6 . Por el bien familiar

Argentina, 2018.

Luego de la semana que Robert pasó con su familia, volvió a su vida social en la ciudad y a ver a su novia, si es que aún tenía una. Lara seguía enojada con él por menospreciar la búsqueda de su identidad, pero Azul no sabía nada de esto porque era un tema vedado para ella.

Cuando Robert las visitó, Azul lo recibió como solía hacerlo, llena de alegría por ver a su amigo luego de un período de ausencia, los que también eran normales. Lo que había cambiado entre ellos era su relación, ya que Azul se sentía responsable por el bienestar de su amiga y le preocupaba que una pelea entre los nuevos novios afectara la amistad que tenía con cada uno de ellos.

–Robert, me encanta que vengas a visitarnos, pero Lara está enojada con vos y no quiero que peleen en mi casa –le advirtió Azul mientras compartía un café con su buen amigo.

–No te preocupes, yo puedo arreglarlo. Nos peleamos por una pavada, puedo volver a conquistarla –contestó Robert, restándole importancia.

–Yo no sé qué sea, porque ella no me contó nada. Pero si por cada pelea que tengan vas a desaparecer una semana... –Azul hizo una pausa para pensar la mejor forma de decirlo–. No quiero quedar en el medio, Robert. Soy amiga de los dos y lo que pase entre ustedes no afecta nuestra amistad –dijo, tomando las manos de su amigo en un gesto cálido, manos que le infundían confianza a pesar de ser de sangre fría.

Él le regaló una sonrisa afectuosa. Nadie sabía lo que esa chica le provocaba en su interior, un tipo de sentimiento indescifrable. Cada vez que la veía, quería abrazarla y curarla de todo mal que la aquejara, o protegerla de los peligros de la vida. No tenía hijos, pero creía que podría sentir por ellos algo parecido, así como el cariño tierno que despertaba Felicia en él. Recordaba vívidamente cuando esta nació y cómo se rehusaba a dejar de acunarla en sus brazos o incluso devolverla a sus padres.

Sacó sus manos de debajo de las de Azul para ser él quien las tomara.

–Te aseguro que voy a hacer hasta lo imposible para solucionarlo, y que nunca, nunca vamos a dejar de ser amigos por ninguna circunstancia –aseveró Robert–. Lara no es un juego para mí –confesó.

Azul se conmovió ante esta declaración de amor hacia su inquilina y nueva mejor amiga. Vivía su historia de amor como si fuera una película romántica, acompañándolos en cada sentimiento, fantaseando con experimentar algo parecido en carne propia alguna vez.

–Bueno, entonces, podés ir a hablar con ella –dijo a modo de permiso–. Está encerrada en su habitación desde hace días y no quiere salir. ¡Animála, no pelees! –le advirtió.

Robert le respondió guiñando el ojo, y fue corriendo hacia el cuarto de su amada.

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Luego de golpear a la puerta tres veces sin respuesta, abrió y entró sin ser invitado.

Lara estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y jugando con su anillo entre sus manos. Era difícil no saber que alguien entraba a la habitación, aún más si se trataba del chico alto de pelo castaño claro y ondulado que no dejaba a nadie indiferente. Todo delataba la presencia de Robert, incluso su perfume, pero Lara optó por aplicarle la ley del hielo.

Él se sentó a su lado y ella dejó de jugar con el anillo. Él intentó tocarle las manos con un movimiento tímido, pero Lara las apartó. Mentiría si dijera que esa mujer no lo intimidaba; tan libre, tan extrovertida, tan bella... tanto luchar por su cariño y ahora debía reconquistarla.

–Perdonáme por lo que dije –se disculpó–. Lo hice sin pensar. Lo que quería decirte era que no me importa nada más que estar con vos, que no te voy a tratar diferente cuando descubramos lo que sos. Lo que salió de mi boca no era lo que en realidad pensaba.

–¿Descubramos? –interrogó Lara con duda, y volteó su cabeza para mirarlo–. Me decís que no te importa, que me vas a ayudar, ¿y después desaparecés una semana?

