00.2 ︴escapar de noche
002. ESCAPAR DE NOCHE.
UN HÁBITO QUE Louise había adquirido durante su estancia en casa de Digory Kirke era salir furtivamente de su habitación por las noches para disfrutar del delicioso pastel preparado por Anna, la talentosa cocinera del profesor. La noche que llegaron los Pevensie, no podía haber sido diferente. ¿Cómo resistir a la tentación de disfrutar de un trozo más del pastel más sabroso y encantador que jamás se haya cruzado por su camino? Después de escapar por poco de ser descubierta por los hermanos, Louise se despertó exactamente a las dos de la madrugada, con el estómago gruñendo insistentemente. La irresistible invitación de la cocina oscura y silenciosa la envolvió, haciendo que ese momento de indulgencia nocturna fuera aún más emocionante.
―Sólo una noche más, lo prometo.―dijo en voz baja, arrastrando la puerta de madera que crujió con fuerza.
Los pies descalzos de la francesa, que hasta hace unos minutos descansaban cómodamente bajo las mantas, tocaron la fría madera del largo pasillo. Con cautela, intentó asomarse por las rendijas de las puertas donde descansaban los hermanos, notando que de sus habitaciones no emanaba luz. Louise sintió un alivio profundo al saber que la señora Marta estaba disfrutando de un sueño tan profundo que hasta Mariano, la oveja de los granjeros vecino, podría escuchar los fuertes ronquidos del ama de llaves. El silencio en la casa amplificó la atmósfera de secretismo, mientras la francesa se aventuraba por el frío pasillo, en busca de algún deleite nocturno o tal vez un misterio oculto.
Con pasos sigilosos se dirigió hacia la escalera, lamentando cada crujido que hacía la madera antigua y desgastada de los escalones. La cocina, afortunadamente, no estaba muy lejos, y, para suerte de ella, la chica podría esconderse fácilmente debajo debajo de la gran mesa central, en caso de que alguno de los residentes despertara, Al segundo día en aquella casa, un shock le hizo pensar que la habían descubierto; sin embargo, era sólo una lechuza tocando la ventana. Los reflejos de Louise, sorprendentemente eran agudos en ese momento, la hicieron sentir como si estuviera en el centro de un enigma. Sus ojos verdes brillaron intensamente cuando se encontró con el pastel de chocolate, un aderezo igualmente irresistible. Se pasó la lengua por los labios, un gesto provocativo, mientras una sonrisa traviesa bailaba en su rostro.
Cogió un cuchillo y un plato decorado con pájaros azules y sacó un trozo de tarta.
―Menos mal que siempre comen este pastel por las mañanas y por las tardes, sino me descubrirían.―susurró, todas las mañanas en el comedor todos comían un poco de dulce, y en los cafés de las tardes servían más.
Con una cuchara pequeña, se llevó el primer trozo a la boca, liberando el aire reprimido mientras sus hombros se relajaban. Cuando se dio cuenta, todo el pastel desapareció, dejando una generosa sonrisa en sus labios. Con maestría, cogió el plato, barriendo los restos marrones que quedaban con un gesto ágil. Una sonrisa de satisfacción, ligeramente envuelta en somnolencia, iluminó su rostro. Consciente de la importa del secreto, lo recogió todo con precisión, procurando que ningún rastro delatara su visita nocturna.
TOC.
Louise se giró bruscamente, sorprendida por unos pasos pesados que se acercaban rápidamente. Instintivamente buscó refugio debajo de la mesa, doblando las piernas y abrazando su propio cuerpo con una mezcla de odio y ansiedad. La figura, vestida con calcetines rayados azul sobre negro, observó en silencio cómo la presencia circulaba por la cocina, solo para regresar a si punto de partida, al lado de la mesa donde se escondía. Con los ojos bien cerrados, la nuca de Louise levantada y el corazón latiendo con fuerza, trató de contener la tensión que se estaba acumulando en la habitación.
