9

Desde aquel día no volvimos a hablar acerca de lo que el uno pensaba del otro. Simplemente discutíamos acerca de los estudios, planes para el futuro, sueños o pensamientos filosóficos irracionales. Sin embargo, poco a poco, aprendí a abrirme paso entre la curiosa vida del rubio. Era entretenido observarle mientras narraba alguna que otra historia humillante acerca de su infancia, como cuando sus hermanas mayores lo vestían y paseaban como un muñeco, o cuando su madre lo tuvo que llevar en cochecito a los siete años cuando se fracturó el tobillo y no podía andar, sus compañeros lo estuvieron vacilando el resto del año. De vez en cuando había conseguido arrancarme un par de lágrimas, no recordaba la última vez que me reí de ese modo, a veces él se sonrojaba. Otras situaciones, en cambio, eran profundas y conseguían aflorar su lado más tierno, lo cual me fascinaba y entristecía al mismo tiempo.

—¿Seguro que tus padres no se preocuparán al ver que no apareces por casa? —pregunté, insegura, con la cabeza apoyada en la pared. Hacía unos días que habíamos tomado como costumbre sentarnos en un rincón de la habitación en vez de en los sillones. El suelo era radiante, por lo que no pasábamos frío por las noches.

—No creo que ellos vuelvan a preocuparse por mí —murmuró con resentimiento.

Abrí los ojos como platos ante semejante majadería.

—Actúas como un estúpido, claro que ellos te quieren y se preocupan por ti, ¿quién no lo haría? —Entonces, ambos guardamos silencio durante unos minutos—. Pensar de ese modo es una pérdida de tiempo, no merece la pena.

— ¿Y qué lo hace? ¿Eh? —cuestionó algo exaltado—. Dime, porque estoy perdido, ¿qué merece la pena?

Yo bajé la mirada hacia mis zapatillas, a punto de derramar una lágrima.

—Las personas —susurré. Él siguió escaneándome sorprendido—. Algunas reflejan luz, otras reflectan brillo... ¿Acaso existe la luz sin brillo? —continué—. Pienso, que cuando una persona pierde su camino, en realidad, dejó escapar una de esas dos cualidades. Si no la encuentras pronto... tal vez exista alguien dispuesto a hacerlo por ti.

Mi cuerpo reposaba sobre el rígido colchón de plástico mientras contemplaba el techo, pensativa. Seguía sin entender su comportamiento, era tan volátil e inconstante como el mío, sin embargo, él no estaba enfermo. Sabía que algo le preocupaba, algo que no podía contarme todavía. Me sentía algo recelosa al pensar en su promesa. Si de verdad confiaba en mí, ¿por qué guardaba dentro todo aquel dolor?

—Cierra los ojos —sugirió, de pronto, con un tono grave que desconocía. Me volví hacia su voz, a pesar de la seriedad de su tono, sus ojos brillaban y supuse que tenía una idea en mente. Sonreí, dejando de lado el rencor y la impaciencia.

—¿Qué tramas, pecoso? —inquirí divertida.

Él enarcó una ceja, travieso, a modo de advertencia.

—Vale, vale —gruñí volviendo a mi posición inicial—. Ya cierro los ojos.

Esperé impaciente, envuelta en un ligero manto de oscuridad. Él era capaz de cualquier cosa, pero yo también, y ambos lo sabíamos.

De pronto se escuchó un crujido que retumbó en mi cuerpo. Asustada, me aferré con ambas manos a la sábana que cubría aquel incómodo colchón de mala muerte.

— ¡Rubén! —exclamé temerosa.

Para mi sorpresa sentí su risa debajo de mí.

—¿Qué haces? —volví a cuestionar inquieta.

En ese mismo momento noté una ligera brisa que me asustó. Por un segundo, llegué a pensar que estaba volando.

—¿No dijiste que te gustaría volver a montar en una atracción de feria? —preguntó entrecortado por el esfuerzo— ¿Sentir la brisa revolverte el pelo?

Asentí tratando de averiguar a donde quería llegar con aquellas afirmaciones, hasta que comprendí, pero era demasiado tarde. Antes de que pudiese negarme, empezó a dar vueltas a la camilla aumentando la velocidad.

—¿Estás loco? —exclamé con los ojos bien abiertos.

Solo oí su sonora risa cuando me encontraba aferrada a una de las varillas que rodeaba la cama.

—Nos van a descubrir —Le advertí quitándome un bucle de pelo de la boca.

—¿Y?

Apenas lo escuché.

—Ni siquiera deberías estar aquí –lo regañé. En ese momento, el gesto de Rubén se volvió sombrío, dejó de ejercer fuerza sin separase de la camilla y la velocidad comenzó a disminuir hasta detenerse por completo.

— ¿Estás diciendo que quieres que me vaya? —cuestionó muy serio. Entonces, captó mis pupilas con las suyas.

—No... Yo no... —comencé. Sólo quería que se detuviese, esto no era el mundo exterior, era un hospital y en los hospitales no se juega—, no quise decir eso.

Su expresión se relajó considerablemente, pero su mandíbula seguía tensa.

—Entonces, nos vemos mañana —dijo, con una calma perturbadora. Sus pupilas se contrajeron hasta convertirse en un escaso punto negro sumergido en todo aquel mar pardo. Se apartó de la camilla y se alejó a paso lento, como si esperaba que lo detuviese, pero no lo hice y no me arrepentí de ello.

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