Parte 3; 2 - Final
Kyungsoo y Jongin saben amar
El jardín está en su mejor primavera.
El pasto luce verde como nunca, las ramas de las plantas que hay aquí y allá son firmes, el aire es puro, los limpia por dentro en cada inhalación dada. Lo curioso, a su parecer, es que no hay distorsiones en este mundo—no hay colores diferentes, ni aromas extremamente pasosos o cámaras más lentas o más rápidas.
Es tan realista.
Se ríen, pero no hay certeza en señalar ninguna cosa que sea la que les hace reír así; solo carcajean, acostados en el suelo en medio de florecillas amarillas y blancas, una sábana de pequeños puntos en cruz a su alrededor. Mira a sus manos juntas, luego al cielo, luego al perfil de Jongin sonriendo tan contento. Y suspira. El suspiro en sí llevándose consigo pesos incorpóreos sobre hombros agarrotados, redimiéndolo aún más de lo que ha estado nunca. Las nubes en el cielo azul tienen formas que por primera vez tienen sentido para él, le divierten, las apunta señalándoselas a su hermano: aquella que parece elefante o la otra de un pato, un hombre con sombrero o un árbol gigantesco con raíces largas.
Nunca había notado que la simpleza de la naturaleza pudiese brindarle tales sentimientos de simpatía.
Kyungsoo se encuentra en una plenitud indescriptible, respirando con gusto, acariciando la palma de Jongin con cariño y volteándose incluso para verlo desde arriba, apoyándose con un codo en el suelo y sonriendo en un gesto diferente, íntimo y flechado al chico que lleva sus manos hasta sus mejillas y le hace acercarse hasta que su cabeza está recostada sobre su pecho, y Kyungsoo acaba acostado sobre él. Dedos largos cepillan su cabello haciendo de él un cuerpo laxo y centrándolo solo en el otro latir y respirar, sin cuestionarse nada, sin ser perturbado por nada, como si fuese imposible el quebrar el momento.
Y, sin embargo, cuando Jongin se tensa de una manera tan repentina, Kyungsoo lo siente inyectado como una corriente que le hace levantar la cabeza y enfocarse en los ojos de su hermano en algún punto atrás suyo, en el cielo, horrorizado.
Lo sigue, el camino invisible que llega hasta el árbol y se salta una respiración, un latido, una sinapsis en sus neuronas y una ilación del pensamiento porque allí, a una distancia relativamente corta, exponiéndose cuan fuese un adorno de jardín se halla alguien inerte, con el rostro hinchado y amoratado colgando del cuello con una soga.
Y sin embargo nada más en el paisaje cambia, nada en su mundo—el cielo sigue siento un océano tranquilo, la brisa vuelve a soplar delicada como una caricia en sus cabellos, un ave pequeña y amarilla vuela y se pierde en el fondo sin ruido, las flores no se cierran ni desaparecen.
Luego de recobrarse de la sorpresa inicial, y cuando Jongin empuña su camisa todavía asustado, decide pararse y ayudar al chico a hacerlo. Le toma de la mano y lo comienza a llevar hacia el interior de la casa, diciéndole que está bien, que todo está bien, que no se preocupe por eso y que no mire—que solo lo mire a él.
Entonces al estar adentro, para distraerle de la ansiedad con la que ha quedado lo besa en la boca, lo besa y lo besa por minutos hasta que Jongin se ha olvidado—y es que él se dio cuenta de que estaba así no por el hecho de la inmovilidad del cuerpo o la aparente defunción.
Era porque esa persona, colgando allí, lucía tal y como Do Kyungsoo. Con cada detalle en su figura, en su esencia, con cada cabello y con cada lunar sobre su asfixiada piel.
...
No está seguro de cuánto tiempo pasó en su pequeño paraíso antes de que sucediese—antes de que comenzaran a llegar los ruidos.
Las noches las pasaron afuera, tirados solo con una manta en el pasto y cubiertos únicamente por un cielo nocturno y estrellado, pero no existía ese concepto intangible llamado cansancio; el dormir era como un abrir y cerrar de ojos deseando ya ver el amanecer, que luego aparecía aletargado, lento, con el sol fulminante por unos primeros instantes. El comer era sin hambre, era por la delicia de la costumbre de tan solo masticar una manzana o beber un refrescante jugo hecho de limones. Todo se sentía como lo que era, como ideas abstractas y con aquel rasgo que, a pesar de no haber sido capaz de admitírselo nunca, le encantaba, le hacía sentir bien, en sus momentos, encontrándose consigo mismo: la cotidianeidad—el flujo de lo diario, lo simple que veía todos los días: el mismo aire relente que lograba calmarlo en momentos de rabia, el mismo movimiento de las plantas que en este punto ya no envejecen ni siguen creciendo, sino que se mantienen. Los matorrales verdosos coloreando las paredes blancas y monótonas que rodeaban el jardín; la soledad que no le incomodaba, pero que ahora es soledad alegórica ya que sí está con alguien a su lado, justo ahí, a un paso suyo.