―¿Qué haces ahí?―la chica casi gritó, pero una mano le tapó la boca, sus ojos se encontraron con los ojos azules de Peter, quien le indicó con la boca que guarde silencio.
―¡Casi me matas de un susto!―susurrando, hizo espacio para que el mayor se sentar a su lado, debajo de la mesa.
Peter sonrió, sentándose cerca de la chica.
―¿Qué estabas haciendo?
―Comiendo la tarta de Anna, ya sabes, la que comimos por la tarde para almorzar.―señaló hacia arriba, a la mesa.
Pevensie estuvo de acuerdo, el pastel era realmente increíble, pensó.
―¿Haces esto todas las noches?―preguntó cruzando las piernas y mirando directamente hacia los ojos de la chica.
―Para ser honesta... sí, desde que llegué.―se rieron suavemente.
Él miró hacia atrás y luego hacia el suelo.―¿Marta nunca te ha encontrado aquí?―él susurró.
―No, y no lo hará.―comentó.―Ronca tan fuerte que hasta Mariano la oye.
―¿Mariano?―levantó las cejas cuestionando a la chica.
―¡Ay! Las ovejas de los señores que viven justo al lado del campo.―sonrió, Mariano era una animal súper amigable.
―¿Eres amiga de una oveja?
―¡Se llama Mariano!
── · ✦ · ──
CUANDO LLEGÓ LA MAÑANA, caía una lluvia insistente, tan espesa que, desde la ventana, apenas se divisaban las montañas, el bosque y hasta el arroyo del patio trasero. El desaliento se cernió sobre los cinco niños, cuyas esperanzas de correr y divertirse en el campo detrás de la casa se desvanecieron. Louise, aunque no lo expresó, se sintió tan decepcionada como Lucy, está última deseando desesperadamente explorar el campo. La francesa, acostumbrada a los días soleados, quedó perpleja por el cambio de tiempo. Los días anteriores habían estado dominados por un sol abrasador, tan intenso que sería seguir quemarte los pies si te atrevías a andar descalzo. Los hermanos, inicialmente llenos de emoción por la mañana, ahora se enfrentaron a la decepción de la lluvia que, lamentablemente, no amainaría pronto.
―¡Estaba seguro de que iba a llover!―dijo Edmund.
Después de disfrutar de un enriquecedor café con el profesor, se encontraron en la sala destinada para ellos, un espacio amplio y sombrío, adornado con cuatro ventanas y estanterías llenas de libros. Una riqueza literaria que quizás superó todo lo que Susan habia imaginado ver en toda su vida. Mientras Lucy contemplaba el mundo exterior a través de la ventana, Susan, vencida por la curiosidad, cogió un impresionante diccionario y comenzó una divertida sesión de ortografía con Peter. Mientras tanto, Edmund, misterioso como siempre, parecía concentrado en algo escondido debajo de la mesa de café, entre los sofás.
―Vamos, Peter. Gastrovascular.―volvió a leer la palabra.
Peter, completamente aburrido, apenas escuchó a su hermana.
―Peter.
―¿Proviene del latín?
―Si.
Las piernas de Edmund patearon debajo de la mesa de café, asustando a la francesa que saltó del sofá.
―¿Proviene del latín, "peor juego creado"?―Louise y Edmund rieron suavemente.
Susan cerró con fuerza el diccionario haciendo un fuerte ruido. Edmund volvió a reír divertido de su irritada hermana. Lucy, que dejó de mirar por la ventana, se acercó a los demás niños y los miró con orbes brillantes.
―¿Qué opinas del escondite?
Peter hizo una mueca.
―Pero ya lo estamos pasando genial, ¿no?―empujó a la hermana mayor y a Louise.
La francesa menó la cabeza y apretó los labios.
―No, no lo estamos pasando genial, Peter.―levantó los hombros cuando recibió un empujón del chico.
―Oh, vamos, no nos queda nada por hacer. ¿Por favor?―Lucy hizo un movimiento, apoyándose en el brazo de Peter.
Todavía debajo de la mesa, Edmund dice:―Es una gran casa para eso.
