Parte 1; 1

Jongin no sabe amar.


Jongin no sabe caminar; sus piernas se doblan, débiles, como dos palos sin movilidad ni flexibilidad. No puede ponerse en pie sin ayuda de alguien más. Jongin tampoco sabe cómo hablar bien, su boca se abre y de ellas solo escapan sonidos sin sentido alguno, simples balbuceos inútiles, tan inútiles como su capacidad para decir una oración extensa o su propio nombre sin tardarse. Jongin no sabe hacer muchas cosas, como leer ni escribir fluidamente; no puede sostener un libro ni un lápiz correctamente sin que se le caiga de las manos. No tiene idea de qué es una oración, un adjetivo, una preposición. Jongin no sabe, o más bien no puede, interpretar; ni una sola palabra que se le dice a un ritmo normal. Para él solo son ruidos y reacciona a ellos de acuerdo a cómo lo estimulen. Se le debe hablar lento, mirándolo a los ojos, asegurándose de tener toda su atención y repetirle varias veces, aunque en ocasiones sea como hablarle a la nada absoluta. Como hablar al vacío, en una habitación desocupada. Otra de las tantas cosas que Jongin no sabe hacer es sumar sin demorarse siglos. No sabe comer sin ensuciar todo, no sabe ir al baño por sí solo, ni mucho menos valerse por sí mismo unas pocas horas sin comenzar a llorar.

Jongin no sabe hacer absolutamente nada.

...

—Eres un idiota— dice fríamente, mirándolo a la cara desde su lugar, a un par de metros con una mueca de desagrado implantada en su semblante. Una sonrisa boba se forma en los otros labios al escuchar su voz.

—Un completo y bien jodido idiota. 

Una gota de agua cae sobre su cabeza, y Kyungsoo sabe que probablemente comenzará a llover. Observa fastidiado a Jongin, quien está sentado en una silla de ruedas frente a él; su madre había salido a trabajar y lo había dejado cuidando a su primo. Pero para empezar, Jongin ni siquiera debería estar en su casa. Él no era su amigo, no era su hermano, no era nada más que un primo político; ni siquiera lazos sanguíneos los unían. Jongin era un pobre diablo abandonado y adoptado. Entonces Kyungsoo no entendía—no entendía por qué tenía que estar ahí cuidando de él, de alguien tan inútil cuando podría estar haciendo cosas mucho mejores, como salir con sus amigos, por ejemplo, o responder los mensajes de esa chica de pechos grandes y acinturada que insistía en hablarle, o fumar un poco de polvo de hadas, la nueva droga del mercado, una que da alucinaciones más reales que cualquier otra ha dado nunca, y sensaciones más vívidas que las experimentadas en la vida real. Que atrapa, atractivamente, con su color amarillo y que parece ser de uno de los oros más caros y pulidos.

Pero no, debía estar allí, viendo cómo su primo miraba hacia las nubes con la boca abierta, dejando que las gotas ya más gruesas le cayeran en los ojos y riendo por ello. Kyungsoo frunce el ceño cuando siente las gotas mojando su ropa. Se pone de pie del asiento y se dirige a la puerta para entrar en su casa. Jongin, menor que él por un año, ni siquiera se da cuenta y continúa mirando cómo las nubes le escupen directo en la cara, como una burla directa que nadie comprende. Kyungsoo sabe que si su madre llega a saber que dejó a Jongin afuera con la lluvia le va a gritar furiosa, pero en estos momentos no le puede importar menos eso. La hermana de ella, una adorada y ejemplar mujer, adoptó a Jongin hace años, antes de que tuviese una memoria estable incluso. Y desde entonces es como si fuese en verdad el sobrino de su madre, lo cual le parecía enormemente ridículo, porque para él no corre de la misma forma; para él, Jongin sigue siendo el discapacitado mental inútil de siempre; el que estorba, el que roba todo lo que es suyo desde que apareció en su vida.

Una completa mierda.

Las gotas continúan como llovizna delgada, y Kyungsoo tiene esos deseos traicioneros de volver a llorar, a pesar de que no es algo que el haga muy a menudo—algo que siquiera haga en presencia de alguien más o por razones mínimas. ¿Cambiaría algo el que Jongin no existiese en la muerte reciente de su tía? Alguna influencia mínima, se pregunta, al menos un giro distinto en el destino ya definido de todos. No había forma de saberlo y, sin embargo, prefiere hacer recaer la culpa en Jongin, ya que su tía se encontraba en un viaje para conseguirle un medicamento que se había acabado y necesitaba con urgencia. No culpa al hombre que conducía el bus en el cual la mujer se encontraba, y que volcó debido al sueño y la lluvia tormentosa de una noche hace menos de dos semanas cumplidas.

