Parte 3; 1
Kyungsoo ha aprendido.
Está solo cuando despierta.
Al menos así parece, en la camilla con su cuerpo cubierto desde su pecho para abajo; párpados somnolientos, un dolor lejano por la anestesia en algún lugar de su cuerpo y extremidades conectadas a varios aparatos a través de agujas que se entierran en su piel, aunque no le provoca mucho el verlas allí. Su piel se ha acostumbrado a sentir el pinchar en sus brazos, de todas formas. Por qué es la pregunta que más se ha hecho, y no solo ahora-a lo largo de toda la primavera. Es la misma, repetida tantas veces, cientos y cientos acumulándose. ¿Por qué sigue allí? ¿Es la imagen de su pierna derecha levantada y escondida por sábanas lo que hay frente a él? ¿Por qué mierda es que sigue amarrado al mundo? Y así continúa, no se detiene, su cabeza, experimentando nuevamente ese agujero vacío que lo ahoga justo en el centro de su pecho y ese pavor acumulado en la boca del estómago. El estrujar de las glándulas lagrimales-el nombre de un chico repitiéndose en su lengua horriblemente seca.
Jongin.
Lo llama en voz alta, tratando de sentarse por un momento, únicamente para sentir el tirar de todo el largo de sus piernas hasta un poco más arriba de la cadera, como si lo estuviesen halando a quedarse en la posición en que estaba, semi recostado, y aquello lo inmoviliza de inmediato-mientras que suelta un grito porque es doloroso. Es como si su cuerpo hubiese corrido kilómetros sin un solo descanso, con músculos que están durmiendo, sin agua alguna, bajo el sol infinito de la soledad y culpa llegándole por todos lados, directamente a la cara.
Al estrujar los ojos, para luego abrirlos de nuevo, las cortinas alrededor de su camilla no son más que un borrón. Respira por la boca, acelerado, impotente, desesperado, y la luz pareciera haberse oscurecido una tonalidad más en su paleta natural. La brisa suave que se mece por el aire, la cual invade la habitación por alguna ventana abierta, muy sutilmente, trae la calma por unos instantes; instantes en los cuales rememora todos aquellos fragmentos del pasado con Jongin para juntarlos en una sola película, la cual reproduce varias veces, porque en realidad no hay nada más que hacer. Nada más que esperar; pero, ¿esperar a qué?
¿Por qué?
En algún momento la cortina es corrida, pero Kyungsoo no está seguro de haber escuchado los pasos acercándose a su lugar ni una puerta abriéndose o cerrándose; no está seguro en su totalidad si siente dolor físico fuerte o solo molestias nubosas que le acalambran, ni si su garganta siempre ha sido así de seca como ahora. Nada, a estas alturas no puede estar seguro de absolutamente nada.
Entra la única mujer que le ha importado alguna vez en su vida, además de su tía por la cual ya... no hay sentido en preocuparse. Y es como si los ojos de Kyungsoo hubiesen tenido problemas tanto tiempo, se da cuenta, como si hubiese estado tan ciego, viendo tan borroso, tan irreal-pero también ahora se ha recuperado, luego de aquella experiencia, puede ver claro y cada línea delimitada finamente. Lo que ve es a una mujer acabada. Una mujer en sus cuarentas de piel pálida, seca, maltratada por el mundo. Ve manos de trabajo con magulladuras. Ve el cansancio en cada uno de sus poros, en la forma en que se para, con los hombros caídos y el dolor de los pies al avanzar tres pasos y sentarse en la silla junto a la camilla. Las ojeras adornando aquellos ojos, almendrados, diferentes a los suyos porque él tiene los rasgos de su padre; le fue dicho siempre. Puede ver tanto.
-Madre.
Lo dice en voz baja, un murmullo apenas, en realidad más consciente de la palabra de lo que esperaba. Las letras juntas que tanto había pensado en censurar, salían de sus labios cuan niño llama a su madre solo para asegurarse de que está allí, en la cama junto a él, mientras que todo lo demás está oscuro debido a una tormenta y un apagón.
-Yo... -Kyungsoo mira a la forma de sus piernas tapadas bajo la manta mientras toma otra inhalación para seguir.
-Lo siento. Lo siento mucho.
