21- Caleo

A Leo le sudaban las manos y los pies dentro de sus zapatos. Pero sobre todo, le sudaban las nalgas por el nerviosismo. Y temia que al levantarse de su asiento, se encontrará debajo suyo con un charco en forma de su trasero.

Y es que, por fin había llegado el día. La cita que tanto había esperado, estaba ocurriendo en ese mismo instante. En un restaurante sumamente caro, e igual de lujoso que uno de cinco estrellas. ¡No debían culparlo! Él solo había querido impresionar a la hermosa chica, llevándola en un distinguido comedor para que resultará inolvidable para ambos.

Pero ahora él se encontraba en un enorme problema. Porque, es que, no conocía ni mierda, ninguno de los platillos que estaban escritos en el menú del restaurante. Y estaba a punto de hacer "Ta te ti" al azar para elegir uno.

-Buenos días, soy Charles. - Se presentó el camarero, parado delante de ellos con una sonrisa de suficiencia. - Hoy seré su camarero, ¿ya eligieron algo de nuestro exótico y muy variado menú?

- Mhm... - Musitó Leo, tragando saliva, sentado al otro lado de la mesa con la que compartía con la chica más sexy que había conocido en su vida; con Calipso. - Yo, eh... Unos... 

"MACHAS A LA PARMESANA" leyó en su mente el latino, frunciendo el ceño dubitativo. Luego Leo observó su precio escrito a lado, y esto lo ayudó a descartar rápidamente tal plato.

N.A: Créditos a mi amiga chilena, Here_4_U, por ayudarme con los platos del mar. :"v ya que Paraguay no tiene mar :"v y a EvieAzumimexicana. ♡

-Sí no conoce los platos, señor. - Sonrió el camarero con arrogancia. - Puedo ayudarlo a elegir, para complacer adecuadamente a su hermosa acompañante.

Dijo el camarero, para luego, mirar a Calipso con exagerada apreciación hacia sus atributos femeninos, y dándole una sonrisa demasiado sugerente para que fuese amable. La castaña apenas y se inmutó ante su sutil coqueteo, se veía más entretenida que divertida en realidad.

¡Pero que descaro de su parte! Pensó Leo indignado con respecto al camarero, ¡traicionado por su propia especie, tratando de robarse a su dama!

- Un plato de ostras, por favor. - Escupió Leo, adoptando un tono de voz altanero y seguro como esos que utilizaban los ricachones en la tele. - Y, una copa de vino. Para mí, y mi hermosa dama.

Al fondo, uno de los comensales le alzó el dedo pulgar en alto, animándole a seguir luchando para no ser pisoteado por estúpidos camareros presumidos de restaurantes exóticos.

- Sabia elección, "señor". - Contestó el camarero, escribiendo su pedido, al mismo tiempo que alzaba una ceja burlona de su petulante frente. - Con permiso.

Al demonio, Leo simplemente había cerrado los ojos y puesto sus dedos sobre el menú para ver que tocaba. Alzó la mirada hacia Calipso, esperando que no se hubiese equivocado. Ella lo miraba con una sonrisa y ojos divertidos, la cual causó un brinco en su pecho por ser el centro de su atención.

Charlaron acaloradamente mientas esperaban sus platillos, hablando sobre los excéntricos gustos de Leo, y los humildes pasatiempos de Calipso cuando no estaba trabajando en su tienda de plantas. Para Leo, quince minutos pasaron volando en un santiamén, mientras reían sobre sus malos chistes y las anécdotas de su juventud.

Incluso había logrado que Calipso se riera tan fuerte, que ella no pudo detener el vergonzoso ronquido de cerdo. Leo, pensó, que se veía tan adorable mientras se carcajeaba y golpeaba la mesa con un puño. A la par que todos los miraban atónitos.

-Buen provecho. - El camarero asintió, y acto seguido se marchó de vuelta a atender a otro segundo-Leo-depistado de la noche.

Leo se quedó mirando el plato delante suyo. Tan grande, como un escudo griego. Había conchas alrededor del plato colocadas estratégicamente para que se vieran decorativas para el cliente, con hielo debajo de éstas y limones cortados en cuatro. Luego, en medio de las conchas, como cereza al pastel, un limón cortado como una flor para deleitar la vista. Ah, y con botesitos de salsa color rosado a un lado.

Para que negarlo, Leo se sentía algo demasiado nervioso. Él era un ciudadano cualquiera que había vivido alejado del mar desde su nacimiento y nunca había comido bichos de mar... Hasta ahora.