Para Kyungsoo, Jongin no era nada, por lo que tampoco podía importarle menos si se enfermaba o comenzaba a llorar. El chico, entonces, solo saca su móvil y ojea la hora. Dejarlo unos treinta minutos bajo el agua no le afectaría tanto.

...

—¡Mierda, Kyungsoo! —su pelo es tironeado de un lado a otro por un puño cerrado en él. Sus dientes se cierran con fuerza al igual que sus ojos, mientras su cabeza continua siendo sacudida.

—¡Qué fue lo que te dije, puto egoísta!

Cayó la coincidencia de que ese día su madre llegó más temprano de lo normal, y también pasó que puede, solo puede, que se hubiese olvidado de entrar a Jongin después de pasada la media hora. Para pasar los minutos, puede que se haya dejado caer bajo las influencias del polvo de hadas. Y puede, solo puede, que la lluvia hubiese empeorado y no hubiese escuchado el llanto enfermante que tenía Jongin afuera por el efecto de la magia llenando sus sentidos y emborronando su cerebro.

—¡Monstruo! —Ah, bien, ahora era un monstruo para su madre— ¡¿Quieres dinero, eh?! ¡¿Quieres salir?! ¡Porque no te daré una sola mierda más! ¡¿Escuchaste?!

—¡Suéltame, vieja, estás loca!

—¡No! Y ahora me escuchas.

Kyungsoo abre los ojos al escuchar la voz quebrarse, y los ojos de la mujer están vidriosos, llegando a ese punto entre la furia y el dolor que no le gusta ver, porque solo significa que se ha llegado a líneas, límites, bordes débiles y que tienden a quebrarse

—¿Crees que no sé que te drogas y tomas? ¿Que no sé que tú sales de la casa en las noches cuando estoy trabajando? ¡Eres una mierda de hijo! —Un palmetazo atraviesa su mejilla, haciendo que la piel suene fuertemente y se corte el sonido de la lluvia.

—Y ahora no solo te basta con hacerle daño a la mujer que te ha cuidado todos estos años, sino que a Jongin también.

Con esa última frase, extrañamente más suave que la potencia anterior, suelta con brusquedad su cabello, tirándolo al suelo y saliendo de su habitación con pasos pesados al primer piso. Kyungsoo se queda unos segundos sin hacer nada, hasta que el chasquido del quiebre ocurre; ese cede desenfrenado, incontrolable de la unión cuerpo-mente en el cual se pone de pie furioso y patea la puerta de su habitación con la fuerza suficiente para quedar con dedos amoratados por semanas. La sangre palpitando en su temple, su mandíbula duele de lo encajada que está y bota todas las cosas de su escritorio; papeles, lápices, cuadernos y latas desparramándose en todo el suelo de la habitación. Suelta un grito frustrado y da un puñetazo fuerte a la pared, disfrutando el descascarar leve tanto de la pintura vieja como el de la piel nueva de sus nudillos—el hilo rojo y fino de sangre que los recorre. Y a Kyungsoo le gusta ese color.

La culpa sigue siendo de Jongin.

Es culpa del remordimiento por su primo, desde el primer momento, desde que fue presentado a él en esa silla de ruedas y se le dijo que tenía que cuidarlo porque era especial, el día en que su tía había regresado de otra ciudad para vivir más cerca de ellos. Por supuesto que en ese tiempo no pensó que con especial se referían a su idiotez innata e incapacidad para todo; pensó, en lugar de ello, todo lo contrario—que Jongin debía tener capacidades fuera de lo común, que quizá era incluso alguien mejor que él a pesar de ser un año menor. Pero luego, esa misma tarde, se dio cuenta de que a Jongin lo tratan más que solamente como a alguien especial. Era tratado diferente, con voz más suave, con miradas más conmovidas, mientras que a él iban dirigidas las cejas surcadas y la mueca en la boca al regañarlo por alguna cosa mínima. Si Jongin daba vuelta la comida, era respondido con una frase de lamento y luego una servilleta limpiando su boca, un paño en el suelo y nueva comida era puesta frente a él y a su mano sin motricidad, que prácticamente golpeaba con su tenedor los alimentos, porque ni siquiera era capaz de tomar palillos como todos los demás. Pero si Kyungsoo pasaba a llevar su fuente y la daba vuelta era regañado, le ordenaban que fuese a buscar algo con que limpiar y luego no le servían más de lo que le gustaba.

