió la flecha a su carcaj y se dio la vuelta. La señorita Perk miró con reprimenda una última vez a Allen y se apresuró a seguir a su pupilo.

—Aimé, sabe que no se le está permitido salir sin alguien que la acompañe. —La señorita Perk intentaba mantener el paso de la joven que casi corría por el bosque.

—Yo salí del palacio con compañía, no puedes retarme por eso —retó con ironía. En efecto ella salió con un gran grupo de guardias resguardándola, pero luego decidió dejarlos atrás.

—No puede continuar así. Aimé usted es la próxima heredera al reino, sabe que tiene una responsabilidad con la corona, usted...

—Sí, lo sé. Crecí sabiendo que esa asquerosa corona alguna vez será mía. Con todo el reino protegiéndome para que no fuera a tener el destino de mi hermano que falleció. Esto es un castigo que no merezco, he vivido por siempre en una jaula, así que no impedirás que al menos disfrute de lo único que no me hace sentir presa.

Dejó a su institutriz afuera sin saber qué decir y entró al palacio. Molesta lanzó su arco y su hermano Arthur lo sujetó antes de que se estrellara contra el piso.

—¿Mal día princesa? —preguntó divertido.

—¿Mal día princesito? —remedó y él sonrió.

—El almuerzo está casi listo.

—No tengo hambre.

—Aimé no seas así, detesto comer solo —rogó y ella no le podía negar nada a su pequeño hermano. Ella deseaba tanto que él tuviera más libertad, la que a ella se le fue negada, pero él vivía tan preso como ella, así que no tenían más opción que apoyarse el uno al otro.

—¿Y mamá? —preguntó acercándose a él y despeinando aquellos rubios rizos.

—En su habitación. Sabes que hoy es el día.

—¡Agh! —Hizo una mueca de desagrado. —Odio ese día. En más odio a nuestro hermano, de Charles no haber existido nunca, nuestra vida no sería tan miserable.

—Él no tuvo la culpa de que se lo llevaran ¿Nunca has pensado qué pasaría si de verdad como dice mamá no está muerto y aparece?

—Lo lamentaría por él. El pobre como siempre tendría toda la atención de nuestros padres, ocuparía su lugar como heredero al trono y yo me libraría de ser la perfecta princesa. Si está vivo no sabe de la que se salvó al no estar aquí. Si volviera sería ideal, pero eso no pasará, no hay un príncipe vagando por algún lado, solo somos tú y yo princesito, ahora vamos a comer.

1 de Mayo 1833 Escocia.

En tan solo dieciséis días más su pequeño cumpliría su primer añito. Ya caminaba como un experto. No había nada que Stephanie disfrutara más que verlo caminar con sus piernas regordetas. Era tan hermoso que le era imposible dejar de verlo.

Casi no tenía cabello y su cabeza era grande, lo que tenía por cabello era una escaza pelusa rubia de la misma tonalidad que los cabellos de Stephanie. Sus ojos eran grandes y del mismo color que los ojos de James, tenía largas pestañas y era grande. Aún no hablaba, solo balbuceaba. Stephanie se la pasaba hablando con él y él no se cansaba de contestarle en su propio lenguaje.

Pronto sería su primer año y harían una gran fiesta en su honor. Stephanie no entendió mucho la insistencia de James en que fuera en Escocia y no en Londres, pero para ella que disfrutaba más del campo que de la ciudad, la idea era perfecta.

Antes de que naciera su bebé, muchas veces sintió que el palacio no era su hogar. No se acostumbraba a esa vida de tantos formalismos, pero solo bastaba ver a James para sentirse en casa. Él la amaba como a nadie y ella a él. Ahora que tenía a su bebé cualquier incomodidad en el trono se fue, cuando James no estaba ya no se encontraba sola, siempre lo tenía a él, a su hermoso Charles.

—Es un día hermoso ¿Verdad Charles? —Stephanie jugaba con sus piecitos, mientras él reía acostado sobre esa manta en el pasto de la montaña. —¿Extrañas a papá? Claro que lo extrañas. Papá juega contigo y te monta sobre su hombro, y te gusta cuando te hace cosquillas, pero yo también sé hacer eso. —Con cuidado comenzó a jugar con sus dedos en el abdomen del pequeño haciendo que él carcajeara llenando el solitario lugar de los ecos de su risa. —Pero más quieres a mamá, porque ella siempre está contigo y tú eres todo para ella.

El pequeño ya no quiso estar acostado y se dio la vuelta para levantarse y correr alrededor de Stephanie en círculos, ella lo tomó de la mano y comenzaron a dar vueltas.

