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Sábado 1 de octubre, por la noche
—Disculpa por insultar tu auto, es bonito.
Lo miro y arqueo una ceja, esperando que continúe con su disculpa.
—Claro que no es bonito como mi camioneta pero lo es.
—¿Acaso tienes un problema con lo pequeño?
—¿Disculpa?
Luce realmente confundido pero no puedo contemplarlo por mucho tiempo, mi padre me mataría si me viera sacar los ojos de la carretera mientras conduzco.
—Primero mi perro, luego mi auto y por último yo.
Ríe.
—Créeme que adoro todo en esa oración.
—Creo que la causa de tu problema es un miembro pequeño.
Sus ojos se abren cual platos y suelta una sonora carcajada.
—¿Un miembro pequeño?
—Ya sabes, lo que cuelga entre tus piernas.
Me siento enrojecer y me maldigo por comenzar esa conversación. Lo último en lo que quiero pensar es en su miembro.
—Se llama pene.
—Sé cómo se llama.
—Pues dilo.
—No.
—Vamos.
Niego.
—Dilo.
—No.
—Pene.
Blanqueo los ojos.
—Madura.
—Pene.
—Basta ya.
—Pene.
—Lorenzo.
—Dilo.
—No.
—No te vendría mal un pene, sabes.
Al demonio lo que mi padre me enseñó, no solo quito la mirada de la carretera sino también una de mis manos del volante pare encestarle un golpe en el hombro.
Él gime de dolor
Sonrío.
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