Capítulo 11 - ¿Qué hago?
Eran las doce y treinta de la tarde y Ángel se escondió en los arbustos laterales de la casa y cogió una piedra pequeña para traer a Walter de su cómoda silla a la puerta. Tenía que ser pequeña porque una más grande podría dejarlo huérfano con un solo piedrazo. Ahora mismo, su padre debería estar almorzando una carne asada o su mondongo.
El muchacho se preparó y lanzó la primera piedra a la ventana de la habitación de su padre. Pero la piedra cambió de rumbo y rebotó en la pared de ladrillo y terminó en el parabrisas del vehículo de su padre. En el aire, la piedrita había tomado el rumbo perfecto y había caído como una bala al vehículo. Pero, por suerte, el parabrisas no había sufrido ningún daño de gravedad para el alivio de su padre.
—¡Mierda! —susurró Ángel y buscó otra piedra.
Cogió otra piedra más pequeña y la lanzó con más precisión, acertando y alborotando a su padre. Walter asomó la cabeza y Ángel se escabulló en un arbusto. De inmediato, Ángel puso una voz grave y dijo:
—Don Walter, Don Walter... Su auto, su auto...
Aquello puso a Walter iracundo y, segundos después, bajó y abrió la puerta buscando al responsable de perturbar su rica comida. La puerta estaba tan abierta que un ladronzuelo, peso pesado, podría ingresar sin problemas a laburar en la casa.
Walter se acercó a su vehículo y Ángel, que contenía la respiración como si tuviera un tubo de oxígeno, se desplazó con sigilo hacia la puerta y, antes de que el hombre se diera cuenta, ingresó y voló por el pasillo hasta dejar su cuerpo desnudo fuera de los ojos de Walter.
Subió las escaleras como un guepardo y entró a su habitación, tratando de pegar el picaporte. Si él quisiera hubiera puesto a la puerta un candado del tamaño de su laptop. Cerró la cortina por si su padre hiciera algo descabellado para espiarle.
Respiró aliviado y lo primero que pensó en hacer, antes que comer algo rico, fue coger el espejo para calmar su ansiedad. No era él, sus facciones delicadas eran de una chica adicta a algún producto cremoso de chocolate. Su cabello largo y lacio necesitaba una cepillada urgente por el trajín. Al observar su parte íntima pensó que aún no había conocido a un miembro. La palabra "virgen" era algo que susurraba.
—¡Ángel!, ¿en qué momento llegaste!? —gritó su padre en la entrada.
—¡Mierda! —exclamó Ángel sin haber puesto la voz grave.
—¿Estás con alguien?
Ángel carraspeó y dijo con voz de hijo asustado.
—¡No, no! Estoy viendo algo en Internet, papá!
—¿Pornografía? ¡Ponte a estudiar!
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