En trueno retumbó desde lejos, Louise miró desde donde estaba sentada junto a la ventana y suspiró, no irían a ninguna parte ese día.
―Ríndete, Peter. Ciertamente no saldremos hoy.
Peter se apoyó contra la pared, cerrando los ojos, claramente incómodo. Un largo suspiro salió de su boca.
―Uno... dos... tres...
Todos salieron corriendo de la habitación, la francesa casi tropezó con la alfombra a un metro de largo pasillo. Intentó llegar a un baúl antes que Susan, pero la pelinegra ya había entrado y la había echado.
―Treinta... treinta y uno...―la voz del chico se oía a lo lejos.
Louise y Lucy intentaron entrar detrás de la cortina, pero Edmund ya estaba allí, diciéndoles que se fueran rápidamente. La rubia intentó rogar por el lugar, pero solo recibió una mirada sucia.
―Yo llegué aquí primero.
―Ochenta y uno... ochenta y dos...
Louise estrechó la mano de la niña con firmeza y, en un impulso, comenzó a correr hacia las distintas puertas, tratando frenéticamente de abrirlas. Sin embargo, la frustración crecía con cada mango resistente. La desesperación y la ansiedad se mezclaron, crenado una atmosfera de urgencia. Parecía que todas las puertas estaban obstinadamente cerradas, lo que aumentaba la sensación de encierro. Sin embargo, en medio del laberinto de incertidumbre, una sola puerta cedió y se abrió ante ellos. El alivio y la curiosidad se entrelazaron cuando Louise y la niña entraron en lo desconocido a través de un pasaje improbable.
―Noventa.
Lucy cerró la puerta y se volvió hacia Louise. La habitación parecía vacía y silenciosa, casi como si estuviera al borde de la inexistencia Una mosca impertinente entró por la ventana zumbando insistentemente, pero pronto cesó su alboroto, apagando el único ruido presente. Sus miraras convergieron ante el imponente armario, situado al final de la habitación: majestuoso, intricadamente tallado y, al mismo tiempo, mostrando signos de edad. Estaba claro que el mueble antiguo representaba la única entrada plausible para la niña. Sin dudarlo, Lucy dejó espacio para que Louise fuera la primera en explorar el intrigante interior del armario.
―Noventa cuatro.
Louise contuvo la respiración.
―Noventa y nueve, cien. ¡Listos o no, ahí voy!
La francesa se escondió hábilmente detrás de la puerta del salón, dejando a la niña de nueve años sola dentro del armario. Edmund se camufló entre las cortinas, mientras Susan exploraba un baúl a unas habitaciones de distancia. Los pasos apresurados de Peter sonaban a lo lejos, acompañados por el sonido de puertas abriéndose y objetos volteados, revelando la frenética búsqueda de alguien. La respiración de Louise se contuvo, intentando con todas sus fuerzas mantenerse en silencio. De repente, Lucy salió disparada, aturdida y sorprendida, generando un estallido inesperado que retumbó por toda la habitación. El suspenso y la tensión llegaron a su punto máximo, a la espera de las consecuencias de esta inesperada revelación.
―¡Estoy bien! ¡Volví!―gritó la menor.
Edmund apareció, curioso, entre las cortinas, mientras Louise emergió de su escondite detrás de la puerta, intentando calmarla con gestos silenciosos. Sin embargo, la niña, además de estar visiblemente confundida, mostró una ansiedad incontenida. La atmósfera tensa se volvió palpable, mientras miradas inquisitivas circulaban entre ellos, esperando que se desarrollen los acontecimientos.
―¿Puedes callarte? Él viene.
Peter dobló la esquina al final del pasillo y abrió la puerta.
―Genial, Lucy, muchas gracias.
El rubio alzó las cejas, confundido.
―No sé si ustedes saben jugar.―colocó sus manos en su cintura.
