Capítulo 15
El sonido sordo de los neumáticos deslizándose sobre el asfalto era lo único que rompía el silencio tenso dentro del auto. Taehyung miraba por la ventana, pero su mente estaba atrapada en una maraña de pensamientos oscuros e incontrolables. No entendía qué estaba pasando, por qué su padre lo había llevado a ese lugar, a ese hospital psiquiátrico que se erguía ante ellos, como una fortaleza fría y desolada. Las paredes grises y austeras parecían susurrar una advertencia, y cada paso que daban hacia la entrada solo sumía a Taehyung en una confusión más profunda.
—¿Por qué estamos aquí? —preguntó, su voz temblando, como si estuviera al borde de un abismo. No se atrevió a mirar a su padre, sabiendo que no recibiría respuesta.
Su padre permaneció en silencio. No dijo una palabra. Solo lo guió hacia la recepción, donde habló con una enfermera, entregó unos papeles sin apenas inmutarse. Taehyung pudo sentir una frialdad en el aire, una pesadez que lo oprimía. Algo más había en la mirada de su padre, algo oscuro que se escondía detrás de su severa expresión, pero no estaba dispuesto a compartirlo.
Cuando llegaron a la habitación indicada, Taehyung dudó antes de entrar. Un inexplicable nudo en el estómago lo detuvo. Al cruzar el umbral, sus ojos se posaron en una figura femenina, sentada en el piso de la sala. Su postura era rígida, como si el tiempo hubiera congelado cada uno de sus movimientos. La mujer miraba al vacío, su rostro desprovisto de toda emoción, como si su alma ya se hubiera desvanecido hace mucho. No reaccionó ante la presencia de Taehyung, y algo en su interior lo impulsó a acercarse, como si una fuerza invisible lo atraía hacia ella.
Al acercarse, la fría sensación de horror lo invadió. Esa mujer, tan frágil, tan vacía, parecía una sombra de lo que alguna vez había sido. Algo en ella le resultaba extrañamente familiar, pero no podía conectar los puntos. Su corazón comenzó a latir con fuerza, y de repente, un destello de memoria lo golpeó como una tormenta. Todo encajó.
La mujer frente a él era su madre.
Los ojos. Esos ojos verdes, ahora apagados y sin vida, eran los mismos que él había visto en una vieja fotografía que guardaba con tanto cariño. La fotografía de la mujer que lo había dejado cuando era solo un niño. La mujer a la que había buscado incansablemente, con la esperanza de encontrarla algún día, pero ahora... ella ya no era la misma. Ya no reconocía a la madre que había añorado.
El aire se volvió denso, y Taehyung sintió cómo una ola de emociones lo arrastraba, como si lo sumergiera en un océano de desesperación. La confusión se transformó en dolor, el dolor se tornó en ira, y la ira se disolvió en una tristeza abrumadora. Se quedó allí, inmóvil, incapaz de comprender, de reaccionar.
—Papá... —dijo Taehyung, su voz quebrada, casi un susurro. No esperaba respuesta, pero una pequeña chispa de esperanza aún latía en su interior.
Su padre no respondió. Se quedó en la puerta, observando a su hijo con una mirada que era a la vez distante y llena de algo que Taehyung no podía descifrar, algo que helaba el aire.
Taehyung volvió a mirar a su madre, esa mujer atrapada en su propio dolor. El espacio entre ellos parecía haberse vuelto impenetrable, como si una pared invisible los separara, impidiendo cualquier intento de acercarse.
—¿Por qué? —murmuró Taehyung, incapaz de entender, de hallar sentido en lo que había sucedido. El dolor de su infancia, el vacío de tantos años, lo envolvieron de golpe, aplastándolo.
Su padre lo miró con calma inquietante, como si estuviera midiendo cada palabra antes de hablar. Luego, sin decir más, hizo un gesto hacia la enfermera cercana, indicándole que los dejara a solas. El silencio que siguió fue insoportable, como una losa de piedra que caía sobre Taehyung. El aire se volvía más espeso, y su padre, con pasos firmes, se acercó a él, cada movimiento como una sentencia.
—Nadie me abandona, Taehyung —dijo con voz grave, su autoridad llenando la habitación de una tensión palpable. Cada palabra parecía atravesar a Taehyung, dejándole una marca que no podría borrar.
