⭓ 019. ▎ capítulo diecinueve.
Hyun se removió sobre el colchón, dando un delicado salto. La dulce risotada que brotó de los labios de JeonGin, provocó que el pelirrojo lo observara ligeramente indignado, dándole un pequeño golpe sobre el hombro. Éste lo observó con una enorme sonrisa, llena de ternura; aún cuando fingía aminorar el dolor sobre la zona afectada, recibiendo una mueca por parte del mayor ante la exagerada reacción.
─ Tranquilo, sólo es TaeHyung. ─ serenó el castaño, ofreciéndole una sutil caricia. El aludido ciñó un mohín en sus labios, cohibido ante la interrupción.
─ Lo lamento, no sabía que JeonGin estaba aquí. ─ murmuró el menor, ladeando ligeramente su rostro; evitando encontrarse con la anatomía expuesta del castaño ─ Yo, me iré ahora. No se preocupen, los dejaré solos.
─ Tampoco es para tanto, Kim. Relájate. ─ sonrió el pelirrojo, buscando por encima del colchón la playera del contrario ─ No es como si no lo hubieses visto en las duchas o exhibiéndose en el patio.
─ ¡Oye! Yo no me exhibo en el patio. ─ se defendió ─ Simplemente entro en calor por el juego.
─ Por supuesto, pequeño engreído. ─ TaeHyung soltó una risa, percibiendo el gruñido que brotó de los labios del castaño; mostrándose ofendido. Hyun se encogió de hombros, recorriendo el cuerpo tenso del rubio ─ ¿Qué sucedió? ¿Qué te ha dicho?
El menor abultó su inferior, curvando sus cejas hacia abajo. Había estado por más de dos horas encerrado en la aquella sala exageradamente iluminada, intentando convencer al penitenciario de que no había sido responsable de aquel homicidio; y como era de esperarse, TaeHyung no había obtenido buenas noticias. El hecho de que HoSeok fuese o no, parte de su imaginación, solo lo dejaba en la misma situación. Con los mismos resultados.
Él había sido su único recurso para liberarse de la muerte de JiHo, y, tan pronto como había reconocido que obtuvo una victoria; las amargas confesiones de JiMin punzaron en su cabeza, dejándole claro que no podía estar más equivocado.
A pesar de que había intentado convencerse de que el pelinaranja estaba vivo, cada vez que pensaba en ello; la realidad lo devolvía como un bucle a su lugar. Recordándole una y otra vez que, pese a que intentaba encontrar una explicación, él había sido el único en advertir la presencia del mayor cada una de las veces en que decidió aparecer.
Y, por si no fuera poco, desde que YoonGi le había metido aquella duda; no había vuelto a ver al pelinaranja.
─ Quizás les haré compañía por más de una década. ─ respondió, amargamente ─ Sin HoSeok, es imposible corroborar lo que sucedió. Ellos no me creen. Y dado a que no lo delaté tan pronto como vi lo que hiz...
─ Espera. ─ cortó el mayor.
─ ¿HoSeok es el sujeto al que buscabas hace un par de días? ─ se adelantó a preguntar el castaño ─ Hombre, intenté dar con él, pero por más que pregunté; es como si no existiera en el módulo.
─ Ese es el problema ahora. ─ bramó el menor.
─ ¿A eso se refería JungKook con lo de tu amigo imaginario? ─ cuestionó el pelirrojo. TaeHyung asintió ─ Jung está muerto, Tae. ─ aseguró, viéndolo con sutiliza. El contrario se giró con un rostro turbado hacia él ─ Lo asesinaron.
─ ¿Cómo que lo asesinaro...
─JungKook. ─ concluyó, parándose recto. Hyun negó.
TaeHyung frunció sus cejas, consternado cuando éste se puso de pie y caminó hasta él, pidiéndole en un susurro que se acercara.
─ Siéntate aquí. ─ ordenó, señalando el colchón. Y, tal vez si el menor no estuviese en aquella situación; tan delicada y más seria de lo normal. Probablemente habría hecho algún comentario burlesco sobre la desaliñada que se encontraba por sus acciones, antes de su llegada. Apresando su inferior, removió las sábanas; sentándose al borde del colchón ─ Cariño, cierra la puerta un momento.
JeonGin no reprochó, asintiendo tenuemente. Una vez fue sellada detrás de sí, Hyun relamió sus belfos, inhalando sonoramente.
─ Debes alejarte de YoonGi.
Oprimió el pequeño estuche traslucido, liberando un bostezo. Se sentía exageradamente tenso e invadido de fatiga, agobio y ansiedad, palpándose en toda la extensión de su rígida anatomía. Necesitaba liberarse. Ansiaba despejarse y olvidar por un momento el estrés que, tan persistente lo penetraba.
Advirtió las puertas frente a él, estudiándolas sin ánimos. Percibió de cerca el desgastado material, la degradada pintura que, debido a la humedad y tiempo; se mantenía en una deplorable apariencia. Quizás lo estaba pensando demasiado, sabía que no había nadie en las duchas a tal hora. Incluso el recluso más estúpido pasaría de largo e iría directamente a su celda sin asearse.
Sin embargo, tal parecía que el más estúpido se encontraba empujando el par de láminas, dispuesto a desahogarse en compañía del agua helada. Y, pese a que aún no pasaba de la media noche, era consciente de que estaba haciendo algo incorrecto.
Pero no pudo importarle menos.
Los cabellos de su nuca revolotearon ligeramente, desaliñándose al ser receptores la tibia brisa que produjeron las hojas de acero; sellándose a sus espaldas. Observó recelosamente la entrada por un momento, gravitando su mirada por todo el interior de las duchas, buscando algún objeto para atracarla y evitar que alguien intentase entrar.
