❪PRELUDIO❫
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ENEMY
preludio!
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❝Hay veces que nadie puede detenerte, ni con una palabra, ni con un silbido de una bala - solo te enfrentas al abismo, donde tú decides si vale la pena morir por ello o no.❞ — Anónimo.
𝑬 𝑵 𝑬 𝑴 𝒀 : 𝑬 𝑳 𝑷 𝑹 𝑬 𝑳 𝑼 𝑫 𝑰 𝑶
Bagdad, Irak – Octubre de 1995.
HABÍA ALGO EN EL AMBIENTE QUE PONÍA EL AIRE MUCHO MÁS DENSO Y PESADO. El calor infernal que se colaba en la tienda podía ser una de las muchas razones, o el calor corporal que emanaban los cuerpos que se encontraban dentro de la misma (sumándole el mal olor de no haberse bañado por tantos días, por parte de los hombres). Era aquel ahogo que realmente molestaba a cierta persona, el hedor y el ambiente tan pesado en uno de los países más calurosos de toda áfrica era demasiado sorprendente para muchos — además de ser absoluta y rotundamente pegajoso — pero también se lo consideró como algo exótico, teniendo en cuenta que la querida América estaba empezando el frío del otoño y las lluvias torrenciales. El tío Sam sabía a quienes debía mandar al infierno desértico. Y puede que esto suene muy poco patriota, pero una rubia de cabellos largos detestaba algunas veces al tío Sam.
(Sin embargo, Joy Williams no decidió quejarse en voz alta frente al resto de su pelotón.)
Oh, aquello.
Joy Williams no decidió quejarse.
Simplemente permaneció callada, mirando a dos miembros de su pelotón — una mujer y un hombre, de casi la misma edad — jugar a una partida de Blackjack. Joy negó lentamente con la cabeza mientras que la francotiradora estrella Ana Lewis mantenía una mano en la pila de cartas, a la misma vez que Evan Ross movía su pierna izquierda de forma impaciente — esperando a que la castaña de cabellos largos hiciese algún movimiento. Un muchacho de cabello corto y barba, de aspecto casi idéntico al de Ana, se colocó detrás de la joven, observando con completa diversión toda la situación. Caín Lewis era otro de los francotiradores estrellas del pelotón, un excelente francotirador como su hermana. Joy se preguntaba si sus padres les regalaron un rifle de juguete cuando eran pequeños, lo cual resultó ser divertido a su momento. Repentinamente, Evan golpeó la mesa con frustración, logrando que la persona que se ubicó al lado de Joy — Ricardo Torres, el latino por excelencia y el experto en bombas — soltase un respingo.
—¡Maldita sea, Ana!—gruñó Ross con nerviosismo—. ¡Ya deja de poner suspenso a esto y voltea la puta carta!
Claro que sí.
Cabe mencionar que el pelotón de Joy estaba lleno de dos tipos de personas: los serios y los dramáticos.
Evan Ross formaba parte los dramáticos, por supuesto.
La mujer francotiradora soltó una carcajada antes de hablar—¿Qué sucede, Ross?¿Tienes miedo de perder?
—No—respondió.
Ricardo levantó su dedo índice—Tiene miedo de que le patees el trasero—miró a Joy—. Como lo hizo las últimas 45 veces desde que llegamos aquí.
Joy y Caín soltaron una gran carcajada, la cual resonó en toda la tienda armada. Un gruñido femenino se escuchó en el fondo y la muchacha de cabellos rubios podría jurar que una bota de cuero fue lanzada a la mesa, desarmando la jugada de Blackjack que estaba a punto de terminar por parte de Ana. Una cabeza se levantó, con cabello pelirrojo y revoltoso, mirando al resto del equipo con ojos enrojecidos por tanto dormir. Joy intentó de sofocar una risita al ver a la segunda comandante de pelotón (un rango después del de Williams) de tan mal humor, parecía casi como una telenovela. Rhina Jansen podría ser muchas cosas en aquella unidad, pero ser una madrugadora no era una de ellas — hasta incluso podrías llegar a lamentarte si quisieses despertarla en contra de su voluntad. La pelirroja se levantó pesadamente de su catre, moviendo sus hombros hasta patear a un lado, despertando a otro cadete del pelotón de Joy.