—¿Qué dices? —preguntó, su voz rota, entre la incredulidad y el dolor. El corazón le latía desbocado. ¿Era posible que todo esto fuera una pesadilla?—. ¿Tú le hiciste esto? ¿Eres un monstruo?
Impulsado por una furia ciega, Taehyung intentó golpear a su padre, pero la fuerza de su voz lo detuvo instantáneamente. Una sola palabra, cargada con la autoridad absoluta de un alfa, lo inmovilizó por completo. El orden resonó en el aire como un grito silencioso, un mandato imposible de desobedecer. La voz de su padre, profunda y firme, llenó la habitación con una presión tan intensa que Taehyung sintió como si el aire mismo lo aplastara. No podía moverse. No podía siquiera respirar con normalidad.
Era la voz de mando de un alfa, una fuerza que no se podía resistir, que dominaba el cuerpo y la voluntad de un omega. Y aunque su rabia hervía por dentro, su cuerpo no le respondía. Se quedó allí, temblando, sin poder hacer nada más que sucumbir al poder absoluto de su padre.
El horror de la situación se intensificó cuando Taehyung vio a su madre. Ella, aterrada, se había refugiado en la esquina más lejana de la habitación, con las manos cubriéndose los oídos mientras murmuraba palabras incomprensibles, temblando de un miedo palpable. Verla tan quebrada, tan perdida, hizo que el corazón de Taehyung se comprimiera, la punzada de dolor tan aguda que casi lo dejó sin aliento. Se agachó rápidamente para ponerse a su altura.
—¡Mamá, no! —gritó Taehyung, su voz rota, rasgada por la desesperación—. Tranquila, soy Taehyung, tu hijo. Mírame.
Pero ella no reaccionó. Taehyung lo intentó una vez más, acercándose aún más, pero era inútil. El vacío en su mirada y el miedo que la paralizaba eran más poderosos que sus palabras.
Su padre, implacable, no mostró el más mínimo remordimiento. Su expresión permaneció fría e inmutable, pero su voz resonó nuevamente, cargada de una calma perturbadora.
—Está en tus manos el bienestar de tu madre —dijo con una serenidad calculada, como si esa frase fuera un peso insoportable que caía sobre Taehyung.
—¿Cómo te atreves a usarla como una moneda de cambio? —respondió, su voz cargada de rabia y desprecio. Pero incluso mientras las palabras salían de su boca, el control de su padre sobre él era tan absoluto que nada parecía importar. No podía hacer nada.
Su padre dio un paso hacia él, con una calma aterradora. La presencia de un alfa, de alguien que tenía el poder de someter a cualquiera, era inconfundible.
—Cumplí mi promesa. Sabes dónde está tu madre. Ahora depende de ti sacarla de aquí —dijo, su tono tan neutral como si estuviera haciendo una simple transacción. —Si te casas, prometo liberarla.
Las palabras de su padre golpearon como una tormenta, arrollando su mente. La traición, el dolor, la impotencia. No podía procesar lo que acababa de escuchar. ¿Cómo podía ser tan cruel? ¿Cómo podía usar a su madre de esa manera?
La realidad golpeó con dureza, y Taehyung comprendió, con una desgarradora claridad, que su vida nunca había sido suya. Siempre había estado atado a las decisiones de otros, a la voluntad de su padre.
—Bien, nos vamos —dijo su padre con voz fría y autoritaria.
Taehyung abrazó rápidamente a su madre, con la esperanza de que el contacto pudiera devolverle algo de lo que había perdido. Pero fue arrancado de ella con brutalidad, como si le arrancaran un pedazo de su alma.
—¡No! —gritó Taehyung, luchando por liberarse de las manos de su padre—. ¡Déjame quedarme con ella!
Su padre lo empujó con fuerza hacia fuera de la habitación, sus manos sujetándolo con una fuerza que lo hacía sentir como si fuera solo una marioneta.
Taehyung luchaba por respirar, como si cada inhalación estuviera clavada en su pecho, repleta de espinas que lo atravesaban. La rabia, el dolor, la impotencia lo ahogaban, mientras su padre lo arrastraba por los fríos pasillos de la casa, un lugar que siempre había sido su prisión, pero que ahora parecía aún más sombrío, más vacío. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo podía su propio padre, el hombre que lo había traído al mundo, verlo como un simple objeto, una pieza más en su juego despiadado?
Finalmente llegaron al despacho. La puerta se cerró con un sonido metálico, como el eco de una condena que Taehyung no podía evitar. Su padre lo empujó hacia el centro de la habitación, sus ojos oscuros como la noche fija en él, implacables.