Si había una tormenta y Jongin estaba en su casa, su madre se quedaba en la cama del otro, a pesar de ser la misma habitación, que en la suya. Los juguetes en navidad iban para él y Jongin, la cantidad de galletas era la misma para él y para Jongin; todo era parejo, e incluso con ventajas para Jongin, aún cuando él era quien sobraba—quien se quedaba a veces en una casa que no era suya, quien no entendía ni mierda de lo que pasaba a su alrededor—quien no tenía la sangre de nadie. Kyungsoo creció sintiéndose la oveja negra y ajena en una familia que era la suya, propia, mientras que todos en ese pequeño mundo le ponían atención a un chico que no tenía nada que ver con ellos.

Kyungsoo odió a Jongin desde el primer momento.

...

Rutina.

Oh, diaria rutina—de despertar cansado, de levantarse sin deseos de hacerlo, de ponerse de pie sin realmente querer parase durante todo el día. Osadía de entrar a la ducha y abrir el agua tibia para ser recibido por una lluvia fría y, como todas las mañanas, volver a gritar ese ¡Madre, no has pagado el gas! con tal furia que nadie adivinaría que Kyungsoo acababa de despertar. Dar un vistazo en el espejo pequeño y rectangular del baño frente al lavamanos, hacer una mueca de desagrado y sacudir la cabeza para botar el líquido excesivo que gotea en sus hombros. Notar que el cabello entintado como el vino apenas conserva su color furioso y vuelve al negro, pensar en decidir si dejarlo así, teñirlo nuevamente o cortarlo para permanecer con el color de medianoche anterior. Acabar por olvidar el asunto luego de lavar sus dientes. Salir del baño, ir a la cocina y tomar una manzana para comer camino a la escuela, escuchar cómo su madre le grita sobre las cosas que no ha hecho y las que debería hacer al llegar. Las mismas palabras siempre, tan repetitivas que solo consiguen aborrecerlo y escapar de todo. Los ya estoy cansada, los me decepcionas y por qué me ignoras de desayuno antes de irse. Pero Kyungsoo prefiere no tomarlos, no digerirlos como antes hacía con la cabeza gacha, puños apretados y ojos ardiendo, y cierra de un portazo la puerta. Es tan solo rutina.

Sin embargo este último mes han cambiado un poco.

Ahora entre los retos, entre la cocina y la manzana, hay una persona— un idiota sentado a la mesa, riendo o abriendo y cerrando la boca sin nada particular que masticar. A Kyungsoo le hace sentir infectado el mero hecho de tener que ver el rostro de Jongin tan temprano por las mañanas.

Rutina.

Su escuela es grande y moderna, pero llena de todo ese tipo de personas a las cuales les importa una mierda su futuro y que Kyungsoo detesta, pero que debe soportar un año más antes de mandar todo el lugar y sus integrantes a la mismísima mierda. En el instante en que pisa el pasillo del segundo piso, un palmetazo en la espalda lo saluda y un brazo pasa por sus hombros.

—Buenos días, Cenicienta.

—Jódete, Jongdae.

Kyungsoo continúa caminando hasta llegar a la sala de esa mañana, mientras que progresivamente el brazo alrededor de sus hombros se va resbalando hasta que en ellos no hay peso alguno más que el de su propia vida. El otro chico se ríe a sonidos cortos, siendo la razón principal el que Kyungsoo parece estar cada día con un humor más desastroso y reacciones más violentas.

—Tranquilo, gatito, solo bromeo.

Kyungsoo se desploma en su asiento, dejando su bolso a un lado mientras Jongdae se acomoda en la mesa contigua.

—Bien, no empieces entonces, porque hoy no estoy de humor para ti y tus putas bromas.

Venenoso.