La mujer guarda silencio, la verdad es que ninguno de los dos se atreve a mirar al otro a los ojos; hay miedo de qué se encontrará en ellos: dolor, más decepción que la que había previamente, perdón, irritación; ninguno está seguro siquiera de qué es lo que se dibuja en los propios, qué emoción están experimentando mientras respiran el mismo aire. Kyungsoo no imagina como se verán los suyos, cómo es que suena su voz para los demás, pero tiene una culpa tan enorme de haber seguido con vida. De haber vuelto a hacer que la existencia de esa mujer fuese miserable, de darle una desgracia más, más sacrificios, más problemas innecesarios. De más deudas-más trabajo y dinero perdido. Por su culpa, solamente por él.
-No quería endeudarte más, madre. De verdad que no.
Está sollozando; llora tanto últimamente. Cuán irónica es la vida; no se hubiese imaginando así de sensible antes. No lo hubiese sospechado.
-Quería dejar de ser una molestia. En serio, no- no quería seguir siendo esto; -hipa, limpiando sus ojos con el dorso de su mano, su voz cada vez más baja, más débil-no quería seguir haciendo las cosas mal. Yo- yo quería morir.
-Solo quiero irme de aquí.
Una de sus manos es tomada entre otras dos que son más menudas, viejas y consumidas que entibian más que solo sus dedos, le dan esa pizca de calor a su alma.
-He hecho tantas cosas mal. Tantas-dice con voz maternal, suave, una que hace tanto tiempo no era dirigida hacia él.
-Es mi culpa que todo esté así ahora.
Kyungsoo frunce el ceño, apretando la mano de la mujer.
-No, madre.
El chico levanta la mirada y la de la otra está brillando, emocionada no en una forma positiva. La suya es similar. Ambas contienen sincero arrepentimiento.
Después de unos minutos de silencio le pide agua y la mujer le acerca un vaso que estaba listo desde antes para él. Es renovador, de una forma u otra, pero aquel sentimiento de estar estancado en ese mundo sin consentimiento propio no se extingue, crece de a poco, como un abrasador mar de dudas y preguntas que come en cada ola más de la tierra de seguridades y afirmaciones.
-No quiero ir más a la escuela -dice repentinamente- prefiero quedarme en casa y... ayudar en lo que pueda.
Manera ridícula de decirlo cuando en la realidad, bajo aquellas condiciones, no podría ayudar demasiado. Sería un mero estorbo. La mujer parece dudar un momento sobre decirle algo, pero en el final, lo anuncia:
-La ceremonia de tu graduación fue ayer.
Vaya.
-¿Cuánto tiempo...
-Una semana.
La expresión de Kyungsoo es desconcertada en un punto que no se llega a demostrar, se oculta tras una máscara de resignación. Pero está presente.
-Despertaste antes, pero solo ahora estás consciente.
No sabe a qué se refiere; pero puede que tampoco quiera saberlo. Hay demasiado de lo que Kyungsoo preferiría mantenerse ignorante-todavía encerrado en el caparazón que ya no es más que una manta delgada que lo cubre de una tempestad. Las paredes se han debilitado tanto, el fuego se ha consumido tanto. La pregunta siguiente que sale de sus labios, aquel nombre, es la prueba misma de aquello.
-¿Jongin?
-Está con la cuidadora -su madre le dedica una mirada un tanto aliviada.
-Conseguí un descanso en el trabajo, pero tengo que estar en casa por... por él.
Kyungsoo asiente. Entonces pasa-
-¿Nunca te has preguntado si te he mentido, Kyungsoo?
Es una pregunta inusual.
-La verdad -pestañea varias veces, entreabriendo su boca; porque sabe que lo ha hecho. Siempre ha sentido que le miente en algo.
-No- No lo sé.
-Porque te he mentido tanto, tanto tiempo. Pensé que iba a estar bien si seguía así unos meses más; hasta que dejases de odiar tanto a Jongin, al menos.
-No lo odio -se apresura en decir.
Puede que sepa a qué se refiere. Puede que lo haya descubierto por sí mismo hace un tiempo atrás, pero que sea ahora el instante de las verdades, del destaparse y admitir-aún tiene miedo, un miedo enorme.
-Tu padre no murió en un accidente. Él...
No. Kyungsoo no quiere-
-No quiero saber.
Pero la mujer nada más le dedica ojos compasivos, como si sintiese pena por un crío. A Kyungsoo no le gusta esa expresión, tampoco ese ridículo comer que pareciera estar poseyendo gran parte de su pecho, estómago, brazos y manos; aquel temblar leve y el terror en sus ojos que se abren más cuando se da cuenta de que la mujer seguirá hablando a pesar de que le ha dicho explícitamente que no quiere oírlo y la máscara se está acabando de romper-no quiere saberlo. No, no podría aceptar lo que hace tanto ha evitado; e intenta moverse, doblar sus piernas, incorporarse en la camilla al igual que lo hizo cuando recién despertó, pero ni siquiera es capaz de sentir que están allí sus extremidades inferiores.
