Capítulo 39: Rouseth
Los edificios eran altos, pero coloridos en su mayoría a pesar de estar hechos de piedra, ya que de las paredes colgaban telas de colores y tejidos de palma. También habían unos que unían edificios, haciendo sombra en la calle. Las calles principales eran anchas y pavimentadas en piedra, mientras que las demás eran un poco más estrechas y el cambio era de polvo. Habían palmeras enormes a la orilla, y de vez en cuando había un arco de piedra enorme que separaba las zonas.
El ambiente era animado, pero lo que más sorprendió a Kierab fue un hecho que, ahora que lo pensaba, era bastante obvio; las personas que caminaban por la calle eran muy diversas en apariencia, para ser más específicos, su piel. Habían de piel clara, trigueña, morena, y negra.
Al final, todos los esclavos terminaron siendo libres y trabajando en diversas cosas, además de la servidumbre. Poco a poco los ciudadanos fueron integrándolos en la sociedad hasta que fue un hecho normal verlos en la calle. Claro, seguramente aun había discriminación, pero al menos lo que veía justo ahora en la calle lo hacía creer que su sueño era posible.
Se sintió tan feliz y aliviado que buscó la mano de Khalid y la apretó ligeramente.
Khalid se sorprendió y se sintió un poco avergonzado, mirando a su alrededor, sintiéndose observado.
—Está bien ir de la mano—le dijo Kierab en voz baja—Aquí nadie sabe quienes somos, puedes estar tranquilo.
Khalid tragó, nervioso, y miró a su alrededor de nuevo.
Nadie los miraba mal, es más, ni siquiera les prestaban atención. También notó que habían personas igual que el caminando en la calle como si nada, yendo con sus parejas o amigos, charlando normalmente.
Khalid esperaba encontrarse antiguos esclavos en Rouseth, pero no creyó que la situación fuera tan buena.
Miró a Kierab de reojo, quién observaba con curiosidad los puestos y las casas. Avanzaron un poco más, y con un movimiento suave y lento, Khalid se acercó a él, pegándose a su cadera para tomarlo de la cintura.
Kierab quedó sorprendido por su acción. Bajó la mirada y sonrió satisfecho.
"Parecemos una pareja real y normal..."
No se quejaba de su identidad, pero a veces sólo quería sentirse por un momento como una persona común y corriente. Sin que sus decisiones y acciones tuvieran un gran impacto en todos los habitantes.
Este momento era el indicado para hacer cosas que personas normales harían, como pasear y comer en la calle. Más adelante había un puesto de dulces tradicionales de la zona. Kierab quería invitarlo a comer algunos y verlo feliz.
—Ese puesto de ahí se ve bien ¿quieres ir ahí?—preguntó Kierab.
—Si, vamos—contestó mirando el lugar que señalaba.
Cuando se acercaron ambos miraron con curiosidad los dulces. Jaleas de frutas, tiras de frutas disecadas, con miel, hervidas con caña de azúcar, etc.
—Escoge el que quieras—dijo Khalid con una sonrisa. Y sacó una pequeña bolsa de su camisa.
—¿Vas a invitarme?—exclamó gratamente asombrado.
—Si, con mi dinero.
—¿De dónde lo sacaste?
Lo miró en silencio unos segundos. Luego sonrió y dijo:
—Es un secreto.
"Mm, un chico misterioso."
Pensó Kierab riendo.
Volvió a observar el puesto con los dulces. Meditó un momento y escogió una especie de jalea de manzanilla y peras en miel. Khalid tomó coco disecado y manzanas hervidas en miel de caña y canela. Pagaron al ocupado vendedor y salieron de la muchedumbre.
—Gracias por invitarme.
—No es nada—dijo Khalid, mirando su blanca sonrisa llena de gusto.
Sintió su corazón latir con tanta fuerza... Comprar algo para Kierab lo hizo sentir tan pleno y feliz que no podía controlar sus sentimientos. Suspiró con pesadez y mordió el duro coco disecado.
Kierab notó que estaba un poco aturdido y se sintió conmovido. Se tragó la pera que tenía en la boca y se acercó para darle un beso. Khalid se sorprendió e inevitablemente se sintió tímido. Su pecho retumbó y apenas pudo abrir un poco los labios. Probó la dulzura de sus labios y quiso comérselo ahí mismo, pero apenas lo probó se separó y lo miró a los ojos.
—Si...te sientes empalagado podemos buscar algo de tomar—dijo Khalid en voz baja.
Kierab estaba lo suficientemente cerca para sentir el calor de su aliento. Decidió no molestarlo más en público, lo haría acostumbrarse poco a poco a mostrar afecto frente a los demás, pero por ahora esto era suficiente.
—Quisiera algo refrescante.
—Está bien. Yo te lo compro.
Khalid lo tomó de la mano y lo sentó en una banca frente a una gran fuente rodeada de altas palmeras para que lo esperara. Le compró jugo de limón. Miraron a las personas pasar y se compartían las bebidas mientras disfrutaban del clima en silencio.