Robert se sentía más intimidado aún cuando aquellos enormes ojos celestes se clavaban en él juzgándolo.

–Es que... –titubeó–... tuve que resolver un problema familiar y no pude volver antes...

–¿Y perdiste tu celular también? –lo cortó ella en seco.

–No, no. Ellos no viven en la ciudad, y no hay antenas, ni cobertura, ni nada. Están totalmente aislados. Y mi abuelo nos mataría si nos ve usando un celular cerca de él –bromeó–. Cree que todavía debemos comunicarnos con señales de humo.

Robert entendía que llevar una relación a escondidas de su familia, al mismo tiempo que ocultarle a su novia la historia familiar, sería algo complicado y peligroso, pero estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de estar a su lado. Aún no sabía cómo y ni se imaginaba las dificultades que deberían atravesar ambos para estar juntos. Pero él era un experto en ocultar sus preocupaciones con humor.

A Lara no le hizo gracia y no abandonaba su expresión amarga.

Aflojá (*), dale –rogaba Robert–. Ya te pedí disculpas, y además, sí, te voy a ayudar a descubrir tu identidad. Tengo contactos; mi familia conoce mucha gente y mi abuelo guarda registros de todo lo que te puedas imaginar, y más.

–¿Me vas a presentar a tu familia, entonces?

Todas las alarmas de Robert se detonaron al mismo tiempo.

Ehhh, no, no de esa forma. Es más, si podemos evitarlos, mejor. Son unos pesados. A lo sumo, te presentaría a mis sobrinos, los más rescatables.

Lara no entendía a qué se refería.

–Mi familia es muy complicada –se explicó él–, y mi abuelo, un hinchapelotas (*). Hasta que muera, no seremos libres para hacer lo que queramos.

–¡¿Por qué hablás así?! –recriminó Lara– No sabés lo que es no tener idea de si tenés familia o no. Qué no daría yo por tener un abuelo que me regale empresas para que yo las maneje –le soltó para herirlo.

–¡Auch! Perdón, pero ya te dije que es una familia difícil. Hagamos así, yo voy a buscar entre la información de mi abuelo y después te cuento.

–¿Fue eso lo que hiciste todos estos días ahí?

Ehhh, no. Él estaba enojado conmigo. Si quiero que me deje buscar entre sus cosas, tengo que volver y hacer buena letra. Eso sí, voy a desaparecerme otro tiempo hasta que encuentre algo.

–Hacé lo que quieras –dijo Lara sin el menor interés, se puso el anillo en su dedo y se levantó del suelo.

–¡Ey! De verdad quiero ayudarte. ¡Ahora que te encontré, no pienso dejarte! –insistió Robert mientras la seguía.

Las palabras de Robert hicieron que Lara se estremeciera. "Ahora que te encontré" le sonaba tan extraño, como si la hubiese estado buscando por largo tiempo. La frase tenía una connotación emocional demasiado poderosa como para permanecer inconmovible.

–Está bien, Robert, avisáme si descubrís algo –le respondió finalmente con voz entrecortada.

Lara se acercó a la puerta, invitándolo a salir del cuarto. Robert lo entendió en seguida, e iba a hacer lo que ella le pidiera, pero le robaría un beso para guardarlo hasta que volviese a verla. Lara no se lo negó, ambos se besaron con pasión y tristeza, respectivamente, en un beso que duró menos de lo que a él le hubiera gustado. Él se separó para despedirse y luego volvió a sus labios como si los necesitase para vivir. Lara sentía que lo amaba como nunca amó a nadie, mas estaba decepcionada de él, y ese beso, aunque desesperado, también era amargo.

De salida, el chico buscó a Azul para decirle adiós, y la halló alistándose para salir también.

–Esperáme y salimos juntos –le dijo la adolescente.

Luego de unos minutos, ambos se despidieron en la vereda para tomar caminos diferentes.

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Tan solo al otro lado de la calle, alguien los espiaba desde la comodidad de su Cadillac negro, con unos binoculares en las manos y documentos en su regazo. Los vidrios polarizados ocultaban los movimientos del hombre con la enorme cicatriz en la mejilla izquierda, pero él podía observarlo todo. Incluso vio cuando Lara sacó la cabeza por la ventana de la habitación de Azul, que daba a la calle, para ver a Robert mientras se alejaba.