-En realidad tenía problemas de depresión y caía continuamente en el alcohol. Por eso siempre he estado preocupada por ti también, aunque no te hayas dado cuenta, o no haya hecho un buen trabajo siendo madre...
No lo quiere saber, pero es inútil lo que trate, su cabeza no se está agitando en negación como desea. Solo permanece inmóvil mirando las sábanas blancas.
-No lo pude hacer feliz. Su familia no fue suficiente para él-
-¡Madre! -explota Kyungsoo, dando un espasmo y sorprendiendo a la mujer. Traga el nudo en su garganta, que no se va, no quiere desaparecer, y suelta un aliento inseguro apretando sus puños.
-Por favor.
Su madre se para, quedándose sin hacer nada por unos segundos que Kyungsoo cuenta, pasan tan lento, son ocho, antes de avanzar hasta el corte de la cortina por donde apareció. Pero antes de irse dice las palabras que Kyungsoo, en verdad, hubiese preferido nunca escuchar-nunca sentir en el aire, llegando hasta él en pequeñas ondas invisibles, como apenas un siseo que pareciera haberse dicho totalmente en vano.
-Jongin es tu hermano.
Y es cuando Kyungsoo se ha quedado solo, en aquella habitación, solo y con él mismo, con su presencia, y piensa en esa primera vez en que se detuvo a ver a Jongin, en aquella tina, cuando se fijó en los rasgos suaves y femeninos, en sus ojos, en sus labios, párpados pronunciados, pómulos altos y la forma en que sus pestañas los besaban suaves como pinceles, rasgos tan parecidos a su raíz materna, se dio cuenta que secretamente ya lo había notado, alguien se lo había susurrado, su corazón se había acelerado por más de una simple razón aquella noche, y es que todos esos días de odio, de paz, de miedo y dolor, Kyungsoo ya-
-Ya lo sabía.
...
En dos semanas vuelve a su casa; dos semanas solitarias de pensar, recordar, imaginar, dar resolución a los conflictos personales con ningún resultado en verdad claro. Su pierna derecha de encuentra con un yeso largo; tiene un fierro, le dijeron, que le pusieron en una cirugía porque a pesar de que él sintió el tope en la cadera, su pierna fue la que sufrió mayor parte de las consecuencias al "quedarse atrás". Tenía una fractura expuesta, resumieron, y que fue una suerte que el hombre que lo atropelló llamase a emergencias, pero como la culpa fue de Kyungsoo los daños tuvieron que ser pagados sola y únicamente por su madre. Al menos ya puede usar muletas; pero no es como si este hecho pudiese hacerlo sentirse algo mejor.
Ya no puede correr.
La única actividad que en su vida ha disfrutado, desechada completamente, tirada a la basura, derribada tan fácilmente por un soplido de la vida; el fin de la pasión, la terapia, la adrenalina; y es tan, tan irónico. Es como si la vida de Kyungsoo, en sí, fuese una paradoja-Kyungsoo es una alegoría andante que representa de a poco cada una de las cosas que ha detestado durante todas su vida; y ama lo que odiaba con tanto ahínco.
Cuando llega a su casa, al menos no es en silla de ruedas. Es por sí mismo, con las muletas, lentamente, sin aceptar la ayuda que le ofrece su madre en el camino. Conserva su orgullo.
Es tan orgulloso, él.
No ve a Jongin el primer día, porque de alguna forma se las ingenia para subir las escaleras a pesar de poseer una pierna entera disfuncional, a pesar de la insistencia de la mujer en que podría quedarse con Jongin en su habitación-con su hermano, en su habitación. Se queda encerrado en su propio cuarto, todo el primer día. Desde la primera mañana hasta la del día siguiente solamente mirando por su ventana, buscando entre un montón de cosas abandonadas que estaban dentro de su armario la foto de sus sueños, o alucinaciones, lo que fuesen. Esa foto, hasta que la encuentra, y ahí está, la de una familia que no pareciera ser la suya en su mínima proporción. Y allí está Jongin, también, toda su vida ha estado Jongin, también.
