7

Tras la resonancia magnética decidí saltarme la deprimente terapia grupal y quedarme en la habitación descansando. Reposé la cabeza en la tersa almohada y dejé caer mis párpados introduciéndome en un ligero sueño. Sin embargo, la tranquilidad no perduró, la puerta se abrió y cerró con rapidez. Me giré sobre mí misma, asustada, entreabriendo los ojos. Lo primero que advertí fueron unos vaqueros oscuros algo sueltos. Alcé la mirada topándome con esos ojos color caoba que creía haber perdido para siempre.

Suspiré, acomodando la espalda sobre el grisáceo cabecero de plástico.

— ¿Qué haces aquí? —pregunté, fingiendo indiferencia.

Su gesto pareció endurecerse hasta alcanzar una expresión de serenidad absoluta. Lo cual me intrigó aún más.

—Necesito hablar contigo.

Lo observé seria un par de segundos antes de apartar la mirada algo cohibida por la intensidad de su mirada.

—Bien —Me crucé de brazos—. Hablemos.

—Ahora no. Tienes una cita.

Enarqué una ceja y lo miré con cierto asombro. Abrí la boca cuando el me interrumpió.

—Ve al ático a medianoche. Te estaré esperando.

Cinco segundos después desapareció de mi vista dejándome con la palabra en la boca.

***

Gracias a mi astuta discreción logré traspasar la puerta de seguridad, dejando atrás la planta psiquiátrica. No hubo mayores impedimentos por el camino. A esas horas era muy escaso el personal sanitario, lo cual me ofrecía una clara ventaja a la hora de llegar sana y segura a mi destino.

Una vez llegué allí, el frío volvió a azotar mi cara como una gélida bofetada. Rápidamente desenlacé la fina bata que había colocado alrededor de mi cintura y me la coloqué, no volvería a aceptar nada de lo que aquel chico pudiese ofrecerme.

Lo encontré con un pie apoyado en el muro y las manos introducidas en el ancho bolsillo de una sudadera. Por un momento observé su perfil; las notorias facciones de su rostro que seguirían fortaleciéndose con los años, su perfecto puente de la nariz y el brillante flequillo que cruzaba su frente. Su pelo a capas estaba algo alborotado como en otras ocasiones, lo que le confería una apariencia desenfadada.

En ese instante, noté como buscaba mi mirada y yo, algo avergonzada, coloqué las manos sobre mi cintura fingiendo estar algo molesta.

—Soy toda tuya —solté de pronto, sin pensarlo dos veces. El chico soltó una risa ante el doble sentido de la frase. Sacudí la cabeza—. ¿Qué querías?

Él sonrió melancólico y bajo al suelo su pie, colocándose derecho. Se colocó enfrente de mí, esta vez, descubriendo una mirada con cierto atisbo de preocupación. En ese momento, relajé mis brazos y los crucé para intentar retener más calor. Aquel chico iba a conseguir que pillara un buen resfriado.

—Siento haberte hecho venir a estas horas —admitió—. No lo hubiese hecho si no me urgiera, de verdad.

Asentí lentamente.

—Verás —continuó—, puede que lo que te vaya a preguntar suene absurdo pero necesito saberlo.

Exhalé aire, confusa, sabía que no iba a conseguir más que alargar la situación haciendo preguntas, así que me conformé, por el momento.

—Adelante —lo incité para que continuara.

— ¿Nos sentamos? –inquirió con amabilidad.

Negué con la cabeza.

—Estoy bien así. Gracias.

—Tus piernas no dicen lo mismo.

Abrí los ojos echando una mirada hacia abajo. Mis piernas tiritaban involuntariamente. Maldije a mi friolero cuerpo y lo miré de nuevo.

—Estoy bien —mentí de nuevo.

El chico se encogió de hombros y dio dos pasos hacia delante para poder hablar con más discreción.

Cuando alzó sus brillantes ojos me tensé de inmediato, a pesar del frío.

—Mira, necesito confiar en alguien —anunció, observando nuestro alrededor como si alguien más amenazase su secreto—. ¿Puedo...?

Me llevé una mano a la frente, cerrando los ojos al mismo tiempo—: ¿De verdad me estás diciendo esto cuando llevas cinco días desaparecido? —El chico asintió y yo chasqueé la lengua—, ni siquiera sé quién eres.

—Ni yo mismo lo sé —admitió despacio. De cerca pude comprobar como su cara lucía algo más cansada que hacía unos días. Unas enormes manchas oscuras bordeaban sus ojos entristecidos y sus labios parecían agrietados. Suspiré apesadumbrada.

—Entonces estamos en las mismas —dije, aunque en realidad no lo pensase con exactitud.

Él giró la cabeza mirándome y se esforzó por sonreír.

—Mi nombre es Rubén —aclaró, al fin—. Y es todo un placer desconocerte.

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