Capítulo 17 - Más problemas
Eran las cinco de la tarde, y ese no era un horario idóneo para comenzar a hacer la tarea de química. Los maestros, a veces, abusaban de los trabajos y acribillaban el ocio de los alumnos con toneladas de tarea que hacían que las hojas escasearan. Parecía ser que daba más tarea y explicaba menos la materia.
Tan solo ver el cuaderno, Ángela ya empezaba a soltar el primer bostezo, y ni siquiera había abierto los librescos de las materias que odiaba. Cada minuto, su lápiz pedía una cita urgente con el bendito tajador. Era el precio que debía pagar por comprar lápices de treinta centavos: doble pago. Y su costoso borrador que solo borraba grafitos y no sus errores y torpezas.
Con la computadora portátil en la silla y muy cerca de sus cuadernos, había la posibilidad de que tomara el lugar de sus libros y sus manos inquietas cambiarían los lápices por la masturbación. Si mantenía su cabeza ocupada en circunferencias y líneas paralelas podía ahuyentar a maestras con tetas infladas y con poca ropa.
Cuando Ángela estaba por poner un poco de atención a su tarea, el golpeteo en la puerta terminó de apagar todas sus posibilidades de terminar sus deberes en unas horas. Una vez que sus ojos cambiaban de objetivo ya no volvería a tocar sus libros ni aunque le pagaran.
Llevada por la curiosidad, llegó a la ventana luego de pasar por encima del zafarrancho de libros y lapiceros. Asomó la cabeza y vio que su amiga Sofía yacía parada en la entrada, sujetando un libro y un cuaderno con hojas suficientes como para quedarse a dormir. Ahí recordó la promesa de enseñarle química cuando era hombre. «¡No! ¿Qué hago ahora? ¡Trágame tierra!», se dijo y sintió deseos de encontrar a un genio de la lámpara.
Volvió a la ventana para ver si Sofía había desistido, pero, unos segundos después, el vehículo de su padre llegaba a casa y se estacionaba cerca de Sofía. El Ángel que llevaba adentro ya hubiera sufrido un infarto en el miocardio. Sus ojos se despegaron de la ventana, convirtiéndose en su peor pesadilla.
Con unas ganas terribles de encontrar una escalera para subir al infierno, se recostó en su cama y se taponó los oídos para no oír nada que no fuera "maestra caliente". Cualquier palabra que viniera de abajo sería un dardo al corazón. Estando en una posición como si acabara de ser despechada, comenzó a divagar.
—Trágame concreto, por favor...
Su plan duró unos minutos. Con plena taquicardia, volvió hacia a la ventana a mirar y tal vez a lanzarse. Abajo, su padre y Sofía entablaron una conversación que duró unos cuantos segundos. Finalmente, Sofía regresó a su casa y su padre salió del vehículo. Fue algo que alivió su corazón antes de que hiciera algo descabellado.
—Sí... Gracias, Dios. ¡Te debo una! —exclamó Ángela con vehemencia, llegando a los oídos de su padre que levantó la cabeza hacia la ventana. Por un momento pensó ver a una chica en la habitación de su hijo.
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