—Ahora, Taehyung, la decisión está en tus manos —dijo su padre con una calma escalofriante, como si estuviera negociando con un enemigo de poca monta.
Un nudo en su garganta lo mantenía mudo, incapaz de aceptar lo que ocurría. ¿Cómo elegir entre el amor que había soñado y la madre destruida que solo él podía salvar? No podía. No quería. Pero sabía que su padre no cedería, que lo destrozaría hasta que su voluntad fuera ley.
La puerta se abrió, rompiendo el tenso silencio. Una sirvienta apareció, su voz temblorosa cargada de una urgencia que solo hacía que el mundo de Taehyung se desmoronara aún más rápido.
—Perdón, señor, buscan al señorito Taehyung —dijo, mirando al suelo como si estuviera ante un tribunal.
—¿Quién lo busca? —la voz de su padre salió como un susurro gélido, sin rastro de emoción, como si fuera una mera formalidad.
—Es un joven llamado Jeon Jungkook.
El nombre atravesó la mente de Taehyung como un rayo, sacudiéndolo hasta los cimientos de su ser. ¿Jungkook? ¿Él había venido hasta aquí?
Su padre lo observó con una intensidad feroz, una sonrisa torcida curvando sus labios, una sonrisa que carecía de toda bondad.
—Bien, Taehyung, ¿qué harás ahora? ¿Ese alfa o tu madre? ¿A quién elegirá tu corazón?
Cada palabra de su padre era una daga, hundiéndose más y más en su pecho. Taehyung cerró los ojos, como si pudiera detener el flujo de palabras, como si pudiera detener el caos que se desataba a su alrededor. Pero no podía. No había forma de escapar.
Con los ojos empañados en lágrimas, Taehyung apretó los puños hasta que los nudillos se pusieron blancos. La furia, el dolor y la desesperación lo consumían, y en su pecho, un vacío tan inmenso se extendía que le era difícil respirar.
—Prométeme que la dejarás en paz —dijo, su voz rota, entrecortada por el llanto.
Su padre lo miró, sus ojos fríos y calculadores, pero hubo un destello de algo, una aprobación en su mirada, como si estuviera mirando a un niño que finalmente entendió las reglas del juego.
—Es un trato, hijo —dijo, como si le estuviera otorgando una misericordia que ni él mismo merecía. Sus palabras eran veneno, dulces y peligrosas.
Taehyung sentía que la presión en su pecho lo aplastaba, cada respiración una lucha, como si las espinas del dolor lo atravesaran. Sus piernas temblaban, su cuerpo exhausto. Caminó hacia la puerta, consciente de que ya no había vuelta atrás, de que el destino finalmente lo había alcanzado.
Cuando abrió la puerta, allí estaba Jungkook, de pie en el umbral. La luz de la calle lo rodeaba como un halo, contrastando con la oscuridad de la casa. Su cabello oscuro caía ligeramente sobre su frente, y sus ojos brillaban con determinación. Vestía una camisa y un blazer que resaltaba su porte elegante y seguro.
—¿Jungkook, qué haces aquí? —preguntó Taehyung, su voz quebrada por el dolor, la incredulidad empapando cada palabra.
Jungkook dio un paso al frente, sus ojos oscuros y decididos, pero con una profunda preocupación que apenas lograba disimular. Su voz, baja y grave, llevaba consigo una ternura que hizo que el corazón de Taehyung latiera con desesperación.
—No podía quedarme tranquilo —dijo, su tono firme pero lleno de cariño—. Vine a hablar con tu padre. Haré que cambie de opinión. Y si no lo hace... Taehyung, si no lo acepta, ven conmigo.
—¿Amor? —preguntó, su voz quebrada, cargada de confusión y dolor—. ¿Qué amor hablas, Jungkook? Tú... tú solo eres el dueño del estudio donde bailo...
Jungkook lo miró fijamente, como si cada palabra de Taehyung le atravesara el corazón. Pero no se rindió. Dio un paso más, su cuerpo tenso, como si quisiera abrazarlo, sostenerlo y decirle que todo estaría bien. Pero no lo hizo.
—Taehyung... —susurró, su voz temblando por la desesperación.
El corazón de Taehyung latía tan rápido que temió que fuera a estallar.
—Esto se acabó —dijo, su voz fría y cortante. Quería destruirlo todo, pero cada palabra le causaba una herida profunda.