Leo presentía, tenía la mala sensación. De que desde este día, algo iba a cambiar en él.

- Oh, se ven deliciosas. - Exclamó Calipso para su alivio, al menos a ella le gustaban. - Me recuerda a los platos que comía de adolescente, cuando iba de vacaciones con mi padre en una isla.

- ¿Te gustan las playas y todo eso no? - Le preguntó, mirando alrededor de su mesa buscando tenedores. Pero extrañamente, no los habían colocado en su mesa.

- Algo así... - Se encogió de hombros. - En realidad pasé demasiado tiempo en Islas, siempre me quedaba atrapada allí en cada vacaciones, hasta que llegue a odiarlas. Pero, supongo que, tengo algo de nostalgia.

Entonces se armó de valor y fue a por la primera ostra. Agarró una, observó a su alrededor como le ponían sal y limón a la cosa blanca los demás, incluyendo Calipso, así que les imitó confiando en sus habilidades.

Calipso hizo un brindis, alzando su ostra y él rápidamente repitió sus pasos. Entonces la hora de la verdad, tragando saliva, y estudiando a la castaña delante suyo para hacer lo mismo. Abrió los labios, y dejó que la cosa blanca y viscosa, cayera en su lengua para luego tragarla rápidamente sin pensarlo dos veces. Leo sintió como bajaba por su garganta.

- Están buenísimas. - Asintió, Calipso, yendo ya por la segunda ostra. Leo intentó no quedarse atrás. Les puso limón, y observó extrañado como se retorcían en sus ostras, como gusanos después de ponerles shampoo.

- Vaya, es raro como parece que se retuercen, o se comprimen estas cosas al ponerles limón. - Rio Leo con nerviosismo. - Como si estuvieran vivas...

Se la tragó antes de trastornarse demasiado en la idea de que la ostra estuviese viva. En respuesta, Calipso se rio incrédula, mirándolo casi con dulzura.

- Es que lo están...

-¿Qué cosas?

- Las ostras. - Alzó las cejas como si fuese muy obvio. - Están vivas.

-¿Vivas? -Repitió, sin entenderlo aún.

- Vivas.

- VIVAS. - Gritó, se llevó una mano al pecho escandalizado.

Su cerebro hizo un sonido raro y uniforme y eso es todo, no podía pensar nada más. Estaba bloqueado, por el estupor. Soltó una risa nerviosa y loca.

- Pensé que lo sabias. - Continuó Calipso, frunciendo el ceño confundida. - Igual que otros bichos...

- ¿Qué? - Inquirió con voz muy aguda, llamando la atención de algunos cerca. - ¡¿Se comen estas cosas sin antes matarlas?! ¡ES COMO COMER UNA CUCARACHA O UN GUSANO VIVO!

- Una vez fui a un restaurante asiático. Mi padre pidió el mejor plato de langosta, y entonces, trajeron la langosta viva y la cocinaron enfrente de mi en una olla.

RLkinn créditos a mi sis por traurmarme para siempre.

Leo, empezó a mirar a su alrededor, todo el mundo con sus sonrisas horripilantes de felicidad mientras se comían esas cosas vivas y bien consientes. Uno incluso estaba disfrutando pinchando a su ostra con un tenedor, mientras le ponía salsa.

- Aún lo recuerdo perfectamente. Los chillidos agonizantes de la langosta dentro, con agua hirviendo, mientras correteaba por la olla buscando una salida desesperado. - Calipso, tiembla de horror, sin darse cuenta aún del rostro pálido de Leo Valdez. 

El camarero se acercó a ellos, se dirigió a Leo en tono de reprimenda.

- Señor, esta molestando a los comensales.

- Charles... - Susurró Leo. - El mundo ya no es como antes...

- Pensé que iríamos a comer tacos. - Se encoge de hombros Calipso. - Me gustan más, si hubiese querido comer sushi o bichos salados, hubiese elegido al chico bronceado que parecía hijo de Poseidon.

Leo tiró su dinero sobre la mesa, agarró la mano de su candente pareja y salieron del restaurante a paso veloz. Estúpido él, y su manía de querer impresionar.

¿Por qué las personas no podían ser normales y seguir comiendo lo común y delicioso? Como vaca, pollo, o cerdo... ¿para que querían comer bichos? ¡¿POR QUÉ TENEMOS QUE SER TAN CANÍBALES?!

Leo entendía más que nunca aquella frase que le decía su abuelito, mientras comían bolas de toro. "Cualquier cosa que camina es comida".

Dioses, éramos unas bestias.

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