Es un día como cualquiera en la ribera. El sol se oculta lentamente y Mamoru Endou patea el balón sin rumbo fijo. Hace apenas dos días vencieron a la Academia Alius.

Y también a los Emperadores Oscuros. Un partido que todavía resuena en la mente del capitán.

El eco del balón rodando se mezcla con el crujido de pasos sobre el césped. Mamoru levanta la cabeza y, al girarse, ve a Ichirouta Kazemaru acercándose.

—Hola... —dice Kazemaru, con un deje de nerviosismo en la voz. Hace nada estaban en lados opuestos del campo, y ahora están aquí, como si nada hubiera pasado.

—Hola —responde Mamoru con una sonrisa ligera. Nota la incomodidad en Kazemaru, pero decide no mencionarlo.

Kazemaru respira hondo, como si juntara valor para continuar.

—Endou... ¿podemos entrenar como antes?

La pregunta se desliza entre ellos como una brisa suave. Mamoru siente un leve salto en el pecho, como si esas palabras hubieran esperado todo este tiempo para salir. El campo está casi vacío, teñido del cálido naranja del atardecer.

Por un momento, Mamoru lo observa en silencio. Desde que Kazemaru regresó al equipo, apenas han hablado fuera de los partidos. La distancia todavía es palpable, pero esa pregunta... es justo lo que Mamoru necesitaba oír.

—Claro —responde, con una sonrisa que ahora parece más sincera—. ¿Quieres practicar tiros o velocidad?

—Lo que sea, pero... —Kazemaru mantiene la mirada fija en él—. Pero juntos.

Mamoru deja caer el balón y se acerca a Kazemaru sin pensarlo mucho. Le toma la mano con naturalidad. Kazemaru se sonroja, pero no aparta la vista, y su sonrisa finalmente se relaja.

—De acuerdo —dice Mamoru, apretando ligeramente su mano—. Me alegra que estés aquí.

El viento sopla suavemente, llevándose los últimos rastros de incertidumbre.

Esta vez, están listos para seguir adelante.

Fin