Capítulo 6: Muy astuto
Quizás los asesinos de su padre pensaron; Kierab, desde una edad temprana, ha pasado su vida en el exterior, luchando y conquistando. No tiene ni idea de cómo reinar.
Pero se equivocan.
Él nunca abandonó sus estudios, además de que su padre le enseñó el arte de gobernar desde los siete años. Y como podrán recordar, él aplicaba sus conocimientos al hacer tratos y alianzas con las demás naciones. Habilidades políticas o comerciales, intuición, carisma y gran capacidad diplomática.
Por lo que su reino no tardó en estabilizarse, y pudo desempeñar el papel de un rey a la perfección en tan sólo un año.
Un año lleno de esfuerzo y dedicación, noches sin dormir y decisiones importantes que cambiaron el rumbo del reino para mejorar. Dejando la tristeza a un lado y volviendo a su actitud de siempre, con un semblante serio y firme, que transmitía poder y orgullo.
Su esclavo le fue de gran ayuda. Aun cuando sólo estaba ahí de pie a su lado se sentía animado, y escuchando una que otra palabra de aliento volvía a estar lleno de energía y determinación en los momentos de fatiga.
El consejo real también fue de ayuda, y Fa'ya poco a poco fue integrada a este, siendo responsable de algunos cargos en el ministerio de economía y hacienda. Lugar donde siempre hacía falta una mano.
Todo iba por buen camino, por lo que Kierab pudo comenzar a relajarse un poco más...
—¿Podrías pasarme ese libro de ahí? No, ese no, el que está al lado. Si, ese...
—Lamento mucho la confusión majestad.
—No te preocupes por eso—dijo Kierab ojeando el libro.
La mesa donde estaba trabajando había sido colocado en medio de un camino, justo debajo de una especie de túnel que conectaba dos jardines. La vista frente a él era agradable. Había un mueble a su lado derecho con los libros que tenía que revisar, una jarra de agua y un pequeño taburete para los pies.
Kierab se reclinó y dejó el libro a un lado.
—Lo dejaré para más tarde, de todas maneras no es urgente.
—Como diga majestad, ¿quiere un poco de agua?
—Gracias.
Kierab bebió de la copa, se giró para mirar a la persona de su izquierda y dijo:
—¿Quieres que te enseñe a leer?
El esclavo suspiró internamente, pensando en una excusa.
Kierab ya había mencionado el tema con anterioridad, haciendo comentarios indirectos cada vez directos. Pero él se había negado al decir que estaba ocupado y no quería robar su tiempo.
—Si en serio lamentas lo de antes aceptarás mi oferta—dijo Kierab antes de que dijera algo.
Levantó la cabeza y miró los ojos del rey, los cuales tenían una mirada sincera y alegre. A lo largo de estos casi dos años conociéndolo había notado que Kierab se veía más feliz cuando hacía algo por él o con él. Le daba gusto verlo así, y en el fondo también disfruta de ser tratado así por su majestad. Por lo que terminó rindiéndose ante su petición.
—Sería un honor que su majestad me enseñara. Por favor, ilumine a este siervo suyo—e hizo una ligera reverencia.
—¡Fantástico! Ven, toma asiento—y jaló el taburete a su lado.
Él se sentó, pero sintió que estaba demasiado cerca. Su rubio cabello ondulado le rozaba el hombro desnudo y podía sentir su aroma a incienso y perfume de Orquídeas selváticas.
—Sabes hablar muy bien, así que no será tan complicado aprender a leer o escribir. Primero tienes que memorizar el abecedario y poder trazar todas las letras de manera adecuada. Presta atención.
Tomó una hoja en blanco y comenzó a escribir una serie de símbolos, ordenados y en grande. Kierab le enseñó como se debían escribir y su pronunciación, pero esto último no era lo más importante.
—Por ahora sólo concéntrate en escribirlos bien—le dio su espacio y lo miró con atención.
—De acuerdo—tomó el lápiz y trató de imitar la primera letra, pero Kierab observó que la manera en que agarraba la pluma era extraña.
—Espera un momento—se levantó de su asiento y se acercó por detrás. Tomó su mano con la suya y corrigió la manera en que la sostenía—Debes agarrarlo así y luego hacer esto. Ese trazo está bien. No te preocupes, es normal que te tiemble la mano...
