vi. los que mueren
DAÑO COLATERAL,
capitulo seis: los que mueren!
EN TIEMPOS DESESPERADOS SE REQUIEREN MEDIDAS DESESPERADAS. Al menos eso fue lo que le enseñaron a Joy Williams durante su entrenamiento en la unidad SEAL cuando ella era una simple cadete transferida. Ella no esperó nada menor a eso, ya que sabía que su cuerpo y su mente se pondrían en situaciones sumamente estresantes, donde su juicio y sus acciones tendrían que estar afiladas para actuar. La muchacha de cabellos pelinegros aprendió dos cosas en su entrenamiento, juzgar y actuar, así que apretar el gatillo contra ese monstruo no fue tan complicado para ella — era más que sabido que él los atacaría, así que ¿para qué mostrar inútil e insensata misericordia por un ser humano ya perdido? Ella se dio cuenta que en cuanto intentó abalanzarse sobre ellos podrían morir en cuestión de segundos, sin embargo, lo más sensato era ampliar su calidad de vida entre las paredes de la mansión para así al menos lograr escapar.
El monstruo cayó al suelo de manera seca.
Joy no dejó de apuntarle.
(Sería un suicidio dejar de apuntarle, por supuesto.)
—Eso definitivamente no es un muerto viviente—dijo Redfield rompiendo el silencio terrorífico que había en la habitación.
Joy le miró de forma inexpresiva—Gran maldito descubrimiento, Sherlock.
—Eres insoportable.
Ella le sonrió—Es una de mis cualidades.
Joy volvió a mirar al monstruo y lo tocó levemente con su pie, esperando algún movimiento por parte del nuevo monstruo que se encontraron y finalmente los dos soltaron un suspiro al ver que esa cosa estaba muerta. La muchacha Williams asintió con satisfacción mientras que Chris intentaba mover las rejas que los mantenían atrapados ahí dentro, sin embargo, Joy decidió acercarse hacia el ataúd donde se encontraba el enemigo previamente asesinado y se encontró con dos cosas: un emblema con algo que ella reconoció al instante y un botón. Ella le tendió el emblema a Chris y se encargó de pulsar el botón, abriendo la puerta para ellos sin problemas.
—¿Qué es esto?—preguntó el castaño señalando el emblema de metal.
—Es un emblema, pero si quieres que sea más concreta—respondió la pelinegra acercándose para mirar mejor—. Los colores y la forma en la que están dispuestos pertenecen a la organización que Rebecca mencionó antes.
—¿Umbrella?
Joy asintió.
Como si fuese una coincidencia, Joy realizó de que todo lo que ocurría, formaba parte de algo que era más grande que ellos dos juntos y, por un mísero segundo, sintió miedo ante ello. Ella se preguntó en silencio si realmente valía la pena revelar todo el misterio que vagaba entre los pasillos de la mansión o dejarlo morir con ellos dentro — de algún modo, Chris y ella estaban allí por algo, entonces tomarían la responsabilidad de llegar al fondo de todo el asunto. Los dos salieron de las catacumbas y permanecieron en el exterior por un rato largo, el frío y la incesante lluvia humedeciendo sus cuerpos por séptima vez mientras intentaban decidir cómo seguirían a partir de ese momento. Joy no se esperó nada menos que los dos permanecerían juntos, eso ya estaba impuesto y tallado en piedra.
—Entonces, ¿cómo seguimos?—preguntó Joy mirando el emblema.
—Huh...—Chris se rascó la cabeza y también dirigió su mirada hacia el emblema justo como Joy lo hacía en ese momento—. Aún nos queda terminar de registrar el pasillo por donde encontramos la segunda máscara—señaló la puerta de rejas negras—. Si esto puede darnos el paso a otras puertas, yo digo que sería mejor intentarlo.
La pelinegra se imaginó que estarían en peligro, pero eso no significaba no encontrar respuestas, así que asintió.
—De acuerdo, Tubo de Plomo, enseña el camino.