Thomas Larson podría considerarse peor que Rhina, pero nadie decidió decir algo al respecto, sin embargo, Evan se quejó en voz alta:
—¿De verdad, Jansen?—declaró este y la pelirroja rodó los ojos—. ¡Estaba a punto de ganar!
Joy se relamió los labios—Lo que Evan quiere decir es que Ana estuvo a punto de patearle el trasero.
—Decepcionada pero no sorprendida—dijo Rhina haciendo una mueca.
Torres palmeó el hombro de Evan—No has mejorado nada, amigo.
La entrada de la tienda de campaña se abrió de forma súbita, dejando entrar a dos soldados más: dos mujeres vestidas con armamento militar pesado. Joy se giró, mirando a las dos soldados, quienes le saludaron debido a su rango y ella asintió, pidiéndoles que dejen sus armas. Caín fue hacia una de las esquinas, recobrando una botella de agua mientras que Ana y Evan recogía las cartas, así prometiendo volver a jugar otra partida más tarde. Joy se acercó a ellos, tomando el caso de Lyra Brooks, donde pocos mechones castaños sueltos cayeron frente a su cara. A su lado, la soldado Sam Everett movió sus hombros un poco, intentando aflojar su tensión en ellos.
—¿Qué pudieron ver?—preguntó su capitana.
—Hay una base rebelde iraquí algo fortificada a unos diez kilómetros de aquí—recalcó Lyra antes de seguir a Joy hacia la mesa, donde Rhina y Thomas desplegaron un mapa, la castaña tocó un punto a una distancia prudente de su posición—. Ir en vehículos revelará nuestra posición al instante, pero creo que hemos encontrado a nuestro objetivo. Solo necesitamos un plan.
—Un plan que no tenemos—murmuró Sam entre dientes y Rhina le dio una palmada en el brazo—. ¡Ow!¡Eso pica!
Joy rodó los ojos ante la completa molestia por parte de sus compañeros de pelotón y apoyó las manos en la mesa, mirando fijamente el mapa. Los soldados soltaban ideas sobre el plan y cómo debían actuar, pero la rubia permaneció en silencio — prefiriendo la quietud de todo el espacio sobre ella. Era muy diferente si había ocho voces diferentes más en la habitación, pero eso era lo que a ella le tocó. Cuando estaba en las fuerzas aéreas, todo era más calmo, más sereno y ella se sentía libre en el aire — las alternativas eran muchísimo más claras que antes y el enemigo, eso era otra cosa. Uno de sus superiores, la primera vez que ella tuvo que eyectarse de su avión de combate, le dijo una vez: "Es mejor estar preparados, Joy, sobre todo cuando otras vidas dependen de tu éxito."
Había algo más oscuro en eso, algo más caótico en aquellas palabras.
—¿Dijiste que estaba a 10 kilómetros de nuestra posición?—preguntó Williams mirando a Brooks y ella no tardó en asentir—. Entonces los haremos caminando, si revelamos nuestra posición, se sentirán atacados y su general intentará huir. No podemos permitir eso. Realizaremos un ataque sorpresa y arrestaremos a su general.
—La pregunta es cuando—añadió Caín mirando su reloj antes de levantar su vista a Joy—. Si vamos a esta hora, es muy probable que nos vean.
—Si vamos de noche, correremos el riesgo de perdernos—recalcó Thomas asintiendo—. Tenemos que atacarlos cuando menos lo esperen.
La rubia miró a sus compañeros—Lo haremos en la madrugada, en el punto donde la noche y el día se encuentran, habrá pocos soldados rebeldes haciendo guardia, así que podremos eliminarlos en silencio. Muchos de ustedes han hecho patrullas nocturnas y matutinas—ella chasqueó su lengua y miró los puntos cardinales—. El sol estará saliendo a las cinco y media de la mañana, ese es el momento de atacar. Empezaremos a movernos a las trescientas horas y llegaremos a tiempo para empezar el ataque. ¿Está claro?