En realidad le temblaba la mano por lo nervioso que estaba. Podía sentir su respiración en su mejilla, con una voz seria y agradable de escuchar. Su mano guiaba la suya, y la otra apoyada en su hombro desnudo. Eran blancas, cálidas y ásperas, llenas de fuerza, con dedos largos y masculinos.
Por otra parte, Kierab no notó su nerviosismo y disfrutó de su cercanía con él.
—Puedes practicar cuando esté trabajando. Si tienes alguna duda dímelo, ¿de acuerdo? —y se alejó de él.
—Está bien, gracias majestad. En verdad estoy agradecido—dijo, mirando el papel.
—Quédate aquí, compartamos la mesa mientras trabajo. Ya tuve un pequeño descanso...
Los dos estaban sentados uno al lado del otro. Kierab continuó con su trabajo, leyendo, revisando y escribiendo. Él lo miró de reojo y luego al papel. La sensación de su mano sobre la suya aún persistía en su piel, el calor en su hombro y su aroma en el aire.
Sin poder quitarse eso de la mente siguió escribiendo, mirando de vez en cuando la bella letra del abecedario.
Caminaban por los jardines del palacio en esa tarde soleada y calurosa. Kierab andaba descalzo, sacudiendo con fuerza un abanico de madera. Un par de pantalones holgados con aberturas a los lados y una camisa un tanto ajustada de color amarillo narciso, sin ningún accesorio y con el cabello atado en una coleta alta.
Los árboles y las palmeras cubrían de sombras el camino silencioso. No había nadie cerca además de unos cuantos guardias o algunos esclavos caminando a lo lejos. Así se sentía cómodo, teniendo paz y privacidad. A excepción de él, claro. Le daba gusto tener la compañía de alguien agradable, que no buscaba alargarlo o recordarle sus deberes, como muchos hacían.
Llegaron ante una piscina de agua dulce, hecha de piedras claras con pequeños escalones esculpiendo en su interior.
Rodeada de palmeras y flores de colores chillantes.
—Al fin—exclamó Kierab aliviado. Le dio el abanico y se arrojó al agua con todo y ropa.
Se sumergió hasta el fondo por unos segundos y luego salió, exhalando con fatiga. Flotó un rato mirando las palmas mecerse con la brisa calurosa y cerró los ojos. Quién sabe lo que estaba pensando, pero desde la orilla se miraba bastante relajado.
Cuando se aburrió volvió a la orilla y se sentó en un escalón, con el agua cubriéndole de la cintura para abajo.
—El agua está bastante fresca, ¿por qué no entras un rato también?
El esclavo estaba un poco apartado del borde, dándole su privacidad, cuando de repente escuchó su sugerencia. No se sentía cómodo aceptado su invitación, pero tampoco quería negarse. Así que se acercó con cuidado, se sentó en la orilla y metió los pies en el agua.
—Gracias majestad. Tiene razón, el agua es muy fresca.
—Siempre sabes cómo evadir mis sugerencias sin rechazarlas—entrecerró los ojos, peinó su cabello y tomó el abanico de sus manos—En verdad admiro lo astuto que eres.
Apenas sonrió un poco al escuchar al rey llamarlo "astuto", bajó la mirada, pero no dijo nada.
—No creas que siempre podrás rechazar mis peticiones de manera astuta—dijo seriamente mientras se abanicaba—Aquí te va uno; miremos si puedes evitarlo.
Tragó saliva, sin atreverse a mirarlo.
—¿Y si dijera...? —notó que estaba curioso, por lo que agudizó su mirada y expresión se tornó misteriosa—¿...que puedes escoger un nombre para ti?
Abrió los ojos con sorpresa y levantó los ojos, viéndolo con incredulidad.
—U-Un esclavo no puede tener un nombre—musitó nervioso.
—¿Acaso olvidas quién soy? —preguntó con firmeza, pero sin intimidarlo—Si doy una orden razonable nadie puede cuestionarla. Si digo que tendrás un nombre así será. Ya puedes identificar letras y algunas palabras, escoge el nombre que más te guste.
Kierab salió del agua y se sentó en la orilla, a unos cuantos centímetros lejos de él.
Luego del shock momentáneo meditó sus palabras. Lo miró con cautela y dijo en voz baja:
—Aun soy ignorante. Temo no saber escoger un nombre adecuado para mí, por lo que ruego a su majestad su ayuda para escoger uno en mi lugar. Con su sabiduría estoy seguro de que no habrá un nombre mejor que ese.