Chris rodó los ojos antes de tironear hacia la puerta, abriéndola para pasar otra vez por el pasillo donde se encontraban los cuadros, el cual estaba infestado de cuervos y Joy los miró completamente confundida — probablemente preguntar de dónde vinieron les haría perder más y más tiempo, entonces ella cerró la boca, siguiendo de cerca a Redfield, quien se encontró con otra puerta de rejas. Salieron hacia un pequeño pasillo en el exterior, lleno de plantas y luz demasiado tenue para su vista. El ruido de la lluvia y el súbito trueno hicieron sobresaltar a la pelinegra, no obstante, lo que más la asustó fue el canino rabioso que saltó de su escondite para atacarlos. El castaño sacó su arma y disparó cuatro veces sin dudar, dejando atónita a la ex piloto, pero no le daría el lujo de decirle un comentario al respecto.
¿Por qué?
(La arrogancia de un hombre era algo que a Joy le fastidiaba.)
Ambos policías se acercaron a una puerta que, en un principio, no se abría ni aunque Chris la empujase; pero había una ranura donde cabía algo que ellos tenían: el emblema de Umbrella. Al colocarlo, el mecanismo interno que mantenía la puerta cerrada terminó por desbloquearse y los dos se miraron entre ellos antes de cruzar la puerta. Ingresaron a otra habitación pequeña, donde Joy encontró municiones y Chris una puerta de madera que estaba abierta. Él vigiló silenciosamente el entorno del otro lado para cerciorarse de que no estaban dando vueltas y definitivamente estaban en territorio nuevo, lo que significaba una cosa: la persona que diseñó aquella mansión estaba completamente loca.
Williams alzó una ceja—¿Algo nuevo?
—No quise ser tan obvio—bufó Chris con mal humor.
—Entonces es una muy buena señal, Redfield—sonrió Joy con diversión antes de abrir la puerta de par en par—. Mueve tu trasero y vamos.
Al salir se vieron de vuelta en el exterior, en un lugar muchísimo más amplio y sombrío. Había bruma y niebla entre varios lugares, siendo decorada por arboles sin hojas, poco pasto verde y la luz de la luna alumbrándoles el camino como último recurso. Ellos bajaron por el camino señalizado y se detuvieron cuando, a la vista, había un señalador de gallo que se movía en las posiciones cardenales con el viento que había. Chris lo inspeccionó meticulosamente y Joy dejó de sorprenderse cuando apretó un interruptor, deteniendo al artefacto en la parte que tenía una W, significando el oeste.
—Y aquí tenemos otro maldito rompecabezas—se quejó Joy en voz baja.
Chris gruñó.
(Joy se dio cuenta de que Chris no hacía comentarios hacia sus quejas, pero de todas formas ella continuaría con sus protestas.)
Los dos continuaron bajando por un par de metros, a punto de encontrarse un cruce con otros dos caminos y, como si fuese repentino, estática comenzó a formarse en sus comunicadores — una voz muy lejana se escuchaba en ellos y la pelinegra se obligó a permanecer quieta, intentando agarrar una frecuencia con la que pudieran oír a quien sea que esté intentando comunicarse con ellos.
—¡Que...algu...!
Joy frunció el ceño—¡Hey!¿Alguien me recibe?
—¡Que alguien...!
—¿Alguien me recibe?—insistió Joy.
—¡Que alguien responda!—la voz de Albert Wesker se presentó al otro lado.
—¿Wesker?—preguntó Chris fijando su mirada en Joy.
—El monstruo encadenado...Atrás...
Joy se concentró en escuchar mejor—¿De qué diablos está hablando?
—No se resistan...Es mejor...no acercarse al bosque...que rodea la mansión.
La transmisión se cortó instantáneamente.
Joy se preguntó por qué esa advertencia no sonaba tan convincente y aún así, ambos continuaron con su camino. Cuando bajaron para ver el siguiente artefacto, el cual era de un color metalizado, Chris volvió a pulsar otro botón; deteniéndolo en dirección al Norte y algo se abrió a pocos metros de ellos — al ver que la bajada continuaba, Joy se dirigió más abajo, arrastrando a Chris con ella (y el idiota casi se tropieza con un escalón de madera) hacia dos puertas enrejadas. Al empujarlas, se movieron entre un cementerio lleno de lápidas y los cuervos volaban sobre ellos; amenazantes y rapaces, esperando el momento exacto para poder comerlos una vez que la vida ya no quedase en ellos. La pelinegra soltó jadeo y tembló un poco, continuando con el camino hacia otra puerta. Al ver los caminos divididos, los dos ex pilotos sintieron que sus músculos se cansarían después de tanta caminata entre los pasillos.