Al día siguiente, sin embargo, lo ve. Al bajar al primer piso, porque la mujer ya no está en la casa, está trabajando como es usual, y debe encargarse de darle la comida lista desde el día anterior a su hermano. Es increíble el uso de esa palabra, y cómo cada vez que la menciona en su cabeza ésta deja de funcionar momentáneamente, tratando de tomarla, de aceptarla y repetirla más como una aseveración que como una pregunta.
Jongin parece estar feliz de verlo. Sonríe como el estúpido de siempre, moviendo sus brazos torpemente, un poco de saliva se escurre como cada vez en que lo hace demasiado, por su mentón, pero ahora cree encontrarlo incluso un tanto hermoso, porque es cándido, una muestra tan intocable de las expresiones más puras, sin resentimientos, sin los pensamientos turbios que crecen como una mala maleza en el cerebro al pasar cierta edad, al derrumbarse la ilusión de creer estar viviendo en la maravilla, al notar lo despreciable que es la raza humana o lo equivocada que puede estar tu madre y escrutar los cientos de defectos en quienes antes se pensaba que eran perfectos.
Sale al patio empujando la silla de Jongin con mucha dificultad, quien lo llama de vez en cuando, Kyungsoo, Kyungsoo, con aquel grado personal de torpeza en la lengua.
Se sienta en el columpio, se balancea muy despacio. Jongin esta vez no estira sus extremidades superiores pidiendo hacerlo también, tan solo lo observa con sus mechones de cabello sobre los ojos porque le hace falta un corte de pelo. Su pierna le molesta en esa posición, empero, Kyungsoo continúa meciéndose con ese ritmo al que se mecen los niños para dormirlos-puede que calme su espíritu, la ansiedad encerrada que hace cuenta regresiva para detonarse con brutalidad, la culpa no meramente de haber estado equivocado tanto tiempo, sino de desear algo prohibido de todas las formas posibles.
-Tú sabías que éramos hermanos, ¿no? -le dice al chico que espera en la silla de ruedas, el cual sonríe de nuevo al darse cuenta de que le están hablando.
-También siempre lo supiste.
Kyungsoo suelta una carcajada; muy probablemente Jongin no está entendiendo nada de lo que dice, pero aun así trata de hacer como que lo escucha. Así lo toma él, al menos; porque puede que Jongin en realidad no quiera hacerle pensar nada, así como puede que él ya sepa comprender la palabra hermano.
Cuando es tarde comen juntos, Kyungsoo lo alimenta con cuidado; y cuando es de noche duermen juntos, Kyungsoo de espaldas, con un brazo tomándolo con afecto y la cuenta regresiva continuando, contando, esperando al momento apropiado o un golpe final que le haga simplemente estallar.
...
El ambiente está tan endulzado.
Pero además es como si la paleta de colores del momento estuviese hecha solo de rosados y morados, desde el más claro y brillante hasta el más opacado y oscuro. En ese mismo segundo, partícula de tiempo cuyo presente es tan efímero, está feliz-o no, puede que felicidad no se la emoción exacta que se define en su lengua, pero en cierto modo trae consigo las mismas consecuencias de hallar algo de paz, algo de entrega a los giros bruscos de su vida sin cuestionarlo tanto y a esa burbuja que crece soportable y romántica dentro de su pecho. En lugar de ser una bomba, por hoy solo es una indefensa y transparente burbuja que le hace carcajear un poco cuando siente los besos en su cuello. Le gustan.
El ritmo está marcado, no titubea ni se pierde, pero tampoco se apresura.
Porque están disfrutándolo, a su ritmo.
Kyungsoo cree que es real, que las emociones que está sintiendo ahora son más que solo el efecto de un dopaje excesivo con pastillas, un intento de suicidio infructuoso, fallido-aunque ni siquiera es capaz de recordarlo por el instante.
Su cabeza se gira hacia la izquierda, que es donde está la otra enterrada en su cuello, e inhala profundamente el olor de los cabellos que pareciera que hubiesen sido bañados en un líquido de miel, perfumados a la adolescencia en su culminante flor, a la deliciosa prohibición de un amor que nunca debió haber nacido en aquel sentido.
Jongin gime en deleite para él, nadie más que él.