Nada. No había nada con lo cual pudiese cerrarla. ¿Valdría la pena el arriesgarse?
─ Ya estás aquí. Hazlo.
Pensó para sí mismo, mordiendo el interior de su mejilla. Inhaló con energía, zarandeando su rostro reiteradas veces; intentando tranquilizarse. Y, cuando soltó el aire retenido en sus pulmones, asintiendo seguro de sí. Un sonido desconocido y bullicioso llegó a sus oídos, percibiéndolo en el fondo de los casilleros; donde la luz amarilla e incierta de las duchas, resaltaba los azulejos.
Se acercó sigiloso, rechinando sus dientes cuando el eco de sus pisadas se elevó cuanto más acortaba la distancia entre las salas. Decidió detenerse poco antes, curvándose ligeramente hacia abajo; sacando sus zapatillas y dejándolas a un lado.
Posteriormente, y tras dar un par de zancadas más; su mandíbula se tensó en demasía, barriendo su mirada por el cuerpo ajeno. Sus mejillas se tiñeron en un carmín profundo y embriagante, cincelando el vino correr por su cuerpo, abrazando sus pómulos en un bonito sonrojo. La cálida temperatura cubriendo su rostro, reconociendo la anatomía alta y fornida que, de espaldas e indiferente a su presencia, se encargaba de brindarse placer a sí mismo.
Las gotas cayendo sobre su cuerpo, besando su piel en un recorrido incierto desde sus plomados cabellos largos, hasta su nuca; bailando en distintas direcciones por sus anchos hombros y espalda. La dorada carne comprimiéndose de vez en cuando, curvando sus músculos cuando el vaivén de su puño contra el erguido falo aumentaba.
Su frente reposada sobre la pared, levemente fruncida. Sus ojos estaban cerrados, oprimiéndose con vigor; creando pequeñas arrugas. TaeHyung mordió su labio, sintiéndose extremadamente sofocado. El tinnitus sacudiendo su audición, ensordeciéndolo ante la fuerte imagen que el pelinegro le regalaba, desorientándolo.
Quizás debería alejarse, salir corriendo del lugar cuanto antes. Huir y olvidar. No obstante, su cuerpo no le permitía reaccionar. O al menos, él quería convencerse de eso.
Culpaba a sus piernas porque de pronto las sentía dolorosamente entumidas, temblando ligeramente sobre su lugar.
Culpaba a sus brazos por pellizcar sus fibras sensibles e invadirlo con estremecimientos y escalofríos.
Culpaba a sus ojos por negarse a separarse del cuerpo hermoso y jodidamente atractivo de JungKook. Caliente.
Y culpaba a JungKook por atacar sus sentidos, aún cuando éste no parecía percatarse de otra cosa que no fuese su mano creando fricción contra su miembro; buscando su liberación.
El pelinegro ladeó ligeramente su rostro hacia la derecha, regalándole un exquisito panorama de sus facciones agitadas. Su cuerpo se impulsó vanidosamente hacia adelante, rozando la piel con sus labios. Mordió su belfo y, posteriormente, atrapó la carne de su hombro entre sus dientes, tirando de ella hacia atrás como si esta fuese de alguien totalmente ajeno a sí mismo.
Mordiendo y acariciando con su húmedo musculo bucal, aminorando el ardor que probablemente habría dejado. Sanando y volviendo a lastimar. Lamiendo y besando una vez más.
De pronto se sintió más intranquilo de lo normal. Los recuerdos de esos labios, moviéndose y mordiendo sobre los suyos; invadieron sus pensamientos, recordándole cuán bien sabían penetrar su cavidad. Mostrándole cuán codicioso podría volverse por sentirlos sobre su piel.
Salió de sus pensamientos, ofreciéndose cohibido cuando un gemido llegó a sus oídos. Un gemido que fue lo suficientemente alto como para crear un eco entre las estrechas paredes de las duchas.
Y cuando JungKook detuvo abruptamente su masturbación, tensándose; se dio cuenta de que probablemente acababa de cometer el error más grande de su vida. Aquel gemido agudo y necesitado por una liberación; no había brotado de los duraznos que en distintas ocasiones habían devorado los suyos con exuberante sensualidad y pasión. Abrió sus ojos en sorpresa, dirigiendo su atención hasta su propia entrepierna, desconcertándose al advertir su mano palpando por encima de la tela. Acariciando la despierta erección.
Asustado, dio un paso hacia atrás; alzando su mirada hasta el contrario. Éste lo observaba desde la misma posición, comprimiendo los huesos de su mentón, ignorando el hecho de que estaba ahí. Viéndolo. Con una erección que era evidente, incluso para él mismo.
Las ambarinas esferas se encontraron con las suyas, ninguno dijo nada. Únicamente se miraron, respirando erráticamente; absorbiendo la tensión que había empezado a despertar en sus animadas anatomías. TaeHyung sintió que la saliva se acumulaba en su paladar, percibiendo el anhelo danzar con una ininteligible melodía en los ojos acuosos de JungKook.
Así que, cuando el pelinegro cerró nuevamente su puño contra su hombría; el menor no evitó que su atención viajara hasta el grueso y largo pene, siguiendo el ritmo de sus arremetidas. Una sacudida lo azotó, observándolo sin saber qué hacer o decir. Aún cuando lo más razonable para él, y para todos, era que saliera de ahí.
Sin embargo, cuando el mayor percibió la dudosa representación del rubio; soltó su falo y camino hasta él, provocando que el contrario se encogiera en su lugar.
─ Vamos. Ven aquí, pequeño fanático.
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