De todas formas, ninguno de los dos sabía si era peor estar en el exterior o dentro de la mansión.
(Joy se negaba a responder esa pregunta estúpida.)
Chris caminó en dirección recta, sin siquiera preguntarle a su compañera, obligándola a subir otro par de escaleras. Joy sintió emoción al vislumbrar una pequeña cabaña entre el musgo, los árboles pelados y oscuros, junto con la niebla tan traicionera. Ella lo agradeció, ya que no solo encontrarían más respuestas, si no que también la verdad estaba llegando gracias a un precio. Los dos se acercaron, subiendo un par de escaleras para llegar a la puerta de madera y a lo lejos se escuchó el arrastre de unas cadenas — el llanto de alguien fue lo siguiente que les hizo parar todos los pelos de punta. Chris se apresuró en abrir la puerta, tironeando de Joy para meterla dentro y cerrar la puerta justo detrás de ellos. El silencio se formó por esos pequeños minutos que ellos permanecieron en absoluta quietud y de repente, no había nada más que ellos dos.
Joy esperó otro trueno u otra señal de lo que habían escuchado.
Nada.
Absolutamente nada.
Ingresaron a un pequeño pasillo, observando como las telarañas y el aroma a ropa vieja inundaban sus narices de manera gloriosa, las ventanas estaban viejas y rotas en algunas partes, pero eso se mostraba acogedor para una pareja que dedicaba su vida al campo. Avanzaron hacia un pequeño comedor, hecho de madera con una fogata encendida y eso provocó que Joy soltase un respingo. Si alguien podría haber hecho un fuego allí, eso significaba una o varias cosas: algún miembro de la unidad estaba luchando por su vida o algo más estaba entre aquellas paredes. Al continuar con la inspección, Chris encontró vendajes sucios y viejos, con rastros marrones que llevaron a la conclusión de que se trataba de sangre seca.
—Esto me da muy mala espina—murmuró Chris en voz baja.
Joy ladeó su cabeza hacia un costado, su mirada encontrándose con un papel pegado en la pared y ella se acercó, tomándolo en sus manos.
Un mapa.
Maldita sea, ya tenemos un puto mapa, pensó la pelinegra.
—¿Algo interesante?
—Tenemos un mapa del patio, un patio gigante—confesó la muchacha de ojos verdes—. Supongo que podremos orientarnos mejor con él.
Continuaron con la habitación que estaba a su lado y observaron que todo estaba iluminado por una luz cálida, acogiendo el lugar viejo entre las telarañas. Una cama dura se extendía al lado de una ventana que daba a la puerta por donde ellos habían entrado y un escritorio se posaba contra una de las paredes de madera, la luz adornando las cosas que tenía encima. Joy se encontró una foto rota, de la cual solo pudo reconocer a una niña y había un diario a su lado.
Las palabras no tenían sentido alguno.
Al parecer una niña lo escribió.
Sin embargo, había algo mal que ocurrió con ella y Joy volvió a mirar la foto, la niña estaba sonriente y los rostros de sus padres estaban totalmente rascados. Chris tironeó de su mano para buscar algo y ella casi se tropieza, manteniendo su balance entre las dos piernas. Ella giró la foto y miró algo escrito en letra cursiva, con tinta negra.
Mi querida Lisa.
—Aleluya—dijo Chris a su lado.
Joy levantó la mirada, encontrándose con la mirada triunfal de Chris Redfield sosteniendo una gran tijera para cortar alambres; ella sonrió de oreja a oreja, sabiendo que la pesadilla terminaría pronto y podrían moverse con total normalidad. Ella tensó su parte mientras que él colocaba la tijera sobre la cadena que unía a los grilletes y presionó, cortando finalmente la cadena de metal que los mantenía juntos. Joy exclamó con absoluta alegría mientras que Chris reía por lo bajo, tropezándose con algo detrás de él que lo hizo caer a otra parte escondida de la habitación.
La pelinegra lo siguió—Oh, Redfield, no tienes idea de la felicidad que siento ahora.
—Al fin podemos coincidir—gruñó él antes de levantarse, ambos mirando la nueva habitación frente a ellos.