Lucy permaneció con la boca abierta frente a sus hermanos, como si hubieran pasado horas desde que Louise la dejó en el armario. Mirándolos desde su escondite detrás de la puerta, los ojos verde de la francesa se abrieron cuando vio un pequeño copo de nieve que sobresalía de la puerta del armario. Esto no puede ser real, pensó, con un atisbo de incredulidad flotando en el aire. El misterio se intensificó a medida que se desarrolló lo inesperado, desafiando la lógica y presagiando un giro extraordinario en esta noche aparentemente normal.
―¿No se han preguntado donde he estado? ¡Estuvo allí durante horas!―dijo en voz alta.
Peter y Edmund intercambiaron miradas significativas antes de volver su atención a Lucy, quien se mantuvo firme en su convicción. Edmund dejó escapar un suspiro de irritación, murmurando algo inaudible para la francesa, demasiado lejos para captar las palabras. Mientras Tantos, Susa, apareció por la misma curva del pasillo por la que Peter había atravesado antes, apareció en la puerta, sonriendo y saltando, casi cerrando la puerta con ímpetu, sorprendiendo a Louise, que había estado allí desde el principio.
―¿Eso significa que gané?
―No, yo gané.―la rubia salió por detrás de la puerta asustando a Susan.
―Creo que Lucy ya no quiere jugar.―Peter señaló a la niña.
La pequeña, confundida, miró a su hermano, como si la hubieran acusado de mentir. El rostro enfadado de la niña añadió un toque de dramatismo a la escena, aumentando la tensión y la curiosidad en torno a lo que se desarrollaba en el misterioso armario.
―¡No estoy bromeando! Estaba escondida en el armario, y lo siguiente que hice fue estar en un bosque y estaba nevando...
Un silencio de asombro flotó entre los hermanos y Louise. La explicación de Lucy sobre los copos de nieve parecía lógica, pero la idea de un bosque dentro de un viejo armario desafiaba toda lógica. Se intercambiaron miradas de incredulidad, mientras la pequeña Lucy, ahora más roja que las rosas del jardín, persistía en su relato sobre la existencia de un bosque. Una energía singular impedía a Louise dudar de la niña, algo inexplicable que flotaba en el aire. En cambio, sus hermanos la miraron con evidente incredulidad. Susan y Edmund, llevados por la curiosidad, examinaron el armario en busca de algún rastro de bosque o nieve. Edmund acarició los grandes y polvorientos abrigos de piel, peor no encontró nada más allá del sólido fondo de los muebles. La búsqueda meticulosa alimentó la incertidumbre, creando una tensión que resonó por toda la sala.
―Lucy, la única madera aquí en el fondo del armario.―señaló la madera antigua, la niña gimió sorprendida.
―Un juego a la vez, Lu.―dijo el rubio colocando su mano en el hombro de la menor.―No tenemos toda tu imaginación.
―¡Pero no lo imaginé!―gritó.
―-¡Ya basta, Lucy!―respondió Susan, cruzándose de brazos.
Louise estaba comenzando a sentirse conmovida por la tristeza de la niña, notó sus ojos llorosos y sus labios temblorosos. Dirigió una mirada comprensiva a Lucy y luego una mirada inquisitiva a Edmund. La atmósfera estaba impregnada de intensas emociones mientras el conflicto de creencias y sentimientos se desarrollaba ante ellos.
―Yo le creo.―dijo Edmund y Louise.
―¡¿En serio?!―los ojos de la niña se abrieron como platos.
―Sí, no te hablé del campo de fútbol escondido en los muebles del baño?―dijo con ignorancia, causando más angustia.
―¡Edmund!―dijo la francesa.
Peter, irritado, golpeó a Edmund en el hombro, quién le izo una mala cara a su hermano.
―¡Oye! ¿Por qué fue eso?―se masajeó el brazo.
―Como si las cosas no estuvieran ya difíciles.
―¡Intentas actuar como papá, pero no eres él!―Edmund salió corriendo por los pasillos de la mansión.―¡Siempre te pones de su lado!
―Tu actitud ayudó mucho.―Susan miró a Peter, caminando detrás de Edmund.