—Ya casi es hora de almorzar—dijo Khalid.
—¿Qué tal si vamos a comer al palacio? Pensé en comer antes, pero la reina tiene suficiente comida.
—Si, y seguramente es deliciosa.
Buscaron la calle principal y fueron hacia el palacio, pero cuando ya estaban lo suficientemente cerca encontraron una larga fila de personas que se dirigía hacia el palacio. Eran demasiados para contar, pero bien podrían ser unas 300 personas.
—Quizás buscan una audiencia con la reina—comentó Kierab en voz baja, acercándose a su oreja.
—Si, pero las personas se ven...un poco raras.
—Si, ahora que lo dices...
Entre más avanzaban más cosas extrañas notaban; al fijarse bien se dieron cuenta que todos eran hombres de diversas edades, portando ropa hermosa, elegante, extravagante o incluso reveladora.
La mayoría traía cosas en las manos: instrumentos musicales, pergaminos y pinceles, libros, armas...
Llegaron ante la puerta, abierta de par en par, dejando pasar a todos lentamente en orden. Los guardia sólo miraban, vigilantes para evitar cualquier disturbio.
Kierab se acercó a uno de los guardias y le mostró la ficha de pase. El guardia no preguntó nada y los dejó avanzar en silencio. Las personas en la fila los miraron mal, sus ojos se movían de arriba a abajo, con una expresión juzgadora.
Khalid se sintió molesto por la manera en que miraban a Kierab, pero no pudo decirles nada. Siguieron caminando, hasta que llegaron a un pasillo muy largo, el cual conducía a la sala del trono.
—¡Hey, ustedes! No se salten la fila. ¿Cómo los dejaron pasar? ¿Lograron sobornar a un guardia?
Kierab y Khalid se giraron para ver a la persona que hablaba.
Un joven de unos dieciocho años, bastante guapo y delgado, con un pequeño estuche en la mano y una ropa muy fina.
—Buenas tardes joven señor. No venimos por los motivos que cree. Tengo asuntos políticos con la reina.—respondió Kierab, con una ligera sonrisa.
—Si no estás seguro no debes acusar a las personas. No deberías hablarle así a él...—dijo Khalid de inmediato, molesto, pero Kierab lo interrumpió, poniendo una mano en su hombro, haciéndolo retroceder un poco.
—Oh, lo lamento mucho—exclamó el joven, un poco incómodo, haciendo una ligera reverencia—Sé que no debí reaccionar así, pero es que estoy bastante nervioso.
—¿Nervioso? ¿Por qué?—preguntó Kierab, curioso.
—¿No lo sabe, señor?—dijo el joven, sorprendido, y respondió con una sonrisa—Todos las personas que ven en la fila estamos aquí para pedir la mano de la reina. Ser esposos secundarios o concubinos.
—Vaya, si que hay muchos—Kierab miró con asombro a las personas en la fila.
—Somos tantos que debemos enviar una carta al palacio y esperar que nos asignen un día para venir a presentarnos ante la reina. Las edades pueden ser desde los dieciséis hasta los cincuenta. El estatus social o la apariencia física no es importante. Mientras le gustes a la reina.
—Si que es variado—dijo Kierab—¿La reina puede escoger la cantidad de hombres que quiera?
—Si, mientras pueda darles sustento y vivienda dentro del palacio.
—¿Siempre vienen tantas personas para pedir la mano de los reyes?—dijo Khalid. Sintiéndose un poco disgustado al imaginarse a Kierab en la misma situación.
—Pf, claro que no—respondió la persona que estaba delante del joven en la fila. Un muchacho bastante risueño, de cabello claro y guapo, con ropas coloridas y un tanto reveladoras—El anterior rey apenas tuvo unas cuantas que se atrevieron a venir. Y dos de sus concubinas prácticamente fueron obligadas a estar con él. Lo mismo pasó con la famosa reina "La dama de los lamentos". Ningún hombre se atrevió a pedir su mano. Pero no sobraron personas que buscaban su favor y le obsequiaban "mascotas".
—¿Cómo puedes hablar así de tu propio reino? ¿No te da vergüenza?—exclamó el joven.
—No—respondió el muchacho risueño—Porque es la verdad. Nada cambiará que hayan sido malos reyes, pero la reina actual es todo lo contrario. Sólo mira la cantidad de hombres en la fila, y esto es sólo una parte. La reina Lahra es amada por todos, además de hermosa y talentosa. De reyes así hay que estar orgullosos.
El joven sólo lo miró con desaprobación, pero no supo cómo responder.
El muchacho miró a Kierab y Khalid con una sonrisa y continúo hablando:
—Sé que no están aquí para casarse con la reina, pero si así lo fuera serían una buena competencia—los miró con los ojos entrecerrados y atenuó su sonrisa para volverla un poco más pícara—Los dos son bastantes guapos. Si ya tienen pareja y no quieren tener otra será mejor que tengan cuidado, no vaya a ser que la reina los atrape.