Al acercarse, encontraron una manivela y Joy se tomó la libertad de agarrarla con ambas manos.
—Este hombre tiene demasiados problemas con los rompecabezas—dijo antes de tendérsela a Chris—. Creo que hemos investigado todo aquí, ya no hay más caminos.
Cuando volvieron hacia la habitación, Joy recargó su arma, mientras que Chris se frotaba la muñeca.
—De acuerdo, lo mejor sería separarnos para cubrir más terreno—añadió el castaño mirando a Joy al lado de la cama—. Si Wesker nos dio una advertencia, puede que él también esté cerca de aquí.
—Bien, yo iré por la parte este—declaró la ex piloto haciendo una mueca—. Nos encontraremos en media hora por donde entramos para llegar aquí, ¿entendido?
Chris alzó una ceja—¿Desde cuándo tú das las ordenes?
—No me vengas con ese tipo de mierdas, Redfield—la pelinegra rodó los ojos—. Tú también quieres hacerte el mandón aquí.
—¡Ya vete!
Ella levantó las manos en rendición, sintiendo la completa libertad entre sus dedos, además del dolor en su muñeca. Pero, al cruzar el umbral que daba al pequeño comedor, no se imaginó recibir un golpe seco en la cabeza, quitándole la consciencia en menos de un segundo y ella sintió que caía, aterrizando en seco contra el suelo de madera.
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El calor era insoportable.
Otra vez, de una mísera y absoluta vez, ella sentía la arena pegarse en su piel.
¿Por qué?
¿Por qué Joy se sentía tan sofocada?
(Probablemente por que el hedor asqueroso a sudor estaba literalmente pegado a su cuerpo.)
Joy abrió los ojos, mirando el horizonte arenoso de la Sabana iraquí; el sol estaba en el punto más alto del cielo, iluminando todo a su camino, el cual era un vasto desierto con subidas y bajadas, colinas altas y otras más bajas. El peso de su rifle de asalto se encontraba terriblemente pesado en sus manos heridas, pero el poder sentir el arma cargada a su merced y libre albedrío le hizo sentirse poderosa — segura frente a todo peligro u amenaza contra ella. La joven de cabellos rubios soltó un suspiro mientras admiraba la quietud del entorno y la armonía que había entre aquellas colinas de arena, a su lado, una mano se posó en su hombro y Joy ladeó la cabeza. Una mujer de cabello pelirrojo corto se encontraba a su lado, admirando el mismo paisaje sin fin que ella veía y Joy sonrió, sintiendo la cálida presencia de la soldado Rhina Jansen junto a ella, como en los viejos tiempos.
—Es demasiado tranquilo—dijo Rhina esbozando una sonrisa—. ¿Verdad, general?
La rubia miró fijamente en su lugar, sintiendo que sus músculos se relajaban.
Sí, aquel lugar era demasiado calmo.
La calma antes de la tormenta.
Joy no lo entendía.
¿Acaso ella debía entender?
—Rhina—dijo Joy con voz apacible.
Sintió movimiento a su lado y silencio, como si la mirada de la pelirroja fuese directamente a la muchacha de cabellos rubios casi instantáneamente. Joy no quería mirarla, no por el simple miedo de ver el verdadero rostro de su compañera de equipo frente a ella — acribillada por las balas, destruida en miles de pedazos de carne y con sangre manchando el uniforme, los principios que ella juró proteger con su corazón. Joy no podía mirarla. Ella no podía.
Y eso era lo que le daba más pena.
—¿Por qué...?
Silencio.
Silencio.
La presencia de la soldado Rhina Jansen aún seguía a su lado y sentía sus orbes verdes en ella todo el maldito tiempo, tan cerca, pero tan lejos al mismo tiempo y diablos, Joy no quería llorar, Joy no quería romperse y eso le destrozaba el corazón cada vez que veía la foto de su pelotón por las noches.
—¿Por qué...qué, general?—preguntó Rhina.
Joy tragó saliva, intentando quitar el nudo que tenía en su garganta.
¿Por qué le costaba demasiado enfrentar la verdad?
Ella ya no quería llorar.
Ella quería mirar hacia adelante.
Pero no quería olvidarse de aquellas personas que le salvaron la vida. Entonces, ¿porqué...?