Mejor amigo no es una palabra que definiría el significado de Jongdae para Kyungsoo, porque no lo son. Solo amigo estaría bien, un compañero de clases que con sonrisas de gato ha logrado acercarse lo suficientemente como para no ser ignorado fríamente como con la mayoría de los demás. Un año llevan así—Kyungsoo llega, Jongdae lo saluda, y dependiendo del estado de ánimo es la respuesta que obtendrá, o el ánimo que será implantado durante toda la mañana. Con la proporción de tres es a uno, para Kyungsoo el vaso siempre está medio vacío.

—¿Irás?

—¿Qué?

—Si irás este viernes en la noche.

—¿Dónde?

—La fiesta de Chanyeol —Jongdae rueda los ojos— ya sabes; fiesta, noche, alcohol y—el otro hace un gesto en el cual lleva su mano hasta su nariz y tapa uno de sus orificios nasales, inhalando.

—De verdad estás distraído, Kyungsoo. Te he hablado solo de esto toda la semana.

Pero Kyungsoo hace tiempo ya, que sinceramente no está presente.

...

Es finalmente día viernes, cuando está a punto de salir de la escuela, el momento en que recibe la llamada. La puta llamada. Su madre de pronto lo está obligando a permanecer el fin de semana encerrado en lo que ella llama hogar para vigilar a Jongin, porque tendría que trabajar en turnos todo el fin de semana en el hospital; a pesar de que este mismo sábado se compraría otros zapatos de trabajo en lugar de hacer lo mismo de siempre, ya que los suyos están gastados y las heridas en sus pies ya no deberían soportar su propio peso.

No sería la primera vez que lo hace, pero tampoco es algo que haga con buena cara o disposición completa. No es algo que le guste, mucho menos, ni que disfrute—ni siquiera lo soporta. Asco es lo que siente cuando ve al discapacitado, rechazo del más reprobable que puede haber en un joven de 18 años frescos. Jongin ahora no solo ocupaba su espacio y le robaba lo que era suyo, o la poca atención que recibía, sino que además lo privaba de diversión y lo hacía responsable de alguien a quien no quería ni necesitaba. Nunca lo haría.

—Deja de mirarme—su voz tan fría como el aire en las mañanas del invierno que acaba de pasar.

Los ojos de Jongin siguen pegados a él, observándolo fijamente mientras su boca cuelga abierta y sus brazos se tensan un poco. El hervidor de agua está listo y le da la espalda al inválido. Llena una taza y la deja en la orilla, para luego agacharse y sacar del mostrador el café. Jongin se ríe repentina y fuertemente, entonces en un movimiento rápido de subir y mirarlo, golpea con fuerza su codo contra la taza, haciendo que se estrelle contra el suelo y se rompa en pedazos gruesos de loza.

—¡Mierda! —el chico maldice mientras evita tocar el agua sobre la mesa antes de que esta se acabe de enfriar.

Jongin ríe en el fondo.

—¿De qué ríes? —pregunta Kyungsoo apretando el paño en su mano. Se para y Jongin lo mira y continua riendo, babeando su mentón, haciendo mociones de tensión y distensión con sus brazos y piernas.

—¡¿Qué es tan chistoso, joder?!

La furia lo enloquece, lo toma, lo aleja de la razón; porque ya lleva siendo mucho tiempo desde que Kyungsoo dejó de controlar su cólera. Acumula, acumula, acumula y luego libera. Acumula, acumula, acumula y libera en forma de gritos, golpes, maldiciones y palabras más filosas que cuchillos largos y puntiagudos.

Por hoy, ha tenido suficiente de Jongin.

Lanza el resto de taza que tenía en su mano al suelo, y su cabeza repite interminablemente es tu culpa, es tu culpa, porque aunque lo dijese en voz alta sería en vano. Porque para él ya no hay palabras lo suficientemente fuertes que lo expresen correctamente, ni una cantidad necesaria de repetir algo para expiarse y por fin sentirse libre—sin ese nudo en la garganta, sin el dolor en el fondo de su pecho que ha llevado por años.