El hombre dio un último vistazo a los documentos que tenía, se detuvo en uno e hizo una llamada telefónica para reportarse con su jefe.

–Señor, ya tengo la información que me pidió –dijo–. Estoy en la casa de la chica y... ¡No lo va a poder creer, se trata de Azul Nogueira!

»Solo son amigos, pero hay más, y esto le va a gustar aún menos. Como supuso, su nieto tiene una novia, es nueva en la ciudad y se hace llamar Lara Hertz, pero es nuestra Lara.

El hombre del otro lado de la línea guardó silencio mientras escuchaba. Un largo y profundo suspiro hizo eco en los oídos del lacayo de la cicatriz.

–¿Señor? ¿Qué quiere que haga?

–Vigila la casa y espera instrucciones. Voy a ocuparme de esto personalmente, de una vez y para siempre –le respondió su amo y señor, Carlyle Mordoc.

El de la cicatriz cortó la llamada y siguió espiando a Lara desde su posición. Mientras tanto, otro hombre seguía de cerca a Azul, y un tercero contaba los pasos de Robert.

Por la noche, cuando Lara y Azul se encontraban acostadas y sumidas en el sueño, alguien irrumpió en su casa.

Lara despertó al oír la manija de la puerta de entrada caer al suelo. Se levantó con sigilo para ver qué pasaba, y oyó susurros en la cocina. Quiso correr hacia la habitación de Azul, pero creyó que sería vista; así que esperó detrás de su puerta, sosteniendo un palo de hockey sobre césped que olvidó la anterior inquilina, para golpear a quien entrara.

Un hombre bajito, vestido de negro y con capucha, se coló por la puerta de Lara, y esta le asestó un golpe con el palo.

El hombre no cayó, pero quedó aturdido; se dio vuelta para encontrar a su atacante y le sonrió con malicia. Le devolvió el ataque y la chica no pudo defenderse. Forcejearon y Lara emitió algunos alaridos de dolor. Estos, más los golpes de su cuerpo contra la pared, despertaron de un sobresalto a Azul, que no logró ni siquiera levantarse porque otro hombre la durmió usando un trapo con cloroformo. Ella se resistió al principio, pero de a poco quedó inconsciente.

El hombre bajito se cansó de pelear con Lara y le dio un cabezazo en el medio de la frente, provocando que se desmayara.

Un tercero entró en la habitación, el mismo que espiaba desde su auto, y regañó al bajito por el escándalo que provocó.

–¿Qué querías que hiciera? Estaba despierta y me atacó –se excusó–. ¡Ahora ya no puede hacer nada! –concluyó sonriendo.

–De todos modos, aplícale el cloroformo. No quiero problemas con el jefe por tu culpa.

Los dos hombres sacaron a las dos chicas del departamento, y el de la cicatriz arregló la puerta principal desde fuera para que no alertar a los vecinos y que nadie las buscara.

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Una media hora después, las dos amigas se encontraban en un galpón, atadas de pies y manos a una silla y amordazadas.

Lara se despertó con dificultad y un poco aturdida por lo que le pasó, un manto de sangre le cubría el ojo derecho y con el izquierdo veía nublado. Pudo reconocer que estaba en un lugar oscuro y abandonado por el olor a humedad y suciedad de ratas que había en el aire. Frente a ella, se acercaba una silueta alta y esbelta; alguien le alcanzó una silla y se sentó de cara a ella. De a poco, aunque en medio de la confusión, la silueta se fue haciendo más nítida, hasta alcanzar la figura de un hombre viejo, con la cabeza llena de canas y el rostro y manos surcados por profundas arrugas; llevaba un traje negro y se tapaba la nariz con un pañuelo abierto en su mano.

Ella intentó hablar, sin darse cuenta de que tenía la mordaza. Cuando evaluó mejor su situación y distinguió de reojo que su amiga se hallaba en idéntica posición, quiso zafarse de sus amarras, haciendo temblar la silla que la sostenía.

