-4-"Deseos cumplidos y no deseados"
Los deseos vienen con un cargo impotente de resignación o eso acostumbraba a pensar Clarisa cuando analizaba su vida y la mayoría de las veces en la que deseó algo con todas sus fuerzas, al límite de no quererlo más en el precioso momento de obtenerlo. Solo le había pasado una vez cuando era niña; su deseo de la infancia incluía un universo en el cual saber quiénes eran sus padres biológicos.
A lo largo de su vida como hija de los Mitchell entendió que no era del todo parte, había un pedacito de su misma que pertenecía a otras dos personas y por eso siempre con ahínco deseó poder conocerlos y tenerlos cerca, para así ella preguntar el porqué. Sin embargo, nada de eso se había cumplido, convirtiendo a la chica en una señorita rebelde al pasar de los años; su forma de ser cariñosa con todo el mundo disminuyó en el instante en que comprendió que su pasado no estaba a disposición de ser conocido.
Amaba a su familia, a sus padres adoptivos y a su hermano con todo el corazón y apreciaba un montón a sus amigos pero también detestaba a sus padres biológicos y a toda esa vida desconocida. Había preferido guardar sus demonios y continuar hacia adelante, no obstante...
Su deseo más atemorizante, estaba ahí en frente de la puerta de su casa, recordando con rabia porque ya no lo quería...
Comienzo de Flashback
Clarissa tenía unos catorce años cuando llegó a su casa del colegio. En la entrada había visto el carro de su mamá lo que significaba que estaba preparando el almuerzo o haciendo algún arreglo en el invernadero de atrás de la casa familiar.
Se refrescaba un poco y pensó en hacer sus tareas un rato antes de bajar a saludar pero su madre se le adelantó y le tocó la puerta de su habitación.
—Hola cariño, ¿Puedes bajar un momento al despacho de papá?
—Hola mamá ¿Ha pasado algo?
—Te explicaré abajo, vamos —le pidió con voz amable pero su mirada le daba a entender a su hija de que algo no andaba bien.
Madre e hija se acompañaron hasta el despacho en completo silencio. Cuando Adriana le abrió la puerta a la preadolescente, dejándole ver a un señor con aire latino, sentado en la pequeña salita del despacho.
Tenía los mismos ojos marrones de Clarissa y las mismas facciones perfiladas.
«"¿Quién es él?"»
La niña había pensado en voz alta dado a qué el señor de procedencia desconocida, se presentó.
—Hola, soy John. ¿Tú eres Clarissa cierto?
—Sí, soy yo. —respondió un poco brusca, dudosa. —Mamá ¿quién es él? —le preguntó a Adriana que no sabía cómo actuar o qué decir. La pobre mujer retorcía sus manos demasiado nerviosa.
—Cariño, sé que todo esto es poco prudente y que tal vez nos odies por esto, pero era necesario que lo conocieras...
La pequeña de catorce tardó un poco en comprender pero a los pocos minutos, verificando al hombre y a su mamá entendió de quién se trataba. Las alarmas se activaron de una sola vez, las palabras "conocer" y "odio" sobresalía entre toda la conversación, dándole a Clarissa la suficiente rabia para mandar a aquel extraño señor a comer espárragos.
—Váyase. —le dijo de forma tajante. —Es mejor que se vaya antes de que la poca paciencia que tengo se me acabe —le dió un ultimátum con su voz de niña comprometida es una especie de malestar que crecía en todo su estómago.
De la nada empezó a quedarse sin aire.
—Mi amor, cálmate, Dale la oportunidad de que te explique. —intentó conciliar Adriana, al ver lo alterada que estaba su hija adoptiva.
—¡¡No quiero escuchar más!! ¡¡Lárguese!!
—Clarissa escuchame nena, no te quise dejar así a buena de Dios, todo sucedió en un mal momento pero...
—¡No tiene derecho de venir a esta casa y exigirme que le escuche, simplemente váyase de una buena vez por todas!
Ambos adultos entienden que lo necesario es que la pequeña de catorce se calme y deciden dejar hasta ahí la escena y darle tiempo a Clarissa.
—Regresaré lucecita, te lo prometo —dijo el señor que aparentemente era un aparte fundamental en la vida de la niña.
La tensión y el peso de todos esos años en que la pequeña deseó con fuerzas conocer a sus padres se destruyó en aquel momento, causando ansiedad al punto de ver todo en rojo; con una fuerza impactante lanzó por el piso todo lo que se atravesaba por el camino.
Sintió que se le acababa el aire.