—¿Por qué me duele tanto decir adiós?—sentenció la rubia y sintió que las lágrimas caían inadvertidas por sus mejillas, tan picantes que le hacían contraer su rostro de una forma horrible—. Quiero seguir adelante, Rhina. Tengo nuevos amigos, tengo una nueva familia, pero...
—Sientes que te atormentamos—respondió la cadete Jansen con voz suave y tomó la mano de su general entre las suyas—. Y no es así, Joy. Lo hecho, hecho está, así que estoy más que segura que el proceso duele y no está mal que duela, general. Todo ser humano pasa por eso.
—Siento como mi dolor me consume y no sé si pueda volver a como era antes.
—No puedes volver a ser como eras antes, tienes que ser otra tú, una Joy mejorada.
Ella soltó un sollozo y Rhina apretó más su mano.
—Sigue con tu investigación en esa mansión—dijo ella mirando a la rubia con tal timidez—. Nuestro sacrificio es tu oportunidad de cambiar el mundo y cuando lo cambies, serás la mejor versión de ti misma. Déjanos ir, Joy.
Más lágrimas.
—No...
Joy no podía, el dolor era demasiado para ella.
—¿No, qué...?
No puedo.
Williams sintió que el aire ya no llegaba a sus pulmones y se empezó a agitar, sintiendo que su garganta se cerraba, denegándole el acceso al oxigeno que ella tanto necesitaba y su corazón empezó a latir fuerte — errático, eufórico, lleno de adrenalina y su cabeza giraba por todos lados: los rostros de su equipo, de Rhina, de Wesker, Jill, Chris, todos ellos estaban frente a ella y Joy se sintió sofocada entre aquel sentimiento agonizante. El calor era insoportable y todos hablaban al mismo tiempo, una y otra y otra vez continuaban soltando palabras que se mezclaban en los oídos de Joy.
No puedo.
Sí puedes, la voz de Rhina se escuchó en su cabeza.
No puedo.
—Joy...
Ella cayó de rodillas al suelo.
—Joy.
La arena comenzó a hundirla, sin piedad ni misericordia, ella sentía manos que tironeaban de su cuerpo hacia abajo; inundándose en su propia oscuridad y los gritos de sus compañeros, el silbido de las balas, la bomba que soltaron los aviones de combate, todo estaba bajo control y Joy — ella sentía que iba a explotar en cualquier momento, queriendo acabar con la pena y la angustia.
Nuestro sacrificio es tu oportunidad de cambiar el mundo y cuando lo cambies, serás la mejor versión de ti misma.
Déjanos ir, Joy.
—¡Joy!
La pelinegra abrió los ojos, encontrándose más que desorientada en una habitación muy conocida para ella. Su cabeza punzaba como la primera vez que disparó sin auriculares amortiguadores de sonido, eso había sido el rifle de asalto en su entrenamiento como SEAL; pero esto, esto era otra cosa. Unas manos suaves tomaron su rostro y Joy parpadeó, sus pupilas enfocando la imagen que debían ver frente a ella. El rostro cálido y sonriente de Rebecca Chambers se mostró frente a sus ojos, cómo si ella fuese la mismísima virgen del Paraíso y un puto ángel de la guarda; ella le hablaba a Joy, pero la pelinegra tardó un poco en orientarse en el espacio donde se encontraban en aquel momento. La ex piloto soltó un gruñido al volver a parpadear, sintiendo que el mareo estaba abandonando su cabeza poco a poco — terminando por devolverla a su estado normal.
—¿Me escuchaste?
—Huh...¿no?
—Te dije que me alegra verte y que no hagas movimientos bruscos—murmuró la castaña y colocó la mano en el pecho de Joy—. Y que no te levantes tan rápido, así que apoya la cabeza en la almohada.
—¿Qué...?—Joy no sabía cómo empezar sus preguntas.
Rebecca palmeó su pecho—¿Qué pasó?
—Recuerdo que Chris y yo estábamos en una cabaña—empezó la joven Williams—. Investigando en los patios de la mansión, en esa cabaña encontramos...
La foto.
El diario.
Mi querida Lisa.