—¡Sí, señora!—farfullaron todos.
El día transcurrió sin problemas, todos tomaron sus guardias, vigilando el perímetro y observando si había movimiento por parte del enemigo — Joy se encargó de notificar a sus superiores, explicándoles el plan al pie de la letra y que necesitarían refuerzos para cuando lograsen capturar al general rebelde. Cuando la rubia recibió una respuesta afirmativa, colgó su comunicación y se llevó una mano hacia su frente, quitándose el sudor junto con los mechones rubios pegados contra la misma — a pesar de ser las siete de la tarde, el aire seguía siendo denso y muy húmedo para su gusto. La muchacha de cabellos rubios volvió a atarse el cabello en una cola de caballo alta, quitándose cualquier rastro que se interpusiese en el camino y procedió a tomar su chaleco antibalas para agarrar su rifle de asalto.
Cuando salió de la tienda, se dirigió hacia el punto donde se encontraba la soldado Jansen, la arena caliente intentaba constantemente meterse entre las agujetas de sus botas y la rubia se percató dos veces de mantener bien atados los cordones antes de salir — había veces que eso le provocaba muy mal humor y eso que habían pasado tres semanas desde que estaban allí. Joy caminó lentamente la cuesta hacia donde Rhina estaba parada, su rifle de asalto estaba colgado a su hombro con la correa y el uniforme militar sucio parecía muchísimo más pulcro que el suyo.
Rhina, al percatarse de su presencia, se giró para mirarla.
—Todo tranquilo por aquí, general.
Joy asintió, deteniéndose a un metro de ella. Al observar como el sol empezaba a ponerse, dejando que el cielo se enrojeciera con naranja, la rubia se detuvo un momento para apreciar la poca humanidad que quedaba en aquel espacio recóndito — donde, por la noche, pasaban atrocidades en contra de la humanidad (o al menos eso era lo que Joy pensaba). Rhina, a su lado, también admiró la puesta del sol, mientras que un mechón pelirrojo se colaba en su campo de visión. Ella respiró hondo, pero, al soltar el aire contenido, sonó como si fuese un suspiro.
Y eso no pasó desapercibido.
La rubia miró a la pelirroja por el rabillo del ojo—¿Pasa algo, comandante?
—Nada.
El silencio se formó entre ellas, un silencio que suponía una advertencia y aquello no era algo que la general del pelotón le agradaba entre sus cadetes. La victoria era primordial en misiones como esta, más para una unidad SEAL que se infiltraría en una base rebelde, pero también era la confianza entre los pares — aquello influía muchísimo en la misión actual.
(Además, a Joy no le gustaba que sus cadetes escondieran cosas.)
—Comandante Jansen, si hay algo que le molesta—espetó Williams mirándola seriamente—. Prefiero que lo diga antes de arrepentirse de no haberlo dicho antes.
—¿Permiso para hablar libremente, señora?
Joy simplemente asintió.
—Siento duda acerca de todo esto—murmuró Rhina de forma audible para Joy y su mirada se dirigió a la tienda de campaña, donde Caín y Ana tenían una pelea campal entre hermanos—. ¿Crees que es una buena idea?
—Somos el mejor equipo que la unidad africana SEAL tiene—argumentó Joy manteniendo su mirada—. No nos hubiesen enviado aquí si fuese una mala idea y tú lo sabes muy bien.
—De eso no dudo, Joy—insistió la pelirroja antes de mirar al frente—. Pero hay algo que no cuadra, algo que simplemente no encaja en el rompecabezas...
Los ojos verdes de Joy miraron el horizonte naranja—Y no puedes saber qué es.
El silencio por parte de Rhina Jansen fue suficiente para ver que ella coincidía con su capitana — algo que algunas veces se tenía a prueba por pequeños conflictos de interés de ambas partes. Joy apretó sus labios en una fina línea, su mirada aún en el horizonte furioso que terminaría por tragarse el sol. Las misiones de aquella magnitud siempre eran, siempre son y siempre serán un desafío para un pelotón como el de Joy, pero el riesgo siempre estuvo en cada campo de batalla; ya sea en el cielo, en la tierra o en los océanos oscuros e interminables. Un soldado como ellos nunca podía saber que podría pasar en un campo de batalla, ni como podrían terminar las cosas.