Sintió que el odio y el rencor se apoderaron de su diminuto tamaño.
Sintió que la vida se le iba en un nanosegundo, hasta el punto desmayarse en brazos de su mamá.
Fin de Flashback
Clarissa parpadeó varias veces, saliendo de su ensimismamiento para darle cabida a lo que sucedía frente a sus ojos.
Su "padre" que había formado parte de su abandono, estaba bloqueando el camino hacia la puerta de su casa.
—¿Qué hace acá? ¿No le quedó claro todas esas veces en que le dije que no quería verlo ni en pintura? —gruñó cada pregunta con desdén.
—Se que no deseas escucharme y que me odias.
—Odiarlo sería lo último que haría, no siento nada hacia usted, váyase si no quiere que llame a la policía.
—Tengo que hablarte de algo muy importante pero no puede ser aquí...
—No entiende que no quiero hablar nada con usted.
Clarissa ya estaba harta de siempre este mismo encuentro, dejó hablando solo al señor y trató de batir la puerta para alejarse.
—Estoy muriendo —jugó su última carta el señor John, nervioso por poder hablar con su hija.
«Ay Dios, lo que falta para que mi día sea más idílico»
La chica dió media vuelta, consciente de que sus palabras no debían crear mayor impacto pero no comprendía a qué venía tal confesión.
—Si piensa por un segundo que lo que me diga me va a afectar se equivoca, no me importas ni tú ni esa señora que se la pasa acosándome.
La mirada de John se quebró por un instante, atrás había quedado la pequeña y dulce niña que dejó a la buena de Dios en medio del diluvio. Protegerla siempre había sido su misión, alejarla de aquellos hombres que seguían buscándolo para matarlo y eso solo arrojaba peligro sobre su hija. Sin embargo ahora que estaba enfermo no podía darse el lujo de defenderla cómo se debía.
—Sé que no quieres escucharme pero esto es más serio. Si estoy enfermo pero eso no viene al caso, hay un gran peligro al acecho, cuando necesites saber de qué se trata estaré resguardado en el hospital central. Adiós lucecita.
Sin más la dejó ahí con la palabra en la boca. La hija un poco confundida ingresó a su hogar y cerró la puerta, desplomándose en la alfombra de la sala. El peso emocional de su pasado siempre la dejaba sin energía y ahora con aquel acertijo de John que más le quedaba que desvanecerse.
Ella sabía que nada de aquello debía afectar pero de todos modos lo hacía. Dejó sus pertenencias sobre el mueble y se despojó de sus tacones para intentar calmarse. La sala estaba a oscuras a excepción de la luz de la luna que ingresaba por los ventanales de su jardín. Decidió que una ducha relajaría su cuerpo por lo que se levantó con pesadez y fue hasta su cuarto de baño.
Se vio en el espejo y lo que ahí se reflejaba la hizo sentir mal.
¿De qué peligro hablaba John?
¿De verdad estaba enfermo?
Tantas preguntas y ninguna respuesta la iban a volver loca. Sacudió la cabeza y justo cuando estaba por irse a dormir el teléfono fijo de su casa sonó de forma estridente.
—¿¡Es que hoy no voy a poder tener un rato en paz!? —Exclamó de forma retórica, atendiendo el molesto teléfono.
—Habla Clarissa. —respondió sin una pizca de humor en su tono de voz.
—Uy, qué seriedad. —se burla de una voz femenina al otro lado de la línea.
—Lo siento Lis, no estoy muy bien que digamos. —devuelve un segundo más tarde, reconociendo la voz de unas de sus amigas, Elisa.
—¿Qué te pasa cariño, algún problema? —Continua Lis con la conversación telefónica.
—Unos cuantos problemas diría yo. —le confiesa Clarissa, poniéndose cómoda en uno de sus muebles.
—Uh no. Houston tenemos problemas, esto me viene como anillo al dedo. —comenta con voz infantil la amiga, haciendo que la lucecita sonría un poco.
—¿Qué plan macabro tienes en mente? —preguntó, preparándose para una de sus locuras.
—Mañana: Marianne, Lola, Elena, tú y yo en el spa. —dictaminó como una generala o negociadora mafiosa.
—Bueh... —aceptó un poco descansada.
—Nada, vas y punto. Ya les avisé a Lola y Marianne, avísale a Ellie.
—¿Marianne no se va hoy a lo de su mamá? —preguntó Clarissa, haciendo referencia a su amiga rubia favorita.
—Sí, pero decidió postergarlo así que nos vemos mañana Darling. —nombró el apodo que de cariño siempre le decía a Clarissa y en tres segundos ya había colgado.