Se rió entre dientes y acomodó la caja que traía en la mano.
—Gracias por el consejo señor—dijo Kierab—Sólo tengo una última duda, si me permite preguntar.
—Claro, adelante.
—Veo personas con cosas en las manos, ¿para que las traen? ¿Es un regalo para la reina?
—No—abrió la caja y mostró un juego de cintas de tela brillantes—Muchos quieren mostrar su talento frente a la reina para ser más favorecidos. Tal vez así conquistamos su corazón. Algunos traen poesía, caligrafía, pintura, música, danza, artes marciales... En mi caso vengo a mostrarle mi danza con cintas. Espero que le guste mi baile. La verdad me gustaría que me escogiera—cerró la caja y sus mejillas rubias se tiñeron un poco—Una vez la vi, y sin saber quien era me enamoré de ella a primera vista. Se veía tan poderosa y elegante...
Kierab sonrió, sin saber qué sentir por el muchacho; lastima o estar conmovido.
—Te deseo mucha suerte y que lo hagas bien—le dijo Kierab.
—Muchas gracias señor, también le deseo lo mejor en sus asuntos políticos.
— Entonces nos despedimos.
—Adiós señor—y el muchacho hizo una reverencia.
Kierab y Khalid siguieron adelante, volvieron a mostrar la ficha al guardia y pasaron la puerta que llevaba al salón del trono. De inmediato vieron que, a unos quince metros, estaba la reina, viendo a un hombre de unos veinte años bailando.
[...]
El joven que baila miraba a la reina con una sonrisa suave y cariñosa. Las monedas que colgaban de su cintura creaban un sonido agradable cuando movía las caderas. Sus manos se movían con gracia, junto con sus pies descalzos que parecían seda al deslizarse por el suelo.
Lahra lo mira con ojos neutrales, cubriendo sus labios y nariz con un abanico rojo, con flores pintadas de un rojo aún más oscuro, como si fuera sangre seca. Su ropa era del mismo color rojo oscuro, con los hombros y la espalda al descubierto, con unos pantalones largos y holgados que le cubrían más allá de los pies.
Dos personas, una a cada lado, le soplaban aire fresco con los abanicos de plumas blancas. También habían dos sirvientes, uno de ellos se acercó con una taza de agua y le habló en voz baja:
—¿Tiene calor mi reina? Puede beber más agua si gusta.
Lahra no apartó la vista del joven que bailaba. Tomó la taza en silencio y la bebió detrás del abanico.
—Cuando este joven termine quiero tomar un pequeño descanso—le dijo al sirviente.
—Como ordene, majestad.
Poco después el joven termino su acto, hizo una reverencia y le habló a la reina con una sonrisa:
—Espero que haya sido de su agrado, majestad. Estoy muy feliz por tener esta oportunidad y de poder gozar de su presencia. Le estaré siempre agradecido.
—Gracias a ti por tomarte el tiempo de venir aquí. Ten cuidado a ti regreso a casa.
El joven se fue feliz, pero mientras Lahra veía su partida pude ver qué, a un lado del salón, estaba Kierab y Khalid, observando todo. Cuando el muchacho cruzó la puerta Lahra les hizo señales para que se acercaran.
—De saber lo ocupada que estaba habríamos venido otro día—dijo Kierab en cuanto la tuvo cerca.
Lahra se bajó del trono y dejó el abanico. Suspiró con pesadez y masajeó su frente.
—Ni lo digas, he estado viéndolos desde las nueve de la mañana. Pero no puedo rechazar a nadie, no tengo el corazón de simplemente sacarlos del palacio sin verlos. Sería muy cruel. Sólo... trato de no darles esperanzas.
—Su majestad tiene un corazón muy dulce y suave—comentó Kierab, riendo.
—Ya, no te burles de mí. Por este estúpido corazón mío estoy sufriendo todo esto, y lo más seguro es que haga sentir mal a mi querido Med'sha también, no importa las veces que le explique que no estoy buscando esposo ni concubinos.
—Yo me sentiría mal aunque me lo explicara—dijo Khalid con una expresión seria.
Lahra se entristeció y suspiro:
—Al menos tengo que fingir esto. Es una obligación y tradición de mi reino. Pero bueno, ya no hablemos más de esto. Quiero comer y beber para olvidarme de esto. ¿Ustedes ya almorzaron?
—No, aún no—dijo Kierab.
—Perfecto. ¡Vamos a comer!—se dirigió a un sirviente y le dijo—Repartan comida y agua a todos los que están esperando. Si alguien se siente enfermo o necesita algo, atiendan sus necesidades.
—Como diga, majestad.
—Bien, andando entonces—exclamó Lahra—Quiero comer carne, mucha carne, y un buen vino caliente...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top