No estaba sola unos guardias la acompañaban, aunque mantenían la distancia, ya ella se había acostumbrado a que fueran siempre su sombra.

—Debemos volver, Charles. Tu abuela ya debe estar por llegar y se muere por verte.

Los guardias la ayudaron a recoger las cosas y ella cargó a Charles aunque él prefería caminar. Se entretuvieron jugando con las flores del camino y entonces escuchó un sonido que su mente identificó como un disparo. Reviró asustada cubriendo a Charles con sus brazos, hundiéndolo más en su pecho. Uno de los guardias detrás de ella cayó muerto y ella asustada resistió las ganas de gritar. Mas disparos llegaron de varios lados y de pronto pudo ver a unos cuantos venir corriendo hacia ellos, no estaban muy lejos.

Sus guardias preparando sus escopetas los enfrentaban y ella atinó en correr todo lo rápido que sus piernas la dejaban. Charles lloraba en sus brazos y ella corría agachada esperando que alguna de esas armas no la alcanzara. Todo pasó muy rápido, pero ella observaba todo muy lento, continuó corriendo rogando poder llegar al palacio, pero él se puso frente a ella.

—Pensé que sería más difícil hacerse con el niño.

Stephanie no podía creerlo, verlo ahí frente a ella, se supone que él había muerto. Agitada y espantada retrocedió, pero él reía con su dentadura amarillenta y de inmediato unos cuatro hombres más la rodearon.

Los vio a todos, desesperada, buscando una forma de escapar y presionando más a Charles a su cuerpo.

—Veo sorpresa en su mirada su real majestad ¿Acaso mi hijo no le contó sobre mi advertencia?

Stephanie no entendía una sola palabra.

—¡Déjeme ir! —gritó e intentó empujarlo, pero él la tomó de los brazos.

—Podrás irte linda esclava, solo que sin el hermoso niño en tus brazos.

Los ojos de Stephanie de inmediato se llenaron de lágrimas y su corazón palpitó tan rápido que sentía se saldría de su cuerpo.

—De todas formas es mi nieto, debería crecer con su abuelo y ser un hombre de bien. Aunque si es demasiado lloroso entonces tal vez no lo soporte.

—¡Lárgate, escoria! —Lo pateó en sus partes e intentó correr, pero volvieron a sujetarla. George se irguió luego del dolor y la volteó la cara de una cachetada.

—Aun me provocas esclava, pero no es el momento.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritó y gritó, pero eso no parecía inmutar a George, él solo reía.

—Dame a mi nieto, hazlo por las buenas y no pasará nada.

—¡Jamás!

Con su mano hundió la cabeza de Charles que gritaba, en su pecho y sintió como su cara era víctima de un gran golpe de parte de George. Los hombres la soltaron en el momento preciso para que cayera al suelo. Aun así no soltó al pequeño.

Uno de los hombres se agachó a coger al bebé, pero Stephanie luchaba, otro golpe y otro finalmente hizo que liberara sus manos. Llorando y casi inconsciente se retorció en el suelo buscando las fuerzas para tomar a su bebé de vuelta.

—¿Cómo vivirás ahora sin saber qué pasó con él? —Tomó a Stephanie de los cabellos y se acercó a su oído. —Si está vivo o muerto, algo te aseguraré no seré bueno con el pequeño.

—¡Desgraciado! —Intentó ponerse de pie pero George sujetó de nuevo sus cabellos y golpeó su cabeza con una roca.

Sus oídos se sellaron y todo se nubló, vio a su pequeño llorando, extendiendo sus manos hacia ella y ese grito que nunca se borraría de su mente.

—¡Mamá!

Él por fin le había dicho mamá. Así con la imagen de él, llorando, alejándose de ella, se desmayó.

1 de Mayo 1849 Escocia.

Stephanie limpió sus lágrimas, estaba ahí sobre la roca que su cabeza fue golpeada, en el lugar que su vida se hizo más oscura, en la montaña en que su alma fue arrancada. Ya habían pasado diecisiete años, pero ella no dejaría de sentirse abatida. Ya hace mucho tiempo fue hora de que se resignara a que Charles no volvería, pero ella no podía, soñaba con el día de verlo de nuevo, ya no sería un bebé, y no podía adivinar como se vería ahora, pero sabía que al verlo lo reconocería, su corazón se lo diría.

Sintió que unas manos se entrelazaron en su cintura y sonriendo las tomó y acarició esa cara que se asomaba por su hombro.

—¡Te amo! —dijo el pequeño con ternura.

—Y yo te amo, te amo, te amo, mucho, mucho. —Stephanie hizo que se pusiera frente a ella y comenzó a hacerle cosquillas. Él vestía unos pantalones cortos color caqui, y un gran suéter azul marino. —Perdóname si algunas veces he estado pérdida.