–¡Shhh! –El viejo le pidió silencio.–. Has causado demasiados problemas a mis hombres y por eso tuve que venir a ocuparme de ti. Ya lo decía mi padre, "si quieres un trabajo bien hecho, hazlo tú mismo". Ojalá lo hubiera hecho desde hace años, y ya no estaría renegando contigo.

Lara no entendía de qué le hablaba, no lo conocía, jamás en su vida lo vio, ni a él ni a sus hombres. ¿Qué tendrían en contra de ella? Trató de pensar en si acumularía enemigos a lo largo de los años, quizás alguna deuda sin pagar que no recordara. Pero nada. Siempre fue amable con todos, ayudó a los más necesitados y procuraba mantener un perfil bajo. ¿Quién era este anciano que quería sacarla del camino?

–Ay, ay, ay, mi Lara –se lamentaba el viejo–. Habría dado mi vida por ti. Eras la luz de mis ojos. Desprecié tantas veces a mis hijos por ti. Y tú, desagradecida y despiadada, te empeñas en destruir mi familia. No te alcanzó con corromper a mi nieto. No descansarás hasta verlos a todos en contra mía, ¿no es así? ¿No fue ese siempre tu plan?

Lara estaba aterrada, no quería ni imaginar lo que ese viejo loco y desencajado pensaba en hacerles.

Azul emitió un gemido, ya comenzaba a despertar.

–Bueno, ya está bien –dijo el viejo y se levantó de su asiento. Carlyle Mordoc deseaba acabar con ese asunto de una vez por todas.–. Les juro que yo no quería que terminaran así. ¡Ay, si supieran! Siempre me recordaron tanto a sus madres –decía melancólico y acariciando la mejilla magullada de Lara–. Lara, despedirme del rostro de mi amada es muy difícil. Y Azul -Se acercó a la chica para acariciar su cabello negro azabache.-, ojalá te hubiesen enviado a una universidad más lejana.

El hombre de la cicatriz se acercó con una pistola cargada y se la entregó a Carlyle. El viejo se lamentó un poco más y regresó a su posición original para apuntarles con el arma en dirección a la cabeza.

Azul intentaba gritar, desesperada. Lara lloraba creyendo que era el final, pero por dentro rogaba que alguien las salvara, o que algo retrasara sus ejecuciones. Algo que le diera tiempo suficiente para terminar de desatar los nudos en sus muñecas y que, desde que el viejo comenzara su cháchara, trataba de desanudar. Le faltaba muy poco.

Entonces se oyó un auto frenando abruptamente fuera del edificio, y el de la cicatriz pidió a sus hombres que vieran de qué se trataba.

Carlyle se distrajo al oír golpes y rugidos desde la entrada al galpón. Apuntó su arma en esa dirección por si acaso necesitara defenderse, descuidando así a las dos chicas.

Lara, por su parte, lo agradeció y se concentró en terminar su labor. Azul la veía con suspenso al darse cuenta de lo que hacía.

–¡¿Qué haces aquí?! –gritó el viejo cuando vio que era Robert, su propio nieto, el que atacaba y mataba a sus guardias.

Lara aprovechó esa distracción para abalanzarse hacia Azul con sus manos ya libres, y tirarla al suelo. El respaldo de la silla de la adolescente se rompió en las uniones y le facilitó su liberación. Mientras tanto, Lara se quitaba la mordaza y desataba sus pies para huir de allí.

Los hombres de Carlyle empezaron a disparar hacia Robert; y su abuelo, lejos de detenerlos, tomó la decisión de matarlo a él también para que su familia nunca se enterara de lo que hizo. Se dio la vuelta para terminar con la vida de Lara y Azul antes de que Robert se lo impidiera, encontrándose con que aquellas andaban sueltas e intentaban escapar. Corrió tras ellas con una velocidad inimaginable para un hombre de la edad que aparentaba, y se abalanzó sobre Lara para atraparla.

Azul buscaba algo en el lugar que le permitiera defenderse, cualquier cosa que sirviera para golpearlo. El arma del viejo salió despedida cuando él cayó, y Azul calculó en cuanto tiempo tardaría para tomarla sin que la detuviera.