Se encoge de hombros y se resigna de una vez por todas a qué no puede con la euforia de sus amigas. Sin dilatar mucho más la noche, Clarissa se extiende en su cama y cae muerta del sueño, teniendo en mente cierto príncipe de ojos azules.
Su boca bien delineada, su cuerpo musculado y esa irritante forma de ser que la atraía de sobremanera. Clarissa debía estar completamente loca por solo pensar o soñar con él, así que se tapó fuerte con su almohada y trató de dormir el resto de la noche.
ღ
A eso de las ocho de la mañana Clarissa estaba en camino hacia la casa de su amiga Elena para así irse juntas hasta el día de spa con sus otras amigas. El cielo despejado de la ciudad le dió un respiro a la señorita Clarissa que toda la noche se mantuvo soñando una cantidad de sucesos que siempre la dejaban un poco descolocada al despertar.
Al estacionar su automóvil frente a la casa de Elena tomó aire profundamente y se restregó un poco la cara al saberse con sueño y cansancio.
—Buen día lucecita —la saludó con emoción Elena, que traía una bolsa de playa y el cabello recogido en una coleta a juego con su atuendo veraniego.
—Parece que vas a los Hampton en vez de un spa —se carcajeó Clarissa, divertida por la emoción de su amiga que le terminó sacando la lengua.
—Voy a hacer como que no has opinado nada señorita. Empieza a conducir antes de que Elisa nos llame enojada por llegar tarde.
Ambas asintieron recordando lo puntual que se comportaba Elisa en algunas oportunidades hasta al límite de irse del lugar de reunión para no seguir esperando a nadie.
—¿Alguna novedad sobre ese sexy abogado con el que vas a trabajar? —interrogó Elena, haciéndole ojitos a Clarissa que ya la veía con ganas de ahorcar.
Pensar en ese hombre que de alguna manera la mantenía nerviosa, le causó molestia; ella nunca había sido de fijarse en hombres o en cosas referentes al amor o coqueteo y está situación ya la estaba volviendo loca.
—Solo diré que ese principito no sabe lo que es respetar el espacio personal de nadie —indicó, manoseando el volante mientras se expresaba de Robert. —El muy sinvergüenza se atrevió a acorralarme de una forma que debería ser ilegal en todo el estado.
—De acuerdo chica, aclárame está duda que tengo —insistió Elena, divertida con los gestos de su amiga lucecita, no todos los días un hombre lograba que la señorita Mitchell se enojara de esa manera. —¿Te interesa este hombre sensual o solo son ideas mías?
—¡Oh, vamos! ¡Estás diciendo tonterías Elena! —se exaltó, logrando que sus mejillas se sonrojaran de inmediato.
—¡Esto es épico en la historia señores! —gritó Elena, sacando la cabeza por la ventanilla del coche de Clarissa, con una sonrisa de oreja a oreja.
La chica al volante resopló molesta consigo misma por delatarse frente a Elena que siempre sabía cuando ella tenía algún comportamiento fuera de su actitud normal. Por el resto del camino no dijo nada más para así mostrarse desinteresada pero sabía que al callarse también le daba el beneficio de la duda a sus amigas que seguramente estarían todo el día averiguando. La calle estaba vacía en su totalidad por esa zona así que en menos de lo que canta un gallo estaban estacionando el auto afuera de una local majestuoso y lleno de lujos a simple vista.
A lo lejos verificó que sus amigas Elisa, Lola y Marianne ya esperaban afuera del lugar. Recorridos unos cuantos pasos todas se reunieron para saludarse y abrazarse.
Las cinco mujeres habían creado un vínculo especial a partir de su primera vez conociéndose. Lola había conocido a Clarissa en un plan vacacional de solo chicas; Marianne la había conocido por su primer día de clases en la primaria, a Elena la había conocido en la universidad, graduándose ambas con honores y al final estaba Elisa.
Elisa era una mujer de estatura promedio con un cabello negro azabache de infarto y contextura delgada, una doctora sexy, inteligente y hermosa en todos los aspectos. Clarissa así la describe en cada oportunidad; haberla conocido tiempo atrás le había dado una perspectiva de la vida que pocos habían logrado en su vida, además de que en algún momento fue novia de su hermano mayor.
—Ay, extrañaba estar así con ustedes chicas —confesó Clarissa, extendiendo el abrazo.
—¿Qué mosca le picó a esta chica? Si hace unos días nos viste —le recordó Lola, matándose de risa.