Con la primera bofetada que da con el paño húmedo, la cara de Jongin de voltea a un lado como si fuese la de un muñeco. Por fin deja de reír, se queda callado como si estuviese entendiendo el dolor, pero Kyungsoo no tiene suficiente y no tendrá. Necesita desquitarse con algo y lo vuelve a hacer, pero esta vez, Jongin sí comienza a llorar. Y no es suficiente—nada es suficiente para acallar la rabia que lleva y sigue allí; y aún si le diese una paliza a Jongin justo ahora hasta dejarlo moribundo, faltaría la fuerza para seguir botando todo y habría de continuar así por días. Marcas, es lo que no debe dejar si no quiere recibir los gritos, el odio, la decepción de su propia madre, por lo que, tomando un puño de su cabello con brusquedad y con la otra acomodando el paño, comienza a golpearlo con él. Una y dos, tres y cuatro veces; ocho, doce y solo entonces es cuando se cansa porque la piel de la mejilla de Jongin está demasiado roja y podría comenzar a descascararse luego. Las gotas han salpicado para todos lados, incluyendo su cara—y está jadeando, y hay sudor en su frente. Gimoteos de fondo, casi callados, porque el discapacitado parece estar temiendo el hacer algún ruido que disturbe la calma que queda después de la tormenta que no ha estallado en meses después de nada más que sol asfixiante. Pómulos casi en carne, un cuerpo temblando bajo él, inferior en mil y un aspectos, ojos apretados—y cuando Jongin los abre para darle apenas un vistazo tímido y por apenas un segundo, el chico siente algo desagradable en la boca de su estómago, algo que no asume y su cerebro está negado a hacerlo algún día.

Es por eso que simplemente suelta el cabello, da media vuelta y sale de la habitación.

No. El arrepentimiento es una palabra prohibida para él, que se ha perdido en su vocabulario desde el momento en que se dio cuenta que no habría un ápice de arrepentimiento dirigido hacia él.

...

El suelo del baño es frío, húmedo, y si no estuviese tan desconectado ya con el mundo exterior le hubiese dado un asco enorme el siquiera entrar a la caseta. Hay un olor repulsivo a orina y a cigarro, junto con piscas de otro más dulce, espeso y bastante familiar. Kyungsoo recuesta la cabeza contra una de las murallas cuando termina de inyectarse, aprieta sus ojos y los abre un par de veces antes de entregarse ese placer de desaparecer de la faz y su mezquina vida. Es un adiós temporal a Jongin, a quien dejó solo en la casa para salir de todas formas; un adiós temporal a su madre, que no logra entender que los problemas no están en la falta de dinero ni trabajo excesivo, sino en el amor que se comparte bajo su propio techo; un adiós temporal a todo aquello que ha conocido.

Cinco minutos pasan antes de que los colores se hagan más fuertes, casi fosforescentes y los bordes se diluyan en un borrón de acuarelas como es el proceso previo a la entrada al otro mundo. Asimismo, su cuerpo se siente más liviano, lleno de aire, pero al mismo tiempo cuando intenta levantar los brazos, es como si amarrados a ellos hubiese pesadas cadenas. Mira fijamente por arriba de la caseta a uno de los tubos de luz que pestañea, guiñándole y soltando chispas blancas que no está seguro si son una ilusión o en verdad está pasando. Apoya un codo en el borde del inodoro e intenta acomodar su postura, pero su extremidad resbala y acaba por meter el brazo completo dentro de la taza. Su rostro se contrae en una mueca de asco, y al sacar su mano el hedor a orina es tan fuerte que las arcadas comienzan de inmediato. Volteándose rápidamente, su estómago se contrae una y otra vez haciéndole vomitar dentro de la taza—Kyungsoo vomita colores líquidos, brillantes. Vomita dulces y los restos de felicidad que quedan dentro de él.

El portazo que resuena en el baño vacío al salir de la caseta le recuerda a un disparo, como si hubiese sido tirado justo a su lado, rozando su oído. Se tira al lavamanos frente a él y abre la llave, de la cual brota espuma y agua jaleosa que por alguna razón le provoca risa, una risa histérica e irrefrenable. El espejo frente a él refleja exactamente lo que es y lo que vale, es decir, nada. Sube su mano para hacerla resbalar por el largo del espejo, pintándola de lila con el líquido que de pronto parece encontrarse allí y que brota de su mano. Las gotas caen dibujando tallos y entonces deja de ser agua, son pétalos de morado suave, del cual brota otro, y otro sobre aquel hasta formar una frondosa mata fantástica al frente suyo. Las paredes desaparecen, en lugar de ellas se abre un campo lleno de verde y flores pequeñas que asoman sus primeros brotes primaverales como los que vio hoy en la mañana. El cielo es turquesa, de una tonalidad tan enérgica y profunda que parece ir a tragarlo cuando lo observa un par de segundos—entonces aparece ese pánico irracional, que le hace acelerar el corazón y cerrar los ojos hasta que está respirando aceleradamente y consigue mirar a otro lugar. Se gira sobre sí mismo y el paisaje cambia ligeramente, acentuando los olores extraños y las plantas creciendo en espesura y cantidad de flores. Lo hace una, dos veces, pero a la tercera algo capta su atención desde el rabillo del ojo—una figura.

