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Lunes 29 de mayo, por la noche

Está dando otra fiesta, mis tímpanos retumban al ritmo de la música y quiero matarlo. ¿Es que él y sus amigos no tienen responsabilidades?

Suspiro y me pongo de pie dispuesta a acabar con mi sufrimiento. Salgo de casa y subo un piso en el ascensor totalmente convencida de que la solución es una sola.

Aporreo su puerta sin piedad.

—¿Si?

—¿Eres el dueño de casa? -intento esbozar una sonrisa aunque estoy segura de que fallo enormemente.

—Sí.

Sale al pasillo y cierra la puerta tras sí como si lo que sucediera en su apartamento fuera algo secreto.

—Soy Valentina, tu vecina de abajo.

Se queda en silencio.

Me pone los pelos de punta.

—¿Es que no dirás nada?

Adiós, paciencia. Fue lindo conocerte.

—Linda pijama, Valentina.

Frunzo el ceño, lo detesto. No lo conozco y ya lo detesto. Intento no concretarme en mi pijama y cumplir con mi propósito aunque es complicado con su mirada puesta en él.

Es horrible, lo sé. Mi pijama lindo está en el cesto de la ropa sucia el cual necesita ser vaciado. Mis pantalones grises están gastados, mi camiseta blanca tiene una mancha de té. Mis pantuflas peludas y mi bata rosa son lo único que evitan que parezca indigente.

—Estoy estudiando.

—Te felicito.

Maldito engreí­do.

Intento otra vez.

—Tu fiesta arruina mi estudio.

—Y tu estudio mi fiesta.

Entra a su casa como si mi presencia fuera un acto de su imaginación y antes que pueda replicar cierra la puerta en mi cara.



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