Capítulo 18 - ¿Qué pasa aquí?

Un día más de clases terminaron  y Ángela había venido contando los segundos para escuchar el ceremonioso timbre. No haber comido nada en el recreo la ponía como una hiena capaz de comerse a un ser humano y no solo con una mirada. No necesitaba hablar porque su rabia y su barriga gritaban e insultaban sin necesidad de tener boca. 

Venía caminado de retorno a casa, esparciendo su malhumor por todos los rincones y arterias. Era una tigresa que espantaba con las cejas y mataba con los ojos. Tenía las piernas sudadas y un estrés que iniciaba la cuenta regresiva para provocarle un dolor de cabeza. Y su padre que no tenía ni para un paracetamol. Su adorable amiga Priscila le había regalado unas coletas, que según ella, se veían muy bien, pero Ángela discrepaba en silencio y, al mismo tiempo, la chispa encendía una dinamita interior que llegaría hasta Arabia Saudita.

Cuando le faltaban unas zancadas para ver de nuevo su cuarto y no a su padre, sus ojos cansados y estresados vieron algo más que sería la estocada final de un día apocalíptico: la frambuesa al pastel. Su excompañero Danilo coqueteaba con su amiga Sofía y en sus narices. El cansancio le cedió el lugar a los celos y la rabia subió a otro nivel. La mecha se consumía y la explosión era inminente.

Danilo hacía muecas y movimientos de malabarista con tal de sacarle a Sofía una pequeña sonrisa. Pero ni una sonrisa fingida pudo sacarle a la chica que ya estaba a punto de mandarlo a la zona de rechazados y humillados. Pero Danilo insistió palpándole el brazo con sus manos de facineroso.

Ángela no aguantó la escena romántica y cómica, y se vio empujada por los celos que se la comían como un tiburón blanco. Sus celos eran diferentes porque tomaban el control de sus decisiones y movimientos: era como un ventrílocuo que la controlaba mientras que la razón yacía maniatada.
«Aquí rodará una cabeza sin necesidad de talibanes», se dijo y caminó hacia él.

—¡No la molestes! —gritó Ángela con una voz dulce que traía enojo y veneno del bueno.

—No sé quién eres, pero este no es tu asunto... —respondió Danilo y continuó.

—No, pero... —Ángela se interrumpió y luego siguió—. Ella no te quiere, así que es mejor que te vayas por donde viniste, chico.

—¡Tú no me conoces! Mejor ve a jugar con tus muñecas o al Street Fighter.

Dicho eso, Danilo volvió su cara a Sofía para intentarlo una vez más. Pero un susurro molestó su oreja y Danilo se dio la vuelta y no pensó encontrar algo mejor que un puño que venía directamente a cambiarle la cara sin necesidad de cirugía plástica. Un sopapo en el hocico lo mandó al suelo a acompañar a las flores.

—¡Espera! —intervino Sofía—. No necesito tu ayuda.

Luego, miró a Danilo y dijo:

—¡Y tú no vuelvas a buscarme! —Sofía entró a su casa dejando las cosas muy claras.

Con un sabor agridulce, Ángela se quedó dubitativa. Danilo se puso de pie con ganas de quejarse, pero fue tan lento que no vio venir una patada en los huevos que acabaron su ganas de tocarle el pelo.

Game Over.

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