—Tengo entendido que esto tiene que ver con un hombre de infarto que hace que la señorita Mitchell se derrita de la amargura. —comentó Marianne, mirándose muy cómplice al costado de Elena.
Clarissa se quedó recta en su puesto y dejó de abrazarlas.
—Mujeres malvadas. –las acusó con la mirada.
—Hay que entrar de una vez por todas —intervino la mayor de todas ellas, Elisa, que observó a Clarissa con ojos inquisitivos, de seguro con ganas de saber a lo que sus otras amigas se refieren.
El lugar sin duda era un lujo para relajarse, a cada una de las chicas les entregaron batas de baño y pantuflas para ingresar directo a la zona de masajes. El lugar estaba ambientado en una especie de feng shui que te dejaba en otro planeta. Una vez se instalaron todas en sus muebles de sauna, pronto la mañana siguió su curso. Marianne y Lola conversaban amenamente al igual que Elena y Elisa, mientras que Clarissa se mantenía al margen un poco preocupada por la visita no deseada de John y las pesadillas; por un momento deseó marcarle a su asistente para ver cómo iban las cosas en la oficina pero Elisa no perdió detalle de sus intenciones y atajó el aparato electrónico en un santiamén.
—Creo que la idea de venir hasta acá tiene mucho que ver con desconectar de los problemas —le recordó, depositando su celular dentro de la bolsa de ropa.
—Lo siento —se disculpó, tratando de enfocarse en el masaje que le daban en sus pies.
—No me digas que esa cara de preocupación es por ese hombre que conociste —intentó indagar Elisa, guiñándole un ojo.
Por un momento Clarissa quiso asentir para atraer su mente a problemas menos fuertes pero pensar en Robert como parte de algún problema en su vida le hacía sentir desesperación.
—Elena solo está exagerando —volteó sus ojos —Ese hombre no tiene nada que ver conmigo y punto.
—Del odio al amor solo hay un paso, lucecita —se burló Lola, desde el otro extremo de la sala de masajes.
Intentó replicar o refutar el hecho de sus amigas queriendo emparejarla a ella con cualquier desconocido y con ojos de súplica le pidió a Elisa hablar de otro tema.
—Bueno bueno, si Clarissa no quiere contar su experiencia yo sí les tengo una noticia: ¡Gabriel aceptó salir formalmente conmigo! —exclamó la noticia con una emoción indescriptible que alegró a todas sus acompañantes.
Cada una de las chicas presentes felicitó a Elisa por su nuevo desenlace amoroso, sabían lo mucho que aquella pareja se amaba; la única de ellas que no lo conocía era Clarissa, dado que por alguna razón se acordó de que su hermosa amiga castaña fue novia de su hermano mayor tiempo atrás.
Pensó en la felicidad de su hermano y lo mal que le iba en el amor tanto en el pasado como en el presente y de repente sintió la necesidad de irse. Clarissa estaba demasiado atrasada en muchos asuntos de su vida y debía ponerse al día antes de que un ataque de ansiedad la sofocara en cualquier minuto.
—No les molesta si me retiro, ¿cierto? —Las observó a cada una de sus amigas y se apenó por decirles que se iba así sin más. No obstante todas comprendieron, siendo Elisa quien la acompañara a la salida.
—Antes de que te vayas, justo viene Gabriel a dejarme unas cosas que se me olvidaron en su casa, ¿me esperas para acompañarte hasta el estacionamiento?
—Está bien Lis, no me voy a esfumar tan descortésmente.
—¡Excelente porque te lo quiero presentar! —exclamó Lis, dando palmaditas al aire.
Las dos amigas caminaron entrelazando sus brazos hasta salir del recinto, sin importar que iban en batas de baño y pantuflas, así se acercaron hasta la salida, obteniendo una vista del nuevo novio de Elisa; el famoso Gabriel que no venía solo aparentemente.
—¿¡Qué haces aquí?! —gritó demasiado alterada como para comprender porqué Robert ojos hermosos estaba ahí, al lado de un apuesto rubio que observó con ternura a Elisa.
—Momento ¿ustedes se conocen? —pregunta sorprendida Lis.
Ambos chicos intentan refutar el hecho de medio conocerse pero inesperadamente algo o mejor dicho alguien externo a la conversación los pone sobre aviso, convirtiendo el escenario en algo inesperado y peligroso.
N/A
Maferianos, espero no me hayan olvidado y en el camino hayan olvidado el regreso de Clarissa y Robert, ellos tienen mucho que contarles, así que los invito a leer y disfrutar. Feliz noche <3
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