La biblioteca está silenciosa, excepto por el leve crujir de las páginas y los susurros de otros estudiantes. Mamoru está sentado frente a Kazemaru, con los codos apoyados en la mesa y el ceño fruncido mientras intenta descifrar un problema de matemáticas.

—Esto no tiene sentido... —murmura, rascándose la cabeza con el lápiz—. ¿Cómo se supone que X sea esto si Y hace aquello? ¡Aaarg!

Kazemaru, que está revisando sus notas, se ríe suavemente. Su cabello cae sobre su rostro cuando inclina la cabeza, pero no lo aparta; está demasiado acostumbrado a ver a Mamoru haciendo pucheros con sus libros.

—Mamoru, lo estás complicando demasiado. Mira, solo necesitas sustituir aquí —dice, inclinándose hacia él y señalando el problema con la punta de su bolígrafo.

Mamoru solo puede concentrarse en lo cerca que está Kazemaru. Su cabello casi roza su mejilla, y el suave tono de su voz hace que las matemáticas sean lo último en su mente.

—Ah... entiendo, creo —responde Mamoru, aunque no ha entendido nada.

Kazemaru se detiene, lo mira a los ojos y arquea una ceja.

—¿Entendiste o sólo estás diciendo eso para que deje de explicarlo? —pregunta, divertido.

Mamoru ríe, dejando el lápiz sobre la mesa.

—Me atrapaste, es difícil concentrarse cuando mi novio es más interesante que cualquier número.

Kazemaru se sonroja, aunque intenta disimularlo. Le da un pequeño golpecito en la frente con su bolígrafo.

—Deja de decir tonterías y concéntrate, si no pasas el examen, no habrá cita ni fútbol después.

—¿Cita y fútbol? —pregunta Mamoru, de repente mucho más interesado—. ¿Eso es una promesa?

—Es una amenaza —contesta Kazemaru, pero no puede evitar sonreír mientras vuelve a sus notas.

Y así, entre libros abiertos y bromas susurradas, el tiempo en la biblioteca se siente un poco menos pesado para ambos.

Fin