Cada una de esas cosas que se repetían cada primavera con especial puntualidad; lo hacían también ahora.
Y Jongin era tan silencioso, tan liviano, de tanta fuente de su adoración. La figura colgante ya había desaparecido. Kyungsoo no contó los días, pero quizá fueron tres o cuatro lo que pasaron.
—Caliente.
Kyungsoo baja la tasa que roza sus labios cuando está a punto de tomar sorbos de una humeante leche al escuchar la palabra que sale de Jongin. El chico menor se da cuenta, baja su mirada como si estuviese algo avergonzado por los ojos que se niegan a pestañear y abandonarlo un solo segundo.
—La-la leche está caliente.
Y ahí va de nuevo.
—¿Puedes hablar? —Kyungsoo no se da cuenta de que apenas está susurrando. Y que no se mueve. Porque piensa que es maravilloso.
—Siempre he podido —Jongin se demora un tanto, sin embargo, en responder o tan solo hacer el gesto de abrir su boca. Como si estuviese enormemente inseguro de si deber o no hacerlo. Los dedos de su hermano siguen aferrados al tazón caliente, entibiando sus dedos.
—Es solo que ahora... lo puedes entender.
—Jongin-
—No soy un idiota.
Es cierto. Este Jongin también recuerda. Hay compunción quemando sus músculos, sus huesos, su piel y sus mejillas se enrojecen de vergüenza.
—Lo siento tanto.
Jongin le sonríe, y es cálido, y también es como si quisiese decir algo, luego ya no, y luego otra vez sí y así sique hasta que suelta de pronto un:
—Te disculpas mucho... últimamente.
Y la verdad es que sí. Kyungsoo se ha disculpado mucho con él y con su madre. Más de lo que ha hecho en toda su vida hasta este punto. Toma finalmente su primer sorbo de leche.
—¿Qué es esto?
El chico al otro lado de la mesa, con su chaleco blanco que se ve tan bien en él, solo se dedica a disfrutar del líquido que baja por su garganta hasta su estómago.
—Háblame. Quiero hablar contigo —dice Kyungsoo tratando de tener su atención al acercar su torso a la mesa.
—¿Qué está pasando?
Más silencio.
—¿Es mi mundo o el tuyo?
Jongin vuelve a sonreírle; Kyungsoo piensa que quizá es un poco de lástima lo que hace que el chico acaricie la loza modelada con las yemas de sus dedos y luego lo mire a los ojos, entre el flequillo que los cubre, tratando de hablarle con miradas que se esfuerza en interpretar correctamente, pero no puede.
—El mío es donde esté mi mente mayormente—comienza con calma y su voz es muy frágil, como la hubo imaginado tanto.
—Como ahora la otra parte de mi vive aquí, en esta casa, lo ha memorizado mejor. Aunque antes era con... con mamá. Pero creo- creo que es el mío con interferencias del tuyo.
Jongin traga con dificultad; aún no era mucho desde la muerte de su tía. Y aquí es cuando Kyungsoo se da cuenta de que a pesar de la enorme consciencia de que son hermanos y el valor que le han atribuido desde ambas partes, Jongin sigue respetando la imagen de su tía como una madre más que de la que en verdad tiene sangre directamente. Kyungsoo acerca sus manos para ponerla sobre la del otro.
—¿Siempre ha sido así? Solo un jardín, y una casa... en primavera. —Quita los mechones de cabello de sus ojos, acariciando su mejilla.
—¿Eres el mismo Jongin?
—Siempre ha habido un solo Jongin. —El chico parece alegrarse un poco con las caricias en su rostro.
—Pero allá no nací como debía.