Todo estaba enlazado al destino, todo estaba a su suerte.
Ellos simplemente eran peones de aquel juego.
(Piensa antes de actuar, diría su ex mentor de las fuerzas aéreas.)
—Algo que he aprendido estos pocos años en el ejército, es que nunca puedes saber cuál es el final que te depara a ti y tu equipo—respondió finalmente la rubia, enfocando sus ojos verdes en los de la pelirroja—. La guerra tiende a cambiar la corriente, con cada elección y con cada movimiento. Muchos dicen que pienses antes de actuar, pero...te das cuenta de que todo lo que pasa a tu alrededor es instintivo, en su sentido más primitivo—ella hizo una mueca—. No sé si esa era la respuesta que querías escuchar, pero es la que puedo darte.
Rhina simplemente asintió y Joy observó como ella acomodó la correa de su arma, alejándose de ella en silencio — dejándola sola para su guardia.
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Cuando las trescientas horas llegaron, Larson se encargó de preparar a todo el equipo para dejar la tienda de campaña, el pelotón se juntó con su general arriba en la cuesta. Joy permaneció con su mirada hacia el frente, en dirección al norte, donde se encontrarían con el enemigo — pasaron bastantes semanas desde la última vez que se sintió así: exaltada, eufórica, con la adrenalina corriendo por sus venas. Por un momento, ella sintió que el aliento le faltaba, como si sus pulmones nunca se hubiesen acostumbrado al ambiente tan pegajoso que traía la arena de las afueras de Bagdad. En cuanto sintió la presencia de sus compañeros, ella se giró para mirarlos, Lyra estaba con el mapa y la brújula a su lado.
—Bien...recomendaría unas últimas palabras, pero eso nos pondría sentimentales—declaró la muchacha de cabellos castaños—. Y eso es algo que detesto en patanes como ustedes.
—Pero en el fondo nos quieres—añadió Thomas después de lanzar una carcajada al aire.
—De forma muy lamentable.
Joy rodó los ojos—Soldados, no estamos aquí para tomar el té. ¡Andando!
Aquel simple movimiento de cabeza que hizo el resto de los soldados fue suficiente para callarlos por un rato. Cuando bajaron la gran colina de Arena, se encontraron con un suelo más sólido, alejándose de las pocas luces que estaban encendidas de Bagdad y adentrándose en el lado oscuro de la noche. Joy mantuvo su arma en ambas manos, sintiendo el peso de las balas en el cargador — lo cual le aseguró que el arma estaba cargada y lista para utilizarse. Su casco se encontraba pegado a su cabeza y ella maldijo en voz baja cuando empezó a serle incómodo. El equipo de Joy caminó en completo silencio y el único sonido que se escuchaba en aquel desierto infernal eran las pisadas de las botas pesadas y olorosas que estaban en sus pies. El calo había disminuido un poco, pero era un constante recordatorio de que podrían morir por una ola de calor más letal.
—Vaya, que vistas—recalcó Ana detrás de Joy—. Supongo que en Washington no se verían así.
—Tú también eres una estrella—espetó Ricardo de forma divertida—. Y me dejas ciego.
El pelotón no tardó en estallar en risas contenidas, incluso su general rio con ellos. Caín le dio un codazo al latino, quien aún seguía riendo por su comentario. A pesar de ser hermanos, había momentos en los que Caín y Ana eran muy sobreprotectores con su par — y esa situación no era una excepción.
—¡Tranquilo, hermano!—exclamó Ricardo aun riendo—. Si ya sabes que no soy digno para tu hermana.
—No puedo creer que estemos hablando de esto—se quejó Rhina mirando al frente.
—Si seguimos hablando así, los rebeldes nos oirán a kilómetros—añadió Sam con poca ironía.