Louise, irritada, cerró bien el armario, haciendo un fuerte ruido de golpes. Peter miró a su hermana menor, con los ojos rojos e hinchados, quien le volvió a decir que no era una broma. Lucy también salió de la habitación dejando a la francesa y a Peter solos en la habitación; la chica miró los ojos azules del chico rubio, decepcionada.
―¿Le crees?―preguntó indignado.
―¿Tú no?―le dijo con calma. Salió de la habitación y siguió a Lucy.
No fue difícil localizar a la hermana menor de los Pevensie, guiándose por los fuertes llantos y sollozos desordenados que resonaban en la habitación contigua a la de ella. Cuando entró, encontró a la pequeña acurrucada, abrazándose a sí misma. El crujido de la madera bajo los pasos de Louise hizo que la niña se sobresaltara, y cuando rápidamente levantó la vista, dejó escapar un pequeño sollozo.
―Cálmate, solo soy yo.―la calmó.
―Es verdad lo que dijiste allí... ¿Qué crees en mí?―los ojitos pequeños, rojos y llorosos de la niña conmovieron Louise, quien asintió.―¿Pero por qué?
―Sabes, siento que antes soñé con este mundo. ¿Me puede decir más?―se acurrucó junto a Lucy.
── · ✦ · ──
AL AMANECER DE ESE MISMO DÍA, la puerta de la habitación de los hermanos Pevensie se abrió silenciosamente. De allí apareció Lucy, moviéndose de puntillas para evitar cualquier ruido. Con su abrigo de lana y sosteniendo una vela encendida, se dirigió hacia el armario. Edmund, que había cerrado la puerta del baño y oyó los pequeños pasos de su hermana, decidió seguirla. La niña de cabello corto entró a la habitación, cerrando la puerta detrás de ella, seguida por su hermano de cabello oscuro que seguía el mismo camino. Por impulso, Edmund consideró la idea de asustar a su hermana, pensando en abrir la puerta del armario y soltar un grito de sorpresa.
―¡LUCY! ¡WOW! ¡ES EL FAUNO DEL ARMARIO!―exclamó, sin embargo, no había nadie allí.
Asustado, se metió con todo el cuerpo dentro de sus abrigos y la puerta detrás de él se cerró por completo, llevándolo al frío bosque del que había oído hablar. Edmund entró a Narnia.
── · ✦ · ──
GRITOS desde la habitación de al lado despertaron a Louise, quien se apresuró a ponerse sus pantuflas y salió de la habitación, entrando a la habitación de Peter y Edmund, cuya puerta ya estaba abierta. Lucy se arrojó sobre la cama del rubio, intentando despertarlo. El chico, visiblemente irritado, se sentó en la cama con los ojos bien cerrados. La tensión en el aire era palpable mientras Louise contemplaba la tumultuosa escena, tratando de comprender qué había provocado el malestar de la noche entre los hermanos.
―Peter, Peter, ¡despierta! Es real, está realmente ahí.―saltó sobre el chico en la cama.
El chico empujó a Lucy al suelo, con la cara hinchada por el sueño.
―¡Shh! ¿De qué estás hablando?―se rascó los ojos.
―Narnia. Está todo en el armario. ¡Volví a ver al señor Tomnus! Y esta vez, Edmund también fue.―un pequeño dolor de cabeza golpeó a Louise, quien se puso la mano en la cabeza.
―Debes haber estado soñando, Lu.―dijo Susan.
―No, no lo fue. ¡Está todo ahí! Edmund lo vio.
Todos se volvieron hacia Emund.
―Diles, Ed.
Lucy sonrió, sus ojos brillaban. Edmund abrió la boca para decir algo, pero...
―¿Qué diablos está pasando aquí?―Marta apareció en la habitación, irritada.
―No es nada.―Edmund le sonrió a Lucy.―Sólo estábamos bromeando.
El rostro feliz de la niña pasó a una expresión triste, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras corría y, sin darse cuenta, chocó con doña Marta.
―¡Lucy!