¿Por eso estaba Jongin aquí? ¿Todos quienes no hubiesen nacido consigo mismos tendrían un lugar en el cual estar? Entonces, ¿por qué estaba él ahí? ¿Por qué había empezado a verlo en sus visiones provocadas por el polvo de hadas? Es como si esa droga hubiese sido una especie de portal; puede que eso haya sido lo maravilloso que había probado la adicción casi inmediata a todos quienes la probaran, el encontrarse en sus mundos, en sus lugares secretos que no conocían o simplemente transformando sus realidades en fantasías—haciéndolos escapar, escapar y escapar. Pero ahora Kyungsoo no estaba bajo aquel efecto como la mayor parte de las otras veces; no era un sueño, tampoco. Pero-
—Esto es muy complicado.
Esta vez, Kyungsoo sí es capaz de descifrarlo; decodificar el no realmente desde las pupilas del otro. Y mientras sus labios se estiraban, ocurrió-
—Lamento informárselo, hicimos... —el volumen se reduce, es como si una persona, un hombre, mayor y resignado, estuviese hablando con calma a través de un altoparlante que se encuentra lejano, interferido. Ambos se congelan. Kyungsoo frunce el entrecejo. Lejano, muy lejano, también hay un llanto.
—Debido a los daños en su columna vertebral, justo en la unión de.... —más pausa, no podría ser verdad, piensa, no podría. El llanto es más claro ahora, más obvio— aún está en riego de muerte, por lo que aconsejamos que...
¿Qué?
—Su hijo ha quedado parapléjico y en estos...
Tenía que ser una mentira. No podría estar pasando; era un no rotundo para él, un cometido sólido e inquebrantable, un debe ser mentira. Debe, tiene que-
—...Do Kyungsoo se encuentra en estado vegetativo.
¿Por qué?
Era un nuevo quiebre; increíblemente, se da cuenta de que aún quedan trozos de él que romper, que destrozar. Kyungsoo siempre hacía las cosas mal. Tan mal.
Como cuando tenía doce años y golpeó al primer chico en su escuela que se atrevió a burlarse de lo disfuncional de su familia; o esa vez que a los quince años le dio una paliza a la única persona que había logrado acercarse a él antes de Jongdae por haber abofeteado a Jongin una vez en que se hubo quedado en su casa—porque pensaba que nadie tenía el derecho de hacerlo, de burlarse de su primo que no fuese solamente él. Era tan violento, siempre ha sido tan violento. En lugar de conversar o tan solo usar palabras para lastimar a alguien, si así quería, lo automático era su puño, eran patadas, eran codazos, rodillazos en el estómago. Las únicas persona ante las cuales se doblaba, mostraba sus debilidades era su madre y su tía; su familia. Nunca siquiera levantó su mano contra ellas, porque por mucha rabia, palabras no dichas, presión que hubiese de adentro hacia afuera, Kyungsoo sabía que las amaba.
Kyungsoo ama.
Pero amar y saber amar no son sinónimos; no se comprenden ambas cosas de inmediato, pero Kyungsoo creyó que ya lo había entendido. Dar su vida para facilitar la de otra persona, para tratar de ayudar en que ya no será más molestia, más tensión en sus hombros y gallas en sus pies de sacrificio.
Pero, nuevamente, Kyungsoo siempre hacía las cosas mal. Y sus intentos de demostrar su amor, repetidamente, aunque no han incluido golpes ni insultos, hieren mucho peor que estos—lastiman más de lo que nunca podría hacerse físicamente.
Y el darse cuenta de que ha sido inútil, que solo ha empeorado las cosas intentando hacer algo bien cae sobre él, que está a punto de acabar de derrumbarse hasta la última pieza completa que le quedaba; destruyendo, destrozando hasta volverlo absolutamente nada.
—¿No estoy muerto?
Su cabeza está gacha, su cuerpo estático y rígido, tiene miedo de moverse.
—¿No estoy muerto, Jongin? ¿Por qué estoy aquí entonces? —Pregunta en voz baja, tan calma— Todavía existo allá... todavía...
Pero su voluntad no es fuerte. Se cae como una muralla de arena soplada por una ráfaga potente. Lo único que quiso, en su vida, fue saber que había hecho algo bien, y volver a sentir el amor de su madre, recibir un abrazo sincero, palabras que no fuesen gritos, críticas o de vacío significado. Era lo único.
El silencio de Jongin no hace más que aumentar la ansiedad.
—¡Todavía soy una puta carga! ¡Un problema! ¡Siempre he sido nada más que un problema!