Continuaron caminando los siguientes siete kilómetros, algunas veces hablando y otras simplemente en silencio. El cielo pintado de color negro poco a poco empezaba a aclararse, mostrando un azul inconfundible — un azul que daba comienzo a una guerra que pronto acabaría. El aire por un segundo se volvió demasiado denso para los soldados, como si este fuese aire irrespirable y traía una promesa consigo: matarlos a todos. Joy sintió un nudo en su garganta, prominente y tan primitivo como todos sus sentidos, los cuales se agudizaron con los años que pasó en las fuerzas aéreas. Ana Lewis tocó el hombro de su general, deteniéndola en sus pasos. Cuando la rubia se giró para mirar a la francotiradora, ella señaló al frente. El equipo divisó un gran campo enrejado con torres en sus esquinas, donde al menos había cinco soldados armados haciendo guardia, de forma muy quieta.
Eso era extraño.
(Y algo completamente malo al mismo tiempo, pero Joy no dijo nada.)
—En marcha—murmuró la líder del pelotón.
Su equipo avanzó en silencio, las armas siendo acunadas entre sus manos para apuntar y disparar a matar. Joy intentó mantener calma su propia respiración, pero los nervios y la inmensa e ingrata incertidumbre de no tener una vista clara de la gran imagen de la guerra llegaban a tener cierto efecto en su sano juicio. Al acercarse, de forma muy silenciosa encontraron a un guardia que miraba hacia el frente, sin percatarse de que ellos estaban entrando. Joy frunció el ceño al ver todo tan calmo y quieto. Thomas y Caín ayudaron a Ana y a Sam para cruzar la reja mientras que Ricardo y Evan ayudaban a Joy y a Lyra también. En cuanto el equipo logró cruzar el primer obstáculo, se dirigieron en silencio hacia el centro de la base — donde, también, estaba todo muy tranquilo.
Evan alzó una ceja—¿Qué diablos está pasando aquí?
—No lo sé, hermano—respondió Torres con su arma en alto.
—Evan y Ana, ustedes irán a las torres a ver que sucede—ordenó Williams mirando a su equipo—. Lyra, Sam y Ricardo, ustedes barrerán todo el perímetro de este lugar mientras que Rhina, Thomas, Caín y yo iremos a investigar el depósito principal. Nos reuniremos de vuelta en quince minutos. ¿Entendido?
Los soldados asintieron y salieron cada grupo por su lado.
Joy y su grupo decidieron dirigirse al depósito, donde se encontraron con una puerta cerrada con llave — hacer ruido podría delatar su posición y entonces Joy pidió silenciosamente a Larson que intentase abrir la puerta con sus herramientas. En cuanto el castaño de ojos azules comenzó a ponerse manos a la obra, la general de cabellos rubios miró hacia el cielo: este se estaba aclarando más y más con el correr de los minutos. Aquel nudo en su garganta nunca cesó de estar, parecía que el aire estaba dejando de entrar por la exaltación del momento. Thomas soltó un gruñido antes de golpear la puerta y bajar la manija, abriéndola completamente.
—La entrada está abierta—dijo él antes de hacer una reverencia.
Rhina rodó los ojos y fue la primera en entrar, siendo seguida por Caín y Thomas — Joy miró por última vez el exterior antes de entrar. Allí dentro podía sentirse la oscuridad rondando entre los contenedores que había allí. Cabe decir que había un olor terrible en el ambiente, como si algo allí estuviese muerto y no había nada para despertarlo. Joy iluminó el camino con su linterna, respirando hondo para no oler el asqueroso y putrefacto olor que emanaba todo el depósito. En aquel momento se preguntó si todo estaba realmente desolado y que aquello simplemente era un lugar donde dejaban morir a personas inocentes para deshacerse de ellas.
Joy tropezó con algo y estuvo a punto de perder su equilibrio, pero colocó su pie trasero adelante, recuperando su equilibrio al instante. Cuando la rubia apuntó con su linterna, descubrió que se trataba de un cuerpo de un hombre iraquí rebelde, del batallón donde se encontraba el objetivo que tendrían que arrestar.
Ese soldado rebelde estaba muerto.
—¿Qué diablos...?—murmuró la rubia y miró hacia adelante, alumbrando con su fuente de luz.
Había un rastro de sangre.