—Pistas de una familia que vivió allí—dijo Joy antes de acomodarse mejor en la almohada—. Encontramos otra pieza del rompecabezas y logramos separarnos, cortando las esposas—levantó su mano izquierda, la cual seguía con el grillete puesto y la cadena cortada hacía tiempo—. Decidimos separarnos para cubrir más terreno y cuando salí...ahí ya no recuerdo nada más.
La mano de Joy viajó hacia su cabeza, la cual tenía una venda alrededor, pero sin rastros de sangre húmedos y eso le confundió bastante.
—Chris fue quien te trajo aquí—declaró la muchacha Chambers esbozando una sonrisa cálida—. Casi tira la puerta al intentar entrar, lo vi bastante preocupado, podría decirse que estaba a punto de tener un ataque de pánico, pero logré calmarlo un poco. Dijo que un monstruo que entró a la cabaña donde estaban fue quien te golpeó.
Joy permaneció en absoluto silencio.
¿Realmente Chris Redfield la había llevado hasta la mansión para salvarla?
Parecía una puñetera mentira para Williams, eso está claro.
—Se quedó aquí por media hora esperando a que despertaras mientras yo cuidaba a Richard desde la otra habitación—continuó Rebecca tomando la mano de Joy—. Por un segundo pensó que realmente estabas muerta.
—Sí, eso no va a pasar pronto—respondió Joy levantándose lentamente para sentarse—. Así que, ¿de qué me perdí?¿Cuanto tiempo estuve inconsciente?
—¿Inconsciente? Al menos unos cuarenta minutos—añadió la castaña sentándose en el espacio que Joy hizo en la cama—. ¿Dormida? Al menos unas dos horas. Mi reloj marca que son las cuatro de la mañana, estabas exhausta.
—¿Dos horas?—exclamó Joy—. No me jodas, Rebecca. ¿Dónde diablos está el idiota arrogante de mi compañero?
—Huh, no lo sé, mencionó algo de investigar en el patio y se fue después de pasar media hora cuidándote—respondió ella haciendo una mueca—. Eso fue hace un par de horas.
Joy necesitaba ponerse de pie y encontrarlo, sintiendo la necesidad de continuar la investigación junto a su compañero; así que se puso de pie y Rebecca intentó detenerla, pero Joy simplemente sintió menor y menor importancia por la razón que ella debía estar haciendo reposo.
Sigue con tu investigación en esa mansión.
—Por el amor de Dios, Joy, vuelve a recostarte.
—Estoy bien.
—Pero...
Joy le miró—Dije que estoy bien.
—Al menos intenta comer una hierba roja para seguir curándote—insistió la joven médica tendiéndole la planta y Williams la aceptó soltando un gruñido.
Las hierbas medicinales siempre fueron algo que abundó en los bosques de Raccoon City, como una especie de medicina alternativa que era usada por muchísimas personas de la pequeña ciudad — Joy pensó en un principio de que se trataban de drogas ilícitas que utilizaban los adolescentes rebeldes que vagaban por las calles, sin embargo, Rebecca sabía que no era así. Ella misma escribió un recetario sobre las hierbas medicinales rojas, verdes y amarillas, además de redactar cómo se debían usar; en un principio, Joy no las ingería o usaba en su cuerpo para curar heridas superficiales, pero al haber pasado una situación espantosa en una cabaña de la mansión con su rival mirándola fijamente, claramente había excepciones. Ella tragó las hojas con el tallo y continuó con su camino.
—Tú quédate con Richard—bramó ella y Rebecca estuvo a punto de objetar, Joy la detuvo—. Estaré bien, no me tardaré.
Joy salió de la habitación, siguiendo los mismos pasos que antes para poder ir de nuevo a la parte inexplorada. Cruzándose otra vez la gran puerta de metal para llegar al punto de partida donde lograron entrar al patio. Sin embargo, Joy vio que había una puerta entreabierta y esa no era la misma que utilizaron para ir al patio. La pelinegra consideró que ir por el mismo lugar de antes no tendría tanto sentido, Chris ya habría investigado por su cuenta — así que Joy miró hacia la otra puerta de madera. Estaba vieja, como si alguien la hubiese forzado antes y ya estaba desgastada con los años; pero aún así servía.
—Espérame, maldito idiota.
Cruzó el umbral nuevamente, enfrentándose a un nuevo rompecabezas sin resolver.
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sin editar
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