—Charles es el favorito pero no me quejo. Estoy seguro que soy más apuesto que él. Dime que al menos fui un bebé más lindo. —Stephanie sonrió y despeinó sus cabellos.

—Nunca cambies, nunca dejes de quererme. —Stephanie con melancolía acarició su rostro.

—Nunca lo haré, no soy tan malhumorado como Aimé.

—¿Qué dices de mí, princesito? —Ella apareció y Stephanie no se acostumbraba a que ya era todo una señorita. Recordó que a su edad Elizabeth ya tenía más de una historia de amor. En cambio Aimé vivía de un palacio a otro, con profesores particulares, sin amigos y eso la entristecía.

—Nada ¿Papá vendrá? —preguntó Arthur.

—Nuestro padre no viene nunca en estas fechas —respondió Aimé.

—Cierto —suspiró Stephanie— ¿Quieren ir a pasear?

Los ojos de Aimé se alumbraron.

—Quiero visitar a un viejo amigo, hace muchos años que no lo veo y hoy me acordé de él.

—Odio las visitas protocolares. —Aimé se lanzó en el pasto con molestia.

—No es una visita protocolar. Tal vez ni siga aquí, era un herrero.

La palabra "herrero" destelló en la cabeza de Aimé. No quería mostrarse ansiosa, pero por alguna razón tenía curiosidad de ver de nuevo al joven de la oveja.

—¿Puede hablar con un herrero? —preguntó Arthur incrédulo.

—Fue un viejo amigo, en realidad solo lo vi una vez, pero fue un buen amigo por las horas que duró. Por cierto tu padre se puso celoso de eso, no lo admitió al instante, pero le carcomía que hubiera hablado con el herrero. —Arthur rio. —Entonces... ¿Vamos? El río es lindo.

Aimé sin mostrar mucha emoción se puso de pie y Arthur comenzó el camino antes que nadie.

1 de Mayo 1849. La Rochelle. Francia

—¿Qué ha cambiado que ahora es el momento? —preguntó Owen tomando un poco de vino.

—Tenemos todo el apoyo necesario. Las armas, el dinero, tenemos poder.

—Creo que el Rey sigue siendo igual de poderoso y fuerte ¿No? —refutó

—Sí, hay que buscar la forma de debilitarlo. Y tenemos el blanco perfecto. La futura heredera al trono, la han estado vigilando y es rebelde, le gusta escaparse, cazar al parecer. Ella es el flanco débil.

—¿Qué piensan hacer? ¿Secuestrarla? Si mal no recuerdo ya le secuestraron un hijo hace años.

—No fuimos nosotros —aclaró y tomó otro trago de cerveza—. Y no la vamos a secuestrar, necesitamos infiltrarnos en su vida. Para eso estás tú aquí.

—¡Qué! —todo el líquido en su boca salió mojando a un furioso Joseph.

—Niño no eres lindo de a por gusto. Tienes la edad adecuada, eres nuestra gran esperanza.

—¡No! No lo haré. Envíame a que clave una espada en el estómago de James Prestwick, a que le arranque la cabeza o algo así, pero no a que conquiste a su hija.

—Mira inútil. Por culpa de ese imbécil hemos tenido la vida que tenemos, escondidos, muriéndonos con el frío de estas heladas montañas. Es la hora de vengarnos y no importa el precio. Harás todo lo que se te ordene y lo harás bien ¿Entendido?

Owen no tuvo nada más que decir, asintió y dejó la mesa para hundirse en su cama. ¿Cómo él podría conquistar a una princesa?

1 de Mayo 1849. Holstein, Pursia.

Lady Cowan por fin hizo acto de aparición horas antes de la cena. Era una mujer de alta estatura, y de fina elegancia. Ya tenía unos cuarenta y seis años, pero gozaba de una belleza muy aristocrática. No era muy aceptada en la alta sociedad debido a su vida libertina que no evitaba esconder de nadie. Era la esposa del Lord Cowan, un hombre que ya entraba a los setenta años y que ahora se encontraba enfermo.

Nadie le podía decir a Esther Cowan lo que debía hacer, ella era siempre la que daba las órdenes, así que puede que nadie le tuviera respeto, pero todos la temían. No estaba para nada complacida de estar en Pursia, no era su lugar favorito en el mundo, y sin embargo, ahí se encontraba, para atender los asuntos de su esposo que a duras penas podía mantenerse en pie. En realidad estaba ahí para asegurarse de estar en su testamento como heredera de todo. No tenían hijos porque ella era estéril y él la amo tanto que no le importó. Ahora, sin embargo, a duras penas toleraba a su esposa.