(Para Joy Williams, eso era algo muy malo.)
Joy siguió el rastro, hasta que poco a poco todo empezó a aclararse por la luz del sol que entraba por las ventanas y ella continuó siguiéndolo hasta encontrarse con una pila de cuerpos ensangrentados, el líder de la base rebelde estaba colgando de un gancho — sus entrañas salidas de su cuerpo y la sangre, aún fresca, manchaba su ropa. Joy soltó un respingo al ver una bandera blanca con una sola palabra kurda escrita con sangre. Los tres miembros restantes llegaron a su posición siguiendo el mismo rastro, mirando con total atención a la majestuosa y sádica ejecución iraquí.
—¿Qué es esto?—preguntó Caín luego de un tenso silencio.
—Un pecado, eso parece—replicó Rhina a un lado.
El ruido de la radio provocó que el grupo soltase un respingo y Joy sacó su transmisor, alargando su antena—Aquí líder rojo, cambio.
—Líder rojo, aquí Everett—se escuchó la voz de Sam al otro lado—. Hemos encontrado dos cuerpos sin vida de soldados rebeldes con Brooks y Torres, cambio.
—Líder rojo, aquí Ross—espetó la voz de Evan—. Ana y yo encontramos a todos los guardias de las torres sin vida, sus heridas son recientes, cambio.
—¿Tuvieron algo de suerte? Cambio—preguntó Torres
Caín se llevó su comunicador a la boca—Aquí encontramos algo peor, muchachos, cambio.
Joy se acercó hacia la bandera, la cual tenía escrito "mirin" en letras ensangrentadas y ladeó su cabeza para mirar a sus compañeros—¿Alguien habla árabe?
—Eso no es árabe—replicó Rhina acercándose a ella—. Es idioma kurdo y...—ella apretó sus labios antes de negar—. "Mirin" significa muerte en kurdo.
—General, dos aviones de combate se están acercando, cambio—dijo Ana por el comunicador.
Joy sentía que todo se estaba prendiendo fuego.
—¿Son nuestros?
—No, no lo son.
La rubia soltó el aire que contuvo y miró a sus compañeros—Salgan todos de aquí, ¡ahora!
La alarma del ataque aéreo resonó en toda la base y los soldados corrieron hasta la entrada, donde se encontraron con los tres miembros que estuvieron investigando el perímetro — Joy sintió que su corazón latía muy rápido. Caín preguntó a sus compañeros donde estaba su hermana y ellos dijeron que estaban dispuestos a derribar los dos aviones de combate. El mayor de los hermanos Lewis salió corriendo en busca de su hermana y Rhina intentó detenerlo, pero los siguiente pasó en cámara muy lenta. Una explosión se produjo frente a ellos y Joy se hizo a un lado para poder evitar algún infortunio. Sus compañeros empezaron a abrir fuego, hacia un enemigo que lanzaba muerte desde los cielos, como un demonio bombardeando aquella tierra sagrada.
Williams sintió una explosión detrás de ella y gritos por todos lados, el sabor a sangre se podía saborear desde la punta de su lengua y aquello sí que era una tragedia roja. Ella volteó encontrándose a Ricardo disparando antes de que varias balas terminasen por sacudir su cuerpo. Lo que ella menos esperó fue ser derribada por una explosión en el depósito principal y sentir como su cuerpo chocaba contra el suelo fue una sensación horrible para ella. Joy se cubrió la cabeza al sentir el silbido agudo en sus oídos, el ruido de las explosiones muy lejano a ella, pero tan cerca de su muerte y ella deseó que todo parase, deseó no haber visto el cuerpo de su compañero acribillado, deseó no haber hecho la misión.
Ella deseó haber pensado antes de actuar.
Sin embargo, el instinto siempre fue lo que estuvo primero.
Joy intentó levantarse, sintiendo el sabor metálico de la sangre en su boca, tan devastador como lo que ocurría a su alrededor — el dolor constante en su pecho hizo que sus ojos picasen, el caos, la destrucción y el gritar el nombre de sus camaradas al viento fue lo que la hizo romperse por completo, como si fuese una muñeca de porcelana — frágil, débil y sin esperanza. La rubia llamó los nombres de cada una de las personas que estaban a su cargo, pero al ver pedazos de extremidades, cuerpos muertos y cabezas rodando, algo en Joy terminó por empujarla a aquel agujero negro.
