Capítulo 4 - Al salir del trabajo

El ocaso había llegado antes de que Ángel llegara a su trabajo de lavaplatos. Laburar en un restaurante de comida china le servía para, por lo menos, ganarse unas cuantas monedas para la cena o para poder restregárselo en la cara a su alcohólico padre. 

En la entrada, yacía el dueño de nombre Xiang, que, por su rostro malhumorado, daba a entender que en cualquier momento levantaría algo punzante para castigar a Ángel por llegar muy tarde a trabajar. Ni su amigo Tadeo lo iba a salvar de la fuerte regañada de bienvenida. 

—¡Tarde, muy tarde! —dijo el jefe, dejando en evidencia su básico español. 

—Lo siento, don Xiang. Es que... 

—¡No, a trabajar, a trabajar! —respondió el chino antes de alzar la escoba. 

—Ahora mismo don Xiang, pero aléjese de la escoba... 

Tadeo, en la cocina del local, hacía un esfuerzo sobrehumano para quitar toda la mugre de los platos, vasos y cubiertos. Y todavía faltaba una montaña de vajillas por refregar. La trituradora de comida tenía mucho trabajo por delante. 

Ángel se puso el delantal y comenzó a trabajar. 

—¿Recién? —dijo Tadeo con el estropajo en la mano. 

—Sabes, si no es mi padre es el rottweiler del vecino. 

—Bueno pues, ahora que llegaste vivo, ponte al día que ahorita voy a terminar de lavar este plato y te dejo aquí solo. 

—Espérame, espérame no seas así... 

La montaña de platos fue disminuyendo hasta que Tadeo y Ángel quedaron como unos pordioseros y las vajillas tan limpias como recién compradas. El señor Xiang se pondría feliz por unas horas. 

Terminado el trabajo, Tadeo fue el primero en ir a la ducha para quedar a punto para salir a la calle. Ángel salió luego de zafar del sermón de Xiang.  

—¿Listo para algo refrescante? —dijo Ángel frotándose las manos. 

—Claro... Pero alguien te quiere conocer... Ya que estás solo y solo ves pornografía. 

—¿Quién? —preguntó Ángel frunciendo el ceño. 

De pronto, detrás de Tadeo, una mujer de notables atributos salió de las sombras como modelando en una pasarela, pero una pasarela sucia y con envoltorios de comida rápida. Un microvestido de color rojo fue el centro de atención, en aquel sitio iluminado por un poste. Conforme se acercaba a él, el vestido no dejaba nada a la imaginación. Aquella chica, de pelo largo y negro, evidenció unas enormes pestañas y ojos penetrantes. 

—¿No vas a decir nada, Ángel? —dijo Tadeo dándole palmadas en la espalda.  

—¿Yo? Eh, hola... 

—Ya sé. Los dejo solos. Mi muñeca me espera. Suerte, hermano. 

—Pero... Oye. ¡Tadeo! Yo soy... 

Tadeo se despidió a la fuerza de su amigo y, en segundos, desapareció entre la oscuridad de la noche. 

—Hola, Ángel. Nos volvemos a encontrar.  

—Sí, Zoe, te ves muy... 

—Ángel, no tienes que ponerte nervioso. Un papacito como tú me comería ahora mismo. 

—Oye, has cambiado mucho desde el día que te cambiaste de colegio. 

—Pues sí. Soy una chica de cambios. Tú deberías hacer lo mismo. 

—¿Desde ahora? —preguntó Ángel. 

—Si. ¿Y si cambiamos de solo amigos a amigos con derecho? Aprovéchame que tal vez ya no me veas más por aquí. 

—Si solo viniste a excitarme... Lo estás logrando. 

—Eso es lo que quiero. Solo deja que tus ojos disfruten. Manda al carajo el amor. 

—Siento excitación y también nervios... 

—Bueno, para que te calmes te diré "amor".

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