Adelaida la encontró en la mesa del recibo tomando un poco de coñac, así que se acercó a ella. Adelaida le tenía terror a Esther, pero siempre lo disimulaba muy bien, ella sabía que era mejor ser amiga de la hermana de su futuro esposo.

—¡Oh! Pequeña, debes estar tan aburrida como yo en una hacienda como esta. Y lo estarás más cuando llegue Lucas.

—Yo aprecio a su hermano Lady Cowan. —Intentó sonar lo más sincera posible.

—¿En serio? Ni yo lo aprecio, y no encuentro ninguna cualidad en él, para que alguien lo aprecie. No se te olvide que yo me casé por las mismas razones que lo harás tú. Todo es dinero, el dinero te da libertad, y si sabes usar tus armas, tendrás mucha libertad. Aprende de mí. Si eres mi amiga puede enseñarte muchas cosas.

—Espero que me considere su amiga, para mí sería un honor.

Esther no dijo más solo continuó tomando su bebida y comenzó a mirar los guantes de sus manos. Usaba un vestido muy extravagante de color púrpura. Adelaida sintió que el silencio no podía ser más incómodo y la tomaría por una niña aburrida. Diana se lo advirtió mil veces pero ella debía usar la única carta que tenía.

—¿Sabe que ese lugar no es tan aburrido? Hoy estábamos paseando por los sembradíos y encontramos a un esclavo como ningún otro.

—¿A qué te refieres? —Esther se incorporó interesada.

—Bueno... era un esclavo... muy... —La verdad no encontraba como decirlo, ahora se arrepentía de haber comenzado— ¿Apuesto? —exclamó como pregunta.

—¡Apuesto! Recorro los sembradíos cada que vengo. Incluso ordeno que los pongan en fila para conocerlos, no hay nada bueno acá.

—Le aseguro que era de muy buen ver. De cabellos rubios y ojos azules, de nariz fina y...

—¡Cabellos rubios! ¿Cuántos años tiene?

—Se ve joven, muy joven. Se llama David.

—Si es cierto lo que dices te regalaré mi collar de rubies.

Esther no esperó más y se puso de pie buscando a su mayordomo. Haría que trajeran al esclavo que tenía suspirando a la hija mayor de Elizabeth.

***

El capataz suspiró cuando oyó la orden. Al señor Cowan no le gustaría nada enterarse que su esposa se llevaría a su protegido, pero él no podía hacer nada en contra de la nueva jefa.

—David, acompáñalos a la casa grande.

Él estaba comiendo, así que se levantó limpiando sus manos en los harapos que eran su ropa y se paró a su lado. Desde hace dos años que no visitaba la casa grande, se asustó al pensar que tal vez Lord Cowan estaba delirando y lo había enviado a llamar, después de todo, en los tres años que llevaba ahí, Lord Cowan se había convertido en algo así como su padre, lo quería mucho, aunque todo cambió cuando cayó enfermo.

—Mira muchacho. —Lo detuvo el capataz antes de que saliera. —Más te vale que obedezcas en todo lo que te ordenen.

Él asintió, pero no entendía nada. Al parecer todos lo miraban con lástima ¿Acaso lo venderían?

Con mucho miedo llegó hasta la parte trasera de la casona. Le ataron las manos a un poste cercano y eso lo aterró más.

—No pienso escapar —dijo.

—Son órdenes.

No estuvo solo por mucho rato. Una mujer que nunca había visto vino hacia él. Su vestido alumbraba con la luz de las lámparas de keroseno. Por alguna razón tuvo miedo cuando ella se acercó a él. Sin miramientos tomó su cara y lo forzó a verla.

Él no sabía hacia qué dirección mirar. Ella no dejaba de inspeccionarlo, pudo ver que sonreía complacida.

—¿Te llamas David cierto? —Él asintió. —¿Hace cuánto estás aquí?

—Tres años, señora.

. —¡Tres años! —No podía creer que desde hace tres años estuviera escondido de ella.

—Bueno... David tú y yo vamos a divertirnos mucho de ahora en adelante.

Ella acariciaba su rostro y de pronto comenzó a acariciar sus labios. Él no sabía cómo actuar, solo que era extraño todo eso y tenía miedo. Ella comenzó a acercarse y ¿Acaso iba a besarlo? ¿Podía él negarse?

_____________

Bueno este es el primer capítulo, please todavía no me lancen tomates. Se los ruego. Esta es como la presentación de la mayoría de los nuevos personajes. Espero saber sus opiniones. Kisses!!!





Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top