No.
No, no.
Su familia ya no estaba y ella estaba sola.
NO.
Joy Williams había perdido todo.
¡NO!
El grito del cisne era completamente un desastre, pero el dolor que irradiaba de su pecho era demasiado para consumirla. Sus lagrimas cayeron libremente por sus mejillas, mezclándose con la arena y la sangre que manchaba su rostro. Saladas y trágicas por su gran pérdida en el campo de batalla, aquellas lágrimas se estrellaron contra la arena agrietada y el ruido de la alarma era más y más fuerte. Joy cayó de rodillas, tapándose los oídos, intentando de salir con vida de aquella pesadilla. Despierta, pensó ella. Se dio cuenta de que todo lo que ocurría a su alrededor era real y que esa pesadilla era la premonición de un acantilado infinito de tragedias. Joy no quería esto, Joy quería estar en su tienda de campaña, mirando a sus compañeros jugar Blackjack — Joy quería escuchar sus risas.
Joy lo perdió todo.
Hasta que el ruido cesó, súbitamente, cuando ella también cayó.
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Washington D.C – Junio de 1996, ocho meses después.
El rescate del pelotón de Joy fue todo un éxito, al menos, recobrando el cuerpo inconsciente y con vida de su general, después de ocho meses sobreviviendo en el ambiente desértico y caluroso de Irak — mientras que el resto del equipo había volado en miles de pedazos. Para Joy no fue nada patriótico ver ocho ataúdes vacíos esparcidos en un salón, estos siendo tapados con la bandera estadounidense, lo cual demostraba valentía y todos los valores del sacrificio para servir al país. La rubia apretó su mandíbula con una furia interior y agradeció silenciosamente por estar sola en ese pabellón, ella no quería que nadie la viera llorar y ese deseó se le cumplió gratamente, dejándola sola con su propia miseria y su gran fracaso.
¿Cómo pudo ella permitir que pasase eso?
Todo su equipo estaba muerto.
Y ella allí, parada frente a sus tumbas cavadas.
¿Por qué ella seguía viva?
Joy Williams no merecía estar viva.
Ella sollozó en silencio, sintiéndose la peor comandante de todo el universo y la peor soldado — las repercusiones de sus actos eran devastadoras y ella se sentía como una niña indefensa, tan sola que ni siquiera su sombra aparecía. Ella llegó a sentirse tan pequeña que la gran pérdida de su familia terminaría por ser su más solemne pena. Joy dejó que un par de lágrimas resbalasen por sus mejillas, siendo sus únicas amigas en aquel dolor insoportable — además de ser sus amigas en las pesadillas que ella tenía cada noche desde ese día, durante aquellos ocho meses en los que ella quedó varada en la deriva.
Ser una SEAL no era sencillo.
Y aquel momento donde su equipo cesó de existir, fue el recordatorio más punzante.
A ella la veían como una heroína, la idolatraban como una heroína — la primera mujer que sobrevive en territorio hostil durante ocho meses. Pero ella no se sentía como una heroína, ella no era una puñetera heroína: ella dejó que su equipo fuese asesinado. Ella no merecía seguir de pie en aquella sala, ella debía estar dentro de esos ataúdes. ¿Por qué ella no murió enterrada en la arena? Posiblemente por sus instintos, instintos de honor y supervivencia, de terminar lo que sus compañeros y ella empezaron, por ser la última en caer de todos ellos. El dolor siguió siendo el mismo.
—La muerte nunca fue justa—dijo una voz masculina a sus espaldas.
Joy no se atrevió a mirar.