Jungkook no retrocedió. Dio un paso más, su rostro marcado por la desesperación. No podía creer lo que veía en los ojos de Taehyung, tanta confusión y dolor, que el aire entre ellos se volvía denso.
—No te creo. ¿Qué te hizo tu padre para que digas esto? Sé que me amas. No es algo que digas a la ligera.
Taehyung, temblando, dio un paso atrás, aplastado por la culpa. Quería empujarlo, gritarle que se fuera, pero las lágrimas lo ahogaban. Sus manos temblaban, deseando tocarlo, pero sabía que no debía.
—¡No! —gritó, empujando a Jungkook con fuerza. Las palabras salieron frías, como si intentara restarle importancia—Solo fue sexo. No es importante. Ya terminó, Jungkook. Ya no hay nada entre nosotros.
—¡Vete! —gritó, las palabras llenas de ira, pero también de una desesperación imposible de negar.
Jungkook dio un paso decidido hacia Taehyung y, sin pedir permiso, lo abrazó con fuerza, sus labios encontrando los de él en un beso urgente y doloroso. Fue un beso lleno de desesperación, donde el amor y el sufrimiento se mezclaban, quemando la piel de ambos. Taehyung intentó apartarse, pero su cuerpo temblaba bajo la intensidad del momento. Finalmente, empujó a Jungkook, alejándose bruscamente. Las lágrimas caían sin control, quemando su rostro y dejando su alma hecha trizas.
—¡¿Por qué?! —gritó Taehyung, cubriéndose el rostro con las manos, como si pudiera borrar la tormenta que lo destruía por dentro. —¡¿Por qué tienes que hacerlo tan difícil?!
Jungkook, sin poder soportar más la distancia, lo abrazó con fuerza, apretándolo contra su pecho. El olor de su piel, el latido de su corazón, todo parecía gritarle que aún había esperanza. Pero Taehyung se debatía en su abrazo, empujándolo con todas sus fuerzas.
—¡Basta, Jungkook! —sollozó, su voz rota, llena de odio y amor al mismo tiempo. —¡Esto se acabó! ¡No quiero que estés aquí!
Jungkook, temblando, lo sostuvo con más fuerza, negándose a dejarlo ir. Ambos estaban llorando, ambos rotos, pero no sabían cómo detener lo que ya se había desatado.
—¡Basta! —gritó Taehyung, sus ojos llenos de dolor y una determinación feroz. —¡Si no me dejas en paz, no volveré al estudio! ¡Renunciaré a todo!
—Taehyung... —dijo Jungkook, su voz un susurro lleno de desesperación. —No me dejes.
Taehyung, entre sollozos, levantó la vista hacia él, los ojos rojos de tanto llorar, su cuerpo temblando bajo el peso de lo que sentía. Y aunque su ser entero gritaba por abrazarlo, por rendirse a la pasión que compartían, se obligó a soltar las palabras que lo destrozaban aún más.
—¡Vete! —gritó, su voz rota. —¡No te quiero! ¡No te necesito!
El sonido de sus palabras cortó el aire, y aunque Jungkook acercó su rostro al oído de Taehyung, susurrando:
—Algo sucedió y voy a descubrirlo. Sé que nos amamos. Tal vez no ahora, pero está bien, te dejo libre. Haz lo que estimes conveniente. Pero te lo aseguro, si algún día decides volver a mí, estaré esperando.
Taehyung lo apartó de un empujón, su voz fue más fría que nunca al responder:
—Escúchame bien, Jeon Jungkook. Yo no te amo. Puedes ir ahora mismo a buscar a Caterina o a quien sea, no me importa. Te usé, y la verdad, siempre creí que si me quedaba a tu lado, obtendría algo a cambio. Y no estaba equivocado. Ahora, déjame en paz, ¿me oyes?
Con esas palabras, Taehyung se alejó de él, corrió hacia la puerta con pasos agitados, pero el peso de la tormenta interna que lo asfixiaba lo perseguía. La puerta se cerró con un golpe seco, y al instante, el vacío lo envolvió.
Jungkook quedó allí, en el umbral, temblando, derrotado. Su cuerpo parecía hecho de cristal roto, y su alma, perdida en el dolor, era solo un eco vacío de lo que había sido. Mientras Taehyung, del otro lado de la puerta, lloraba, sintió cómo su corazón se rompía en mil pedazos.
...
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