Su cabeza sigue abajo, colgando como la de los muñecos lo hacen de sus cuerpos y, de alguna forma no es solo aquí, sino que en el mundo real también. Su cabeza aparte, desconectada de los nervios que la unen con su cuerpo; como un ser que existe pero a la vez no es capaz de hacer absolutamente nada para demostrar que lo hace.
Cuando se voltea, bruscamente, sus manos buscan un soporte, cualquiera, y no hay nada más cercano que los brazos de Jongin, los cuales aprieta con fuerza.
—¡¿Por qué estoy aquí?! ¡Respóndeme!
Lo sacude, necesita saber, pero en cuanto la expresión de su hermano cambia a una de miedo y dolor, una luz en su cabeza le hace recordar aquel mismo rostro cada vez que lo maltrataba física o verbalmente. Cuando Jongin no tenía cómo defenderse.
Sigue sin tener como hacerlo.
Kyungsoo continúa haciendo las cosas tan, tan mal.
Lo suelta, asustado, temeroso al punto en que sus piernas no le funcionan y cae al suelo temblando y se toma la cabeza; porque puede que, después de todo, no haya cambiado en lo mínimo, o no sea capaz de hacerlo en ningún momento, incluso. Que en el fondo siga siendo ese engendro que repudia, que odia tanto.
—Jongin... ¿por qué?
En esta oportunidad, Jongin responde.
—Ya no puedes estar en tu mundo. Te has desconectado de tu cuerpo pero todavía... estás respirando, y tu corazón está latiendo.
...
Las voces continuaron, por días, a veces eran ruidos de pasos, otras veces no había sonido alguno, pero también estaban esas ocasiones en que la voz de su madre le hablaba cariñosamente, como tanto tiempo quiso escucharla. Suavemente, le pedía disculpas, le rogaba que despertara, le decía que lo necesitaba, pero que esperaba que estuviese bien donde fuese que se encontrase. Kyungsoo estaba bien. A veces le respondía, a pesar de que la mujer no podía escucharlo, le decía que no se preocupara, que él solo quería irse, que no hacía falta que se disculpase, sino que era él quien debía hacerlo. Eran palabras pronunciadas en vano, pero aún así se sentía mejor al hacerlo.
Una parte de él estaba tan muerta que le provocaba la necesidad de estar solo, lejos de Jongin, porque sentía que solo el tocarlo le provocaría dolor. Pero cuando dejaba que lo abrasara, que acariciara su cabeza, se sentía tan bien.
Era su medicina.
—¿Se puede salir de aquí? —pregunta luego de un suspiro, que fue luego de una siesta, que se sintió como un pestañeo, en la cama, en su pieza.
Jongin se encoge de hombros.
—¿Eras tú el que estaba en mis alucinaciones?
Jongin se vuelve a encoger de hombros, solo que esta vez con una pizca de una hermosa sonrisa.
—¿Por qué?
Y lo hace, de nuevo, eso de elevar sus hombros y bajarlos, ahora con una sonrisa no tan discreta como antes.
—Te encoges mucho de hombros, ¿lo sabías?
Su risa suena tan bien, tan buena para él.
—¿Eres como un ángel? ¿Mi ángel? —Kyungsoo se acera a él en la cama, que de hecho es pequeña para dos cuerpos grandes, por lo que el acercarse significa poner su cara a centímetros de la otra—No, en realidad no creo que lo ángeles hagan cosas tan sucias como tú.
Su broma hace que Jongin quiera alejarse sonrojado, pero Kyungsoo lo detiene con un brazo y se ríe, porque es verdad, a veces lo hacen, lo hacen y lo hacen y parecieran estar días completos solo en ello. No sabe qué efecto podrá tener eso en el mundo real, pero aquí se siente tan especial, tan bueno; Jongin siempre es tan bueno para Kyungsoo.
—¿Por qué ya no quieres hablar conmigo? —murmura sobre otros labios, suaves, mullidos.
—Tienes que descubrir las cosas por ti mismo.
Es lo primero que le dice en un buen tiempo, desde que pasó el episodio de la primera interferencia. Kyungsoo no sabe cuánto ha sido eso, puede que una semana o dos, o meses, o solo días. El tiempo es tan difícil de medir.
—Ya no quiero descubrir nada.
Jongin lo acaricia con cada uno de sus pestañeos, con cada respiración, con cada suspiro es un beso y con cada sonrisa es una convulsión de placer. Su olor es miel para su lengua, su sabor son notas sublimes en sus oídos, su voz son flores frescas en su nariz. Y es por eso que ya no quiere saber más; a pesar de la preocupación y odio hacia sí mismo que experimenta cada vez que recuerda que está vivo.