Kierab levantó la ceja y lo miró sin decir nada, hasta que dejó salir una pequeña risa.
—En verdad pudiste ser aún más astuto—recuperó su semblante serio y dijo—Bien, tú ganas, escogeré uno por ti. Sólo déjame pensarlo unos días.
—Muchas gracias, majestad...
—Agradécemelo cuando te de tu nombre—lo interrumpió.
Y no un movimiento rápido se dejó ir, recostando la cabeza en una de sus piernas. Notó de inmediato que se puso rígido, pero no dijo nada y se rio en sus adentros. Quería molestarlo, aunque sea un poco.
Tomaba agua de la piscina y la salpicaba sobre las piernas de él para molestarlo más, pero el calor del día hizo que un sueño profundo lo invadiera, por lo que cerró los ojos sin darse cuenta.
Al verlo dejar de moverse y no escucharlo hablar se inclinó un poco, para darse cuenta de que tenía los ojos cerrados. Le quitó con cuidado el abanico y sopló en su rostro. Empapado, con algunos cabellos pegados a la piel, al igual que la ropa en su cuerpo.
Algunas personas pasaron a lo lejos, y en cuanto miraron al rey dormido y mojado en esa posición se fueron de prisa con expresiones aturdidas.
Kierab tenía razón, nadie se atrevía a decir algo sobre él. Si hacía algo temían dar su opinión y ofenderlo. El rey hacía lo que quería. Además, era su esclavo, tenía completa autoridad sobre él.
No sólo era un esclavo, él era el esclavo del rey, así que también compartía un poco de esa libertad.
"Sería bueno tener un nombre..."
Bostezó en silencio y apartó la vista del libro con cansancio. El sol se estaba poniendo y la brisa se volvía un poco menos caliente que en el día. Justo cuando quitó la mirada del libro que estaba leyendo se topó con él, quién observaba el cielo a través de esa sección sin pared, donde el paisaje parecía una inmensa obra de arte.
Se había quedado absorto con aquel paisaje. No estaba tan lejos de él, sentando en una silla de madera y cuerda. Los rayos naranjas caían sobre su piel, haciéndola lucir dorada. Apenas lograba ver sus ojos, que también brillaban por el suave sol. Serena y apacible, con una sonrisa apenas visible en sus labios. Como si estuviera reviviendo algún recuerdo.
Kierab no pudo apartar la mirada. Una presión indescriptible se expandió por todo su pecho y su corazón se sintió pesado.
Está no era la primera vez que experimentaba algo así, pero esta vez era más intenso. Y como una brisa, la niebla de la duda se fue aclarando en su mente.
Había formado un cierto cariño por él, desde hace mucho tiempo, pero este sentimiento había estado cambiando constantemente, tornándose más fuerte...
Siempre había estado ocupado. Luchando, viajando, estudiando... Y cuando fue rey lo estuvo aún más, pero al mismo tiempo también tenía momentos de paz que nunca hubiera podido tener antes. Por lo que pensaba en sí mismo más a menudo.
Nunca reflexionó profundamente sobre sus sentimientos, y sólo se casó porque su reino necesitaba una reina. Jamás pensó en el amor. No tenía tiempo para eso.
Sin embargo, aquí estaba, pensando en los sentimientos que tenía por él.
No sabía cómo, sólo lo sabía. Y no le costó admitirlo.
Sus principios resonaban en su cabeza, él ya estaba casado, pero al comparar su felicidad con ambas personas, el esclavo y la reina, era claro quién lo hacía más feliz, por lo que no le importó mucho. De todas maneras, no era un matrimonio feliz ni anhelado desde el principio.
No sabía cómo podría solucionar este asunto, así que lo dejaría para después.
Ahora el problema era si su amor podría ser correspondido. Cualquiera se sentiría intimidado y ansioso si el rey (y casado) de repente le dijera que lo amaba, sumando a eso que su amor secreto era hacia un esclavo. Un esclavo masculino.
Sus reacciones se guiarían conforme estos aspectos. Estaba casi seguro que el esclavo diría que no. No porque no pudiera amarlo, sino porque no era correcto. Un rey no debía enamorarse de un esclavo, el esclavo era indigno de recibir tal afecto.
Kierab suspiró profundamente sin hacer ruido.