Esta ha de ser uno de los mejores recuadros en la exposición de arte titulada Onírico, y el tiempo está significando nada, porque si debiese hacer la cuenta de cuánto tiempo lleva haciendo el acto de deseo mayor no sería capaz de aproximar exactamente, más diría que parecieran haber sido horas y horas sin sus bordes definidos; y cada vez los colores son más fuertes, más sanguinarios, entintándose de rojos los rosados y de negro los morados, como un recuerdo imparable de lo fantástico y mal que es aquello. Pero Kyungsoo esta vez lo ha anticipado. Lo sabe y no es el morbo lo que lo guía a aprovecharlo un poco más; y hacer lo que no es capaz ni nunca será en el mundo terrenal. Controla el hecho en su paraíso, su propio cielo, que se distorsiona a ratos por la propia subconsciencia superior a su dominio, como los colores y olores, pero que luego vuelven a normalizarse.
Están en la cama de su habitación, la cual inevitablemente es la de su infancia, él sentado en un borde con la vista hacia la ventana, pero ni siquiera se está fijando en ella, porque todo lo que importa es Jongin. Lo valioso es Jongin y su placer, su respiración cansada junto a su oreja, sus delicados quejidos, sus latidos que siente muy cerca de los suyos, provocando más y más romanticismo encajándose en su estómago y su garganta, en sus manos que acarician su cadera y la sujetan y lo ayudan. Le gustaría tanto que esa unión fuese eterna; infinita e infalible como los hombres tratan una religión-su propia religión construida solo para predicar ardidamente a gritos sobre el amor y la pasión, sobre las delicias que se pueden hallar en las sangres atiborradas hasta la línea de muerte con polvo de hadas.
Porque nunca antes lo había sentido tan fuerte.
No le importaría morir haciendo esto; es más, lo quiere, lo pide a quien sea que esté allí escuchándolo si es que hay alguna especie de dios que lo pueda ayudar-a un orgasmo de la muerte. Para él, suena simplemente hermoso, una idea tan bella capaz de llevarle lágrimas a los ojos.
Sus mechones de pelo se pegan a su frente, ambos están bañados por una capa de sudor con aroma a flores, y abraza a Jongin por la cintura cuando queda tan poco, como una despedida. Sus cejas surcadas levemente y la mueca en su boca denotan nada más que satisfacción. Entonces abre los ojos, ínfimamente, y mira por la ventana.
Está el cuerpo colgado en el árbol de su patio; la sombra negra en un fondo tan rojo como la sangre.
Sus movimientos se detienen, pero los de Jongin no cesan; entonces un poco más abajo, justo al frente del árbol se da cuenta de que hay un niño. Es un crío, pequeño, de unos cinco años quizá, de esos que da vértigo verlos correr en la calle porque podrían caerse fuertemente, dándole la espalda y mirando el cuerpo inerte. Un grito horrible rompe en ese universo, uno que proviene de una mujer que entonces aparece corriendo tras el chico con otro en brazos, uno aún menor que no deja de mover sus piernas y toma con brusquedad el brazo del primero para tirarlo hacia atrás de ella y taparle la cara cuando comienza a llorar. Pero ese llanto no es por lo que ha visto, es evidente que no tiene idea de qué significa-el niño llora por los chillidos de la mujer que no paran, el dolor en el rostro distorsionado de la mujer que no puede simplemente dejar de temblar. Es una copia exacta de su madre varios años atrás.
Es ella.
En su cabeza hay una confusión abrumadora y falsa; todo esto, cada escena que está ocurriendo, junto con el sonido de las sirenas que reconoce como los carros de emergencias y la policía que se acercan desde lejos, cada lágrima y quejido de desconsuelo los ha escuchado antes, en algún momento de su vida, de su infancia.
-Kyungsoo.
Jongin comienza a repetir solo eso, su identidad, con éxtasis evidente en su sangre y un rostro erótico y encantador. Sin embargo el escenario del patio, representado cuan obra de teatro no desaparece, no hace una pausa ni un quiebre tras el cual dar una pausa al único espectador antes del ansiado desenlace. Comprende la trama, lo hace a la perfección: una mujer esforzada cuyo segundo hijo hubo nacido tras un parto complicado y, por consiguiente, ha quedado con secuelas incurables. Su esposo, que ha sufrido depresión toda su vida, ahora se encontraba en un punto crítico cayendo en el alcohol por las múltiples deudas que debía pagar. Entonces, cierto día, el hijo mayor entra a una casa silenciosa luego de haber llegado de su primer día de escuela en aquel año, permanece sin sospechar que en el patio se encuentra su propio padre colgado de un árbol hermosamente florecido. Pero el niño sale a jugar, porque en realidad le gusta mucho el paisaje del jardín trasero en primavera, y solo aquí es el punto al cual ha llegado Kyungsoo a analizar la obra en un puesto de privilegio, como el tal de los críticos profesionales. La continuación, sin embargo, es aún más evidente para él-la mujer le entrega su hijo menor a su hermana para que lo adopte al poco tiempo después, al verse incapaz de hacer algo más que trabajar para pagar el agujero negro en el que hubieron quedado y mantener sola a dos niños a la vez. La otra mujer aceptó feliz, porque el hijo menor a pesar de todo era simplemente un amor delicioso de niño y nunca se le dio la oportunidad de conocer a alguien adecuado con quien formar una familia. El mayor creció odiando por no ver a su madre, por pasar etapas importantes de su vida solo, sin enterarse nunca de que el primo que tanto adoraba su familia no era más que su hermano menor-creando sentimientos románticos y platónicos hacia él de una manera en que antes hubiese sido una de las cosas más imposibles por pasar.
¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser él?
-Jongin, detente -suplica-Detente, detente.
Pero Jongin no lo hace, no para su inmaculada danza sobre él hasta que ambos no están nada más que estallando en un delirio de arrebatados, y el filtro de colores rojos y morados comidos por negro destella con blancura cambiando las tonalidades a nada más que un fulgor deslumbrante, y ve florecer capullos de cerezos por todos lados a una velocidad sorprendente, por donde fuese que mirase, había jazmines, madreselvas con cientos botones blancos, clemátides, rosas gigantes, tulipanes vibrantes, narcisos, margaritas y otras que ni siquiera habría sabido que existían; flores y plantas de las más aromáticas, de las más coloridas y admirables consumiéndolos y embotonándolos de su droga aromática. Y en la cama, y en la pared, y bajo sus pies e incluso en el techo no dejan de surgir más y una y otra y cientos de ellas, comiéndoselos de a poco, acompañándolos en un orgasmo más alto que cualquier nirvana, que cualquier culminación-tan perfecta que cree por fin haber llegado al paraíso que ha creado un pensamiento abstracto llamado Dios.
Y hay una sola voz que escucha, una única voz que no deja de gritarle embelesado en lo que ocurre a su alrededor y dentro de ellos: hermano, hermano, hermano.
...
Como hipnotizado por el olor fuerte de la primavera, por los sonidos al viento moviéndose y corriendo entre las ramas, botando pétalos y llevándose consigo el aroma de la fructificación; aturdiéndole, embotonándole como si fuese un alcohol fuerte que contamina su sangre, desde la punta de los dedos de sus pies a la curva en su nariz y cada capilar existente, cada poro, cada idea, cada pieza de él-se mueve, toma, ata, acerca, llora, agarra, acomoda.
No hay incertidumbres.
Jongin lo mira desde su silla a un costado, ingenuo ante lo que está a punto de ocurrir; en sus ojos hay galaxias que se pueden ver desde lejos, desde cualquier punto en el plano. Tan únicos, tan radiantes.
El sol ya no llueve sobre sus cabezas, y hay una lluvia muy similar a la de esa mañana en que la belleza del mundo cayó en él como un baño de culpas y remordimientos consigo mismo.
Acaricia el collar en su cuello, es un poco áspero, pero sabe que le corresponde solo a él y le gustaría tener un espejo solo para saber cómo luce. Un suspiro. Le cuesta estar manteniendo el equilibrio en un solo pie sobre el trozo de madera, agarrota sus músculos cansados y a la vez lo marea.
Reza porque su madre no llegue sino en quince minutos, ni uno más, ni uno menos; pero no le reza a nadie. Ruega a un dios que esta vez le deje irse, no importa dónde, pero simplemente irse; aunque es un dios en el cual nunca ha creído ni tampoco existe para él.
Se despide con una última mirada de amor a Jongin, que sonríe pensando que se va a balancear en el columpio, y se deja caer tal como lo hace una flor de su árbol, que se separa de su mundo porque se ha acabo su destino, porque no soporta la mirada de sus compañera, porque no es lo suficiente o ha sido demasiado; y lo único que desea es paz, y lo único que busca es verdadera libertad-libertad en la cual sus pies no tocan el suelo ni alguna otra superficie, está flotando y es-
Tan bueno para él.
Y mientras su cuerpo da espasmos bruscos, y presiente su cabeza como ajena en la conexión con su columna, mientras siente del frío de un invierno desnudo y la visión no es más que un mar turbulento, se oye un grito.
Un jodido grito que nunca en lo que le quedaba de vida esperó escuchar de nuevo.
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