Jongin.

De pie entre matorrales florecidos de plantas que no sabe identificar pero que son fuertemente aromáticas, y es como si una ola de miel invisible lo azotara en el rostro, entrando por sus fosas nasales, escurridiza e intoxicándolo un poco, ahogándolo del dulzor y la espesura hasta que no hace más que toser con los ojos estrujados. Sin embargo, cuando los abre, todo está muerto, como si hubiese vuelto al baño y solo una luz sutil emana desde el rincón, o más bien del espacio en el que está Jongin. Pero Jongin por alguna razón no parece él realmente; está de pie, sobre sus dos piernas, afirmando su propio peso en sus extremidades inferiores y camina, se mueve, en su dirección a zancadas largas e incluso seguras, con una viveza en sus ojos que no ha visto nunca en nadie.

¿Qué mierda haces-

El puño azotándose contra su pómulo no le permite finalizar de hablar. Jongin, con su polera rallada y pantalón caqui hasta la rodilla parece de alguna manera encajar con el paisaje que vuelve a ser el floral de antes en cuanto recibe el impacto. El color en sus nudillos por la irritación del golpe conjuga bien con las flores diminutas que parecen haber crecido por entre los espacios de las baldosas que siguen allí como suelo. Anonadado, Kyungsoo se queda tirado tras la caída y no dice nada, con la boca abierta y una mano sobre su mejilla afectada. Su primo se acerca dos pasos para quedar justo frente a él y se acuclilla. Sus ojos son intensos, con vida e historia, y Kyungsoo nunca en su vida imaginó el ver a Jongin de otra forma, como una persona autónoma y misteriosa—como alguien que mereciera el tener atención sobre él.

Jongin estira una mano y la lleva hasta la suya cubriendo la mitad de su rostro, mientras que él continúa sin volver a ser capaz de emitir sonido alguno incluso cuando es tirado de espaldas contra el suelo, y cuando se da cuenta de que Jongin está presionando su boca contra la suya. Su primera reacción es de removerse bajo el peso de un cuerpo más grande presionándose sobre él; se retuerce, cierra su boca con fuerza para evitar a esa lengua que intenta entrar y golpea sus labios. Un solo segundo la abre para gritar, pero es aprovechado por el otro para invadirlo y llegar a hacerlo sentir vulnerable—por una sola vez.

Y Kyungsoo se desespera al sentir la desventaja; contra él, contra Jongin.

¿Es realmente Jongin?

Sus muñecas son tomadas y presionadas contra el piso, mientras que hay más peso puesto en su torso. No pasa por su mente que podría simplemente morder la lengua ajena o esos labios carnosos que ahora están humedecidos por los fluidos vocales de ambos. No pasa por sus pensamientos el empujar a Jongin cuando ya no hay fuerza puesta en sus muñecas sino que en sus caderas las cuales se mueven arriba y abajo empujadas por la presión de otras más fuertes. Con sus ojos entreabiertos se fija en la expresión hambrienta de Jongin y piensa que todo está muy jodido; en que eso no debería estar pasando. Jongin no debería estar introduciéndose en sus alucinaciones, eso no tenía sentido, y maldice al polvo de hadas que se ha inyectado en su forma líquida, porque no pensó que en algún momento odiaría el sentir todo de forma más que real—mágica, sobrenatural.

Pasa sus pupilas dilatadas y descentradas a la luz que rodea la forma de la cabeza del otro—colores derritiéndose, intensidad aumentando y bajando hondamente. No hay suelo, no hay cielo, solo el eufórico sentir de una boca mezclándose con la suya y el éxtasis de que en su estado, no hay límites de tiempo ni espacio, realidad ni fantasía.

Pasan horas.

Al despertar, sigue encerrado en la misma cabina del baño, sin rastros de vómito en la taza, pero sí marcas de saliva seca en su brazo, sus pantalones abiertos y manchas todavía frescas de sus fluidos íntimos sobre el suelo.

...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top