12: Aceptarse a uno mismo
Akil
Me he sentido mejor, así que Lemus se ha tomado el día para poder trabajar en el hospital. Es tan dedicado, en vez de disfrutar, se dispone de lleno a su profesión. Eso sí es tener una vocación definida, sin embargo, no se va a escapar de mí, pues tengo que ir por los niños, así que aprovecharé y lo visitaré.
Es de noche, camino por el pasillo del hospital. Logro encontrar a Lemus cerca de la entrada de la recepción. Genial, fue fácil, aunque va apresurado, no obstante, no puede escapar de mí con esas piernitas de enano. Toco su hombro, entonces se sobresalta y se gira, rápido y asustado. En un principio no entiendo su reacción, hasta que veo el golpe en su labio inferior.
Mantengo la sonrisa, incluso aunque esté enojado. Su tensión se afloja y me sonríe también. Acabo de recordar que el doctor Wallstrom le ha levantado la mano en una ocasión en la que estaba presente. He de suponer que lo hace siempre, como si tuviera el derecho de hacerlo, o sea, que, si Lemus no hubiera estado conmigo todo este tiempo, su jefe lo hubiera seguido lastimando. Hoy volvió a esos días y yo lo permití.
―¿Por qué sonríes? ―consulto.
Sus mejillas se ruborizan.
―Tú también lo haces.
―El golpe... ―Hago una pausa―. ¿Fue Wallstrom?
Traga saliva, luego baja la vista.
―Es evidente, pero está bien, lo aguanto porque es el lugar en el que quiero estar, ayudando a las personas. ―Vuelve a mirarme, sonriente.
Acaricio su mejilla.
―Pero duele...
―Los que sonreímos también lloramos, aunque a veces lo hacemos por dentro.
―Cierto.
Le doy la razón, acto seguido, lo dejo irse. Me quedo mirando como abandona el pasillo, hasta que ya no lo visualizo más. Qué bueno que no soy normal, así que ya no necesita aguantar más. Dejo el retiro de los niños para después, entonces me dirijo a la oficina de Wallstrom. Le hago una señal para que me acompañe.
Gerestef mira para todos lados en el callejón que está detrás del hospital, entonces se da cuenta de que ha cometido un gran error al seguirme.
―Escucha, no sé qué pasa, pero soy tu médico y el de muchos demonios más, si me asesinas, meterás a varios en problemas.
Sonrío.
―Supongo que te gusta maltratar a tus empleados ―sugiero.
―¿Esto es por Lemus? Debes entender que todos aquí necesitamos mano dura, vivimos entre demonios, más si conocemos de su existencia.
―Él antes no lo sabía, ¿cómo justificas eso?
―Bien... ―Retrocede cuando me le acerco―. Calmémonos, me necesitas, nadie más tiene mis conocimientos en seres sobrenaturales. No existen esos tipos de médicos por aquí.
Mis ojos brillan en un rojo vivo y mis pupilas se alargan.
―Nadie es indispensable.
Abandono la charla y procedo a su aniquilación. Me aproximo, sonriente, entonces le arranco la cabeza con mis garras. El hombre queda partido en dos, entretanto, toda su sangre me mancha, entonces el cuerpo cae al suelo. Lástima, era un buen médico, pero no puedo decir lo mismo de su persona. Se ven mis miles de dientes afilados en un vidrio roto mientras sonrío, así que puedo ver mi reflejo.
―Mírenme, ángeles, soy un demonio.
Aprovecho para comer la carne desmembrada, que es para lo único que sirve este cadáver a partir de ahora. Lo que sea, de todas maneras, lo disfruto, recordándome que mi parte angelical nunca será la que predomine y eso me encanta.
Cómo detesto a esos seres falsos de luz. Por suerte, mis alas no son blancas, pero ojalá pudiera arrancármelas. Qué asco.
Lemus
Se escuchan las sirenas de la policía, hay mucho movimiento en la parte trasera del hospital, pero no llego a ver que sucede. ¿Será que me puedo ocupar de mis propios asuntos, en vez de andar de chismoso? Me giro, encontrándome con Akil, el cual me regala una sonrisa encantadora, así que hago lo mismo.
―Hola. ―Lo miro bien, dándome cuenta―. ¿Te cambiaste? ¿Usaste los baños del hospital?
―Estoy perfumado para ti.
Me río.
―¿Y los niños?
―Estoy en eso, quería ver cómo estabas.
―Bien, ¿por?
―¡¡Akil!! ―Somos interrumpidos por una mujer de cabello castaño.
―Adara. ―Él mantiene la sonrisa y me la presenta―. Lemus, ella es Adara, mi compañera en la policía.
―¿Eres policía? ―Me doy cuenta―. No me habías dicho.
Se ríe.
―Es que, con todo el lío de mi salud, no he podido ni trabajar.
―Un animal atacó al señor Wallstrom ―interrumpe la detective―. Está muerto.
Trago saliva, quedando en shock.
―Qué calamidad ―dice serio Akil.
―¿Tienes una idea de lo que hablo? ―Enarca una ceja―. Porque casualmente... ―Me mira un segundo, luego baja la voz―. Eres el único aquí, si sabes a lo que me refiero.
Parece que ella sabe que es un demonio.
―El doctor Wallstrom está muerto ―me repito a mí mismo.
―Debo ir a buscar a mis hijos ―aclara Akil y nos ignora, así que lo sigo.
Quedándome a solas con él en el pasillo.
―¿Lo mataste? ―cuestiono con temor―. ¿Por mi culpa?
Se detiene de caminar, entonces yo hago lo mismo.
―No soy un ángel, Lemus. ―Está de espaldas, pero sé que se encuentra sonriendo―. No soluciono las cosas pacíficamente, o al menos no las salvo como los humanos creen que los ángeles arreglan sus errores.
―Qué triste ―expreso, cabizbajo.
Se gira a mirarme, enfadado.
―El muerto hubieras sido tú.
Suspiro.
―No lo decía por eso. ―Frunzo el ceño―. A la mierda Wallstrom, pero... quizás si aceptarías esa parte tuya, no estarías así de frustrado y hubieras actuado de otra manera, en muchas otras situaciones, o por ahí hubieras aprendido algo mejor.
Sonríe.
―No estoy frustrado.
―Los que sonreímos también lloramos, aunque a veces lo hacemos por dentro ―repito la frase de hoy―. ¿Y bien? Admítelo, quizás así pueda entenderte.
―Aceptarse a uno mismo es igual de difícil siendo un ser sobrenatural, así que no me vengas con frases venidas de humanos, porque no necesito ninguna lección.
―Supongo que no ―digo, triste.
Me giro para irme, indignado, cortando la conversación. Voy directo por un pasillo, hasta que me detengo, escuchando una canción. Me dirijo hacia la habitación en la que oigo la melodía, entonces otra vez encuentro la cajita de música. ¿Pero esta cosa de dónde ha salido? ¿No la guardé? Esto sí que no es de humanos.
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