Robert no demoró en notar la nueva situación, pero no podía librarse de los lacayos de su abuelo, ya que quedaron los más fieros para el final.

Lara forcejeaba con el abuelo de su novio para que la soltara. Le dio una patada en la cabeza que a cualquiera dejaría knock out, pero el viejo era más resistente, era un ser inmortal. Azul alcanzó el arma y el viejo se dio cuenta; distraerse por esto le dio la oportunidad a Lara de levantarse del suelo. El viejo decidió dejar de lado a Azul, pues las balas no le harían daño, y ocuparse de Lara primero. La levantó de los hombros y le mostró sus largos caninos, furioso, y la llevaba en dirección a un montón de fierros afilados y oxidados, con una fuerza descomunal.

Lara se defendía como podía, sabía que estaba en riesgo su vida y que debía hacer todo cuanto pudiera para sobrevivir; en un impulso, y sin siquiera razonar, su boca se transformó, y de ella se desplegaron cuatro colmillos puntiagudos. Tomando al viejo por la cabeza, lo mordió con toda la fuerza de que era capaz y arrancó un pedazo de carne de su cuello.

El viejo la empujó con fuerza para sacársela de encima, y el terror se apoderó de su faz. Caminó hacia atrás, trastabilló y a los segundos estaba en el suelo, convulsionando.

Todos dentro del galpón detuvieron lo que hacían. Lara quedó atolondrada por la sorpresa de saberse capaz de acto semejante. Azul, que todavía no descubría cómo usar el arma, salió corriendo para ver qué le pasaba al viejo. Se agachó a su lado para oír lo que murmuraba. El tipo de la cicatriz dejó de golpear a Robert para admirar la escena. Robert corrió con las fuerzas que le quedaban hacia Lara para saber qué había ocurrido.

Lara no respondía a lo que se le preguntaba, estaba en shock.

Azul veía al viejo, muerto por lo que parecía el ataque de un animal salvaje, y no entendía nada.

Robert se acercó a su abuelo, luego de verificar que su novia se encontraba bien.

–Está muerto –afirmó Azul con los ojos a punto de estallar en lágrimas.

Robert inspeccionó rápidamente la herida del cuello del viejo. La sangre era espesa y comenzaba a tornarse negra, luego las venas de todo su cuerpo se veían oscuras. Carlyle Mordoc había exhalado su último aliento.

Robert tampoco entendía lo que pasaba, pero ya sabía que Lara era diferente, un ser sobrenatural desconocido, si su abuelo quería matarla era porque le temía. Era la vida de Lara o la de él, y prefería que muriera el viejo antes que el amor de su vida. Levantó la vista para confirmarle la muerte a los sirvientes de su abuelo, aquellos que de alguna manera lo habían criado en lugar de sus padres, pero estos ya no estaban. Al ver que su jefe murió, debieron haber huido. Mejor así, menos problemas.

El muchacho llevó a Lara y a Azul hasta su auto y se fueron de allí.

Manejó lejos, y solo se detuvo cuando la ciudad se perdió en el retrovisor, para descansar en un hotel de paso. Las chicas no emitieron ni un sonido en tan largo trayecto.

Una vez instalados, Azul se animó a hablar:

–Robert, ¿qué fue todo eso? ¿Por qué nos quería matar ese hombre? Y por qué... ¿Por qué murió de esa forma?

Lara ya había reaccionado pero aún no hablaba, se avergonzaba de ser una asesina, aun cuando fuera en defensa propia, pues creía que todas las criaturas merecían vivir.

–Ese hombre era mi abuelo –dijo Robert con un dejo de tristeza–. Siempre controló mi vida y todo a su alrededor, así que supongo que las consideró una amenaza para sus planes conmigo, y por eso intentó matarlas. No tengo dudas de que haya hecho lo mismo en el pasado.

Lara se horrorizaba con cada dato.

Azul no entendía lo obvio y quería respuestas, ¿Por qué el viejo tenía colmillos? ¿Y cómo es que Lara pudo matarlo?