Los pasos se dirigieron a su lado, dando una presencia imponente y fuerte acompañándola — ella no dudó en saber que se trataba de un hombre. Sintió movimiento y se encontró mirando un pañuelo blanco que colgaba de una mano pálida, ella lo tomó de forma cordial y procedió a secarse las lágrimas que habían caído. Al ladear la cabeza, se encontró con un hombre de cabello corto y rubio, no tan brillante como el de ella, si no un rubio más ceniza, su piel estaba pálida y traía unos anteojos. Con tan solo mirarlo, Joy se sentía bastante intimidada.
Ella le tendió el pañuelo—Gracias.
—Puedes quedártelo—respondió el hombre—. Lo necesitas más que yo—al ver que la rubia no respondería, él siguió—. La vida y la muerte nunca fueron justas para nadie, Joy Williams, pero supongo que eso lo sabes muy bien.
—Lamento decirle esto, señor—añadió la muchacha de cabellos rubios con completa sinceridad—. Pero no creo que usted sepa lo que es perder a sus compañeros de equipo, a su propia familia, por una trampa que le tendieron.
—Oh, créeme, yo sé lo que es perderlo todo—dijo él mirando hacia el frente—. Sentir que tienes todo bajo control, sentir que todo es seguro y que nada puede salir mal. Pero alguien viene y te arrebata todo eso de tus brazos. Ese es el peor castigo que un ser humano puede sufrir—vio como un par de lágrimas caían otra vez—. Es muy lamentable lo que ocurrió con tu unidad, general. Y es más que claro que no puedes hacer nada más que volver a ponerte de pie, seguir adelante, luchar contra eso.
Joy bajó la cabeza antes de sollozar—No puedo...
—Claro que puedes—espetó él mirándola de reojo—. Todo lo que has hecho te condujo hasta aquí, tu talento y tu destreza te condujo hasta este momento, las tragedias pueden paralizarte, pero no detenerte por completo.
—No creo poder seguir haciendo esto más—dijo Joy mirándolo—. ¿Y si esto fue un error?
—Los errores no vienen por casualidad, general. Los errores vienen por algo.
La muchacha no tardó en preguntarse en silencio quien diablos era el hombre que hablaba con ella en aquellos momentos, pero la sonrisa de satisfacción fue suficiente para responder sus preguntas — el extraño estiró su mano para estrechársela. Joy, por un solo segundo, dudó si debía darle la mano. Sin embargo, la imagen de su padre fue muy clara para corresponder el gesto de forma cordial.
—Albert Wesker, capitán de la unidad S.T.A.R.S.
Joy sonrió de lado—Joy Williams, general de pelotón SEAL.
—He escuchado cosas asombrosas sobre ti y tu equipo—mencionó Albert estrechando su mano con un firme apretón—. Ellos estarían orgullosos de haberte tenido como general y de que estés viva, todo soldado da su vida para cuidar a su general.
—No creo que tenga el rango de general por un rato, capitán Wesker—respondió Joy siendo amable, aceptando su apretón de manos—. Ni siquiera sé lo que me deparará ahora.
—Soy un buen amigo de tus superiores, Joy—añadió Wesker soltando la mano de la rubia—. Y ellos me han pedido que entres al período de prueba para futuros miembros de mi división, estarás calificando para uno de los equipos principales: el equipo Alfa. Es un grupo pequeño, pero será efectivo.
—¿Piensas que es una buena idea?
—La mejor que a tus superiores se les ocurrió, francamente. Además, el vuelo que hiciste la semana pasada dejó mucho que desear.
Joy se relamió sus labios y miró los ataúdes. ¿Qué dirían sus compañeros si ella se quedaba estancada en su recuerdo y dolor? Seguramente le patearían el trasero por ser una llorona, pero ella sabía que sus compañeros hicieron lo que hicieron para llevarla hasta ese momento — pasando por el infierno en persona durante siete meses. Ella cerró los ojos por un segundo, debatiendo mentalmente qué era lo correcto.
¿Qué era lo correcto?
Ella saldría de ese infierno, pero la única condición era no olvidar de dónde venía.
Joy miró a Wesker—Acepto.
Albert Wesker simplemente sonrió.
𝒍𝒐𝒔 𝒔𝒐𝒍𝒅𝒂𝒅𝒐𝒔 𝒄𝒂𝒊𝒅𝒐𝒔...
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sin editar
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