Susan corrió tras su hermana y la señora Marta se volvió hacia los chicos y Louise.
―No sé de qué tipo de casa vinieron ustedes, niños, pero en esta casa trabajamos de día y dormimos de noche.―les lanzó una mirada dura y cerró la puerta.
―Ese es el problema con los niños.―dijo Edmund con arrogancia.―No saben cuándo parar.
―¿Cuándo crecerás?―dijo Louise enojada, roja de ira.
―¡Pero todo es una tontería!
La rubia pasó sus dedos por el cabello. De entre los cuatro hermanos, Edmund era, sin lugar a dudas, el hermano más molesto.
―Pero claro que es una tontería.―dijo Peter.―Y precisamente por eso lo estás empeorando.
―¿Puedes creerle a tu hermana por una vez, Peter?―murmuró la rubia, que vio que el mayor la miraba.
―Pero pensé...
―¡Ahí está, nunca piensas!―Peter interrumpió al menor.
―¡Cállate! ¡No eres papá y, de hecho, desearía que ni siquiera fueras mi hermano!―Edmund salió del cuarto, y Peter resopló.
── · ✦ · ──
SUSAN Y PETER debatieron la idea de acercarse al viejo profesor, mientras más lejos, Louise, incapaz de conciliar el sueño tras la reciente pelea, vio que por fin que el tiempo lluvioso amainaba. Todos estaban ansiosos por explorar el amplio campo detrás de la mansión. Cuando los hermanos mayores salieron de la oficina de Kirke, ella captó fragmentos de su conversación y los escuchó comentar sobre la creencia del profesor en Lucy y su investigación sobre el misterioso bosque. La expectación en el aire prometía un viaje lleno de descubrimientos en un campo ahora libre de lluvias.
―¡Vamos, Lou!―la llamó Susan abriendo las puertas traseras.
La chica se acomodó bajo la sombra de un imponente árbol, observando a Peter y Edmund jugar con una pelota. Lucy estaba sentada a su lado, inmersa en un libro de cuento de hadas, mientras Susan permanecía de pie. Peter, claramente todavía irritado con el más joven, lanzó el balón agresivamente, recibiendo una respuesta igualmente intensa. En el calor del momento, Peter, sin sentido de dirección, lanzó la pelota tan alto y con tanta fuerza que chocó contra uno de los enormes ventanales de la mansión, produciendo un sonido de cristales rotos.
―¡Dios mío!―el rostro de Edmund se congeló, Susan contuvo la respiración y los ojos de Peter, Lucy y Louise se abrieron mucho.
―¡¿Qué fue eso?!―el grito de la señora Marta se escuchó desde el interior de la casa.
―¡Vamos!―Louise corrió, tirando de la menor y dejándose acompañar por los demás.
Probaron innumerables puertas y las encontraron todas cerradas, hasta que finalmente una cedió: la puerta del ropero. Lucy soltó una risa discreta y todos se acercaron con curiosidad al mueble. La voz de Marta se acercaba cada vez más, investigando el origen del ruido. Peter actuó rápidamente, tirando de la tela que cubría el mueble de madera y abriendo la puerta, empujando a todos hacia adentro en un movimiento repentino.
―¡Mi pie, Edmund!―Susan dijo con dolor.
―¡No fui yo!
―¡Ay, Peter! ¡Deja de tirar mi pelo!―gritó la rubia.
―Louise, ¡no hice nada!
De repente, los pies de la francesa tocaron algo frío, y una ola de aire frío le levantó todo el vello de los brazos. El fuerte viento pasó a su lado, trayendo consigo una intensa frialdad. Louise miró al suelo y encontró un rastro de nieve que se extendía frente a ella. Curiosa, siguió el rastro, adentrándose en el bosque del que tanto había hablado Lucy. Susan, sintiendo también tocar el hielo, exclamó:
―Peter, Lou, ¿sus zapatos también están mojados?―sus ojos se abrieron mucho después de ver el bosque.
Habían entrado a Narnia.
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