Lunes 11 de septiembre, por la noche

Invité a Lorenzo a cenar y para compensarlo por haber cortado la diversión del sábado hice su comida favorita: fricasé de pollo.

Aún no ha llegado y no sé cómo comportarme respecto a lo que sucedió en el hospital.

Antes de poder sopesarlo aún más, suena el timbre. Apago la hornalla y camino hacia la puerta. Abro.

—Lindo delantal, bruja.

—Buenas noches para ti también.

Sonríe ampliamente y entra a casa.

—¿Dónde está la bestia?

Se refiere a Tommy. Según él, debería haber adoptado un perro más grande.

—Tommy está acostado en su nueva cama y duerme plácidamente.

—Podrías ponerle un nombre más masculino.

—¿Cuál es tu problema con mi perro?

Frunzo el ceño y no puedo evitar arrugar la nariz.

Él ríe y alisa mi ceño fruncido con su pulgar, luego besa mi frente.

—¿Cómo está tu dedo?

—Casi no duele.

—Déjame ver.

Le tiendo mi mano derecha y examina mi dedo lastimado, acariciando mi piel en el proceso.

—Ya está la comida –suelto, sintiéndome incómoda.

—Está sanando rápido –deja caer mi mano.

Asiento y camino rápidamente hacia la cocina. Él me sigue de cerca como si tuviera miedo de perderme de vista.

—¿Has hablado con Theo?

—No me hables de ese idiota.

—Ahora es cuando dices "tenías razón Lorenzo, te adoro".

Imita mi voz a la perfección y pone mis pelos de punta. Cada día es más raro.

—Nunca diría algo así.

—Claro que no, eres una bruja.

Le enseño la lengua y él su dedo medio.

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