Pero había una cosa muy importante:
Kierab nunca se rindió ante las dificultades.
Había luchado batallas que parecían imposibles, tratados que nadie hubiera podido establecer, riesgos, entrenamientos, y la búsqueda del saber.
Aunque todo eso parecía más fácil si lo comparaba con lo que quería.
Pero el truco era ser paciente. Quería ganarse su corazón lentamente, para que el amor que se formara en él fuera auténtico, y no sólo para complacerlo.
Anhelaba ser amado de verdad. Que él lo viera como un ser humano, y no como un rey al que debe obedecer.
Aunque tardara uno, cinco o diez años, lucharía por conseguir su afecto. Trabajaría en conquistar su corazón poco a poco, de la manera más suave que se le ocurriera. Y si al final él no lo amaba de regreso, no lo obligaría de ninguna manera.
Lo que más quería era verlo feliz, y si eso se lograba con liberarlo y que se enamorara de otra persona, entonces así sería.
Lo que más quería era que él fuera libre.
Sin importar cómo acabaran las cosas, Kierab lo liberaría. Pero también debía hacer un mundo donde él pudiera ser libre en verdad.
Y todo podría lograrse, pero dando un paso a la vez...
—Ya pensé en un nombre—dijo Kierab, dejando el libro sobre la mesa.
Al escuchar eso el esclavo se giró de inmediato, saliendo de su trance. Sus ojos brillaron con curiosidad y emoción, pero su expresión permaneció tranquila.
—¿Es así majestad? Por favor, dígame en qué nombre ha pensado.
—Khalid Zoraf.
El esclavo guardó silencio y repitió ese nombre en su mente una y otra vez. Y entre más lo pensaba más bonito sonaba.
—¿Podría decirme qué significa?
Todos los nombres tenían un significado. El rey se llama Kierab Leonid Miurth, su primer nombre significa "inquebrantable o algo que dura para siempre" y el segundo se deriva de una expresión que quiere decir "la primera vez que sientes felicidad". Su madre había escogido su segundo nombre, ya que fue lo que sintió al verlo. El primer nombre era importante, pero con el segundo nombre sucedía algo extraño.
Ese nombre sólo se reservaba para las personas que se tienen mucho afecto, es decir, la pareja. Llamándose por el cuándo ambos están en sus momentos más íntimos.
Y que el rey le diera un segundo nombre también lo dejó verdaderamente sorprendido y feliz. Aunque sentía que sus primeros nombres se parecían en algo de cierto modo.
—Descúbrelo por ti mismo. Eso será una buena motivación para seguir aprendiendo—dijo con una sonrisa cálida.
Khalid sonrió sin contener su alegría. Se puso de pie y se inclinó ante él, sintiendo que su corazón latía con fervor.
—Estoy sumamente agradecido, majestad. Recibir un nombre es la dicha más grande que puedo tener en este mundo—y lo miró a los ojos lleno de agradecimiento.
—También me siento muy feliz por ti. Desde hace mucho quería darte un nombre, pero supuse que no estarías de acuerdo por no ser algo "correcto", así que esperé el momento indicado.
Khalid apoyó una rodilla en el suelo y bajó la cabeza.
—Que usted me tenga presente en sus pensamientos es más de lo que merezco. Me hace muy feliz que siempre vele por mí.
Kierab miró hacia otro lado sin poder verlo arrodillado, se entristeció un poco y dijo en voz baja:
—¿Qué hablamos sobre arrodillarse?
Khalid se levantó y sonrió avergonzado.
—Lo siento, me dejé llevar demasiado.
—Está bien, sólo por hoy lo dejaré pasar—volvió a tomar el libro y dijo—El día aún no acaba, sigue estudiando, Khalid.
—Si majestad—se sentó y continuó escribiendo. Eufórico de escuchar su nombre por primera vez.
Kierab no podía leer. Difícilmente podía controlar la sonrisa que quería salir de sus labios.
Si quería su amor primero debía hacer que Khalid poco a poco dejara de ser un esclavo, y que él lo olvidara también, ya que a sus ojos él era sólo un hombre, del cual se había enamorado.
Mini teatro
Rey: Con esta petición no podrás ser astuto con tu respuesta de nuevo. Gané.
Esclavo: *Es astuto otra vez*
Rey: *Se recuesta en sus piernas*
Esclavo: (ó///ò)
Rey: Al final soy el más astuto \(-///-)/
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