—Me lo voy a llevar.
Un nuevo corte en la estática de aquel paraíso.
—No puede hacer eso, señora, su hijo va a morir si... —la intensidad disminuye, ambos están atentos cuando vuelve—...altamente peligroso.
—¡No puedo pagar nada más! —la mujer exclama desesperada—...me quitarán mi casa si la situación continua, Kyungsoo no es la única persona de la cual debo cuidar.
—Es su decisión.
Con aquellas palabras, pues, Kyungsoo vuelve a encontrar la calma, recostándose en el pecho de Jongin. Sin embargo esta vez es a un paso de ser absoluta. Sonríe, sonríe tan grandemente que sus labios duelen de estar tan estirados, y toma el rostro de Jongin minutos después para besarlo de felicidad, y la dicha es tan grande, y el saber que pronto dejará de estorbar a su madre le provoca tanto, tanto gozo. Y su hermano está desconcertado, pero no le da tiempo para nada, arrancando su ropa, riendo en cada respiración, y lo toma porque Jongin es tan bueno para él.
Y por diez días no comen y no duermen, no descansan ni beben agua, porque tampoco es necesario que lo hagan en ese mundo; y hay orgasmo tras orgasmo, y florecen más flores y más arbustos. Y la intensidad de cada sentido aumenta tanto—orgasmo tras orgasmo, una y otra y otra vez como si cada uno de ellos fuese el último.
Ciertamente, cualquiera de aquellos podría ser el último ahora.
Orgasmo tras orgasmo.
...
Cuando Kyungsoo despierta en el mundo real no desaparece del mundo de Jongin.
Abre los ojos con la energía de una carga llena de placer, pero su rostro no lo interpreta de forma alguna, ya que sus músculos faciales no sienten casi nada de lo que la mente ordene. Kyungsoo se dio cuenta de que no había frío en sus extremidades o cuerpo, porque ni siquiera era capaz de sentir conexión alguna. Era extraño, inusual, triste—pero aún se encontraba aliviado espiritualmente, por lo que no podría importarle menos. El no sentir su cuerpo, el saber que no podría ponerse de pie ni hablar hasta mucho tiempo más parecía incluso algo cómico en su mente, porque de todas formas no esperaría a que ocurrieran las mínimas posibilidades. Kyungsoo sabía que se iría mucho antes que eso.
Pero era feliz.
Su madre le decía que lo amaba cada día que pasaba, acariciaba su cabello y aunque le costaba aún sentirlo, lo disfrutaba. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que su familia hubo estado tan presente, solo su madre cuidándolo y su hermano, antes primo, en la misma habitación que él mirándolo y sonriéndole—estúpida, encantadoramente.
Kyungsoo contaba los días para la despedida, y mientras la cuenta iba sumando cifras más grandes, su tranquilidad se hacía mayor. Un trozo de él se encontraba con su cuerpo, mientras que la mayor parte lo hacía con Jongin, aprovechándolo hasta la más mínima e insignificante fracción de tiempo.
—Si muero, ¿me iré de aquí? —le pregunta la tarde que, según le dijo su madre más temprano, sería una de las más calurosas del verano. Curiosamente, sin embargo, seguía siendo primavera para ellos.
Jongin no responde, mirando hacia abajo mientras que ambos están sentados en el columpio, no como se debería uno sentar en esos juegos, sino que dándose la cara, con una pierna a cada lado de la tabla, muy cerca uno del otro.
Ambos saben la respuesta.
—¿No quieres que muera? —murmura recostando su cabeza en el hombro del chico.
—¿Me vas a extrañar?
Jongin solloza casi inaudiblemente. Pero Kyungsoo quiere escucharlo, quiere tener hasta la última gota de él en estos momentos; porque están tan cerca. Lo repite.
—¿Me vas a extrañar, Jongin?
El chico asiente y eso es suficiente. Kyungsoo pasa sus brazos por el torso de Jongin, abrazándolo flojamente y al acercarlo, los muslos del chico acaban sobre los suyos.
—Hermano —suspira Kyungsoo, satisfecho.
Queda tan poco.
—Yo creo que tal como este lugar, hay otro más allá al que vamos después de morir—comienza explicando, porque no quiere que Jongin siga así de decaído. Tiene que entender que esto no es una despedida definitiva, no es un hasta nunca, sino que un hasta luego.