Robert miró a Lara antes de continuar, buscando su aprobación.

–Azul, sos mi mejor amiga, y lamenté cada día en que te mentí, pero lo hacía para protegerte, porque nadie podía saber de mi secreto ni conocer a mi familia. Azul, soy un vampiro, y mi abuelo también lo era, de los más despiadados que conocí. Pero yo soy bueno, como ya te habrás dado cuenta después de un año de amistad incondicional.

La chica habría pensado que era una broma si no hubiese estado en ese galpón, viendo aquella escena inenarrable.

–¿Lara también es un vampiro? –preguntó con temor.

Lara la miró apenada por mentirle.

–No –respondió Robert–. No sabemos lo que es. Pasó toda su vida buscando su identidad. Ni siquiera sabía que tuviera colmillos o pudiera hacer... eso.

–Yo tampoco –agregó Lara con timidez.

El silencio reinó en la habitación del pequeño hotel. Azul no podía juzgarlos porque le salvaron la vida, pero todo era muy nuevo como para asimilarlo así nomás (*). Si en el mundo había más de lo que le enseñaron, entonces no lo conocía en lo absoluto, y el mundo podía ser cualquier cosa.

–¿Supiste todo el tiempo lo que tu abuelo pensaba hacernos? –inquirió Lara.

–¡No, yo jamás las expondría a algo así! Era por eso que no quería que conocieran a mi familia. Ellos nunca aceptarían que anduviera en compañía de humanos, y mucho menos de una especie desconocida. ¡Son tan tradicionalistas! Mi sobrina, Felicia, me dijo que oyó a Carlyle hablando con uno de sus sirvientes sobre lo que pretendía hacerles, me la encontré cuando buscaba la información que te prometí. Por eso llegué a tiempo a ese galpón.

Otra vez el silencio. Nadie tenía ánimos para hablar, solo descansar luego del trauma que vivieron. Robert, aunque conocía muy bien a su abuelo, lo amaba y lamentaba su muerte.

–¡Ay, no! –dijo, de repente– Cuando sepan todos lo que pasó, van a buscarlas para tomar venganza. ¡Tenemos que huir!

–¡Qué! ¿Por qué? –Se exaltó Azul.–. ¡Nosotras no hicimos nada, él nos secuestró!

–¿A dónde iríamos? –preguntó Lara, resignada a viajar para resguardar su vida de aquellos que no entienden cómo es que ella no envejece.

–No, no pueden hablar en serio. Yo tengo una vida acá, tengo a mis papás. ¡Mis papás! Van a sufrir mucho cuando sepan que desaparecí.

-Los tipos que las secuestraron tienen toda su información personal, así fue como las encontraron. Y no van a dudar en decirles a mis padres y a mis tíos, y ellos van a querer probar que son dignos descendientes de Carlyle. Buscarán venganza para poder ocupar su lugar al frente de los negocios –le explicó Robert.

–Hay que huir, Azul, él tiene razón. Ese viejo sería capaz de matar a sus hijos con tal de mantener la coherencia familiar –dijo Lara, asombrándose de sus propias y desconocidas palabras.

Robert abrazó a Azul y le habló en un arrullo:

–Desapareceremos por un tiempo. Luego veremos cómo están las cosas y si es propicio que vuelvas.

–Y ustedes, ¿qué van a hacer?

–No hay nada que nos ate a este lugar –sentenció Robert, y Lara le tomó la mano en señal de aprobación a lo que decía.

Azul no estaba convencida, no entendía que un extraño quisiera matarla ni por qué fue tan familiar cuando le susurró sus últimas palabras. Pero no se sentía capacitada para tomar decisiones en ese momento, de modo que optó por seguir el plan de Robert y alejarse por un tiempo.
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VOCABULARIO:

-Aflojá, del verbo aflojar: (Lunfardo) dar, entregar, ceder (en este caso).

-Hinchapelotas: (Lunfardo) persona fastidiosa, molesta, importuna, cargosa.

-Nomás: Nada más, simplemente, solamente.

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Les hago una pregunta, ¿les está gustando la historia?

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