—Si existe esto, este lugar, deben existir más, ¿no? Una especie de cielo en donde quedarse. Como si estuviésemos en niveles, solo que aún no los descubrimos todos.
El cuerpo de Jongin tiembla más fuerte, ya no se preocupa de disimularlo, por lo que Kyungsoo lo arrima más a él, lo abraza más firmemente, hasta que sus torsos están apegados y el oído de su hermano esta justo junto a sus labios. Y huele tan bien, Jongin le ha hecho tan bien todo este tiempo.
—Sería maravilloso si existiese, ¿no crees, Jongin? —los brazos del otro se lo acercan más, pasados por su cuello— ¿No lo crees?
Y con la delicadeza que requiere un espíritu tan frágil como aquel, Kyungsoo posa sus labios en su oreja, en su cuello, en su mejilla, separándolo un poco con la creación de un camino que acaba en su frente, que ha despejado de los cabellos con un roce de sus dedos.
—Tranquilo. Todavía estamos juntos—murmura, mirando hacia adentro, a la ventana, para que Jongin también lo haga y se dé cuenta de que allí, apreciando el patio, se encuentran dos chicos en sillas de ruedas uno al lado del otro, con las miradas fijas en el columpio del árbol en su eterna primavera y rostros vacíos, como si estuviesen apreciando una verdadera obra de arte.
Limpia lágrimas con besos. Cada respiración es un centímetro más hacia la meta: el final.
—Dime algo. Déjame escuchar tu voz.
—No quiero estar solo.
Sus ojos, con su brillo, con sus colores, universos, sentimientos lo toman por completo. Toman su corazón y le hace apresurar, toma su estómago y le hace contraer, toma sus labios y les hace estirar con lentitud.
—No lo vas a estar —le asegura, sosteniendo su cuello para darle seguridad— Además tienes a mi mamá; es tuya, también.
Solo un poco más.
—Me puedes recordar, Jongin, y cada vez que lo hagas, aparecerá una parte de mí en este lugar. Contigo.
Jongin se aferra a su polera, como si aquello impidiese que se fuese, que desapareciese, como si pudiese mantenerlo con él para siempre, hasta que los dos diesen su última voz, su última primavera, se contagiasen de ella, se enamorasen de ella y pudiesen pasar al siguiente nivel de eternidad al mismo tiempo, de la mano, con un beso, con un roce de sus dedos en su cuerpo terrenal, con las lágrimas de una culminación o el estornudo de una flor. Evitando pestañear, evitando perderlo un solo segundo de su vista mientras que lo saben, lo tienen tan claro, que el tiempo ya se ha acabado y que el ritmo que lleva la respiración de Kyungsoo en su silla de ruedas se atrofia. Jongin entierra sus dedos en la otra piel, rogando, porque siempre lo ha amado—y se lo dice, en sus ojos, que siempre lo ha admirado, observado desde lejos, esperando y esperando estos momentos de comunión entre ambos, que Kyungsoo lograse entenderlo, que supiese que él era una persona de igual manera, que estaba allí para él y que se dio cuenta desde el primer momento en lo que le sucedía y deseó, tan fuertemente, poder demostrárselo y ser capaz de consolarlo de sus dolores.
—Te voy a estar esperando.
Jongin le pide que no; pero ya ha leído los mil gracias que Kyungsoo le está dando a través de sus pupilas y colores de sus iris; mientras se acerca, cerrando sus ojos y ocupando una técnica que Jongin sabe que es injusta, tan injusta. Besando sus labios con tanta tersura, adorándolos, orando en ellos hasta que Jongin cierra también sus ojos, entregándose a él y a lo bien que se hacen el uno al otro, a lo inesperado que es el destino al amarrar dos almas hermanas románticamente solo para tenerlas separadas por tantas estaciones. Y en el último sabor que hay en su boca, cuando sus manos se han aflojado y sus ojos ya no lloran, Kyungsoo murmura, solo para él, transmitiéndoselo de labios a labios, de espíritu a espíritu, de pensamiento a pensamiento la palabra de su vida, que ha hallado solo gracias a él:
—Amor.
Y Jongin, al abrir los ojos, sabe que Kyungsoo ha dejado de respirar, su corazón ha dejado de latir, y su figura no presente ha dejado sus dedos buscando por sentir algo y sus labios guardando su perpetua primavera.
Pasaron 30 años antes de que Jongin suspirase su vida por sus labios y volviese a encontrarse con su hermano.
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